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Análisis y opinión - Diarios de México
06 Nov 2006 |

Rebelión general

Víctor Flores Olea [1],
El Universal

La protesta se convierte en rebelión y la rebelión localizada en rebelión generalizada. Sería largo examinar sus causas variadas, pero allí está la pobreza que afecta a más de 50% de la población, la insultante concentración de la riqueza, la carencia de trabajos que expulsa al norte a más de medio millón de mexicanos al año (muchos de ellos oaxaqueños).

¿Y no está allí el descomunal atropello de las últimas elecciones, en las que no faltó durante meses el diario sermón ilegal de Vicente Fox contra AMLO, y la propaganda negra del equipo de Felipe Calderón, y la intervención de los empresarios que gastaron el dinero a manos llenas para desprestigiarlo, y después las más que dudosas decisiones del IFE y del TEPJF? Frente al atropello de la fuerza y el silencio de sus demandas, cada vez más compatriotas optan por la única salida que ven entreabierta, y que quisieran abrir más: la de la protesta enérgica y aún la de la rebelión, que por el desprecio de muchos funcionarios corre el riesgo de dispersarse y amplificarse en el país.

Durante cinco meses el gobierno federal guardó silencio ante las demandas del magisterio y de la APPO para "no contaminar" las elecciones, es decir, para no favorecer a López Obrador. Silencio sepulcral sobre todo respecto a una exigencia: la salida del "gobernador" Ulises Ruiz. Pero no, el gobierno federal se ha dejado intimidar por el chantaje del PRI y envía a Oaxaca a su PFP, que los mexicanos comienzan a ver sólo como un nuevo disfraz de las Fuerzas Armadas, en la versión que se quiera.

Para los humillados y ofendidos ¿cuál es la situación real? Vicente Fox remata el mutis que inició el primer día de su sexenio, se refugia en el "alto vacío" de sus palabras y esa oquedad convierte en triviales los gestos de sus colaboradores. Felipe Calderón llega tímido por la puerta trasera y no se atreve siquiera a decir esta boca es mía, cuando el problema abierto por sus antecesores le rebotará inevitablemente amplificado.

¿Y los partidos políticos? En su chantaje de papel, y en su defensa de Ulises Ruiz, el PRI acaba de destruirse, baja al abismo y muestra la diminuta personalidad, microscópica, de sus dirigentes actuales. El PAN procede como acorralado, sin imaginación política y contribuye a terminar con la mínima esperanza (poca) que florece sexenalmente cuando el cambio de todo gobierno. Pero no, la clase política, con la excepción del PRD, apoya incondicionalmente a ese bárbaro inmoral y manipulador (hasta el asesinato), el llamado "gobernador" Ulises Ruiz. Es increíble que se lleve al país a tales extremos para cubrir la cínica picardía de un personaje como éste.

El envío de la PFP a Oaxaca inevitablemente asume el rostro de la provocación. Parecía al principio que sería "limpia" la maniobra, pero ¿qué no se sabe que entre ánimos caldeados la presencia de las armas conduce necesariamente a su utilización? ¿Y más si se trata de rumbos universitarios? Vicente Fox sale del escenario entre silbidos del respetable y manchado de sangre, igual que Calderón arriba entre el repudio y su silencio sobre esas manchas. ¿O "no me tiemblan las manos" significa que las asume y está inclusive dispuesto a extenderlas?

El hecho trágico es que muchos mexicanos sienten ya que no conducen a nada las movilizaciones y las demandas por la vía pacífica. Al contrario: ven que fatalmente se estrellan en los escudos, en las botas, en los gases lacrimógenos, en las tanquetas de la PFP. A tal punto hemos llegado: la mentira y la simulación como formas de hacer política, en el más absoluto olvido de las palabras y de la responsabilidad de las conductas.

En el "viejo régimen" el presidente todopoderoso pedía renuncias e impartía a voluntad premios y castigos; ahora, en el tiempo de la "democracia", los gobernadores se erigen en caciques sin que nadie los llame a rendir cuentas. De allí la burla de Ulises Ruiz a los "exhortos" de las cámaras de Senadores y Diputados para que "tenga a bien" dejar el cargo. ¿No se ha encontrado otro medio político para que Oaxaca se libere de ese señor, que en su provocación ha dejado una estela de sangre en las calles de la capital?

