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México. Las elecciones y el surgimiento de un nuevo fenómeno juvenil

28/08/2012


Introducción

En los últimos años, la situación política mexicana ha estado signada por una ofensiva reaccionaria sobre el movimiento obrero y popular, sus conquistas sociales y las libertades democráticas de las grandes mayorías. La derrota de la lucha de los trabajadores electricistas y la desaparición de la empresa paraestatal Luz y Fuerza del Centro (LyFC) marcaron el tenor de los vientos reaccionarios, y durante el año 2011 se incrementaron la militarización y la persecución y asesinatos contra luchadores sociales. En el marco de la sangrienta “guerra contra el narco” declarada en 2006 por el presidente Felipe Calderón, más de 60.000 personas –en su gran mayoría provenientes de los sectores populares– fueron asesinadas a manos del Ejército y de los cárteles de la droga. Este contexto poco alentador hacía pensar, hasta pocos meses antes de las elecciones, que nada podía perturbar un proceso electoral que abriría la senda para el regreso del Partido Revolucionario Institucional (PRI) al gobierno y para la segunda fase de una ofensiva largamente anunciada, enmarcada en las llamadas “reformas estructurales” (privatización en los hechos de Pemex, reforma laboral, etcétera). Ni siquiera las luchas que daban sectores del movimiento obrero –como el magisterio democrático organizado en la CNTE– o quienes valientemente enfrentaban los feminicidios y la militarización.

Los “candidatos” y las elecciones

Con este marco reaccionario no desentonaban las campañas orquestadas por la mercadotecnia inspirada en el “circo” electoral yanqui. En un contexto signado por mecanismos restrictivos que impiden la participación de la izquierda y las organizaciones obreras, la mayoría de los candidatos aprobaba explícitamente la ofensiva neoliberal de las últimas décadas. Mientras la oficialista Josefina Vázquez Mota intentaba remontar el desgaste del Partido Acción Nacional (PAN) tras doce años de gobierno, presentándose como la garante de la “estabilidad” económica lograda y apuntando a conseguir el voto de las clases acomodadas y los sectores que obtuvieron las migajas de los programas gubernamentales; el priista Enrique Peña Nieto (EPN) se comprometía a sacar adelante las reformas estructurales asumiendo particularmente la continuidad de la militarización pactada entre Calderón y EE.UU., la cual sólo debía estar sujeta a algunos “ajustes”. Pero el nuevo PRI –como se autodefinió– sólo tenía de nuevo sus candidatos y una pose discursiva “democrática”, mientras que su programa y sus gestos prometían repetir la experiencia de las décadas previas a la del 2000. El viejo dinosaurio priista había despertado y no sólo estaba allí, sino que arrojaba en el espejo el mismo reflejo del pasado. En tanto que Gabriel Quadri, candidato del Partido Nueva Alianza (PANAL), partido creado por la burócrata sindical Elba Esther Gordillo para negociar cuotas de poder con quien esté en el gobierno, combinaba demagógicamente alusiones a cuestiones de corte democrático –como sus referencias al derecho al aborto y al casamiento entre personas del mismo sexo– con un discurso ultraderechista, centrado en realizar las reformas estructurales, criminalizar a los “maestros radicales” (en alusión al magisterio democrático), quitar subsidios a la gasolina y un modelo “a la PETROBRAS” para Pemex.

El candidato de las “izquierdas” congregadas en el Movimiento Progresista, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) intentó, desde su precampaña, presentar un perfil moderado con un discurso que enfatizaba la búsqueda de una “república amorosa”, y buscaba la simpatía del empresariado y las clases medias, incorporando a un connotado empresario del norte del país como propuesta para la Secretaría de Hacienda. Pretendía así contrarrestar la demonización realizada por la derecha luego de las movilizaciones antifraude de 2006. Incluso AMLO se reconcilió durante algunos meses con Televisa, el emporio televisivo señalado como el principal publicista de Enrique Peña Nieto. Asimismo, buscó acercarse a los EE.UU. y a la cúpula eclesiástica, para descartar toda idea de que un gobierno suyo significaría algún giro izquierdista para el país. En ese marco, su programa político se diferenciaba de priistas y panistas proponiendo reformas centradas en una ampliación del gasto en materia de educación y salud, la reducción drástica del salario de los altos funcionarios y el combate a la corrupción gubernamental, así como una redefinición de la relación con EE.UU. y un regreso paulatino de los militares a los cuarteles. De esta forma reunió el apoyo de sectores populares y medios, descontentos con el gobierno y cimentó el aval de los principales sindicatos opositores, que llamaron explícitamente a apoyar su candidatura, como –por ejemplo– el Sindicato Mexicano de Electricistas y secciones del magisterio. Además, logró agenciarse el apoyo de un sector de la burguesía mexicana que, aunque minoritario, contrarrestó el estigma de que la de AMLO sería una presidencia “confrontada con los empresarios”. En el primer debate televisivo realizado, se evidenció el peso que la situación reaccionaria tenía sobre el proceso electoral: el candidato del PRD evitó confrontar con el corte neoliberal de sus adversarios y se cuidó para aparecer como una alternativa moderada.

#YoSoy132: un rayo en cielo sereno… o la tormenta inminente

En ese contexto, el movimiento #YoSoy132 irrumpió como un vendaval de movilización y creatividad callejera de la juventud, tomando a todo el establishment político por sorpresa.

