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Haití: Entre la devastación y la ocupación imperialista
por : Juan Andrés Gallardo

23 Feb 2010 |


El terremoto que azotó Haití el 12 de enero de 2010, afectando principalmente a su capital, Puerto Príncipe, ha tenido consecuencias devastadoras. Según el propio gobierno haitiano se han confirmado más de 200.000 muertos y 250.000 heridos, mientras que 1 millón de personas perdieron su casa. Se estima que en total el terremoto afectó a un tercio de la población del país, que es de 10 millones de habitantes.

La devastación provocada en Haití no es solo consecuencia de los 7 puntos del sismo, sino de las condiciones de precariedad absoluta en la que viven hacinados millones de haitianos como es el caso de los principales barrios populares de la capital [1]. Esta situación es el resultado directo de las políticas neoliberales, que en las últimas décadas aceleraron un proceso de expulsión de cientos de miles de campesinos, a los que les fueron arrebatadas sus tierras para entregárselas a las transnacionales, desde el interior del país hacia las miserables barriadas urbanas convertidas en reservorio de mano de obra barata y semiesclava, donde el hambre llega a los extremos de comer “galletitas de barro” para sobrevivir y donde las viviendas se construyen con cartón, chapa o madera en zonas de riesgo y sin ningún tipo de infraestructura.

Distintas organizaciones y especialistas ya habían denunciado el estado calamitoso de la infraestructura y las viviendas, de las cuales el 70% son precarias, y ya habían sucumbido ante los huracanes que azotaron el Caribe en los años previos dejando miles de muertos en Haití, mientras que en Cuba no llegaban a 5 [2]. Esto demuestra que semejante catástrofe podía haber sido evitada o al menos minimizada. Mientras que en los barrios pobres sus habitantes lo perdieron todo, en los barrios ricos, el impacto del terremoto fue menor, los lujosos hoteles siguieron funcionando y unos días después del sismo comenzaron a abrir los bancos y supermercados.

La situación de pobreza y miseria extrema en la que hoy se encuentra Haití, y que ha permitido semejante catástrofe, es el resultado de dos siglos de la injerencia y saqueo imperialista que se profundizó en las últimas décadas por los planes económicos monitoreados por el Banco Mundial y el FMI, que exigieron la “apertura económica” y la eliminación de las barreras comerciales.

La respuesta del imperialismo norteamericano tras el terremoto fue, al igual que durante los últimos 100 años, la intervención militar directa mediante el envío de más de 15.000 soldados que controlaron los puntos estratégicos de Puerto Príncipe y se vienen a sumar a las tropas de la ONU enviadas por varios de los gobiernos “progresistas” latinoamericanos que mantienen una ocupación militar sobre Haití desde el año 2004.
Los dos siglos de injerencia imperialista sobre este pequeño país del Caribe tienen una relación directa con la forma en la que Haití se abrió paso en la historia como nación independiente.

Los medios de comunicación no se han cansado de presentar rutinariamente a Haití como la nación más pobre del continente, pero ocultan deliberadamente que se trata del país que conoció una histórica insurrección de esclavos negros que dio lugar a principios del siglo XIX a la primera República Negra del mundo y convirtió a Haití en el primer estado independiente de América Latina. Esta gesta fue considerada como una amenaza por las potencias colonialistas de la época, que llevaron adelante una política sistemática de saqueo y ocupación que continúa hasta nuestros días.

Haití entre la rebelión y la injerencia imperialista

Hacia fines del siglo XVIII la parte de la antigua isla La Española bajo dominio colonial francés, conocida con el nombre de Saint Domingue, era considerada la colonia más rica. En ella se producía la mitad del azúcar que se consumía en el mundo y tres cuartas partes de la que se consumía en Europa. Esta riqueza estaba sustentada en la brutal explotación de medio millón de esclavos negros que habían sido traídos desde África para trabajar en las plantaciones de azúcar, café y cacao.

La Revolución Francesa de 1789 generó tensiones y divergencias entre los sectores dominantes de la isla [3]. En primer lugar, entre aquellos que apoyaban a la monarquía y quienes pretendían un mayor grado de autonomía en la administración colonial. En segundo lugar, entre los blancos y los mulatos que si bien eran libres, peleaban por conquistar derechos políticos que les habían sido negados hasta ese momento. Lógicamente, ni blancos ni mulatos, ambos propietarios de esclavos, plantearon la necesidad de abolir la esclavitud.

