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Los judíos, el Estado de Israel y el imperialismo
por : Miguel Raider

03 Aug 2006 |

Los sionistas afirman que el Estado de Israel se constituyó producto de la necesidad y la experiencia histórica de los judíos y sus ilusiones en la “tierra prometida”. Esta aseveración oculta adrede una realidad histórica: el Estado de Israel fue la respuesta proporcionada por el imperialismo a la cuestión judía como una salida reaccionaria tras la II Guerra Mundial, pues el capitalismo en su fase decadente no puede resolver los problemas de las minorías oprimidas en forma integral y en un sentido progresivo.

Los judíos en la antigüedad

Mucho tiempo antes de la caída de Jerusalén a manos del Imperio Romano (año 70 de nuestra era), las condiciones geográficas hostiles de la vieja Palestina provocaron la migración de la gran mayoría de los judíos por todo el mundo. Durante siglos los judíos desarrollaron su vida bajo la esfera del comercio y la usura, las formas prehistóricas que adquirió la circulación del capital cuando éste aún no se había transformado en fuerza social ordenando las relaciones de producción capitalistas. Esta función económica determinó su constitución como un grupo social diferenciado, cohesionado por la religión como forma de cultura. En ese sentido, Marx señalaba que “no había que buscar el secreto del judío en su religión, sino el secreto de la religión en el judío real”, porque “el judaísmo se conservaba no a pesar de la historia sino por la historia misma”. Este rol social asignado por las clases dominantes impedía a los judíos la integración al medio y los condenaba a vivir marginados “en los poros de la sociedad”, es decir aislados en las afueras de las ciudades. Los judíos desempeñaban su función como intermediarios entre los señores y los campesinos. Pero cuando los señores elevaban el impuesto que cobraban a los judíos en calidad de permiso real para desempeñar sus tareas, estos a su vez elevaban los intereses de los préstamos que hacían a los campesinos. Esta situación desencadenaba estallidos violentos y numerosas ejecuciones de judíos, mientras los señores embolsaban su renta y alentaban su expulsión de la comarca. Por eso los judíos no lograban afincarse en ningún lugar durante tiempos prolongados y erraban por distintos confines.

Una minoría oprimida

La disgregación del sistema feudal y el ascenso del capitalismo generaban las condiciones materiales para que los judíos pudieran abandonar el lastre de su viejo oficio improductivo y satisfacer su aspiración de asimilación a la sociedad. Las grandes revoluciones burguesas en Inglaterra y Francia y el avance del desarrollo capitalista marcaron un punto de inflexión, donde los judíos consiguieron por primera vez derechos civiles. En Europa occidental los judíos se integraron a la vida social y económica, destacando banqueros como Rothschild quien accedió al título nobiliario de barón y fue diputado en la Cámara de los Comunes de Inglaterra. Sin embargo en la Europa oriental de fines del siglo XIX la situación era distinta; el desarrollo burgués tenía un carácter atrasado y los judíos debieron proletarizarse y sufrir la pobreza como minorías cercenadas de todo tipo de derechos.

La gran mayoría de los judíos rechazaba el sionismo, el concepto de Sión (Jerusalén) representaba apenas una referencia religiosa. Por el contrario, simpatizaban con las ideas de la revolución proletaria, hecho que movilizó a muchos judíos a enrolarse en diversos partidos socialistas. Teodoro Hertzl y los dirigentes del movimiento sionista no vacilaron en celebrar acuerdos con confesos antisemitas como el ministro zarista Von Plewbe, quien prometió que el régimen zarista financiaría un “charter” a Palestina bajo la condición de que los sionistas convencieran a los judíos de abandonar los partidos obreros y cesaran su lucha contra el gobierno. Sin ningún escrúpulo, los sionistas cambiaban palabras amablemente con el mismo zarismo que azotaba a los judíos en las matanzas de Kichiniev y en las olas de pogroms que despertaron un feroz antisemitismo en los países de Europa oriental. Rothschild temía que esta oleada antisemita pusiera en peligro la integración de los judíos de Europa occidental y con esa finalidad comenzó a financiar a los sionistas para incentivar la migración de los judíos orientales. Los sionistas buscaban el apoyo de las potencias centrales en su afán de colonizar Palestina, objeto que encontraron finalmente en Inglaterra y EE.UU. quienes promovieron la construcción de un Estado judío para imponer un orden regional acorde a sus intereses en esa zona geoestratégica.