El 11/5, Enrique Peña Nieto visitó en un acto de campaña la Universidad Iberoamericana, institución privada ubicada en una zona exclusiva de la ciudad de México. Inesperadamente para muchos, los estudiantes de la Ibero le reclamaron por la represión ocurrida en el pueblo de San Salvador Atenco, Estado de México, en 2006, cuando EPN era gobernador de ese estado. El priista debió huir precipitadamente, y poco después su partido declaró que se trataba de “infiltrados”, solicitándole a la universidad la identificación de los asistentes. Esto terminó de encender la mecha: en los días siguientes, circuló por las redes sociales un video de 131 estudiantes, que asumieron la autoría de la protesta con su credencial en mano.

Surgió entonces el movimiento #YoSoy132 (así denominado en solidaridad con los 131 estudiantes de la Ibero), que en un primer momento se organizó en las universidades privadas de la ciudad de México y del interior del país. El 18/5 se realizó una multitudinaria manifestación; las consignas centrales fueron contra Enrique Peña Nieto y por la democratización de los medios de comunicación, cuestionando la vinculación de los grandes monopolios (Televisa y TV Azteca) con el poder político. En esos momentos, al tiempo que participamos activamente de las manifestaciones y primeras asambleas, los trotskistas decíamos: “Son manifestaciones que cuestionan el carácter represivo del PRI y el rol de los monopolios informativos en el proceso electoral… Convocadas a través de las redes sociales y reclamando muchos de sus participantes la independencia de los partidos políticos, se orientan fundamentalmente contra el candidato priista –en menor medida contra el PANAL y el PAN–. Está surgiendo un nuevo movimiento democrático y de oposición política a los partidos más conservadores; en cierta medida, es continuidad del movimiento que emergió en 2011 contra la militarización. Más allá de su curso inmediato, estas progresivas movilizaciones ya cuestionan la estabilidad de las elecciones y la ‘clase política’ ya se preocupa de que, de aquí, pueda surgir un sector que cuestione el conjunto de la política del régimen”. En estas movilizaciones se expresaba la simpatía de muchos asistentes con la candidatura de AMLO y el PRD intentó por distintas vías acercarse al movimiento juvenil. Decíamos entonces: “El desafío de esta nueva juventud que sale a protestar es no caer en la ilusión de que mediante el voto al candidato del Movimiento Progresista se resolverán las demandas pisoteadas por el PRI y el PAN”.

Ya desde las primeras marchas y mítines, a las universidades privadas se incorporaron estudiantes de las universidades públicas, como la UNAM, la UAM, la UACM y el IPN. El movimiento se extendió a nivel nacional y se integraron, además del movimiento de estudiantes excluidos y rechazados, jóvenes que no pertenecen a las universidades, y sectores de académicos y ex alumnos.

Se dio un cambio en el movimiento a varios niveles, abriéndose lo que podemos definir como un segundo momento. El 30/5 se realizó –en un espacio abierto de la Ciudad Universitaria de la UNAM– una Asamblea Interuniversitaria, que reunió más de 5.000 participantes, que funcionó en mesas de trabajo con centenares de asistentes, tomando acuerdos por consenso y recogiendo los disensos para ser llevados a las asambleas locales, ratificándose todo en una masiva plenaria general ese mismo día. En esta asamblea se articularon los puntos iniciales del movimiento con otras demandas como la solidaridad con el magisterio democrático, la lucha contra la militarización y por la libertad de los presos políticos, las cuales mostraban una tendencia a vincular el movimiento #YoSoy132 a otros sectores explotados y oprimidos y, sobre todo, a ubicarlo como catalizador del profundo descontento social acumulado en los últimos años. El manifiesto leído en dicha asamblea afirmaba, por ejemplo, que “somos herederos de los fraudes, crisis económicas; somos herederos del levantamiento armado zapatista, de la matanza de Acteal, de los crímenes en el estado de México”.

Por otra parte, la extensión del #YoSoy132 a las universidades públicas se correspondió con una organización basada en las asambleas de escuela o universidad, que votan “voceros” (delegados o representantes) que tienen estipulado el funcionamiento mediante mandato, rotatividad y revocabilidad. Aunque cada universidad adoptó distintas formas y mecanismos, se asumió como principio del movimiento esta forma de organización, que tendió a retomar la experiencia de movimientos estudiantiles previos. Surgió la Asamblea General Interuniversitaria (AGI), que llegó a sesionar con cerca de 200 representantes, y que reemplazó a la Coordinadora Interuniversitaria, que al inicio del movimiento se basó en estudiantes de las universidades participantes y funcionaba sin representatividad ni mandato de base. El funcionamiento de la AGI estuvo lejos de ser terso y fue sujeto a múltiples discusiones y luchas políticas, particularmente por los intentos de un ala que incluía a sectores afines al MORENA y al PRD, que intentó burocratizar la organización del #Yosoy132 y que pretendía –por ejemplo– que las asambleas fueran cerradas y que se votase sin respetar los mandatos de base de las escuelas. Esto fue acompañado de una demonización de las organizaciones de izquierda (y en particular de CC) y de la experiencia del CGH de 1999-2000. Esta ofensiva fue resistida por amplios sectores del activismo, que cuestionaron los intentos de burocratización y la campaña contra la izquierda. En tercer lugar, se precisó el posicionamiento político del #YoSoy132: en la asamblea del 30/5 y en la AGI realizada días después, se expresaron sectores afines al PRD y AMLO, que propiciaron el llamado al “voto útil” (entre los que estaban militantes de grupos autodefinidos como “trotskistas”, como son el PRT y Militante). Sin embargo –como resultado del debate que se dio y en el que participamos activamente desde la LTS y la Agrupación Contracorriente–, el movimiento mantuvo una correcta definición de sí mismo como “movimiento autónomo, independiente de cualquier partido político”. Mientras se adoptaban estas definiciones que obstaculizaban cualquier intento de que el #Yosoy132 se convirtiese en un apéndice de AMLO y el PRD, se expresaba en el movimiento la existencia de un amplio sentimiento de confianza en presionar a las instituciones y utilizar el proceso electoral para lograr una democratización política del régimen, y junto a ello el apoyo de amplios sectores estudiantiles a la candidatura de López Obrador.