Estas tensiones se radicalizaron cuando en 1791 la Asamblea de la metrópoli dio derecho al voto a los mulatos y un sector de los grandes blancos amenazó con la independencia.

En medio de estas luchas entre las distintas fracciones dominantes emergió en 1791 la insurrección de los esclavos negros tras el objetivo político de conquistar su libertad. La rebelión encabezada por un ejército de 40.000 esclavos abarcó todo el país. Más de 100 grandes haciendas azucareras del norte y más de 1.000 pequeñas haciendas cafetaleras del sur fueron quemadas.

Con victorias y derrotas, la guerra civil al interior de la isla continuó durante 12 años bajo la dirección del ex esclavo Toussaint Louverture y luego de su muerte de Jean-Jacques Dessalines, enfrentándose y derrotando en distintos momentos no sólo a los blancos y mulatos esclavistas, sino también al ejército francés de Napoleón, que envió 60.000 hombres al mando del general Leclerc para evitar su triunfo. La derrota del ejército de Napoleón, el más poderoso de Europa, por parte de este ejército de ex esclavos negros fue lo que llevó a la creación de Haití como nación independiente declarando su Independencia el 1° de enero de 1804.

La rebelión de los trabajadores negros de la ex colonia de Saint Domingue por su liberación combinó la lucha antiesclavista y la guerra de independencia en una dinámica de revolución social [4]. El triunfo de su lucha y la creación de Haití en 1804, el primer estado independiente de América Latina y la primera república negra del planeta, eran una amenaza para las potencias coloniales [5].

Temiendo que Haití se transformara en un ejemplo de lucha contra el colonialismo y el esclavismo, Estados Unidos [6], bajo la presidencia de Thomas Jefferson junto con las potencias europeas [7] se negaron a reconocer a la joven república independiente, lo que llevó a un prolongado aislamiento de Haití, hasta que finalmente en 1825 se le impuso el pago de una compensación a Francia, equivalente a unos 21.000 millones de dólares como condición para ser reconocida. Esta “deuda de la Independencia” fue la primera deuda externa de América Latina. Para pagar esa onerosa suma en concepto de indemnización a los dueños franceses de esclavos y plantaciones, el pequeño país caribeño tuvo que endeudarse durante más de un siglo. Recién en 1947 canceló su deuda con la antigua potencia colonial, sólo para comenzar un nuevo ciclo de endeudamiento.

El imperialismo norteamericano, para garantizar la sumisión de Haití, invadió y ocupó el país entre 1915 y 1934, luego sostuvo las brutales dictaduras de Francois Duvalier, (1957-1971) y de su hijo Jean Claude Duvalier (1971-1986), que fueron un baluarte de la lucha de Estados Unidos contra la “amenaza comunista” que planteaba en el Caribe la Revolución Cubana. Bajo la dictadura de “Papa Doc”, como se conocía a Duvalier padre, se fundaron las milicias paramilitares conocidas como Tonton Macoute, que durante décadas aterrorizaron a la población. Se estima que durante los gobiernos de Duvalier padre e hijo esta organización paramilitar asesinó a más de 150.000 personas en su mayoría civiles y opositores al régimen.

En 1964, “Papá Doc” se declaró presidente vitalicio y en 1971 la Asamblea Nacional modificó la Constitución para designar a su hijo “Baby Doc”, de solo 19 años, como su sucesor. La oposición a esta brutal dictadura creció hacia mediados de la década de 1980 con una ola de protestas y huelgas. En 1986, una rebelión popular puso fin a la dictadura y Duvalier hijo huyó del país en un avión de la Fuerza Aérea norteamericana.

