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Entre la crisis del neoliberalismo, el seminacionalismo de Humala y el descontento de las masas
por : Eduardo Molina

22 Apr 2006 |

En los comicios del 9 de abril el ex comandante Ollanta Humala, candidato de UPP/PNP (de Unión Por el Perú - Partido Nacionalista Peruano), resistido por el “stablishment” que recela de su discurso nacionalista, salió primero con sólo un 30% de los votos, ganando en unos 19 de los 25 departamentos y con apoyo más amplio en el sur del país. Aunque al cierre de esta nota continuaban los cómputos oficiales, el segundo puesto parecía ser para el ex presidente Alan García (APRA), que logró un 24% y se impuso en algunos departamentos norteños aunque le seguía con una diferencia de menos del 1%, Lourdes Flores, de la neoliberal Unidad Nacional (UN), ganadora en Lima.

Entre tanto la fujimorista Martha Chávez, de Alianza por el Futuro (AF), quedó cuarta con casi un 7% y el Frente de Centro quinto con un 5% y el resto de las más de 20 candidaturas obtuvo escuálidos resultados.

La presidencia se dirimirá en la segunda vuelta el próximo 4 de junio entre el ex comandante Humala y posiblemente el ex presidente García, aunque sigue una tenaz pelea con Flores, con impugnaciones y denuncias diversas, prolongando los elementos de incertidumbre política y la febril búsqueda de alianzas y acuerdos, mientras la central empresaria CONFIEP pide “alianzas, sin hacer populismo” y la jerarquía católica clama por "necesariamente y urgentemente diálogo y concertación porque las fuerzas políticas no están definidas" (La República, 12/04/06), buscando evitar un triunfo de Humala mediante el entendimiento entre el APRA y UN, o llegado el caso, rodearlo para lograr garantías y “gobernabilidad”.

Las elecciones y la crisis de la “democracia posfujimorista”

Una primer lectura de los resultados electorales permite ver que la profunda crisis de la democracia “posfujimorista” y sus partidos está lejos de haberse cerrado, como reflejan la dispersión del voto entre el lavado nacionalismo de Humala, el desgastado centro socialdemócrata de Alan García y el rancio conservadurismo de Lourdes Flores; la ausencia de una clara mayoría electoral y parlamentaria; la debilidad de los aparatos partidarios, salvo -relativamente- el APRA; los escándalos y denuncias de corrupción que salpican a diversos candidatos; además del importante porcentaje de votos en blanco y nulos (casi un 15%). Todo esto con el agravante de que ningún partido tendrá mayoría propia en el nuevo parlamento unicameral de 120 miembros: habrá unos 45 diputados humalistas, 35 apristas y apenas 19 representantes para Unidad Nacional, además de unos 15 para AF -entre ellos el hermano y la hija de Fujimori- y algunos diputados de fuerzas menores.

El ascenso de Humala refleja la crisis del sistema político peruano, el derrumbe de las fuerzas políticas tradicionales y el enorme descontento entre las masas populares con los resultados de la “transición a la democracia” prometida por Alejandro Toledo, que mantuvo la constitución fujimorista, preservó las FF.AA. genocidas, continuó con las privatizaciones y la entrega de los recursos naturales a las transnacionales, mientras los trabajadores, los campesinos y el pueblo pobre sufren una situación intolerable de miseria, desempleo y desatención a las necesidades más elementales.
A pesar de las innumerables movilizaciones que debió enfrentar, de la descomposición de la alianza gobernante y de su impopularidad (en estas elecciones su partido virtualmente desapareció), Toledo pudo sobrevivir porque contó con el apoyo de los partidos tradicionales (Acción Popular, APRA, etc.) y con el sostén de las direcciones sindicales (CGTP, SUTEP) y de la izquierda reformista, que en nombre de la “defensa de la democracia” adhirieron al nefasto “Acuerdo Nacional” y contuvieron los procesos de movilización de masas para impedir que convergieran en un golpe decisivo al gobierno, como sucediera con los levantamientos en Ecuador o Bolivia.

Toledo ratificó el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos días después de las elecciones intentando crear un hecho consumado, pero este gesto va a contramano de las correlaciones de fuerza, de las pujas en la clase dominante y del estado de ánimo de las masas peruanas, hastiadas de las privatizaciones y la entrega. No casualmente las elecciones muestran el debilitamiento de las fuerzas abiertamente neoliberales y el ascenso de Humala, que se inscribe de un modo general en la tendencia latinoamericana a recambios políticos de matiz nacionalista o “progresista” para regatear con el imperialismo y contener la efervescencia obrera, campesina y popular.

