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"Transiciones a la democracia". Un instrumento del imperialismo norteamericano para administrar el declive de su hegemonía
por : Juan Chingo , Laura Lif

01 Jul 2000 | Las "transiciones a la democracia" han sido una política privilegiada del imperialismo norteamericano para evitar la emergencia de la revolución proletaria, como forma de administrar el declive de su hegemonía, luego de la derrota de Vietnam. Esto alcanza a una serie de procesos que desde mediados de los 70, se han venido desarrollando en la (...)

Las "transiciones a la democracia" han sido una política privilegiada del imperialismo norteamericano para evitar la emergencia de la revolución proletaria, como forma de administrar el declive de su hegemonía, luego de la derrota de Vietnam. Esto alcanza a una serie de procesos que desde mediados de los 70, se han venido desarrollando en la política mundial. El reciente triunfo de la "transición pactada" en México es el último ejemplo.
En este artículo intentaremos discutir el carácter de estas transiciones, su alcance y sus posibles perspectivas.

1. ¿Revoluciones democráticas triunfantes o contrarrevolución democrática?

Para comprender y analizar las "transiciones a la democracia", desde el ángulo de la revolución proletaria, es necesario abordar una cuestión metodológica previa. Con este objetivo partimos de las definiciones realizadas por León Trotsky, analizando un problema planteado en la época imperialista como es el carácter de la revolución contra los regímenes "dictatoriales" producto de la descomposición del sistema capitalista mundial, en el periodo entre guerras tales como el fascismo y el nazismo en los países imperialistas.

Trotsky, discutiendo con los marxistas italianos en la Italia de Mussolini, planteaba:

"En cuanto a la ‘revolución antifascista’, la cuestión italiana está más que nunca ligada íntimamente a los problemas fundamentales del comunismo mundial, vale decir, a la llamada teoría de la revolución permanente (...)A partir de todo lo anterior, surge el problema del periodo ‘transicional’ en Italia. En primerísimo lugar, hay que responder claramente: ¿transición de qué a qué?. Un periodo de transición de la revolución burguesa (o ‘popular’) a la revolución proletaria, es una cosa. Un periodo de transición de la dictadura fascista a la dictadura proletaria es otra cosa. Si se contempla la primera concepción, se plantea en primer término la cuestión de la revolución burguesa, y sólo se trata de determinar el papel del proletariado en la misma. Sólo después quedará planteada la cuestión del período transicional hacia la revolución proletaria. Si se contempla la segunda concepción, entonces se plantea el problema de una serie de batallas, convulsiones, situaciones cambiantes, virajes abruptos, que en su conjunto constituyen las distintas etapas de la revolución proletaria. Puede haber muchas etapas. Pero en ningún caso puede implicar la revolución burguesa o ese misterioso híbrido, la revolución "popular" (...)¿Significa esto que Italia no puede convertirse nuevamente, durante un tiempo, en un estado parlamentario o en una ‘república democrática’? Considero -y creo que en esto coincidimos plenamente- que esa eventualidad no está excluida. Pero no será el fruto de una revolución burguesa sino el aborto de una revolución proletaria insuficientemente madura y prematura. Si estalla una profunda crisis revolucionaria y se dan batallas de masas en el curso de las cuales la vanguardia proletaria no tome el poder, posiblemente la burguesía restaure su dominio sobre bases ‘democráticas’".

Como vemos, Trotsky no descartaba la transición a un régimen democrático burgués. Pero denominaba a esta "transición", el "aborto de la revolución proletaria". Efectivamente, esto es lo que sucedió a la salida de la Segunda Guerra Mundial tras la traición por parte del Partido Comunista de la revolución antifascista dando origen a la democracia imperialista en Italia, Francia o Grecia.

Ya a la salida de la Primera Guerra Mundial, Trotsky refiriéndose al surgimiento de la República de Weimar en Alemania, afirma: "(...) En cuanto a la revolución alemana de 1918, es evidente que no fue el coronamiento democrático de la revolución burguesa, sino la revolución proletaria decapitada por la socialdemocracia, o, por decirlo con más precisión: una contrarrevolución burguesa obligada por las circunstancias a revestir, después de la victoria obtenida por el proletariado, formas pseudodemocráticas" [1].

Esta concepción conserva hoy toda su vigencia para analizar los distintos tipos de "transiciones a la democracia" que sucedieron a regímenes "autoritarios" a los que los marxistas denominamos "bonapartistas". Estos últimos abarcaron regímenes tan disímiles como los viejos sistemas de partido único stalinista en la esfera soviética; dictaduras personalistas como la de Franco en España, o la de Zalazar-Caetano en Portugal en los países imperialistas más débiles; o las últimas dictaduras militares como las del Cono Sur latinoamericano. En el mismo sentido de lo planteado por Trotsky (aunque en situaciones distintas), ninguna de estas transiciones fue el producto de una revolución triunfante sino de su desvío u aborto.

Esta política que iniciada a mediados de los años 70, en Portugal, España y Grecia se fue extendiendo en los 80, hacia algunos países semicoloniales y estados obreros deformados y degenerados, se fue transformando cada vez más en una de las formas privilegiadas de la política imperialista en el periodo. A estas diversas manifestaciones de su aplicación la denominaremos "contrarrevolución democrática".

Por el contrario, politólogos burgueses como Samuel P. Huntington, de la derecha norteamericana, en un libro editado a dos años de la caída del Muro de Berlín en 1989, denominan a estas transiciones, como "la tercera ola" de "democratización a fines del siglo XX". Dice Huntington: "La tercera ola de democratización en el mundo moderno comenzó de manera poco convincente e involuntaria, 25 minutos después de medianoche, el martes del 25 de abril de 1974, en Lisboa, Portugal... El golpe del 25 de abril fue el increíble comienzo de un movimiento mundial hacia las democracias (...) Durante los 15 años siguientes, esta ola democrática abarcó el mundo entero; cerca de treinta países pasaron del autoritarismo a la democracia". Huntington reduce la definición de democracia a una de tipo "procedimental" [2], que se caracteriza por "la selección de líderes a través de elecciones competitivas por parte de las personas gobernadas por ellas".

Desde las antípodas ideológicas, distintas organizaciones de izquierda, hasta algunas que se reclaman trotskistas [3], sostienen que una oleada de revoluciones democráticas recorre el mundo [4].

Con este análisis reñido con la dialéctica, estas organizaciones, confunden nada más ni nada menos que la "revolución democrática" con su opuesto, "la contrarrevolución democrática" que, por ejemplo en México adquirió la forma concreta del triunfo y legitimación, en las recientes elecciones del 2 de julio, de "la transición pactada a la democracia" del PRI-PAN-PRD, política aplicada para evitar una caída revolucionaria del priato.

Terminan así, desde la izquierda, embelleciendo la política imperialista que da lugar a formas democrático burguesas cada vez más degradadas.