Durante las semanas siguientes, el movimiento mantuvo la masividad de sus distintas movilizaciones y marchas, expresando la emergencia de una nueva generación estudiantil que se politizaba y participaba de la vida política nacional. Como decíamos en otro artículo, el #Yosoy132 “puso a discusión cuestiones claves que expresan la antidemocracia, la represión y el verdadero carácter de la ‘transición democrática’, que preservó al PRI como una de sus cartas fundamentales ante el desgaste del panismo. En su emergencia, mostró el descontento existente, no sólo entre los trabajadores y los sectores populares, sino en la clase media y la juventud universitaria, tanto de escuelas públicas como privadas. Y enseñó también la desilusión con una reforma democrática que, aunque permitió la alternancia y el acceso del PAN al gobierno, no resolvió las expectativas de amplios sectores de la población. La adhesión de sectores de la juventud al #YoSoy132 parece expresar el hartazgo –aunque no se vea en sus reivindicaciones inmediatas– con un capitalismo sacudido no sólo por la crisis económica internacional sino también por la descomposición estatal acelerada por el empantanamiento de la ‘narcoguerra’. En síntesis, una multiplicidad de contradicciones políticas y sociales que eclosionan, en plena coyuntura electoral, a través de la acción juvenil. Queda por verse si el movimiento está preanunciando acciones de otros sectores de la población, en particular de los trabajadores, que han realizado duros procesos de resistencia, como es el caso de los electricistas y el magisterio democrático. Habrá que esperar y ver”. Pero, por lo pronto, mostró, a una escala todavía inicial, que, como planteaba León Trotsky para España, en la década de 1930: “Cuando la burguesía renuncia consciente y obstinadamente a resolver los problemas que se derivan de la crisis de la sociedad burguesa, cuando el proletariado no está aún presto para asumir esta tarea, son los estudiantes los que ocupan el proscenio” .

Junto a esto, la emergencia del #YoSoy132 inscribió a la juventud mexicana en la lista de los fenómenos de la lucha de clases que recorren la arena internacional desde 2011. La crisis de la hegemonía ideológica por parte de las ideas rectoras del capitalismo ha tenido un fuerte impacto en sectores de la juventud, que aún en países “modelo” del neoliberalismo –como Chile y la subregión norteamericana– cuestionan aspectos parciales del orden existente. En ese sentido, resalta la actividad internacionalista que el #YoSoy132 ha desplegado, como por ejemplo la solidaridad con los trabajadores mineros españoles y con los estudiantes canadienses en huelga.

El impacto del #YoSoy132

Con las movilizaciones y las asambleas estudiantiles cambió el panorama nacional previo a las elecciones. Se expresó activamente, en la acción callejera, la desilusión con la “transición democrática” y el descontento con la represión y los efectos de la crisis económica, que se dejó oír a través de las miles de voces que se alzaron en las calles y en Ciudad Universitaria.

Ante esta movilización, los partidos del Congreso intentaron aparecer como “comprensivos” del reclamo juvenil, y Peña Nieto lanzó su “decálogo democrático”. De igual forma, las grandes televisoras se cuidaron de no satanizar al movimiento y otorgaron algunas concesiones formales, como fue la transmisión por toda la red televisiva del segundo debate presidencial, una de las demandas del movimiento.

En este contexto, los golpes recibidos por el PRI y la polarización política le permitieron a AMLO acortar la distancia con EPN en las encuestas. El #YoSoy132 logró, por otra parte, que Peña Nieto, quien intentaba aparecer como un opositor moderado, fuera referenciado como “más de lo mismo” por amplios sectores de la población.

En ese momento, en el mes de junio, desde una editorial de Estrategia Obrera de la LTS sosteníamos: “Lejos de poder democratizarse, los candidatos de la burguesía y sus instituciones expresan un régimen profundamente antidemocrático y represivo. Los monopolios de la comunicación están a su servicio, y son el ariete contra las luchas de los trabajadores y los jóvenes. Cuestionando los aspectos más odiados del neoliberalismo mexicano, el #YoSoy132 tiene el desafío de ir más allá: enfrentar el conjunto de las instituciones, no caer en las trampas y maniobras (como la idea de que esta ‘clase política’ puede democratizarse y autorreformarse) y mantener la independencia de los partidos del Congreso y los candidatos a la presidencia”.

