FT-CI

La crisis y las perspectivas estratégicas en la región

Sudamérica: en la tormenta

30/12/2008


1. Introducción

La nueva crisis económica internacional se presenta ya como la más severa retracción desde la Gran Depresión de los años ’30 y abre una crisis capitalista de carácter histórico que comienza a trastocar las relaciones de fuerzas que modelaron el mundo de los últimos treinta años, años de ofensiva del gran capital y el imperialismo y de “restauración burguesa”. Se están desplegando las condiciones de una profunda ruptura del equilibrio capitalista en lo económico, social, relaciones interestatales, que obviamente no dejará de tener enorme impacto en la periferia semicolonial.

América Latina y dentro de ella, Sudamérica están altamente expuestas a los golpes de la crisis a pesar del crecimiento de los últimos años.
De hecho, la crisis es el factor más revulsivo de la situación actual y abre una fase de crisis histórica. América Latina no podrá preservarse de las convulsiones económicas mundiales ni mantener la precaria estabilización política; tampoco podrán la burguesía y el imperialismo descargar la crisis sobre las masas obreras, campesinas y populares de la región sin enfrentar una enconada resistencia.

La combinación entre debilidad del dominio imperialista; crisis económica; crisis social y empeoramiento de la situación de los trabajadores y el pueblo; desestabilización política; resistencia obrera y popular sobre la base del rico proceso político y de lucha de clases que lleva más de una década; configura un cuadro explosivo que empuja al endurecimiento de la lucha de clases y muy probablemente, a nuevas situaciones prerrevolucionarias y revolucionarias en los próximos años.

2. Crisis capitalista, declinación hegemónica y “desorden” regional

La combinación entre la crisis económica –que tiene epicentro en los propios Estados Unidos donde ya adquirió carácter de recesión y puede transformarse en depresión– y la debilidad política en lo doméstico y a nivel internacional del imperialismo norteamericano acelera y profundiza la declinación de la hegemonía mundial de Estados Unidos, provocando crecientes tensiones entre los centros imperialistas y de éstos con la periferia dependiente y semicolonial alrededor de la distribución de los costos de una crisis prolongada y que puede llegar a ser catastrófica.
Esto tendrá inevitablemente secuelas para la creciente pérdida de control político de Washington sobre el hemisferio americano (lo que, por otra parte, en los últimos años ha sido una de las expresiones de la erosión de su hegemonía), para el encuadramiento comercial y monetario de los países de la región, y para la autoridad del imperialismo y sus instituciones a la hora de imponer su sometimiento financiero.

El gobierno de Obama, enfrentado a gruesas dificultades económicas y políticas, internas y “geopolíticas”, puede ensayar un discurso más contemporizador en su política exterior hacia la región, intentar lavar la cara del imperialismo con gestos como el cierre de Guantánamo y otros, adaptándose a condiciones internacionales en las que los medios “duros” intentados por Bush y los neoconservadores han fracasado.

Sin embargo, es obvio que la línea del nuevo gobierno hacia América Latina no dejará de perseguir los intereses económicos, financieros, políticos y militares estratégicos norteamericanos sobre las tierras al sur del Río Grande, como lo hicieran también sus predecesores en el panteón demócrata (como el Kennedy de la Alianza para el Progreso, la invasión de Bahía Cochinos y el comienzo de la guerra de Vietnam).

Por ahora, más allá de las definiciones a que vaya llegando el nuevo gobierno en los próximos meses, es probable que América Latina siga siendo un teatro internacional secundario para un Estados Unidos concentrado en los enormes problemas económicos y el empantanamiento político y militar en Irak y Afganistán, las relaciones con Europa y Japón, y la contención de Rusia y China.

Sin embargo, la crisis implicará un endurecimiento en las presiones imperialistas para obligar a Latinoamérica a “honrar sus compromisos” financieros, respetar la “seguridad jurídica” de las transnacionales y, en fin, aceptar una pesada parte de los costos. Esto puede tornarse un factor explosivo de desestabilización en el marco del proceso de crisis del orden semicolonial regional, y donde comienzan a expresarse una mayor rivalidad interimperialista, el posicionamiento de las “potencias emergentes” y crecientes tensiones regionales, sobre el telón de fondo de las turbulencias económicas, sociales y políticas que agitan el mapa regional y alientan el desarrollo de nuevas crisis nacionales.

El peso del capital extranjero y el desorden semicolonial
El proceso de copamiento de las economías latinoamericanas por las transnacionales que se profundizó en la década de los ’90 les ha permitido alcanzar un enorme peso financiero y control en los sectores más dinámicos y rentables de la producción, lo que les permite acaparar la “parte del león” en la riqueza nacional. Sin embargo, las condiciones particulares de los primeros años de este siglo han impedido que el colosal peso del capital extranjero se viera acompañado por una profundización simétrica del dominio político imperialista. El debilitamiento de la hegemonía de Estados Unidos, concentrado en la ocupación de Irak y otros problemas internacionales, se expresó en la región en el fracaso del proyecto del ALCA, al calor de una nueva relación de fuerzas creada por el ascenso de masas y la serie de derrotas de los gobiernos más proimperialistas, como los Bucaram, Sánchez de Losada, de la Rúa o Fujimori. La debilidad norteamericana en el marco de las nuevas relaciones de fuerza regionales facilitó el regateo e “indisciplina” de algunos gobiernos locales, abriendo mayores márgenes de maniobra que llevaron en algunos casos a medidas seminacionalistas, dirigidas a recuperar cierto grado de control estatal y retener una cuota mayor del “excedente” para la acumulación local, como en Venezuela, Bolivia y Ecuador en torno a los hidrocarburos.

Mientras el avance imperialista se frenaba parcialmente, el nuevo ciclo de crecimiento permitió un incremento del “excedente” a repartir, la expansión de algunos grandes grupos capitalistas nacionales y un alivio temporal del chantaje financiero que podía ejercer el capital extranjero.
Ahora, los acreedores internacionales, las transnacionales y los gobiernos imperialistas no pueden menos que incrementar sus exigencias para hacer pagar a los trabajadores y pueblos de la región los costos de la crisis lo que, en las relaciones de fuerza actuales y ante esa debilidad hegemónica, puede abrir mayores fisuras en el ordenamiento semicolonial y potenciar procesos de movilización antiimperialista.

Como telón de fondo de esas contradicciones se puede caracterizar una crisis del orden regional por el cual Estados Unidos administraba históricamente la relación con sus semicolonias latinoamericanas, expresado en la OEA, TIAR y otras instituciones. En las relaciones de fuerza más generales que siguieron a la desintegración del “Consenso de Washington”, el ascenso de masas del primer lustro del siglo y la derrota de gobiernos neoliberales en varios países, es evidente que el sometimiento a Washington ya no puede ser dirigido como en los “viejos tiempos” pero aún no encuentra una nueva forma, lo que da pie a constantes discusiones, un fluido desorden en las relaciones interestatales locales y fenómenos de distinto tipo:

• Con la ya larga ocupación militar de Haití bajo pretextos “humanitarios y democráticos” y con mandato de la ONU los gobiernos latinoamericanos aspiran a demostrar su capacidad de actuar ante crisis agudas sin necesidad de intervención imperialista directa.

• La constitución de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) apunta a “actualizar” las instituciones regionales con cierta mayor “autonomía de gestión” diplomática que refleje las nuevas condiciones generales. La intervención “moderadora” de UNASUR en la crisis boliviana de septiembre viabilizando los pactos con la derecha muestra su rol reaccionario bajo una fachada democrática y “sudamericanista”.

• En la discusión de cómo rediseñar las instituciones regionales, se reflejan las aspiraciones de Brasil a consolidarse como “líder regional” e “interlocutor privilegiado” para Washington. Brasil, pese a su tamaño, es un país dependiente y atado por lazos de tipo semicolonial (aunque esos lazos son bastante menos estrechos que los que someten a países más débiles). Posicionándose como parte de las “potencias emergentes”, busca mejores márgenes de negociación con el imperialismo. Este curso no tiene nada de progresivo (como dicen diversos sectores nacionalistas y reformistas); por el contrario, como evidencia la presión sobre Ecuador en defensa de Petrobrás, los ejercicios militares en la represa de Itaipú y en la frontera con Paraguay o las gestiones de Lula en la crisis boliviana, está al servicio de la estabilidad semicolonial y los negocios capitalistas.

