WEB   |   FACEBOOK   |   TVPTS

 
En los límites de la “restauración burguesa”
por : Emilio Albamonte , Matias Maiello

26 Feb 2011 |

La segunda fase de la crisis mundial con epicentro en Europa, con “guerra de monedas” y rescates multimillonarios cada vez más impotentes para frenarla, muestra los límites del capitalismo para garantizar su reproducción como sistema. A su vez, sin que haya surgido aún una potencia capaz de desplazarlo, el imperialismo norteamericano ha profundizado su retroceso histórico, y es en este el marco que tiene lidiar con las crecientes tensiones geopolíticas generadas por la crisis.

En el terreno de la lucha de clases, ya estamos viendo las primeras consecuencias de la crisis mundial. Luego de Grecia, la poderosa clase obrera francesa entró en el escenario de la crisis tensando los músculos e hizo un primer reconocimiento de fuerzas, que a pesar de la aprobación parlamentaria de la reforma jubilatoria deja planteado el inicio de una nueva etapa con características prerrevolucionarias en Francia; mientras los intentos de descargar la crisis sobre los trabajadores abren perspectivas de nuevos enfrentamientos en varios países de Europa. Mientras cerramos este artículo, el proceso iniciado con el levantamiento de Túnez se extiende por todo el norte de África y otros países árabes, y encuentra hoy su punto más alto en el proceso revolucionario desatado en Egipto.

Primeras batallas que se dan luego de años donde venimos presenciando la recomposición social y también reivindicativa de la clase trabajadora. Sin embargo, esta recomposición parte de una situación de atraso político del movimiento obrero con pocos precedentes. Una aguda crisis de subjetividad del proletariado fruto de la ofensiva neoliberal, la restauración capitalista en los ex Estados obreros burocratizados y la desmoralización producto de la identificación del estalinismo como “socialismo real”.

Esta contradicción entre la reactualización de las premisas objetivas para la revolución proletaria y la crisis de subjetividad que atraviesa al movimiento obrero es el punto de partida para una comprensión profunda de las tareas de los revolucionarios hoy. Si la actualidad del marxismo está dada por la persistencia de las condiciones que le dieron origen, y dentro de ella, la del marxismo clásico del siglo XX por la continuidad de las condiciones de la época imperialista de declinación del capitalismo, el legado de Trotsky dentro de esta tradición, como fundador de la Oposición de Izquierda y la IV internacional, tiene un significado invaluable, como único punto de partida para comprender la contradicción que vivimos (entre las condiciones objetivas y subjetivas), para desentrañar las causas y las consecuencias de la misma, y pensar las tareas de los revolucionarios en una situación histórica donde al calor de la crisis comienzan a darse nuevas condiciones para avanzar en la reconstrucción del marxismo revolucionario, que como no puede ser de otra forma, estará indisolublemente ligado al desarrollo de los grandes acontecimientos de la lucha de clases.

Parte I. La etapa de la “restauración burguesa”

El siglo XX dio nacimiento a la época imperialista con una primera etapa atravesada por dos guerras mundiales, el triunfo de la Revolución Rusa, la crisis de 1930 y el ascenso del fascismo; con la posguerra tuvo lugar el surgimiento de una segunda etapa, marcada por el orden de Yalta, al que nos referiremos más adelante; el año 1989 como fecha emblemática coronó el inicio de una tercera etapa de la época de crisis, guerras, revoluciones, cuyo rasgo distintivo podemos sintetizarlo en dos palabras: “restauración burguesa”. Hoy, la crisis mundial y las profundas consecuencias históricas que de ella se desprenden, nos ponen en los albores de una cuarta etapa signada por la reactualización de condiciones clásicas de la época. Pero la historia no se repite; la comprensión de las contradicciones acumuladas bajo la “restauración burguesa” constituyen el nuevo punto de partida para delinear las características del teatro de operaciones de las batallas de clase de los próximos años.

Restauración absolutista y “restauración burguesa”

Las comparaciones entre la revolución burguesa y la revolución proletaria siempre sirvieron como punto de referencia para los marxistas clásicos. Allá por 1926, para explicar el fenómeno novedoso de la burocratización del primer Estado obrero de la historia, no por casualidad entre las filas bolcheviques se habían buscado referencias en el proceso de la revolución burguesa de Francia de 1789. La misma había recorrido un ciclo completo que mostraba diferentes etapas capaces de echar luz sobre el proceso en la URSS. Si la discusión sobre el “jacobinismo” del planteo de Lenin había llenado páginas de debates a principios del siglo XX, en el momento del ascenso del estalinismo el debate sobre el “Thermidor” se había colado en el centro de la polémica. La analogía hacía referencia al golpe de Estado de 1794 y la sanción de la Constitución del 1795. En las polémicas de 1926 se identificaba al “Thermidor” con la contrarrevolución misma, por lo cual Trotsky va a polemizar en contra de esta comparación con el grupo “centralismo democrático”. Sin embargo, nueve años después va a volver sobre el debate para precisar que el “Thermidor” en la Revolución Francesa no había representado la contrarrevolución sino, más precisamente, “la reacción sobre las bases de la revolución”, y en estos términos va a retomar y hacer propia la analogía histórica.
Se podría continuar esta analogía, en cuanto al proceso, con la Restauración borbónica en 1814 que da lugar a la implantación de un neo-absolutismo y a la conformación de la Santa Alianza, denominando “restauración burguesa” a la contraofensiva que el imperialismo desplegó sobre el conjunto del mundo luego de cerrar, mediante una combinación de derrotas físicas y desvíos, el ascenso revolucionario que tuvo lugar entre los años 1968 y 1981.

Esta avanzada reaccionaria, que llevó el nombre de “neoliberalismo”, se expresó en un primer momento en los países imperialistas, a partir de la llegada al gobierno de Reagan en EE.UU. y Thatcher en Gran Bretaña, mediante la implementación de toda un serie de “contrarreformas” económicas, sociales, y políticas, con el objetivo revertir las conquistas obtenidas por el movimiento obrero durante los años del boom de posguerra (en seguridad social, servicios públicos, condiciones de vida y de trabajo) bajo las banderas del libre mercado, para garantizar las ganancias capitalistas. Luego se extendió a los países semicoloniales mediante el llamado “Consenso de Washington”, y tuvo su expresión en los ex Estados obreros burocratizados de la mano de la restauración del capitalismo aunque, como veremos, con diferentes consecuencias en la URSS que en China.

El proceso de conjunto constituyó una verdadera contrarrevolución-restauración que modificó la relación de fuerzas a favor del imperialismo, que pudo llevarse adelante con métodos esencialmente pacíficos sobre la base de la extensión de la democracia liberal a amplias zonas del globo. La extensión de estas democracias coincidió con su mutación respecto de aquellas que conocieron los países imperialistas durante otros momentos del siglo XX sobre la base de la expoliación de colonias y semicolonias. Más extendidas geográficamente, se constituyeron como democracias degradadas teniendo como base fundamental las clases medias urbanas y hasta sectores privilegiados de la clase obrera (especialmente en los países centrales), que tuvieron la puerta abierta a la extensión del consumo. La desideologización del discurso político bajo la combinación de la exaltación del individuo y su realización en el consumo (“consumismo”) fueron las bases de este “nuevo pacto” mucho más elitista que aquel de la posguerra, que convivió con el aumento de la explotación y degradación social de la mayoría de la clase trabajadora, junto con altos índices de desocupación y la proliferación exponencial de la pobreza, así como de los slums (villas miseria, favelas) que se multiplicaron en todo el mundo, siendo el “clientelismo” y la criminalización las políticas fundamentales del neoliberalismo para estos sectores.

Este “nuevo orden” fue impuesto sobre la base de la derrota del ascenso anterior y en muchos casos directamente a partir de dictaduras, lo que llamamos “democracias poscontrarrevolucionarias” [1]; pero, por sobre todo, tuvo como base la fractura interna sin precedentes de la clase trabajadora. Junto a la tradicional división impuesta por el capital entre la clase obrera de los países imperialistas y las semicolonias y colonias, se le sumaron otras que dieron lugar, junto con la proliferación de desocupados permanentes, al surgimiento de trabajadores “de segunda” (contratos a término, subcontratados por empresas “tercerizadas”, trabajadores sin contrato legal, fuera de convenio, “sin papeles”, o diferentes combinaciones de estos), que conforman casi la mitad de la clase trabajadora mundial [2], en contraste con el sector de la clase obrera “en blanco” sindicalizada, con salarios y condiciones de trabajo marcadamente superiores a la media.

La restauración dentro de la restauración

La restauración capitalista propiamente dicha en los ex Estados obreros burocratizados estuvo en el centro de la configuración de este escenario. Junto con la ofensiva neoliberal contra las conquistas obtenidas por la clase obrera durante el boom de posguerra, el gobierno de Reagan va a redoblar el enfrentamiento contra la URSS, como nuevo norte luego de la derrota en Vietnam. Esta política agresiva, que tuvo como uno de sus principales medios la carrera armamentística, va acelerar la decadencia económica y el proceso de desorganización de la economía que significó la perestroika de Gorbachov, con consecuencias terribles para las condiciones de vida de las masas. En este marco, las movilizaciones del 1989-1991 llevaron a la caída de los regímenes estalinistas pero con un nivel bajísimo de subjetividad, producto de las derrotas anteriores de los procesos de revolución política [3]. De esta forma, pudieron ser hegemonizadas por direcciones procapitalistas con el resultado de la restauración del capitalismo en la URSS, los Estados del Este europeo y la reunificación en clave capitalista de Alemania [4].

Los resultados obtenidos por el imperialismo superaron con creces sus objetivos iniciales. De esta forma, la reacción imperialista comenzada durante los primeros años de 1980 se transformó en contrarrevolución. Este elemento dejaría su impronta en la etapa de “restauración burguesa” en su conjunto. Retomando la comparación con la Restauración absolutista, esta impronta distintiva de la “restauración burguesa” está determinada por el hecho de que la relación entre capitalismo y socialismo es fundamentalmente distinta de la que existe entre feudalismo y capitalismo. El socialismo, como modo de producción, no tiene ninguna forma determinada de existencia histórica por fuera de la conquista del poder político por parte de la clase obrera, mientras que las relaciones capitalistas se reproducen, por así decirlo, “automáticamente” (hasta la explosión de las crisis que le son inherentes).

Trotsky remarcaba este elemento en su comparación con el “Thermidor” burgués cuando decía: “El derrocamiento de Napoleón con toda seguridad no sucedió sin dejar huellas en las relaciones entre las clases; pero en el fondo la pirámide social de Francia conservó su carácter burgués. El hundimiento inevitable del bonapartismo estalinista pone ahora mismo un signo de interrogación en la conservación del carácter del Estado obrero de la URSS. La economía socialista no puede edificarse sin poder socialista. La suerte de la URSS, como Estado socialista, depende del régimen político que venga a reemplazar al bonapartismo stalinista [5].

En este mismo sentido, en relación con la Restauración borbónica, si bien ésta reconfiguró rápidamente el mapa de Europa y reinstaló nuevas versiones del absolutismo, en lo económico-social no significó una vuelta al feudalismo; las relaciones capitalistas continuaron desarrollándose bajo los nuevos regímenes, la ilusión de la “vuelta al pasado” no fue más que eso, una ilusión. A diferencia de ésta, la “restauración capitalista” implicó, no solo la caída de la burocracia en tanto dictadura “sobre el proletariado” sino, y especialmente (como mostró claramente la evolución más “ordenada” de la burocracia del PC chino al convertirse en capitalista), la destrucción de las conquistas (sector de la economía sustraído de las leyes del capital y nuevas relaciones de propiedad sobre los medios de producción) que se mantenían de la revolución en los Estados obreros burocratizados, la aplicación en la mayoría de los casos de los planes de ajuste del FMI, la reversión de los derechos sociales y una regresión social expresada, por ejemplo, en el caso de la ex URSS, en la abrupta caída de la expectativa de vida de la población.