En el caso del PRD y el MORENA, más allá de que sus militantes en el movimiento no pudieron imponer el llamado al “voto útil”, fue evidente que AMLO se fortaleció debido a que el proceso juvenil reimpulsó el sentimiento opositor en amplias franjas de la población, cuestión que capitalizó López Obrador, quien aparecía como la principal carta contra el regreso del PRI. Al mismo tiempo, la perspectiva del movimiento, aunque democrática y progresiva, tendía a confluir, como planteamos en los párrafos previos, con el programa lopezobradorista de democratización del régimen político.

Las acciones de protesta se convirtieron en una norma de los días previos a las elecciones, como el día 30/6, cuando alrededor de 50.000 personas marcharon con los ejidatarios de San Salvador Atenco en la cabecera de la movilización, preanunciando un tercer momento del #YoSoy132, al que luego nos referiremos.

1° de julio: el retorno de los dinosaurios

Las elecciones realizadas el 1/7 arrojaron, según los datos oficiales del Instituto Federal Electoral (IFE), que Peña Nieto, candidato de la coalición PRI-Partido Verde Ecologista de México (PVEM) obtuvo el 38,21% de los votos emitidos. AMLO, por su parte, habría recabado 31,59%, dejando en tercer lugar al PAN (25,41%); Gabriel Quadri fue incluso superado por los más de 1.200.000 de votos nulos.

Lejos de elecciones “transparentes” y de un “triunfo contundente e inobjetable” –como proclamaron el IFE, el PRI y los monopolios televisivos a las 8 pm, cuando aún no estaban los resultados del conteo rápido–, se mostraron los mecanismos fraudulentos para imponer la mejor carta para la defensa de los intereses de la burguesía y las transnacionales.
No fue el fraude tradicional del viejo PRI, pero fueron muchas las artimañas para lograr lo que el movimiento #YoSoy132 denunció como la imposición de EPN: violaciones a la ley electoral solapadas por el IFE, manipulación de las tendencias del voto, millonarias campañas ilegales contra los adversarios, compra de conciencias, condicionamiento de prerrogativas asistenciales, y un sobregasto del presupuesto de campaña. Todo esto aseguró cuando menos una diferencia “aceptable” en los votos recibidos, para brindarle legitimidad a EPN y asegurar su acceso a Los Pinos. Peña Nieto es considerado –por la burguesía y el imperialismo– como quien puede recomponer la crisis abierta por la “narcoguerra” y la inestabilidad generada en varias regiones del país. Por eso Obama se apresuró a felicitar a Peña Nieto, legitimando estas elecciones. Mencionemos también que EPN fue saludado por varios gobiernos “progresistas” latinoamericanos y por el presidente de Cuba, esto cuando AMLO todavía preparaba la impugnación de las elecciones y por ende no reconocía el triunfo de su adversario.

A través del proyectado recambio burgués, las elecciones aspiraban a mostrar que funcionaba la transición política (lo que llamamos la “transición pactada”), relegitimando de paso a las instituciones desprestigiadas con el fraude de 2006, particularmente al Instituto Federal Electoral. Bajo esa óptica, distintos intelectuales las presentaron desde la misma noche del 1/7 como un avance que permitía una nueva alternancia gubernamental.

Sin embargo, esto se vio empañado por el inicio de una nueva crisis política. La misma se desencadenó con las impugnaciones presentadas por AMLO y con las movilizaciones protagonizadas desde el 1/7 por el movimiento juvenil #YoSoy132 y distintas organizaciones sociales que denuncian un fraude electoral.

El regreso anunciado del “tricolor” y el ascenso del sol azteca

El 1/7 mostró un verdadero derrumbe del partido burgués de derecha que gobernó México durante 12 años, repudiado por amplios sectores populares y de las clases medias. Perdió en 29 de las 32 entidades federativas y se transformó en la tercera fuerza en el Congreso de la Unión.

En la abrumadora derrota de Josefina Vázquez Mota se expresó el hartazgo con el autoritarismo panista, que logró capitalizar el PRI de Peña Nieto. Los casi 20 millones de votos que el conteo oficial le acreditó, combinaron la oposición antigubernamental de muchos votantes con el peso del aparato priista y la extensión de los mecanismos coercitivos y fraudulentos con los que EPN –avalado por Televisa y otros grandes empresarios– quiso asegurar su triunfo. En la elección se vio un posicionamiento opositor al gobierno pero a la vez conservador, ya que se optó por el regreso del PRI y un “cambio seguro” (como proclamaba EPN en su campaña), en detrimento del candidato centroizquierdista.
El voto castigo encumbró una opción neoliberal corresponsable de la ofensiva antiobrera en los últimos sexenios y que anunció como su programa las llamadas “reformas de la segunda generación”. Regresa al gobierno la “carta fuerte” de la burguesía mexicana, en torno a la cual se organizó durante 70 años la “dictadura perfecta” que acalló a sangre y fuego el descontento en 1968, encabezó la ofensiva neoliberal de los años ’80 y orquestó –junto a Clinton, el PAN y el PRD– el magistral desvío del sentimiento democrático, surgido en 1988 y 1994, hacia la transición democrática del año 2000. Vuelve un PRI más conservador en su programa y aggiornado en sus formas para posar de “democrático”, donde la quintaesencia de su administración estará en avasallar los derechos y las condiciones de vida de los trabajadores el pueblo, así como en lograr una mayor subordinación al imperialismo.