Algunos dicen que la solución no consiste en la salida de Ulises Ruiz. Claro que no se resolverían "todos" los problemas de Oaxaca, ancestrales la mayoría, pero ayudaría a iniciarse el desenredo de la madeja. Lo que es urgente porque de Oaxaca muchos de nuestros compatriotas, sobre todo los más jóvenes, sacarán sus conclusiones: dirán que sus reclamos, ni recibidos ni procesados por una vía institucional eficaz (y decente), sólo alcanzarán curso por la vía armada y violenta. Lo que resultará de Oaxaca es el esparcimiento de los problemas del país, a otro nivel y con otra calidad, posiblemente. Y tal será una de las responsabilidades mayores de los lamentables "actores" tragicómicos que hemos visto en este drama.


Oaxaca: falta de visión

Manuel Camacho Solís [2], El Universal

La derecha y el autoritarismo se salieron con la suya. Finalmente, el presidente Fox ordenó la intervención de las fuerzas federales en Oaxaca. Como era previsible, y así se argumentó en estas páginas, el uso de la fuerza no podría tener un saldo blanco ni resolvería por sí el problema político del estado. Después del júbilo inicial que llevó al régimen a considerar que el problema estaba liquidado y que su acción despejaría la entrada del nuevo gobierno, ahora tendrán que volver a hacer sus cálculos: ¿más represión o más política? Con un agravante: hay muertos, desaparecidos y heridos de por medio.

El manejo errático del conflicto demuestra que no hay estrategia. No hay una visión sobre lo que es importante en términos de lo que deberían ser las prioridades del momento. En ninguno de los tres asuntos que parecen más trascendentes para la entrada del nuevo gobierno parece haber la debida claridad sobre lo que se quiere y cómo lograrlo. No la hay respecto a Oaxaca, ni sobre el trato que se le debe dar a AMLO, ni en lo que toca a las mayores dificultades que se vislumbran en la relación bilateral con Estados Unidos. No hay visión sobre la cuestión social, el conflicto político o la mayor dificultad que se aproxima en la economía y en la relación bilateral.

Se pretende gobernar como si no hubiera un problema de legitimidad. No se está pensando con seriedad en la necesidad de armar un acuerdo político mayor que reduzca las tensiones sociales y encauce los conflictos políticos. Lo que domina la política son los viejas reacciones pavlovianas del régimen autoritario: complicidad con quienes se van, adulación al que viene, manipulación primitiva de los medios a favor del régimen, distracción y legitimación externa, lucha por los cargos públicos y preparación de los nuevos negocios. Todo, como si no hubiera asuntos importantes que atender.

El manejo de los tiempos y los movimientos en Oaxaca ha sido desastroso. Se esperaron meses para reconocer que era un problema nacional. Si iban a reprimir, perdieron la oportunidad de la sorpresa. Si iban a negociar, se pusieron en manos del gobernador, en vez de haber manejado ellos la iniciativa, cuando tenían los instrumentos para disciplinarlo. Se quedaron pasmados y quemaron infructuosamente su carta de la desaparición de poderes. Ahora Fox deja el gobierno con un expediente sangriento y Calderón empieza atrapado por el autoritarismo. La situación de Oaxaca es suficientemente grave, en sí, como para que el Presidente tuviera que cancelar su viaje al exterior y para que Calderón tuviera que instalar un cuarto de estrategia para darle seguimiento y prepararse para lo que viene en la política interna, cuya sustancia es hoy mucho más compleja que la experiencia que él tiene en asuntos legislativos o en la administración pública.

No parece haber suficiente conciencia de las consecuencias de los cambios que pueden ocurrir en Estados Unidos y en la economía. La posibilidad de que ganen los demócratas en la Cámara de Representantes e incluso en el Senado, y sobre todo las causas que han cambiado el estado de ánimo de los electores (fracaso en Irak) o los anticipos de menor crecimiento, presagian cambios importantes en ese país. Una redefinición sobre su presencia en Irak traerá consecuencias mayores. Una disminución del crecimiento en su economía, aunque no afecte mucho al mundo por el crecimiento de Asia, sí afectará a México.

