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¿Hacia una crisis de consecuencias históricas?
por : Juan Chingo

19 Mar 2008 |

Después de la afiebrada actividad de la Reserva Federal norteamericana (FED por sus siglas en ingles) del domingo con medidas excepcionales no vistas desde los ‘30 para evitar un crack del sistema financiero, el día martes los mercados se han recuperado de las importantes pérdidas del lunes luego del recorte de tres cuartos de punto de las tasas de interés. Al optimismo también han contribuido los resultados de los bancos de inversión Goldman Sachs y Lehman Brothers, que fueron mejores de lo esperado por Wall Street. Sin embargo, la estabilidad permanece frágil y precaria y puede romperse en cualquier momento.

Es que la magnitud de la crisis es fenomenal: un banco, el Bear Stearns, que tardó 83 años en construirse se disolvió en 4 días. J P Morgan compró las operaciones que le interesaban de éste a precio de remate (en enero de 2007 una acción de Bear llegó a costar 172.61 dólares, el 17/3 fueron compradas por uno de sus rivales a 2 dólares por acción) y le pasó a la FED 30.000 millones de dólares de activos basura.

Las tasas de interés están a 2,25% y podrían aun bajar más. Pero la baja menor a la esperada del día de hoy -la gran mayoría de los analistas preveía una disminución de 100/125 puntos básicos- es un signo tal vez de que el banco central norteamericano cree que la política monetaria sola no resolverá la crisis. Es que la política monetaria se muestra cada vez más impotente frente a los problemas de insolvencia de los bancos, en especial el segmento del “sistema financiero informal” sobre el que la FED no tiene el más mínimo control ni idea del nivel de sus pérdidas. Como dice preocupado el economista Paul Krugman estamos demasiado cerca de una “trampa de liquidez”, “una situación -según sus propias palabras- donde la política monetaria convencional pierde todo empuje. Cuando las tasas de interés están cerca de cero las operaciones abiertas de mercado en la cual la banca central imprime moneda y compra deuda gubernamental no hacen nada...” (New York Times, 17/3/2008). Cada vez está más claro que se necesita una intervención masiva de los estados para salvar al sistema financiero. Esto es lo que dice Josef Ackerman, jefe del Deutsche Bank, quien en Financial Times Deutschland de hoy reconoce que la industria bancaria sola es incapaz de solucionar la crisis. Dice que el estado debe frenar la espiral bajista que ahora está amenazando a la industria bancaria global.

Cómo se desarrollará la crisis es el gran interrogante: hacia una espiral deflacionaria al igual que los ‘30 -cuestión que pondrá un abrupto final al crecimiento especulativo del precio de las materias primas con las fuertes consecuencias para los países productores de las mismas- o hacia un alza de la inflación. Esta última variante comienza a preocupar a los analistas, ya que en el marco de la dependencia de EE.UU. del financiamiento externo, puede implicar una suba de las tasas de interés de largo plazo (lo que llevaría a consecuencias fuertemente recesivas) y una creciente amenaza contra el dólar. Así, el editorial del Financial Times de hoy a la noche en su página web plantea que “Es difícil escapar a la creciente sensación de intranquilidad sobre los peligros y consecuencias de esta agresiva política monetaria. Las tasas de interés real son ahora negativas, con un promedio de inflación de 3,1%... sobrepasando la tasa de interés nominal. Desde el primer recorte del pasado septiembre, el dólar ponderado a nivel de los socios comerciales ha caído un 6%, mientras que un amplio abanico de commodities subió más de 19%. El riego de aguijonear expectativas inflacionarias es severo. La inflación no es un problema que pueda ser tratado más tarde, una vez que la recesión sea evitada. Si los inversores desconfían que la FED no va a luchar contra la inflación, reclamarán mayores rendimientos sobre bonos en dólares de largo plazo...” (“La FED arriesga demasiado”, FT 18/3). En otras palabras, las bajas tasas no tendrían ningún impacto sobre las tasas de largo plazo que las corporaciones realmente pagan, cuestión que depende además de si los debilitados bancos quieren y pueden hacer préstamos, difícil aun de ver frente a la magnitud de las insolvencias que se calculan en el sistema financiero (Ver “La Reserva Federal intenta evitar un crack”, 16/3/2008 en esta página web).

Lo más peligroso es que un camino de este tipo puede liquidar la base del dólar como moneda de reserva mundial. No por casualidad se aceleran las voces serias del establishment económico de que el euro podría reemplazar al dólar como principal moneda del comercio internacional en unos diez años. (Esta variante subvalora a su vez el test que el mismo euro deberá pasar si la crisis se profundiza, aumentando las divergencias en el seno de la UE entre Alemania y países como España, Italia o incluso Francia que están perdiendo mucha competitividad frente a la apreciación del euro).

Para algunos, aparte de la acumulación de los déficits gemelos (comercial y fiscal), el creciente cuestionamiento al dólar es resultado de la falta de paciencia de los acreedores de EE.UU. frente al unilateralismo de la administración Bush. En otras palabras, la posibilidad de que EE.UU. salga de la crisis como en el pasado devaluando su moneda y haciendo que la crisis la paguen sus competidores se ha estrechado abruptamente. Así, en los años ‘60, Alemania tenia la voluntad de pagar estos costos mientras EE.UU. la asegurara con sus tropas durante la Guerra Fría; Japón por iguales motivos compró dólares para evitar una depreciación violenta del dólar a fines de los ‘60, a comienzos de los ‘70 y a fines de los ‘80 y por último, esto fue el caso de Kuwait, Arabia Saudita y otros países como Japón con la primera guerra del Golfo. Por el contrario, la política norteamericana de todos estos años ha detiorado la legitimidad y la posición norteamericana en el mundo (Ver “La debacle en Irak y la decadencia de la hegemonía norteamericana” Estrategia Internacional N° 23, diciembre 2006).

Sumado a esto, el carácter distintivo de esta crisis es el fuerte cuestionamiento al sistema financiero en general, y al norteamericano en particular (elemento que más emparenta la actual crisis con la del 30), y al “modelo anglosajón” podría poner en cuestión el rol hegemónico de EE.UU. en el mundo. Es en última instancia este elemento el que está detrás del pánico que recorre a los altos círculos de las finanzas de EE.UU. y que no deja dormir al presidente de la FED y al actual secretario del Tesoro.

Por lo tanto, de concretarse las perspectivas más extremas -elemento cuya probabilidad ha aumentado- la crisis podría tener consecuencias políticas, geopolíticas y para la lucha de clases de consecuencias históricas. Lo que ya está claro es que la actual crisis no será la suave recesión de 1990 o 2001, donde EE.UU. pateó la crisis hacia adelante. La fiesta se ha terminado. EE.UU. está comenzando a sentir sus primeros espasmos.

 

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