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Tesis sobre la Situación de la Economía y las Relaciones Interestatales a nivel mundial
09 Aug 2008 |

Raíces y alcances de la actual crisis financiera y económica internacional

Tesis I

El capitalismo del siglo XXI muestra claramente dos tendencias: por un lado, un aumento de la tasa de ganancia, basado fundamentalmente en un aumento de la tasa de explotación de la fuerza de trabajo, consecuencia de la ofensiva neoliberal. Pero este aumento de la tasa de ganancia, no ha redundado por otro lado en un aumento de la tasa de acumulación capitalista en forma durable y generalizada. Este resultado paradójico es consecuencia de la forma en que se restableció la rentabilidad luego de la crisis de acumulación de la década de 1970, mediante una salida limitada de la misma, es decir con una limpieza solamente parcial del capital sobrante. Además de una mayor presión del imperialismo sobre las semicolonias (privatizaciones, etc.), la disminución de los precios de la materias primas, la restauración capitalista en la URSS, China y Europa del este, indirectamente mediante la liberalización del comercio y del mercado financiero, pero fundamentalmente mediante un ataque brutal a los salarios y las condiciones de trabajo. De esta manera, el estancamiento del ingreso de los trabajadores, al tiempo que ha posibilitado el incremento de la rentabilidad, no resolvió de fondo la sobreacumulación que se mantuvo de forma latente como trasfondo de la recuperación. Paralelamente la ofensiva sobre los salarios restringió el consumo de masas e implicó una estrechez del mercado mundial. Esta estrechez que a su vez se realimenta con un bajo consumo productivo de los capitalistas, es parcialmente restituida mediante el crédito y el consumo de lujo, a costa de mayores inestabilidades en la economía mundial. Todos estos factores contribuyen a que el crecimiento de la tasa de ganancia no se condiga con una tasa de acumulación acorde a esos niveles. Este camino, aunque ha permitido recuperar la rentabilidad, no llevó a una expansión como en el boom de la posguerra, sino a una lucha despiadada por los mercados. La nueva división del trabajo que la estrategia productiva de las grandes corporaciones fue imponiendo, ha implicado una creciente gravitación de la ley del valor a nivel mundial. La mayor influencia de las trasnacionales, sobre todo en el campo de la producción de bienes transables, pero cada vez más en otras áreas de valorización del capital, como los servicios, tiende a la formación de precios mundiales en cada vez más ramas de la economía. Como resultado de esto, la mundialización capitalista actual se caracteriza entonces por una renovada circulación de capitales que conduce a un alineamiento hacia la baja de los salarios y hacia el alza de las ganancias. Esto es lo que explica que la ausencia de una acumulación capitalista durable y generalizada sea acompañada a la vez por la tendencia a la sobreacumulación en determinados nichos de la economía mundial donde es posible obtener ganancias extraordinarias, al tiempo que los capitales huyen de las zonas donde el valor de la fuerza de trabajo es muy elevado (como demuestra el chantaje de la deslocalización). En este sentido están totalmente erradas las afirmaciones neo keynesianas de los reformistas y de algunos centristas en relación a una solución de la crisis a través de un alza de salarios. Al contrario, la baja de la tasa de explotación sólo podría agravar la crisis, en la medida en que reforzaría la tendencia a la caída de la tasa de ganancia. Las afirmaciones neo keynesianas superficiales no son nada más que una manera, para los reformistas y algunos centristas, de desviar a los trabajadores de la necesidad de derrocar el sistema capitalista para liquidar las crisis y satisfacer las necesidades de las masas. Es una forma para ilusionarlas con una vuelta al supuesto “buen” capitalismo de los “Treinta Gloriosos”.

El otro resultado de la debilidad de la acumulación capitalista con respecto a los niveles de ganancia es la brutal expansión de la plusvalía no invertida. Es esta la raíz de la hipertrofia de la esfera financiera de las últimas décadas. El rol de estas es por un lado distribuir parte de las ganancias de las empresas en la forma de dividendos o interés que entra por esa vía en el consumo de las capas superiores de la burguesía y de las altas clases medias y por lo tanto en la reproducción del capital. Por el otro, una porción de estas ganancias que no entra el consumo es ahorrada y entra de nuevo en el circuito financiero (como da muestra la fuerte liquidez y el crecimiento del capital circulante) en la búsqueda de las oportunidades más lucrativas de inversión a nivel mundial. Este “dinero caliente” (“hot money”) se aprovecha a su vez de (y los exacerba) los presentes desequilibrios de la economía mundial. El “patrón de crecimiento” norteamericano ha llevado hasta el paroxismo estas tendencias, aprovechándose de su rol de señoreaje del sistema monetario internacional lo que le ha permitido vivir más allá de sus medios. La evolución de la acumulación asociada a este patrón de crecimiento es fuertemente inestable. Desde 1982 podemos distinguir varias fases. Entre 1982 y 1987 la tasa de ganancia se recupera fuertemente, pasando de un 11% a 20%, pero la tasa de acumulación continua su descenso hasta alcanzar su punto más bajo en los últimos 50 años a comienzos de los 90. Durante el periodo de la llamada nueva economía hay un verdadero boom de inversión en donde la tasa de acumulación (medida como la tasa de crecimiento del stock de capital fijo pasa de alrededor de un 2% a 3,5%, alcanzando los niveles records de los años 1960. Pero desde 1997 la tasa de ganancia vuelve a descender lo que es seguido por la tasa de acumulación de capital. Al comienzo del siglo XXI, la tasa de ganancia vuelve a alcanzar un nivel elevado, mientras que la tasa de acumulación permanece alrededor su media histórica del último medio siglo.

La combinación de altas ganancias y debilidad en la acumulación -salvo en el periodo de mitad de los 90 donde el espejismo de la “nueva economía” provoco una sobreacumulación en las ramas de telecomunicaciones e informáticas y el crecimiento de la plusvalía no invertida en la producción produce dos fenómenos. Este modelo de acumulación, en la cual la tasa de ganancia se restableció en parte sin que la tasa de acumulación siga la misma curva, tiene además dos características importantes. Por una parte un desarrollo considerable del crédito hacia los hogares permite a los capitalistas apropiarse una parte suplementaria de plusvalía a través de los intereses, haciendo más dócil el trabajador por el peso que representa su endeudamiento masivo. Esto estimula artificialmente la demanda, sin resolver el problema de fondo que consiste en condiciones de valorización sólo parcialmente restablecidas. A su vez, este fenómeno se acompaña de una inflación de precios de los activos: una puja al alza, fundada en el crédito, de los precios inmobiliarios y de los mercados de valores que en un momento se comienza a alimentar a si misma alejándose cada vez mas de las condiciones y posibilidades de rentabilidad de la economía real. La suba de los precios atrae nuevos compradores cuya llegada empuja los precios todavía más arriba. En el caso de las acciones o títulos privados de las empresas esta alza (“exuberancia irracional”) dura hasta que se dé un cambio de la coyuntura económica, sea una baja de las inversiones o del consumo o un evento exterior. Llegado a este punto los inversores buscan deshacerse de los títulos más expuestos. En el caso del mercado inmobiliario, el fin de la burbuja (este término es apropiado porque casas y departamentos no constituyen sólo un valor de uso para el propietario, sino también un “activo financiero”, que se compra pensando revenderlo y sirve de garantía para otros préstamos) llega debido a una saturación de la demanda, al grado de sobre-inversión resultante de “anticipaciones” excesivamente optimista de los promotores inmobiliarios y también a la disminución del crecimiento de los ingresos en los hogares. Es en esos momentos que la “burbuja” de activos se desinfla, dicho en términos de “El Capital”: “el crédito se reduce o desaparece en absoluto, el dinero se enfrenta de pronto de un modo absoluto a las mercancías como medio único de pago y como la verdadera existencia del valor. De aquí la depreciación general de las mercancías, la dificultad, más aún, la imposibilidad de convertirlas en dinero” (Marx, El Capital, libro III, México, FCE 1973, t. 3, pág. 484). Esto es lo que empezó a pasar en EEUU a mediados de 2007 y es el origen inmediato de la crisis financiera americana cuyas causas se encuentran en los desequilibrios profundos de aquel país.

Tesis II

La actual crisis norteamericana no es una crisis cíclica más sino una crisis que pone en cuestión el “patrón de crecimiento” norteamericano de las últimas décadas y su rol de consumidor en última instancia para la economía mundial. En este sentido su alcance es mundial, pues el consumo interno norteamericano representó, entre 2003 y 2006, la principal salida para la oferta de mercancías producidas en los otros países. A diferencia de las suaves recesiones de ocho meses de duración de 1990-91 y 2001 la actual apunta a ser más dura y prolongada por los siguientes motivos:

 Los precios de la vivienda están cayendo y podrían caer aún más hasta alcanzar un nivel sostenible con la demanda solvente. Los inventarios no vendidos aun siguen creciendo. Se prevé una depreciación de un 20% (algunos prevén hasta un 30%) hasta el momento en que toquen su piso en 2009-2010. Esto equivale a una enorme pérdida de riqueza u patrimonio de 6,6 billones de dólares si la caída fuera la más drástica (igual a medio año del PBI norteamericano). Esto a su vez implicaría la bancarrota de entre un 40% y un 30% según el nivel de caída de precios de las hipotecas (alrededor de 51 millones de hogares están hipotecados), lo que a su vez golpearía a los bancos multiplicando sus pérdidas.

 La crisis de insolvencia no es privativa del mercado hipotecario residencial sino que abarca al conjunto del sistema financiero: mercado hipotecario comercial, crédito de consumo, préstamos estudiantiles, crédito para automotriz y ahora también al crédito corporativo, como la llamada “Private Equity” especializados en fusiones y adquisiciones fuertemente apalancados (utilizan el endeudamiento para sus operaciones de compra).

Aunque la probabilidad de un colapso del sistema financiero como el que estuvo rondando en marzo se haya aligerado gracias al rescate del Bear Stearns por la FED y la extensión en forma sistemática de la válvula de seguridad de la FED como prestamista en última instancia a instituciones por fuera del circuito de la banca comercial- esto no significa que lo peor de la crisis para el sector bancario y financiero está por detrás. Por el contrario, con un 47% de los activos de los grandes bancos relacionados con el mercado inmobiliario (residencial, comercial, etc.) y con un 67% de los activos de los bancos más pequeños relacionado con lo inmobiliario, cientos de pequeños bancos de las comunidades, decenas de bancos regionales y algunos bancos nacionales podrían entrar en bancarrota.

El aumento del costo de los seguros contra los defaults de los bonos de Lehman Brothers, Merrill Lynch y otros grandes bancos y brokers en las ultimas semanas de mayo, amenazando con alcanzar niveles de “stress” vistos antes de la debacle del Bear Stearns podría estar anticipando que la crisis financiera mundial podría entrar en una nueva fase turbulenta en los próximos meses.

 Si la crisis comenzó en el sector financiero, ahora se está trasladando a la economía, como demuestra la baja del consumo, la caída de los ingresos del gobierno y de los municipios, el reciente aumento brusco de los precios de la energía y de los alimentos debido a la creciente especulación en los mercados de las materias primas frente al desinfle de la burbuja inmobiliaria (para las otras causas del aumento de las materias primas, ver Tesis V), la suba del precio de los billetes y de las tarifas de las compañías aéreas mientras reducen servicios, la pérdida de trabajos en la construcción, en el sector manufacturero y en la banca y los planes de reducción de producción de las compañías de automóviles. Esta recesión tenderá a aumentar las bancarrotas de las corporaciones. Estas históricamente promediaban un 3,8%, pero bajaron a 0,8% debido a las bajas tasas de interés y la facilidad de refinanciación. En cada una de las dos últimas recesiones, la tasa pico de bancarrotas llego a un 15%. La profundidad de la actual caída de la economía hace prever que el pico será peor que en 1990-91, lo que a su vez pueda agravar la crisis del sistema financiero.

