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Las motivaciones y contradicciones del acuerdo Brasil-Turquía-Irán
por : Simone Ishibashi

03 Jun 2010 | Los límites de la política internacional de Lula están marcados por la propia condición de Brasil como un país que, a pesar de estar asumiendo una posición de potencia regional, no es capaz de enfrentarse abiertamente con el imperialismo norteamericano

“Lula salta a la primera división de la diplomacia mundial”, era el título del artículo publicado en el diario alemán Der Spiegel que analiza el acuerdo firmado el 17/5 entre Irán, Turquía y Brasil. Sin embargo, pasada una semana, el tono de los análisis cambió radicalmente. Reproduciendo las posiciones publicadas en los medios norteamericanos, titulares como el de la Folha de Sao Paulo del 27 de mayo, adoptaron otro tono, vaticinando: “Al dar legitimidad a Ahmadinejad, Lula avergüenza a Brasil”.

Este cambio en la percepción de los analistas burgueses nacionales e internacionales se debió al propio movimiento realizado por el imperialismo norteamericano, que en vez de felicitar la “iniciativa” de Brasil, se reunió a las apuradas con Francia, Rusia, Alemania, Gran Bretaña y China para anunciar el paquete de sanciones contra Irán que ya venían tratando de aprobar hace tiempo, y que no estaba vigente solo por la renuencia de China, y en menor medida de Rusia.

El acuerdo firmado entre Brasil, Irán y Turquía preveía que Irán enviase parte de su stock de uranio poco enriquecido a Turquía y recibiese a cambio el combustible enriquecido hasta el 20%, nivel adecuado para uso médico, pero no para fabricar una bomba nuclear. El imperialismo norteamericano rápidamente se adelantó y declaró que el pacto no evitaría las sanciones, alegando que éste sería insuficiente ya que no impediría que Irán siguiese enriqueciendo uranio. “Aunque sea un paso positivo para Irán transferir uranio poco enriquecido hacia afuera, como acordaron hacer en octubre, el país dijo que seguirá el enriquecimiento al 20%, lo que es una violación directa a las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU” Afirmó el vocero de la Casa Blanca, Robert Gibbs.

A pesar de la incontestable tensión que se abrió en la relación entre Estados Unidos y Brasil, la publicación de una carta firmada por el propio Barack Obama enviada a Lula el 20 de abril en la que el presidente norteamericano orientaba a que Brasil instase a Irán a aceptar los términos del acuerdo propuesto por el imperialismo a partir de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), en gran parte idénticos a los del pactado el 17 de mayo, demostró dos cuestiones fundamentales. La primera es que Lula, a pesar de aparecer como un actor internacional que asume cada vez más protagonismo, actúa llevando adelante una política que atiende los intereses imperialistas. Las tensiones resultaron de las inmensas contradicciones de la política imperialista, que aún cuando asume un discurso conciliador, tiene un contenido duro. Y la segunda es que los reales intereses estratégicos para el imperialismo norteamericano son los de imponer sanciones a Irán o hacerlo ceder con un acuerdo que sea impuesto por Estados Unidos. Un acuerdo que aparezca a los ojos del mundo como producto de una potencia regional como Brasil simplemente no le sirve.

El imperialismo norteamericano y la necesidad de sancionar a Irán

Con las negociaciones para la aprobación de las sanciones contra Irán, Estados Unidos busca por un lado responder a las presiones internas de los sectores republicanos y demócratas más duros, que defienden un recrudecimiento de la política externa norteamericana, y que venían desgastando al gobierno de Obama, en el marco de una caída importante en su popularidad desde principio de año. Por otro, busca forjar un acuerdo con las demás potencias e imperialismos más importantes que actúan en el consejo de Seguridad de la ONU de modo de reconstruir, por la vía de la negociación en torno a la sanción a Irán, elementos de ejercicio de su posición hegemónica. Esto como una demostración capaz de distender las grandes dificultades en las que el imperialismo sigue inmerso en Medio Oriente, en especial en Afganistán.

