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La muerte de Al Zarkawi no significa el fin de la resistencia
por : Juan Chingo

15 Jun 2006 |

La muerte de Abu Musab Al Zarkawi, el líder de Al Qaeda en Irak, es un importante golpe táctico y psicológico para Estados Unidos cuando más lo necesitaba. Frente al empeoramiento de la situación en Afganistán y la conquista de Mogadishu, capital de Somalía por fuerzas islámicas, es un respiro para Bush tanto a nivel interno como internacional, aunque sus efectos estabilizadores a largo plazo aún están por verse.

El impacto de la muerte de Al Zarkawi

La muerte de Al Zarkawi es el más importante triunfo público desde la captura del antiguo presidente Saddam Hussein a fines de 2003. Llega en el momento de mayor desaprobación a la guerra en los EE.UU. Su impacto le permite a los EE.UU. encubrir la carnicería de los salvajes marines en Haditha (del nivel de My Lai, en Vietnam), que ha sacudido nuevamente a millones de norteamericanos que todavía no se pueden recuperar de las imágenes de vejaciones y torturas de sus Fuerzas Armadas en la cárcel de Abu Grabih. A su vez, intenta detener, a cinco meses de las cruciales elecciones de medio-término, el desplome de Bush, con un 22% de “aceptación”, mediante el invento de un “golpe letal” al terrorismo islámico global. Por último, la eliminación de Al Zarkawi, responsable del asesinato selectivo de chiítas iraquíes, ha causado beneplácito en Irán y ha apuntalado momentáneamente al flamante gobierno de coalición de Bagdad dominado por los chiítas.

La formación del nuevo gobierno irakí

La selección de un Ministro del Interior, un Ministro de Defensa y un Consejero de Seguridad Nacional le otorga a Irak su primer gobierno completo desde las elecciones de diciembre de 2005.

Su formación constituye un arreglo político entre los principales elementos de los tres grupos étnicos principales de Irak. La suerte de este arreglo político definirá el futuro de Irak, y con él, el futuro de la región y en cierta medida el futuro de la posición norteamericana en ella. De ahí que Bush haya viajado personalmente para apuntalarlo. La base del acuerdo estriba en el reconocimiento de los chiítas como el grupo dominante debido a su mayoría demográfica, al tiempo que se le otorgan garantías institucionales y políticas a los sunitas de que sus intereses no van a ser ignorados por los chiítas y los kurdos. A su vez, estipula que parte de la renta petrolera no va a ser controlada sólo a nivel regional, lo que iba en contra de los sunitas. Pero más allá de estos detalles superestructurales que aun deben ser revisados en la nueva Constitución, la clave del éxito del nuevo gobierno radica en si es capaz de derrotar a la insurgencia y por otro lado detener la violencia sectaria, o entre los distintos grupos étnicos que componen Irak. EE.UU. apuesta a que los sunitas, a cambio de las concesiones políticas y económicas, ordenen a la insurgencia cesar sus ataques, además de influir a la población para que retire el apoyo a los insurgentes que los sunitas no controlan. La muerte de Al Zarkawi, parecería ser la primera muestra de los sunitas de lo que están dispuestos a hacer para garantizar su nueva posición en el actual reparto de poder de Irak, a la vez que esperan una reciprocidad política de los lideres chiítas con respecto a las milicias para dar nuevos pasos que lleven hacia la estabilidad política. En este punto, es donde entra el rol de Irán y su influencia sobre los grupos armados chiítas. Como se ve, el éxito de este acuerdo político no está bajo el control de los EE.UU., sino de toda una serie de actores nacionales o regionales como Irán, aunque los EE.UU. están cada vez más ansiosos con su resultado ya que de él depende una salida decorosa de Irak luego del fracaso de su operación militar en derrotar a la insurgencia.

Los límites de la renovada euforia norteamericana

Pero a pesar de las noticias prometedoras de la última semana, la oportunidad actual, al igual que otras anunciadas en el pasado, puede dilapidarse rápidamente. Después de tanto fracaso de la operación irakí, los signos de cautela brotan por todos lados. El coronel Dale Davis, ex oficial de inteligencia aún activo en Medio Oriente, citado por Washington Post del 9 de junio, dice: “Hemos estado en esta situación tantas veces: la matanza de Uday y QusayHussein, la captura de Saddam, las elecciones, la transferencia de soberanía, el nuevo gobierno- todos marcados por la euforia, infinidad de discusiones sobre puntos de inflexión, la elevación de las expectativas de éxito y luego la consternación en tanto Irak continúa su espiral hacia el olvido”. En el mismo sentido se pronuncia Anthony H. Cordesman, un experto en defensa del Center for Strategic and International Studies en Washington: “Si es solo Zarkawi, es en gran parte una victoria política y propagandística y puede desaparecer tan rápido como la captura de Saddam o la matanza de sus hijos”. Además, no parece probable que Al Maliki (Primer Ministro iraquí) tenga la fuerza y el apoyo político suficiente para imponer la ambiciosa agenda que se propone. Por ejemplo reestablecer el monopolio del Estado sobre las armas eliminando las milicias choca con la dificultad de que los más poderosos partidos en el gobierno controlan las milicias mas fuertes. En un sentido su gobierno llega demasiado tarde para frenar la dinámica de faccionalización entre los diversos grupos étnicos así como al interior de los mismos que se incrementó notablemente desde el atentado a la mezquita shiita de Samarra, al norte de Bagdad.

La insurgencia continúa

A pesar de que Al-Maliki celebró la “liquidación” de Zarqawi ésta no liquida la insurgencia en Irak. Pese a que EE.UU. por propósitos propagandísticos presenta a la resistencia como de origen extranjero, la mayoría de ésta es nativa. Algunos apoyan las ideas de Al Qaeda, pero la mayoría tomaron las armas por otras razones que van desde un rechazo nacionalista árabe ante una ocupación extranjera a un temor profundo sobre el futuro en la minoría sunnita anteriormente dominante.

La política de Al Zarkawi se fue inclinando cada vez más a fomentar los temores de estos sectores de la población contra los chiítas e Irán pero debilitando cada vez más las posibilidades de una resistencia común a los EE.UU. Un ejemplo grosero de ésto es un video dado a conocer una semana antes de su muerte, donde afirma que “las raíces de los judíos y los chiítas son las mismas”e incluso va tan lejos que califica al ayatolá Ali Al-Sistani de “ateo”. Su política de matar centenares de civiles musulmanes con bombas suicidas en las mezquitas le fue llevando a alejarse de otros sectores de la resistencia irakí y sobretodo de la simpatía de las masas árabes en la región y en el mismo Irak. Por eso, los revolucionarios condenamos sus métodos reaccionarios, que tenían la intención de generar el caos y fomentar la guerra civil en Irak pero que eran totalmente contraproducentes para desarrollar una consecuente y tenaz resistencia para derrotar la ocupación imperialista. Esta perspectiva sólo la puede ofrecer una dirección revolucionaria que se organice según criterios de clase y no de carácter étnicos o de tipo religioso.

 

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