Las consecuencias de la restauración: más Trotsky y menos Smith

Un elemento fundamental para entender la restauración es la diferente evolución de la restauración capitalista en el Occidente y Rusia, con respecto al Oriente, en especial China. Si la restauración para Rusia, que llegó a ser la segunda potencia mundial, significó el desmantelamiento de su importante industria y su transformación en un país altamente dependiente de la exportación de gas y petróleo, en China, que al momento de iniciarse las reformas de Deng Xiaoping en 1979 contaba con una población campesina que superaba el 80%, significó un desarrollo industrial sin precedentes que la convierte hoy, en términos de PBI, en la segunda economía del mundo.

Este ascenso vertiginoso llevó, por ejemplo, a Giovanni Arrighi a sostener que la actual evolución de China haría “más probable que nunca en los casi dos siglos y medio que han pasado desde la publicación de La riqueza de las naciones la materialización de la previsión de Adam Smith de una sociedad de mercado a escala mundial basada en una mayor igualdad entre las civilizaciones del mundo” [6].

Sin embargo, si comparamos a China con países vecinos como Japón, Corea del Sur y Taiwán, la realidad parece ser diferente. Como señala Perry Anderson, a pesar de que la extensión del ciclo de alto crecimiento en China ya supera en diez años al que disfrutaron sus vecinos en diferentes momentos luego de la Segunda Guerra Mundial, la dependencia de la exportación por parte de China desde los años 1990 ha sido aplastantemente superior, el consumo dentro del PBI ha sido mucho más bajo; la dependencia del capital extranjero es mucho mayor; la brecha en los ingresos (y la inversión) entre la ciudad y el campo ha sido en China muy superior, y el peso del sector estatal de la economía sigue siendo abrumadoramente mayor [7]. Otro elemento que, sin embargo, Anderson pasa por alto, es que China, a pesar de contar con la petrolera Sinopec, el Industrial & Commercial Bank of China o la empresa estatal de energía State Grid entre las empresas más grandes del mundo, no cuenta con ninguna multinacional del nivel de Toyota, Honda o Hitachi, de las que Japón tiene por decenas, ni de Samsung o Hyundai de Corea del Sur, ni la Hon Hai Precision Industry de Taiwán.

Lo cierto es que lejos está la realidad de China de llevar agua para el molino de la tesis de Arrighi. Su PBN per capita se ubica apenas por delante del Congo y Angola, con 135 millones de habitantes que viven con menos de un dólar diario y 400 millones que lo hacen con menos de dos. Mientras tanto, avanza vertiginosamente la destrucción del medio ambiente y el derroche de energía con respecto a los estándares internacionales, se mantiene la “comoditificación” de la producción manufacturera, consecuencia de las presiones del “modelo exportador”, así como el atraso tecnológico relativo respecto de las potencias imperialistas, y el persistente dominio de las empresas imperialistas del mercado chino en productos de tecnología [8].

No es la hipótesis de Adam Smith sobre la mayor igualdad entre naciones la que nos puede permitir explicar todo esto, sino más bien las categorías utilizadas por Trotsky, con quien podemos afirmar que se ha configurado un espectacular proceso de desarrollo desigual y combinado, donde se han agudizado las contradicciones entre el campo y la ciudad en un país que, con el 23% de la población mundial, solo dispone del 6% de la tierra cultivable del planeta. Donde ciudades pujantes de millones de habitantes y modernos edificios, con grandes concentraciones obreras donde se trabaja sin una clara delimitación de la jornada laboral (hasta 16 ó 18 horas y en algunos casos más) conviven con un campo de muy baja productividad, donde gran parte la población sobrevive gracias a las remesas enviadas por sus hijos sale de las ciudades [9].

En este contexto, en marzo y mayo de 2002, se produjo la mayor movilización obrera en China desde Tiananmen: en tres ciudades de Dongbei (Liaoyang, Daqing y Fushun) salieron a la lucha decenas de miles de obreros impagos, jubilados y desocupados, de la metalurgia, la minería y los altos hornos que protagonizaron protestas y movilizaciones durante varias semanas [10]. Sin embargo, lo novedoso es que durante los últimos años, en un contexto donde continúan estando prohibidos los sindicatos independientes y el derecho de huelga, la nueva clase obrera china comenzó a movilizarse crecientemente en luchas salariales y reivindicativas, contra el no pago de los salarios y por derechos democráticos, siendo que en muchos casos quienes emigran desde el campo son catalogados como ilegales en las ciudades [11]. Son una nueva clase obrera de entre 100 y 200 millones de trabajadores que migraron del campo a la ciudad en las últimas dos décadas.

A mediados de 2010 pudimos ver la oleada de luchas que tuvo como emblema a los obreros de Honda en la provincia de Guandong, que tras mantener la planta paralizada durante dos semanas, se extendió a otras regiones como mostraron los enfrentamientos de los trabajadores de KOK Machinery en las afueras de Shangai con la policía.

Como señala Richard Walker en su crítica a Arrighi, los reparos que éste pone para dar cuenta del vertiginoso desarrollo como tal de la clase obrera (término que no utiliza hasta el capítulo XII de su libro) y de la emergencia de una clase propiamente capitalista (demasiado concentrado en los mecanismos de “acumulación por desposesión” [12]) son graves obstáculos para un análisis que pretenda dar cuenta de la China actual [13].

En síntesis, podemos afirmar, partiendo de la teoría del desarrollo desigual y combinado de Trotsky, que el proceso de restauración significó, sobre la base de la unidad nacional conquistada por la revolución de 1949, un desarrollo industrial sin precedentes, motorizado esencialmente por la penetración del capital financiero internacional, directamente o a través del Estado, que al mismo tiempo que desarrolló exponencialmente las filas de la clase obrera (hoy alrededor de 400 millones de trabajadores urbanos), lo hizo sin dar lugar al surgimiento análogo de una burguesía de esta magnitud. Es decir, un desarrollo donde el capital financiero y el Estado han tenido un papel preponderante con el resultado de un proletariado muy fuerte (el más numeroso del planeta para un solo país) y una burguesía comparativamente muchísimo más débil.

Parafraseando a Arrighi, más que confirmar la predicción de Smith en La riqueza de las naciones, tendríamos que decir que la evolución actual de China hace mucho más probable hoy la previsión que planteara Trotsky en su libro La Revolución Permanente hace ya más de setenta años con respecto al proletariado chino y a su potencial revolucionario como caudillo del pueblo oprimido.

Restauración burguesa como etapa de la época imperialista

De conjunto, la crisis capitalista actual sucede a pesar de toda una serie de transformaciones que se han operado desde los años 1980 a esta parte a favor del capital, como la restauración del capitalismo en los ex Estados obreros burocratizados, en Rusia, el Este de Europa, y Oriente que implicó la reconquista de nuevos espacios para la valorización del capital; la liberalización extrema del sistema financiero (luego de que fueran derribadas las barreras entre banca de inversión, comercial y aseguradoras); la nueva división mundial del trabajo, incorporando a la producción manufacturera internacional a países de la periferia valiéndose de la explotación intensiva de fuerza de trabajo; el avance en la integración de un mercado de trabajo mundial que acrecentó la competencia entre los trabajadores y fue la base para aumentar la plusvalía absoluta obtenida por el capital; y el desarrollo de nichos de acumulación (como los NIC y nuevos NIC, la llamada “nueva economía”, y luego la burbuja inmobiliaria que estalló en 2008), incluyendo China, que permitieron sostener la tasa de ganancia pero con el límite de una débil acumulación de capital de conjunto durante las últimas décadas.

Uno de los intérpretes de esta etapa en términos de restauración, ha sido David Harvey, cuya visión hemos criticado en particular en otro lugar [14]. En su libro Breve historia del neoliberalismo retoma las elaboraciones de Gérard Duménil y Dominique Lévy, quienes definen al neoliberalismo como proyecto de “restauración del poder de clase”. Harvey analiza la historia del neoliberalismo como “un ardid político que apunta a restablecer las condiciones para la acumulación de capital y la restauración del poder de clase” [15]. Es decir, si por un lado habla de restauración, por otro lado, sostiene que la misma se limita esencialmente a una política, un “ardid político”. Esto no es un elemento menor en su reflexión, es lo que le permite plantear en El nuevo imperialismo la posible reversibilidad del proceso. Harvey nos decía en aquel libro que “Estados Unidos podría mitigar, sino abandonar, su trayectoria imperialista, emprendiendo una redistribución masiva de la riqueza dentro de sus fronteras y una reorientación del flujo de capitales hacia la producción y renovación de infraestructuras [...] El mínimo preciso sería un nuevo ‘New Deal’, pero no es en absoluto seguro que eso funcionara realmente frente al abrumador exceso de capacidad del sistema global” [16]. A renglón seguido se ve obligado a aclarar que “Conviene recordar las lecciones de la década de los treinta: no está nada claro que el New Deal de Roosevelt resolviera el problema de la Depresión. Fue precisa la guerra entre los principales Estados capitalistas para hacer retroceder las estrategias territoriales y reconducir la economía hacia una vía estable de acumulación de capital continua y generalizada” [17].

Justamente por esto, el éxito del nuevo “New Deal”, que propone el autor de El Nuevo Imperialismo, no es simplemente algo “no seguro” sino imposible en las condiciones actuales, porque la Segunda Guerra Mundial y la destrucción masiva de fuerzas productivas a la que condujo no son un elemento entre otros, sino la clave para explicar las condiciones de posibilidad del boom de posguerra.

En este sentido, la recuperación que comenzó a inicios de la década de 1980, a pesar de comprender la depresión de los salarios a nivel internacional y múltiples derrotas al movimiento de masas, y de que las sucesivas crisis oficiaron como “limpiezas” parciales de capital sobrante, no tuvo como sustento una destrucción de fuerzas productivas comparable a aquella de la Segunda Guerra Mundial sobre la cual se basó el boom posterior. Fue por eso y no por un “ardid político” que ninguna de las transformaciones que mencionábamos al principio de este apartado pudo impedir la crisis histórica que vivimos en la actualidad, sino que al contrario, éstas mismas medidas han multiplicado las contradicciones de un capitalismo cada vez más incapacitado para mantener las condiciones de su propia reproducción [18].

En este marco, el keynesianismo de posguerra, al revés de lo que insinúa Harvey, no representó el desgaste del poder de clase de la burguesía sino que fue una forma de recompoisición del poder de clase en las condiciones impuestas por el resultado de la Segunda Guerra Mundial. Lo cierto que la “restauración burguesa” con las caracteristicas que señalamos, así como el boom luego de la destrucción masiva de la Segunda Guerra Mundial corresponden a distintas etapas de una misma época: la época imperialista de declinación del capitalismo.

Volviendo a la comparación con la Restauración borbónica podemos decir que hoy la propia intervención estatal de magnitudes inéditas para salvar a los capitalistas muestra el carácter declinante del capitalismo, donde el dinamismo (y automatismo) del que podían gozar las relaciones de producción capitalistas a principios del siglo XIX bajo la Restauración, a pesar de la forma de los Estados, era infinitamente superior al capitalismo actual.

En este sentido, si para finales de la década de 1820 se podía decir que si bien el absolutismo había conquistado una “sobrevida” tras la derrota de Napoleón esto no significó la regeneración de las condiciones que le dieron origen, hoy podemos decir algo muy parecido del capitalismo, que si bien la derrota del ascenso 1968-1981 (que incluyó revoluciones en el centro, en la periferia y en los Estados obreros burocratizados) abrió el camino a la restauración otorgándole una sobrevida al capitalismo, éste ha sido incapaz de revertir sus condiciones históricas de declinación como sistema social.

