DESPUES DE LA CRISIS POlà TICA Y LA TREGUA ENTRE EL GOBIERNO Y LA OLIGARQUIA
Se abre una perspectiva para la clase trabajadora
La pulseada entre el gobierno y los ruralistas, momentáneamente cerrada, cambió abruptamente el escenario político. Apenas a 100 días de asumir, Cristina de Kirchner sufrió la mayor crisis política que se produjo en la Argentina desde el 2001. Un sector de la cúpula de la clase dominante, la gran burguesía agraria, reaccionó arrastrando a medianos y pequeños productores del campo y a cientos de pueblos del interior en el rechazo al aumento de las retenciones a las exportaciones. Como resultado de 21 días de conflicto, de los 2.300 millones de dólares de la renta agraria que estuvieron en disputa (con los actuales precios internacionales de la soja) una parte volverá en carácter de “compensaciones” (se calcula que alrededor de 500 millones) a los productores de hasta 500 toneladas de soja, unos 62 mil que producen el 20% del total según los datos oficiales. Está por verse si esto verdaderamente se lleva a cabo o, como alertó Felipe Solá, un “orgánico” de la burguesía del campo, es una medida de “difícil aplicación” que vuelve a reabrir la disputa. Por ahora, la concesión gubernamental, de un lado, y del otro el fastidio popular en los centros urbanos a los primeros síntomas de desabastecimiento y escalada inflacionaria, llevó al frente agrario a una tregua “por 30 días” aunque no consiguieron la demanda de la protesta, la anulación o suspensión del aumento de las retenciones.
El gobierno no cedió en la pulseada con los cortes de ruta que reclamaban volver atrás la resolución del 11 de marzo -retrocedió sólo parcialmente- pero perdió mucho políticamente y queda cualitativamente más débil. Como ya planteamos en estas páginas, rompió con el gobierno un amplio sector de masas, en especial clases medias que prosperaron los últimos años al calor de la rentabilidad del campo, de ciudades y pueblos de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, Tucumán o Chaco donde Cristina obtuvo alta adhesión electoral (a diferencia de los caceroleros de la Capital que ya habían votado a Macri o Carrió). La crisis de marzo llevó, además, al debilitamiento de gobernadores como Schiaretti o Alperovich y a intendentes del PJ y radicales K de esas localidades. Un componente adicional que los dejó hecho un sándwich entre la presión de la protesta y el disciplinamiento de “la caja” del poder central: el rechazo al centralismo fiscalista de los Kirchner que impusieron que apenas el 27,8% de lo que recauda el Estado se redistribuye en las provincias, lo que redobla el descontento en el interior ligado a la explotación sojera que, al ser las retenciones un impuesto “no coparticipable”, reciben una mínima parte en sus presupuestos municipales y provinciales comparado al volumen de la recaudación en esas regiones y da aire a la retórica “federalista” de los dirigentes agrarios.