• En los flancos de ese “sudamericanismo light” pragmático y cruzado por múltiples contradicciones que la crisis económica agrava, como sucede en el MERCOSUR, está en crisis el polo más abiertamente proimperialista representado por Uribe (a pesar de su agresivo posicionamiento como agente político y militar de Estados Unidos) y Alan García; y se debilita el intento de conformar un “Arco del Pacífico” de México a Chile, económicamente neoliberal y políticamente proyanqui. Pero tampoco logra consolidarse como alternativa de peso el ALBA “bolivariano”. Más allá de tibias iniciativas aisladas (como el Banco del Sur o la sugerencia de crear el “sucre” como moneda común) y altisonantes declaraciones, está limitado por los compromisos con los intereses burgueses de cada país, el curso “moderado” del propio Chávez y sus aliados como Evo Morales; y la discreta oposición de Lula y las burguesías mayores de la región a todo alineamiento que signifique mayores roces con Washington.

Rivalidades interimperialistas y “potencias emergentes” en el teatro sudamericano
Las crecientes diferencias económicas y políticas entre Estados Unidos, las potencias europeas y Japón, y secundariamente la búsqueda de mayor influencia económica y política internacional de Rusia y China, pueden ganar amplitud y constituirse en el próximo período en factores de mayor perturbación regional.

Durante los años recientes la competencia entre los principales imperialismos en América del Sur se vio amortiguada por diversas razones: el crecimiento ofrecía oportunidades para todas las transnacionales; la región jugaba un papel secundario en términos geopolíticos; y mientras Estados Unidos concentraba sus esfuerzos en las relaciones con Europa y Asia y se comprometía hasta el cuello en Irak y Afganistán, la Unión Europea privilegiaba su propia construcción y el despliegue en Europa Oriental. En América del Sur, si bien Europa mantuvo una política propia en cuestiones como Colombia, Cuba, etc., y nunca desdeñó las posibilidades de explotar las dificultades norteamericanas en provecho de su propia influencia económica y política, un eje importante era la defensa común de los intereses imperialistas ante todo cuestionamiento a sus transnacionales, como mostró el rol de España en Venezuela y en otras situaciones.

El nuevo escenario internacional plantea una agudización de las disputas interimperialistas también en la región, que pueden alcanzar mayor tensión, dada la importancia de los intereses europeos en Sudamérica (sobre todo en Brasil y el Cono Sur) y la relativa debilidad del control yanqui en comparación con México, Centroamérica y el Caribe (por ejemplo, sólo un 15% de las exportaciones brasileñas tiene por destino a Estados Unidos).

Muchas de las principales transnacionales alemanas, inglesas o francesas tienen grandes intereses en Brasil, Argentina, Chile, Colombia, etc., mientras que para el imperialismo español –que en los ’90 hizo un fuerte despliegue regional– sus asuntos sudamericanos son vitales. La actual profusión de negociaciones entre la UE y el MERCOSUR y los países andinos busca sellar lazos comerciales más estrechos, interfiriendo de hecho en los intereses norteamericanos. En la disputa por los mercados y alianzas sobre el mapa regional buscarán respaldo en los gobiernos y actores políticos contra sus rivales.

El posicionamiento de las “potencias emergentes” también se expresa, como muestra el propio Brasil, apoyándose en el BRIC –junto a China, Rusia e India– para regatear un lugar a la vera de los poderes imperialistas, como muestra la reafirmación en la cumbre del G-20 de “los principios del mercado, el libre comercio y los regímenes de inversión y unos mercados financieros regulados de forma efectiva”. Hay una importante presencia comercial china como fuerte comprador de soja y minerales, crecientes exportaciones y algunas inversiones; y por otro lado, las incursiones de Rusia con grandes ventas de armamento a Venezuela (la visita a inicios de diciembre de una flotilla rusa a puertos venezolanos fue todo un gesto).

Estos son elementos secundarios pero no desdeñables que en las maniobras diplomáticas, los roces con Washington y los regateos y realineamientos regionales; pueden generar fisuras y contradicciones que algunos países del área se vean tentados a utilizar para ampliar sus márgenes de maniobra frente a Estados Unidos.

¿“Integración” o “desorden”?
El reciente choque entre Brasil y Argentina en torno a la política comercial vuelve a tensionar el MERCOSUR, como una muestra de que a pesar del entrelazamiento de negocios e intereses a nivel regional durante los últimos años, a la hora de la recesión primará inevitablemente la mezquina defensa de “su mercado” por cada burguesía nacional asociada al capital extranjero que opera en su territorio.

El desarrollo de la crisis mina aceleradamente los tímidos intentos de integración económica regional, desde el MERCOSUR y el CAN al ALBA, que tienen, como común denominador mantenerse en el terreno de la colaboración con el gran capital nacional y extranjero. Los representantes políticos de las burguesías nacionales no pueden consumar la unidad económica y política de Sudamérica, aunque ésta se torna objetivamente más importante ante el impacto de la crisis.

El “desorden regional” ya se expresa en fricciones bilaterales de distinto tipo, como entre Colombia, Ecuador y Venezuela; Perú y Chile; Brasil y Ecuador; Brasil y Argentina, o Argentina y Uruguay. No hay que descartar la reedición de enfrentamientos militares como entre Ecuador y Perú en 1995 o la reciente agresión del ejército colombiano en suelo ecuatoriano.
Los Estados de la región están presionados entre la decisiva dependencia económica, financiera, política y militar del imperialismo, y la tentación de ensayar algún grado de resistencia a sus imposiciones más brutales, regateando la asfixiante cuota en los costos de la crisis que el imperialismo, los acreedores y las transnacionales les demandarán. Por ello, no pueden descartarse movimientos defensivos aunque limitados ante el capital extranjero.

Algunas conclusiones
Este cuadro regional plantea importantes alertas: Primero, que el imperialismo no renunciará a imponer sus necesidades económicas y políticas estratégicas y aunque su debilidad actual le hace difícil ensayar ofensivas mayores, a largo plazo no puede descartarse que intente recurrir a una intervención más agresiva, y la “provocación” que significa la reactivación de la IV flota de la marina norteamericana es un ejemplo de esto. Segundo, que UNASUR y otras instancias regionales defenderán el statu quo burgués con intervenciones incluso militares, ante nuevas crisis nacionales agudas o erupciones revolucionarias, pudiendo intentar Brasil, Colombia y otros estados, jugar el papel de “gendarmes regionales”. Finalmente, cualquier ilusión en la posibilidad de que a la hora de la crisis, los gobiernos nacionalistas puedan conducir la resistencia al imperialismo o hacer un “bloque común” para ello, choca con la evidencia de los límites de los gobiernos de Chávez, Evo Morales y Correa (para no remitirnos a la abundante experiencia histórica). Su función ha sido canalizar la resistencia de masas a la penetración imperialista hacia proyectos de conciliación de clases y colaboración con el capital nacional y extranjero que frustran todas las expectativas populares.

Frente a ello, resalta la imprescindible revalorización de la lucha antiimperialista que exige que la clase obrera tome en sus manos y con sus métodos la lucha por la expulsión del imperialismo y por la unidad continental (tareas que sólo pueden resolverse por vía revolucionaria, con la instauración de gobiernos obreros, campesinos y populares que conformen una Federación de Repúblicas Socialistas de América Latina).