La época de la revolución burguesa y la época de la revolución proletaria

Otra interpretación de la etapa en términos de restauración la encontramos en Daniel Bensaïd, quien en su libro La discordancia de los tiempos, partiendo de la comparación con la Restauración borbónica realizada por el filósofo Alain Badiou [19], definía el proceso como: “‘Lo contrario de una revolución’. Resulta –decía– de la asimetría entre las fuerzas de conservación y las fuerzas de transformación. Aquí está el secreto de estos derrumbamientos y estos hundimientos sin gesto inaugural, sin novedad ni promesa, donde el sentido se reduce a una restauración. No a la restauración puramente económica de las ‘leyes de mercado’. Sino a la Restauración mayúscula, en toda la línea” [20].

La analogía de Bensaïd de “Restauración en toda la línea” no solo no respetaba la realidad de las limitaciones que tuvo en su momento la Restauración borbónica sino que tampoco reparaba en los límites de la propia comparación histórica, plegándose de esta forma al clima ideológico imperante en los años 1990. Lo cierto es que con lo dicho en los apartados anteriores se acaba la pertinencia de la analogía histórica porque la derrota de Napoleón, y este es el punto de partida fundamental, no solo significó para la burguesía la restauración absolutista y una vuelta al antiguo régimen, sino que coincidió con el final de la última revolución burguesa [21] , y con ella de la época de las revoluciones burguesas. Un ciclo que había comprendido cuatro revoluciones en, nada más ni nada menos, que tres siglos (la de los Países Bajos en el siglo XVI, la Guerra Civil inglesa en el siglo XVII, la Guerra de Independencia norteamericana y la Revolución Francesa del siglo XVIII).

La diferencia fundamental es que el fin del ciclo de las revoluciones burguesas no se debió al desafío de las fuerzas feudales sino a las consecuencias del desarrollo del propio capitalismo, y en primer lugar al surgimiento del proletariado como nuevo actor independiente a partir de 1848 [22].

Desde este punto de vista, dar por terminada la época de la revolución proletaria luego de un par de décadas de restauración capitalista es tan estúpido como dar por terminada la época de las revoluciones burguesas en 1680 porque se habían cumplido 20 años de la restauración de los Estuardo. Bensaïd tendió a olvidar en su analogía este elemento fundamental, dejando subsistir la ambigüedad de la que se nutrió la ideología de la restauración. No casualmente en los debates posteriores en la ex LCR se dio por clausurada “la era de la Revolución de Octubre” en la búsqueda de nuevos sujetos.

Sin embargo, hoy las relaciones de explotación capitalista se han extendido como nunca antes en la historia, subsumiendo las más variadas actividades humanas; la población asalariada ha llegado a los comprender alrededor de 3.000 millones de personas a nivel mundial. Por primera vez en la historia, los trabajadores asalariados, junto con los semiproletarios, constituyen la mayoría de la población mundial, con una demografía que también por primera vez hace que la población urbana haya superado a la población rural. Lejos de configurar un proceso homogéneo, el capitalismo fue incapaz de proletarizar al conjunto de las grandes masas que afluyeron a las ciudades, generando simultáneamente enormes ejércitos de desocupados, amplios procesos de descomposición social y, junto con esto, lo que Mike Davis llamó “el planeta de los slums”, en referencia a las villas miseria o favelas que albergan en el mundo a más de mil millones de personas, un sexto de la población mundial. Es decir, procesos de semiproletarización, ruina de viejos sectores medios y campesinos emigrados, incluyendo un amplio lumpenproletariado.

Durante los años 1990, con la restauración capitalista, China, Rusia y los Estados del Este europeo (junto con la India) aportaron 1.470 millones de nuevos obreros al mercado mundial, que de conjunto duplicaron a la fuerza de trabajo de la que disponía el capital que, excluyendo esos países, contaba con 1.460 millones [23]. Entre estos, los nuevos obreros incorporados al mercado mundial, no solo se contaron los trabajadores previamente existentes que pasaron a la órbita del capitalismo, sino una nueva clase obrera proveniente del campo, que en China, como decíamos, comprendió un ejército de entre 100 y 200 millones de nuevos trabajadores urbanos que emergió en poco más de dos décadas; otro tanto puede señalarse en el caso de la India. Mientras que en la India gran parte de esta nueva clase obrera se centró en el sector de servicios (con un 14% de los trabadores en la industria y un 34% en los servicios para 2003), en China se destacó el desarrollo de la clase obrera industrial (27% para 2009 contra 33% en los servicios). Es decir, durante las décadas de restauración, mientras florecía la propaganda imperialista sobre el “fin de la clase obrera”, no solo se desarrollaba en “Occidente” un extendido proceso de asalarización de nuevos sectores, reconfigurando la clase trabajadora con un mayor peso del sector servicios, sino que en países como la India o China, tenía lugar el surgimiento de una inmensa nueva clase obrera de cientos de millones de personas, no solo ocupada en el sector servicios sino también, como en el caso de China, con un gran peso de la industria.

Por un lado, el efecto de la incorporación de aquellos 1.470 millones de trabajadores al mercado capitalista fue una presión enorme sobre el salario y las condiciones de trabajo para el aumento exponencial de la plusvalía absoluta, producto de la pérdida del poder de negociación en el marco de la competencia en un mercado de trabajo mundial mucho más integrado. Por otro lado, una parte importante de estos 1.470 millones consiste en cientos de millones de nuevos trabajadores que vinieron a engrosar las filas de la clase obrera internacional.

Cualquier analogía debe partir de que, lejos de dar por terminada la época de las revoluciones proletarias como sucedió con la época de las revoluciones burguesas con el surgimiento del proletariado como nueva clase revolucionaria, la restauración burguesa hizo que el mismo proletariado esté hoy, en términos objetivos, más extendido que nunca antes en la historia.

A su vez, desde el comienzo de la etapa de la “restauración burguesa” ha pasado mucha agua bajo el puente. Desde aquel entonces a esta parte podemos distinguir, en líneas generales, tres subperíodos.
El primero, cuyas características señalábamos en apartados anteriores, estuvo marcado por el triunfalismo capitalista, que así como dio por finalizada la historia, declaró el fin del trabajo, de los Estados nacionales, de los grandes relatos y del marxismo, entre muchos otros.

El segundo, caracterizado por una serie de crisis que no llegaron a dislocar el mercado mundial (crisis asiática, default ruso en 1998, con el posterior ascenso y caída de la llamada “nueva economía” entre 1998 y 2001), por guerras regionales y agresiones imperialistas que no llegaron a quebrar abiertamente el orden mundial (en el Medio Oriente, Golfo Pérsico, los Balcanes y países de África), y en la lucha de clases, como veremos más adelante, por el despertar político de millones de jóvenes (desde Seattle a lo que luego será el movimiento contra la guerra de Irak) así como el pasaje a la acción directa de sectores de masas en América Latina, pero que no llegaron a constituirse en revoluciones.

A partir de 2002 tendrá lugar un tercer subperíodo, en el cual se desarrolló un ciclo de crecimiento de la economía mundial (basado, entre otros elementos, en la “burbuja inmobiliaria”, la expansión sin precedentes de los activos financieros y un renovado boom exportador de China, que dará lugar a un salto en el proceso de sobreinversión), que coincidió con mayores tensiones geopolíticas bajo el signo de la guerra de Irak. Por otro lado, el movimiento “no-global”, luego anti-guerra, era canalizado por variantes reformistas y los procesos de acción directa dejaban el centro de la escena en América Latina a favor de una serie de gobiernos “posneoliberales” y nacionalistas [24]. Mientras tanto, la clase obrera avanzaba en el proceso de recomposición objetiva que mencionábamos antes.

Hoy la crisis mundial abre una nueva situación donde las contradicciones acumuladas que hacen al carácter histórico de la crisis sientan las bases para un cambio en la relación de fuerzas, de signo aún indefinido, pero que replantea la vigencia de la época imperialista, de crisis, guerras y revoluciones.

La burguesía y el proletariado luego de la restauración

A pesar de que, como muestran los elementos señalados, no se han extinguido sino profundizado las condiciones objetivas que marcan la época de las revoluciones proletarias, la propaganda imperialista logró imponer como sentido de época no solo el fin las revoluciones proletarias, sino de la revolución social en general. La forma que tuvo el proceso contribuyó a este objetivo. A diferencia de la derrota histórica que sufrió el proletariado con la Comuna de París (1871), donde los heroicos comuneros batallaron a muerte contra el ejército francés apoyado por el ejército prusiano, y que sirvió de ejemplo e inspiración para los revolucionarios del siglo XX a pesar de tener como consecuencia inmediata la ausencia de revolución por más de treinta años, durante la ofensiva neoliberal, los trabajadores vieron cómo sus propias organizaciones se les volvían en contra.

Decía Bensaïd: “Frente al hundimiento de dictaduras burocráticas, estamos amenazados por el mismo estupor que afectó a Hegel cuando Napoleón fue deshecho por la Europa unida. Sabía bien, según su propia filosofía, que el tirano debía desaparecer una vez consumada su obra. […] Pero ‘cuando esto ocurrió’, se ‘quedó ciego frente a la realización de sus propias palabras’. […] Porque había concebido la destrucción del orden imperial desde adentro, por el Espíritu, y he aquí que se producía ‘bajo el peso de la mediocridad y de su masa plomiza’” [25].

Sin embargo, en este punto la analogía otra vez se vuelve inadecuada. La Restauración burguesa no estuvo acompañada de una derrota militar de las características de Waterloo sino que fue efectivamente “desde adentro”, pero en un sentido contrarrevolucionario, y éste es su rasgo distintivo.

Por ello en este punto más bien tendríamos que compararla con la bancarrota de la socialdemocracia alemana luego de 1914. Sobre este hecho, Trotsky señalaba: “La historia se desarrolló de tal forma que en la época de la guerra imperialista la socialdemocracia ha demostrado –y ahora esto se puede afirmar con toda objetividad– ser el factor más contrarrevolucionario de la historia mundial. Sin embargo, la socialdemocracia no es un accidente, no cayó del cielo, sino que fue creada por los esfuerzos de la clase obrera alemana en el curso de décadas de construcción ininterrumpida y adaptación a las condiciones imperantes en el marco del Estado capitalista-yunker. […] En el momento en que estalló la guerra, y en consecuencia, cuando llegó el momento de la mayor prueba histórica, resultó que la organización oficial de la clase obrera actuó y reaccionó no como una organización de lucha del proletariado contra el Estado burgués, sino como un órgano auxiliar del Estado burgués, para disciplinar al proletariado. La clase obrera quedó paralizada, se posaba sobre ella no solo el aparato militarista del Estado sino el aparato de su propio partido” [26] .

Esta dialéctica de las conquistas parciales del proletariado volviéndose en su propia contra, en escala ampliada, fue el signo de la época de la restauración [27]. No solo las burocracias de los Estados obreros degenerados se pusieron a la cabeza de la restauración y se transformaron en capitalistas, sino que fueron, en muchos casos, las implementadoras de los planes del FMI. En los Estados capitalistas, la socialdemocracia, que a partir del estallido de la Primera Guerra Mundial había demostrado en repetidas oportunidades su carácter políticamente contrarrevolucionario, pero había mantenido un papel reformista en lo social, se transformó en agente directo de la ofensiva patronal como implementadora de las contrarreformas neoliberales. Los PC siguieron un curso parecido, siendo parte en varias oportunidades de gobiernos “social liberales” en alianza con los PS.

Sería un grueso error subestimar este elemento en la comparación entre la situación de la burguesía luego de la Restauración absolutista y la situación del proletariado luego de la “restauración burguesa”, ya que en un caso se enfrentaban dos clases explotadoras [28] y en otro no. Si la burguesía, bajo el dominio de la Santa Alianza, garantizó la maduración de sus intereses a través de la continuidad de la acumulación de riqueza material, el proletariado no puede garantizar la maduración de sus intereses históricos a través de su mera reproducción espontánea como sujeto de explotación.