Perú es una “olla a presión” -como dijo Humala- con enormes contradicciones económicas, sociales y políticas que el crecimiento de los últimos años no ha hecho sino intensificar, beneficiando con jugosas ganancias a las transnacionales, los grandes grupos económicos locales y algunas reducidas capas privilegiadas mientras que el movimiento de masas tras años de incesantes luchas, espera respuestas a la intolerable situación de miseria, explotación y opresión. Como alertan algunos analistas: “De manera que, si pretendemos mantener la democracia en el Perú, por más ’delegativa’ (O’Donnell) que sea y por más débiles los hilos que aún la sostienen, el próximo gobierno -independientemente de su color político- tendrá que afrontar la grave ’crisis distributiva’ que rige y (...) que es tan poco percibida por los contendores del 9 de abril y el 11 de mayo, en que nos veremos obligados a elegir entre guatemala y guatepeor. [1] El futuro gobierno deberá encarar este panorama explosivo en condiciones de crisis.

Ollanta Humala: “ni de izquierda ni de derecha”

El ex Teniente Coronel es presentado como una posibilidad de superar al “neoliberalismo” y no son pocos los que llegan a compararlo con Chávez y hasta con Evo Morales... aunque también con Gutiérrez [2].

La popularidad de Humala y sus hermanos nace a fines del gobierno de Fujimori, cuando encabeza un pronunciamiento militar fracasado. Dado de baja, fue reincorporado más tarde y sirvió en las embajadas de Francia y Corea hasta ser definitivamente retirado cuando su hermano Antauro comandó un nuevo motín en 2005.

Su discurso nacionalista, contra la corrupción de la “clase política” y la entrega del país (cuestionando algunos contratos con transnacionales, el TLC y la Convención del Mar), la reivindicación de las mayorías mestizas e indígenas del Perú y el planteo de una Asamblea Constituyente, le atrajeron la simpatía de amplios sectores de la población que lo ven como alguien que se presenta por fuera del desprestigiado sistema político oficial. Como Humala mismo afirma: “Las masas nos reconocen porque nos parecemos y hablamos el mismo lenguaje, nos hablan de sus problemas, de sus ilusiones... de la mentira y la promesa no cumplida de los políticos”. Humala cuenta además con el apoyo abierto de Chávez avalándolo como una “fuerza renovadora” junto a Lula, Kirchner, Tabaré Vázquez, Evo Morales y él mismo.

Un programa de conciliación que no ataca los males nacionales

Bajo su difuso lema nacionalista “Amor por el Perú” cabe casi cualquier cosa: “Soy nacionalista porque respaldo a mi nación y a mi pueblo. No soy ni de izquierda ni de derecha: soy de los de abajo y con ellos -y con todos- me propongo gobernar”. Su proyecto político plantea un “Renacimiento Andino” a través de un “Estado Nacionalista” con la inclusión de “todas las sangres”, pero convocando al “empresariado nacional” y al capital extranjero a construirlo: “Respetaremos la inversión extranjera aunque debe cumplir ciertos requisitos: generación de empleos -directos o indirectos- transferencias tecnológicas para el país, respetar sus obligaciones fiscales y proteger el medio ambiente”. Es decir, ni siquiera nacionalización, sino apenas “corregir” las excesivas concesiones en ciertas privatizaciones (las “actividades estratégicas”), contratos y leyes, sin echar a las transnacionales.

Humala levanta el tema de la identidad cultural indígena, muy importante en el Perú dada la opresión y el racismo imperante contra la mayoritaria población india y mestiza, pero no plantea ni una audaz reforma agraria ni ninguna medida de fondo que pueda acabar con esa situación. [3]
Como organización el PNP se nutre de ex apristas, ex fujimoristas y arribistas de todo pelaje y no tiene mayores lazos con las organizaciones de masas al contrario de lo que ocurre por ejemplo con el MAS boliviano o incluso el PT brasileño. Más bien es hostil a las movilizaciones populares con sus apelaciones a implantar “orden” en Perú.

“Me siento orgulloso de ser un soldado y de haber peleado contra Sendero Luminoso por la pacificación del país, y en el 95 contra Ecuador” [4]

Uno de los aspectos más oscuros de la figura del ex comandante es su actuación en los peores años de la genocida “lucha antisubversiva” de los 80 y 90, cuando a nombre de “combatir a la guerrilla” de Sendero Luminoso y el MRTA se masacró, torturó y encarceló a decenas de miles de trabajadores, campesinos y estudiantes, con un saldo de unas 80.000 víctimas, la mayor parte por la acción militar y policial. Hay aún miles de presos políticos y ex guerrilleros, condenados a aberrantes penas por la “justicia” militar y fujimorista.

Diversas denuncias (que la derecha trató de utilizar en provecho propio) ligan a Humala -que recibió cursos en la siniestra “Escuela de las Américas”- a torturas y “desapariciones” en la zona de Huallaga donde sirvió como capitán con calificaciones “sobresalientes”. Participó también en el fratricida enfrentamiento bélico de 1995 con Ecuador y fue bajo el comando del siniestro Gral. Hermoza que llegó a ser responsable de los reservistas a nivel nacional.