En 1990 fue elegido presidente Jean Bertrand Aristide, un ex sacerdote que había adherido a la teología de la liberación, que llegó al poder prometiendo algunas tímidas medidas, entre otras una reforma agraria que nunca se concretó. Aunque Aristide no pertenecía a la elite haitiana, en ese momento fue la única oportunidad para el imperialismo y la burguesía local para desviar el proceso iniciado con la caída de la dictadura de Duvalier. La injerencia imperialista continuó bajo el gobierno de Bush padre, con el apoyo de Estados Unidos al golpe militar dirigido por Raoul Cedrás que derrocó a Aristide en 1991. Sin embargo, ante el descontento popular contra la nueva dictadura, y para evitar una ola incontrolable de refugiados hacia EE.UU., en 1994 el presidente norteamericano Bill Clinton reinstaló a Aristide en el poder mediante una nueva invasión de 20.000 marines, luego de que éste aceptara implementar el programa neoliberal exigido por el FMI que incluía la privatización de las pocas empresas estatales, la cesión de tierras en manos de campesinos pobres a empresas transnacionales y el establecimiento de zonas francas para la explotación intensiva de la mano de obra haitiana con salarios miserables. Aristide había abandonado toda pretensión “populista” y se había transformado en un sirviente del imperialismo.

Diez años más tarde, durante la segunda presidencia de Aristide y ante la amenaza de una nueva rebelión, en medio del descontento popular y de enfrentamientos entre grupos armados por éste para sostenerse en el poder, Estados Unidos, bajo el gobierno de George Bush (h), apoyó el golpe de la derecha local que en marzo de 2004 desalojó a Aristide de la presidencia, lo expulsó al exilio a Sudáfrica, proscribió su partido y persiguió a sus simpatizantes. El actual gobierno de René Préval, que llegó al poder en 2006, ha demostrado en estos años ser absolutamente funcional a los intereses del imperialismo norteamericano.

Las consecuencias de casi 100 años de ocupación y saqueo imperialista están a la vista. El 80% de la población haitiana vive en la pobreza y el 1% más rico posee el 50% de los bienes del país.

Hasta la década de 1970 Haití fue autosuficiente en arroz, que es la base de la alimentación, pero las políticas neoliberales no hicieron más que diezmar la ya dependiente economía haitiana. Hoy se importa más del 80 % del arroz que se consume y el 55% de todos los alimentos de la dieta básica.

La deforestación brutal ejercida por las multinacionales, que había sido intensificada durante la era Duvalier para explotar sin freno los bosques de maderas, hizo que estos bosques, que originalmente ocupaban el 80% del territorio haitiano, se hayan reducido al 2% en la actualidad.
En los últimos años, la deuda externa de Haití no ha parado de crecer, aumentó más de 40 veces en los últimos 34 años, llegando en 2008 a 1.600 millones de dólares, obligando al país a utilizar el 22% de su presupuesto anual para pagar sus intereses.
Todas estas condiciones se mantuvieron y profundizaron bajo la ocupación de la ONU en los últimos seis años. El actual gobierno de René Préval y la ocupación de la misión militar de la ONU desde el año 2004 son el resultado de la política imperialista para mantener sometido al pueblo haitiano y condenarlo a la miseria.

Minustah: La fuerza de ocupación de los “progresistas” latinoamericanos

Haití se encuentra ocupado desde el año 2004 por orden de EE.UU. con el acuerdo de la ONU, bajo una misión militar comandada por Brasil y compuesta por varios países latinoamericanos. La Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización de Haití, conocida con el nombre de Minustah, ocupó el país con un argumento supuestamente humanitario. Sin embargo, las tropas de Brasil, Uruguay, Argentina, Chile, Bolivia, Paraguay y Ecuador, entre otros, y personal policial de más de treinta países [8], mantienen la ocupación para garantizar los negocios de los capitalistas mientras el pueblo haitiano se encuentra sumido en la más absoluta miseria.

Las organizaciones populares de Haití han denunciado en reiteradas ocasiones las violaciones a los derechos humanos perpetradas por las fuerzas de ocupación, que incluyen desde persecuciones y detenciones hasta asesinatos políticos, masacres en los barrios más pobres de la capital y violaciones de mujeres y niñas [9].

Las tropas de la Minustah dejaron en claro sus objetivos desde el inicio. El 10 de diciembre de 2004, ante las movilizaciones y disturbios provocados contra la visita del entonces Secretario de Estado norteamericano Colin Powell a la isla, los militares argentinos, brasileros y chilenos reprimieron y persiguieron a los supuestos seguidores de Aristide, asesinando y dejando heridas a decenas de personas. Cuatro días más tarde ingresaron y ocuparon militarmente Cité Soleil, una de las barriadas pobres más grandes de los alrededores de Puerto Príncipe en lo que fue la operación militar-policial conjunta más importante desde la llegada de los Cascos Azules a la isla.