Como decía Lenin, “La fuerza de la clase obrera reside en su organización. Sin organización de las masas, el proletariado no es nada. Organizado, lo es todo” [29] y, en este sentido, es de suma importancia para la clase obrera, que en el marco del retroceso general, continúen existiendo los sindicatos como organizaciones de masas, las más extendidas de la clase obrera (a pesar de todos los límites que impone la burocracia como la exclusión de los desocupados, de los trabajadores en negro y precarizados, entre otros, que hacen que solo representen a una minoría de la clase obrera). Sin embargo, esto es insuficiente, ya que, para la clase obrera, el elemento esencial de la maduración de sus intereses está determinado por su experiencia histórica acumulada y educación en el proceso mismo de la lucha de clases; una continuidad que solo puede ser sostenida por su vanguardia organizada, ya que bajo las condiciones del capitalismo nunca, y más todavía en los momentos de retroceso, puede ser patrimonio de la clase de conjunto.

Esta continuidad se quebró luego de la Segunda Guerra Mundial. Por qué sucedió y cómo encontrar los hilos históricos que permitan recomponerla es hoy, en el siglo XXI, una tarea fundamental para el marxismo revolucionario, sin la cual es imposible definir el marco estratégico de la época, ya que esta experiencia es el único “patrimonio” que el proletariado pudo acumular bajo las cadenas del capitalismo y la condición indispensable para retornar a la lucha revolucionaria sin comenzar de cero.

Parte II. El legado de Trotsky y la IV Internacional

En sus Consideraciones sobre el marxismo occidental, Perry Anderson se encargaba de realizar el inventario del legado de Trotsky empezando por su Historia de la Revolución Rusa como “el más eminente ejemplo de literatura histórica marxista”; luego pasaba revista de los escritos de Trotsky sobre el ascenso del fascismo como “estudios concretos de una coyuntura histórica sin parangón en los anales del materialismo histórico” y como “el primer análisis marxista verdadero de un Estado capitalista del siglo XX”; también destacaba los análisis sobre Francia, Inglaterra y España, para finalmente destacar su teoría sobre la naturaleza del Estado soviético y el destino de la URSS bajo Stalin. A su vez, este legado teórico cuya escala histórica Anderson consideraba “aún difícil de apreciar hoy”, constituye solo una parte que debiera completarse con la teoría de la revolución permanente, sus escritos militares, sus análisis sobre el México de Cárdenas, sus escritos sobre cultura y literatura, etcétera.

Sin embargo, estos escritos no son más que la expresión en el terreno de la teoría de un legado más vasto de Trotsky. Luego de estar sometida a la guerra imperialista y a tres años de guerra civil e invasiones imperialistas, con el aislamiento que significó la derrota de la revolución alemana, tras la muerte de Lenin y con las nuevas posibilidades de “diferenciación social” que otorgaban los primeros éxitos de la NEP, va a dar comienzo el “Thermidor” en la URSS, y con él, la gran batalla de Trotsky contra la burocratización del Estado obrero surgido de la Revolución Rusa y la degeneración de la III Internacional. Como parte de esta lucha, luego de la Oposición de Izquierda, pasando por la Liga Comunista Internacional y el Movimiento pro Cuarta Internacional, dedicó la última parte de su vida a educar a una nueva generación de revolucionarios y a la fundación de la IV Internacional, de cara a los grandes acontecimientos catastróficos en una situación signada por el ascenso del fascismo, la crisis mundial y los preparativos para la Segunda Guerra Mundial; tarea para la que el propio Trotsky se consideraba irremplazable, a diferencia del triunfo de la Revolución de Octubre cuando aún vivía Lenin.

Isaac Deutscher, el gran biógrafo de Trotsky, consideró, contrariamente, esta tarea como voluntarista. En su trilogía comenta irónicamente el congreso de fundación de la IV: “Durante todo el verano de 1938 Trotsky se mantuvo ocupado en la preparación del ‘Proyecto del Programa’ y de las resoluciones para el ‘Congreso Constituyente’ de la Internacional. En realidad éste fue solo una pequeña conferencia de trotskistas celebrada en la casa de Alfred Rosmer en Perigny, una aldea cercana a París, el 3 de setiembre de 1938” [30]. Según Deutscher, mejor hubiera sido para Trotsky dedicarse a sus proyectos de elaboración inconclusos que “perder el tiempo” en la formación de las bases político-programáticas de la IV y de sus cuadros y militantes. Desde el propio título de uno de los tomos de su biografía de Trotsky, El profeta desarmado, hace una alusión implícita a Maquiavelo cuando decía que “todos los profetas armados han sido vencedores, y los desarmados abatidos”. Sugestivamente, si nos remontamos a El Príncipe esta apreciación parece ser coherente con sus expectativas de que la regeneración de la revolución viniera de la mano de un ala de la burocracia, ya que el fundamento de Maquiavelo consistía en que “conviene notar, además, que el natural de los pueblos es variable. Fácil es hacerles creer una cosa, pero difícil hacerles persistir en su creencia. Por cuyo motivo es menester componerse de modo que, cuando hayan cesado de creer, sea posible constreñirlos a creer todavía” [31]. Sin embargo, Trotsky, que se negó a tomar el poder con las bayonetas del Ejército Rojo frente al ascenso de Stalin, sabía perfectamente que el socialismo era una construcción consciente que no podía ser sustituida por ningún Bonaparte. Por lo cual la teoría y el programa marxistas y la organización revolucionaria eran las únicas herramientas de las que se podía valer el proletariado en relación con sus fines.

La IV Internacional no logró adquirir, pese al gran ascenso revolucionario de la posguerra, el peso de masas que Trotsky preveía. El asesinato del propio Trotsky y de los principales dirigentes de la IV y, como veremos, el resultado contradictorio de la guerra, determinado por la derrota de los nazis en manos de la URSS que represtigió a la burocracia, el bloqueo de la revolución en los países centrales producto de los pactos del estalinismo con el imperialismo, etcétera, impidieron que se concretara esta perspectiva.

Sin embargo, como decía Gramsci, a la dirección de un partido debe juzgársela en función: “1) de lo que hace realmente; 2) de lo que prepara para el caso de que fuera destruida”. A lo que agregaba: “Entre estos dos hechos es difícil indicar el más importante” [32]. Si tenemos en cuenta esto, desde la posguerra hasta hoy, luego de la restauración, la herencia de la IV internacional y las elaboraciones teórico políticas de Trotsky son sin duda el gran legado para los revolucionarios del siglo XXI.

Daniel Bensaïd lo reconocía a regañadientes señalando que “su herencia sin modo de uso es, sin duda insuficiente, pero no menos necesaria para deshacer la amalgama entre stalinismo y comunismo, liberar a los vivos del peso de los muertos, pasar la página de las desilusiones” [33]. Si por “herencia sin modo de uso” entendemos la necesaria revitalización de un legado por parte de quienes se lo apropian en nuevas condiciones, esto es indiscutible. Sin embargo, si tenemos en cuenta que en los llamados Escritos de Trotsky se puede seguir el desarrollo de la política de luchar como fracciones al interior de la Internacional Comunista y sus partidos hasta 1933, las tácticas hacia el “Bloque de los Cuatro”, el entrismo al PS (“giro francés”) en varios países, con el objetivo de confluir con obreros revolucionarios que en una década convulsionada se radicalizaban y se integraban a él (como la tendencia Pivert en Francia), los combates por construir organizaciones revolucionarias independientes y la IV Internacional misma, para cuya Conferencia de fundación fue escrito el Programa de Transición, entonces, viendo el derrotero de las corrientes trotskistas luego de la Segunda Guerra, con más justicia deberíamos decir que el legado de Trotsky más que “una herencia sin modo de uso” fue, por sobre todo, una herencia con muy poco uso.

El trotskismo en la posguerra y una herencia con poco uso

A pesar de contar con solo un puñado de aguerridos cuadros y militantes, como decíamos, Trotsky sostuvo que “cuando se celebre el centenario del Manifiesto Comunista, la IV Internacional se habrá convertido en la fuerza revolucionaria decisiva de nuestro planeta” [34]. Sin embargo, el pronóstico de Trotsky era alternativo: “Si el régimen burgués sale impune de la guerra todos los partidos revolucionarios degenerarán. Si la revolución proletaria conquista el poder, desaparecerán las condiciones que provocan la degeneración” [35] .

El resultado de la Segunda Guerra fue tal que no se dio ninguna de estas dos variantes en forma pura: ni el imperialismo salió impune, ya que luego de la posguerra se había expropiado a la burguesía en un tercio del planeta, ni la conquista del poder por el proletariado hizo que desaparecieran las condiciones de degeneración. La derrota del nazismo en manos del Ejército Rojo represtigió al estalinismo, que a su vez se basó en este elemento para frenar la revolución en la posguerra (acuerdos de Yalta y Potsdam). Tuvo éxito en los países centrales traicionando la revolución en Francia, Italia y Grecia, pero no logró contenerla en las colonias y semicolonias.

En los procesos en los que triunfó la revolución se dio la hipótesis que Trotsky consideraba improbable, de que bajo condiciones excepcionales (guerra, derrota, crack financiero, ofensiva revolucionaria de masas, etcétera) “partidos pequeñoburgueses, incluyendo a los stalinistas, pueden llegar más lejos de lo que quisieran en el camino de una ruptura con la burguesía” [36] y de hecho lo hicieron, avanzando en la expropiación de la burguesía (China, Yugoslavia, Vietnam del Norte, y más allá de la inmediata posguerra Cuba), en gran parte como medida de autodefensa: Mao frente a Chiang Kai Shek, Tito frente a Mijailovich, Ho Chi Min y el Gral. Giap frente a los franceses. A su vez, en los Estados de Europa del Este, se produjeron las que denominamos “revoluciones pasivas proletarias” [37], donde a través del control ejercido por el Ejército Rojo se avanzó en la expropiación de la burguesía, también como medida de “autodefensa”, estableciendo una “zona de amortiguación”. Estos nuevos Estados obreros surgen desde un inicio como Estados deformados burocráticamente, y lejos de impulsar el internacionalismo proletario, estas revoluciones dieron lugar al surgimiento de “estalinismos nacionales”, sometidos a enfrentamientos mutuos (disputas entre la RPCh y la URSS, conflicto entre China y Vietnam, opresión nacional de la URSS sobre los Estados del Este europeo, etcétera).

Mientras tanto, la IV Internacional había sido diezmada, con sus principales dirigentes, comenzando por Trotsky, asesinados por el estalinismo o los nazis. En este marco, lo que quedó del trotskismo tuvo que enfrentar grandes presiones a la degeneración centrista. Por un lado, el fortalecimiento del estalinismo producto del resultado de la guerra y la proliferación de “estalinismo nacionales” en los nuevos Estados obreros burocratizados, que creaba la ilusión de lucha entre “campos” y no entre clases. Por otro lado, el fortalecimiento de las tendencias reformistas en los países centrales a partir de las nuevas bases que le dio el “desarrollo parcial de las fuerzas productivas” en el llamado boom de posguerra, producto de la inmensa destrucción previa de fuerzas productivas. Y por último, el florecimiento de los movimientos “tercermundistas” en las colonias y semicolonias que negaban el papel revolucionario del proletariado en los países centrales.

No estaba dicho que los trotskistas no pudiesen resistir estas presiones, reactualizando las bases estratégicas del legado de Trotsky para las nuevas condiciones de la posguerra, y a partir de allí construir alas revolucionarias en el movimiento obrero. Sin embargo, terminaron por adaptarse a ellas.