3. Hacia la recesión

Hasta hace pocos meses eran populares en el discurso oficial las tesis del “desenganche” de las economías nacionales respecto a las dificultades norteamericanas gracias a la diversificación del comercio exterior; y del “blindaje” financiero, que garantizaría resistir los sacudones de la crisis apoyándose en los “recursos propios”, las grandes reservas monetarias, el menor peso porcentual de la deuda externa y los buenos ingresos fiscales.
La llegada de la crisis ha desbaratado esas ilusiones. En un país tras otro comienzan a manifestarse la desaceleración del crecimiento, derrumbes bursátiles, fuga de capitales, tendencias decrecientes en la exportación, la producción y el empleo, desequilibrios cambiarios, financieros y fiscales. Ahora, a los gobiernos “progresistas” no les queda más que reconocer que no hay tal “inmunidad” y excusarse con que “la crisis viene de afuera”, para justificar las crecientes dificultades, como si el impacto de la crisis fuera un elemento exterior a las economías nacionales, pretendiendo diluir el carácter “sistémico” que la misma tiene.

La crisis del capital que se expande desde el corazón del sistema, con epicentro en Estados Unidos, es también la crisis de los capitalismos semicoloniales latinoamericanos. Las economías nacionales son sólo parte subordinada de esa realidad superior, la economía mundial dominada por el imperialismo, cuyo denso tramado ha entrelazado aún más el ciclo de internacionalización del capital que se ha dado en llamar “globalización”.

En la dialéctica entre los elementos “exógenos” y los “endógenos” en el funcionamiento de las economías locales la primacía corresponde a la totalidad, es decir, al capitalismo tomado como sistema mundial. Esto no niega sino que presupone la especificidad de la “parte”, como una subtotalidad diferenciada dentro del “todo”, con lo que la dinámica de la crisis en la periferia del sistema adquiere rasgos y ritmos propios.
Al cabo de décadas de “apertura” y “esfuerzo exportador” para adecuase a la “globalización”, las economías latinoamericanas son aún más estrechamente dependientes de los altibajos del mercado internacional. La dependencia de los flujos de capital extranjero, los altos niveles de endeudamiento y la atadura a la órbita del dólar, las hacen muy vulnerables a las conmociones financieras internacionales.

Los motores fundamentales de la crisis “sistémica”: sobreacumulación de capitales, agotamiento de los mecanismos de superexpansión de capital fictico y colosal endeudamiento para bombear el dinamismo en las décadas neoliberales, actúan y se combinan con las contradicciones propias de las economías atrasadas, dependientes y semicoloniales, para adquirir un carácter en general más explosivo, inestable y propenso a las caídas catastróficas (como mostró el colapso de la convertibilidad en Argentina en 2001).

Si la crisis se ha demorado un tanto en golpear con fuerza, gracias a la inercia del crecimiento reciente, es debido también en gran medida a factores mundiales como el auge de las materias primas. Este fenómeno remite en última instancia a una subinversión histórica en el sector, causante de una subproducción relativa y temporal, y a maniobras especulativas que utilizaban a bienes como el petróleo, la soja, el trigo o los minerales para la valorización financiera y como “refugio de valor” temporal.

Las condiciones internacionales favorables se han disuelto y la curva del crecimiento regional se ha invertido. La crisis ya está aquí, y las fuerzas de los Estados nacionales y la endeble base económica del capitalismo local, son completamente impotentes frente a ella.

Vulnerabilidad regional en el mercado mundial
Durante el ciclo de crecimiento, incluso las mayores economías de la región como Brasil y Argentina, se adaptaron profundamente a jugar un rol complementario en los esquemas de acumulación internacionales controlados por unos cientos de transnacionales y grandes bancos, que en los últimos lustros descansaron sobre el rol de EE.UU. como “locomotora” y “comprador en última instancia”, papel ampliado hasta su actual agotamiento en base al sobreendeudamiento norteamericano, posible gracias al papel del dólar como “moneda mundial” en los complejos flujos financieros (Europa y en tercer lugar Japón, jugaron también un papel aunque menor en este esquema).

El rol sudamericano en este esquema puede describirse, en general, como el de un área proveedora de materias primas e insumos industriales, espacio de “valorización financiera” para el capital internacional ávido de rápida realización y mercado atractivo (dado el tamaño no desdeñable de su consumo interno, también en expansión en los últimos años) para las transnacionales que buscaban ganancias superiores a las obtenidas en los países de origen.

Los bienes de consumo e intermedios producidos a bajo costo en Asia oriental (China o India, principalmente), demandaban para su fabricación materias primas y commodities semielaboradas que producen otras regiones de la periferia, como América Latina. La larga expansión de los años recientes, demandando mayor producción luego de que por años la inversión en agricultura, minería y energía había estado deprimida, elevaron los precios de las materias primas y el petróleo (a lo que contribuyó también la especulación financiera), impulsando el crecimiento sudamericano del último lustro.

Pero el destinatario en última instancia son los mercados de Estados Unidos y secundariamente de Europa y Japón, por lo que ese rodeo por los circuitos internacionales del comercio y la producción no podía evitar la caída de la demanda y de los precios para los productores sudamericanos. La crisis deja sin sustento esa inserción subordinada en un esquema que ha entrado en panne y aunque los indicadores del PBI se mantengan todavía positivos, esta dinámica es insostenible y hay indicadores que demuestran la debilidad estructural del “modelo”, como ser que las tasas de inversión apenas lleguen al 20% a nivel regional.

Se secan las fuentes del crecimiento
Con la baja de los precios de las materias primas se descompone uno de los pilares del reciente ciclo de crecimiento regional, algo que no es un elemento menor ni sólo “de coyuntura”, ya que se está licuando literalmente la fuente de rentas extraordinarias en los hidrocarburos, la minería y el agrobussines que fueron motor del crecimiento y de atracción de inversiones extranjeras, engrosando las ganancias capitalistas y las cuentas fiscales.

Es cierto que desde el año 2002 se habían más que duplicado en promedio los precios de esos bienes (mucho más en el caso del petróleo) y que las bajas recientes para muchos de los productos exportables de América del Sur (petróleo, cobre, zinc, soja, etc.) no han llegado al piso anterior. Sin embargo, en promedio, las materias primas han perdido un 40% del precio máximo alcanzado (según el índice Reuters/Jefferies).
La soja, un motor en la expansión del agrobusiness en el MERCOSUR (no sólo en Brasil y Argentina, sino también para Paraguay y el Oriente boliviano), ha sufrido fuertes caídas.

El cobre –que ha sido históricamente el “sueldo de Chile”– ha caído en pocos meses un 23%, a apenas 1,51 dólares la libra. También han caído el zinc y el estaño, importantes en las exportaciones peruanas y bolivianas. La producción brasileña de hierro está reduciendo fuertemente sus proyecciones para el 2009.

El petróleo venezolano, luego de haber superado la barrera de los 100 dólares no hace un año, se cotiza ahora alrededor de los 50 dólares y según algunos analistas, para sustentar la renta petrolera a niveles satisfactorios hubiera hecho falta estabilizar el precio en 80 dólares el barril.

También las commodities industriales, como el acero y algunos subproductos en los que son fuertes exportadores Brasil y en menor grado Argentina están perdiendo mercado y precios.
La caída de los ingresos por exportaciones mina los superávit comerciales que permitieron consolidar las cuentas fiscales y vuelve a acrecentar el peso del servicio de la deuda externa e interna (que en el último período alcanzó gran importancia), comprometiendo el equilibrio financiero, fiscal y cambiario.

De las finanzas y las ramas de punta al conjunto de la economía
Al mismo tiempo se empieza a revertir el flujo de capital extranjero que en 2006 y 2007 había alcanzado los 100.000 millones de dólares hacia América Latina (concentrándose en Brasil, México, Chile, Colombia y Perú). Ahora, ante los altos riesgos de los mercados regionales, el fin de las expectativas de ganancias extraordinarias y la necesidad de socorrer a las casas matrices en problemas, la emigración de capitales ya alcanza niveles de decenas de miles de millones de dólares, como en Brasil y Argentina, pese a los esfuerzos gubernamentales.

Al contraerse el crédito bancario entran en problemas las empresas, que por su parte ya están recortando los planes de inversión y de producción, y se restringe el consumo de las capas medias que jugó un papel importante en la expansión reciente ampliando el mercado para los automóviles, otros bienes de consumo durable y la construcción, como en Brasil y Argentina.