Las operaciones en Cité Soleil se volvieron a repetir en julio de 2005 y diciembre de 2006. En 2005, las tropas de la ONU dispararon contra los habitantes de la comunidad causando un efecto devastador, dejando 22.000 agujeros de bala e impidiendo, más tarde, la entrada de la Cruz Roja. En 2006, atacaron a la población que se movilizaba, disparando desde helicópteros contra civiles desarmados. En esa ocasión, asesinaron a 30 personas, entre las que había mujeres y niños.

En la frontera con República Dominicana las empresas multinacionales, con el aval del gobierno y bajo la protección de la policía haitiana y las tropas de la Minustah, han convertido el cordón industrial de la zona franca en un verdadero centro de esclavitud. Allí los trabajadores no tienen ningún derecho y las tropas de los gobiernos latinoamericanos garantizan las ganancias capitalistas amedrentando a los trabajadores para que no se organicen.

Desde la ocupación de 2004 las condiciones de vida del pueblo haitiano no hicieron más que empeorar. En 2007, se produjo un enorme aumento de los precios de los productos básicos que llevó en los últimos años a una serie de revueltas por hambre que fueron reprimidas por las tropas de la ONU, al igual que las grandes manifestaciones de estudiantes y trabajadores durante 2009, que reclamaban la promulgación de una ley por el aumento del salario mínimo.

La magnitud de la catástrofe muestra no sólo la responsabilidad del gobierno de Haití, sino de los gobiernos latinoamericanos que están detrás de las fuerzas de ocupación y de los países imperialistas, que siguen saqueando el país. Mientras tanto, en medio de devastación provocada por el terremoto, las fuerzas armadas de todos los países que componen la Minustah, como los gobiernos que se dicen progresistas o nacionalistas, desde Lula, Cristina Fernández o Bachelet hasta Evo Morales y Mujica anunciaron que los Cascos Azules estaban realizando acciones de rescate y de misión “humanitaria” para lavarse la cara y tapar las acusaciones por los abusos que han cometido sus tropas como parte de la misión de la ONU.

El rol de las tropas de ocupación es controlar a la población y militarizar el país. El ejemplo más claro fue el envío de miles de soldados del ejército de Estados Unidos que a pocos días del terremoto ocuparon el aeropuerto, los puestos médicos, y los puntos estratégicos de la capital sumándose a las tropas de la ONU.

La “ayuda humanitaria” de Obama y el despliegue de la Cuarta Flota

Inmediatamente después de la catástrofe, el presidente norteamericano Barack Obama dijo estar siguiendo atentamente la situación y en un verdadero gesto de cinismo imperialista aclaró que iba a “suspender temporalmente” la deportación de inmigrantes “ilegales” provenientes de Haití. Pero al mismo tiempo amenazó con enviar a Guantánamo a quienes intenten ingresar ilegalmente a Estados Unidos.

A pocas horas del terremoto y bajo la excusa de mantener la seguridad y garantizar la distribución de la ayuda humanitaria, Obama, rodeado de su gabinete de guerra anunció que desplegaría en Haití más de 10.000 soldados (que en pocas semanas treparon a más de 16.000). Es decir, una verdadera fuerza de ocupación que deja opacada a la propia misión de la ONU. Para que quede claro el carácter de la “ayuda humanitaria” norteamericana, no son las agencias gubernamentales civiles de emergencias como FEMA o USAID [10] quienes tienen a cargo la operación, sino que es el propio Pentágono el que las dirige por medio del Comando Sur de EE.UU. (conocido como SOUTHCOM por sus siglas en ingles).
Con el objetivo de poner bajo su tutela a Haití, hacerse del control de la ayuda humanitaria y evitar una oleada migratoria hacia las costas de Estados Unidos, Obama envió buques de guerra y helicópteros como el portaaviones “Carl Vinson”, el destructor “Higgins”, el buque de asalto anfibio “USS Bataan”, la fragata “Underwood” y el crucero “Normando”, estos últimos dos equipados con misiles dirigidos. Además, desplegaron más de 3.000 soldados de la 82° División Aerotransportada de Infantería [11] y 2.200 infantes de marina para “seguridad y el control de disturbios”. Como declaró Hillary Clinton al diario The New York Times durante su visita a Haití en la cual le “sugirió” al presidente Préval que decrete el Estado de Sitio: “El decreto daría al gobierno una enorme cantidad de autoridad que, en la práctica, nos sería delegada”.