Naturalmente Humala se opone a la investigación y castigo de los crímenes cometidos por la “familia militar” y sus socios civiles (es decir, la amplia mayoría del “stablishment” empresarial y político); al igual que Alan García, bajo cuyo gobierno hubo unas 10.000 víctimas, actuaron grupos paramilitares apristas y se produjeron las salvajes masacres de los penales de El Frontón y Lurigancho en 1989; y que Lourdes Flores, defensora a rajatabla de la impunidad para los militares.

En suma, el proyecto humalista representa el confuso rechazo de un sector de la pequeña burguesía -particularmente un sector de la baja oficialidad militar- ante el asfixiante peso del capital extranjero y la concentración de la riqueza promovidas al amparo del neoliberalismo, propugnando un programa económico de corte desarrollista para promover los intereses de la burguesía nacional y con un planteo político de rasgos bonapartizantes: Humala pide que le “dejen comandar el país”, postulándose como un árbitro de mano firme, buscando apoyarse en las Fuerzas Armadas como pilar del “orden” y contener al movimiento de masas para que la “olla a presión” no estalle.

Lamentable rol de la izquierda

Se presentaron tres corrientes de la izquierda reformista (Partido Socialista, de Díaz Canseco, Concertacion Descentralista y el MNI/FAI) sin reunir en total ni el 1,5% de los votos y quedando fuera del Parlamento por primera vez en décadas; una bancarrota con la que paga su larga historia de traiciones, entre ellas, haber votado por Fujimori en el 90 y sostenido a Toledo en todos estos años. El MIN, sigla con que se presentó el Frente Amplio de Izquierda integrado por el stalinista Partido Comunista (Unidad), los maoístas de Patria Roja y otras corrientes reformistas menores, que entre sus candidatos llevó a Gorriti, dirigente de la CGTP, apenas logró un 0,3 % de la votación, un estrepitoso fracaso para su estrategia de llamar a un “gran frente antineoliberal” con sectores de la burguesía descontentos con el programa económico y político vigentes, para lo que hasta último momento trataron de convencer a Humala.

Mención aparte merecen algunos grupos menores oportunistas que llamaron a votar “críticamente” por Humala, como LCC (La Lucha Continúa) o la corriente El Militante (representada en Perú por el FIS) que prefirió mantener “bajo perfil” sin pronunciarse en cuanto al voto, pero saludando que “el apoyo del compañero Hugo Chávez y Evo Morales a Humala lo fortalece. Sin embargo, la división de los hermanos y su demarcación de la izquierda peruana puede ser un obstáculo” (Che Militante N° 1, La Paz, Bolivia) y que “el pueblo ha tomado a Ollanta Humala como la expresión más cercana a sus aspiraciones, por lo tanto su adhesión y apoyo al proyecto nacionalista, es ante todo la manera como expresan su rechazo contra las políticas económicas neoliberales y también, por su puesto, contra los partidos que defienden a este sistema injusto” (FIS, “¡Alerta Popular!”, 5/04/2006).

Faltó en las elecciones un combate consecuente de los grupos que se reclaman de la izquierda obrera y socialista, llamando a los sindicatos combativos y a la vanguardia a construir una alternativa de clase, por la independencia política de los trabajadores.

En la segunda vuelta: voto en blanco o nulo

En la segunda vuelta no hay que de “elegir el mal menor” entre el proimperialista Alan García o Humala, que aunque rechaza tibiamente el TLC, ya manifestó su respeto a lo esencial del programa económico vigente, así como la impunidad de las FF.AA., busca hacerse “potable” para la gran burguesía peruana, lavando aún más su ya diluido nacionalismo y es seguro que de gobernar, lo hará contra los trabajadores.

Ambos representan distintos proyectos políticos de contenido burgués que no responden a los intereses de los obreros, los campesinos, los indígenas quechuas, aymaras y amazónicos, el pueblo pobre de las ciudades. Por todo ello, corresponde llamar a votar en blanco o nulo, para dar una clara señal de la necesidad de mantener completa independencia frente al próximo gobierno y preparar políticamente el terreno para las futuras luchas.

Este planteo puede ayudar también a señalar un rumbo político a los miles de trabajadores y jóvenes de vanguardia que se han ido fogueando en las luchas de los últimos años y necesitan dotarse de una estrategia de clase y un programa independiente, pues sólo la clase obrera, al frente de la alianza de todos los campesinos, indígenas y sectores populares explotados y oprimidos podrá dar una salida revolucionaria a la miseria, la opresión y la entrega del país. Y esto demanda construir un verdadero partido revolucionario de los trabajadores, socialista e internacionalista. Para contribuir a esa tarea es preciso sentar las bases de una genuina organización trotskista, que se prepare para fusionarse con la vanguardia obrera bajo la bandera de la lucha por la reconstrucción de la Cuarta Internacional.

 

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