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Ola de atentados en Francia, Kuwait, Túnez y Somalía: claves de una jornada sangrienta
por : Claudia Cinatti

27 Jun 2015 | Con pocas horas de diferencia, pero separados por varios miles de kilómetros de distancia, decenas de personas murieron en una oleada de atentados terroristas en Francia, Kuwait y Túnez. Aunque el Estado Islámico solo reclamó públicamente su autoría por el de Kuwait, el “timing” y los blancos escogidos abonan la hipótesis de que detrás de esta jornada (...)
Ola de atentados en Francia, Kuwait, Túnez y Somalía: claves de una jornada sangrienta

Con pocas horas de diferencia, pero separados por varios miles de kilómetros de distancia, decenas de personas murieron en una oleada de atentados terroristas en Francia, Kuwait y Túnez. Aunque el Estado Islámico solo reclamó públicamente su autoría por el de Kuwait, el “timing” y los blancos escogidos abonan la hipótesis de que detrás de esta jornada sangrienta está la sombra del califato. A esto se sumó un atentado contra un complejo militar de la Unión Africana en Somalia que fue reivindicado por Al Qaeda. ¿Qué hay detrás de esta ola de atentados perpetrados por el islamismo radical?

Una fábrica norteamericana cerca de Lyon en Francia. Una mezquita chiita en Kuwait abarrotada de fieles. Un hotel de lujo en una de las playas más elegidas por los turistas occidentales en Túnez. En un solo día, tres países en tres continentes se vieron sacudidos por esta oleada de atentados con un saldo de más de 60 muertos.

Un día antes de esta ola de ataques terroristas, el Estado Islámico (EI) lanzó un ataque relámpago en Siria contra Kobane y otra ciudad próxima, bajo control del régimen de Bashar al Assad. Según organizaciones humanitarias, con estos ataques combinados el saldo alcanzó a 140 civiles muertos, y al menos la mitad se trató de mujeres y niños.

Si se recuerda que justamente en Kobane el EI fue derrotado por una dura resistencia de las milicias kurdas o Unidades de Protección del Pueblo, apoyadas luego por bombardeos norteamericanos, se comprende fácilmente el valor simbólico que tiene para el EI el ataque a esta ciudad del Kurdistán sirio.

Más allá de que hayan sido coordinados–lo que parece más probable- o realizados espontáneamente por individuos inspirados por el llamado del Estado Islámico a combatir, en primer lugar a los musulmanes infieles (léase la minoría chiita), hay una serie de factores que, con distinta incidencia, forman parte de la trama que explica estos acontecimientos.

Desde el punto de vista militar, varios analistas coinciden en señalar que se trata de otra demostración de fuerzas del Estado Islámico, como antes fue la toma simultánea de Ramadi en el núcleo sunita de Irak y de Palmira en Siria. A casi un año de la guerra lanzada por Estados Unidos al frente de una amplia coalición, el EI está lejos de haber sido “degradado” o “destruido”.

El valor agregado de estas acciones es reafirmar una capacidad de hacer daño que ha rebasado las fronteras del Medio Oriente y el mundo musulmán, alcanzando el corazón europeo de occidente. Esto ya se había visto en los atentados de enero en París contra el semanario Charlie Hebdo y una tienda de productos kosher.

Secundariamente, podrían compensar algunos retrocesos que ha sufrido el EI en Irak y Siria, entre ellos la pérdida de las ciudades de Kobane y Tikrit y de sectores de Raqqa –considerada la “capital del califato-, y más recientemente de la ciudad de Tel Abydad, un punto estratégico para el reabastecimiento de armamento y alimentos en la frontera con Turquía.

Desde el punto de vista de la guerra civil entre diversas fracciones islamistas, estos ataques coinciden con el primer aniversario de la declaración del califato en Siria e Irak por parte del Estado Islámico y parecen responder al llamado de su vocero, Abu Mahmeed al-Adnani, que en un mensaje de audio llamaba a los musulmanes a abrazar la “jihad” y a hacer del Ramadan “un mes de desastres para los infieles”.