Peña Nieto triunfó en la mayoría de los estados, recuperando gran parte del estratégico norte del país, perdido en 2006. Aunque sin mayoría absoluta en el Congreso, cuenta con el aval del Verde, el PANAL y con la alianza con el PAN en torno a las “reformas”, para lo cual deberá sortear el obstáculo que significan las impugnaciones interpuestas por este partido. Una cuestión clave es que relación establecerá EPN con los cárteles del narco: ¿llevará adelante una estrategia que combine confrontación y mayor negociación? La realidad es que la dominación burguesa requiere de un cambio en la “estrategia” de Calderón, que amenazaba volver “ingobernable” a México y que profundizó la descomposición del Estado en varias entidades y regiones. Si bien es verdad que para ello, el PRI cuenta con mayores cimientos institucionales y un “oficio” de negociar con los cárteles durante décadas, también es un hecho que el peso de aquellos creció, cobrando confianza para enfrentar al ejército, lo cual hará difícil el panorama para EPN.

En cuanto a la relación del priismo con las masas, una presidencia tricolor lidiará con las ilusiones de los sectores populares que votaron a EPN esperando mejorar sus condiciones. En ese sentido, las “reformas estructurales” pueden impulsar las primeras resistencias de la clase obrera y el pueblo, y desgastar prematuramente la figura presidencial. Junto a esto, aún desde antes de ser proclamado “presidente electo”, las movilizaciones contra la “imposición” y las impugnaciones presentadas en los tribunales, minan la fortaleza de su futuro gobierno.

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Bajo la candidatura de AMLO, el PRD revirtió el desgaste que acarreaba. López Obrador tejió alianzas con las distintas tribus y sectores del partido, como Marcelo Ebrard, el jefe de gobierno del Distrito Federal, el líder historico Cuauhtémoc Cárdenas, y el ala derecha de Jesús Zambrano y Jesús Ortega. Como ya planteamos, contó con el apoyo de los sindicatos opositores y bajo el proceso de politización abierto por el #YoSoy132, muchos jóvenes y trabajadores fueron a las urnas para votar por AMLO. Sin embargo, según los cómputos oficiales, esto no le alcanzó para ganar la presidencia.

Si es verdad que el resultado electoral se debió en gran medida al acarreo de votantes y la manipulación mediática, también fue expresión de una situación nacional signada por tendencias reaccionarias en el último año, que impulsó a sectores de la población a buscar un cambio “ordenado”. Esto fue también resultado de que, en los años previos, no se puso contra las cuerdas al PAN y su socio el PRI: cada lucha suscitada desde 2006 fue desaprovechada por las direcciones opositoras. Desde la movilización contra el fraude –contenida por el propio AMLO para no desestabilizar a las instituciones– hasta la lucha contra la extinción de LyFC, en la cual las direcciones sindicales evitaron la movilización y el paro nacional, que habría dejado en mejores condiciones a los trabajadores para frenar la entrega de los recursos energéticos. En un contexto desfavorable para las luchas obreras y populares durante los pasados dos años, el PRI encontró la fuerza para postularse como el nuevo administrador de los intereses capitalistas, y triunfar.

En este contexto, la coalición encabezada por López Obrador se convirtió en la segunda fuerza, ganando en varios estados del centro y sur del país. AMLO queda en muy buena posición en caso de que la crisis económica internacional y las contradicciones nacionales puedan empujar la reacción obrera y popular. En ese contexto, el PRD, aprovechando la relación tejida con los sindicatos opositores y la integración de los mismos a su campaña electoral, buscará llevar el descontento hacia las ilusiones en las instituciones de esta “democracia para ricos” y en un futuro triunfo electoral en 2015, política a la que querrán subordinar al movimiento obrero y la juventud.

Finalmente, no hay que dejar de lado los más de 1.200.000 votos nulos (en un país donde no es obligatorio ir a votar); la voluntad de anular el voto refleja que un sector de la población que no se sintió representado por ningún partido con registro, acudió a las urnas a expresar su rechazo a los cuatro candidatos.

Tensiones y nubarrones en el horizonte

Para considerar el escenario poselectoral, hay que tener en cuenta las contradicciones estructurales que arrastra el capitalismo mexicano.
Por una parte, emergieron con mayor fuerza las contradicciones de la “transición democrática”. En el año 2000 decíamos que el viejo priato era sustituido por un nuevo régimen de dominio, de carácter democrático burgués pero que mantenía muchos de los rasgos bonapartistas. El mismo implicaba un mayor protagonismo del Congreso y del juego interinstitucional, en el que la presidencia perdía cierto terreno frente a los gobernadores y por la misma alternancia del partido en el poder ejecutivo. ¿Qué transformaciones se han dado entonces en este régimen político? En primer lugar, durante el sexenio calderonista se reforzaron los rasgos bonapartistas del régimen político. Dichos rasgos permitieron que una presidencia cuestionada por movilizaciones durante el primer trienio 2006-2009, encontrase la fuerza para propinar duros golpes a los trabajadores –como torcerle el brazo al SME, considerado como el sindicato más combativo del país– y embarcarse en un proceso de militarización que se expresó brutalmente en gran parte del territorio nacional. La profundización de sus rasgos autoritarios se dio al calor de una descomposición social creciente, la cual es también resultado de la profunda desigualdad económico-social, expresada en el crecimiento del trabajo informal, la pobreza estructural y la pérdida de conquistas históricas por las masas trabajadoras ante las exigencias de la burguesía y la mayor ofensiva de los EE.UU.