Esto ya está extendiendo los efectos de la “crisis del auto” (que hace tambalear a las gigantes norteamericanas del ramo como General Motors) también a Brasil y Argentina, con una oleada de suspensiones y “vacaciones colectivas” en las grandes ensambladoras locales de General Motors, Fiat, Ford, Volkswagen y otras, con un “efecto cascada” sobre las subsidiarias y autopartistas, que puede ser la antesala de una fuerte reducción de la producción y despidos masivos.

Así, la desaceleración se profundiza y se extiende a toda la economía, ampliando sus efectos a los sectores ligados al mercado interno. A corto plazo, la disminución de recursos afectará también a los ingresos fiscales, disminuyendo la capacidad estatal de atender sus compromisos económicos y sociales y minando los intentos de volcar mayores recursos para contrarrestar el despliegue de la crisis.

En el caso de Brasil, se agregan las pérdidas de las grandes empresas industriales que lucraban en la bolsa y la “ruleta financiera” con sus altísimos intereses y ahora han visto evaporarse cientos de millones de dólares, amplificando el efecto de las fuertes crisis de las bolsas y las depreciaciones cambiarias que se hicieron sentir tanto en San Pablo como en Buenos Aires y otros países.

Una rápida “desaceleración”
De esta manera, la región pasa del auge alentado por la suba de las materias primas, a una desaceleración más o menos brusca según los países, que la pone a las puertas de una nueva recesión.

Luego de la desastrosa “década pérdida” de los años ’80, el repunte de los primeros años de neoliberalismo cedió pronto paso a la severa recesión de 1997-2001, que incluyó serios problemas para Brasil (1998-99) un agudo deterioro en otros países como Venezuela y Ecuador, y la aguda crisis financiera de Argentina en 2001.

En 2003 se consolida la tendencia a la recuperación y posteriormente, se desarrolla la fase ascendente del período 2002-2007 motorizada por el boom de las materias primas y commodities, y apoyada en una recomposición parcial de los mercados internos, que permitió notables índices de expansión –un promedio de 2,2% en 2003, 6,1% en 2004, 4,9% 2005, llegando en 2006 a 5,7% (datos de CEPAL)–, con “tasas asiáticas” en algunos países sudamericanos como Venezuela, Argentina o Perú.
Ya a mediados de 2007 los síntomas de agotamiento del ciclo de crecimiento eran inocultables a pesar del obtuso optimismo de las burguesías locales, sus gobiernos y sus escribas.

Aunque el año 2008 cierra con índices positivos de crecimiento, son inferiores a los esperados hace unos meses y no pueden ocultar que el punto de inflexión descendente en la curva ya fue superado.
En Brasil, las convulsiones financieras internacionales asestaron un duro golpe a la bolsa de San Pablo y al Real, y llevaron a la retracción del crédito, obligando a Lula a acudir en ayuda de los bancos y empresas. En Argentina, la retracción se extiende rápidamente y quedaron definitivamente atrás las altas tasas de crecimiento. En Chile, ya en octubre los indicadores de la minería del cobre, la construcción y de la industria señalan caídas y algunos pronósticos prevén crecimientos de menos del 3% en 2009. En Colombia el crecimiento esperado para el 2008 ya cayó un tercio, a alrededor del 3,5%.

Es posible que los países más volcados al mercado externo y más dependientes de pocas materias primas puedan resultar los más expuestos (como Perú o Chile, altamente dependientes de las ventas de minerales), como así tambien los que aunaron la exportación de cereales y oleaginosas con la producción para el mercado local de las capas con cierto poder adquisitivo en base a un fuerte endeudamiento interno (como Brasil y Argentina).

Entre tanto, como es posible que la caída de precios en el campo de los hidrocarburos no sea tan profunda (dada la relativa escasez de fuentes de energía y la continuidad de los riesgos en Medio Oriente), no puede descartarse que Venezuela, Bolivia y Ecuador, tradicionales exportadores de hidrocarburos, se vean por ahora menos duramente afectados que otros, siempre y cuando la caída de los precios pueda ser limitada y no haya un dislocamiento de los mercados de exportación.

De todas formas, las perspectivas para el 2009 son sombrías, de estancamiento y recesión para el conjunto de la región.

El peso de la expoliación imperialista
La declinación económica hará que vuelvan a sentirse en toda su magnitud el brutal saqueo que representan los mecanismos de expoliación imperialista, como en la sustracción sistemática del “excedente”, a través de la deuda (externa), el control de las e xportaciones y sus precios, las remesas de utilidades de las filiales extranjeras y el copamiento de los mercados internos por las transnacionales.

Por ejemplo, sólo la deuda externa de Brasil ronda los 200.000 millones de dólares, con altos intereses y un pesado servicio que se tornarán insostenibles en una recesión. En el caso argentino, está por sobre los 120.000 millones. Chile debe 54.000 millones y Colombia 44.000 millones. El total latinoamericano es de unos 730.000 millones. Al mismo tiempo se ha multiplicado el endeudamiento interno, que beneficia en buena medida a capitales extranjeros atraídos por los altos intereses. El anuncio de Ecuador de cuestionar como “ilegítima” una parte de su deuda externa y suspender temporalmente el pago de sus intereses –un default parcial– para luego renegociarla, es una primera expresión de esto.

Mientras opera esta succión gigantesca de recursos, tenderán a darse nuevas rondas de concentración y centralización del capital como parte de las vías de salida a la crisis. El poder de los bancos y monopolios extranjeros se hará sentir con fuerza multiplicada en la disputa de los capitales más fuertes por sobrevivir y prosperar a expensas de los sectores más débiles.

Si bien esto puede beneficiar también a los grupos más concentrados de la gran burguesía local, es posible que algunas “translatinas” que se han proyectado operando en escala internacional, como Techint-Tenaris en Argentina o las grandes siderúrgicas, constructoras y alimenticias brasileñas y ciertos grupos chilenos, se vean en dificultades y con roces con el capital extranjero más fuerte. Si han crecido beneficiándose del apoyo estatal, a la hora de la crisis recurrirán a la ayuda de “sus” gobiernos para “socializar” las pérdidas.

El mecanismo tradicional de “limpieza” de capitales más débiles e ineficientes se hará sentir con la ruina de las capas burguesas “no monopolistas”, medianas y bajas que prosperaron en los últimos años al calor del crecimiento de los sectores exportadores y de punta (autopartes, insumos para el agro, etc.) y de la recuperación del mercado interno (bienes de consumo, construcción, servicios), incluyendo a las PYME que proveen una importante cuota de sustento social a los regímenes.

La hora del intervencionismo estatal
Se está ante una nueva situación en la que vuelven a prenderse las alarmas de todos los problemas típicos de las economías regionales: estancamiento o baja de la producción, reducida inversión, restricción del crédito, déficit comerciales y de cuenta corriente, alto peso del endeudamiento, desbalances fiscales, sangría de capitales.

Frente a este panorama, los métodos del neoliberalismo y de las variantes neodesarrollistas entran en bancarrota.

El neoliberalismo tardío que Uribe y Alan García, que trataron de dinamizar mediante los TLC y una mayor entrega al capital extranjero, se parece cada vez más a una “fuga hacia delante” que puede terminar en una debacle al perder sustento por la recesión norteamericana y el giro adverso de los movimientos financieros.

Por otra parte, los gobiernos “progresistas” ya se ven empujados a un mayor intervencionismo estatal, a recurrir a medidas devaluatorias y a plantear regulaciones en un intento por, al menos, moderar la “desaceleración”, disponiendo fondos públicos tanto para el “salvataje” bancario y empresarial y otras medidas para sostener a los grandes grupos capitalistas en problemas, así como para reafirmar una capacidad de mediación y arbitraje que comienza a erosionarse.

En Brasil, Lula debió sostener al sistema bancario y a las grandes empresas en problemas con más de 50.000 millones de dólares, además de anunciar grandes inversiones en obras públicas, para el agro, etc., mientras el Real se devaluó en un 40%. Al mismo tiempo, procura mantener los planes de asistencialismo claves para mantener su base social en un año de elecciones como será 2009.