Pero aquí nada cuenta. Al 1 de diciembre se le ve como que "será divertido". A la represión en Oaxaca, como que era necesaria y que, con ella, se arregla el problema. A la falta de sensibilidad para reformar un régimen que ha perdido legitimidad, como algo innecesario. Al entorno externo más difícil, como que es aún lejano. Falta visión. Lo que cuenta es el aquí y ahora de la distribución de los negocios y los cargos públicos. En un momento de mayor dificultad, la falta de visión y de estrategia puede ser decisiva. Ya lo está siendo.


Oaxaca contrainsurgente

Carlos Fazio, La Jornada

Lo que comenzó en Oaxaca como un problema gremial protagonizado por la sección 22 del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, en mayo pasado, se transformó luego en un problema político que el gobierno de Vicente Fox derivó en un asunto de seguridad nacional. De manera somera, la génesis del conflicto es fácilmente identificable: ante la respuesta represiva del gobierno local encabezado por Ulises Ruiz contra el plantón de los maestros en huelga (14 de junio), con saldo de 92 heridos, y la acumulación de agravios, surgió un amplio movimiento social representado por la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (21 de junio). La emergencia de la APPO prendió focos rojos en el bloque dominante, que vio desafiada su hegemonía e intereses.

Pese a sus contradicciones y matices, la alianza de los gobiernos de Oaxaca y federal, en el plano político, se expresó en un desaseado amasiato entre los partidos Acción Nacional y Revolucionario Institucional. Y a nivel represivo exhibe dos características principales. Por un lado, el gobernador Ruiz recurrió a la acción coercitiva y violenta del aparato de seguridad del Estado, y cuando éste fue desbordado por la férrea resistencia civil pacífica de los integrantes del magisterio y de la APPO, puso en práctica una acción paralela, clandestina, estatal, vía la paramilitarización del conflicto.

El uso de sicarios y escuadrones de la muerte por parte del Estado -con elementos que sufren una suerte de desdoblamiento funcional, cumpliendo tareas policiales durante su jornada laboral, y aprovechan la nocturnidad para convertirse en patota que sale a matar brigadistas en las barricadas- se aparta de toda legalidad formal e incorpora elementos propios de la guerra sucia que, a su vez, la asimilan al terrorismo de Estado. Una de las características del Estado terrorista es el ocultamiento de su accionar. Por ello, grupos operativos (como los que asesinaron a varios maestros oaxaqueños y al camarógrafo estadunidense Bradley Roland Hill, de Indymedia) no se identifican, sus brazos ejecutores visten de civil, las autoridades niegan su acción o procedimiento y buscan ocultarlos o legitiman la muerte de opositores criminalizando a las víctimas al presentarlas como "violentas" o "subversivas", que forman parte de una "guerrilla urbana".

Por otro, al intervenir en el conflicto, el gobierno de Vicente Fox -en consulta con su impuesto sucesor, Felipe Calderón-, optó por una salida militar de tipo contrainsurgente. No otra cosa fue el desembarco de helicópteros, tanquetas antidisturbios y cuerpos de elite de la Marina de Guerra en Huatulco y Salina Cruz, el 30 de septiembre, así como el sobrevuelo de aviones y helicópteros del Ejército, la Armada y la Policía Federal Preventiva (PFP) sobre la capital oaxaqueña, entre ellos una nave espía Schweizer dotada de alta tecnología (sistemas de grabación, rayos infrarrojos y visión nocturna).

No se trató, entonces, de una simple "acción militar disuasiva", que intentaba enviar a la APPO y a la sección 22 un mensaje inequívoco: rendición en la mesa de negociaciones o intervención, según manejaron "expertos" en asuntos de seguridad. Tampoco, dado el volumen de la tropa y el sofisticado equipo castrense, se movilizó a esos elementos para ejecutar una operación tipo "quirúrgico". El plan era otro. Pero los distintos cuerpos de inteligencia (Ejército, Marina, Cisen) alertaron a las autoridades nacionales que Oaxaca no era Atenco. La rebelión popular en ascenso dibujaba un escenario posible con muchos muertos, en un país polarizado políticamente, lo que abría la posibilidad de que se desencadenara un efecto gelatina, que derivara, a su vez, en un eventual estallido insurreccional. Eso hizo abortar el operativo.