Una disputa intercapitalista con el horizonte de la crisis
La crisis generó una amplia politización de masas. El discurso de Cristina del 26 de marzo, el segundo de los 4 que dio en una semana, tuvo más rating televisivo que el partido de Boca de ese mismo día. En los lugares de trabajo y estudio se debatió con creciente interés. Una mayoría popular accedió al conocimiento de datos que se tiraban desde ambos bandos en pugna en la polarización política de las últimas semanas. Desde el gobierno se señaló la enorme concentración en la propiedad de la tierra en 4000 capitalistas que producen el 80% de la soja, como si el país lo gobernara vaya a saber quién y no fuera producto del boom sojero que los Kirchner alentaron. Desde la Federación Agraria se denunció a las grandes empresas beneficiadas por los subsidios la “distribución de la renta”, como si entre los beneficiados no estuvieran sus propios aliados como Sancor, por ejemplo. Ambos dijeron medias verdades, es decir, mentiras completas. Lo que todos ocultaron, mientras repitieron el latiguillo de que “Argentina tiene que aprovechar la oportunidad histórica” por los actuales precios internacionales de las materias primas, es la crisis financiera que se irradia desde los EEUU y el inicio de la recesión norteamericana que tendrá consecuencias en todo el mundo. La violenta puja se produjo por una necesidad del Poder Ejecutivo de afrontar los efectos de la crisis internacional que se combina con una situación fiscal cada vez más difícil para el gobierno. Ya en el 2007, Kirchner necesitó aumentar el gasto público en un 47% y se calcula que aumentará un 35 % más este año, tanto para cubrir pagos de la deuda externa como con más subsidios para intentar contener la escalada de precios. Los subsidios a los empresarios de la industria y el transporte crecieron casi al doble entre el 2006 y el 2007. Un 60% de esta suba fue para paliar la crisis energética, es decir la desinversión de las grandes petroleras. Actualmente, con un barril de petróleo casi 65% por encima del precio de 2007, necesitan aumentar aún más esos subsidios. Al mismo tiempo, la devaluación de la moneda norteamericana en todo el mundo y la presión inflacionaria por la suba internacional de bienes y servicios, hacen que el dólar haya quedado rezagado en relación a los precios y salarios. El círculo del “modelo” del dólar alto para exportar y la necesidad por recaudar para sostener el dólar alto, está empezando a dejar de ser “virtuoso”. En este marco es que empezaron las actuales pujas interburguesas, porque ya no todos pueden seguir ganando como hasta ahora, aun en el marco de los techos salariales y el masivo trabajo en negro que ambos bandos imponen a la clase trabajadora. Si el bloqueo de alimentos liderado por los capitalistas del campo fue reaccionario por rechazar toda injerencia estatal sobre su renta lo que se traduciría en una mayor suba de precios a los productos del consumo popular; del otro lado, el “partido de los industriales” es igualmente reaccionario, ya que no sólo necesita que se les aumenten los subsidios estatales mientras a los trabajadores nos sacan hasta el 40% del salario con todo tipo de impuestos al consumo como el IVA. Además, pretenden como “salida” una nueva devaluación para llevar el dólar a 4 pesos desencadenando aun más inflación y caída del salario. Por esto sostuvimos en la crisis “ni con el gobierno, ni con la oligarquía”.
La clase trabajadora necesita su propio partido
Se abrió una nueva situación cuyo signo dependerá de cómo actúe la clase trabajadora ante la debilidad en que ha quedado el gobierno. Con la concentración de Plaza de Mayo, los Kirchner no compensan la pérdida de base social en las clases medias, apenas si pudieron mostrar un reagrupamiento de fuerzas e intentar remozar el perfil “nacional y popular” polarizando “contra la oligarquía y los golpistas”. Pero amplios sectores en la clase trabajadora, así como en el movimiento estudiantil, vieron con recelo tanto el papel de grupo de choque de los Moyano y los D’Elía, como ven que las apelaciones a la “distribución de la riqueza” del gobierno es un discurso cada vez más vacío en medio de la escalada inflacionaria y el retraso de los salarios. Si bien no hubo expresiones de independencia política y el rol de la burocracia sindical fue el de impedirlas, esto recién empieza. La nueva situación abre la posibilidad de una vuelta a las luchas de la clase trabajadora por sus demandas que habían sido contenidas por la burocracia sindical y el conformismo. Hay que aprovechar la conmoción provocada por la crisis abierta para inculcar a la clase obrera la osadía que empiezan a mostrar las clases explotadoras para defender lo suyo, y apoyar las luchas como la de Mafissa de La Plata contra el lock out patronal que ya lleva 120 días. En la perspectiva de choques más violentos entre las clases tenemos que difundir ampliamente entre los trabajadores la necesidad de la construcción de su propio partido independiente, irreconciliable con ambos bandos patronales que hoy polarizan el escenario nacional. El PTS insiste en el llamado a los partidos de la izquierda obrera y socialista que, como el PO y el MAS con quienes levantamos una tribuna unitaria y de independencia de clase en el acto “Contra el gobierno y la oligarquía”, a debatir el programa y los métodos para dar pasos en la formación de un partido revolucionario unificado.
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