La Fundación Heritage, uno de los think tank del establishment político y de la clase dominante norteamericana, resumía cuál debía ser el objetivo de la misión de EE.UU: “Para EE.UU., el terremoto tiene implicancias tanto humanitarias como de seguridad nacional (…) Claramente es de interés norteamericano evitar que esta tragedia empeore aun más y asegurar que Haití supere esta crisis como una democracia aun más fuerte. El presidente Obama debería iniciar una respuesta rápida tanto con un plan de rescate y alivio a corto plazo como con un programa de recuperación y reforma a largo plazo en Haití” [12]. Es decir que el terremoto le ofrece a Estados Unidos la oportunidad de reestructurar el gobierno y la economía haitianos, disfuncionales para los intereses norteamericanos. A esto se suma el millonario negocio de la reconstrucción de la infraestructura del país.

Además, el despliegue del ejército norteamericano en el Caribe es un ejercicio militar a gran escala que pretende mostrar el poderío y la velocidad con la que Estados Unidos es capaz de poner en pie una ocupación militar, por medio del Comando Sur y utilizando unidades de la Cuarta Flota activada recientemente para patrullar las costas de América Latina y el Caribe. Lejos de los gestos de “buena vecindad”, que habían primado en la Cumbre de las Américas a principios de 2009 entre Obama y los presidentes latinoamericanos, el gobierno norteamericano ha mostrado en el último período que está dispuesto a mantener la hegemonía en su histórico patio trasero echando mando a los clásicos métodos imperialistas. Así, este monumental despliegue de tropas en el Caribe se viene a sumar a la legitimación otorgada por EE.UU. a los golpistas en Honduras y al acuerdo para el establecimiento de bases militares en Colombia y Panamá junto a las ya existentes en Aruba y Curaçao.

Como se ve, la “ayuda” anunciada por Obama no tiene nada de “humanitaria”, de la misma manera que los 100 millones de dólares que prometió desembolsar no tiene otro destino que el de financiar la ocupación militar. ¡Mientras los gobiernos de los países imperialistas destinan cientos de miles de millones de dólares para rescatar a los bancos, no está en sus planes rescatar de la miseria al país más pobre del continente!

Como si esto fuera poco, Obama designó a los ex presidentes Bill Clinton y George Bush, ambos responsables de la injerencia imperialista en Haití, como encargados para recaudar fondos para la ayuda humanitaria entre las corporaciones y la elite política.

No son pocos los que recuerdan la respuesta del establishment y las grandes empresas norteamericanas frente a otros desastres, incluso dentro de EE.UU., como fue el huracán Katrina en 2005. En esa ocasión, el entonces presidente Bush, que fue muy cuestionado por su actuación escandalosamente racista hacia la población mayoritariamente afroamericana de Nueva Orléans, inauguró la práctica de la utilización de las fuerzas militares para responder a desastres naturales. En esa y otras catástrofes, los imperialistas intentan sacar provecho de las situaciones más extremas, llamando a imponer el orden, detener los saqueos y salvaguardar, en última instancia, la propiedad y los negocios de los capitalistas.

Esta es la respuesta del imperialismo frente a la catástrofe anunciada de Haití: fortalecer su presencia militar y, en colaboración con las tropas de ocupación de la Minustah, reprimir al pueblo pobre de Haití, que enfrenta un desastre natural y sufre las consecuencias de la explotación de las multinacionales y el saqueo imperialista.

El negocio de la reconstrucción

La reunión de la ONU por la reconstrucción de Haití que se realizó el lunes 26 de enero en Montreal, Canadá, informó que las tareas de reconstrucción llevarán unos “10 años de duro trabajo” y que para llevarlas adelante contratarán 10.000 haitianos por un salario de hambre de 5 dólares diarios. En esta reunión, además de los “países amigos” de Haití, participaron el Banco Mundial, el FMI y el Banco Interamericano de Desarrollo, que ni siquiera han condonado la deuda externa haitiana. Curiosamente, la declaración final de esta cumbre hace mención a la “soberanía” de Haití a la vez que destaca el rol “coordinador” de la ONU y de estos organismos financieros en las tareas de reconstrucción.