Luego de las rupturas de finales de los años 1940 (Rousset, Shachtman, C.L.R. James, Dunayevskaya, Castoriadis, Tony Cliff, entre otros) la mayoría queda en manos de Mandel y Pablo. Este último en 1951 publica el documento “¿A dónde vamos?”, donde contrariamente a una de las definiciones centrales de Trotsky (a saber, el carácter inestable de las formaciones sociales transitorias surgidas de la revolución proletaria y su inestabilidad adicional dada por el dominio de la burocracia bonapartista) sostiene que “la transición ocupará probablemente un periodo histórico de varios siglos”. Luego, y ligado a esto, la visión del mundo dividido en dos campos (capitalista y estalinista) y la inminencia de una nueva guerra mundial, son el fundamento para plantear hacer un “entrismo” generalizado en los partidos de masas (socialdemócratas, estalinistas, e incluso en los partidos nacionalistas de las semicolonias como el MNR boliviano). El fundamento no podía ser más ajeno a Trotsky: “Intentar reemplazar –decía Pablo– desde el exterior a la dirección burocrática de las masas oponiéndole nuestras propias organizaciones independientes, en esas condiciones, conlleva el riesgo de aislarnos de esas masas”.

Por otro lado, el Comité Internacional (CI), conformado por el Socialist Workers Party (SWP) norteamericano, la Socialist Labour League (SLL), la Organization Communiste Internationaliste (OCI) en Francia y la corriente de Nahuel Moreno, se resistiría correctamente a la política liquidacionista del Secretariado Internacional. Moreno a su vez denunciaría la política de “apoyo crítico” al gobierno de Paz Estenssoro en Bolivia. Sin embargo, tampoco estos sectores fueron capaces de presentar una alternativa estratégica. El mismo Moreno para 1952 propone como “rearme programático” el Frente Único Antiimperialista, y luego avanzará en su adaptación con el “entrismo al peronismo”.

Lo cierto es que luego del período 1951-1953 la IV Internacional se convirtió en un movimiento centrista, donde el denominador común de sus principales tendencias fue haber perdido una orientación estratégica de partido revolucionario independiente, pasando a adaptarse eclécticamente a cada dirección que se fortaleciera en el movimiento de masas, como fue su adaptación a Tito, Mao, Castro, etcétera, rompiendo así la continuidad del marxismo revolucionario. En este marco, la dinámica de ciertas resistencias parciales correctas ante las claudicaciones más abiertas (por ejemplo, la que nombrábamos del CI) hace que, habiéndose quebrado la continuidad revolucionaria, nosotros hayamos sostenido que han quedado “hilos de continuidad”, que son un punto de apoyo para la reconstrucción de la estrategia trotskista.

Trotsky señalaba con relación al desarrollo del proletariado luego de la Comuna de París: “El período prolongado de prosperidad capitalista que siguió produjo, no la educación de la vanguardia revolucionaria, sino más bien la degeneración burguesa de la aristocracia obrera, lo que a su vez se convirtió en el principal freno a la revolución proletaria” [38]. Parafraseando a Trotsky, en relación con el propio trotskismo de posguerra, podríamos decir que el avance reformista de la clase obrera en los países centrales, junto con el desarrollo de los nacionalismos burgueses y pequeñoburgueses en las colonias y semicolonias, y por sobre todo con la sucesión de revoluciones triunfantes con direcciones pequeñoburguesas o estalinistas que avanzaron, en condiciones excepcionales, a la expropiación de la burguesía, creó la ilusión del avance del socialismo mediante estas direcciones y revoluciones que daban lugar a Estados obreros deformados burocráticamente desde su génesis. Un marco estratégico según el cual el socialismo se extendía mediante “revoluciones cualquiera” con “direcciones cualquiera”.

Sin embargo, nada más lejos del pensamiento de Trotsky, que destacaba en 1940 como el mayor logro de la IV Internacional el mantenerse “nadando contra la corriente”, luego de haber redefinido el marco estratégico del marxismo revolucionario de cara a la Segunda Guerra, en el contexto de la burocratización de URSS, la degeneración de la III Internacional, el ascenso del fascismo, etcétera. Lejos de cualquier teleología, Trotsky hubiese suscripto la afirmación de Walter Benjamin cuando señala que “No hay otra cosa que haya corrompido más a la clase trabajadora alemana que la idea de que ella nada con la corriente” [39]. Algo análogo podríamos decir del trotskismo de posguerra: nada contribuyó más a su degeneración centrista que la idea de que nadaba con la corriente, que mientras el mapa se iba “pintando de rojo” avanzaba progresivamente el socialismo internacional.

El ascenso 1968-1981 y los costos de años de la adaptación

Hacia fines de los años 1960, con el fin del boom capitalista y el ascenso de los años 1968-1981, vuelve a abrirse la perspectiva de que, con la lucha del proletariado en occidente contra los gobiernos imperialistas, en el Este contra la burocracia estalinista, y en las semicolonias contra las burguesías proimperialistas, se fortalezcan las tendencias al enfrentamiento a los pilares del orden de Yalta. Como consecuencia de esto resurgen las tendencias a la independencia de clase expresada en los cordones industriales chilenos, la Asamblea Popular boliviana, los consejos de inquilinos y soldados en la Revolución Portuguesa, etcétera. Sin embargo, aunque se debilitaron, el orden de Yalta y las direcciones que lo sostuvieron no fueron derrotados.

En Consideraciones sobre el marxismo occidental, Perry Anderson señalaba que con la confluencia entre el ascenso revolucionario iniciado con el Mayo Francés y la primera crisis capitalista desde la Segunda Guerra Mundial en 1974 se planteaba la probabilidad del restablecimiento de la unidad entre la teoría marxista y la práctica de masas a través de las luchas de la clase obrera industrial. Frente a esta posibilidad destacaba la existencia del trotskismo como tradición alternativa en el marxismo: “a lo largo de todo este período subsistió y se desarrolló ‘fuera del escenario’ otra tradición de un carácter muy diferente, que por primera vez atrajo atención política durante la explosión francesa y después de ella. Se trata desde luego, de la teoría y el legado de Trotsky”.

Sin embargo, los años previos al ascenso no habían sido aprovechados por las diferentes corrientes del trotskismo para reapropiarse de este legado para definir el marco estratégico y construir corrientes revolucionarias en el movimiento obrero. La unificación de 1963 en torno a la Revolución Cubana se realizó sin ningún balance serio de las diferencias anteriores y las actuaciones de cada corriente. Con relación a América Latina, el IX Congreso (1969) aprobó la lucha armada como estrategia (“Resolución sobre América Latina”, de Livio Maitán). Por otro lado, los que no habían entrado en la unificación aceleraron su degeneración, como el caso del lambertismo, que terminó negándose a participar de “la noche de las barricadas” en el mayo de 1968; o el healysmo, que terminó impugnando la marcha más numerosa contra la guerra de Vietnam en Inglaterra de octubre de 1968.

A pesar de que al inicio del ascenso las fuerzas de las corrientes del trotskismo se encontraban en su mayoría disueltas en el estalinismo y la socialdemocracia, las tendencias a la independencia de clase que venían del enfrentamiento con las direcciones oficiales del movimiento obrero, fortalecieron a las corrientes del centrismo trotskista que en varios casos se transformaron en corrientes de algunos miles de militantes (por ejemplo, la Ligue Communiste en Francia, el SWP norteamericano o en Argentina el propio desarrollo del PST).

En 1974, con la Revolución Portuguesa, se daba un gran proceso revolucionario de características clásicas en un país central, que surgía directamente ligado a las consecuencias de los procesos revolucionarios en las colonias de Angola y Mozambique, y donde a su vez se desarrollaban tendencias al doble poder de la mano de los comités de inquilinos y soldados. Las corrientes que formaban parte del Secretariado Unificado (surgido de la unificación de 1963), a pesar de que podemos decir que en líneas generales plantearon la necesidad del desarrollo de los comités y de combatir la subordinación que el PC y el PS querían imponer al movimiento de masas frente al MFA (Movimiento de las Fuerzas Armadas), se encontraban confinadas a la debilidad extrema frente al proceso. Sin embargo, lo más importante fue que no llevaron las lecciones estratégicas de este proceso al plano de la orientación de cada uno de los grupos nacionales.

Esto fue más trascendente si tenemos en cuenta que el proceso de Portugal también fue un laboratorio para el imperialismo que, debilitado con la derrota en Vietnam, impulsará como política para frenar los procesos revolucionarios las “transiciones a la democracia”. Esta táctica, que será continuada en España y Grecia, luego de ser aplicada en forma defensiva pasará a tener un carácter ofensivo desde principios de los años 1980 como componente de la “restauración burguesa” [40].

Entre los años 1978 y 1981 se da la reapertura del ciclo de revoluciones, luego de que el primer ciclo fuera desviado en los países centrales y aplastado a sangre y fuego en Sudamérica. La derrota de este segundo ciclo se dará sin solución de continuidad con el inicio del proceso de restauración capitalista teniendo la derrota de la revolución polaca como gran bisagra.

La última gran oportunidad de frenar la restauración se perdió en Polonia

En un artículo anterior nos preguntábamos: “¿Fue, como señala Anderson, el proceso ‘clásico’ de la revolución en Portugal ’74 -’75, que combinó el levantamiento anticolonial en Angola y Mozambique, contagiadas por la lucha del pueblo de Vietnam, con el ascenso obrero y popular contra la dictadura de Salazar en un eslabón débil de los países imperialistas, la que ofreció la última gran posibilidad de restablecer las bases estratégicas del trotskismo? ¿O la historia volvió a presentar otra gran oportunidad en lo que fue el último gran ‘ensayo de la revolución política’ en Polonia del ’80 la que hubiera permitido emerger a la Cuarta Internacional como gran fuerza y anticiparse a los procesos del ’89-’91 en el Este de Europa, la URSS y China?” [41].

Creemos estar seguros al afirmar claramente que la última oportunidad de frenar la restauración se perdió en Polonia. La restauración capitalista lejos de ser un proceso que cayó del cielo, o simple producto de las movilizaciones del año 1989; fue preparada por una serie de levantamientos contra la burocracia y revoluciones políticas que fueron derrotadas y que incluyeron Alemania Oriental en 1953 y la Revolución Húngara en 1956 [42], la Primavera de Praga en 1968 y que sin duda tuvieron uno de sus centros en Polonia con la revolución derrotada en 1956, los procesos de lucha de los años 1970 y la última gran revolución política que se inicia con el estallido de la oleada de huelgas en el año 1980, con su centro emblemático en los astilleros de Gdansk y que dio lugar al surgimiento del sindicato Solidaridad que llegó a agrupar a 10 millones de miembros. En el curso de este proceso se desarrollaron importantes elementos de democracia directa, pero contaba con la fuerte influencia de la Iglesia católica que se dedicó a impulsar las alas procapitalistas del movimiento.

Sin duda, uno de los puntos más distintivos del legado de Trotsky era el programa de la revolución política, un tipo de revolución que anticipó pero que nunca llegó a presenciar. Este programa, plasmado en el Programa de Transición, era el único que podía dar respuesta a la situación que se abrió en Polonia en 1980, planteando la necesidad del cuestionamiento del poder de la burocracia y sus privilegios, así como la constitución de una democracia soviética, incluyendo la libertad de organización de sindicatos y partidos soviéticos o que defiendan las conquistas, pero ligando indisolublemente este programa democrático a aquellas consignas como la revisión completa del plan en interés de los productores y consumidores o la mayor igualdad salarial en toda clase de trabajo, etcétera, que apuntan a preservar las conquistas estructurales. Un elemento que era clave para no confundir las banderas de los revolucionarios con las de sus contrarios, los restauracionistas.