Esta política que cobró un nuevo impulso como respuesta defensiva frente a la situación en la que quedó el imperialismo norteamericano luego de la derrota en Vietnam y que tuvo su "bautismo de fuego" en el aborto de la revolución portuguesa se fue volviendo cada vez más ofensiva e incluso se convirtió en el instrumento preventivo contra la emergencia de la movilización independiente de las masas contra los regímenes autoritarios deslegitimados.

Esta es la culminación del recorrido histórico de la utilización por parte del imperialismo norteamericano de las banderas "democráticas" a lo largo de todo el siglo XX para cubrir su carácter rapaz y esconder las mayores atrocidades y arbitrariedades contra las masas del mundo. Esta característica, que acompaña su emergencia, su hegemonía y su declive deviene de las condiciones particulares de su desarrollo.

Como sostiene Trotsky: "El imperialismo norteamericano es, por su esencia, despiadadamente rudo, depredatorio, en el pleno sentido de la palabra, y criminal. Pero debido a las condiciones especiales de su desarrollo, tiene la posibilidad de envolverse en la toga del pacifismo. No lo hace, de ningún modo, a la manera de los imperialistas advenedizos del Viejo Mundo, donde todo es transparente. Gracias a las condiciones especiales del desarrollo de Estados Unidos, de su burguesía y su gobierno, esta máscara pacifista parece haberse adherido de tal modo al rostro imperialista que no se la puede arrancar" [5].

Así, a principio de siglo, la emergencia de Estados Unidos como potencia imperialista, se dio bajo estas mismas banderas como mostraron los "Catorce Puntos" [6] esgrimidos por el presidente Woodrow Wilson después de la Primera Guerra Mundial. En la Segunda Guerra, el imperialismo dirimió su hegemonía con las otras potencias imperialistas como Alemania y Japón, bajo la forma de una lucha entre la "democracia" y el fascismo. Durante la segunda postguerra, Estados Unidos jugó la carta de la "descolonización" formal para terminar de liquidar las posiciones de los viejos imperialismos europeos. La campaña contra el totalitarismo de los regímenes del Este fue la justificación ideológica que acompañó la "guerra fría". Fue el instrumento que ayudó a consolidar su hegemonía bajo la cual disciplinó a sus zonas de influencia y a su propio proletariado como durante la histeria anticomunista del maccartismo, mientras apoyaba a dictaduras como las de Suharto en Indonesia. Desde los últimos 25 años, al tiempo que el poderío económico norteamericano ha retrocedido del 50% del PBI mundial a la salida de la Segunda Guerra a un 30% aproximadamente, la política de "contrarrevolución democrática" es la forma con la que los Estados Unidos intentan amortiguar la declinación histórica de su hegemonía.

Esta política fue posible, en la postguerra, gracias a un salto en la cooptación de las direcciones contrarrevolucionarias del movimiento obrero y de masas, en particular de la burocracia stalinista y su sistema de estados, los partidos comunistas y socialdemócratas y, en el mundo semicolonial, de las direcciones nacionalistas burguesas y pequeño-burguesas. Fue el rol de estas direcciones, como veremos más adelante, el que le permitió al imperialismo recuperarse de su derrota en Vietnam y pasar a una contraofensiva a partir de los años 80.

2. La revolución vietnamita: el más pírrico de los triunfos de las masas

Con la derrota del imperialismo yanqui en Vietnam éste mostró su enorme debilidad para lidiar con la revolución mundial. La resistencia heroica de las masas vietnamitas y el desarrollo de movilizaciones de masas en los EE.UU. por el regreso de las tropas, paralizó la más fabulosa maquinaria bélica de la historia propinándole la primer derrota militar al imperialismo norteamericano.

El triunfo vietnamita fue el punto más alto de la oleada obrera y popular iniciada con el "mayo francés" en 1968 que fue precedido por el inicio de las movilizaciones contra la guerra en Estados Unidos, en el año 1967. Este ascenso abarcó desde los países semicoloniales, los estados obreros deformados y degenerados hasta los países imperialistas creando la primera gran crisis del orden de Yalta y Potsdam [7]. Su combinación con el inicio de la primera revolución desde la postguerra en un país central como fue la revolución portuguesa en 1974-75 podría haber significado un salto cualitativo en el auge obrero y popular, aprovechando la debilidad de la principal potencia imperialista.

Es notorio que esta relación de fuerzas enormemente favorable al movimiento de masas, pretenda ser ignorada por una gran cantidad de intelectuales y organizaciones de izquierda. Así, por ejemplo James Petras, señala el inicio de la ofensiva neoliberal, en una serie de derrotas de las masas inauguradas con el golpe de Suharto que liquidó la revolución indonesia en 1965. Pasa por alto de este modo que diez años después, el imperialismo norteamericano sufrió la más importante derrota de toda su historia. Esta interpretación de los hechos busca quitarle la responsabilidad que le cabe a las direcciones stalinistas o nacionalistas pequeño-burguesas en este giro abrupto de la lucha de clases.

A diferencia del triunfo de la Revolución Rusa de 1917, que elevó la fuerza y la moral del movimiento obrero y de masas de todo el mundo, el triunfo de la revolución vietnamita y su extensión al resto de la península de Indochina (Laos y Camboya) se transformó, casi inmediatamente, en su contrario, esto es, en un factor adicional de desmoralización de la clase obrera mundial. Fue el triunfo revolucionario más pírrico de los procesos de la postguerra, que lejos de abrir una etapa superior de la lucha de clases en todo el mundo resultó, paradójicamente, en el preludio, pocos años después, de la "ofensiva neoliberal".

Esta situación se explica por la siguiente combinación de elementos:

En primer lugar, el carácter extremadamente deformado de los estados obreros que surgieron dirigidos por burocracias stalinistas reaccionarias y ultranacionalistas, llevó a desastres internos de proporciones como la muerte de millones de campesinos bajo el régimen de Pol Pot en Camboya y a guerras fratricidas como las de China y Vietnam y luego la de Vietnam y Camboya.

De esta manera, si al influjo del triunfo de la revolución rusa, se desarrolló una vanguardia revolucionaria que se organizó en decenas de nuevos partidos comunistas y fue fundada la Tercera Internacional en 1919 como estado mayor de la revolución mundial, el triunfo de Vietnam, por el contrario, profundizó la crisis de dirección del proletariado [8].

En segundo lugar, este proceso se combinó con la traición de las direcciones, en especial la de los Partidos Comunistas, al más grande ascenso obrero desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Estos procesos revolucionarios comenzaban a dar grandes jalones de una nueva subjetividad revolucionaria como fueron los Cordones Industriales chilenos, las Coordinadoras en Argentina, la Asamblea Popular en Bolivia y por otro lado, se expresaba en la radicalización política de amplias capas de trabajadores, estudiantes y otros sectores populares, no sólo en las semicolonias sino también en importantes países centrales como el Mayo Francés en el ‘68, el Otoño Caliente italiano en el 69, o la Primavera de Praga en la zona de influencia soviética en el 68, etc. Los aparatos contrarrevolucionarios se opusieron en forma abierta al desarrollo de este movimiento obrero revolucionario que comenzaba a surgir y a través de su política de conciliación de clases fueron los responsables directos de una serie de derrotas y desvíos que golpearon duramente al movimiento de masas.

