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Soviet y partido
por : Matias Maiello

07 Feb 2013 | En Prensa Obrera, Christian Rath ensaya una respuesta a nuestra crítica a Jorge Altamira. En aquella ocasión cuestionábamos la liviandad con que Altamira descartaba como problema el tipo de “arquitectura institucional” y la manera en que se tomaban las decisiones al momento de definir la dictadura del proletariado por fuera de la experiencia del (...)

En Prensa Obrera, Christian Rath ensaya una respuesta a nuestra crítica a Jorge Altamira. En aquella ocasión cuestionábamos la liviandad con que Altamira descartaba como problema el tipo de “arquitectura institucional” y la manera en que se tomaban las decisiones al momento de definir la dictadura del proletariado por fuera de la experiencia del siglo XX. De más está decir que la misma incluyó la dictadura bonapartista de Stalin -continuada por los burócratas de turno- que llevó a la liquidación del primer Estado Obrero de la historia, o la gran revolución china de 1949 que vivió desde su nacimiento bajo la bota de un partido-ejército que concluyó entregándose al imperialismo.

La democracia obrera, bien gracias

La respuesta de PO reafirmando aquella liviandad no deja de ser llamativa. Rath nos dice que “la dictadura del proletariado puede asumir diferentes formas”, cabría preguntarle cuáles. El siglo XX dejó planteado dos tipos de régimen opuestos: aquel basado en los organismos de autoorganización de las masas como los Soviets, el modelo de la III Internacional conducida por Lenin y Trotsky, o dictaduras bonapartistas donde una casta burocrática parasitaba las bases sociales del Estado Obrero. Insólitamente, Rath discute “soviets sí o soviets no” como si estuviéramos en la Comuna de París o en 1905.

En nuestro artículo preguntábamos ante el planteo de Altamira: “en relación al partido revolucionario ¿mediante qué instituciones gana y mantiene la dirección del conjunto de la clase, con qué mecanismos?”. Rath nos dice que debido a que la función de la dictadura del proletariado es la destrucción del poder de la burguesía no cabe hablar de democracia obrera hasta que se extingan las clases sociales, lo contrario sería “democratismo”. Lo cual como es obvio resulta ridículo porque sin clases no hay clase obrera ni Estado, ni tampoco se puede avanzar en la extinción del Estado sin democracia obrera. De este modo parece que no podríamos hablar de democracia obrera nunca.

Ni Lenin, ni Trotsky, oponían el carácter despótico de la dictadura del proletariado respecto a la burguesía con la democracia obrera respecto a la clase trabajadora y sus aliados, sino que ambos elementos los consideraban complementarios e indisolublemente ligados para avanzar en la extinción del Estado. Repetimos una vez más la definición de Lenin donde señala que las dictaduras del proletariado basadas en Soviets (o el nombre que adquiriesen las instituciones “de tipo soviéticas”) “todas ellas significan y son precisamente para las clases trabajadoras, o sea para la inmensa mayoría de la población, una posibilidad efectiva, real, de gozar de las libertades y los derechos democráticos, posibilidad que nunca ha existido, ni siquiera aproximadamente, en las repúblicas burguesas mejores y más democráticas” [1].

Siguiendo el razonamiento de Rath podríamos concluir: ¡Lenin es un vulgar “democratista”! y por qué no también un rastrero “movimientista”. Una conclusión, por cierto, suficientemente extravagante para dejar claro lo absurdo del planteo.

Una vez más sobre táctica y estrategia

Saludamos que PO reconozca que “es propio de cretinos negar el papel de los soviets o consejos obreros en los procesos revolucionarios”. Es un primer paso, pero a la hora de dar el segundo, Rath ya no parece saber bien dónde apoyarse.

Lamentablemente para la discusión hay que empezar de muy atrás. ¿Qué es una organización de tipo soviética desde el punto de vista táctico para un partido revolucionario? La forma organizativa de un frente único de masas.

¿En qué consiste el frente único desde el punto de vista táctico? En “golpear juntos y marchar separados”, es decir, unidad de acción de diferentes sectores y tendencias de la clase obrera (reformistas, centristas, y revolucionarias) para determinados objetivos mientras que el partido revolucionario continúa la lucha de tendencias por su programa. Si tomamos como ejemplo la Revolución Rusa de 1917, los Soviets como organización de masas toman sus banderas de la revolución de febrero: paz, pan y tierra.