No obstante, el 28 de octubre, arrinconado por las circunstancias y cediendo a las presiones de Calderón y los poderes fácticos, el presidente Fox decidió que los representantes gubernamentales abandonaran de manera unilateral la mesa de diálogo en la Secretaría de Gobernación y, tras desoír la propuesta de una tregua de 100 días sugerida por Servicios y Asesoría para la Paz (Serapaz, la organización civil que encabeza el obispo emérito Samuel Ruiz), ordenó una operación de desalojo en la capital oaxaqueña, de tipo limitado.

Si bien es cierto que durante la recuperación de lugares estratégicos en la ciudad de Oaxaca (29 de octubre) y en el curso de la batalla campal que se produjo en el intento de copamiento de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca (2 de noviembre) hubo muertos y heridos, la policía militarizada (PFP) y los cuerpos especiales, de inteligencia y táctica, del Ejército y la Armada que participaron en las escaramuzas no tenían orden de tirar a matar y/o aniquilar al adversario.

Con su torpe decisión, Fox dio un virtual apoyo al gobernador Ruiz y sus aliados del PRI, y de paso identificó a la resistencia civil pacífica, protagonizada por amplios sectores sociales oaxaqueños, como el "enemigo interno" a vencer. A partir del accionar represivo instrumentado por los gobiernos federal y estatal, Oaxaca, como antes Chiapas, conforma hoy un Estado militarizado de tipo contrainsurgente. Reina allí un estado de excepción, estructurado sobre una base pública, a la vez clandestina y terrorista, que busca, mediante el ejercicio de la violencia institucional (de poder-fuerza), la desarticulación del movimiento social y una aceptación ciudadana y un consenso forzados, afines a "la ley y el orden" formales del bloque de poder dominante.

Con una agravante: la humillación sufrida por la PFP y otras fuerzas coadyuvantes en la fallida toma de Ciudad Universitaria podría alentar una venganza. Según los códigos de "la sociedad del honor" que rige aún en el arcaico sistema político mexicano, una nueva acción de escarmiento ubicaría al país en el peor de los escenarios posibles y abriría el camino hacia un proceso de fascistización del Estado.


El Estado en coma

León Bendesky, La Jornada

El Estado mexicano parece estar en coma, ese estado que se describe como patológico, caracterizado por la pérdida de la conciencia, la sensibilidad y la capacidad motora voluntaria (diccionario de la RAE). El gobierno de Vicente Fox, que se ufana tanto de los cambios que supuestamente ha provocado, en realidad ha llevado a un punto máximo la decadencia del sistema político, del modo en que se gobierna y del sentido de lo que es el Estado, su capacidad de acción y su responsabilidad.

Después de la experiencia electoral del año 2000, de seis años de gobierno foxista -que están por terminar de la peor manera posible- y de los conflictos políticos y electorales de los últimos dos años, habrá que revalorar seriamente los derechos que tienen los ciudadanos y admitir abiertamente la esencia tan frágil de la democracia en el país y, más que nada, su descomposición.

La gestión de gobierno de Fox inició con la incapacidad de negociar con las comunidades la expropiación de más de mil hectáreas para construir el nuevo aeropuerto de la ciudad de México. La rebelión que se produjo en Atenco, con los machetes, se volvió el signo de una relación de gobierno que desde Los Pinos sólo se ha sabido llevar del modo más autoritario y violento. El enfrentamiento volvió como un fantasma en 2006, cuando los pobladores fueron salvajemente reprimidos por la policía federal y la del estado de México.

La disputa con el ex jefe de Gobierno del Distrito Federal marcó, igualmente, la estrecha manera de entender la función de gobierno y de ejercer el mando del Estado por Fox. El enfrentamiento llegó hasta la frustrada maniobra para provocar el desafuero de López Obrador y, luego, la burda interferencia del gobierno federal en el proceso de las elecciones para la Presidencia en 2006, que quedó irremediablemente manchado por su esencia fraudulenta.