El autoritarismo y la militarización se convirtieron en factores activos para desalentar la emergencia del descontento obrero y popular, cuestión que se hizo evidente durante los años 2010 y 2011, cuando cundieron los asesinatos a luchadores sociales y populares contra la militarización y los feminicidios.

El corolario de esta dinámica de degradación de la democracia burguesa mexicana fue la puesta en juego de los mecanismos fraudulentos en el reciente proceso electoral, que mostraron a los ojos de millones que la “alternancia democrática” no respeta siquiera las leyes y mecanismos en los que dice basarse.

En este contexto, un gobierno de EPN intentará reforzar las tendencias bonapartistas y autoritarias, a la par que deberá apoyarse en las instituciones de la “democracia plural” –como el Congreso de la Unión– para implementar su programa de gobierno y en particular en los pactos entre el PRI y el PAN. Este último, por su parte, se moverá en un complejo equilibrio entre aparecer como “oposición democrática” (como en sus recientes declaraciones frente a las “inequidades” electorales) y su acuerdo estratégico con el priismo.

La decadencia de la “alternancia democrática” mexicana y las tendencias bonapartistas que se recrean todo el tiempo pueden volverse una fuente de profundas contradicciones y propiciar mayor inestabilidad: la movilización por demandas democráticas –en lo inmediato la actual lucha contra la imposición de EPN– continuará siendo un motor fundamental en el enfrentamiento contra las instituciones y partidos patronales.

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Otro factor de contradicción estructural son los efectos de la crisis económica internacional y, en particular, el impacto que la misma pueda tener en EE.UU., con cuya estructura productiva y comercial México está imbricado por lazos de subordinación y dependencia, como se muestra –por ejemplo– en las elevadas cifras del intercambio comercial. Aunque en los últimos dos años la economía nacional se recuperó relativamente de la caída de 2009 –y eso ayudó a la relativa recuperación de EE.UU. vía las exportaciones a nuestro país–, nuevas turbulencias en la economía mundial afectarán a la producción y a las finanzas mexicanas. Ya en el último año se vio un fuerte proceso devaluatorio que afectó el poder adquisitivo de las grandes mayorías, y una dinámica de retracción e inestabilidad económica puede reducir aún más el consumo, afectando además por esa vía a las importaciones norteamericanas.

En esta situación, México no puede aspirar a los niveles de crecimiento macroeconómico que presumió el priista Zedillo durante 1997-2000, y ni siquiera la cierta estabilidad económica durante parte importante del foxismo. La crisis iniciada en 2008 tuvo, como sus mayores consecuencias, una profundización de la desigualdad, la pobreza y la pauperización del nivel de vida de las masas populares, mientras que se cierran cada vez más las posibilidades de acceso a la educación. La dinámica de la crisis internacional y sus efectos sobre el país, lejos de permitir un mejoramiento de esta situación, tenderán a agravar las condiciones de las mayorías populares. Incluso poderosos capitalistas como Carlos Slim tienen que dar cuenta, en sus declaraciones, de que hay un fuerte desempleo y una falta de oportunidades para los jóvenes.

Aunque no hay una relación mecánica entre crisis y acción de los explotados, los efectos de la crisis económica, en un contexto de politización y descontento con el nuevo gobierno, pueden acelerar los tiempos y ser un factor que catalice la irrupción de la lucha de clases, combinándose la lucha contra el autoritarismo del régimen político con el enfrentamiento al ataque a las condiciones de vida y de trabajo de las masas laboriosas.

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En ese contexto hay que analizar los acontecimientos más recientes. El triunfo del PRI no fue, hasta el cierre de este artículo, aceptado por López Obrador, quien impugnó legalmente el resultado y alegó la invalidez de los comicios, denunciando la compra de votos y la “inequidad” en la cobertura de los medios informativos, así como el rebase de los gastos de campaña por parte del candidato priista. El PAN también presentó recursos aunque no llamó a que se nulifique el resultado electoral. Los escándalos financieros involucraron a grupos empresariales como las tiendas de autoservicio Soriana y el grupo financiero MONEX, que habrían facilitado monederos electrónicos a los votantes priistas y servido para el lavado de dinero, y más recientemente el equipo de campaña de López Obrador denunció una magna operación de lavado de dinero con ramificaciones en distintos países y que involucra a importantes instituciones bancarias. La negativa de AMLO a aceptar su derrota, con 15 millones de votos que lo respaldan, dificulta el plan de relegitimación del régimen de la alternancia.

Sin embargo y a pesar de que es evidente que las instituciones judiciales y electorales legitimarán la elección, AMLO evitó –hasta el momento- llamar a movilizaciones similares a las que en 2006 enfrentaron el fraude que llevó a Calderón a la presidencia y que fueron el motor –junto a la lucha de Oaxaca– de una situación prerrevolucionaria.

Aunado a esta incipiente crisis política en “las alturas”, está la persistencia del descontento en sectores de la juventud y de las organizaciones obreras y populares, y la emergencia de un movimiento anti-EPN que no ha dejado de movilizarse. A partir del 1/7 se abrió un tercer momento del #YoSoy132, caracterizado por la tendencia a mantenerse y a la vez coordinarse con otros sectores populares.