 Por último, es fundamental notar que el motor de la actual recesión es la caída del consumo a diferencia de de las recesiones de 1990-91 y la crisis de la “burbuja” de internet y de las telecomunicaciones que tuvieron como impulsor la caída en la inversión de las compañías. Esta última y la llamada “recuperación sin empleo” (“jobless recovery”) que le siguió permitió recuperar las ganancias, además de los mecanismos usuales como el aumento de la jornada e intensidad del trabajo y el planchamiento de los salarios. Pero su impacto en la economía real fue inusualmente corto, en parte gracias a una importante baja de las tasas de interés y a un masivo estímulo fiscal (recortes impositivos para los ricos y creciente gasto militar) que tuvo como consecuencia el pasaje abrupto de un importante superávit presupuestario a un fuerte déficit (4% del PBI). El principal mecanismo de transmisión de la baja de tasas fue el crédito inmobiliario, que sostuvo de esta manera la economía, evitando que la sobreacumulación en el sector tecnológico se transformara en una recesión aguda o incluso en una depresión. Además, este impulso monetario llegó en un momento en el que el mercado inmobiliario ya estaba en ascenso, dando lugar a un boom descomunal en los años posteriores. Las perspectivas inflacionarias eran bajas, por lo cual era un buen momento para tomar nueva deuda como fue el caso en EE.UU. en los pasados años.

A siete años de esta crisis disparada por el desinfle del mercado accionario de 2000 y 2001, la crisis actual, disparada por el simultaneo desinfle de la burbuja inmobiliaria y crediticia, apunta a ser más profunda y dura debido a que afecta al particular “patrón de crecimiento” norteamericano. Éste reposaba en un doble mecanismo: de un lado, la baja regular de la tasa de ahorro de los hogares (cerca de medio punto cada año, pasando de 4,7% en el primer trimestre de 1998 a 0,2% en el primer trimestre de 2008) y, de otro, el aumento regular del déficit comercial. En este marco, era el consumo el que impulsaba el crecimiento sostenido por un record creciente del endeudamiento (la deuda con respecto al ingreso disponible de los hogares creció de un 100% en 2000 a un 138%). Así, en los últimos diez años, el PBI norteamericano ha crecido un 31%, o sea un 2,7% por año, mientras que el consumo de los hogares ha crecido un 3,4% por año. Sin este dinamismo del consumo, las tasas de crecimiento de Europa y EEUU no serían muy distintas. Digamos que cuando hablamos de caída de la tasa de ahorro nos estamos refiriendo a los sectores altos de la población (alrededor de un 20%), cuyos ahorros vienen bajando desde 1992, mientras que otros sectores sociales han conservado sus ahorros. Estos sectores de gran burguesía y clase media alta son los beneficiaros del actual “patrón de crecimiento”, sometidos a un consumismo desenfrenado, basado en la apreciación de sus patrimonios y sobre los que a su vez se sobreendeudan. La contrapartida de esto, en el marco de una estabilización de la inversión y del consumo público, es que la demanda interna crece tendencialmente más rápido que la producción domestica, dando como resultado un galopante déficit comercial (es decir, un aumento más rápido de las importaciones que de las exportaciones).

El desmadejamiento de tales excesos afectará fuertemente tanto a la construcción como a los consumidores. Estos dos sectores colectivamente llegaron a un pico de 78% del PBI, seis veces más que el tamaño del sector que empujó a la economía en recesión a comienzos de la década.

 Los elementos planteados hacen particularmente aguda la crisis norteamericana actual, ya que combina una tendencia a la recesión, impulsada por la debilidad de los consumidores (azotados por el peso de la deuda, el aumento de los precios de la energía y de los alimentos y el incremento de la desocupación), con una fuerte crisis en el corazón del sistema financiero. En este sentido, la recesión norteamericana de 2008 puede ser similar en calidad -a pesar de que no necesariamente en duración y profundidad debido a la respuesta fuertemente activa de la FED- a la contracción japonesa de principios de los ‘90 y que perduró toda una década, o a la contracción alemana de comienzos de la actual década. Lo que está claro, más allá de las comparaciones, es que por primera vez desde el comienzo de 1980, EEUU deberá pasar por varios años de débil crecimiento (por debajo o muy por debajo de su potencial) antes de que su economía restaure.

Tesis III

El desinfle de la burbuja inmobiliaria y crediticia en EE.UU. ha desatado el comienzo del hundimiento de otras economías de similares “patrones de crecimiento” en los últimos años, como es el caso del Reino Unido, del Estado Español y de Irlanda en la Unión Europea (UE), o de Nueva Zelanda y Australia en Oceanía, a la vez que Canadá se ve fuertemente afectado por la suerte de su vecino del sur.
El Reino Unido, desde la recuperación de la recesión de comienzos de los 90, se benefició de una economía mundial favorable. Los precios de las materias primas han estado bajos y la libra fuerte. La entrada de China al sistema de comercio internacional ha tirado abajo los precios de las manufacturas, un sector que Gran Bretaña ha “abandonado” en los 80. El resultado fue doble. Primero, un resultado positivo en los términos de intercambio, esto es la venta de caros servicios financieros a cambio de manufacturas baratas hizo a los británicos más ricos. Segundo, la caída de los precios chinos mantenía la inflación baja y hacía el manejo de la economía simple. Ambos elementos están llegando a su fin así como el boom crediticio e inmobiliario. Por su parte, el cambio de las condiciones internacionales y el encarecimiento del dinero en la propia UE, frente a la negativa del Banco Central Europeo de bajar las tasas al igual que su par norteamericano, junto al ascenso de la tasa Libor, ha significado el fin del boom de crecimiento español, motorizado por el ladrillo que daba cuenta del significativo 18% del PBI y otros sectores baja productividad de la economía como el turismo de. Por su parte, el llamado “tigre” europeo, Irlanda, sufre una fuerte “sequia crediticia” (“credit crunch”), aplastada a su vez por la devaluación del dólar y de la libra, monedas de las zonas adonde se dirigen más del 70% de sus exportaciones. Por su parte, para Italia, después de dos años de renovado crecimiento, el 2008 se presenta nuevamente problemático, con un crecimiento del PBI del 1% y una marcada reducción en el consumo de las familias. Italia padece de un debilitamiento de la competitividad de su industria debido sobre todo a su composición, caracterizada en general por pequeñas y medianas empresas (en comparación con otros países europeos) activas en sectores sometidos a una despiadada competencia global. Un ejemplo notorio es el de la industrial textil o la industria blanca y la competencia directa del mercado chino. También en la UE, Portugal se encuentra cerca del territorio recesivo.

En América del Norte, Canadá, presionado por la débil economía estadounidense que afecta a sus exportaciones y las apretadas condiciones crediticias en los países industrializados, enfrenta una importante desaceleración que puede redundar en el crecimiento más bajo de los últimos quince años, a pesar de la baja de las tasas de interés por el Banco de Canadá. Y en Oceanía, Nueva Zelanda se está desacelerando debido a que el aumento de las hipotecas está afectando el consumo, mientras Australia está viviendo de tiempo prestado, gracias a los precios extraordinarios del carbón y el mineral de hierro. Pero con una deuda de los hogares de un 175% del ingreso disponible, se apresta a seguir el camino de sus pares del “modelo anglosajón”.
Pero simultáneamente a esta tendencia recesiva (y deflacionaria) que abarca a casi del 40% de la economía mundial, se viene dando una tendencia inversa, esto es al sobrecalentamiento de la economía en gran parte del mundo dependiente y semicolonial. Esos países vienen sosteniendo la demanda mundial al inicio de la crisis financiera y en el marco de las tendencias a la recesión en EEUU y en la mayoría del mundo anglosajón. Pero, a la vez, ese sobrecalentamiento ha dado como fenómeno el desarrollo de fuerte presiones inflacionarias que pueden dislocar los “patrones de crecimiento” de estos países, generar importantes convulsiones sociales y acabar más temprano que tarde con su fuerte crecimiento. La inflación es un gran problema, en particular en las economías sobrecalentadas de alto crecimiento con tasas de cambio subvaluadas como China, India, Rusia, los países del Golfo, Argentina y otras economías emergentes de rápido crecimiento, miembros informales del régimen de Bretton Woods 2. (El sistema monetario de Bretton Woods mantenía todos los tipos de cambio fijos con respecto al oro. En la práctica, los tipos de cambio permanecían fijos con respecto al dólar y este era convertible en oro a una tasa fija de 35 dólares por onza. Actualmente, para algunos economistas existiría una continuación del sistema de tipos de cambio fijos de Bretton Woods, pero ahora los países de Asia Oriental en particular han tomado el lugar que ocupaba Europa dentro del sistema. Estos países han acumulado una gran cantidad de reservas internacionales para evitar que sus monedas se aprecien y las han invertido principalmente en bonos gubernamentales de Estados Unidos lo que ayuda a mantener bajas las tasas de interés en este país favoreciendo el consumo y las exportaciones de productos asiáticos). En China, India, Indonesia y Arabia Saudita, aun las dudosas estadísticas oficiales muestran incrementos de precios de 8-10% el año pasado, en Rusia la tasa es de 14%, en Argentina la verdadera figura es de 23% y en Venezuela es 29%.Ucrania llega a 30%, Vietnam 25%, Kazajstán 19%, Latvia 19%, Qatar 17% , Pakistán 17%, Egipto 16%, Bulgaria 15%, los Emiratos árabes 11%, Estonia 11%, Turquía 9,7%, Rumania 8,6%. Si fueran medidas correctamente, cinco de las diez economías emergentes más grandes podrían tener tasas de inflación de 10% o más para mediados del verano boreal. Dos tercios de la población mundial probablemente sufrirían tasas de inflación de dos dígitos. Este aumento inflacionario ha sido causado mayormente por el incremento de los precios del petróleo, los minerales y los alimentos (Ver Tesis V sobre sus causas). Pero el salto sincronizado responde en gran medida, junto a estas fuerzas estructurales, al hecho de que la baja de las tasas de interés de la FED ha forzado a una política monetaria débil a las economías emergentes que tienen su divisa atada al dólar, a pesar de que sus economías están sobrecalentadas. Las tasas de interés negativas en EEUU hacen difícil a los socios comerciales de EUUU que sufren una alta inflación tomar medidas correctivas efectivas (por ejemplo una suba de las tasas de interés chinas solo redundaría en un masivo flujo de “hot money”, a menos que sea tomada en forma coordinada con otros países). En otras palabras, estos países están importando el estimulo de emergencia de la FED cuando menos lo necesitan. Ponderadas mundialmente, las tasas de interés están en 4,3%, mientras la inflación global está arriba del 5%, es decir que la tasa de interés real en el mundo es negativa. Los bancos centrales están echando más leña al fuego al aumento de los precios de los alimentos y de la energía. Esto a la vez complica las opciones de los Bancos Centrales de los países centrales, aunque estos no se vean aun frente a un fenómeno similar al de los 70.

Frente a esta nueva realidad, ya algunos países asiáticos están ajustando sus políticas monetarias para fortalecer sus monedas, un intento de disminuir relativamente el precio del petróleo denominado en dólares, aunque al costo de hacer sus exportaciones menos atractivas al mercado mundial (con sus consecuencias para el crecimiento). Pero es improbable que algunos países del llamado BW2, especialmente los países del Golfo, abandonen rápidamente sus monedas atadas al dólar (“pegs”) por razones geopolíticas: estos países gozan de la protección militar norteamericana en esta volátil región, por lo que los EEUU verían con total enfado un abandono de sus “dólar pegs”, movimiento que podría llevarlos a abandonar el dólar como unidad de cuenta del precio del petróleo. El resultado de esto es la existencia de tasas de interés francamente negativas en estos países, que no sólo están acelerando la inflación, sino dando lugar a una fuerte burbuja de activos, fundamentalmente un boom en la construcción, como lo atestiguan el crecimiento descomunal de ciudades como Dubái (que una vez acabada la demanda puede llevar a un desinfle como el que ahora sufre EEUU). Por su parte, China, a pesar de su creciente preocupación con la inflación, se niega a seguir los pasos de otras economías asiáticas porque una mayor apreciación del yuan (moneda china), afectaría la competitividad de sus mercancías en una economía mundial -con su principal destino literalmente en recesión (EEUU) y gran parte del mundo afectado por la caída de la locomotora norteamericana- extremadamente sensible al incremento de sus costos. Por ahora, está tratando de controlar el precio de los combustibles exigiéndole de hecho a las empresas refinadoras, no directamente controladas por el gobierno, que funcionen a perdidas, a cambio de no agravar el endurecimiento de las condiciones de producción de las empresas ya sometidas a un aumento de los costos laborales, la suba del yuan y un incremento de los insumos. Pero esto sólo posterga el problema, al costo de la emergencia de determinados cuellos de botella en la economía, como testimonia la carencia de gasolina y diesel en varias ciudades. Adicionalmente, su incertidumbre sobre la profundidad o no de la recesión norteamericana también le impide inclinarse rápidamente a una salida.