Sin embargo, ninguna de las principales corrientes del trotskismo de aquel entonces fue capaz de mantener esta unidad del programa. El centro estuvo puesto en cómo se debía derrocar a la burocracia, si con la consigna “todo el poder a Solidaridad” y el armamento del sindicato como planteaba Moreno o si los soviets debían surgir por fuera de Solidaridad como sostenía Lambert; pero ninguno de ellos levantó junto con esto, como eje, la necesidad, por ejemplo, de revisar el plan en beneficio de productores y consumidores, y todas aquellas consignas que podían dar respuesta a los reclamos de las masas y al mismo tiempo sostener la defensa de las conquistas para poder delimitarse de las corrientes restauracionistas que dirigían Solidaridad. Esto condujo a la adaptación a las corrientes restauracionistas concebidas como parte de un bloque antiburocrático. El Secretariado Unificado, a diferencia de las otras corrientes, sostuvo una política de autogestión para las empresas nacionalizadas pero que desligada de la defensa del plan y del monopolio del comercio exterior no era contradictoria con un curso de restauración capitalista. Como cita Stutje, para Mandel, Walesa era cualquier cosa menos trotskista; sin embargo, en aquel entonces se identificaba como parte del bloque antiburocrático: “Qué importa él [Walesa], si los millones de trabajadores están en el movimiento; entonces no debemos mantenernos ocupados buscando a grupos pequeños, puros, sino apoyar simplemente la dinámica revolucionaria de conjunto” [43].

De esta forma el legado del programa de la revolución política fue disuelto en un antiestalinismo en general, capaz de confluir con la dirección del movimiento mientras ésta preparaba las condiciones para negociar la restauración capitalista, y así no fueron capaces de presentar una posición independiente (más allá de que desde el punto de vista de la intervención, sin preparación ni organización, ésta se encontraba muy limitada). Tampoco con posterioridad se sacaron las consecuencias esta deriva estratégica.

El hecho de no haber presentado una alternativa, y luego no comprender las causas de la derrota, tuvo implicancias mucho más allá de Polonia, ya que fue un desarme completo frente al proceso de restauración que se estaba gestando, mientras que para la burocracia de la URSS fue el hecho que terminó de convencerla de la necesidad de acelerar el proceso de restauración capitalista.

Así es que, ante la incomprensión del centrismo trotskista, con la Revolución Polaca se cae definitivamente el marco estratégico de las “revoluciones cualquiera” con “direcciones cualquiera”, que por fuera del legado de Trotsky y con resultados catastróficos habían construido luego de la segunda posguerra.

El grado cero de estrategia trotskista

Las consecuencias de la deriva estratégica posPolonia no se hicieron esperar. Mandel afirmará crecientemente su adaptación a la burocracia, primero depositando expectativas en Gorbachov y apoyando la glasnost, y luego en Yeltsin. El SWP norteamericano, bajo la dirección de Barnes, directamente va a abandonar el trotskismo en el año 1983. En su documento “Su Trotsky y el nuestro”, va a señalar las tesis de la revolución permanente como un obstáculo para entroncar con la tradición de Marx y Lenin, borrando la revolución política como parte del programa y rehabilitando la fórmula de “dictadura democrática de obreros y campesinos”. Por su parte Lambert llamará a votar por Mitterrand en Francia, y desarrollará “la línea de la democracia” con la cual sellará su adaptación al régimen de la V República, y se diluirá en un curso sindicalista, primero en el “movimiento proPT” y luego en un autoproclamado Partido de Trabajadores. Por el lado de Moreno, que allá por 1977 analizaba correctamente como “contrarrevolución democrática” la política que había implementado el imperialismo a partir de Portugal, le cambiaría el signo a estos procesos para hablar de “revoluciones democráticas” revisando la teoría de la revolución permanente.
Así es que la caída del muro y los procesos con ideología “democrática” y procapitalista de 1989-1991 encontraron a estas corrientes en un abierto giro a la derecha, distanciándose cada vez más del legado de Trotsky y nadando a favor de una corriente que, a pesar de las expectativas en Gorbachov, en Yeltsin, en el castrismo, en las “revoluciones democráticas”, el PS, etcétera, desembocaba irremediablemente en la restauración.

Si como decía Bensaïd con relación a la intelectualidad de izquierda, con Foucault y Deleuze se llega a “la estrategia reducida a cero” [44]; en relación con el marxismo revolucionario, como resultado inmediato de este giro en la situación mundial, la restauración capitalista y la deriva estratégica en la cual se encontraban las corrientes del centrismo, se llegó al “grado cero” de estrategia trotskista. En este marco, frente al nuevo salto en la degeneración centrista de la LIT y en medio de la marea reaccionaria de aquel entonces, comienza a dar sus primeros pasos el núcleo de lo que hoy es la FT-CI, como pequeño polo principista del movimiento trotskista internacional.

Lo que quedó del morenismo, lejos de encarar un examen exhaustivo de su propia tradición, profundizó contra toda evidencia de la realidad las tesis de la revolución democrática. De esta forma los procesos de los años 1989-1991 pasarían a ser grandes revoluciones que dieron lugar, no a la restauración capitalista que ya estaba consumada (según la nueva explicación de la LIT [45]) sino a una de las más grandes victorias de la clase obrera internacional. El gran problema del trotskismo (y de cualquier marxista sensato) sería haber visto una profunda derrota donde había un triunfo, lo cual se tradujo en la incapacidad de dar cuenta de la sucesión casi ininterrumpida de “revoluciones de febrero” triunfantes (que van desde los procesos que vivió Latinoamérica desde comienzos del siglo XXI, incluido el “argentinazo”, hasta las “revoluciones naranja” [46] (en países que pertenecieron a la ex URSS) a las que seguirán en algún momento “revoluciones de octubre”; cuestión que en el caso de los procesos de los años 1989-1991 ya llevan esperando veinte años. Esto mismo, para la LIT, se expresa hoy en Cuba donde, aplicando la misma lógica que para aquellos procesos, el capitalismo ya está restaurado y la tarea de la hora sería derribar a la “dictadura capitalista”.

En el otro extremo de la obstinación irreflexiva, y a diferencia de ésta soltando amarras definitivamente con el legado de Trotsky, tuvo lugar la elaboración dócil del Secretariado Unificado. Esta reflexión, encarnada por sus principales referentes luego de la muerte de Mandel, no se concentró en el balance crítico de la propia corriente, y en esto coincidió con el morenismo, sino que partió de dar por clausurada la “hipótesis de la huelga general insurreccional” y con ella la “era de la Revolución de Octubre”. A partir de los desarrollos del propio Mandel sobre la “democracia mixta”, basados en la revisión de la relación entre soviets y asamblea constituyente, la “doble representación” sería la fórmula al fin encontrada para exorcizar los peligros de la burocratización de las sociedades poscapitalistas. Esto le permitió, con el retraso de un par de décadas, emular al “eurocomunismo” y abandonar definitivamente la perspectiva de la dictadura del proletariado en favor de una supuesta “democracia hasta al final”, con la ayuda de las instituciones del régimen democrático burgués.

En el sentido inverso a estas “revisiones” era necesario apelar a lo más avanzado del pensamiento revolucionario para comprender las nuevas condiciones de la época. La “restauración burguesa” había demostrado, contra la visión de que “revoluciones cualquiera” con “direcciones cualquiera”, que éstas no eran simplemente una expresión de la historia yendo a favor de la clase obrera sino una realidad mucho más compleja que, al mismo tiempo que bloqueaba el desarrollo internacionalista de la revolución, era radicalmente incapaz de sellar un curso de avance hacia el socialismo y de esta forma, como había sostenido Trotsky, preparaba las condiciones para la restauración capitalista.

El trotskismo en tiempos de restauración

Si la guerra imperialista de 1914 selló el inicio de la época de crisis, guerras y revoluciones y en su primera etapa, que comprendió las décadas de mayores convulsiones del siglo XX, tuvo lugar el resurgir del marxismo revolucionario de la mano de Lenin, Trotsky y la III Internacional; en la segunda etapa, marcada por el resultado de la segunda posguerra que configuró el orden de Yalta, bloqueando parcialmente la dinámica permanentista de los procesos de revolución proletaria (en su aspecto internacional y de lucha para la transformación de las relaciones sociales al interior de los Estados obreros), tuvo lugar, como vimos, la degeneración centrista de las organizaciones de la IV Internacional.

En el mismo sentido, la tercera etapa caracterizada por la “restauración burguesa” significó un segundo salto en la degeneración de las corrientes del trotskismo, una suerte de “socialdemocratización” (manteniendo su carácter centrista en algunos casos y en otros pasando al abierto liquidacionismo) donde primará una adaptación profunda a los escenarios del régimen burgués (sindicalismo “normal”, elecciones, demostraciones “folklorizadas”, vida universitaria, etcétera) basada tanto en el alejamiento del legado trotskista (que como vimos se preparó en los años 1980) como también en el derrotismo para con el movimiento obrero.
Luego del “fin de la historia”, con la derrota de la Revolución Polaca y los procesos de resistencia a la ofensiva neoliberal, con sus emblemas en los controladores

aéreos norteamericanos y los mineros ingleses, el desvío de los procesos de los años 1989-1991 hacia objetivos restauracionistas y la restauración capitalista en los ex Estados obreros burocratizados en el Este europeo, Rusia y el Oriente, la situación de profundo retroceso de la clase obrera comenzó a revertirse a partir de 1995, donde vuelve a la escena en Francia con la huelga de los trabajadores públicos contra el plan Juppé. A ésta le seguirán las “guerras obreras” de Corea del Sur en 1996, la huelga de UPS (correos) de 1997 en EE.UU., etcétera. En América Latina se daba la irrupción en escena del campesinado con el levantamiento zapatista de 1994 y en Argentina se desarrollarán los movimientos de desocupados [47].

Un segundo momento comenzará a partir de las movilizaciones de Seattle en 1999: surgía el movimiento “altermundista” que significó el despertar político de millones de jóvenes que luego, en 2003, tuvo un nuevo salto en su masividad transformado en movimiento contra la guerra imperialista en Irak. Junto con esto, en América Latina se dio el pasaje a la acción directa de sectores masas, con preeminencia del campesinado y los sectores medios, contra los gobiernos que habían encarnado la ofensiva neoliberal, llevando a la caída de gobiernos en Ecuador, Bolivia y Argentina.

Luego, en un tercer momento, el movimiento “no-global” fue canalizado finalmente por las variantes reformistas de “humanizar el capitalismo” con los Foros Sociales; los procesos en América Latina fueron desviados a partir del surgimiento de diferentes gobiernos con tintes reformistas, dando lugar a fenómenos políticos como el chavismo o el evomoralismo.
Por otro lado, siendo los continuadores de los planes neoliberales se profundizará la crisis de los “partidos obrero-burgueses”, en tanto direcciones históricas del movimiento obrero, como el Partido Socialdemócrata Alemán, el Partido Socialista francés, el Partido Laborista británico, el PC italiano y el francés, etcétera, así como las direcciones nacionalistas burguesas como el caso del peronismo y también de los “partido obrero-burgueses” más recientes como el PT brasileño.
Si a partir de finales del siglo pasado y comienzos de este se dio en términos generales, como señaló Bensaïd, una “vuelta del debate estratégico”, de parte del centrismo trotskista este no conllevó la vuelta de la estrategia revolucionaria sino de diferentes variantes de adaptación a los nuevos fenómenos, descartando la brújula de la independencia de clase.

Así se configuró un ala liquidacionista encabezada por la LCR francesa y el SWP británico, que se alineó detrás del proyecto de construir “partidos anticapitalistas amplios” [48], que tuvo sus últimas expresiones en la fundación de la alianza electoral RESPECT en Gran Bretaña en 2004 por parte del SWP con figuras caídas de la política burguesa y líderes religiosos de la comunidad musulmana (en su mayoría comerciantes, clérigos, e incluso burgueses), y en 2009 la liquidación de la LCR francesa en el Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) sin mayor delimitación de clase, luego de abandonar cualquier referencia a la dictadura del proletariado y a Trotsky. Esta tendencia se expresó en Sudamérica en la fundación del PSOL en Brasil a partir de la ruptura de un sector de la izquierda del PT, en Venezuela con los sectores que entraron al PSUV de Chávez y en Argentina con el fallido intento del MST. Estos proyectos acompañaron en la mayoría de los casos el abandono explícito del trotskismo por parte de quienes los impulsaron.