En tercer lugar, hay que señalar que la acción de estas direcciones impidió la unidad objetivamente planteada entre la revolución semicolonial y la revolución en los países centrales como veremos más adelante.

Así, al no triunfar la revolución proletaria, desviada en los países centrales y derrotada en forma sangrienta en el Cono Sur, el imperialismo logró transformar, en el periodo, su debilidad [9] en una fortaleza estratégica relativa. Dicho sea de paso, esta situación liquida de un plumazo la visión de la burocracia maoísta de Pekín, tan en boga durante esos años, que consideraba al imperialismo como un "tigre de papel". Contra esta visión facilista, la derrota de este ensayo revolucionario de la clase obrera significó que ésta no pudo mantener sus conquistas y el inicio de retroceso en sus posiciones ganadas durante décadas. Esto le permitió al imperialismo no sólo mantener su dominio sino lanzar la llamada ofensiva "neoliberal", apoyada en la política de "contrarrevolución democrática".

3. El estrangulamiento de la revolución portuguesa: la prueba de fuego de la "contrarrevolución democrática"

La primera prueba de esta política fue el desvío mediante una contrarrevolución democrática o el aborto de la revolución proletaria en Portugal que dio lugar a una situación parecida a la del febrero ruso en 1917. La crisis de las Fuerzas Armadas producto del desgaste de la intervención contrarrevolucionaria en las colonias portuguesas de Angola y Mozambique dio origen a un sector de la oficialidad y de la suboficialidad que constituyó el MFA (Movimiento de las Fuerzas Armadas) y encabezó el golpe de abril contra la dictadura de Caetano.

Es ilustrativo el relato que hace Huntington de este proceso: "Durante los dieciocho meses posteriores al golpe de abril, Portugal fue un torbellino. Los oficiales del MFA se dividieron en fracciones conservadoras, moderadas y marxistas que compitieron entre sí... Seis gobiernos provisionales se sucedieron en el poder, cada uno con menos autoridad que sus predecesores. Se intentaron nuevos golpes y contragolpes. Trabajadores y campesinos hicieron huelgas, manifestaciones y tomaron fábricas, granjas y medios de comunicación... La erupción revolucionaria en Portugal se parecía, en muchos aspectos, a la de Rusia de 1917, con Caetano como Nicolás II, el golpe de abril como la revolución de febrero, los grupos dominantes del MFA como los bolcheviques, parecidas convulsiones económicas y levantamientos populares, y hasta la conspiración de Kornilov sería el equivalente del fracasado intento golpista del ala derecha del general Espinola, en marzo de 1975. La semejanza no pasó inadvertida para los agudos observadores. En septiembre de 1974, Mario Soares, Ministro de Relaciones Exteriores del Gobierno Provisional y líder del Partido Socialistas portugués, se encontró con el Secretario de Estado Henry Kissinger en Washington. Kissinger recriminó a Soares y a otros líderes moderados que no actuaran más decididamente para impedir una dictadura marxista-leninista.
 Usted es un Kerensky..., yo creo en su sinceridad, pero usted es ingenuo -le dijo Kissinger a Soares.
 En verdad, yo no quiero ser un Kerensky -le contestó Soares.
 Tampoco lo quería Kerensky - replicó Kissinger.
Portugal, sin embargo, se convirtió en un fenómeno diferente de Rusia. Los Kerensky ganaron. La democracia triunfó. Soares llegó a ser Primer Ministro y más tarde Presidente".

La burguesía europea, en particular la alemana a través de la socialdemocracia, conjuntamente con el imperialismo norteamericano [10], que durante años sostuvieron la dictadura portuguesa, expropiando las aspiraciones democráticas de las masas, utilizaron estas banderas para ahogar el desarrollo del proceso revolucionario y la autoorganización de las masas en lucha. La dirección de Soares encabezó la contraofensiva burguesa contra las comisiones obreras y de inquilinos que surgieron masivamente en la cresta de la resistencia de masas al abortado intento de golpe dirigido por Espinola el 11 de marzo. Pero a diferencia de la derrota del golpe de Kornilov en Rusia que permitió al bolchevismo ganar la mayoría en los soviets, como preludio de la insurrección de octubre, la dirección del MFA y el Partido Comunista portugués, lejos de la comparación establecida por Huntington, fue un obstáculo para el triunfo revolucionario. El PCP, en complicidad con un ala del MFA, organizó un putch militar de "izquierda" que le permitió a Soares desmontar el proceso revolucionario y consolidad un gobierno de la socialdemocracia.

El éxito de la contrarrevolución democrática en Portugal demuestra, como muy bien definió Trotsky que: "...El fascismo no es en absoluto el único medio de que dispone la burguesía para luchar contra las masas revolucionarias... En ausencia de un potente partido revolucionario del proletariado, la combinación de pseudoreformas, frases de izquierda, gestos todavía más de izquierda y medidas de represión puede rendir a la burguesía más servicios reales que el fascismo" [11].

El aborto de la revolución portuguesa se transformó en un triunfo del imperialismo que permitió inclinar a su favor la relación de fuerzas en Europa con consecuencias de alcance internacional. Las lecciones sacadas de este triunfo imperialista, influyeron decididamente en el éxito de la aplicación de esta misma política de contrarrevolución democrática frente al ascenso revolucionario en España luego de la muerte de Franco en 1975 bajo el influjo de Portugal. El estrangulamiento de estos procesos, aunque no terminaron de cerrar la etapa de ascenso abierta en 1968, como luego demostraría el triunfo de la revolución sandinista y la revolución iraní en 1979, permitieron liquidar el desarrollo de la revolución proletaria en los países centrales.

Esto es lo que explica que la revolución sandinista en el patio trasero norteamericano que se extendió a El Salvador y la revolución iraní que liquidó uno de los dispositivos contrarrevolucionarios de mayor importancia para el imperialismo en Medio Oriente, aunque rompieron el equilibrio regional, quedaran aisladas de los principales bastiones del proletariado mundial en los países centrales. Este elemento, junto al carácter de sus direcciones (la primera, una dirección nacionalista pequeño burguesa y la segunda un sector del clero islámico), es lo que permitió su posterior derrota y que el imperialismo mantuviera su dominio en esas zonas estratégicas [12].

4. La "contrarrevolución democrática": de una táctica defensiva a una ofensiva estratégica

Si la política de contrarrevolución democrática fue utilizada por el imperialismo como una táctica defensiva en un momento de aguda debilidad por la derrota en Vietnam, se fue convirtiendo en una ofensiva estratégica contra el movimiento de masas en los 80. Esta evolución se da en el marco del estallido de la primera gran crisis económica mundial generalizada, que marcó el fin del boom de la postguerra.

Así, la ofensiva neoliberal, que fue la respuesta burguesa a esta crisis económica mundial y que significó la pérdida de enormes conquistas del movimiento de masas, fue acompañada del método de "contrarrevolución democrática" [13].