Pero este ajuste lento y gradual de China frente a los signos crecientes de inflación en su territorio tiene como consecuencia que otros países emergentes no tomen ellos mismos medidas drásticas frente a la espiral inflacionaria: una fuerte apreciación de su moneda podría redundar en una pérdida de competitividad en relación a las mercancías chinas. Hasta ahora la mayoría de estos gobiernos viene respondiendo con control de precios, subsidios fiscales y control de exportaciones en el caso de los países productores de alimentos, antes que con modificar la política cambiaria o monetaria. Este es el caso de Argentina donde el Banco Central viene manteniendo artificialmente a través de crecientes intervenciones su moneda (a pesar de un reciente giro fuertemente cuestionado por los industriales que temen perder competitividad), a la vez que el intento de aumentar los impuestos sobre las exportaciones agrícolas (“retenciones”) ha redundado en un enfrentamiento brutal entre el gobierno y la gran burguesía agraria. Estas medidas solo pueden postergar los desequilibrios abiertos que ya se manifiestan en varias de las economías emergentes, aumentando el riego de un aterrizaje forzoso en vez de un aterrizaje suave. No sólo la carestía de la vida deprime el poder de compra de los asalariados, sino que la creciente inflación ha llevado a un endurecimiento de las condiciones del crédito con sus consecuentes efectos contractivos sobre la demanda y la producción, agravados también sus márgenes de rentabilidad por la suba de los costos. Aunque la recesión norteamericana y la desaceleración de la economía internacional va a afectar más temprano que tarde al precio de las materias primas, es probable que muchos de los países de la perifería se vean antes de eso frente al difícil dilema de tener que lidiar con un escenario creciente de crisis, esto es un enlentecimiento del crecimiento económico con la persistencia aun de fuerzas inflacionarias. Si se deciden a enfriar la economía, como presiona el capital internacional, puede haber recesión y multiplicarse los despidos. Si continúan con el actual crecimiento desequilibrado, como incitan los sectores del capital más débiles y nacionales, arriesgan a una escalada inflacionaria imparable.

En este marco, las crecientes luchas obreras y peleas salariales pueden abrir paso a procesos de lucha directamente política contra los nuevos ataques a la clase trabajadora, desatando nuevas crisis gubernamentales y mayores divisiones entre los distintos sectores de la burguesía, convirtiendo a muchos de estos países en los eslabones más débiles de la crisis capitalista mundial en el próximo periodo, como ya demuestra el salto en la crisis del paraíso de mano de obra barata, sustituto a China en determinas ramas de producción, Vietnam. El anuncio que la inflación tocó su techo más alto de los últimos 16 años, alcanzando un 25,2% en mayo, desató una fuerte caída de la bolsa, expresión de la fuga de capitales. La sobreabundancia de crédito, acompañada por el aumento de los precios del petróleo y los alimentos, ha dando rienda suelta a la inflación. En el marco de un creciente descontento obrero, el más importante desde el dominio colonial francés, y el fracaso de las medidas del gobierno de detener la escala inflacionaria, los capitales han empezado a votar con los pies, lo que puede significar un salto en la crisis económica, política y social en este importante país del sudeste de Asia.

Tesis IV

Las economías japonesa y alemana, segunda y tercera economía mundial respectivamente, han sostenido su crecimiento a pesar de la fuerte caída norteamericana en el primer trimestre de 2008. La clave de este resultado, para algunos imprevisto, es la aun fuerte demanda de los países emergentes que vimos en la tesis anterior. Así, Japón creció un 0.8%, o un 3,3% anualizado con respecto al trimestre previo en términos reales, apoyado en las exportaciones a los mercados emergentes y a la Unión Europea, que compensaron la declinación de sus exportaciones a EEUU. Por su parte, Alemania, la principal economía de Europa, creció un 1,5% en el primer trimestre, el más vigoroso trimestre en doce años, lo que impulsó el crecimiento europeo arriba del trimestre anterior. Las razones de su fortaleza relativa (y de su importante recuperación impulsada por las exportaciones desde 2006) se basan en dos elementos transitorios. La primera, la mejora de su competitividad debido a la drástica reducción salarial lograda durante el gobierno Schroeder. El segundo es el boom de los tradicionales mercados exportadores de Alemania: Rusia y Medio Oriente.

Una desaceleración del crecimiento de los países emergentes puede tener consecuencias graves sobre los actuales números de crecimiento. Ya las firmas japonesas limitaron las inversiones en plantas y equipos de cara a una moderación de la expansión de la actividad global y un aumento de los costes energéticos que afectarían a la economía de Japón. Mientras tanto, la demanda interna se mantiene débil. Las inversiones en plantas y equipos - que, junto a las exportaciones, habían sostenido el crecimiento en el reciente repunte de la economía nipona después de años de estancamiento o crecimiento muy por debajo de su potencial- se han debilitado. El patrón liderado por la exportación del crecimiento de la economía tanto nipona como alemana, que no va acompañado de una fuerte recuperación de su mercado interno, muestra que éstas dos economías no pueden ser locomotoras de reemplazo al rol que jugó la economía norteamericana en todos estos años.

Más aun, los problemas se acumulan en la misma UE, zona económica que tomada de conjunto tiene un peso similar o mayor a la economía norteamericana. La fuerte apreciación del euro con respecto al dólar ya está teniendo consecuencias sobre el encarecimiento de las exportaciones europeas y en términos de pérdida de competitividad, sobre todo en los países de la UE de menor productividad del trabajo. Por otra parte, a la vez que ha ganado flujos financieros, la eurozona ha perdido flujos industriales y de inversión directa. En efecto, el incremento de las tenencias en euros de los bancos centrales de Rusia, Asia y el Medio Oriente, que buscan una alternativa al dólar como fuente de atesoramiento para sus crecientes reservas monetarias, ha ayudado a acolchonar la crisis crediticia en Europa, a la vez que ha redundado en un encarecimiento de la zona euro para hacer negocios. La Inversión Extranjera Directa (IED) se ha vuelto fuertemente negativa, alcanzando los149 mil millones de euros en el pasado año. Ésta ha caído 19 mil millones de euros solo en marzo, en tanto que la apreciación del euro ha llevado los costos laborales en el sur de Europa a niveles no competitivos. Esto ha acelerado una nueva oleada de deslocalizaciones por fuera del bloque monetario, encabezada por Airbus que está trasladando operaciones a EEUU, la India y México. Sumado a los efectos del alza del petróleo- que está llevando a protestas de numerosos sectores económicos como los pescadores, los agricultores y los transportistas que ven disminuir la rentabilidad de su actividad-, y fundamentalmente a las consecuencias de la carestía de la vida sobre los depreciados salarios; todos estos elementos auguran un debilitamiento del consumo y problemas para la industria europea a medida que la desaceleración de la economía mundial gane fuerza. Y si la UE empieza a perder empuje (cosa que ya se está dando, como vimos, en toda una serie de países), los nuevos países entrantes a la UE van a empezar a sufrir también, algunos de ellos enfrentando importantes crisis financieras. Ya se acumulan tensiones en gran parte de las economías sobrecalentadas del vasto arco que va del Báltico al Mar Negro, economías financiadas por los bancos austriacos, suecos, alemanes, belgas e italianos. En 2007, el crecimiento del crédito privado fue de 62% en Bulgaria, 60,4% en Rumania, 55,2% en Kazakstán y 45% en los Bálticos. Los déficits de cuenta corriente han alcanzado un 22,9% en Latvia, 21,4% en Bulgaria, 16,5% en Serbia, 16% en Estonia, 14,5% en Rumania y 13,3% en Lituania. La diferencia ha sido financiada con préstamos externos. Una crisis “a la Argentina” de estos países puede afectar fuertemente a los bancos de los países imperialistas más expuestos (los créditos al viejo bloque soviético dan cuenta del 23% del conjunto de la base de activos del sistema bancario austriaco y 10% de los sistemas financieros suecos y belga).

Si la crisis norteamericana es larga, profunda y con nuevos picos financieros, si el dólar sigue cayendo, como expresión de su debilidad y como forma de tirar su crisis sobre sus competidores, y si no lo hace en contra de las monedas asiáticas, afectará en un grado intolerable a Europa. Hasta ahora, gracias a la maquina exportadora alemana que impulsa el crecimiento de este país y de la UE, la subida del dólar viene siendo absorbida (aunque desigualmente según los países). También incide la existencia de relaciones complejas entre estos dos bloque económicos, en las que el numero de negocios realizados por firmas norteamericanas en Europa representa el doble de sus exportaciones y aquellos de las multinacionales europeas en EEUU superan la mitad de las exportaciones europeas. Pero hay un límite. La combinación de la apreciación desmesurada de la moneda con el crash inmobiliario de los países del llamado “Club Mediterráneo” e Irlanda con la deflación crediticia proveniente de Europa oriental puede ser brutal para la UE. Alemania, a pesar de estar mejor posicionada que otros países, no será inmune. Ésta ha financiado buena parte de la deuda externa de esos países: 362 mil millones de dólares a España, 275 mil millones de dólares a Italia, 129 mil millones de dólares a Grecia, 98 mil millones de dólares a Portugal y 123 mil millones de dólares a Irlanda. La rígida política del BCE podría en ese momento ser calamitosa para las perspectivas de crecimiento europeas. En este marco, la UE, lejos de un acolchonador del shock, podría ser un acelerador de este desenlace post-burbuja inmobiliaria y crediticia norteamericana.

Tesis V

Como subproducto del más fuerte ciclo corto de crecimiento de la economía mundial desde fines de los 70, que implicó un fuerte aumento de la demanda de materias primas de China, India y otros países emergentes, no se pudo mantener la tendencia decreciente de los precios de éstas, que fue una de las cuestiones que posibilitaron la recuperación de la rentabilidad durante la ofensiva liberal (y que actuaba en forma contratendencial al crecimiento de la composición orgánica del capital). Como explica Marx, una caída continua en el precio de las materias primas no puede sostenerse por tiempo indefinido: “Cuanto mayor es el desarrollo de la producción capitalista y como consecuencia, más grande son los medios para aumentar acelerada y permanentemente esa porción de capital constante que consiste en maquinaria, etc., y cuanto más rápida es la acumulación (particularmente en tiempos de prosperidad), tanto más grande sería la superproducción relativa de maquinaria y otro capital fijo, y tanto más frecuente la subproducción relativa de materias primas animales y vegetales, y mucho más pronunciada la subida... de sus precios Tanto más frecuentes serán las convulsiones causadas por la violenta fluctuación de precios de uno de los principales elementos en el proceso de la producción” (El Capital, Libro Tercero, Cap.6). Esto es la tendencia fundamental que está detrás de la suba de los precios de los productos agrícolas y sobre todo de los productos minerales, en especial el petróleo.