En la actual coyuntura política actúa, en primer lugar, el #YoSoy132 con miles de estudiantes que participan en asambleas y movilizaciones. El mismo confluyó con organizaciones sindicales (como el SME y secciones de la CNTE) y movimientos políticos y populares (como los comuneros de Atenco y de Cherán). Durante el mes de julio se realizó el Encuentro Nacional Estudiantil y la Convención Nacional contra la Imposición, en el pueblo de San Salvador de Atenco, con la asistencia de más de 2000 delegados de organizaciones. Este movimiento juvenil y popular convocó a un extenso plan de acción para los próximos meses, y adoptó definiciones políticas que coinciden en cuestionar la validez de la elección pero que, en muchos casos, van más allá. Recientemente se realizó una “toma simbólica” de las instalaciones de Televisa, en la cual miles de manifestantes bloquearon por 24 horas los accesos a la televisora. A la par continúan realizándose movilizaciones con la afluencia espontánea de sectores de la población y actividades de protesta convocadas por AMLO y el PRD.

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Sin llegar –todavía– al cuestionamiento con que asumió Calderón en 2006, el regreso del PRI se dará en un contexto de movilizaciones y con el desconocimiento por parte de la fortalecida ala opositora del régimen político.

Esta combinación de incipiente crisis política en el régimen y descontento de sectores juveniles, populares y de trabajadores, abre un turbulento escenario para EPN.

En relación con esto, una discusión que se dio en instancias como la Convención Nacional es que las organizaciones afines a AMLO pretenden retrasar las acciones de movilización y subordinarlas a la “vía legal”. Esto pretende subordinar la movilización a la perspectiva burguesa antineoliberal de AMLO, lo cual en los años previos llevó a que el sindicalismo opositor no enfrente en las calles la ofensiva panista-priista.
Considerando las posibles perspectivas para el movimiento de masas, el elemento más novedoso es la emergencia del proceso juvenil que ya reseñamos, que supone un proceso profundo de politización. Aunque en estos momentos, amplios sectores de la juventud manifiestan una confianza en la dirección lopezobradorista, el desencanto con el proceso electoral e incluso con la tibieza del líder perredista, pueden empujar al surgimiento de alas y sectores más a izquierda, y –por qué no– a un proceso de radicalización juvenil en el mediano plazo. En lo inmediato, el #YoSoy132 es un actor social y político de oposición al futuro gobierno, que puede hacer que los meses hasta la transición gubernamental de diciembre se tiñan de acciones y movilizaciones contra la “imposición”.

En el caso del movimiento obrero, el actual proceso de politización, como la dureza del ataque que se viene, pueden empujar un reanimamiento de la movilización, particularmente en sindicatos que, como el magisterio, salieron a las calles en los meses previos o incluso en sectores obreros juveniles que padecen en carne propia los efectos de la crisis y la antidemocracia. La ubicación de las direcciones sindicales opositoras puede privilegiar la realización de movilizaciones de presión contra el gobierno saliente y el entrante, y en ese contexto es que hay que estar preparados para que surjan sectores combativos que cuestionen la política de dichas direcciones que buscarán frenar la radicalización. Una incógnita a despejarse en el próximo periodo es si veremos nuevos procesos en el socialmente fuerte proletariado industrial, tradicionalmente controlado por el PRI, y localizado en sectores que –como el petróleo– son objetivos del ataque priista.

Perspectivas para una organización revolucionaria en México

Como decimos arriba, en el contexto de un nuevo gobierno y de las contradicciones que planteamos previamente, estará planteada la posibilidad de una mayor irrupción de los trabajadores y la juventud.

Los socialistas de la LTS nos preparamos para ello, y levantamos una perspectiva política y programática para que la juventud en lucha confluya con el movimiento obrero y popular, profundizando lo iniciado en los Encuentros y Convenciones, avanzando en una Coordinadora Nacional de Lucha y en un plan de acción unitario. Apostamos a que, sobre la base de esa unidad obrera, estudiantil, juvenil y popular, el movimiento obrero se ponga al frente de la lucha contra el gobierno y las instituciones de esta “democracia para ricos”, con sus métodos de lucha –como el paro y la huelga general– e independencia de todos los partidos del Congreso, y con un pliego de demandas del conjunto de los sectores populares y la juventud en lucha.
Los efectos de la crisis capitalista y los ataques que se abaten sobre los trabajadores –como por ejemplo la Alianza por la Calidad Educativa en el magisterio, o la reforma laboral para el conjunto de la clase obrera– requiere de un programa obrero de emergencia, que suelde la unidad de las filas obreras, entre empleados y desempleados, entre trabajadores sindicalizados y los millones que no tienen ningún derecho sindical, y que apunte a que la crisis la paguen los capitalistas. Esto, como parte de un programa que enfrente la dominación y la expoliación imperialista, la brutal opresión y explotación de las transnacionales y terratenientes sobre millones de campesinos e indígenas pobres, así como contra la militarización, los feminicidios y la persecución a los luchadores sociales.

Los socialistas de la LTS impulsamos la Agrupación estudiantil y juvenil Contracorriente –conformada por militantes juveniles de la LTS y jóvenes sin militancia partidaria–, que es parte activa del #YoSoy132 y participa en las asambleas de muchas escuelas y facultades. Nos hicimos parte de la lucha por las demandas democráticas del movimiento contra la imposición, a la vez que propusimos un programa que, partiendo del correcto cuestionamiento a los monopolios de la comunicación, luche por la expropiación sin pago y bajo control de sus trabajadores de los medios de comunicación, empezando por Televisa y TV Azteca. Creemos que hoy, junto a mantener la democracia desde las bases y la independencia de los partidos patronales –postura que defendimos junto a muchos jóvenes al interior del #Yosoy132–, hay que poner en pie una juventud que no confíe en la trampa de que se puede democratizar esta “democracia para ricos”, garante de la explotación, la miseria y la militarización. Una juventud que vea como imprescindible unirse a la clase obrera y que abrace una perspectiva socialista y revolucionaria para transformar radicalmente y desde los cimientos este sistema de esclavitud asalariada y opresión.