La misma estrechez de miras mostró el Presidente en la promoción de los intereses políticos de su esposa y, por lo que se presume, de los negocios de sus hijos. Nuevos giros de la vieja tradición política mexicana.

Las grandes propuestas de Fox fueron infructuosas; así ocurrió con las reformas llamadas estructurales (energética, laboral, fiscal); así ocurrió también, y sobre todo, con los programas de combate a la pobreza que, lejos de abatirse ha sido muy resistente a una política económica que no alentó el crecimiento del producto y del empleo. La desigualdad social cada vez más grande es hoy un hecho incuestionable. Más de medio millón de mexicanos emigran cada año a Estados Unidos, expulsados por la falta de oportunidades, mientras el gobierno pavonea sus triunfos en materia financiera sostenidos por el ingreso petrolero y las remesas. Fox no fue capaz de llegar a un mínimo entendimiento migratorio con el gobierno de su colega ranchero Bush, que ahora ha firmado una ley para construir un muro en la frontera.

El círculo se cierra apenas a unas semanas del fin de su gobierno con la grave crisis desatada en Oaxaca. Otra vez la manifiesta incapacidad del gobierno de hacer un trabajo político con los grupos que tienen inconformidades; una vez más tiene que recurrir a la violencia, a pesar de la invocación del secretario Abascal de que por Dios no se reprimiría a la gente de Oaxaca. El laicismo es un concepto complejo, fuera del entendimiento del actual gobierno, y muy mal resguardado en la casona de Bucareli.

Pero la ciudad de Oaxaca fue, en efecto, invadida por las fuerzas federales. Y la odiosa manera de controlar la información por la mayoría de los medios privados y públicos de comunicación hace aparecer a quienes tengan desacuerdos y demandas con el gobierno como si fueran vulgares revoltosos. A esos hay que ponerlos en orden, no faltaba más, en tanto se defiende hasta el final a un gobernador repudiado, a quienes lo sostienen y que no rinde cuentas a nadie. A la gente de Oaxaca había que aislarla y a ello se prestaron todos.

Oaxaca es la expresión de un fallido trabajo político, de la esencia de las alianzas políticas que sólo sostienen y reproducen las estructuras de privilegio e impunidad, de la descomposición del sistema legislativo y de la fallida representación de los intereses de la gente por los partidos políticos. En cambio, todo eso sirve de modo eficaz para aplicar la función del Estado para mantener la asignación de los compromisos de la deuda pública, como ocurre con los bancos, y legislar en materia de telecomunicaciones para provecho de unos cuantos.

El Estado en la era foxista falló contundentemente en una de las asignaciones básicas que es la protección de los ciudadanos. El país se ha convertido en un campo abierto a la delincuencia de todo tipo, el narcotráfico, el contrabando. La inseguridad pública está en su nivel más exacerbado. La ley en México es un bien escaso, como la procuración de la justicia y la salvaguarda de los derechos humanos. Aquí la vida no vale nada, se pierde en un vil asalto o por la estupidez de algún guarura y la soberbia de su patrón.

El acuerdo social en México está destruido y la renovación reciente del Poder Ejecutivo y del Legislativo son parte del proceso. Cambio y decadencia son la pauta en esta sociedad.


Fuera máscaras

Gustavo Esteva, La Jornada

Con la ayuda de clases políticas irresponsables, la insurrección popular oaxaqueña se está viendo obligada a confesar antes de tiempo su identidad.

Funcionarios y burócratas, lo mismo que partidos y analistas, vieron la insurrección como simple revuelta. Lo era, en cierta forma. Algunos grupos seguían la tradición de estallidos populares que se producen ante un opresor que se vuelve insoportable o ante una medida que opera como gota que derrama el vaso.

Se percibió también como rebelión, porque se levantaban los indóciles, los insumisos, los que resisten con obstinación a los opresores, afirmados en su dignidad. Por miles, por millones, la gente se rebeló. ¡Ya basta!, se dijeron los rebeldes que aparecieron de pronto por todas partes.