En el terreno agrícola, una parte considerable del aumento de los precios se debe al aumento de la demanda de China, India y otros países emergentes. La clave es China. Ésta por un lado es un importante exportador (aunque sus magnitudes son muy variables de año a año) de pescados y de preparados de carne, así como de legumbres, tubérculos y preparados de frutas y legumbres, aprovechando la abundancia de una mano de obra barata que constituye un factor enormemente favorable a estas producciones, controladas por firmas multinacionales, como es el caso de los productos con normas biológicas. Al mismo tiempo, las importaciones tienen tendencias a aumentar: 3 millones de toneladas en 1999, 5 en 2004, 9 en 2005. De trigo y maíz, China es exportador (hacia Corea y el Japón principalmente) a la vez que importador. Sus stocks de reservas en ambos granos han venido bajando considerablemente en el curso de los últimos años (pasando de 220 millones de toneladas en 1999 a solamente 70 millones en 2006), mientras que respecto a los de arroz su inestabilidad es menos marcada, siendo China exportador o importador, según el año, de un millón de toneladas. En materias de importaciones son las grasas y aceites vegetales o animales, así como los granos oleaginosos, los que estañan la cabeza de las importaciones agrícolas de los últimos años. Esto está en relación con las necesidades de los criaderos artesanales, semi industriales o industriales de cerdos y aves (el rebaño de cerdos chinos es el mayor del mundo). El aumento del nivel de vida de una parte de la población ha implicado un mayor consumo de proteínas animales, cuya producción implica un consumo creciente de cereales y granos oleaginosos, en especial de soja. El déficit en oleaginosas es bien marcado, ya que su cultivo no puede avanzar si no es en detrimento de aquellos consagrados a las culturas cerealeras ancestrales.

Sin embargo las necesidades alimentarias de China y otros países emergentes, debido al aumento en el nivel de vida de una parte de su población, está lejos de significar una nueva fase para las economías dependientes de las materias primas como fue el final del siglo XIX y comienzo del XX -cuando la necesidad de alimentos para la nueva clase obrera de países como Inglaterra y otros países de Europa Occidental posibilitó el dinámico crecimiento de las nuevas zonas agrícolas de América del Norte, Australia y algunos países dependientes, como Argentina-. Por el contrario, los precios agrícolas se han recuperado recientemente de los niveles fuertemente deprimidos que alcanzaron luego del colapso de la década de 1980 y de la reducción adicional que tuvo lugar durante la crisis asiática (dentro de éstos, el único grano que está por encima del promedio de la posguerra y de 1970 es el trigo, estando el maíz y el arroz en el promedio y y los frutos tropicales por debajo, así también como el algodón y el azúcar). Las recetas del FMI -que impusieron pagar la abultada deuda externa mediante un incremento de las exportaciones de materias primas luego del default mexicano de 1982-, agravadas por las fuertes distorsiones de los mercados agrícolas debido a los subsidios y el proteccionismo en los países imperialistas, hundieron los precios de los productos agrícolas (los de los productos agrícolas tropicales fueron los más afectados). A eso hay que agregar la tendencia secular a la caída de los términos de intercambio de los productos de origen agrícola.

Entonces, junto a los efectos del más fuerte ciclo corto de crecimiento desde los 70 en el mercado de las materias primas y las consecuencias para la oferta de años de bajas de precios de estos productos; la actual suba de los precios agrícolas responde también a a) el efecto distorsivo que juegan la producción y el subsidio norteamericano a los biocombustibles, b) la creciente especulación en los mercados de las materias primas frente al desinfle de la burbuja inmobiliaria, y c) la depreciación del dólar (actuando las materias primas como refugio de valor frente a la devaluación de éste último).Esto en el marco de que el mercado agrícola mundial está manejado por unos pocos grandes conglomerados como Archer Daniels, Cargill, Bunge, Monsanto y Syngenta, que tienen el poder de mercado y la infraestructura para manejar inventarios, invertir en mercados de futuros y manipular precios a escala mundial para obtener superganancias.

Los que sí alcanzaron en 2007 y en lo que va de 2008 el doble del promedio de la posguerra son los minerales, los que sí están gozando de un periodo de boom. Si agregamos el petróleo esto es aun más claro. Junto al aumento de la demanda, en los últimos meses ha crecido el componente especulativo, llevando a algunos analistas y grandes burgueses como George Soros a decir que el petróleo era la nueva burbuja de la economía internacional. En el caso del petróleo, un factor central de su alto precio es el substancial riesgo geopolítico que existe, en especial la percepción de una siempre probable guerra con Irán y el caos iraquí, país que cuenta con las segundas o terceras reservas de petróleo más grandes del mundo (en marzo de este año la producción en Irak fue de 1,9 millones de barriles diarios comparado con un pico previo a la guerra de 3,5 millones de barriles diarios sin contar la cantidad de zonas inexploradas en el mismo 2002). El aumento de los precios, dicho sea de paso, juega un rol políticamente estabilizador en la región, ya que nadie quiere perderse la actual bonanza, además de que países como Arabia Saudita cuentan con suficiente cash como para comprar lealtades). El otro componente de este riesgo geopolítico está ligado a la fragilidad de las multinacionales petroleras y el avance de los Estados semicoloniales o dependientes productores de petróleo y de sus compañías públicas que hoy detentan el 85% de las reservas mundiales.

Es interesante notar que el crecimiento diferenciado de los precios de las distintas commodities refleja, a su manera, las características actuales de la reproducción del capital a nivel mundial. A diferencia del capitalismo de la segunda mitad del siglo XIX -donde la pujante acumulación dio lugar a poderosos mercados internos (cuestión que luego de la destrucción de la Segunda Guerra Mundial fue repetida durante el boom)-, en los nichos de acumulación actual, como China, el desarrollo del mercado interno es enormemente inferior a la sobreacumulación de capital (construcción de fábricas e infraestructuras camineras e inmobiliarias). Es que la fuerte capacidad productiva creada no responde esencialmente a las necesidades de la acumulación interna, sino a una oferta ilimitada de mercancías para un mundo con acceso ilimitado al crédito y al capital, cuestión que como vimos está llegando a su fin (aunque China, ubicada al final de la cadena de producción, y por ende lejos del último comprador, no vea la desaceleración hasta que ésta le golpee en la cara).

Una nueva estructura de la economía mundial

Tesis VI

En los últimos quince años y en especial desde la crisis asiática de 1997-98, se viene produciendo un fenomenal cambio de la estructura de la distribución del PBI de la economía mundial en detrimento de los países de la Tríada (EEUU, la UE y Japón) y a favor de los llamados países emergentes, en especial del BRIC (sigla que se usa para denominar la combinación de Brasil, Rusia, India y China). Así, según Maddison, en 2003 China e India representaban un 20,6% del PBI mundial contra un 9,52% en 1952, empleando el criterio de paridad de poder de compra para hacer el cálculo. Según esta misma estadística, en 2006 Brasil daba cuenta de un 2% y Argentina de 1% del PBI mundial. Rusia en 2003 representaba un 3,8%, lo que no obstante es un retroceso respecto a su peso en 1952: 9,2%). Este crecimiento de China e India tiene por contrapartida un retroceso de Europa del oeste (- 6,7%) y de Estados Unidos (- 6,9%).

Esta nueva configuración es el resultado de unas tasas de crecimiento del PBI diferenciadas de las principales zonas de la economía internacional. Durante los años 1960, el crecimiento mundial fue de 5% y englobó dos procesos de recuperación (“rattrapage”, en francés): de Europa y Japón con respecto a EEUU y de ciertos países del Sur con respecto al Norte, siguiendo el modelo de “sustitución de importaciones”. Las décadas de 1970 y 1980 son marcadas por una desaceleración del crecimiento mundial y una nueva distribución geográfica del mismo: los países del Sur comienzan acolchonando la caída del crecimiento mundial, creciendo un 4,9% contra un 3,3% en la Tríada, para terminar finalmente por debajo de la media mundial después de la crisis de la deuda (2,8% con respecto a 3% en la Triada), al mismo tiempo que la década de los 80 corresponde a una nueva desaceleración del crecimiento europeo (2,3 %). En la última década y media hay una nueva transformación, producto de un doble movimiento: dentro de la Tríada, los EEUU se recuperan con respecto a Europa y Japón, y al Sur, los países emergentes alcanzan un crecimiento similar al de la economía mundial durante los años 1960.

Tesis VII

Esta modificación de la estructura de la economía internacional es palpable también en toda otra serie de indicadores económicos. La distribución mundial de la fuerza de trabajo se ha modificado. En 1960, los países de la Tríada reagrupaban 22% de la mano de obra empleada; en 2005 esta proporción ha caído a 14%. Dicho de otra manera, de los 2,7 mil millones de trabajadores en el mundo, la mitad (1,4 mil millones) viven en los países del BRIC y solo uno sobre siete en los países más avanzados. La incorporación de las economías de los ex Estados obreros deformados y degenerados al mercado mundial como consecuencia de la restauración capitalista, así como la fuerte apertura de otras economías nacionales bastante protegidas como es el caso de la India, ha duplicado las fuerza de trabajo conectada al mercado mundial, con la consecuente presión deflacionista sobre los salarios a nivel internacional. El otro corolario de este extraordinario cambio es el crecimiento global de la desocupación, que ha pasado de 94 millones en 1990 a 161 millones en 2004. Estos datos aportados por el FMI, a pesar de que poseen serios problemas en la definición, permiten, no obstante, apreciar que el desempleo, que se ha estabilizado en la Tríada, ha sin embargo disparado en los países del Sur, incluyendo los BRICs.

Conjuntamente con esta redistribución de la fuerza de trabajo global, se desarrolla una recuperación de la productividad en los países emergentes. Las diferencias de productividad aun son considerables, del orden de 1 a 5 o 6 entre el Sur y la Tríada, pero la recuperación (“rattrapage”) se realiza a un ritmo considerable. El dinamismo de la economía mundial se va desplazando a los países emergentes.

Las últimas décadas corresponden a un crecimiento del comercio mundial más rápido que el PBI mundial, y en donde también se ve la creciente importancia de los países emergentes. En 2005, la Tríada realizaba 58% de las exportaciones mundiales contra 70% en 1990, es decir una pérdida de mercado de 12% en detrimento de los países emergentes. Si uno suma los BRIC, México y los países exportadores del sudeste asiático, su parte del mercado mundial durante el mismo periodo pasa de 14% a 24%.
Por último, la inversión internacional: En 2005, el stock mundial de inversión extranjera directa (IED) representaba alrededor de 10 billones de dólares. 64% se encontraban en los países de la Triada, 12% en los BRIC (incluido Hong Kong) y 24% en el resto del mundo. Aunque lo esencial de la IED se mantiene entre los países del norte, hay una lenta reorientación hacia los países emergentes: en 2005, los países del BRIC recibieron 16% de los flujos de inversiones contra un 4% en promedio 15 años antes.

Estas transformaciones no significan que el conjunto de los países del Sur siga la misma trayectoria que los países emergentes. Sólo una parte de ellos se ha integrado en las redes de la economía mundial internacionalizada, pero los países aludidos son de gran tamaño: los países del BRIC representaban el 45% de la población mundial en 2005. Un informe de la OIT publicado en 2004 subrayaba que 55 países del Sur tienen un crecimiento inferior a 2% y 23 de ellos directamente negativo.

Tesis VIII

Luego de la crisis asiática, ha habido un cambio completo de la estructura de financiamiento de la economía mundial, donde el elemento motor es el déficit comercial norteamericano. Este había venido creciendo durante la primera mitad de los 80 pero fue reabsorbido luego de los acuerdos Plaza de 1985, que implicaron una devaluación del dólar con respecto a las principales monedas, en particular el yen. Desde comienzos de los 90 se observa una degradación tendencial del déficit exterior de Estados Unidos. Su déficit de cuenta corriente o, dicho de otra manera, su necesidad de financiamiento externo, pasa de 0% del PBI a 6,5% en 2006. En 2006, el déficit externo de Estados Unidos es de 860 mil millones de dólares, o sea un 1,8% del PBI mundial. La contrapartida de este déficit se encuentra en el excedente de 300 mil millones de dólares de otros países avanzados (de los cuales 170 mil millones corresponden a Japón), de 240 mil millones de dólares de China y 320 mil millones de dólares de otros países en desarrollo, en especial y crecientemente los países productores de petróleo.

