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Sabra y Shatila vive en el presente
por : Miguel Raider

20 Sep 2014 | Resulta grosero pero todavía no se sabe a ciencia cierta cuantos murieron, aunque el periodismo inscribió no menos de 3.500 civiles palestinos, mayoritariamente mujeres, ancianos y niños. El horror de miles de cadáveres degollados y mutilados aun exhuma la sangre vertida sobre las calles de Beirut. La masacre de Sabra y Shatila perpetrada hace 32 (...)
Sabra y Shatila vive en el presente

Resulta grosero pero todavía no se sabe a ciencia cierta cuantos murieron, aunque el periodismo inscribió no menos de 3.500 civiles palestinos, mayoritariamente mujeres, ancianos y niños. El horror de miles de cadáveres degollados y mutilados aun exhuma la sangre vertida sobre las calles de Beirut. La masacre de Sabra y Shatila perpetrada hace 32 años de forma conjunta por la burguesía cristiano maronita libanesa y el Ejercito israelí no solo continua impune sino que ilustra en el presente los padecimientos de más de 6 millones de palestinos que residen hacinados en campos de refugiados de países árabes sin derecho de retorno a sus tierras originarias, expropiadas a punta de fusil por el Estado de Israel.

Durante dos días seguidos, entre el 15 y el 16 de septiembre de 1982, las milicias falangistas Kataeb violaron y asesinaron a miles de palestinos concentrados en esos dos campos de refugiados como represalia del asesinato del presidente libanés y líder cristiano maronita, Bashir Gemayel, en el marco de la guerra civil desarrollada entre 1975 y 1991. Sin embargo, el planeamiento operativo de la masacre tuvo como mentores al gobierno y al Ejercito israelí. Ariel Sharon, en ese entonces ministro de Defensa, envió dos divisiones de soldados israelíes a Beirut para cercar ambos campos con instrucciones precisas: nadie podía salir de esos perímetros mientras los falangistas pasaban a degüello a los parias palestinos. Cínicamente, el primer ministro israelí Menajem Beguin afirmaba para la posteridad, “en Shatila, en Sabra, unos no judíos masacraron a otros no judíos, en qué nos concierne eso a nosotros”. Mediante ese sangriento episodio el Estado de Israel se proponía desmoralizar a Fatah y la OLP de Yasser Arafat, concentrados en Beirut tras verse obligados a huir de Jordania después de la gran matanza de palestinos de 1970, recordada como el Septiembre Negro, lanzada por la monarquía Hachemita encabezada por el rey Hussein.

Desde junio las tropas israelíes invadieron Líbano bajo el orden del operativo Paz para Galilea con el objeto de ocupar una franja de 40 kilómetros y desplazar a la resistencia palestina de la frontera norte israelí. Cuando las huestes de Arafat emprendieron la retirada, Sharon advirtió que en los campos de Sabra y Shatila “quedaban miles de terroristas”. Fue la consigna acordada con la familia Gemayel para “limpiar” de palestinos la tierra de los cedros, bajo la asistencia sionista. Paz para Galilea segó la vida de 20 mil libaneses y palestinos, pero la saña desarrollada en la masacre de Sabra y Shatila dejo perpleja a la humanidad en escenas desgarradoras de madres asesinadas con sus hijos a cuestas. El rol asesino del Ejército israelí quedó al desnudo, dando lugar a los refuzniks, el primer movimiento de soldados israelíes objetores de conciencia que preferían ser condenados a la prisión militar a participar de la ofensiva guerrera, en tanto se desarrollaban movimientos pacifistas liberales que exigían la retirada de Líbano. La ONU no tuvo más remedio que calificar la masacre como un “genocidio” y para echar lastre dictaminó la formación de una comisión investigadora. Encabezada por el presidente de la Corte Suprema Israelí, la Comisión Kahan simplificó el terrorismo del Estado judío en la “responsabilidad personal indirecta” de Sharon, quien más tarde dimitió de su cargo, aunque jamás fue procesado por esa justicia, que legalizo también la tortura y los “asesinatos selectivos”.

Sin ningún tipo de pruritos, Sharon asumió más tarde como primer ministro ideando el “plan de desconexión” de Gaza en 2005 para después asfixiar la franja mediante el bloqueo por aire, tierra y mar que rige hasta la actualidad, incrementando las penurias con las operaciones guerreras Plomo Fundido (diciembre 2008), Pilar Defensivo (2012) y la reciente Barrera Protectora, que dejó como saldo más de 2100 palestinos muertos, más de 250.000 desplazados y la casi completa destrucción de la infraestructura.

El primer ministro Benjamín Netanyahu sigue los pasos de Sharon y Beguin, terroristas y criminales de guerra como todos los cuadros sionistas que edificaron ese Estado racista y colonialista sobre la base de la limpieza étnica del pueblo palestino. Nada cabe esperar de ellos más que muerte y destrucción en oposición a las justas reivindicaciones del pueblo palestino y su legítimo derecho a la autodeterminación nacional.

 

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