La pérdida de referencia de clase también se mostró en la adaptación completa a los nuevos gobiernos burgueses latinoamericanos, y en especial al chavismo. Sin embargo, el chavismo y el evomoralismo no solo impactaron en este ala liquidacionista, sino que también arrastraron a los sectores de “centro” del movimiento, como PO de Argentina o la propia LIT que, aunque manteniendo en general el programa trotskista, reavivaron viejas teorías superadas por el movimiento revolucionario como el Frente Único Antiimperialista para dar su apoyo político a estos gobiernos. Posteriormente pasaron sin mayores explicaciones a la oposición a estos mismos gobiernos, sin guardar ni en uno ni otro caso la indispensable delimitación de clase.

En la actualidad, todos los proyectos de “partidos amplios” ya mostraron sus estrechos límites: o bien colapsaron o se encuentran en crisis total, no solo porque se demostraron impotentes para dar una alternativa frente a la crisis, sino también tomados desde el punto de vista de sus propios objetivos. RESPECT estalló; el PSOL luego de dividirse en torno a las candidaturas mostró en la elección 2010 ser un fenómeno electoral en retroceso; el NPA demostró los límites de su curso electoralista no solo en las urnas mismas sino también con su pobre papel en los recientes acontecimientos de la lucha de clases en Francia; la otrora “nueva izquierda” del MST argentino terminó por integrarse a al proyecto de centroizquierda pequeñoburgués encabezado por “Pino” Solanas.

Otro tanto sucede con el chavismo y el evomoralismo, que frente a la crisis se encuentran cada vez más enfrentados a los sectores de la clase trabajadora que salen a luchar. En el caso de Chávez, intentando avanzar en el control y el disciplinamiento del movimiento obrero, como muestran los intentos de cercenar el derecho de huelga y las represiones a los conflictos de vanguardia, así como la actitud pasiva frente a la proliferación del sicariato y los asesinatos de dirigentes obreros, junto con nuevas medidas bonapartistas. En tanto Evo Morales, que durante 2010 militó contra los aumentos salariales de los trabajadores enfrentando paros y movilizaciones, comenzó el año 2011 con un ataque en regla a las condiciones de vida de las grandes mayorías, con el llamado “gasolinazo” que tuvo que retirar producto de la movilización obrera y popular.

El derrotismo para con el movimiento obrero

Junto con los fenómenos señalados en el apartado anterior, el último ciclo de crecimiento mundial redundó en un fortalecimiento social de la clase obrera (millones de nuevos trabajadores en todo el mundo), que también tuvo su expresión en el terreno de la lucha (en la mayoría de los casos reivindicativa).

La relativa recomposición en el movimiento obrero no suscitó reorientaciones estratégicas. El denominador común fue el abandono de la perspectiva de construir alas revolucionarias en el movimiento obrero, capaces de dar una batalla en las organizaciones de masas por un programa transitorio de independencia de clase contra la burocracia y la subordinación de las organizaciones del movimiento obrero a diferentes alas de la burguesía.

El ala liquidacionista del centrismo se expresó en el abandono de cualquier perspectiva estratégica ligada al desarrollo de la clase obrera, su lucha y su organización, más preocupada por la aritmética de la expresión electoral de fenómenos policlasistas. En el caso del ala centro se expresó, ya sea en la separación absoluta entre lo sindical y lo político (Lutte Ouvrière), ya sea en la “colateralización” de los trabajos en el movimiento obrero (PSTU y PO) como forma de eludir la lucha contra la burocracia en las organizaciones de masas. Si en el caso del PSTU se expresó en la transformación de CONLUTAS en un “corralito” para los trabajos históricos que mantenía en el movimiento obrero, en el caso del PO se reflejó en la constitución del Polo Obrero como fragmento del movimiento de desocupados sin pelear por un movimiento único con libertad de tendencias y en su asilamiento respecto a los sindicatos bajo la teoría del “nuevo sujeto piquetero”. En los primeros, esto significó profundizar el rutinarismo sindical, en los segundos, la adaptación a los mecanismos clientelares del asistencialismo estatal y la retirada de los sindicatos.

Con las primeras consecuencias de la crisis durante 2009 y 2010, en forma desigual, la clase obrera tuvo que enfrentar los primeros embates del capital para descargarla sobre sus espaldas, y con ellos ya se desplegaron las consecuencias del derrotismo de estas corrientes en el movimiento obrero llevado a la lucha de clases.

Francia fue, sin duda, el más importante laboratorio en esta primera etapa. La clase obrera francesa, junto con el combativo movimiento estudiantil secundario fueron los protagonistas del gran proceso de movilización para enfrentar el proyecto de reforma de las jubilaciones de Sarkozy. En las ocho jornadas de paro y movilizaciones, donde llegaron a salir a las calle tres millones y medio de personas por toda Francia, y a pesar de la estrategia de desgaste de la burocracia, se desarrollaron huelgas renovables (por tiempo indeterminado) en sectores estratégicos como las refinarías, los puertos, los ferrocarriles, junto con bloqueos en empresas, depósitos petroleros, lugares públicos, etcétera y junto con esto tendencias a la autoorganización expresadas en las Interprofesionales.

De conjunto, se expresaron tendencias a la huelga general. Sin embargo, la “extrema izquierda” francesa no estuvo a la altura de las circunstancias. Ni Lutte Ouvrière (LO) ni el Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) se constituyeron como alternativa a la burocracia de la CFDT y la CGT, que se pasaron el conflicto esperando que el gobierno abriese una puerta a la negociación que nunca llegó, sin levantar la exigencia del retiro del proyecto de ley y apostando al desgaste del movimiento. En el caso de LO, directamente se opuso a levantar la consigna de huelga general, subordinándose a las direcciones oficiales bajo el argumento de que la “relación de fuerzas” no estaba dada para ello. Mientras que la posición oficial del NPA, a pesar de que muchos de sus militantes estuvieron en la primera línea de los bloqueos, fue abstenerse de la crítica pública a la burocracia, dejando de lado tanto el planteo del retiro de la ley como la perspectiva de expulsar a Sarkozy, así como el llamado a la huelga general. Solo el Colectivo por una Tendencia Revolucionaria del NPA sostuvo la necesidad de combatir con la huelga general por el retiro de la reforma y la expulsión de Sarkozy y extender los organismos de autoorganización aliándose con los estudiantes, contra la política de desgaste y divisionista de la burocracia.

Sin embargo, ni la tendencia a la huelga general ni la orientación conservadora de LO y dirección mayoritaria del NPA cayeron del cielo. En las luchas que se desarrollaron en Francia en 2009 (Continental, Molex, Sony, Freescale, Total, Philips, New Fabris, la SNCF, Toyota, Goodyear, Caterpillar) ya tuvimos los primeros ejemplos. Por un lado, vimos como el lambertismo en los lugares donde estaba se fundía con la burocracia de FO para frenar el desarrollo de las luchas; por otro lado, pudimos ver cómo LO era incapaz de plantear una alternativa ante el cierre de Continental. En el caso de LO se agregó la intervención en la huelga general con piquetes en Guadalupe, siendo que era parte dirigente del “Colectivo contra la Explotación” (frente único de organizaciones políticas y sindicales), sin ser alternativa frente a los sectores nacionalistas burgueses de la UGTG, sin desarrollar las tendencias a la autoorganización o el cuestionamiento a la dominación colonialista francesa, y permitiendo que la gran potencialidad del movimiento pueda ser contenida con la obtención de un aumento salarial sin proponerse desarrollarla en un sentido revolucionario [49].

A su vez, pudimos ver a la dirección mayoritaria del NPA pasar por alto estas luchas sin darle la más mínima importancia a pesar de tener militantes de su partido en la propia dirección del conflicto como en Phillips Dreux. No casualmente el dirigente del ala izquierda de esta fábrica pasó a ser uno de los fundadores del Colectivo por una Tendencia Revolucionaria, para plantear una alternativa frente a la deriva electoralista de la dirección mayoritaria. Estamos hablando de toda una serie de conflictos donde los trabajadores dieron luchas durísimas y ninguna de estas direcciones fue capaz de estar mínimamente a la altura de las circunstancias.

Todos estos ejemplos muestran en el terreno de la lucha de clases no solo la negativa de estas corrientes a transformar cada uno de estos conflictos protagonizados por la clase trabajadora en grandes combates de clase que intenten modificar de alguna manera la relación de fuerzas real o, como decía Rosa Luxemburgo, transformar “las huelgas de protesta” en “huelgas de lucha” [50], sino el derrotismo frente a la posibilidad de fomentar la maduración de sectores de vanguardia del movimiento obrero fogueados en estos combates de clase. El proceso de paros y movilizaciones de octubre-noviembre de 2010 en Francia, mostró las consecuencias de este derrotismo y su impotencia frente a hechos superiores de la lucha de clases. Estas conclusiones son fundamentales, no solo para Europa sino también para aquellos países donde la crisis capitalista, a pesar de los coletazos producidos en 2009, no ha pegado de lleno aún.

En el caso Brasil y la actuación del PSTU vimos cómo no se propuso siquiera presentar una lucha seria frente al despido de 4.270 trabajadores de Embraer, siendo que dirigían el Sindicato de Metalúrgicos de Sao José dos Campos (ciudad donde se encuentra dicha fábrica).
En caso de PO de Argentina, producto de su repliegue de los sindicatos, se encuentra ajeno al principal fenómeno de organización por fuera de la burocracia que está dando en décadas la clase obrera argentina, el llamado “sindicalismo de base”.

Por la positiva, en el conflicto de 2009 en Kraft-Terrabusi se mostró en pequeño cómo la combinación entre preparación de un sector de vanguardia al interior de una fábrica junto con la disposición subjetiva de parte del PTS de transformar un conflicto obrero en una gran batalla de clase, logrando la solidaridad con sectores del movimiento estudiantil y de desocupados, forzando al frente único a los reformistas y combatiéndolos al mismo tiempo, con un programa correcto, pudo permitir enfrentar el ataque conjunto de una de las principales multinacionales norteamericanas, el Estado argentino, la burocracia sindical, y hasta la embajada de Estados Unidos. Creemos que no es exagerado decir que la lucha de Kraft-Terrabusi, de gran trascendencia nacional, fue un elemento importante para detener la oleada serie de despidos que se estaban realizando en la industrial con la excusa de la crisis.

Pero no se trata de una cuestión de triunfos o derrotas. En los ejemplos que planteábamos anteriormente, tanto el caso de Continental como el proceso en Guadalupe, podrían ser catalogados como triunfos o triunfos parciales desde el punto de vista de las reivindicaciones básicas del conflicto. Sin embargo, en el caso de los trabajadores de Continental significó el cobro de las indemnizaciones y la desaparición de la fábrica, mientras que en el caso de Guadalupe, significó el despliegue de una enorme energía revolucionaria, con más de cien días de huelga general para que el movimiento obtenga una conquista tan provisoria como un aumento salarial. La pregunta también es ¿qué deja la intervención de LO en estos conflictos en cuanto al desarrollo de una vanguardia obrera revolucionaria o potencialmente revolucionaria?

Siguiendo con el ejemplo de Kraft, y sin tomar otro gran ejemplo en este sentido como fue y es el Sindicato Ceramista de Neuquén y Zanon, la nueva comisión interna surgida durante el propio conflicto (integrada por la agrupación que conforma el PTS junto con independientes), luego de que los trabajadores hicieran su experiencia con la dirección maoísta (que traicionó la lucha), junto con la interna de PepsiCo dirigida por esta misma agrupación, está siendo el motor del reagrupamiento de la vanguardia obrera la zona norte del Gran Buenos Aires, la mayor concentración obrera del país.