Más sorprendentemente, en 1998, los países de la periferia capitalista han transferido 685 mil millones de dólares hacia el centro. 316 mil millones correspondieron al servicio de la deuda soberana, 216 mil millones de dólares a capitales especulativos a corto plazo y 131 mil millones de dólares a la degradación de los términos de intercambio. Asistimos a una verdadera inversión de las transferencias, puesto que los movimientos netos de capitales van de ahora en adelante del Sur al Norte. Si tomamos en cuenta el impacto de tales movimientos en relación a los PBI respectivos (de 24 billones de dólares el Norte y 6 billones de dólares el Sur), el resultado es que la punción equivale a un 11% del PBI del Sur y representa menos de 3% del PBI del Norte. Pero esta consideración del Norte de conjunto enmascara que la principal fuente de desequilibrio financiero son los EEUU, que absorben la mayoría de los flujos de capitales (84%) del resto del mundo. La hegemonía norteamericana, reposa parcialmente sobre esta importación de capitales debido a sus crecientes déficits de cuenta corriente que lo convierten en la nación deudora más importante del mundo, un hecho inédito para una potencia hegemónica y que jamás fue el caso de Gran Bretaña. A pesar de que su sistema financiero actúa como el centro del sistema financiero internacional y de que durante el ciclo neoliberal haya logrado reexportar estos capitales con un beneficio superior al obtenido por el capital internacional invertido en EEUU, la dependencia de éste de la buena voluntad, ahora ni siquiera de los inversores internacionales, sino de los gobiernos que reciclan sus divisas a aquel país para el financiamiento de sus déficits, le otorga a su hegemonía un carácter frágil.

A su vez, esta nueva estructura de financiamiento internacional, va acompañada por la acumulación reservas en los bancos centrales de los países semicoloniales y dependientes. Esta medida es un subproducto de las lecciones que sacaron las burguesías de estos países de la brutal crisis asiática (y de las que le siguieron: Rusia en 1998, Brasil en 1999 y Argentina en 2001). Estas -ayudadas por los vientos favorables de la economía internacional del ciclo 2003-2007- han manejado su régimen monetario de manera de poder acumular reservas de divisas para no verse sometidos eventualmente frente a nuevas turbulencias del mercado financiero internacional a las condiciones leoninas que impusieron le el FMI y el Banco Mundial en países como Corea o Argentina, sin evitar en este último caso el default y el crack de su economía. Este movimiento de las burguesías de los países dependientes hacia una posición de mayor regateo y de cierta autonomía con las potencias imperialistas, en especial con el FMI, puede ser, sin embargo, un “paraguas” demasiado pequeño frente a una crisis profunda de la economía mundial como la que se aproxima.

Tesis IX

Este rediseño y transformación de la estructura de la economía mundial de las últimas décadas complejiza las relaciones jerárquicas de la época imperialista (lo que la sociología o el periodismo vulgar llaman relaciones Norte-Sur), pero no las elimina, como sostienen las teorías globalizadoras, o, por otra vía, sociólogos como Arrighi, que ven que nos acercamos a un Siglo Asiático basado en el resurgimiento chino.
En ese sentido podemos distinguir tres grandes niveles:
a) los países imperialistas que serían los que componen la “tríada” (aunque no la UE de conjunto, ya que después de su extensión contiene países semicoloniales o que son el patio trasero de las potencias europeas).

b) los países semicoloniales, que son la inmensa mayoría, es decir todos aquellos países subordinados, no sólo económicamente sino política y militarmente, al imperialismo. Sin embargo, dentro de esta categoría tan amplia, hay que distinguir que no son todos iguales sino que hay una jerarquía de países más importantes, ya sea por el peso de su economía, ya sea por su peso demográfico, por sus recursos o por su ubicación geográfica. Por ejemplo, Brasil -por el tamaño de su mercado, por su peso demográfico, por su carácter de país continente y por el nuevo rol como potencia agrícola- aspira a ser la potencia hegemónica en América del Sur. Su nuevo rol como “granero del mundo” -exportando en 2006 50 mil millones de dólares en productos agrícolas y agroalimentarios y siendo el primer exportador mundial de café, de azúcar, de granos de soja (segundo en forrajera de soja) y de jugo de naranja, además de el primer y segundo exportador mundial de carne bovina y de aves respectivamente- se ha visto reflejado en su rol dirigente en el G20, asociación informal de países agrícolas que ha bloqueado las demandas de los EEUU y la UE en el cuadro de las negociaciones de la OMC (conocida como la ronda de Doha). En África subsahariana, Angola (segundo productor de petróleo después de Nigeria y también fuerte productor de diamantes), terminada la guerra civil, intenta avanzar como poder regional rivalizando con el rol tradicional de Sudáfrica y en menor medida de Nigeria (primer productor de petróleo del continente negro). En el sur de Asia, el nuevo peso de India es creciente como puede verse en su creciente rol en el mercado de servicios a nivel internacional y su cortejo por EEUU (que ha promocionado un acuerdo nuclear con la misma), China y Rusia (su viejo aliado en el mundo de Yalta), que la consideran una pieza clave para sus esquemas geopolíticos en la región. En el Medio Oriente y el Mediterráneo oriental, Turquía, un vasallo de EEUU durante la Guerra Fría, basada en su economía y su ejército, viene aprovechando el espacio abierto por la debacle de la ex URSS en relación a las repúblicas del Cáucaso y Asia Central, aunque aun sin encontrar un rumbo estratégico. En el Golfo Pérsico, Arabia Saudita, cuya seguridad nacional depende en última instancia de EEUU, se ha fortalecido como consecuencia de la brutal alza del petróleo y del rol determinante que ésta juega en el mercado mundial. Su nuevo peso coyuntural puede apreciarse en su rol pacificador en la región que busca aprovechar el auge petrolero, promoviendo el acuerdo de gobernabilidad del Líbano, alentando, conjuntamente con Turquía, las conversaciones de paz entre Siria e Israel, , -lo que seguramente conlleva promesas de inversiones sauditas en Líbano y Siria de las que Damasco puede sacar provecho-; presionando al Hamas para que alcance una tregua con Israel, y a todas las fracciones iraquíes con el objetivo de alcanzar un acuerdo para beneficiarse de la extracción del petróleo iraquí, de la que hasta ahora solo han sacado provecho los kurdos.
c) los países dependientes que tienen una estructura económica dependiente del capital extranjero, de la inversión extranjera directa y del mercado mundial, pero que no están subordinados a la política imperialista y, por lo tanto, tienen a la vez un grado mayor de autonomía política y más probabilidades de tener roces importantes con el imperialismo.

Aunque no estamos hablando de muchos candidatos (Venezuela, Irán, Rusia y China) es fundamental diferenciar estos países. En primer lugar, Venezuela e Irán: El primero, un régimen con rasgos bonapartistas sui generis, ha logrado mayores márgenes de maniobra política con respecto a los EEUU como subproducto de la liquidación del régimen proimperialista del Punto Fijo, de los altos precios del petróleo y, fundamentalmente, por su apoyo relativo (el otro pilar clave son las FFAA) en la movilización de las masas, en especial de los pobres urbanos y en menor medida de la clase obrera. Por su parte, Irán es el principal beneficiario de la debacle norteamericana en Irak, lo que le da un enorme factor de peso en determinar la suerte final de la operación militar norteamericana y, por ende, en la conformación del orden regional post fracaso de la invasión iraquí. Sin embargo, ambos regímenes tienen un carácter inestable. Chávez está sometido a las contradicciones del carácter rentístico de la economía, lo que lo hace depender estratégicamente del gran capital nacional (y por ende extranjero), como demuestra su actual giro después de haber dado sus pasos más de izquierda como fue la nacionalización de Sidor. Por su parte, el avance temporal de Irán viene siendo combatido por el arco de países árabes reaccionarios de la región, en especial Arabia Saudita, que ha adquirido un nuevo peso en la región en el marco de la brutal alza del petróleo y del rol determinante que esta juega en el mercado mundial. A su vez, internamente, las contradicciones del régimen de los ayatolas, junto al hecho de que Irán no ha sacado partido del alza de los precios del petróleo como los demás países productores de la OPEC debido a la baja calidad de su producción, le ponen límites a sus planes más ambiciosos.
Rusia, y en particular China, aunque podemos englobarlos dentro de esta categoría, están en otro peldaño: ambas aspiran a convertirse en potencias regionales y proyectar su poder a nivel mundial. A su vez, ambas dan cuenta del carácter contradictorio de la restauración capitalista : mientras el avance de ésta ha reportado enormes beneficios para la recuperación de la rentabilidad del capital -deprimiendo el valor de la fuerza de trabajo a nivel internacional o reincorporando al mercado mundial uno de los “graneros” agrícolas más viejos (como es el caso de las regiones situadas al norte del Mar Negro en especial Ucrania), entre otras cosas-, la incorporación de estos dos países al mercado mundial ha sido mucho más compleja de lo que las potencias imperialistas esperaban y aun permanece frágil. Dicho de otra manera, aunque se han liquidado las viejas relaciones de producción y se ha comenzado a establecer un régimen capitalista, el lugar que estos países ocupan en el orden mundial dominado por el imperialismo aun no está decidido, lo que es una de las principales fuentes de tensiones de la situación mundial al comienzo del siglo XXI. La política del imperialismo de una integración armónica y pacifica de China y Rusia a la economía mundial, como auguraban los plumíferos neoliberales a comienzos de los 90, ha fracasado y hoy en día las potencias imperialistas se encuentran con dos potencias que se niegan a obedecer sus dictados y el rol subordinado que el orden mundial imperialista les tiene reservado. En este marco, Rusia viene avanzando con respecto a los 1990 en recuperar su influencia en su patio trasero, además de que su nuevo rol como potencia petrolera y gasífera (y de otros minerales) la convierten en una actor clave frente al ascenso desenfrenado de las materias primas. A su vez, todavía conserva gran parte del arsenal nuclear y militar, que en gran medida modernizó, de la vieja URSS. Aunque las tendencias a su declinación no se han revertido históricamente y pueden volverse a manifestar abiertamente como en la época que siguió a la desintegración de la ex URSS, está, debido a la preocupación de EEUU en otros frentes, en su mejor momento económico, político y sobretodo geopolítico después del fin de la Guerra Fría para recuperar seriamente el terreno perdido y consolidarse como potencia regional.