¿Qué virtud estratégica tiene la táctica de frente único? Que permite acelerar la experiencia de las masas con sus direcciones tradicionales y potenciar la influencia del partido revolucionario para conquistar la mayoría de la clase obrera y hegemonizar a los aliados, a través de la acción común que pone a prueba programas y estrategias. Así fue que los bolcheviques en la revolución rusa mientras fueron minoría tuvieron una política de exigencia hacia la dirección de los soviets de que tomasen el poder (bajo la consigna “todo el poder a los soviets”) hasta que pudieron finalmente conquistar la mayoría entre las masas de obreros y soldados en septiembre.

¿Cuál es el mejor organismo de autoorganización en determinado momento desde este punto de vista? El que es capaz de expresar más eficazmente la evolución de la experiencia de las masas. Volviendo al ejemplo de Rusia, una vez que los bolcheviques obtuvieron la mayoría entre las masas, fueron los comités de fábrica los primeros que la reflejaron, también se expresó en los Soviets de Petrogrado y de Moscú donde los bolcheviques conquistaron la mayoría, sin embargo, aquella mayoría no se plasmaba en la dirección del nacional de los Soviets, que había sido votada a mediados de año y no se volvió a elegir hasta la insurrección de octubre.

Dicho esto, podemos ver claramente el formalismo de Rath respecto a la relación entre partido y soviet en la serie de contraposiciones que realiza. Primera contraposición. Nos dice: “Lenin no pidió permiso a los soviets para tomar el poder en 1917”. Lo que no menciona es el detalle de que los bolcheviques ya contaban con la mayoría. Lenin no le “pide permiso” a la conducción nacional de los soviets (o lo que es más preciso: deja de levantar una política de exigencia de que tomen el poder) porque a partir de septiembre ésta no era más que una dirección residual que ya no tenía la representación de las masas. Así fue que el II Congreso de los soviets de toda Rusia, que se reunió durante la insurrección, tenía una mayoría de los bolcheviques, donde éstos a su vez contaban con el apoyo del ala izquierda del partido campesino que se había fracturado en la víspera. Segunda contraposición: “El papel revolucionario de la organización soviética no está dado por su transparencia representativa, sino por su papel transformador”. Esto es ridículo. Justamente el papel transformador del soviet tiene directa relación con su “transparencia representativa”, ya que es gracias a ella que los revolucionarios pueden conquistar la mayoría y lograr que ésta se exprese rápidamente. Este último elemento, el tiempo, es fundamental ya que en una revolución los días o las semanas son equivalentes a años o décadas en la conciencia de las masas. Tercera contraposición: “La subordinación del partido a los llamados organismos de clase (sean soviets, consejos o lo que fuera) caracteriza al democratismo y al movimientismo”. Esta definición no sólo es antimarxista sino apolítica. Lo que caracteriza al democratismo y al movimientismo no es subordinarse a un “llamado organismo de clase” sino el abandono de la lucha por su estrategia y su programa y la subordinación a los otros partidos. De lo contrario los bolcheviques hubieran sido democratistas y movimientistas respecto al Soviet nacional hasta septiembre de 1917, es decir, mientras estuvieron en minoría. Lo que equivale a plantear que no tendrían que haber peleado como lo hicieron por conquistar la influencia sobre la mayoría de la clase obrera.

El verdadero “democratismo”

Esto nos lleva a retomar lo que señalábamos al final del artículo anterior: el pasaje del PO del programa de “gobierno obrero” al de “gobierno de izquierda” con la coalición Syriza en Grecia, donde PO justamente no propone subordinarse a ningún “llamado organismo de clase” sino a una dirección política pequeñoburguesa.

El democratismo no es luchar por una dictadura del proletariado basada en los soviets que al tiempo que sea despótica frente a la burguesía y la expropie se proponga garantizar la mayor democracia para los trabajadores sino, por ejemplo, pretender que un gobierno encabezado por una organización pequeñoburguesa “de izquierda” que gane las elecciones parlamentarias puede representar un paso adelante hacia un “gobierno obrero”.

Mal que le pese a Kautsky, y a pesar que Rath no repare en ello en todo su artículo, el marxismo se encargó de criticar cualquier concepto de “democracia” que no haga referencia a su contenido de clase. Efectivamente hay “democracia obrera” y “democracia burguesa”, las cuales tienen un contenido muy distinto.

Lo cierto es que PO, en las reiteradas polémicas sobre estrategia que hemos tenido, nunca se dignó a explicitar a través de qué organismos se propone conquistar la mayoría de la clase obrera y la hegemonía sobre los aliados para tomar el poder.

Como suele decirse, la política no soporta el vacío. En el régimen burgués lo que no se llena con estrategia y programa revolucionario, se tiende a llenar con electoralismo y “gobiernos de izquierda”.

 

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