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La carrera hacia la Casa Blanca
por : Claudia Cinatti

30 Jan 2016 | El próximo lunes con el “caucus” de Iowa se inicia oficialmente la carrera hacia la Casa Blanca con el largo proceso de las primarias republicana y demócrata. Los siguientes hitos son New Hampshire el 9 de febrero, luego el esperado “súper martes” en marzo y las convenciones (...)
La carrera hacia la Casa Blanca

El próximo lunes con el “caucus” de Iowa se inicia oficialmente la carrera hacia la Casa Blanca con el largo proceso de las primarias republicana y demócrata. Los siguientes hitos son New Hampshire el 9 de febrero, luego el esperado “súper martes” en marzo y las convenciones partidarias.

Hace menos de un año atrás, después de los dos mandatos de Obama (un afroamericano con nombre no occidental) la elección presidencial de la principal potencia mundial parecía que iba a dirimirse entre lo más granado del establishment: las dinastías Clinton y Bush. Esto era leído como un signo de la vuelta a la normalidad después de las consecuencias de la Gran Recesión y las derrotas imperiales en Afganistán e Irak.

Pero la situación ha dado un giro. La irrupción de candidatos que, a falta de una categoría política precisa se los llama “populistas” por aparecer como exteriores a las elites tradicionales, está causando un cimbronazo en el escenario político.
El surgimiento del Tea Party en 2009, casi como producto de la crisis capitalista y metáfora de la decadencia norteamericano, fue un anticipo de esta “revuelta populista”, hija de una polarización que se expresó por derecha en una base social de clase media rabiosa contra los impuestos, las ayudas estatales a los sectores más pobres, los sindicatos, los inmigrantes y los derechos democráticos como el aborto o el matrimonio igualitario. Y por izquierda, en la lucha por la suba del salario mínimo a U$ 15 la hora, contra la violencia policial y el racismo (BLM), las huelgas docentes, entre otros. Estas son continuidades no lineales de movimientos de las últimas décadas: el movimiento antiglobalización de Seattle, el movimiento antiguerra y más recientemente el Occupy Wall Street.

Una bandada de outsiders con el multimillonario Donald Trump a la cabeza desplaza por derecha al candidato predilecto del establishment republicano, el exgobernador Jeb Bush. Mientras que por izquierda, Bernie Sanders ha opacado las etapas iniciales de la campaña de Hillary Clinton, que como era de esperar no despierta ninguna pasión y está a años luz del entusiasmo con que miles de jóvenes habían tomado la primera campaña presidencial de Obama. Incluso Sanders podría sorprender con alguna victoria en Iowa o New Hampshire. La pelea digna parece que ya la tiene garantizada, habrá que ver los resultados.

Comparativamente, la crisis es más limitada en el partido demócrata. El “socialista” Sanders ya anunció que llamará a votar a su partido sea quien sea el candidato y, por esto mismo, puede actuar como contención de los sectores más de izquierda y progresistas de la base demócrata que ven con recelo a Hillary.

Pero es una pesadilla para el partido republicano, fragmentado entre un sector conservador tradicional y moderado, que desde hace décadas suscribe el consenso de “centro” pero que ha perdido ascendencia en la base partidaria, y un ala radicalizada hacia derecha que va desde el Tea Party hasta candidatos como D. Trump un reaccionario que hace un culto de lo políticamente incorrecto, ya sea el racismo, la xenofobia, la homofobia, o la misoginia y llama a profundizar la polarización social y la “grieta” política y cultural.

Las encuestas para las primarias republicanas hasta ahora favorecen al ala radical: Trump cosecha el 39% de preferencias. Lo sigue Ted Cruz con el 34%, que para quien no lo recuerda, es el senador partidario del Tea Party que “filibusteó” durante 21 horas seguidas para hacer caer la reforma del sistema de salud de Obama. Tercero está Marco Rubio con el 13% y muy por detrás Jeb Bush que araña apenas el 4%.
La estrella de Trump sigue en ascenso. Su último acting fue boicotear el debate republicano en Fox News del que estando ausente, casi todos los analistas lo dan como ganador.

Difícilmente el partido republicano, uno de los dos partidos de la burguesía imperialista, acepte pasivamente a Trump o a Cruz como candidato a la presidencia. Lo que con razón muchos consideran la receta más eficiente para otra presidencia demócrata. Sin embargo, el efecto de sus candidaturas es correr el debate político hacia la extrema derecha, introduciendo temas como la prohibición de ingreso de musulmanes al país, o la expulsión de inmigrantes hispanos.

No parece plausible que estos candidatos ya sean de extrema derecha o de izquierda ganen la presidencia. Pero ya es un hecho que han llevado nuevamente a primer plano la crisis de los partidos tradicionales y la profunda polarización social y política.

Con sus diferencias, es la versión norteamericana de la misma crisis que afecta al “centro extremo” en Europa, en el que confluyen las variantes moderadas de los partidos conservadores y socialdemócratas y que han puesto en crisis a la alternancia. Esta crisis se nutre de la conclusión de que se trata de dos cabezas de un mismo partido que representa por igual los intereses de la clase capitalista. Lo que a su vez alimenta la “antipolítica” y el surgimiento de variantes más extremas como el Frente Nacional en Francia, o la renovación “por izquierda” del liderazgo del Partido Laboristya británico con Jeremy Corbyn.

Quizás las últimas elecciones presidenciales de 2012 que le dieron la reelección a Obama (y las de 2008) ofrezcan algunas claves de los cambios profundos que están detrás de estos movimientos electorales. Además de factores económicos, políticos y culturales, la más importante sin dudas es la demografía.

La “coalición social” informal que le dio el triunfo a Obama estaba compuesta por jóvenes, mujeres, afroamericanos, inmigrantes (hispanos y asiáticos), clase media progresista y asalariados (con ingresos menores a U$ 50.000), concentrados en los centros urbanos. Mientras que el voto republicano se concentró mayoritariamente en los sectores de hombres blancos, de ingresos superiores, mayores de 65 años, y en los sectores tradicionales de la derecha cristiana principalmente en las áreas rurales y suburbanas.

El cálculo demográfico salta a la vista: mientras que la base electoral que tiende a votar demócrata está en expansión (los latinos ya son más del 10% del electorado) la base electoral tradicional republicana está en retroceso. Eso explicó en gran medida la reelección de Obama, a pesar de la desilusión con su primer gobierno, y le da chances al partido demócrata, a pesar de que Hillary Clinton es la expresión misma del establishment de la burguesía imperialista.

Mientras que el partido republicano tiene que perforar su base tradicional, lo que hasta ahora parece esquivo. Trump, Ted Cruz, el Tea Party, son el resultado de la suma de todos los miedos de esa base conservadora blanca y religiosa (WASP por White, Anglo-Saxon and Protestant, como se la conoce).

Hay que ver nuevos fenómenos como la simpatía que genera Sanders, que se autodefine como “socialista” o la elección en Seattle de la trotskista Kashma Sawant, que hizo de la lucha por el aumento del salario mínimo una de las banderas de su candidatura, anticipan el surgimiento por izquierda de movimientos alternativos al bipartidismo republicano-demócrata, el arma política más eficaz del imperialismo norteamericano.

 

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