En esta guerra civil intrarregiliosa, el EI no solo ataca a los chiitas sino también a otras variantes del islam sunita que no suscriben su interpretación rigorista de la religión, con las que compite además, por el control del territorio en las laberínticas guerras civiles de Siria y Libia. El arco de estos enemigos va desde variantes moderadas del islam político hasta las organizaciones afiliadas a la red Al Qaeda, como el frente Al Nusra con el que compite de manera brutal por el control de ciudades sirias arrancadas al régimen de al Assad.

Desde que proclamara el califato, el 29 de junio de 2014, el EI conquistó un territorio de fronteras móviles que tiene el tamaño de Gran Bretaña o Italia, borrando las fronteras entre Irak y Siria, en muchos casos en acuerdo con jefes tribales sunitas. Se alzó con una economía basada en la venta ilegal del petróleo de los campos capturados y en la cobra de impuestos a los capitalistas y a las minorías no musulmanas; con los que financia su maquinaria de terror. Esto le ha permitido desplazar a Al Qaeda como principal organización del islamismo radical. Según un informe del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, el EI ya atrajo a alrededor de 30.000 combatientes extranjeros, muchos de ellos provenientes de países occidentales.

Desde el punto de vista geopolítico, en enfrentamiento entre sunitas y chiitas y entre diversas fracciones islamistas toma dimensión de rivalidades estatales. El elemento más dinámico que está detrás de los conflictos en el Medio Oriente es la “guerra fría” entre Irán y Arabia Saudita, las dos potencias regionales que disputan la hegemonía, azuzada por el cambio de política de Estados Unidos hacia Teherán.

En estos días en Viena las potencias occidentales darán forma final al acuerdo con Irán sobre su programa nuclear. El restablecimiento de relaciones diplomáticas y comerciales de Estados Unidos y Europa con Irán tendrá consecuencias geopolíticas y económicas de largo alcance. El acuerdo, impulsado por Obama, es fuertemente resistido en el plano interno por sectores mayoritarios del partido republicano y, en el plano externo, por los aliados tradicionales de Estados Unidos, en primer lugar Arabia Saudita, Israel y Turquía. En el marco de la crisis del orden regional producto de la decadencia del poderío norteamericano y de la enorme convulsión que significó la “primavera árabe”, estas disputas se amplifican y extienden, dando lugar a alianzas cambiantes y a veces contradictorias, guiadas por el interés pragmático de las distintas potencias.

Desde el punto de vista económico, el levantamiento de las sanciones que las potencias occidentales impusieron sobre Irán, liberarán el enorme potencial energético del país que tiene nada más y nada menos que la cuarta reserva de petróleo y una de las mayores de gas natural del mundo. Si bien el efecto no será inmediato, sino que se sentirá en el mediano plazo, ya está influyendo en el sensible mercado petrolero, con las grandes corporaciones frotándose las manos frente a las oportunidades de negocios. La combinación de las condiciones geopolíticas y económicas tienden a fortalecer el rol regional de Irán, potenciado por tener una de las llaves que le permitiría a Estados Unidos salir de la pesadilla de Irak y de la guerra contra el EI en la que está inmerso.

Obama, Hollande y los líderes de las potencias occidentales lloran lágrimas de cocodrilo frente al éxito del monstruo que ellos mismos ayudaron a crear. El Estado Islámico no cayó del cielo. Es hijo de las políticas imperialistas de Estados Unidos y sus aliados, de las guerras y ocupaciones militares de Irak y Afganistán, de las torturas y asesinatos de Abu Ghraib y Guantánamo, del racismo y la islamofobia alimentada desde los estados del occidente “democrático”, que condena a la marginación y la humillación a los jóvenes de origen de musulmán.

También es hijo de la derrota de la “primavera árabe”, aplastada no solo por guerras civiles reaccionarias y formaciones aberrantes como el Estado Islámico, sino también por los regímenes restauradores, como el de Al Sisi en Egipto, que mediante el terrorismo de estado, protegen los intereses imperialistas.

 

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