Por su parte, China ha tenido un ascenso extraordinario, comandado por un arcaico Partido Comunista, a través de un doble movimiento de liberalización y apertura a los capitales. Estos provienen fundamentalmente de Asia (60%) entre los cuales se destaca Hong Kong (35%), Japón (9%) y Corea del Sur (7%) y secundariamente de EEUU (8%) y Europa (8%). Las características de su crecimiento le han dotado de algunos atributos que hacen difícil verla como una mera relación de dominación semicolonial entre el centro y la periferia, sino en algunos casos como una relación de complementariedad contradictoria. Así, en primer lugar, sus fuertes requerimientos como comprador de bienes de capital e intermedios y su enorme mercado potencial le permiten negociar y obtener concesiones -como la transferencia de tecnología y la asociación de los capitales extranjeros a las empresas chinas- con las distintas potencias imperialistas que se disputan los fabulosos negocios chinos. En segundo lugar, la posesión de una gigantesca acumulación de reservas internacionales, la mayoría depositadas en activos en dólares, le otorga una ubicación especial con respecto a EEUU y su descomunal déficit de cuenta corriente (a la vez que la hace coyunturalmente dependiente de su suerte ya que una fuerte desvalorización del dólar implicaría cuantiosas pérdidas para la misma, de ahí las presiones a la diversificación). Por último, el peso de sus inversiones extranjeras directas en determinadas zonas de la economía mundial, como es el caso de África, donde rivaliza en influencia con los EEUU y las viejas potencias europeas, o su enorme poder frente a los países productores de materias primas que dependen más y más de su mercado, como es el caso de los países de América Latina. Estos elementos no implican que su economía haya superado los límites impuestos al desarrollo de los países dependientes en razón del dominio del mercado mundial por el imperialismo, como puede apreciarse en la fuerte dependencia importadora de su maquinaria exportadora, el deterioro de los términos de intercambio con la creciente “comodittisacion” de la producción manufacturera, y sobre todo por el pequeño margen del que se apropian los empresarios chinos de una producción determinada por el peso de negociación sobre los precios de los gigantes de la distribución como Wall Mart o de las grandes marcas internacionales de ropa, juguetes, línea blanca o productos informáticos. Estos elementos y la fuerte dependencia en última instancia de los mercados exteriores al Asia, a pesar de la creciente integración de la misma, la hacen fuertemente sensible a los cambios en la división mundial del trabajo. Si hasta ahora han venido primando sus ventajas, si continúa con la evolución actual, es probable que comiencen a primar los inconvenientes de la competencia, lo que puede disparar una creciente agresividad, no sólo político-militar de las potencias imperialistas sino en términos económicos, con la imposición de crecientes medidas proteccionistas a sus productos. Esta debilidad estratégica, junto a los fuertes desequilibrios internos que su desarrollo ha creado -que se expresan en crecientes disparidades regionales, étnicas, entre las zonas urbanas y el campo-, la existencia de una nueva clase burguesa próspera en las regiones costeras con enormes lazos con el capital internacional que potencialmente la pueden distanciar de los intereses de las regiones y de Pekín si el centro se debilita (como ha sido el caso a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX), y, fundamentalmente, la formación de una poderosa clase obrera superexplotada y concentrada en gigantescas unidades de producción, que ha empezado a reclamar su parte de los beneficios del crecimiento, pueden transforman su actual fortaleza en una fuente potencial de fuerte inestabilidad interna con enormes repercusiones a nivel mundial.

Un salto en la decadencia hegemónica norteamericana

Tesis X

La debacle norteamericana en Irak señala el fin del llamado “momento unipolar” norteamericano, abierto con la caída de la ex URSS. La estrategia neoconservadora de pasar del “momento unipolar” a la “era unipolar”, conquistando un “nuevo siglo americano” a través de la guerra preventiva y el unilateralismo, ha fracasado completamente. La guerra de Irak, que estaba destinada a ser una contundente demostración del poderío norteamericano (“hard power”), se ha convertido por el contrario en una constatación de los límites de su poder. El efecto de esto sobre los EE.UU. y el mundo son profundos y duraderos. La ocupación de Irak y Afganistán ha desgastado a los EE.UU. La confianza norteamericana en su predominio indiscutido se ha desvanecido. Esto es percibido a nivel mundial. A su vez, la política imperialista agresiva y unilateral y los golpes a su imagen en el mundo que significan la existencia de la cárcel de Guantánamo o las torturas de Abu Ghraib llevaron al antinorteamericanismo y la pérdida de su poder de influencia o emulación (“soft power”) a sus puntos más altos no sólo en Medio Oriente sino también en América Latina y Europa, y no solo a nivel de masas sino también en las elites de los principales países del mundo. Todos estos elementos señalan, como ya lo venimos planteando, un salto en la decadencia hegemónica de Estados Unidos.
En esas circunstancias, las otras potencias, grandes o pequeñas, están tratando de sacar ventaja de su debilitamiento, cuestión que se expresa en la emergencia de nuevos actores y potencias regionales que tienen un mayor margen de maniobra política frente a los EEUU, como por ejemplo Hugo Chávez o Brasil en América Latina, la India y en menor medida Pakistán en el sur de Asia, además de Irán o Turquía en Medio Oriente. Recientemente, el aumento de los precios del petróleo está refortaleciendo a Arabia Saudita. Pero en términos globales, los dos más grandes ganadores del empantanamiento norteamericano en Irak, han sido Rusia y China. Rusia, estabilizada por un régimen bonapartista, tiene, comparado con el gobierno de Yeltsin, un gran margen de libertad de acción diplomática, sobre todo en su periferia cercana y en relación a la UE, debido a su todavía alta dependencia energética del petróleo y gas rusos. Por su parte, China, con su estrategia de “ascenso pacífico”, se ha consolidado, aumentando su atracción como socio económico y estratégico para muchos países más allá de la región de Asia oriental.
Esta nueva redistribución de fuerzas interestatales a nivel internacional y la emergencia de nuevos actores regionales, algunos con una cierta proyección global, es lo que lleva a algunas figuras del establishment de la política exterior norteamericana, como Richard Haas, director del Council on Foreign Relations, a hablar que el mundo se dirige a un “sistema no polar”. En un artículo publicado en la revista Foreign Affairs, plantea que el “momento unipolar” del dominio incuestionado fue un breve tiempo histórico de no más de 15 años que ha quedado atrás y que el mundo se dirige claramente a un sistema “no polar”, en el cual Estados Unidos ya no tiene la fuerza para dirigir y controlar a las entidades estatales y no estatales entre las que se ha distribuido el poder mundial. Según esta influyente figura, aunque Estados Unidos conserva cierta fortaleza -ser todavía la mayor economía nacional del mundo, contar con el presupuesto militar más elevado y ser el principal centro de poder- esto “no debería ocultar la declinación relativa de la posición de Estados Unidos en el mundo, y junto con su declinación relativa en el poder, una declinación absoluta en su influencia e independencia”. Esta declinación tiene su base en el retroceso no sólo político sino del peso económico de Estados Unidos. Como plantea Haas “La porción norteamericana en las importaciones globales ya cayó al 15%. Aunque el PBI norteamericano representa más del 25% del total mundial, este porcentaje declinará en el tiempo dada la diferencia real y proyectada de la tasa de crecimiento de Estados Unidos y los gigantes asiáticos y otros países, gran parte de los cuales están creciendo a una tasa dos o tres veces mayor que la de Estados Unidos”. A esto se le sumarían otros indicios de pérdida de dominio económico, como por ejemplo “el incremento de los fondos soberanos de países como China, Kuwait, Rusia, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos” y la “debilidad del dólar contra el euro y la libra británica” (Foreign Affairs, mayo/junio 2008).
Dentro de esta transición en el marco de las relaciones interestatales, aun es un interrogante el grado de fortaleza del que gozara los EEUU en el escenario internacional, cuestión que dependerá entre otras cosas de cómo salga Estados Unidos de Irak (así como de Afganistán y la frontera caliente pakistaní): hay una posibilidad de que termine teniendo que retirarse sin más -que es la menos probable o al menos la que intentará evitar el próximo gobierno, sea demócrata o republicano-; la segunda opción es retirarse pero dejando un número considerable de bases permanentes, cuestión que es crucial para darle garantías a los sunitas y a sí mismo de que Irán y sus aliados chiitas en Irak van a ser mantenidos a raya, para lo cual debe alcanzar un entendimiento con Irán si no quiere tirar por la borda el relativo apaciguamiento de la lucha sectaria logrado en los últimos meses, en gran medida gracias al control iraní de la actividad de sus milicias aliadas en el curso de las negociaciones con EEUU.

Sin embargo, desde el punto de vista histórico, lo que es novedoso de la situación actual es que esta disminución relativa del poder norteamericano o, dicho en otros términos, una aceleración de su decadencia hegemónica, no ha dado lugar a la emergencia de un nuevo polo contrahegemónico que se prepare a disputarle su hegemonía. Por el contrario, a diferencia del pasado, no se perfila fácilmente una potencia capitalista que pueda reemplazar al actual hegemon, como fue el caso de la emergencia norteamericana a nivel mundial a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX frente al dominio británico. La UE, la más preparada económicamente, se encuentra dividida por profundos e insolubles antagonismos nacionales. Rusia, a pesar de su recuperación parcial con respecto a la debacle de los ’90, no juega en el escenario mundial el rol que jugó en el pasado, sobre todo en el mundo semicolonial, y es un pigmeo en el terreno económico, sólo beneficiado por los altos precios del gas, el petróleo y los minerales de los últimos años. China, a los que muchos con ligereza llaman la “nueva potencia del siglo XXI”, a pesar de su espectacular crecimiento, aún está lejos en términos de PBI per cápita y de la productividad de su trabajo de los principales centros imperialistas a nivel mundial. Su política exterior tiene un carácter defensivo y su eje es el control de la estabilidad interna cada vez más trastocada por crecientes desigualdades sociales, regionales y étnicas. India está muy atrás de China en términos económicos y Japón, aunque es la segunda economía mundial, no logra y no posee una zona de influencia propia que es lo que explica en el fondo su estancamiento después del salto de competitividad que había alcanzado en década 1980, aceptando los limites a la competencia impuestos por EEUU por falta de un mercado sustituto a este y por su dependencia en seguridad del Ejercito norteamericano.
En ese sentido estamos entrando en un periodo histórico entre el “ya no más” de la supremacía indiscutida norteamericana y el “todavía no” de una nueva potencia emergente. En este marco, a diferencia del período posterior a la guerra fría, caracterizado por el llamado “momento unipolar” norteamericano, estamos entrando a un momento en el que hay un salto en la decadencia hegemónica norteamericana caracterizado por la emergencia de otros centros de poder. Pero lo relevante desde el punto de vista del sistema capitalista en su conjunto es que ninguno de estos centros de poder emergentes puede llenar el creciente vacío hegemónico a nivel internacional dejado por los EEUU. Esta situación es altamente inestable y crecientemente peligrosa para los EEUU y el resto del mundo ya que complica las posibilidades del primero de dirigir y/o de coordinar respuestas adecuadas a los desafíos que enfrenta la situación mundial. Este elemento es un hecho geopolítico de gran importancia, que afecta el funcionamiento del sistema capitalista mundial. Es que, contra las teorías de la globalización, el capitalismo mundial no se desarrolla sin un marco político y geopolítico estable, lo que aumenta la vulnerabilidad y las amenazas de la potencia hegemónica y demás centros de poder, abriendo potencialmente brechas más importantes en donde pueda colarse la acción de los explotados y oprimidos del mundo, elemento a la vez que será uno de los grandes factores determinantes de hacia dónde va la actual situación mundial.

Tesis XI

El fracaso neoconservador y la nueva redistribución de fuerzas interestatales a nivel internacional explica que gran parte de la clase dominante y de la elite política apoye a Obama en un intento de cambiar el rostro de Estados Unidos en el mundo y recuperar terreno perdido en base a una estrategia “multilateral”.
Aunque es muy pronto para descartar que John McCain logre movilizar al voto republicano e incluso consiga el apoyo electoral de los sectores más conservadores de los demócratas- los que en 1980 le dieron el triunfo a Reagan, sobre la base de atacar los valores “liberales” y de acusar a los demócratas de tener una política débil para defender la seguridad de Estados Unidos-, la victoria republicana en noviembre parece cada vez menos probable. Pero lo cierto es que, más allá de quién termine imponiéndose en las elecciones presidenciales de noviembre, tendrá que lidiar con una pesada herencia tanto en la política exterior como en el plano doméstico. En el terreno interno, el estallido de la burbuja inmobiliaria y la recesión económica están llevando a más norteamericanos a perder sus casas, sus empleos, su posibilidad de consumo y a no pocos directamente a la pobreza. En el plano externo ya lo planteamos en la Tesis anterior. En este marco, Obama se ofrece a sí mismo a la elite dominante como un presidente que puede, debido a su retorica política y a su apoyo multirracial, revivir al menos temporariamente la credibilidad del imperialismo norteamericano internamente y en el extranjero. Su apuesta fue apoyada por un importante sector del establishment, impotente para cambiar el rumbo de la política exterior norteamericana vía presión interna (como fue el rechazo de las autoridades demócratas del Congreso a seguir las recomendaciones del Iraq Study Group para dar una salida al conflicto iraquí). Este sector ha visto en su candidatura- a diferencia de la de Hillary Clinton, muy pegada a la desastrosa guerra en Irak- en un afroamericano con menos bagaje político que su ex adversaria en las primarias, la posibilidad de ofrecer un rostro nuevo a la política norteamericana. No casualmente entre sus asesores de política internacional se encuentra el ex Asesor de Seguridad Nacional del presidente Jimmy Carter, Zbigniew Brezinski. Aunque la situación no es comparable con la derrota norteamericana en la guerra de Vietnam, que signó el período presidencial de Carter, es evidente que se espera que la próxima presidencia administre una herencia muy difícil y enfrente desafíos importantes. A la vez, indica que se espera un cambio de política que permita ganar aliados para una salida más decorosa de Irak, desactivar algunos conflictos agudos en el Medio Oriente, recuperar protagonismo en América Latina y, por esta vía, recrear las condiciones favorables al dominio norteamericano. Junto a estos “estrategas” que buscan cómo hacer la política imperialista más efectiva, otro sector clave que lo apoya es la burguesía más alta de las finanzas y mas internacionalizada, como el nuevo hombre más rico del mundo el inversionista Warren Buffet, el magnate George Soros o el ex presidente de la FED, Paul Volcker, que vieron en las políticas unilaterales de Bush y su desprecio de medios multilaterales de lograr influencia una amenaza para el avance de las corporaciones norteamericanas y de la llamada globalización. Estos sectores quieren una vuelta al “soft power” de los ‘90 y han optado por los demócratas para dar ese giro.
En última instancia, todos estos sectores de la clase dominante norteamericana ven que el giro “multilateralista” sería la mejor opción para minimizar los riesgos y vulnerabilidades de la disminución relativa del poder norteamericano y evitar que la entrada en el “momento no polar” derive en un total desorden mundial (cuestión que todavía está por verse).