Cristina Fernández promovió la “nacionalización” de las tambaleantes Aerolíneas Argentinas y Austral, hasta ahora en manos del grupo español Marsans, y luego la reestatización del sistema previsional entregado en 1995 a las AFJP privadas como una medida para escapar a los “cuellos de botella” financieros. Entre tanto, no logran conformar a la burguesía los repetidos anuncios “anticrisis” para amortiguar la desaceleración en la industria y en el agro.

“Medidas de contingencia” de ese tipo no van a detener la crisis, aunque terminan beneficiando al gran capital extranjero y nacional que tiene todos los medios para sacar partido de la ayuda y subvenciones oficiales, tanto como para burlar sus regulaciones. Más bien, las políticas devaluatorias e inflacionarias propugnadas por los neodesarrollistas son funcionales a las gigantescas operaciones de expropiación del salario y los ingresos populares en beneficio del capital son los mecanismos que operan en la crisis capitalista.

Por otra parte, el nacionalismo, que detrás de Chávez se posiciona en torno a la “Declaración de Caracas”, proponiendo también mayor intervención estatal, reimpulsar el ALBA , crear el “sucre” como moneda única regional, fomento al mercado interno, etc., tampoco puede ofrecer una salida de fondo a la crisis. Es una variante nacionalista del neokeynesianismo.

Cuando mucho, pueden ofrecer limitados paliativos cuyos beneficiarios serán distintos grupos burgueses, pero cuyo costo se reparte en última instancia entre toda la población, y que no evitarán que la inflación (que es alimentada por estas políticas oficiales, aun cuando en algún momento pueda empezar a predominar el mecanismo de la deflación al que parece tender la economía mundial), la carestía de la vida, el deterioro de los salarios y la pérdida de puestos de trabajo erosionen la economía obrera y popular.

Es una ilusión suponer (como por ejemplo lo hace el economista argentino Aldo Ferrer), que con medidas regulatorias e intervención estatal se va a “poner un piso a esta crisis” y “rescatar el sistema” mediante un “nuevo orden con más controles que evite que la historia vuelva a repetirse”. La resurrección del keynesianismo y de las viejas propuestas cepalinas a lo Prebisch que algunos esperan, de darse, difícilmente serían una solución ante las dimensiones de la crisis internacional y los problemas de fondo del capitalismo semicolonial latinoamericano –como ya mostraron en las más diversas variantes por más de medio siglo–.

4. Desestabilización política y crisis nacionales

La crisis económica está diluyendo rápidamente la relativa estabilidad política que primó en los últimos años al calor de las ilusiones en los gobiernos nacionalistas y de centroizquierda y el crecimiento. Profundas tensiones políticas comienzan a afectar a gobiernos que hace un año o menos aparecían fuertes y apoyados en una alta popularidad, y erosionan las propias bases de los regímenes, lo que se manifiesta en las tendencias a la apertura o recrudecimiento de crisis nacionales que se habían “reabsorbido” o se encontraban en estado “latente”.

Es “la mala hora de los conservadores”. El rumbo de la crisis constituye ya un severo golpe para los gobiernos más proimperialistas, que venían jugados al alineamiento con Estados Unidos, pudiendo convertirse en focos de inestabilidad en el próximo período: Colombia, donde naufraga el plan uribista de una segunda reelección, en medio de las fisuras por la “narcopolítica”, el escándalo de las “pirámides financieras”, mientras parece comenzar a cambiar el clima con algunas luchas obreras, campesinas y populares importantes; y Perú, donde García enfrenta un rápido deterioro, con escándalos de corrupción y una creciente resistencia obrera, campesina y popular.

El progresismo entra con el paso cambiado a la crisis y varios gobiernos “posneoliberales” enfrentan dificultades económicas y políticas que pueden acelerar su desgaste. En Brasil, Lula se benefició del crecimiento reciente con una alta popularidad, pero el cambio de escenario, en vísperas de un año electoral, comienza a erosionar su capital político. En Chile, la “socialista” Bachelet ha debido enfrentar importantes luchas de los trabajadores y estudiantes y enfrenta síntomas de desgaste y división en la propia Concertación. En Argentina, el rápido debilitamiento del kirchnerismo (que viene pagando fuertes costos políticos desde la crisis agraria de mediados de año) en los comienzos de una nueva crisis nacional, puede verse también potenciado cuando se acerca una renovación parlamentaria que será un importante test político.

Se evidencian los límites del nacionalismo. El polo que representan Chávez y Evo Morales halló en el año 2007 un punto de inflexión en sus intentos de conciliar con el conjunto de la clase dominante, lo que muestra sus debilidades estratégicas. En Venezuela, desde la derrota del referéndum constitucional a fines de 2006, Chávez inició un curso hacia la “moderación”, buscando compromisos con la burguesía y suavizar sus relaciones con el imperialismo, de lo cual un gesto elocuente fue el abrazo con Uribe después de la crisis del asesinato de Reyes, mientras que las últimas elecciones municipales muestran una erosión de su peso electoral en las grandes ciudades que marca los límites y un comienzo de deterioro del chavismo. En Bolivia, la larga confrontación con la derecha se resolvió, tras el fracaso de la asonada autonomista de septiembre, con un pacto congresal sellado con sectores de la neoliberal PODEMOS, el MNR y Unidad Nacional, para viabilizar el proceso de aprobación de la nueva Constitución a costa de enormes concesiones a las oligarquías regionales, los terratenientes y el empresariado, que implican la “congelación” constitucional de la reforma agraria y la reducción a retórica de muchas de las demandas históricas de los pueblos originarios. En Ecuador, tras la aprobación de la nueva Constitución y el fortalecimiento de Correa, hay una fase de forcejeo con las petroleras, la burguesía guayaquileña, y gobiernos vecinos como los de Colombia y Brasil, y una moratoria de intereses de la deuda externa, aunque los límites son semejantes a los que ya mostraron Chávez y Evo.

En la pendiente hacia la recesión, pierden “sustentabilidad” las políticas de compromiso social y contención, mientras que se agrian las discusiones interburguesas, y la clase dominante exige a los gobiernos “populares” la aplicación de planes acordes con sus necesidades ante las sombrías perspectivas económicas, todo lo cual socava la capacidad de mediación y arbitraje de los gobiernos, de lo cual es un ejemplo el desgaste del segundo gobierno “K” en Argentina.

Es que, a fin de cuentas, el deterioro económico “desfinancia” sus políticas de conciliación de clases, debilitando las ilusiones populares y la base social de los gobiernos que ya han cumplido varios años de gestión, obligándolos a administrar la crisis según los intereses generales amenazados de la burguesía.

Ante esto, la primer respuesta parece ser intentar mantener el precario equilibrio mientras se corren a derecha adaptándose a la presión burguesa. Pueden orientarse a un mayor intervencionismo estatal y medidas pragmáticas, y mientras hacen mayores concesiones a los capitalistas y se endurecen contra la movilizaciones y demandas obreras y populares, tratan de retener base social revistiendo de demagogia medidas como la nacionalización del sistema provisional en Argentina o el anuncio de planes de empleo en Chile. La mejor hora de los posneoliberales ha quedado atrás y se verán obligados a administrar la crisis dejando caer sobre los trabajadores y el pueblo la mayor parte de sus costos.

De las promesas democráticas a la erosión de las democracias semicoloniales
Los gobiernos de centroizquierda se apoyaron en las aspiraciones e ilusiones de las masas para prometer una “democratización” con los Lula, Kirchner, Tabaré o Lugo.

Ahora, por el contrario, la exacerbación de las contradicciones económicas, sociales y políticas pone un interrogante sobre el futuro de las “democracias degradadas” semicoloniales, es decir, para los regímenes de dominio burgués edificados sobre la base de las derrotas de los años ’70 y ’80 y la penetración imperialista, y que bajo los gobiernos posneoliberales tuvieron sólo recomposiciones parciales y “lavadas de cara”.