Así, aún cuando los términos del acuerdo alcanzado por Lula atendían a lo que el imperialismo decía que eran sus intereses en relación a Irán (según la carta de Obama), este acuerdo fue visto como un problema en Washington. Es que el mismo iba a contramano de los objetivos estratégicos de hacer que Ahmadinejad se inclinase ante la AIEA, el Consejo de Seguridad de la ONU y, sobre todo, el imperialismo norteamericano. Así, el movimiento de Lula dejó a EE.UU., y a sus aliados más decididos en sancionar a Irán, en una posición incómoda al demostrar que las sanciones imperialistas evidentemente no tienen nada que ver con “defender la paz”, como plantean en sus hipócritas discursos, sino en ejercer su dominación geopolítica que se materializa en la continuidad de la masacre sobre el pueblo afgano y al apoyo al Estado sionista de Israel.

Lula se aprovecha una vez más de las contradicciones del imperialismo

En el caso específico de Irán, la carta de Barack Obama demuestra que Lula, lejos de llevar adelante una política independiente, siguió a rajatabla la orientación del imperialismo, con la única excepción de su papel en el acuerdo.

El acuerdo con Irán se mostró como un avance en la disposición de Lula, que está terminando su mandato, a lanzarse como actor internacional de peso, aunque esto demostró tener grandes límites. El resultado fue el aumento de la propia tensión con Estados Unidos, que no había alcanzado niveles retóricos semejantes en otras oportunidades en las que actuó el gobierno brasileño, como durante el golpe en Honduras o en la cuestión de Haití. Es decir, un acuerdo que le otorgara a Lula los laureles y lo proyectase como líder, no solo en temas latinoamericanos, sino ahora en lo que atañe al corazón de la política externa norteamericana, es algo con lo que el imperialismo no contaba, y el motivo del endurecimiento de las acciones y del discurso de la secretaria de Estado, Hillary Clinton, que rápidamente se pronunció afirmando que “Ya dijimos al presidente Lula y al canciller Celso Amorim que hacer que Irán gane tiempo hace al mundo más peligroso...”.

Sin embargo, los límites de la política internacional de Lula están marcados por la propia condición de Brasil como un país que, a pesar de estar asumiendo una posición de potencia regional, no es capaz de enfrentarse abiertamente con el imperialismo norteamericano, que en el marco de la crisis capitalista ha buscado restituir las vías de dominación imperialista sobre América Latina. Así, la política externa de Lula avanza sobre esta contradicción característica de la propia burguesía brasileña, que oscila entre la necesidad de ampliar sus márgenes de maniobra y la impotencia y servilismo ante el imperialismo, valiéndose de las brechas del discurso imperialista para ocupar un lugar más destacado sin excederse en el enfrentamiento con Estados Unidos. Eso es lo que se demuestra cuando vemos que al mismo tiempo que Lula realiza estos movimientos, firma un acuerdo nuclear con Estados Unidos, que prevé colaboración en asuntos técnicos, de defensa o entrenamientos militares conjuntos. Por lo tanto, queda demostrado que ninguna política de independencia consecuente puede venir de Lula, y que la defensa de los intereses de la clase trabajadora brasileña y latinoamericana solo puede ser el resultado de su actuación independiente.

Abajo las reaccionarias sanciones imperialistas contra Irán

En la reciente conferencia del Tratado de No Proliferación, tanto Estados Unidos como Rusia se negaron a asumir un plazo para disminuir su capacidad de destrucción nuclear, mientras preparan las sanciones contra Irán y endurecen las medidas para impedir que los países desarmados puedan ejercer su derecho democrático de desarrollar energía y armamentos nucleares para defenderse de la amenaza imperialista. Mientras tanto, siguen protegiendo el armamento del estado sionista de Israel, verdadera amenaza a los pueblos de Medio Oriente.

Los revolucionarios sabemos que la mayor amenaza a los pueblos del mundo son justamente las burguesías imperialistas, que cínicamente dicen velar por la paz mundial mientras se manchan cada vez más las manos con la sangre de los pueblos y trabajadores de todo el mundo. Esto es lo que hace Estados Unidos en Afganistán e Irak. Basta recordar que hasta hoy las bombas que destruyeron Japón a la salida de la II Guerra Mundial fueron detonadas por Estados Unidos. Por otro lado, Rusia sigue oprimiendo a las nacionalidades del Este. Por lo tanto, defendemos el derecho de los países semicoloniales a desarrollar energía y armamento nuclear para defenderse de la amenaza imperialista. Más allá del carácter reaccionario del régimen iraní de Ahmadinejad, que oprime a los trabajadores y a las mujeres, nos pronunciamos terminantemente en contra de las sanciones imperialistas a Irán.

 

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