Tesis XII

Los claros síntomas del inicio de la recesión económica, el desastre de las guerras de Irak y Afganistán y la desilusión con las políticas de los neoconservadores después de ocho años de gobierno han abierto una expectativa de un cambio reformista, alimentando la ilusión de que un gobierno demócrata pueda devolver algo de la ayuda estatal a los sectores sociales más vulnerables y termine con la sangría de la ocupación de Irak. Las expectativas creadas por la “Obamamanía” también alcanzan a importantes gobiernos y ministros de relaciones exteriores en el mundo, en especial los europeos. Por eso, en lo inmediato, la principal contradicción que puede surgir es que el próximo gobierno post Bush no esté a la altura de las expectativas creadas no sólo a nivel de su base activista (en el caso de Obama), sino en relación a sus aliados.
Europa espera un EEUU muy multilateral que resuelva los problemas en términos compatibles para la UE. Los norteamericanos esperan una UE más responsable en los asuntos internacionales y que arriesgue más en la solución de los mismos. Pero como demuestran las contradicciones de la OTAN en Afganistán, lo más probable es que ninguna de ambas aspiraciones sea alcanzada, provocando una crisis de expectativitas. Una mayor cooperación en política internacional también puede verse afectada como resultado de la crisis económica, donde las tensiones entre el dólar y el euro pueden agriar las relaciones políticas transatlánticas. Por tanto, para EEUU será más fácil hablar de grandes gestos globales de reconciliación que implementarlos. Un giro en la política ambiental, tema tan sensible a los europeos (y en el que la administración Bush se opuso vehementemente al Tratado de Kioto), que lleve a un impuesto al consumo de petróleo-la forma más rápida de solucionar el problema del sobrecalentamiento planetario- es poco probable. Es probable que el próximo presidente de EEUU cierre Guantánamo pero la cuestión es qué hará con los prisioneros. Los EEUU, a su vez, esperarán gestos recíprocos de los europeos. En otras palabras, cuando más grande la expectativa (Obama), más grande puede ser la desilusión y las nuevas tensiones. A su vez, la reticencia de la UE en asumir una mayor carga en las tareas de lidiar con los desafíos y peligros de la situación internacional, puede hacer dudar a la nueva administración de proseguir el esfuerzo multilateralista. Cada fracaso diplomático de ésta, a su vez, será utilizado por los neoconservadores para rechazar el multilateralismo. Más estructuralmente, la tendencia del poder norteamericano es a la supremacía, cuestión que no puede ser anulada por un cambio del personal político en la Casa Blanca. Durante la post guerra, una vez sólidamente instalada su hegemonía mundial, los arquitectos de la política exterior norteamericana impulsaron una fuerte presencia política y militar norteamericana en el extranjero -con el despliegue de una fuerza militar sin precedentes, con bases semi permanentes, en una importante cantidad de países-, pero incrustado en una serie de alianzas político militares como la OTAN o el Tratado de Defensa Norteamericano-Japonés o en instituciones multilaterales, como las Naciones Unidas o, en el terreno económico, el FMI o el sistema monetario de Bretton Wodds, que daban la forma de un dominio consensual, o que al menos era sentido así en gran parte por las otras potencias (La decisión de De Gaulle de retirarse de la OTAN en 1966 para lograr autonomía con respecto a EEUU muestra como estas instituciones garantizaban el apoyo político militar del resto de las potencias capitalistas a los dictados de EE.UU).

Pero la decadencia hegemónica norteamericana fue socavando la confianza del establishment político y militar de EEUU en estas instituciones, como fue el caso en 1971 cuando Nixon se vio forzado a suspender la conversión de dólares en oro y declarar en efecto que el compromiso tomado en el convenio de de Bretton Woods estaba terminado. El nuevo régimen de cambio flexible y la continuidad del dólar como moneda de reserva y medio de pago a nivel mundial, manipulando en su provecho este privilegio de señoreaje, le ha permitido a EE.UU. al día de hoy vivir más allá de sus medios. Esta modificación de la forma de dominio norteamericana fue empleada cada vez más en el terreno de la política exterior, cuestión que pega un salto con la caída de la ex URSS. Es que, desaparecida la “amenaza” comunista, la primacía americana dejó de ser un requisito automático de la seguridad del orden mundial establecido. La estructura consensual del dominio americano carecía ahora de las mismas ataduras externas, a la vez que su superioridad coercitiva se reforzó abrupta y masivamente con la desaparición de la URSS, ya que no había ninguna fuerza capaz de resistir el poderío del ejército americano. El resultado de estos cambios fue una política crecientemente unilateral y militarista -como ya muestra la guerra contra Yugoslavia, decidida por la OTAN pasando por alto la aprobación de las Naciones Unidas durante la presidencia “multilateral” de Clinton-, tendencia que pega un salto con la respuesta a los atentados del 11/9/2001, que permiten aplicar a fondo la agenda unilateral neoconservadora. Pero aunque el gobierno Bush, llevó estas tendencias sobre todo en el terreno iraquí a un extremo desconocido, declarando la invasión de un país con la oposición de aliados centrales, como Francia y Alemania, repetimos que las tendencias al unilateralismo surgen de la tendencia norteamericana a la primacía, ahora despojada de todo el caparazón que la encubrió durante la Guerra Fría.
Internamente, este cambio en la forma de dominio norteamericano se expresa en la continuidad del desplazamiento de la relación de fuerzas desde el “liberal internacionalista” noreste (el eje del consenso roosveltiano de la Post Guerra) al Sur y el “sunbelt”, los estados que se cuentan entre los de crecimiento demográfico más rápido y que son la base de un “nacionalismo prepotente”. Esta fuerza social conservadora combina una abierta proclamación del interés nacional con la promoción de los valores norteamericanos cuyo carácter universal hace que los mismos se impongan a otros países sin la necesidad de ser negociados y de las que el bushismo fue su última expresión política. Pero, fundamentalmente, expresa que la clase dominante norteamericana no cederá su posición en la cúspide del sistema capitalista mundial sin resistencia, lo cual pone límites a una política realmente multilateral o la emergencia de “un mundo multilateral”, o sea, un equivalente moderno del Concierto de las Potencias después de la Revolución Francesa y las guerras napoleónicas, que garantizó la paz europea en el medio de importantes convulsiones sociales durante un siglo.
Por último, es importante notar que la presidencia Bush ha llevado a una fuerte polarización bipartidista (y también al interior de los partidos), una nueva tendencia que se viene desarrollando desde el fin de las certezas que significó la guerra Fría, como demuestra la ferocidad de los conservadores contra la presidencia Clinton, que llevó al impeachment presidencial, la disputa electoral fraudulenta de 2000, o, más recientemente, la misma campaña electoral demócrata. Esto complica los logros de un sólido consenso, lo que, sumado al creciente peso de los lobbies domésticos, puede conducir a una política exterior más fragmentada.
Lo más probable, entonces, es que a diferencia de la presidencia de Bush con su política exterior “revolucionaria”, pero aventurera, la próxima presidencia norteamericana tenga mucha aversión al riesgo y sea fuertemente sensible a las presiones internas, sobre todo cuando no solo se desintegró la base social post 11/9, sino en el medio de que la recesión está abriendo nuevas fisuras sociales y brechas. En otras palabras, es probable que, luego de un periodo de luna de miel, se note su carácter defensivo.

¿Hacia una ruptura del equilibrio inestable capitalista?

Tesis XIII

La crisis actual señala el cuestionamiento de los principales factores contrarrestantes a la caída de la tasa de ganancia, que vienen operando luego del excepcional período del boom de la post-Guerra, esto es, la ofensiva neoliberal cuya máxima expresión eran el “modelo anglosajón”, la liberalización del sistema financiero. Su corolario fue un desmedido sobreendeudamiento, aguijoneado en los últimos años por las bondades de la restauración capitalista en China y en el área de influencia de la ex URSS, que deprimió el valor de la fuerza de trabajo a nivel mundial y el valor de las mercancías con la consecuente tendencia deflacionaria - o de baja inflación - en la economía internacional. Estos factores permitieron recomponer parcialmente el equilibrio capitalista, luego de la crisis de acumulación abierta con el cuestionamiento del equilibrio capitalista de la post-Guerra, -basado en la ortodoxia keynesiana, con su promoción del pleno empleo y las regulaciones estatales-, una vez agotadas las ventajas para el saneamiento del capital que significó el periodo de entreguerras, en especial la Gran Depresión y la destrucción de la Segunda Guerra Mundial.

EEUU fue el que más se benefició de esta restauración del equilibrio capitalista “neoliberal”. Pero la crisis actual pone en cuestión este “patrón de crecimiento”. Por eso, no es una crisis más, una recesión estándar del ciclo de negocios, sino una crisis más profunda que podría implicar largos y dolorosos años de crisis y reestructuración. Es probable, por lo tanto, que estemos observando no sólo el comienzo de la recesión, sino un punto de inflexión en la economía mundial, similar a cuando llegó al fin el boom de posguerra a fines de los 60. En esos años, la caída de la tasa de ganancia y la pérdida de competitividad de la economía norteamericana, en especial de la industria manufacturera, llevaron a una profunda restructuración del capitalismo norteamericano. Entre 1970 y 1982 EE.UU. sufrió cuatro recesiones y/o desaceleraciones (la desaceleración de 1967 y las crisis de 1970-71, de 1974-75 y de 1980-82). En 1971 fue forzado a abandonar el sistema monetario de Bretton Woods y dejar flotar el dólar. En los años ‘70, los EEUU aun tenían los más altos salarios y la productividad más baja comparados con sus principales competidores. A fines de 1980 había logrado los salarios más bajos y una productividad mayor que sus rivales. Esta transformación implicó un proceso de ajuste estructural y reconversión, que se tradujo en una determinada desindustrialización que afectó profundamente a un gran número de ramas industriales, cuya competitividad quedó amenazada, como fue el caso de textiles, confección, fibras sintéticas, acero, construcción naval; muchas de ellas industrias tradicionales y que jugaron un papel relevante en el desarrollo de la posguerra. El vuelco hacia las industrias de alta tecnología ligadas al complejo militar e industrial y de las grandes cadenas de comercialización como Wal Mart, junto al impulso de una nueva división mundial del trabajo con la relocalización de muchas de estas ramas en la periferia, fue la consecuencia.