Pero esta insurrección no es mera revuelta ni se reduce a rebelión. Las revueltas tienen ímpetu volcánico avasallador. Si no son arrasadas en germen nada puede detenerlas. Pero son efímeras. Se apagan con la misma rapidez con que surgieron. Dejan huellas duraderas, como la roca volcánica. Pero se desvanecen. Y ésta no.

Esta no se apaga, en parte, por el ímpetu rebelde. Ulises Ruiz encarnó la fuente del descontento y exhibió los peores rasgos del sistema opresor, pero sólo fue el detonador que aglutinó y encendió el descontento disperso. Esta rebeldía pasa necesariamente por su salida, pero empleará su cadáver político como abono de un empeño transformador duradero. Quitará del camino desechos como éste, herencia de un pasado que está quedando atrás, para dedicarse a construir, pacífica y democráticamente, una nueva sociedad.

Es un movimiento social que viene de lejos, de tradiciones muy oaxaqueñas de lucha social, pero es estrictamente contemporáneo en su naturaleza y perspectivas y en su apertura al mundo. Debe su radicalidad a su condición natural: está a ras de tierra, cerca de las raíces. Adquirió tinte insurreccional tras intentar todas las vías legales e institucionales y encontrar azolvados los cauces políticos que recorría. Pero no baila al son que le tocan. Compone su propia música. Inventa los caminos cuando no hay acotamientos.

La batalla campal del 2 de noviembre es ejemplo magnífico y trágico del proceso. Fue la más amplia y feroz de las confrontaciones entre policías y civiles de la historia del país, quizá la única con un triunfo popular indiscutible. Fue enteramente desigual. Había cinco o siete personas -incluso niños- por cada uno de los policías, pero mientras éstos contaban con escudos, toletes, armas de alto poder, tanquetas y helicópteros, aquéllos sólo tenían palos, piedras, resorteras, algunas bombas molotov.

La batalla se produjo cuando el Presidente acababa de anunciar que la paz y la tranquilidad habían regresado a Oaxaca; cuando la Secretaría de Gobernación reportaba que no había novedad en el frente y todo estaba en calma; cuando el gobernador denunciaba que el conflicto se reducía a un pequeño grupo de extranjeros y a una calle de 570 municipios y anunciaba que estaba a punto de arreglarse; cuando los medios ordenaban a sus camarógrafos que regresaran a la ciudad de México, pues su tarea de engañar con imágenes había terminado.

Los poderes constituidos y las clases pudientes, en Oaxaca y en la ciudad de México, condenaron continuamente a la APPO en nombre del estado de derecho, el orden, la seguridad pública, los derechos humanos, las instituciones. Todos esos elementos se emplearon como justificación para enviar las fuerzas públicas.

Las autoridades estarían dando sin darse cuenta una clase de civismo revolucionario. Con la agencia, complicidad o anuencia de la Policía Federal Preventiva se practica una grosera y masiva violación de los derechos humanos. Proliferan cateos y detenciones sin orden judicial mientras se multiplican muertos, heridos y desaparecidos. Sólo tienen libertad de tránsito grupos de choque priístas o sicarios a sueldo del gobierno del Estado. El ejército y la policía cierran el paso a quienes pretenden acercarse a la ciudad de Oaxaca, particularmente los que acuden a apoyar a la APPO. La Policía Federal de Caminos patrulla la ciudad y transporta tropas. Cunden el desorden y la inseguridad.

Lo más sorprendente es la capacidad de autocontrol del movimiento: el tapete humano ante las tanquetas, estilo Tiananmen; flores a los policías; repliegue ordenado ante su avance; hombres y mujeres tratando de contener a jóvenes que estallan de indignación. Se evita así un inmenso baño de sangre.

Los rebeldes se preparan ahora a dar cauce ordenado a su movimiento, para evitar que se salga de madre y estalle en forma violenta o dispersa o se desgaste inútilmente. Hay manías ideológicas en la construcción de ese cauce. Presionan también quienes desde adentro tratan de implantar otras agendas. Si el recipiente toma formas inadecuadas, como las de un partido (así sea disimulado), el movimiento lo desbordará, como hará con todas las vías legales e institucionales si las clases políticas las siguen cerrando. Paso a paso, por lo pronto, todas las máscaras van cayendo.

 

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