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Fuertes roces entre Rusia y Estados Unidos
por : Juan Chingo

13 Jun 2007 |

En las semanas previas a la reunión del G-8 en Alemania, las relaciones entre EE.UU. y Rusia se venían poniendo cada vez más tensas, desde el anuncio norteamericano de instalar un escudo antimisiles en la República Checa y Polonia. Ya durante la reunión misma de los siete países más poderosos del mundo y Rusia, esta discusión opacó incluso los esfuerzos de la canciller alemana, Angela Merkel, por salir de la cumbre con alguna resolución referente al medioambiente. A pesar de las discusiones y la votación forma sobre la emisión de gases y el condicionado paquete de 60.000 millones de dólares “para ayudar” a África, el enfrentamiento Rusia-EE.UU. ganó protagonismo.

Las relaciones entre Rusia y los Estados Unidos son las más tensas desde el fin de llamada Guerra Fría, cruzadas por la propuesta norteamericana de instalar un sistema de defensa misilístico (BMD, por sus siglas en inglés) en la República Checa y Polonia y la amenaza rusa de instalar misiles apuntando a Europa en respuesta . A pesar de que tanto Putin como Bush han dicho repetidamente que no es un retorno a la guerra fría, la disputa es la primer gran ruptura en las relaciones entre ambos en casi dos décadas. Las declaraciones públicas de ambos lados reflejan una creciente confrontación resultante de la política agresiva de EE.UU. de contener la influencia rusa y asegurar el poderío norteamericano en las antiguas repúblicas soviéticas y en la esfera de influencia tanto en Asia Central (en especial sobre el Mar Caspio y sus recursos petroleros) y Europa del Este, y el giro del régimen ruso (que intenta realizar sus aspiraciones como poder regional y mundial), fortalecido por los altos precios del petróleo y la debacle norteamericana en Irak.

Washington y el Kremlin se encuentran inmersos en una contienda que no sólo amenaza su relación sino los acuerdos de cada uno con la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte). Esta última alianza creada hace más de 60 años surgió como una herramienta para contener la influencia soviética, a la vez que como un instrumento de EE.UU. para ejercer su hegemonía sobre sus propios aliados.
Desde el fin de la guerra fría se ha expandido hasta el patio trasero ruso. La organización hoy es el doble de su tamaño original y su expansión ha significado una yuxtaposición de necesidades y requerimientos extremadamente complejos de manejar y cohesionar. Ahora la OTAN, tiene su primera crisis real desde el arribo de los nuevos miembros -la mayoría del centro y este de Europa- en 2004. Muchos de esos miembros, así como algunos antiguos miembros, no están convencidos de que los EE.UU. vayan a arriesgarse por ellos contra Rusia. Tomemos en cuenta que históricamente durante la llamada guerra fría y a pesar de toda su retórica anticomunista, Washington respetó escrupulosamente la zona de influencia rusa como fue el caso en Hungría en 1956, Checoslovaquia en 1968 y más tarde Polonia. Si durante ese periodo los europeos tenían dudas de que EE.UU. tuviera la voluntad de arriesgarse a la destrucción de Nueva York para proteger Paris o Berlín, hoy es veinte veces más dudoso que EE.UU. tome tal apuesta para defender a Sofía o Budapest. Mientras algunos, como Gran Bretaña, Rumania, Polonia y los estados Bálticos, aún apoyan a la OTAN y a Washington, muchas importantes fisuras ya han emergido. Rusia está intentando explotar dichos problemas en función de profundizar la brecha que permita una crisis o ruptura abierta de la alianza. Ese es el sentido, después de días de beligerancia, de la propuesta de Putin de instalar el sistema de defensa misilístico contra países “peligrosos” como Irán (según EE.UU.) en Azerbaiján. En el marco de que muchos estados europeos temen que el plan norteamericano vaya a provocar innecesariamente que Moscú sea más agresivo con Europa, la nueva oferta de Putin apareciendo como “razonable” y “ofreciendo” cooperar con el BMD, es una “toma de judo” que puede destartalar la política europea de Washington de una manera que no lo ha hecho desde el fin de la guerra fría.

Grandes tensiones en el tablero mundial

Mientras las preocupaciones diplomáticas y militares de EE.UU. e Irán están absorbidas por Irak, ninguno de los dos tiene el suficiente resto para dedicarse a empresas mayores. Irán tiene profundos intereses en Azerbaiján y Turkmenistán- estados críticos para Moscú- pero las preocupaciones iraníes con Irak han impedido a Teherán intervenir y capitalizar las recientes oportunidades que se han abierto.

Esta complicada situación con Rusia se da ni más ni menos que con el pantano iraquí de fondo, lo que ha impedido a EE.UU. desafiar hasta el final los actuales intentos rusos de rediscutir los acuerdos de seguridad de Europa en su propio favor y en contra de los avances norteamericanos de las décadas pasadas. Aunque EEUU esta tratando de salir de esta situación, como demuestra la primera reunión bilateral de alto nivel entre Irán y EE.UU. en casi tres décadas y a pesar de lo auspicioso de la reunión, esta tarea aun no va a ser fácil ni rápida. Son estas circunstancias las que alientan a Rusia a presionar ahora.

La debacle norteamericana en Irak ha resultado en una aceleración de su declinación hegemónica. Esto no quiere decir que EE.UU. haya abandonado el juego ni haya aceptado el fin de la “unipolaridad”. Reconociendo el daño hecho por su distracción en Irak, un desesperado y determinado EE.UU. está reenfocando su proyecto geopolítico de restaurar su desgastado poderío global. Este es el sentido estratégico de las actuales negociaciones en Irak (que le impiden proyectar su poder global por una guerra de contrainsurgencia de desgaste que no puede ganar) y de la nueva ofensiva de la OTAN en el terreno europeo.

Por su parte, Rusia está actuando contra las políticas e ideologías que aún se acomodan a la unipolaridad (o sus resurgentes manifestaciones) y en contra de los instrumentos de su perpetuación como la OTAN. En otras palabras, Rusia busca activa y ahora abiertamente terminar con la atmósfera de aceptación a los dictados de EE.UU., surgida del mundo post-1991 (debacle de la ex URSS y triunfo contundente de EE.UU. en la primera Guerra del Golfo), y que condujeron a la década de los ‘90 de dominio indiscutido de los EE.UU.. Recordemos que durante esos años los EE.UU. mantuvieron la hegemonía (y en cierta medida la reforzaron) con el consenso de las potencias menores, que temerosas de enfrentarse u oponerse a la “última superpotencia existente”, e inseguras sobre su propias capacidades de influencia, permitieron a Washington dominar en forma “económica” sin las obstrucciones, reticencias y oposiciones que están emergiendo hoy día. En este nuevo periodo, los EE.UU. tendrían que tomar en cuenta más seriamente a Alemania, la resurgente Rusia o la ascendente China, cuestión que presenta resistencia en el propio EE.UU., como muestra la ofensiva contra Rusia, el creciente clima proteccionista en el Congreso o la hostilidad del stablisment militar contra China. En un sentido, podríamos decir que la forma en que la relación de fuerzas entre las grandes potencias post-debacle iraquí se están jugando o buscando consolidarse, depende de cuan avanzado se vea la declinación hegemónica norteamericana. El primer test de esta nueva disputa es de nuevo la cuestión de la independencia del Kosovo, salida que los EEUU apoyan abiertamente como mostró Bush en su reciente viaje a Albania donde fue aclamado como un héroe y Rusia la rechaza de plano, con Alemania y Francia en el medio. En coyunturas críticas como ésta, el mundo vuelve a cargarse de grandes tensiones.

 

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