Comparada con el inicio de la última crisis de acumulación del capital de fines de los ‘60 y ’70 (ver anexo), la actual crisis norteamericana augura una caída mayor del PBI que la leve desaceleración de 1967 y, sobretodo, su principal diferencia es la fuerte crisis del sistema financiero, el tercer acontecimiento de estas características que afecta a la economía norteamericana moderna. Las anteriores crisis financieras fueran la de 1929-31 con innumerables corridas y quiebres de bancos y la crisis de las Sociedades de Ahorro y Préstamo (S&L, por su sigla en inglés) en los ’80, que costó al presupuesto norteamericano 120 mil millones de dólares (250 mil millones de dólares de hoy día). En comparación con esta última, al inicio de la crisis actual la destrucción de las ganancias de los bancos es ya de igual porte o mayor y se calcula que podría ser varias veces superior cuando llegue al fin el desinfle de la burbuja inmobiliaria y crediticia, impulsando fuertes tendencias deflacionarias a pesar de todo el ruido sobre la vuelta de la inflación, cuestión que la emparenta con la Gran Depresión.

A su vez, la actual crisis muestra un desgaste fuerte (¿agotamiento?) del neoliberalismo como estrategia económica para el capital. Esto no significa que el mismo desaparecerá antes que la clase dominante pueda reemplazarlo con una estrategia alternativa. Pero esto no ocurrirá de la noche a la mañana y va a estar cruzado de las luchas políticas y de clase que se desarrollarán al calor de la crisis. Al comienzo de la crisis de acumulación de los ‘70, el conservador Richard Nixon dijo, “Nosotros somos todos keynesianos”. Al final, no había un solo liberal que defendiera el keynesianismo. Hoy, la clase dominante aun no tiene otra estrategia. Todavía está negando la realidad esperando que los mercados emergentes esta vez la salven, como demuestran los resultados bursátiles o la peregrina creencia de que “lo peor ya pasó”. Pero pronto un nuevo accidente la hará chocar con la dura realidad.

Al mismo tiempo, la misma se da un marco de transformación de la estructura económica e interestatal de la economía mundial y de aceleración de la crisis de la hegemónica de EEUU como consecuencia de la debacle de Irak, que hace su desarrollo y sus consecuencias para el sistema mundial a mediano y largo plazo impredecibles en muchos aspectos. Junto a lo anterior, lo fundamental es que la actual crisis tiene su epicentro en EE.UU. Esto es un hecho distintivo. Hasta ahora la nueva turbulencia generada por las reformas neoliberales golpeaban a la periferia. De lo que se hablaba era del efecto contagio, como fue el salvataje del fondo de inversión LTCM en 1998, como coletazo del default de la deuda soberana rusa. Esta vez la crisis tiene su origen en el corazón del sistema capitalista mundial, lo cual constituye ya de por sí es un hecho económico, social, político y geopolítico mayor.

Tesis XIV

¿Cómo se desarrollará la crisis? Para algunos el principal peligro es la deflación. La brutal corrección de los precios de los activos en posesión de los bancos y otras instituciones financieras puede dar lugar a un círculo vicioso en el cual las ajustadas condiciones de liquidez, la caída en el valor de las acciones, el empeoramiento de la base de capital de los bancos, una reducida oferta de créditos y una demanda lenta se alimenten la una a la otra, generando una espiral deflacionaria. Esto es un proceso ya en curso en la economía norteamericana, donde la “sequia crediticia” es una realidad cada vez más preocupante. En este marco, las medidas que ha aplicado la FED para morigerar la espiral deflacionista podrían llegar a generar un escenario setentista para evitar una crisis como la de 1930, es decir tolerar una alta inflación para rebajar el valor real de la deuda privada y el costo del desendeudamiento.

Para otros el reajuste de la economía mundial está ocurriendo bajo un régimen de estanflación y posiblemente un creciente proteccionismo. La inflación puede tener grandes implicaciones sobre los flujos de capital globales. Durante el periodo del boom, los países con superávit de cuenta corriente fueron exportadores netos de capital. Pero en la medida que la inflación en EE.UU; crece, estos países van a encontrar cada vez más difícil mantener sus ataduras monetarias (“pegs”) al dólar. Esto podría llevar al fin del llamado sistema de Bretton Woods II, lo que eventualmente podría conducir a una reducción de los flujos de capital a EE.UU; y a un aumento de las tasas de interés norteamericanas. A su vez, China y demás países del sudeste asiático han dejado su función deflacionaria en la economía mundial (precios decrecientes o bajos) y han pasado a ser un foco inflacionario internacional, lo que complica las políticas “anticíclicas “ de los Bancos Centrales, como demuestra el actual frenazo de la FED. En tanto que ni EEUU ni Europa puedan jugar el rol de consumidores en última instancia, el actual esquema de funcionamiento de la economía mundial sintetizada en la dupla EEUU-China, una con gran consumidor mundial y el otro como gran taller del mundo, cesa de funcionar. En este marco, a mayor tasa de inflación, más fuerte se torna el ajuste.

Sin embargo, un escenario como en los años 1930, donde primó una brutal deflación, no se puede descartar si un nuevo pico en la crisis financiera genera una estampida desordenada de activos.

Pero aunque la realidad mundial alberga hoy día fenómenos económicos y monetarios muy dispares, todas tienen una causa en común: la fuerte expansión monetaria para evitar que la recesión norteamericana de 2001 se transformara en una fuerte caída o depresión y que acompañó al ciclo anterior en su fase madura, impulsó un sobreconsumo en EEUU, insostenibles tasas de inversión en los países emergentes y una serie de burbujas en los precios de los activos - en inmuebles, en créditos, en acciones y ahora en materias primas.

El desinfle de estas burbujas gatilló una crisis financiera que ha cambiado abruptamente el favorable escenario internacional de los últimos años. Ya sea por una vía o por otra nos estamos aproximando a un fuerte ajuste de los enormes desequilibrios que alberga la economía internacional y que puede durar años.

Tesis XV

Las medidas que ha aplicado la FED y otras más radicales que podría tomar para salir del actual descalabro podrían llevar a que el Estado asuma costos fiscales cada vez más altos -a través de la compra de activos de dudosa cobrabilidad para subir su precio, el rescate de nuevas entidades financieras insolventes, etc.-, lo que podría abrir una crisis fiscal de proporciones.

Pero tal salida, que podría evitar una depresión, puede tener un costo geopolítico a mediano plazo (y no tan mediano) inesperado: la aceleración de la crisis del dólar como moneda de reserva mundial. Desde 2001, la baja del dólar -que alcanza un mínimo absoluto si uno toma en cuenta la evolución relativa de la inflación- es totalmente insuficiente para restablecer la balanza comercial. En caso de un nuevo hundimiento del dólar comparable al registrado a fines de la década de 1970, para EEUU sería mucho más difícil, si no imposible, retomar las riendas del sistema monetario internacional.

EE.UU. se encuentran frente a una encrucijada mayor: la necesidad de salvar la economía norteamericana y recuperar la competitividad de sus manufacturas, al tiempo que mantener la confianza en el dólar. En otras palabras, el dólar necesita devaluarse, pero sin colapsar. La Reserva Federal no puede arriesgar un fuerte crecimiento de las tasas de interés de largo plazo, en respuesta a una pérdida de confianza en la estabilidad de precios en EE.UU. y un colapso de su tasa de intercambio. Esta encrucijada es el resultado de una contradicción persistente del “patrón de crecimiento” norteamericano de las últimas décadas: por un lado como potencia financiera y monetaria debe tener una moneda fuerte, pero necesita un dólar débil en tanto que potencia económica y comercial. Si en el pasado pudo manejar esta contradicción, manipulando hacia arriba o hacia abajo su tasa de cambio -privilegio exclusivo debido a su hegemonía no sólo monetaria y económica sino fundamentalmente política y militar-, descargando por un lado la crisis sobre el resto del mundo cuando se hundía su economía, y atrayendo los fondos necesarios para su financiamiento por el otro; hoy este manejo tiene sus límites.

En la década del 80 y como corolario de la brutal suba de interés para recuperar la posición del dólar como moneda mundial, EEUU pasó de ser el principal acreedor mundial a ser el principal deudor. Hoy en día, los acreedores de EEUU son más reticentes a seguir este financiamiento sin fin y a redoblar sus préstamos a un país que ya les ha esquilmado en parte sus compromisos mediante una depreciación gigantesca de su moneda. A su vez, EEUU tiene poco que ofrecer en caso de un nuevo hundimiento del dólar, terminada la atracción de la “nueva economía”, y con los mecanismos liberalizadores que actuaban como incentivos extraordinarios a la inversión de capital foráneo en crisis. Es que si hay algo distintivo en la actual crisis es el fuerte debilitamiento de la imagen del sistema financiero norteamericano y del “modelo anglosajón”. En estas circunstancias, un aumento de las tasas de interés como el diseñado por Reagan provocaría una contracción interna mucho más severa, sin ninguna garantía de que fuera seguida de una enérgica recuperación, agravando así las contradicciones de EE.UU y del dólar como moneda de reserva mundial.

A esto debemos añadir que a fines de los años’70, había pocas alternativas viables al dólar estadounidense como hoy en día es el euro, a pesar de todos sus límites y contradicciones. No teniendo adónde ir, las potencias capitalistas optaban por el oro, pero ninguna de ellas tenía interés en una remonetización del oro en un momento de estancamiento, especialmente teniendo en cuenta la capacidad de influencia que esa remonetización habría concedido a la URSS. En tales circunstancias, los intentos de EEUU de preservar el patrón dólar pudieron contar con la cooperación activa de todos los gobiernos que gozaban de peso en la regulación monetaria internacional. Comparemos la cooperación internacional de esos años con los repetidos intentos frustrados de Washington de que Pekín aprecie su moneda (quien utiliza a su vez como chantaje el “arma nuclear monetaria” de desatar sus divisas del dólar), lo que hace que la caída del dólar la esté pagando en forma casi intolerable la eurozona. Pero si las relaciones económicas entre las potencias no son como eran entonces, también se han alterado, y fundamentalmente, las relaciones políticas con las demás potencias capitalistas: la falta de paciencia de los acreedores de EE.UU. frente al unilateralismo de la administración norteamericana ha pegado un salto con el gobierno de Bush. Esto estrecha abruptamente las opciones de que EE.UU. salga de la crisis como en el pasado, obligándolo a reducir su dependencia en el financiamiento externo y a reabsorber su déficit de cuenta corriente, lo que implica una buena dosis de recesión o, en todo caso, una desaceleración duradera de su crecimiento. Así, en los años ‘60, Alemania tenia la voluntad de pagar estos costos, mientras EE.UU. la asegurara con sus tropas durante la Guerra Fría. Japón, por iguales motivos, compró dólares para evitar una depreciación violenta de esa moneda a fines de los ‘60 a comienzos de los ‘70 y a fines de los ’80. Y por último, la primera guerra del Golfo fue financiada fundamentalmente por Kuwait, Arabia Saudita y otros países como Japón.. Por el contrario, como vimos, la política norteamericana de todos estos años ha deteriorado la legitimidad y la posición norteamericana en el mundo.

No estamos pronosticando un seguro fin del patrón dólar. Sólo mostrando como las condiciones de su vigencia están siendo fuertemente cuestionadas. Sin embargo, debemos tener presente que, en estas cuestiones, la inercia es la regla y el destronamiento de otra moneda puede llevar años. Lo que está claro es que las potenciales implicaciones geopolíticas de una pérdida del status del dólar serían inmensas. EE.UU. perdería su exorbitante privilegio de lograr rendimientos de sus activos en el extranjero más altos que los rendimientos que paga a los extranjeros que invierten en EE.UU. El dólar dejaría de ser “nuestra moneda y vuestro problema” tomando una frase del ministro de finanzas de Nixon cuando éste desligó al dólar del patrón oro en 1971. Su influencia en las instituciones financieras internacionales disminuiría. En otras palabras, una pérdida del status del dólar como moneda de reserva mundial implicaría una pérdida efectiva de poder político que debilitaría aún más el rol hegemónico de EE.UU. en el mundo.

 

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