Pero la crisis afecta también a los nuevos regímenes de la República Bolivariana en Venezuela o de la “descolonización” por vía constitucional en Bolivia, elaborados como respuesta a las profundas crisis nacionales y movimientos de masas de los últimos años, socavando su estabilización y generando tensiones que las medidas del “constitucionalismo social” y el fortalecimiento del Estado no pueden absorber duraderamente.

Si la crisis se desarrolla, los mecanismos de la “democracia representativa”, no podrán regular las profundas contradicciones y contener a las fuerzas sociales en movimiento. Ante las previsibles “brechas en las alturas” y “cortocircuitos” políticos, emergerán nuevos proyectos a derecha e izquierda. La aparición de una derecha militante de los sectores privilegiados, como en el autonomismo del Oriente boliviano (con sus grupos de choque fascistizantes) o en el “movimiento sojero” argentino, que tienen antecedentes en los “escuálidos” de Venezuela, es un alerta que no debe ser despreciada aunque hoy estén de “capa caída” pues no es aún el momento de las “soluciones extremas”.

En el escenario político regional aparecerán nuevas tendencias políticas como respuesta a la desestabilización y la crisis de la dominación burguesa. Entre ellas, intentos bonapartistas de distinto signo (abiertamente reaccionarios o quizás nuevos nacionalismos) para arbitrar apoyándose en la burocracia estatal y las fuerzas armadas, y frentes populares si las masas intervienen.

5. Polarización social y lucha de clases

En el entramado de fenómenos económicos y políticos que conlleva el desarrollo de la crisis está la exacerbación de todos los antagonismos sociales, entre las clases y al interior de las mismas. Se provoca un nuevo ciclo de enorme polarización que impactará en la “crisis social” existente, paliada hasta cierto punto por los años de crecimiento pero que ya con la “desaceleración” tiende a agravarse de manera explosiva (baste decir que en el subcontinente hay más de 200 millones de pobres), junto a los altísimos niveles de explotación obrera que ya soporta el proletariado y a lo que se une el desempleo, que a finales del ciclo de crecimiento muestra un nivel tan alto como el 8,5% (OIT, 2008).

Se resquebraja la relativa unidad burguesa que primó mientras el crecimiento daba para todos y los gobiernos posneoliberales parecían ser un costo aceptable. Esto va a traducirse en violentas luchas de las distintas fracciones del capital en torno a las repuestas económicas y política a la crisis. Todos los explotadores, desde los más grandes a los de menor cuantía, coincidirán en la expulsión de trabajadores y el incremento de la explotación. Al mismo tiempo, las transnacionales y acreedores extranjeros, y los grupos de una relativamente poderosa gran burguesía local, que estando asociados, no dejarán de chocar entre sí, buscarán imponerse a las capas de la burguesía y los terratenientes “no monopolistas”, empujando a la ruina a las capas más débiles de la mediana y baja burguesía que prosperaron como hongos en los años del crecimiento. Nuevos partidos de “industriales” y “agrarios”, de “devaluacionistas” y “financistas” tomarán forma, dando pie a nuevos fenómenos políticos y tratando de arrastrar a las capas populares detrás de sus intereses de clase.

La pequeña burguesía se fragmentará bajo el impacto de la polarización social, mientras sus franjas superiores defenderán con furor sus privilegios; sectores intermedios oscilarán entre el conservadurismo y la protesta; y amplias capas empobrecidas se verán empujadas a la ruina, entrando en contradicción con los gobiernos y planes de la burguesía. Esto, que estratégicamente le quita sustento social a la democracia burguesa, puede dar origen a fenómenos opuestos, desde brotes fascistizantes por un lado, a la emergencia de un nuevo movimiento estudiantil progresivo por otro, de lo que pueden ser síntomas anticipatorios las movilizaciones del último periodo en Chile y Colombia, como las actuales en Europa –Italia, España, Grecia–.

La hora de penurias agravadas y mayor miseria para las capas populares, oprimidas y explotadas, del campo y la ciudad puede llevar a nuevos procesos de movilización de campesinos, pueblos indígenas, desocupados y otros sectores. Si en la primer década del siglo, la lucha de estos sectores mostró sus grandes posibilidades y capacidad de movilización, ahora, la intervención de estos aliados estratégicos del proletariado puede confluir con un salto en la intervención de éste, con mejores posibilidades estratégicas para avanzar hacia la alianza obrera, popular y campesina.

La fluidez de las relaciones sociales y los realineamientos de clases que promoverá la crisis van a conmover las “alianzas reformistas” en que se sustentan el progresismo y el nacionalismo, tanto como a los bloques conservadores. El terrible agravamiento de la situación de las masas terminará por poner, más pronto que tarde, a enormes fuerzas sociales en movimiento y alentará una mayor diferenciación política. El problema crucial es la situación del proletariado y su dinámica ante el impacto de la crisis.

6. La clase trabajadora ante la crisis

Como muestran los recientes hechos en Brasil y Argentina, las patronales iniciaron ya una serie de ataques contra los trabajadores, mediante las suspensiones, despidos, “vacaciones colectivas” y presiones sobre el salario (no pocas veces “negociados” con la burocracia) al tiempo que se endurecen contra los reclamos de los trabajadores, en especial ante las luchas obreras más avanzadas. Los ataques se iniciaron en los sectores de punta, comenzando a extenderse hacia el resto de la economía con el aumento del desempleo, y afectando primero a las capas más precarizadas.

Estos ataques son una avanzada, tanto para ajustar los planes a la baja de los negocios, como para tantear el terreno y atemorizar a los asalariados con la amenaza del desempleo. Son el anticipo de una ofensiva que habrá de profundizarse pues el “recurso” de los empresarios ante la crisis será en esencia expulsar la fuerza laboral “sobrante” e imponer nuevos niveles de explotación obrera.

Es posible que el peso de la burocracia, las ilusiones en los gobiernos progresistas, la falta de experiencia y de preparación en general del movimiento obrero para enfrentar una ofensiva semejante, faciliten que algunos de estos ataques pasen sin una resistencia enconada y haya derrotas, como puede ocurrir por ejemplo en los sectores más precarizados y desorganizados de la clase obrera, abandonados a su suerte por las centrales sindicales.

Sin embargo, la clase trabajadora de la mayoría de los países de la región parece estar en mejores condiciones relativas para resistir, tanto desde el punto de vista objetivo, como subjetivo.

De conjunto, el proletariado sudamericano ha vivido en los últimos años un proceso de fortalecimiento social objetivo, como subproducto de la fase ascendente del ciclo económico. A pesar de la superexplotación, la precarización laboral y el despotismo empresarial, que millones hayan retornado a las fábricas, los servicios y transportes tonifica las fuerzas obreras.

La clase trabajadora sudamericana está en los comienzos de un proceso de recomposición que viene alentando la recuperación de la confianza entre los trabajadores y algunos fenómenos de movilización y reorganización. En el marco del crecimiento económico reciente y las expectativas en los gobiernos “posneoliberales” y nacionalistas, este proceso se vino dando más bien en clave “posibilista” y sindicalista, a la sombra de los proyectos de conciliación de clases, y sin rebasar a las burocracias sindicales, aunque se ha expresado en procesos de organización sindical, como entre los mineros subcontratistas en Chile y en Perú y procesos de luchas fabriles o sectoriales por el salario que se combinan con el enfrentamiento a la burocracia sindical como en Argentina (donde ha surgido una extendida capa de activistas) o en Brasil, con el fenómeno de reagrupamiento que en los últimos años ha significado CONLUTAS.

También lo han acompañado experiencias de vanguardia minoritarias pero sintomáticamente importantes, donde han jugado un papel importante las tendencias al control obrero (como la persistente lucha de Zanon en Argentina, los petroleros en la resistencia al lockout de 2002, Sanitarios Maracay y otras en Venezuela, los mineros de Huanuni en Bolivia), precedentes que marcan una nueva “acumulación” de experiencia en capas avanzadas que podrán adquirir un nuevo valor frente a las amenazas que la crisis pone ante los trabajadores.