Los socialistas de la LTS apoyamos activamente las demandas progresivas del #Yosoy132 y del movimiento contra la imposición de Peña Nieto, y opinamos que hay que radicalizarlas, levantando -por ejemplo- la lucha por “Abajo el IFE” y contra las instituciones de esta democracia para ricos, alertando contra toda confianza en que el Tribunal Electoral y el Poder Judicial vayan a resolver favorablemente las demandas del movimiento. Decimos que éstas sólo podrán imponerse mediante la movilización y la organización independiente. En ese sentido, bregamos por profundizar en el seno del #Yosoy132 el cuestionamiento de este régimen al servicio de los capitalistas.

Estamos convencidos de que, ante la antidemocracia, la opresión y la explotación, es necesaria una estrategia que luche por un gobierno de los trabajadores junto a los campesinos y el pueblo pobre, el cual ataque de raíz a los capitalistas y a la dominación imperialista, y que es la única vía para resolver las demandas de las grandes mayorías del campo y la ciudad.

Al mismo tiempo, ante el hecho de que esta perspectiva revolucionaria aún no es compartida por quienes luchan contra la “imposición”, y frente a las discusiones que se dan en las asambleas del #Yosoy132, los socialistas les proponemos luchar conjuntamente por una Asamblea Constituyente Libre y Soberana, basada en el desconocimiento del IFE, el TRIFE y la anulación de las elecciones, organizada en forma democrática, donde las organizaciones sindicales, sociales y de izquierda presentemos candidatos sin condicionamientos, con pleno acceso a los medios de comunicación y, donde los representantes sean electos bajo un único distrito nacional (por ejemplo 1 representante cada 20.000 habitantes).

En esta Asamblea los trabajadores, campesinos y clases medias empobrecidas podríamos discutir nuestras demandas, como las que levanta el #Yosoy132, la libertad de los presos políticos, la autonomía para los pueblos originarios, una reforma agraria radical en el campo y la efectiva independencia del imperialismo.

Es evidente que una Asamblea Constituyente de estas características no será convocada por las instituciones de este antidemocrático régimen. Para imponerla, será necesaria una gran movilización en las calles, con la más amplia organización democrática desde las bases, y donde la clase obrera y sus organizaciones se pongan al frente. Solo con una gran lucha podrá garantizarse el respeto a las demandas y la voluntad de las masas obreras, campesinas y populares. En ese camino, los trabajadores tendremos que poner en pie organismos amplios y democráticos, impulsar la preparación de una verdadera huelga general, como parte de una gran lucha contra los planes de hambre y miseria impuestos por la clase dominante y el imperialismo”.

* * *

En el actual momento de la lucha de clases, en el cual soplan vientos más favorables respecto a la situación reaccionaria que imperó después de la derrota del SME y de la intensificación de la militarización, se abre la posibilidad de que emerjan sectores de jóvenes que abracen las banderas de la revolución socialista, y que, junto a nuevos trabajadores con conciencia de clase, sean parte de la tarea de construir una organización revolucionaria en México, socialista e internacionalista. En esa perspectiva, desde la LTS pusimos todas nuestras fuerzas militantes, participando del movimiento juvenil, de mujeres y de los procesos de resistencia de los trabajadores (como es el caso del magisterio), a la vez que editamos una prensa quincenal y damos la batalla por las ideas del trotskismo, el marxismo revolucionario de nuestros días. Junto a esto, impulsamos una práctica internacionalista, y somos parte de la Fracción Trotskista-Cuarta Internacional (FT-CI), con presencia en países de América Latina y Europa, que lleva adelante una actividad constante para dotar de una estrategia para el triunfo de las luchas de la clase obrera y la juventud, y construir organizaciones marxistas revolucionarias.

De lo que se trata es de superar el ciclo de derrotas y frustraciones, resultado de que las luchas pasadas encontraron a su frente a direcciones reformistas, a las cuales se adaptaron las corrientes de “izquierda” stalinistas y populistas, y donde las organizaciones que se reclamaban del trotskismo fueron incapaces de ser una alternativa.

Para eso, hay que construir una fuerte y nueva organización socialista y revolucionaria en México, como parte de la tarea de reconstruir la IV Internacional. Ello significa poner bien altas las banderas del marxismo revolucionario de nuestros días, el trotskismo, recuperando el legado teorico y estratégico de Trotsky, junto a Lenin, Marx, Engels y Luxemburgo.
De lo que se trata es que, en estas tierras de Villa y de Zapata, donde el fundador del Ejército Rojo pasó su último exilio antes de ser asesinado por el stalinismo, y donde el despertar del México bronco y profundo en los albores del siglo XX motorizó la revolución campesina de 1910-1917, pongamos en pie una alternativa socialista internacionalista y marxista revolucionaria que pueda alistarse, desde hoy mismo, para las luchas por venir, y para preparar los futuros triunfos de la clase obrera y los sectores populares.

7 de agosto de 2012

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