Las democracias imperialistas y algunos regímenes democráticos en las semicolonias fueron funcionales para la aplicación de esta contraofensiva contra las masas.

Si durante la presidencia de Carter, este utilizó la bandera de los "derechos humanos" y de la "democracia" en su agenda de política exterior [14], bajo el gobierno de Reagan ésta fue una cobertura de la contraofensiva política, económica y en algunos casos hasta militar contra las masas de los países centrales, las semicolonias y los estados obreros deformados y degenerados [15].

Este cambio en la política imperialista es reflejado por Henry Kinssinger, en su libro "La diplomacia": "Carter hizo de los derechos humanos el fundamento de su política exterior, y los promovió tan intensamente, entre los aliados de los Estados Unidos, que su llamado a la rectitud ocasionalmente amenazó su cohesión interna. Reagan y sus asesores dieron un paso más allá, tratando a los derechos humanos como arma para derrocar al comunismo y democratizar a la Unión Soviética y, por tanto, como clave para un mundo pacífico..." El carácter global de esta política implica, según Kissinger que: "Los Estados Unidos no aguardarían pasivamente a que evolucionaran las instituciones libres, ni se limitarían a resistir a las amenazas directas a su seguridad. En cambio, promoverían activamente la democracia, recompensando a aquellos países que cumplieran con sus ideales, y castigando a los que no cumplieran (aún si no presentaban un desafío o una amenaza para los Estados Unidos). De este modo, el equipo de Reagan puso de cabeza las pretensiones de los primeros bolcheviques: los valores democráticos, no los del Manifiesto Comunista, serían la ola del futuro. Y el equipo de Reagan fue congruente: hizo presión sobre el régimen de Pinochet en Chile y sobre el régimen autoritario de Marcos en Filipinas a favor de una reforma; el primero fue obligado a aceptar un referéndum y unas elecciones libres, en las que fue reemplazado; el segundo fue derrocado con ayuda de los Estados Unidos". En este último caso los marines intervinieron para ayudar a consolidar el gobierno de Cory Aquino, que fue el decapitamiento de la revolución.

Llama la atención la ingenuidad de la mayoría de la izquierda respecto de los procesos de "transición democrática" frente a lo que tan claramente expresan como política las mentes más lúcidas del imperialismo.

Cabe remarcar que la utilización ofensiva de las banderas de la "democracia" por parte del imperialismo norteamericano se combinó con guerras de baja intensidad, como en el Sur de Africa [16], y derrotas ejemplificadoras como fue el caso del golpe de estado de 1981 de Jaruzelsky contra el gran ascenso revolucionario que dio origen a Solidaridad en Polonia o la derrota de Argentina en la guerra de Malvinas a manos del imperialismo anglosajón.

Estos triunfos contrarrevolucionarios crearon "poder imperial" en el mundo semicolonial y permitieron el avance de las fuerzas burocráticas restauracionistas en el Este. Fueron utilizados para reforzar una política de "contrarrevolución democrática". Así en Polonia, el golpe militar permitió descabezar el ala izquierda de Solidaridad mientras sostenía su ala moderada que, con la abierta intromisión y cooptación del movimiento por parte de la Iglesia, fueron llevando en el año 89 a los "acuerdos de la mesa redonda" entre Jaruzelsky y Walessa. El otro ejemplo de esto fueron las "transiciones a la democracia" en el Cono Sur, desde el caso menos controlado en Argentina en el 83 al más continuista en Chile en el 89.

5. Los últimos servicios prestados por la burocracia stalinista al imperialismo mundial

La emergencia de Solidaridad en Polonia, la redoblada presión imperialista a través de la "guerra de las galaxias" de Reagan y la utilización de las banderas "democráticas" por parte del imperialismo como arma contra la URSS, es lo que explica el surgimiento de la política de Perestroika y Glasnost de Gorbachov, una política de autorreforma del PCUS con el objetivo de impedir un proceso similar al polaco. Si en el plano interno éste era el objetivo del gorbachovismo, en política exterior, éste colaboró con la política de "contrarrevolución democrática" del imperialismo que permitió desmontar los llamados "conflictos regionales", con la esperanza de conseguir las inversiones de Occidente. Estos fueron los objetivos de las Cumbres periódicas entre Reagan y Gorbachov y que constituyeron los últimos servicios contrarrevolucionarios de la burocracia stalinista al imperialismo mundial.

Así, en Centroamérica el stalinismo a través de su gran agente regional, Fidel Castro, impidió la extensión de la revolución nicaragüense expresada en su célebre frase "Nicaragua no debe convertirse en una nueva Cuba" y fue encorsetando la revolución centroamericana detrás de una política de pactos como fueron, primero el de Contadora en 1984 y más tarde en 1987, el de Esquípulas.

La revolución negra en Sudáfrica que pega un salto a mediados de la década, fue conducida hacia una política de negociación, por la dirección del Congreso Nacional Africano (CNA), dirigido por Mandela, quien a cambio de algunas concesiones garantizó la supervivencia del dominio económico y de parte del aparato del estado, de la burguesía blanca. En la Cumbre de Islandia en 1986, entre Reagan y Gorbachov, éste último se comprometió a cortar la financiación a los estados "clientes" o direcciones afines del tercer mundo, como era el caso del CNA. El acuerdo de Nueva York en 1988 entre la URSS, Cuba, los Estados Unidos y Sudáfrica concluyó la guerra en Angola. En la misma reunión, la URSS manifestó su negativa a seguir apoyando la lucha armada del CNA.

Sin embargo, a pesar de las concesiones realizadas al imperialismo, la burocracia soviética por su debilidad no pudo evitar la caída del régimen de partido estado basado en el PCUS por la movilización de las masas.

Los incipientes procesos revolucionarios contra los regímenes stalinistas del 89-91, que constituyeron un embrión de revolución política fueron rápidamente desviados. La contrarrevolución democrática fue literalmente la forma que adquirió el avance de la contrarrevolución social, con el ascenso de gobiernos y más tarde de regímenes para avanzar hacia la restauración capitalista. A este resultado ayudó la política previa de Glasnost y Perestroika, que, aunque en el caso de la URSS no pudo evitar la caída del PCUS, había logrado legitimar en los años previos, a figuras como Yeltsin, esenciales para lograr el desvío de la movilización de las masas.

En términos más generales, este resultado se explica no sólo por los efectos nocivos en la conciencia y organización del movimiento de masas por décadas de dominación stalinista, sino también por una relación de fuerzas internacional desfavorable como consecuencia de los desvíos y derrotas que se fueron acumulando al final de la década, como hemos visto.

6. La derrota del "comunismo" y el triunfalismo imperialista del "mercado y la democracia"

El avance de la contrarrevolución social bajo un ropaje democrático en Rusia dio lugar al desarrollo de la ideología del mercado y la democracia como "patrones universales". Fue el punto más alto de la utilización en forma ofensiva de las banderas democráticas por parte del imperialismo para mantener su dominio. Este fue el contenido de la política exterior de Clinton que, como plantea la agencia Stratfor se basaba en el supuesto de que: "Las sociedades que están democratizadas tenderán a defender las reformas de mercado como los derechos humanos. La democracia, las reformas de mercado y los derechos humanos son conceptos que se refuerzan mutuamente".