El control de las zonas devastadas va de la mano con el arribo de las empresas contratistas que se harán del “jugoso” negocio de la reconstrucción. No por nada EE.UU. ocupó gran parte de los puntos estratégicos.

Brasil, al mando de las tropas de la ONU, reclama su liderazgo en el “proceso de reconstrucción” y ordenó el envío de un nuevo contingente de 1.300 soldados como soporte de la “ayuda humanitaria” compuesta por machetes, bombas de gas lacrimógeno y armas con balas de goma, que envió inmediatamente después del terremoto. Para asegurarse su porción en el negocio, junto con esta “ayuda” desembarcaron en Haití las grandes empresas constructoras brasileñas, OAS y Oderbrecht.

Como se ve, nada bueno vendrá para el pueblo haitiano de la mano de Obama, la ONU, los gobiernos “progresistas” y el FMI.

¡Fuera las tropas imperialistas y de la Minustah!

La respuesta de la ONU ante la catástrofe es un “reparto militarizado” exigiendo mantener el orden y la paciencia en espera de las donaciones. Como si la catástrofe ocurrida no fuera suficiente, el pueblo de Haití debe sufrir la vigilancia a punta de escopeta de la Minustah y las tropas norteamericanas y la amenaza de ser detenidos y deportados en caso de que intenten refugiarse en territorio estadounidense. No serán ni las tropas extranjeras ni el gobierno servil de Haití entregado completamente al imperialismo y las multinacionales quienes den una salida a las penurias de este pueblo.

Desde la Fracción Trotskista – Cuarta Internacional creemos que sólo los trabajadores y el pueblo haitiano pueden administrar la ayuda bajo su propio control. En este sentido, la FT-CI y sus secciones en Latinoamérica llamamos desde el primer momento a poner en pie una gran campaña internacionalista de solidaridad con el pueblo de Haití. Una campaña unitaria, de las organizaciones de trabajadores y las organizaciones políticas que defiendan los intereses populares, con el objetivo de impulsar la movilización y exigirles a las multinacionales la entrega y distribución gratuita y de forma inmediata de todos los insumos necesarios que permitieran enfrentar la catástrofe, como combustible, medicamentos y alimentos.

Las fuerzas “humanitarias” de la ONU han sido denunciadas en reiteradas ocasiones –pero nunca castigadas- por violaciones a los derechos humanos, detenciones y asesinatos políticos, masacres en los barrios pobres, violaciones y abusos sexuales de mujeres y niñas, pedofilia y trata de personas, sometimiento a la prostitución de mujeres, niñas y niños a cambio de alimentos, en distintas partes del mundo, incluso en Haití antes del terremoto. En un país donde el 43% de los hogares están encabezados por mujeres, ellas y las niñas sobrevivientes, que siempre han sido responsables del trabajo doméstico, cargarán ahora sobre sus espaldas, la responsabilidad de la supervivencia de sus familias, en refugios y tiendas de campaña, en total desamparo, soportando niveles infinitamente más graves de violencia y el espantoso aumento de los abusos sexuales perpetrados por las tropas extranjeras que ocupan el territorio haitiano.

Por eso, las compañeras de la Fracción Trotskista que impulsan el movimiento de mujeres Pan y Rosas en Argentina, México, Brasil, Chile y Bolivia, promovieron una declaración unitaria con feministas autonomistas, anticapitalistas, lesbianas y otras activistas que recogió adhesiones en más de 14 países de América Latina y el Caribe, repudiando la ocupación de las tropas norteamericanas y de la ONU, exigiendo que la ayuda salga de las ganancias de las grandes empresas capitalistas y que sea distribuida por las organizaciones de mujeres, sindicales y sociales. Junto con esta declaración, Pan y Rosas impulsó y participó de diversas acciones en cada uno de los países donde participa.

Las organizaciones de la FT-CI en Latinoamérica han participado de acciones unitarias para pedir el retiro inmediato de las tropas yanquis y de la Minustah, por el fin de las persecuciones, las medidas migratorias de Estados Unidos y la apertura de las fronteras para que los haitianos puedan desplazarse, por la cancelación de la deuda externa y para que sean las organizaciones obreras y populares las que controlen los recursos recibidos afectando para este objetivo las ganancias de las multinacionales y los capitalistas.

 

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