Durante 2008, se han producido varios procesos de movilización donde la clase trabajadora mostró una mayor disposición a la lucha.

En Uruguay: se cumplió el primer paro general bajo el gobierno del Frente Amplio, convocado por el PIT-CNT el 20 de agosto. En Colombia el 23 de octubre se realizó un paro de 24 horas al que adhirieron medio millón de estatales, además de una tenaz huelga larga de casi 18.000 trabajadores azucareros, protestas indígenas y otras movilizaciones. En Venezuela, hay un proceso de luchas por demandas obreras en la industria, siendo un triunfo importante la renacionalización de Sidor. En Bolivia hay procesos moleculares de reorganización sindical y los mineros de Huanuni volvieron a protagonizar combativas movilizaciones. En Argentina, 2008 ha sido un año de luchas salariales y antiburocráticas por empresa en varios sectores industriales, reclamos docentes y de otros sectores, a pesar de algunas derrotas y de una ofensiva contra la vanguardia, como en el gremio del neumático y otros.

En el último trimestre del año, como decimos más arriba, las primeras expresiones de la crisis no han encontrado una respuesta acorde de la clase obrera, como parece mostrar la coyuntura en Brasil (donde son numerosos los despidos, vacaciones forzosas y otras medidas, como en las ensambladoras automotrices y autopartistas, el acero y otras, pero prima la pasividad impuesta por los acuerdos entre la patronal y la burocracia para hacer “aceptar los sacrificios necesarios”), aunque en Argentina –donde se ha iniciado un proceso similar y la burocracia cegetista pone lo suyo– ha habido focos de resistencia y algunas acciones como la jornada de lucha en varias automotrices de Córdoba, el paro en defensa del cuerpo de delegados en el subte porteño o la lucha de Paraná Metal contra el cierre.

Por tratarse de los dos países más industrializados y con los mayores proletariados de Sudamérica, puede ser un síntoma de cómo se presentará la difícil coyuntura en los próximos meses, y es imposible prever en qué punto se “atalonarán” los trabajadores o se producirá un alto en la resistencia. ¿Pueden las recientes luchas obreras en Europa, como la huelga general en Grecia, las movilizaciones de trabajadores y estudiantes en otros países, como España o Italia, y la repercusión alcanzada por tomas de pequeñas empresas como en Estados Unidos y Alemania, estar anticipando un despertar mayor de la clase obrera internacional y su “contagio” a tierras sudamericanas?

Perspectivas del proletariado sudamericano
Por lo pronto, si bien es posible que el movimiento obrero sufra derrotas y pase aún por fases de reflujo, la crisis abre un nuevo panorama, donde se liquidarán las ilusiones de mejoras graduales alimentadas por los gobiernos “posneoliberales” y las políticas que contuvieron la acción de la clase trabajadora en estos años. Por su parte, la “declaración de guerra” del capital a los asalariados, con el empeoramiento de la explotación y el desempleo, quebrantará la rutina de las relaciones cotidianas entre explotados y explotadores a nivel de los lugares de producción y en el conjunto social, empujando tarde o temprano a la resistencia obrera y minando las ideologías de colaboración entre el capital y el trabajo.
Pero este proceso también hará emerger las contradicciones entre las necesidades del movimiento obrero –sobre todo de sus nuevas capas más concentradas, explotadas y precarizadas– y las organizaciones tradicionales de la clase –que sólo organizan una minoría de los trabajadores y están controladas por una burocracia sindical cuya integración al Estado, su papel como “lugartenientes del capital”, y superestructuralización se han acentuado con el “posneoliberalismo”–. Entre tanto, la debilidad estratégica de los grandes aparatos burocráticos les dificultará controlar y mediatizar la emergencia de nuevos procesos de reorganización obrera.

En la medida en que la clase obrera se ponga en movimiento, pueden gestarse las condiciones de una nueva y superior fase de recomposición del proletariado sudamericano, en la que éste, a través de la dura escuela de las huelgas y movilizaciones, en el enfrentamiento a la patronal, sus gobiernos y sus agentes burocráticos, pueda templarse, unir sus filas y ganar centralidad en la lucha de clases, es decir, que en el nuevo período se pueden dar las condiciones para un nuevo auge obrero y de masas.
En este camino, los trabajadores, si bien comienzan desde muy atrás, remontando las secuelas de las derrotas del ascenso de los ’70 y de la ofensiva neoliberal, pueden aquilatar la experiencia de la última década de grandes luchas de masas y levantamientos en la región –de Ecuador y Venezuela a Bolivia y Argentina–, pueden aprovechar la memoria de las crisis anteriores –la recesión e “hiperdesocupación” de fines los ’90 están frescas en la memoria de generaciones– además de la tonificación reciente de las propias fuerzas y las experiencias avanzadas aunque minoritarias de la fase de ascenso pos 2000 (como Zanon en Argentina, Huanuni en Bolivia o Sidor en Venezuela). Pero pueden también comenzar a recuperar los hilos de continuidad y la “memoria” del gran ascenso de los ’70 que mostró al proletariado en el centro de la escena en Uruguay, Bolivia, Chile o Argentina, dando mayor explosividad a las luchas y nuevas posibilidades de radicalización de la vanguardia en los métodos, el programa y en la conciencia.

Por un nuevo movimiento obrero
En esta perspectiva, a la hora de la crisis son más nefastas que nunca las políticas burocráticas y reformistas de “colaboración entre el capital y el trabajo” en nombre de “defender la producción y el empleo”, o encerrando a las luchas de los trabajadores en las demandas mínimas aisladas, cuando toda lucha seria tiende a cuestionar el orden y la propiedad privada y a elevarse al terreno político. Al calor de los futuros combates, el proletariado deberá renovar sus organizaciones, su programa y sus métodos, para dar una respuesta a la altura de la crisis y de los golpes del capital y sus gobiernos, articulando la lucha antipatronal, antiestatal y antiburocrática en el desarrollo de un nuevo movimiento obrero.

7. Umbrales de una nueva etapa

Al extenderse las condiciones objetivamente prerrevolucionarias, es difícil que puedan consolidarse los intentos de los gobiernos y las clases dominantes por impedir una mayor desestabilización y torcer el péndulo al centro y a la derecha, como se vió en la coyuntura de los meses anteriores. Por el contrario, la tendencia que parece primar es hacia la apertura de crisis nacionales de magnitud.

Como hemos tratado de analizar en las tesis precedentes, la crisis mina aceleradamente el precario equilibrio previo y tiende a actualizar en nuestra región las características fundamentales de la época de declinación capitalista como “época de crisis, guerras y revoluciones”. En la nueva fase de crisis histórica, o dicho de otra forma, de crisis general (para emplear otro concepto de Lenin), puede gestarse el salto a un nuevo y superior nivel en el ciclo ascendente de lucha de clases que se inició con el cambio de siglo en la región.

En una primera fase, el primer lustro del siglo mostró a Sudamérica como una región avanzada de la lucha de clases, con levantamientos, insurrecciones, estallidos de guerra civil y ricos procesos de lucha de masas y convulsiones políticas que derribaron a varios gobiernos (como en Ecuador, Bolivia o Argentina), impidieron golpes contrarrevolucionarios (como en Venezuela), aunque no alcanzaron a transformarse en revoluciones abiertas ni contaron con un papel central del proletariado que les pudiera dar una perspectiva superior.

En una segunda fase, los desvíos con los recambios “posneoliberales”, apuntalados por las mediaciones reformistas, contuvieron el proceso pero no significaron una reversión total de las relaciones de fuerza más generales ni una estabilización duradera y consistente del dominio burgués. El auge económico ayudó a atemperar la situación pero no permitió una absorción de las enormes contradicciones sociales acumuladas.

Está planteada la posibilidad de que en los próximos años se ingrese a una nueva fase de tendencias revolucionarias, en la que se reanude la continuidad con los ensayos generales de inicios del siglo y reemerjan las tendencias a la acción directa de las masas. Mientras toman forma los contornos de una nueva etapa, es posible pensar como marco y horizonte estratégico, la posibilidad de que al final del camino de enfrentamientos entre revolución y contrarrevolución uno o varios países de la región puedan jugar el papel de una Rusia del siglo XXI.