Con esta falaz propaganda imperialista, Estados Unidos redobló la ofensiva neoliberal durante la primera parte de los 90, reforzada por la victoria militar en Irak. Bajo las banderas de la lucha contra la corrupción de los regímenes semicoloniales, se exigió la liberalización de las economías, privatizaciones, la desregulación del mercado de trabajo, entre otras medidas, que significaron una brutal ofensiva contra las masas del mundo.

Esta es la base del carácter mezquino de las "democracias burguesas" surgidas de estas "transiciones" en este período, que fueron adquiriendo rasgos cada vez más formales y retaceando las más mínimas reformas y concesiones para el movimiento de masas desde el bautismo de fuego de esta política en la revolución portuguesa. El caso extremo de la degradación de esta política fue Haití. En 1994, los yanquis, de la mano de los marines, restituyen a Bertrand Aristide como presidente electo de los haitianos que en el 91 había caído por un golpe financiado por los Estados Unidos, pero ahora como fachada de un protectorado yanqui y como ejecutor de un plan neoliberal.

7. Distintos tipos de transiciones

La sociología burguesa hace una clasificación de los distintos tipos de "transiciones democráticas" tomando en cuenta características exteriores de estos fenómenos. Analizándolas a la vez como una oleada uniforme, oculta la diversidad de estos procesos que refleja distintas relaciones de fuerza entre las clases y el rol que le cupo a las direcciones del movimiento de masas en ellos.

Desde nuestro ángulo, podemos esquematizar tres grandes tipos generales de transiciones. Desde ya que no pueden considerarse como tipos de transiciones "puros" sino que combinan distintos aspectos y se entrelazan. Estas incluyen las que denominamos "transiciones producto de desvíos de procesos revolucionarios", las "transiciones postcontrrarevolucionarias" posteriores a grandes derrotas del movimiento de masas y las "transiciones democráticas" como fachada de la restauración capitalista [17]. En esta tipología nos vamos a referir a las transiciones en los países capitalistas, por lo cual el último caso que abarca a la ex URSS y el Este de Europa no las desarrollaremos en este artículo.

A) Transiciones producto de desvíos de procesos revolucionarios:

Si como planteamos anteriormente, el éxito de la política burguesa aplicada en Portugal fue un ejemplo de cómo, gracias al rol jugado por las direcciones contrarrevolucionarias, se pudo estrangular una revolución, este recurso fue, a partir de aquí, utilizado por el imperialismo para prevenir caídas revolucionarias de los regímenes y estallidos revolucionarios abiertos. Se trataba de no llegar a Portugal. El paradigma de esta variante de las transiciones que estamos analizando fue la España post-franquista en los 70 y Sudáfrica en los ‘80. En ambos casos, la política de colaboración de clases del Partido Comunista español y la socialdemocracia por un lado, y la del CNA en el otro, permitieron el desvío de estos procesos revolucionarios a través de una política de pseudoreformas manteniendo lo esencial del régimen burgués (ver recuadros).

b) Transiciones post-contrarrevolucionarias:

El paradigma de este tipo de transiciones se dieron en el Cono Sur latinoamericano, donde el ascenso revolucionario obrero y popular fue derrotado con golpes contrarrevolucionarios que provocaron decenas de miles de muertos, desaparecidos y exiliados. Tuvieron como consecuencia, en el caso del sangriento golpe de Pinochet, una derrota histórica del movimiento obrero chileno, que dio importantes jalones de independencia de clase expresados en los cordones industriales. En Argentina, la dictadura del General Videla liquidó los mejores elementos de una generación de obreros, estudiantes y luchadores populares que protagonizaron grandes gestas como el Cordobazo, el Villazo, las Coordinadoras, etc. Sobre esta base de derrota se asentaron las "aperturas democráticas" a las que asistimos en los 80, desde la Argentina, donde la dictadura queda sin sustento por la derrota militar en Malvinas, pasando por la uruguaya y la brasilera, hasta la más continuista como la chilena basada en la fortaleza del régimen pinochetista que garantizaron la impunidad de las fuerzas represivas (ver recuadros).

8. Democracias degradadas

Comparado con el boom de la postguerra donde el crecimiento económico de los países imperialistas y algunas semicolonias prósperas permitió una mayor cooptación de amplios sectores del movimiento de masas, hecho que fortalecía la estabilidad política y social, hoy la ofensiva económica tiende a debilitar las bases de sustentación de los pactos sociales. Aunque en forma desigual entre los países imperialistas y las semicolonias, el desempleo crónico, la polarización en las clases medias entre un sector cada vez más acomodado y una mayoría pauperizada, la imposibilidad del capital de dar concesiones significativas para elevar el nivel de vida de las masas, son las bases estructurales que tienden a minar los cimientos de los regímenes democrático-burgueses.

Esto se manifiesta en una tendencia a la degradación cada vez mayor de los mismos, hasta en sus aspectos más formales. La sociología burguesa que interpreta la realidad en términos dicotómicos de "democracia o dictadura" oculta, interesadamente, no sólo el carácter de clase de ésta, sino la tendencia de estos regímenes a incorporar elementos cada vez más bonapartistas [18].

Más aun, cuando en las semicolonias, los regímenes de tipo democrático burgués que surgieron conllevan desde su origen un pacto de impunidad hacia los personeros de los antiguos regímenes dictatoriales . Los pactos de fundación de estas Repúblicas incluyeron lo que The Economist aconsejaba en 1987 a las nuevas "democracias" con respecto a su trato a los militares cuando decía "olvide los pecados del pasado o al menos no se empeñe en castigarlos" [19]. Qué otra cosa han sido las leyes de "Obediencia Debida y Punto Final y el Indulto, en Argentina, por el cual se absolvió a los militares de los crímenes del pasado, el "pacto del Club Naval" en el 84 en Uruguay, etc. O la absolución de sus crímenes a los personeros del apartheid en Sudáfrica por el solo hecho de "decir la verdad" sobre los mismos. La reconciliación con los antiguos represores fue una política general que marca, desde el origen, el carácter degradado de estas "democracias".

Esta degradación también se expresa en la transformación de los partidos políticos de tal o cual signo (derechistas o "progresistas") a los dictados de la misma fracción de la burguesía, como administradores de los negocios de los sectores más concentrados del capital, convirtiendo la competencia electoral en una farsa; la financiación cada vez más descarada de los candidatos por parte de los grandes empresarios; el creciente peso de los "grupos de presión" (o lobby) al servicio de influir a los legisladores, la "mercadotecnia" para la venta de candidatos como una mercancía más para el consumo de las masas, son solo algunos ejemplos de esta tendencia que se manifiesta tanto en los países centrales como en las semicolonias. En estos últimos se agrega la utilización frecuente de decretos presidenciales; la introducción de funcionarios no elegidos que son los que toman las decisiones que afectan a las masas como en las negociaciones con el FMI, las reelecciones como un instrumento de perpetuación en el poder, negando incluso la alternancia.