El Estado sionista

Tanto Inglaterra como EE.UU. permitieron que desde 1933 Hitler persiguiera a los judíos mediante razias masivas y cerraron sus fronteras a los miles de refugiados que escapaban buscando amparo. Sobre la tragedia de más de 6 millones de judíos exterminados en los campos de concentración nazis, ambos imperialismos sacaron provecho promoviendo la construcción del Estado sionista en Palestina. Inglaterra, ejerciendo el dominio político militar de esa zona, selló una alianza con los colonos sionistas quienes expulsaron al pueblo palestino de sus tierras históricas, confiscando sus bienes y obligando a 1 millón y medio de personas a partir al exilio. La administración británica lanzó un decreto mediante el cual concedía la propiedad de la tierra a todo aquel establecimiento que tuviera por lo menos una torre y una empalizada. De la noche a la mañana, los sionistas levantaron cientos de asentamientos con torres y empalizadas que interrumpieron las vías de comunicación entre las aldeas palestinas y expropiaron gran parte de sus tierras. Los sionistas de “izquierda” construían colonias “socialistas” llamadas kibutzim, que constituían auténticos campamentos militares de avanzada instalados en zonas de frontera. Para garantizar estas medidas, los sionistas impulsaron el terror sobre los campesinos palestinos mediante la formación de bandas paramilitares que cometieron todo tipo de crímenes y asesinatos tales como Kibiya en 1936, Dir Yassin en 1948, etc. Estas bandas terroristas, comandadas por criminales de guerra como Ariel Sharon y Menahem Begin, fueron la base del Estado sionista y sus actuales partidos políticos. Zeev Jabotinsky, padre ideológico del Likud, mantenía relaciones políticas con Mussolini quien lo llamaba “el ciudadano fascista”.

La ONU legitimó esta ocupación colonial mediante la partición de Palestina en 1947 reservando al 90% de la población árabe sólo el 37% del territorio. Un año más tarde esta política fue consagrada gracias a la colaboración de Stalin quien junto a la ONU reconocieron al Estado de Israel bajo un status legal.

De ese modo el imperialismo resolvió la cuestión judía “a su modo”: de minoría oprimida la transformó en una mayoría opresora responsable de la expropiación de las tierras palestinas, más de 10.000 presos políticos en las cárceles y 4 millones de palestinos exiliados sin derecho al retorno. Así se edificó el Estado de Israel bajo el andamiaje colonial de un ejército de ocupación permanente destinado a una guerra perpetua hace más de 50 años contra los pueblos árabes. Un estado racista y teocrático de ciudadanos-soldados que discrimina a todo aquel que no profese la religión judía, similar a la vieja Sudáfrica del Apartheid o al Misisipi del Ku Klux Klan. Un Estado terrorista que legalizó el uso de la tortura y se mantiene gracias al financiamiento económico y militar del imperialismo norteamericano para castigar a los pueblos árabes como hoy lo hace sobre Líbano y Gaza. La legítima aspiración de una paz justa y democrática entre judíos y árabes, y la realización plena y efectiva del derecho de autodeterminación del movimiento nacional palestino exigen destruir las bases de ese Estado terrorista desde los cimientos. Los judíos solidarios con la causa de los pueblos oprimidos deben repudiar la guerra lanzada por el “derechista” Olmert y el “izquierdista” Peretz y apoyar activamente a las masas libanesas y palestinas. Tal como demuestra la propia creación del Estado de Israel, ninguna salida progresiva puede provenir a instancias del imperialismo, sus agentes sionistas y las burguesías árabes colaboracionistas.

 

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