Las crisis también enseñan
Puede decirse que al mismo tiempo que la crisis pone al orden del día la madurez de las condiciones objetivamente prerrevolucionarias o revolucionarias, abona el terreno para que la subjetividad de las masas se transforme. Sus duras lecciones, los sufrimientos multiplicados que causa a las masas populares, develan el verdadero rostro del capital y sus regímenes, y pueden impulsar a buscar una salida, a luchar y a reflexionar a amplias masas. Podemos precisar mejor: la crisis enseña a condición de que las clases explotadas y oprimidas se pongan en movimiento. A esto pueden contribuir:

• La “crisis ideológica” burguesa, con el desmoronamiento del neoliberalismo, ante la que también se verán comprometidas las ideas populistas, reformistas e intermedias, que predicaban la “humanización” o “regulación” del capital, con sus variantes autóctonas como el “socialismo del siglo XXI” chavista o la “revolución descolonizadora y el capitalismo andino” en Bolivia, mientras se amplían los espacios para las ideas marxistas.

• Una importante experiencia política en sectores avanzados con los gobiernos nacionalistas y de centroizquierda y el compromiso de la izquierda reformista y la burocracia sindical con los mismos. “¿Y dónde está la izquierda?” se pregunta una nota en Le Monde Diplomatique, pidiendo respuestas a la crisis que no signifiquen recaer en los “pecados” socialistas y revolucionarios. Pero olvida decir que la “izquierda” a que se refiere, es decir la centroizquierda y los “sindicalistas”, o sea la burocracia, están en su amplia mayoría compartiendo la administración del Estado semicolonial desde los gobiernos posneoliberales o apuntalando a esos mismos gobiernos lo que los comprometerá en la aplicación de los planes “anticrisis”, debilitándolos para controlar la resistencia obrera y popular.

• La posibilidad de nuevos avances en el proceso de recomposición subjetiva del proletariado, a través de las batallas del próximo período en que la clase obrera se perfile más como un sujeto social y políticamente diferenciado.

8. Oportunidades históricas para la construcción revolucionaria

La crisis no sólo expondrá al nacionalismo y reformismo, embarcados en la administración de los Estados semicoloniales y a sus aliados o semialiados stalinistas y maoístas, sino que también mostrará la inconsistencia y bancarrota de las estrategias autonomistas/zapatistas y sus variantes, impotentes para dar una respuesta eficaz ante los acontecimientos que se avecinan, abriendo nuevas oportunidades para que el programa y las ideas marxistas comiencen a “empalmar” con sectores de vanguardia.

Se hace urgente la necesidad de rearmar y reagrupar a los trabajadores avanzados con un programa, una estrategia y una organización a la altura de los combates que se avecinan.

Hace falta impulsar en las organizaciones sindicales y de masas un programa de acción de los trabajadores que a partir de responder al ataque de los capitalistas y sus gobiernos y a la catástrofe que nos amenaza; recoja las grandes tareas democráticas y nacionales (como la cuestión agraria y la liberación nacional); articulándolas en un Plan obrero y popular para poner fin a la anarquía capitalista y reorganizar la economía en función de las necesidades populares mediante la propiedad colectiva de los medios de producción, tareas que sólo pueden ser íntegramente resueltas por un poder de los trabajadores apoyado en la alianza con los campesinos y el pueblo pobre. Esto significa conquistar por vía revolucionaria Estados obreros que, uniéndose en una Federación de Repúblicas Socialistas de América Latina, inicien la construcción del socialismo, una alternativa a la barbarie de la decadencia capitalista.

La lucha por un programa así, de carácter transicional, para que la clase trabajadora pueda unir sus filas y agrupar en torno suyo a las masas pobres del campo y la ciudad, es inseparable de la agitación por la organización política independiente de la clase trabajadora contra los distintos proyectos de colaboración de clases con la burguesía “nacional” o “democrática”, y eso requiere impulsar las formas tácticas apropiadas a cada situación nacional (como pueden ser en Bolivia el planteo de Instrumento Político de los Trabajadores basado en los sindicatos).
Es vital impulsar consecuentemente una estrategia soviética para la autoorganización y automovilización obrera y de masas, que potencie las tendencias espontáneas a la acción directa de las masas; impulse el enfrentamiento al despotismo capitalista en los centros de trabajo (lucha que puede llevar al control obrero de la producción y a los comités de fábrica y otras formas organizativas) y desarrolle el frente único de masas para la movilización, en el camino de los consejos o soviets de la revolución latinoamericana (recuperando la tradición de los ’70, de coordinadoras fabriles, cordones industriales y asambleas populares).

Sólo conquistando su más amplia independencia respecto al orden burgués, la clase obrera puede disputar la hegemonía en el seno de las masas y dar una salida de fondo a la crisis. Sólo ella puede darle un programa y una dirección para triunfar a la alianza con los oprimidos y explotados de la ciudad y del campo: los cientos de millones de campesinos, indígenas, semiproletarios urbanos y capas medias empobrecidas, que serán empujados en toda la región a la ruina y al hambre.

Por partidos revolucionarios, secciones de la Cuarta Internacional
Los próximos años generarán renovadas oportunidades para encarar la necesidad estratégica de una nueva dirección revolucionaria para el movimiento obrero y de masas, haciendo crucial la construcción de partidos revolucionarios enraizados en la clase trabajadora, armados con una estrategia fundada en el proletariado, organizaciones de combate (de tipo leninista, fusionando a la vanguardia obrera y el programa marxista), e internacionalistas, lo que para los trotskistas de la FT-CI significa desarrollar el combate ideológico, programático, político y práctico por poner en pie las secciones latinoamericanas de una Cuarta Internacional reconstruida como el partido mundial de la revolución socialista.

Las experiencias de la lucha de clases irán destacando a capas cada vez más amplias de trabajadores avanzados, radicalizando a la vanguardia obrera y juvenil y proporcionarán mayores puntos de apoyo para las ideas y la política socialistas.

Pero un reagrupamiento revolucionario no se dará de forma espontánea ni por simple crecimiento evolutivo de ninguna de las todavía pequeñas corrientes existentes que se reclaman obreras y socialistas.

Es necesario fortalecer el combate contra las tendencias nacionalistas y reformistas, incluidos los restos del stalinismo, y construir un polo que internacional y nacionalmente atraiga a los miles de luchadores que buscarán un programa y una estrategia para triunfar, y que sólo el legado de la Cuarta Internacional representa hoy.

Mientras una parte del movimiento trotskista se ha desbarrancado formando parte de gobiernos burgueses como el de Lula (SU) o capitulando abiertamente a los Chávez y Evo Morales (UIT, El Militante, etc.); otras corrientes (como el PSTU-LIT-CI, y PO-CRCI) han resistido las peores presiones hacia la colaboración de clases y en algunos países de la región ocupan un lugar en la vanguardia.

En ese marco, nos enorgullece que la FT-CI y sus organizaciones hayan avanzado al calor de las luchas de los últimos años, no sólo en Argentina, donde el PTS está ganando un lugar destacado en la vanguardia obrera, sino también allí donde nuestras modestas fuerzas, en algunos casos iniciales, se están construyendo en un combate principista como en Bolivia, Chile, Brasil o Venezuela, así como en México y Costa Rica.

Pero las perspectivas plantean desafíos mayores: avanzar hacia la reconstrucción de la Cuarta Internacional y sus partidos. Llamamos a la LIT-CI y la CRCI, y otras corrientes que se reclaman de la clase obrera y el socialismo a abrir la discusión. Sin necesidad de deponer las diferencias que mantenemos, y que podemos y debemos seguir debatiendo, es imprescindible sumar fuerzas en ese combate, discutiendo las bases de un programa transicional e impulsando iniciativas comunes de cara a la intervención en la lucha de clases y el reagrupamiento de la vanguardia.

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