Como grafica Perry Anderson en su libro "Los fines de la Historia", discutiendo contra Fukuyama: "Hoy en día, la democracia cubre más territorio que nunca. Pero también resulta más débil, como si cuanto más universal se tornara, menos contenido real poseyera. Los Estados Unidos son el ejemplo paradigmático: una sociedad en la que menos del 50% vota, el 90% de los congresistas son reelegidos, y un cargo se ejerce por los millones que reporta. En Japón el dinero es aún más importante, y ni siquiera hay una alternancia nominal de los partidos. En Francia, la Asamblea ha sido reducida a un cifra. Gran Bretaña ni siquiera tiene una Constitución escrita. En las democracias recién acuñadas de Polonia y Hungría, la indiferencia electoral y el cinismo supera incluso los niveles norteamericanos: menos de un 25% de los votantes participaron en las elecciones recientes. Fukuyama no sugiere en ninguna parte que sea posible mejorar de manera significativa este triste escenario". Estas palabras escritas en el año 92, mantienen su vigencia luego de toda una década de avance de la ofensiva "neoliberal" contra las masas, como se ve incluso, luego de 9 años de crecimiento, en el proceso electoral en los mismos Estados Unidos [20].

La degradación cada vez mayor de las formas "democráticas", va agrietando el velo de "la democracia burguesa como la mejor envoltura del capital", que aparece frente a las masas, cada vez más, como una "democracia para ricos".

9. ¿Qué es lo qué ha permitido formas de dominio "democrático burguesas" duraderas en algunas semicolonias?

Trotsky definía, poco antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, mientras las democracias burguesas cedían su lugar a regímenes fascistas en la mayoría de los países de Europa, que "el régimen democrático solo es posible en las naciones ricas". El aumento de la desigualdad en la distribución mundial de la riqueza entre las semicolonias y los países imperialistas, la penetración de las grandes trasnacionales en las semicolonias que utilizan la mano de obra barata en la búsqueda de superganancias, la remesa de utilidades de sus firmas, el peso creciente del mecanismo de succión a través de las deudas externas de los países semicoloniales, entre otros mecanismos, junto con la explotación de la mano de obra inmigrante de sus propios países, son algunos de los elementos que le permitien al imperialismo mantener sus privilegios y darles a las democracias imperiales una base mayor de estabilidad.

Como parte de su concepción, Trotsky sostenía que en los países atrasados, que constituyen la mayoría del planeta: "La debilidad de la burguesía nacional, la ausencia de tradiciones de gobierno en las pequeñas comunidades, la presión del capitalismo extranjero y el crecimiento relativamente rápido del proletariado minan las bases de cualquier clase de régimen democrático estable" [21]. Estas definiciones han mostrado toda su validez en los casi setenta años posteriores. El carácter inestable de los regímenes democrático burgueses en las semicolonias, ha dado lugar a distintos tipos de bonapartismos sui-géneris que han sido la norma del dominio burgués. Los que en un caso se apoyaban en las masas contra la presión imperialista como fue el caso del cardenismo en México de los ’30, más tarde el gobierno del General Perón en la Argentina, o en los fines de los ’60 o principios de los ‘70 el régimen de Torres en Bolivia o el de Velazco Alvarado en Perú, etc. O en otro caso, cuando actúan como instrumentos directos del capital financiero con los métodos de la dictadura policial, como en Argentina han sido por ejemplo el golpe Libertador en el ’55, el de Onganía en el ’66 o el de Videla en el ’76, Banzer en Bolivia, etc.

Sin embargo, tomando la realidad de estos últimos 15 años en el Cono Sur latinoamericano o en el continente asiático, en países como Corea, en los que hemos asistido a la implantación de regímenes del tipo "democrático burgués", este análisis parecería verse refutado. Más aún cuando constatamos que varios de estos regímenes se han asentado y gozan de una relativa estabilidad que les ha permitido mantenerse durante un largo periodo de tiempo, como es el caso de Argentina, donde este tipo de régimen lleva más de 17 años. ¿Qué es lo que ha permitido la subsistencia de estas formas democrático burguesas?

El retroceso del movimiento obrero producto de las derrotas anteriores (como en el Cono Sur latinoamericano fueron los golpes sangrientos); los posteriores ataques del "neoliberalismo", que han fragmentado sus filas y debilitado sus fuerzas y sus consecuencias en la crisis de subjetividad del movimiento obrero y el rol de las direcciones oficiales del movimiento de masas, son algunos de los principales elementos que explican que la burguesía de estos países haya podido "darse el lujo" de utilizar formas democráticas cada vez más degradadas para mantener su dominio.

Sobre esa base se montó una gran unidad burguesa en torno al plan imperialista, reflejo de la mayor imbricación de la burguesía nacional y el capital extranjero que, en el marco de que la clase obrera fue sacada del centro de la escena por un largo periodo de tiempo, le dio mayor estabilidad relativa a estos regímenes.

Esta situación es periódicamente reforzada por el enorme disciplinamiento que significan los golpes hiperinflacionarios, la hiperdesocupación, el ataque permanente a las conquistas, etc. con que el gran capital aterroriza a la clase obrera.

En el caso del Sudeste de Asia, ha tenido lugar un cambio estructural en la fisonomía de las clases en los países más importantes de la zona como es el caso de Corea o Tailandia que de sociedades con una gran parte de población rural se convirtieron en países con una amplia (y mayoritaria en muchos casos) población urbana con una fuerte clase obrera y una nueva clase media. Este desarrollo fue el subproducto de la crisis económica internacional de mediados de los ’70, tras la cual se convirtieron en un centro de acumulación del capitalismo mundial. Este desarrollo parcial de las fuerzas productivas provocó importantes cambios en la configuración de las clases que han implicado una mayor movilidad económica y social.

El mantenimiento de formas "autoritarias" para preservar el dominio de las élites dirigentes se hizo cada vez más disfuncional, y fue necesaria la utilización de formas democrático burguesas, preventivamente, para canalizar las aspiraciones de estos nuevos actores sociales que se expresaron en reclamos y movilizaciones democráticas.

Un elemento adicional que ha permitido que en estas áreas del mundo semicolonial estos regímenes se hayan mantenido por un tiempo más prolongado, fue el desarrollo de los llamados "mercados emergentes", que surgieron en la primera parte de los ´90 que incluyeron algunos de los países a los que hacemos referencia. Esto permitió el desarrollo de un sector de clase media privilegiada, base social de estos regímenes. Este sector, diferente de la vieja clase media, ligado a las migajas de la mayor penetración imperialista, es el principal punto de apoyo de estas democracias degradadas.

Estos elementos planteados más arriba, explican por qué las formas democrático burguesas se han extendido más allá, en muchos casos, de las naciones más ricas y hayan sido, en estas condiciones, la forma más económica de mantener el dominio burgués.