Pero otra vez, tampoco se trata solo de triunfos; hubiera sido imposible la experiencia de Kraft sin que antes, en momentos de fortaleza del gobierno, hubiesen existido luchas emblemáticas que fueron derrotadas, como la textil Mafissa o semiderrotadas, como Jabón Federal. Fueron la experiencia y las lecciones de estos conflictos las que permitieron preparar un conflicto como el de Kraft. Ahora bien, ¿qué lecciones revolucionarias para futuros combates se pueden sacar de una lucha no dada como la de Embraer?

Por último, estos conflictos no solo pueden ser aprovechados o no como verdaderas “escuelas de guerra”, como parte de la preparación para procesos generalizados como el de octubre-noviembre de 2010 en Francia, y en mayor escala para la guerra de clases misma, la revolución, sino que las mismas “escuelas de guerra” exigen su propia preparación para que puedan ser tales, lo que implica la construcción de fracciones revolucionarias que puedan dirigir las batallas. Así fue en Kraft, así fue en Zanon, y así fue también en 2010 en la lucha de los trabajadores del ferrocarril Roca de Buenos Aires. Una lucha contra la tercerización y por el pase a planta permanente de 2.052 trabajadores que pasó al centro del escenario político argentino, cuando en el marco de la misma, la burocracia de la Unión Ferroviaria asesinó al militante de PO y de la Federación Universitaria de Buenos Aires, Mariano Ferreyra, motivando una crisis nacional, que solo fue amortiguada por el fallecimiento del es presidente Néstor Kirchner. Esta lucha fue el punto más alto de una serie de batallas que se viene dando desde el año 2002 en el ferrocarril. Desde aquel año, la Agrupación Bordó (PTS e independientes) viene encabezando las luchas contra la tercerización, primero contra los despidos en las tercerizadas Técnica Industrial y luego en Poliservicios, hasta 2005, cuando en unidad con los movimientos de desocupados se logró pasar a planta permanente a los trabajadores de Catering World. Así fue como se eliminó la tercerización en el ferrocarril Roca, logrando también incorporar desocupados como efectivos. Fueron 38 cortes de vías, 127 bloqueos de boleterías, como parte de esta lucha que permitieron preparase para la batalla que se dio en 2010 por el pase a planta permanente de los 2.052 nuevos tercerizados incorporados pos 2005.

Frente a quienes catalogaban de “ultimatista” el reclamo por la efectivización de los 2.052 tercerizados, la Agrupación Bordó se puso a la cabeza de la continuidad de la lucha por este objetivo que finalmente se avanzó en conquistar, y que constituye tal vez, uno de los más importantes triunfos en un conflicto de empresa desde la caída de la dictadura, transformándose hoy en una de las grandes banderas de la vanguardia obrera argentina.

Para concluir, podemos decir que terminar con el derrotismo para con el movimiento obrero es el punto de partida fundamental para que el trotskismo, como continuidad del marxismo revolucionario, pueda recuperar aquello que lo distingue de toda otra tradición, el ser un método para la fusión con la vanguardia obrera para una perspectiva revolucionaria.

Parte III. Los límites de la restauración burguesa y las nuevas condiciones para la reconstrucción del marxismo revolucionario

La crisis que atraviesa al capitalismo en la actualidad plantea nuevas condiciones históricas que sitúan a la etapa de la “restauración burguesa” ante sus propios límites. Si bien esta significó una amplia derrota para el proletariado mundial que dio un nuevo impulso a la dominación capitalista (y en este sentido puede hablarse de “restauración” haciendo un paralelo con la Restauración borbónica), como señalábamos al principio, no significó el surgimiento de un capitalismo a lo Adam Smith, sino una profundización de las contradicciones del capitalismo dándoles un carácter cada vez más explosivo. A su vez, aunque en condiciones de alta fragmentación interna, la clase obrera ha extendido sus filas a niveles sin precedentes.

Hoy recién nos encontramos ante las primeras consecuencias de la crisis. Guerra de monedas, fricciones en el G20 por definir quién paga los costos, renovadas tensiones geopolíticas, revelaciones que ponen al desnudo a la diplomacia imperialista y el retroceso de EEUU como potencia hegemónica. En Europa, al tiempo que se encuentra amenazada la propia existencia del Euro, se producen una sucesión de ataques deflacionarios, en Grecia, en España, en Portugal, etc., en un contexto donde dos años de crisis ya habían comenzado a degradar las condiciones de vida de las masas y en especial de los más explotados.

En 2010, vimos las primeras respuestas de la clase obrera y los oprimidos. Por un lado, el explosivo proletariado de oriente, que cuenta en China con casi 200 millones de nuevos trabajadores que migraron a las ciudades en los últimos 20 años, comenzó a tensar sus músculos en conflictos por empresa. Por otro lado, la poderosa clase obrera europea, con epicentro en Francia con paros y movilizaciones masivas contra los ataques de Sarkozy, protagonizó los primeros enfrentamientos contra la burguesía imperialista que pretende descargar la crisis sobre los trabajadores.

El 2011 comienza con el levantamiento de los oprimidos en África del norte y medio oriente. Se multiplican los procesos revolucionarios. De Túnez a Egipto, de Egipto a Libia. Son las respuestas más contundentes de las masas hasta el momento frente la crisis mundial que hacen tambalear la estructura de dictaduras pro-imperialistas que dominan en la región.

La crisis muestra un capitalismo que se torna incapaz de garantizar si quiera las condiciones elitistas del propio “pacto neoliberal” en relación a las clases medias y los sectores privilegiados de la clase trabajadora, al tiempo que amenaza con hundir aún más en la miseria a la gran mayoría de la clase obrera y a los pueblos oprimidos del mundo. A su vez, el salvataje estatal masivo de los capitales imperialistas y la necesidad nuevos avances reaccionarios desnudan cada vez más abiertamente el carácter degradado de las democracias neoliberales, ya no solo en las semicolonias sino en los propios países imperialistas, mientras ponen sobre la mesa la hipocresía del imperialismo que sostiene dictaduras de todo tipo para proteger sus intereses en África y medio oriente.

La evolución de estas tendencias, junto con el acrecentamiento de las tensiones geopolíticas producto de la crisis, plantea los límites del avance de la reacción imperialista en términos pacíficos, y con ella las premisas para el fin de la etapa de la “restauración burguesa” y la reactualización de la época imperialista, de crisis, guerras, revoluciones.
Estas son las condiciones para la reconstrucción del marxismo revolucionario a principios del presente siglo.

Como señalábamos al principio, para la clase obrera el elemento esencial de la maduración de sus intereses está determinado por su experiencia histórica acumulada y su educación en proceso mismo de la lucha de clases, y esta continuidad solo puede ser sostenida por su vanguardia organizada, ya que bajo las condiciones del capitalismo nunca, puede ser patrimonio de la clase de conjunto. Esta experiencia acumulada tuvo sus expresiones más altas en la III Internacional, en sus cuatro primeros congresos antes de que se produjera su degeneración, y tuvo su continuidad en el legado de Trotsky y la IV Internacional. Pero esta tradición se quebró luego de la segunda guerra mundial, manteniéndose tenuemente en el trotskismo post-Yalta como “hilos de continuidad”, reflejados en las resistencias parciales correctas contra las claudicaciones más abiertas. Para volver a profundizarse luego treinta años de restauración burguesa.

Esta ruptura de la tradición revolucionaria y la ausencia de revoluciones durante décadas (y quizás Egipto, Libia y el proceso en el mundo árabe marque un cambio en esta tendencia), hace que el establecer una estrecha relación con la clase obrera sin reconstruir un marco estratégico partiendo de lo más avanzado que dio la experiencia del movimiento obrero y la teoría revolucionaria, junto con el balance profundo de la experiencia anterior, signifique indefectiblemente degenerar, ya que la clase obrera viene de décadas de retroceso subjetivo en las condiciones impuestas por la restauración.

Pero como señalaba el fundador del partido bolchevique, “una acertada teoría revolucionaria […] sólo se forma de manera definitiva en estrecha conexión con la experiencia práctica de un movimiento verdaderamente de masas y verdaderamente revolucionario”. Por eso es imposible redefinir este marco estratégico por fuera de la estrecha vinculación con la clase obrera real, porque a pesar de que la teoría revolucionaria pueda desarrollarse circunstancialmente en condiciones de relativo aislamiento (como por ejemplo Marx en la biblioteca del Museo Británico, o Lenin en Suiza durante la Primera Guerra Mundial), el marxismo revolucionario solo puede avanzar hacia sus formas vivas y definitivas cuando está vinculado con la lucha y organización de la clase obrera.

En la actualidad estamos ante los albores de un nuevo período histórico. Frente a los límites de la “restauración burguesa” se alza una nueva “primavera de los pueblos” cuya profundidad aún no es posible determinar. En 1848 aquella “primavera” atravesó el conjunto de Europa y su periferia, desde Francia donde se desarrollaron los primero enfrentamientos clásicos de la lucha de clases moderna, hasta la revolución húngara por la independencia, pasando por Prusia, Italia, Austria, llegando hasta países como Brasil. La “primavera de los pueblos” en el ’48 selló el nacimiento del proletariado moderno.

En aquellas revoluciones, como señalara Trotsky en “A 90 años del Manifiesto Comunista”, Marx y Engels creyeron ver los síntomas del agotamiento histórico del capitalismo como sistema y sobreestimaron la madurez revolucionaria del proletariado. Distinto fue en la época imperialista de declinación del capitalismo, donde se transformó en un sistema absolutamente reaccionario y vimos como la burguesía tuvo que echar mano a la destrucción masiva de dos guerras mundiales para mantener su dominación frente a crisis sin paralelo en la época de los fundadores del marxismo y a las revoluciones proletarias que atravesaron el planeta durante el siglo XX.

Hoy, esta nueva primavera marca el inicio del resurgimiento de la clase obrera en las condiciones impuestas por décadas de restauración burguesa. Pero la historia no se repite, y no es para ello para lo que debemos preparamos. Sabemos que en la decadencia propia del capitalismo imperialista su triunfo solo puede traer barbarie. Y lo que es más importante, no nos enfrentamos en la actualidad al primer capítulo de historia del proletariado moderno sino a su capítulo más reciente luego de más de un siglo y medio de luchas revolucionarias.

De la reactualización de esta experiencia y su transformación en fuerza material, con partidos revolucionarios y la reconstrucción de la IV Internacional, dependerá la posibilidad de que los nuevos desarrollos de la lucha de clases, inscriptos en la crisis capitalista, puedan romper el continuum de la historia. Para esto nos preparamos.

17 de febrero de 2011

 

Suscríbase a nuestra gacetilla electrónica
Online | www.ft-ci.org


Organizaciones de la FT-CI
La Fracción Trotskista-Cuarta Internacional está conformada por el PTS (Partido de los Trabajadores Socialistas) de Argentina, el MTS (Movimiento de Trabajadores Socialistas) de México, la LOR-CI (Liga Obrera Revolucionaria por la Cuarta Internacional) de Bolivia, MRT (Movimento Revolucionário de Trabalhadores) de Brasil, PTR-CcC (Partido de Trabajadores Revolucionarios) de Chile, LTS (Liga de Trabajadores por el Socialismo) de Venezuela, LRS (Liga de la Revolución Socialista) de Costa Rica, militantes de la FT en Uruguay, Clase Contra Clase del Estado Español, Grupo RIO, de Alemania y Militantes de la FT en la CCR/Plataforma 3 del NPA de Francia.

Para contactarse con nosotros, hágalo a: [email protected]