10. Una bandera que se agota

Si el comienzo de los 90 con la debacle de la ex URSS y el Este de Europa marcó el cénit de la "tercera oleada" de "democratizacion", que dio lugar a una ofensiva ideológica sobre el "triunfo de la democracia y el mercado", a comienzos de este nuevo siglo el entusiasmo inicial empieza a desvanecerse.

El fracaso del camino reformista hacia la restauración en la ex URSS, y el salto en la crisis económica mundial a partir del año 97 que tuvo su epicentro en Asia comienzan a socavar las bases que permitieron el avance de la ofensiva económica bajo formas "democráticas". En este marco, la eficacia de la política de "contrarrevolución democrática" parecería comenzar a agotarse.

La intervención imperialista en el Kosovo en 1999 mostró la crisis del discurso humanitario con el que cubrió sus acciones militares en la década.

El carácter cada vez más degradado de la democracia y la tendencia de los monopolios a inmiscuirse en cada aspecto de la vida social han provocado, en los mismos países imperialistas, a movimientos de vanguardia que cuestionan su dominio, como puso de manifiesto Seattle.

Las grandes dificultades en el avance de la restauración han llevado al ascenso de un bonapartismo gran ruso que ha mostrado su carácter agresivo en Chechenia. La transición indonesa, hija del estallido económico y las jornadas revolucionarias que tiraron a Suharto muestra su carácter inestable y las dificultades para asentarse, siendo un ejemplo opuesto en los países semicoloniales, con el carácter "exitoso" y "pacífico", hasta ahora, del recambio del PRI por Fox en América Latina.

En este sentido, "la transición mexicana a la democracia", es un fenómeno tardío. Comparada con la ola de contagio, como la que tuvo lugar a principio de los 80 en el Cono Sur, las condiciones generales que estamos planteando, dificultan su asentamiento. Esto ya puede verse en las condiciones de inestabilidad de los regímenes en el área norandina de nuestro continente, donde lo que prima son los levantamientos recurrentes de las masas con la consecuencia de la debilidad extrema del régimen que ya ha llevado a varios recambios gubernamentales en Ecuador, una guerra civil abierta y la intervención creciente del imperialismo norteamericano en Colombia, los levantamientos de masas y el estado de sitio en Bolivia, fenómenos que se combinan con el intento de continuidad del bonapartismo reaccionario de Fujimori que ha llevado a protestas de masas en el día de su asunción y que se ha cobrado seis muertos, y con el bonapartismo de tipo populista como el de Chávez en Venezuela.

Estos elementos, en nuestro continente, donde el modelo "neoliberal" encuentra límites para su avance como las recurrentes oleadas de sectores del movimiento de masas, muestran una tendencia, atenuada en los países más fuertes, y agravada en los eslabones más débiles, al agotamiento de los fusibles de la "democracia burguesa".

Si esta tendencia es lo que muestran embrionariamente algunos de los fenómenos políticos y la inestabilidad de los regímenes en curso, ¿qué sucedería si la crisis económica mundial entra en una nueva etapa con el enfriamiento de la economía norteamericana en los próximos años? Esto, indudablemente, debilitará a uno de los factores que actuó como atenuante de las tensiones a las que estuvieron sometidos los regímenes en los 90, que pudieron morigerar su crisis debido al dinamismo de la economía yanki (como por ejemplo México y su salida de la crisis del "Tequila"). Un agravamiento de las condiciones económicas, con el aumento de las tensiones en el sistema internacional de estados y la irrupción de la lucha de clases abierta, desgastará aún más los fusibles de la democracia burguesa. Esto en el marco más general del debilitamiento de las mediaciones, como la liquidación del aparato stalinista mundial y el giro a la derecha de las direcciones sindicales y reformistas, que fueron esenciales para contener las tensiones.

Estos elementos, acelerarán la descomposición de la democracia burguesa y obligarán a la burguesía mundial a recurrir a otras armas más eficaces (bonapartismo o frente popular en caso de un eventual ascenso de las masas) en reemplazo de la gran "trampa democrática" que ha sido una herramienta muy útil para el imperialismo durante estos últimos 25 años.


España:

Los comunistas y socialistas de su majestad

En 1975, el régimen del moribundo Franco se encontraba arrinconado. El capitalismo español entraba en una profunda conmoción, producto de la crisis mundial. Las luchas obreras estaban en acenso; la muerte de Franco había planteado el grave problema de la sucesión; la burguesía se agitaba en medio de una aguda crisis de dirección atrapada entre la intransigencia del "bunker" (los partidarios acérrimos de Franco) y el acenso del movimiento de masas. A pesar de la recesión, se veía obligada a postergar toda medida económica importante. En este marco, las direcciones del PSOE y el PCE (*), le permitieron al rey Juan Carlos y a Suarez (funcionario de la dictadura franquista), hacer la transición del régimen desde Franco a la democracia parlamentaria, centrada en torno al ejército, el aparato represivo heredado del franquismo y la monarquía.

Así, la reforma del franquismo se realizaría en dos actos. Primero, permitiendo la reforma política y luego firmando el Pacto de La Moncloa, en octubre del 77, donde estas direcciones aceptaban la política de austeridad económica.

El caso de España muestra, en medio de una gran crisis económica y de ascenso de masas, el rol esencial de las direcciones reformistas y su política de colaboración de clases para garantizar la supervivencia del régimen burgués. El carácter acelerado de la transición que se dio en cerca de tres años, refleja estos elementos.

(*) Las luchas de masas obligaron a efectuar algunas readecuaciones, pero ambas partes -el gobierno de Suarez y las direcciones reformistas del PSOE y el PCE- buscaban el mismo resultado: evitar un enfrentamiento para salvar al régimen burgués.
En cada etapa crítica el PSOE y el PCE, ampliaron su política de colaboración de clases. En septiembre del 76, la "oposición democrática", incluía a casi todos los partidos de oposición. Las direcciones burocráticas trataron de atomizar la oleada de huelgas que se extendió enormemente a fines de 1976. A través de sus negociaciones directas con Suarez, el PC y el PSOE facilitaron la primera victoria política de la monarquía con el referéndum de la ley de reformas en diciembre del 76.
Las elecciones de junio de 1977, en las que la UCD (partido del que Suarez formaba parte), obtuvo la mayoría de los votos, fortaleció la posición del gobierno. Pero los resultados también reflejaron la magnitud de las movilizaciones proletarias. En los grandes centros industriales los partidos obreros (que estuvieron ilegalizados durante el franquismo), ganaron una amplia mayoría. En el otoño de 1977 se intensificó la oleada de huelgas. El pacto social se convirtió en el objetivo número uno de la burguesía. Las direcciones burocráticas aceptaron y firmaron el Pacto de La Moncloa en octubre del 77.


Sudáfrica:

Gatopardismo negro para salvar el poder blanco

Como anticipamos anteriormente, un modelo similar se aplicó en la década de los ‘80 en el intento de evitar que se desarrollara la revolución negra en Sudáfrica. La movilización y actividad de la clase obrera negra se había intensificado tanto que no podía contenerse utilizando sólo la represión. Comenzaba a amenazar el dominio de la burguesía blanca(**). El imperialismo norteamericano había tomado nota de que la situación no se podía mantener como antes. El gobierno de EE.UU. ejerció una fuerte presión sobre el gobierno de De Klerk y otros representantes de la clase dominante blanca para forzarlos a aceptar algún tipo concesiones como la de un "gobierno de la mayoría" (negra) con importantes condicionamientos. El acuerdo alcanzado entre De Klerk y la dirección del Congreso Nacional Africano (CNA), fue el de formar un gobierno de compromiso con representantes de todos los partidos, encabezado por Mandela. No sería hasta las elecciones de 1999 que se levantarían las restricciones. La dirección del CNA, especialmente Mandela, aceptó hacer un acuerdo con la clase dominante blanca a cambio de su integración a esta. Ellos aseguraron que nada fundamental cambiaría. Los dirigentes del CNA, por su parte, se comprometieron a la aceptación de la aplicación de políticas de ajuste, del dominio del gran capital blanco, a que ninguna acción sea tomada contra los responsables de los crímenes contra las masas en el pasado, etc. En otras palabras, aceptaron una completa entrega, a cambio de la liquidación de aspectos formales del apartheid, sin la cual la transición no se hubiera podido lograr.

(**) Zach de Beer, ejecutivo de la gran corporación Anglo-American comprendiendo este peligro en 1996, alertaba: "Todos nosotros comprendemos que los años del apartheid han causado que muchos negros rechacen tanto el sistema económico como el político. Pero no podemos permitir que el chico de la libre empresa sea arrojado con el agua sucia del apartheid". (Financial Times, 10-6-1986).


Argentina:

El bipartidismo y la "operación rescate"de las Fuerzas Armadas

En Argentina, la recuperación de las luchas obreras y el descontento de las clases medias, fueron dejando sin sustento a la dictadura. La derrota militar en Malvinas a manos del imperialismo anglo-yanqui terminó de quitarle todo punto de apoyo. Abrió una crisis revolucionaria que fue rápidamente cerrada primero por el gobierno interino del General Bignone, sostenido por la Multipartidaria (donde estaban representados todos los partidos de oposición, incluido el Partido Comunista), y un año y medio más tarde por las elecciones de octubre del 83 que le dio el gobierno al dirigente del radicalismo, Alfonsín, partido que había apoyado abiertamente el golpe de Videla. En este resultado influyeron decisivamente los efectos que perduraban de la derrota anterior de la clase obrera y el pacifismo que se impuso como consecuencia del triunfo imperialista, que impuso dobles cadenas sobre el país. La doble crisis de las FF.AA. por el rol en la represión y por la derrota militar, que se expresó, en los primeros años con el encarcelamiento de las Juntas y otros represores, los planteamientos militares y las movilizaciones contra el genocidio, fue cerrada por el régimen bipartidista del PJ y la UCR.


Chile:

La "democracia" blindada

En este caso, la transición se hizo sobre la base de la constitución pinochetista de 1980. Esta garantizaba la perpetuidad del poder militar durante el gobierno civil, expresado en la continuidad de Pinochet en la conducción del ejército, la existencia de senadores designados que bloqueaban todo cambio constitucional, como los puntos más importantes.

La base de esta salida tan bonapartista fue la derrota del ascenso contra la dictadura que comenzó en el 1983 y llegó hasta el 86, dando lugar a una gran cantidad de huelgas obreras, jornadas nacionales de protestas, etc. La derrota de esta oleada profundizó las consecuencias nefastas que tuvo para las masas la derrota de los 70. El descontento con el régimen fue canalizado posteriormente hacia el plebiscito de 1988 sobre el sí o no de la continuidad del gobierno de Pinochet que legitimó la constitución del 80. La derrota del "Sí" permitió la asunción del demócrata cristiano Aylwin, iniciando el ciclo concertacionista, que preservó los "logros" económicos y la impunidad de la institución militar de conjunto.


México:

La última perla de las "transiciones democráticas" al servicio de la corona yanqui

El triunfo de la transición mexicana tiene un carácter mucho más preventivo ya que no es producto directo de la expropiación democrática de un ascenso de masas. En este marco, a lo largo de su desarrollo, la transición mexicana, combinó elementos de los procesos que esquemáticamente hemos abordado.

Los primeros intentos de autoreforma del priato se dan a mediados de los 70 "en frío", sin una derrota de tipo histórico, sino como una consecuencia del ascenso estudiantil que terminó en la matanza de Tlatelolco. Esto se acelera con el avance de la penetración imperialista durante el gobierno de Lamadrid. El fraude en 1988 señala el fracaso de este primer intento de autoreforma y el surgimiento de un movimiento democrático de masas. Sólo el carácter traidor del cardenismo permite que este régimen profundamente deslegitimado adquiera una sobrevida con el asentamiento del salinato. Sin embargo, la irrupción campesina en el 94, apoyado por un amplio movimiento de solidaridad con Chiapas en las ciudades, y luego la crisis del "tequila" obliga al régimen a orientarse hacia una política preventiva, apoyándose en el PRD y en el EZLN como su pata izquierda. Primero, como un nuevo impulso de autoreforma del priato y luego, más claramente, a partir del 97 con el triunfo de Cárdenas en el DF, como "transición pactada a la democracia" del PRI-PAN-PRD. La recuperación económica y la ausencia de un ascenso de masas (*) lleva esta transición hacia la derecha como demuestra el triunfo de Fox. A lo largo de todo este proceso, los Estados Unidos jugaron un rol esencial, comparable, de cierta manera, al rol de bonaparte jugado por el rey Juan Carlos en la "transición" de España.

Pero, a pesar de su carácter preventivo, las enormes tareas que deberá afrontar para consolidarse lo emparentan, en algunos aspectos, a la transición rusa. Desde el punto de vista estructural y de su propia génesis tanto en México como en la ex URSS es necesario desmontar una enorme estructura burocrática de control de las organizaciones del movimiento de masas en la que se asentó durante décadas el régimen priísta. Esto con todas las diferencias, ya que en un caso se trata de llevar adelante una contrarrevolución social y en el otro de asentar el dominio de la burguesía mexicana sobre las bases de un régimen burgués más estable, cuestión que con la legitimación lograda por el triunfo de la "transición pactada" dio un gran paso adelante.

(*) La huelga de los estudiantes de la UNAM, que se mantuvo por más de un año, fue el único intento serio, por izquierda, que enfrentó la "transición pactada". La virulencia de todos sus agentes contra la huelga, desde el derechista Fox hasta el centroizquierdista PRD e incluso del subcomandante Marcos junto a los intelectuales orgánicos del régimen, demuestra que la lucha del CGH tenía la potencialidad de cuestionar el carácter reaccionario de conjunto de esta transición. El apoyo que esta huelga despertó en sectores de trabajadores, las enormes movilizaciones democráticas frente a la represión a las que dio origen muestran que este proceso adelantó las importantes contradicciones que el nuevo gobierno de Fox tendrá que enfrentar para asentarse.

 

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