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¿Hacia la partición de Ucrania?
por : Claudia Cinatti

20 Mar 2014 | La disputa entre las potencias imperialistas y Rusia por el definir el destino de Ucrania dio un nuevo salto con la anexión de Crimea y la ciudad de Sebastopol –base de la flota rusa del Mar Negro- a la Federación Rusa, luego de que un 97% de la población de esta estratégica península de mayoría ruso parlante, desde 1954 una república autónoma de (...)
¿Hacia la partición de Ucrania?

La disputa entre las potencias imperialistas y Rusia por el definir el destino de Ucrania dio un nuevo salto con la anexión de Crimea y la ciudad de Sebastopol –base de la flota rusa del Mar Negro- a la Federación Rusa, luego de que un 97% de la población de esta estratégica península de mayoría ruso parlante, desde 1954 una república autónoma de Ucrania, votara retornar a Rusia.

La “reunificación” de Crimea con Rusia es la primera jugada de Putin como respuesta al derrocamiento de Yanukovich y su reemplazo por un gobierno aliado de Estados Unidos y la UE. En la ceremonia de anexión realizada el 18 de marzo en el Kremlin, el presidente ruso usó un tono fuertemente nacionalista y comparó la situación de Crimea con la de Kosovo (reconocido por occidente como república independiente). Aclaró que no tiene intenciones de seguir avanzando sobre la región este de Ucrania, pero a la vez reiteró su compromiso de defender los derechos de los rusos que viven tanto en Ucrania como en otros países que formaban parte de la ex Unión Soviética, usando “medios diplomáticos, políticos y legales”, lo que fue leído como una amenaza de seguir escalando.

Estados Unidos y la UE también mostraron sus cartas: como era de esperar, condenaron la anexión de Crimea y aprobaron una serie de sanciones dirigidas principalmente a individuos –una lista de funcionarios, jefes militares y algunos oligarcas rusos y ucranianos- que no tocan el corazón de la economía de Rusia ni al círculo íntimo de Putin, reservándose la posibilidad de ampliar las medidas punitivas. Además, Estados Unidos trató de dar una señal de su poderío militar, reforzando la seguridad de Polonia y los países bálticos (Lituania, Estonia y Letonia) actualmente bajo la égida de la OTAN.

Esta escalada parece inscribirse aun en la lógica de una negociación in extremis.
Si bien la movida de Putin plantea un desafío a las potencias imperialistas al modificar por segunda vez las fronteras (ya lo había hecho en 2008 en Georgia con la independencia de Osetia del Sur y Abjasia), su intención no es declarar una guerra a las potencias occidentales, sino mejorar la relación de fuerzas para negociar.
Por su parte, ni Estados Unidos ni la UE están dispuestos a ir a una ruptura insalvable con Rusia, menos aun a un enfrentamiento militar. Pero incluso si se mantuviera en su dimensión actual, el conflicto en Ucrania ya ha puesto las relaciones entre Rusia y Occidente en su punto más bajo desde la disolución de la URSS y ha abierto una crisis internacional que potencialmente puede alterar las coordenadas del sistema internacional surgido tras la guerra fría. Si se percibe que las potencias occidentales y en particular Estados Unidos, no son capaces de imponerse y mantener el orden, otros actores, desde Corea del Norte o Irán hasta China podrían verse alentados a hacer avanzar sus intereses.

Límites

Hasta el momento, la crisis en Ucrania, ha puesto de relieve tanto los límites de las potencias occidentales para responder al desafío ruso como las debilidades del régimen de Putin para reasegurar a Rusia incluso su zona de influencia más cercana.
En el frente imperialista, tanto Estados Unidos como la Unión Europea coincidieron en imponer una primer ronda de sanciones limitadas, sin embargo, no se pudieron poner de acuerdo en una lista común de individuos alcanzados por estas medidas, dejando en evidencia las brechas abiertas por la divergencia de intereses.

A pesar de los roces entre Estados Unidos y Rusia (como el affaire Snowden) y la actitud más agresiva de Obama, la colaboración rusa es vital en los principales conflictos en los que aun está implicado el imperialismo norteamericano, como la ocupación de Afganistán, donde las tropas de ocupación dependen del uso del espacio aéreo ruso para su abastecimiento, o la posibilidad de mantener la expectativa de una salida negociada a la guerra civil en Siria.

En el caso de la UE, quedó expuesta su falla de origen para tener una política exterior común: como lo sintetiza el diario Le Monde, “la Europa del Sur tirando en un sentido (nada contra Rusia), la del Norte en otro (un bloque cerrado contra Putin) y en el medio, Alemania, Francia y Gran Bretaña incapaces de una elección clara”. A estas diferencias al interior del bloque se suma la dependencia energética de la UE con respecto a Rusia y su vulnerabilidad a medidas que pudieran afectar seriamente los lazos comerciales con Moscú y agravar las consecuencias de la crisis capitalista. La UE importa el 85% del petróleo y el 67% del gas natural que consume (un 30%, principalmente el que va a Europa Central y del Este proviene de Rusia). Uno de los países que más se vería afectado es Alemania, que tuvo un intercambio comercial con Rusia de 77.000 millones de euros durante 2013, donde exporta maquinaria, automóviles, productos químicos y otros bienes y donde las empresas alemanas tienen una inversión calculada en 20.000 millones de euros. Eso explica la posición de Merkel, tratando de hacer un equilibrio entre condenar la posición rusa y preservar estas posiciones económicas.

Por su parte, Putin arriesga a “ganar Crimea” –una posición relativamente segura dada la presencia de la principal flota militar rusa del Mar Negro- al precio de “perder Ucrania”, el país más importante en su frontera occidental y uno de los pilares de su estrategia geopolítica de recrear una esfera de influencia que amortigüe la ofensiva de Estados Unidos y la UE, frene el avance de la OTAN y garantice su estatus de potencia regional con cierta proyección para influir en conflictos internacionales de importancia estratégica. Un conflicto prolongado con occidente sería un golpe para su economía que está virtualmente estancada, con un crecimiento anémico de 1,3% durante 2013. En lo inmediato, la demagogia nacionalista por la anexión de Crimea lo fortaleció internamente, su popularidad ha trepado al 70% y retiene el apoyo de la la elite de oligarcas, pero esa situación podría revertirse, justamente con sus sanciones, a las que están expuestos los principales millonarios rusos que tienen sus bienes en el exterior, las potencias occidentales buscan minar la base interna de Putin.

Nacionalismos

Tanto las potencias occidentales como Putin están usando la carta nacional para hacer avanzar sus intereses, opuestos por el vértice a los trabajadores y los sectores populares rusos y ucranianos.

El gobierno pro occidental de Ucrania –una alianza entre neoliberales, partidos de extrema derecha y grupos neonazis- alienta al odio ancestral anti ruso fundado en la opresión histórica sufrida primero bajo el imperio zarista y luego bajo el estalinismo, para sus fines reaccionarios de aliarse las potencias imperialistas y pactar su sumisión al FMI y Bruselas a favor de los negocios de los oligarcas locales. Putin utiliza el nacionalismo y la identidad étnica rusa para establecer en Crimea una posición de fuerza en su relación con las potencias occidentales y reafirmar los intereses de los capitalistas rusos.

Mientras tanto, los trabajadores y los sectores populares, tanto en Rusia como en Ucrania, sufren condiciones de vida cada vez más degradadas, y van a ser quienes paguen los costos de la crisis capitalista. La integración a la Federación Rusa capitalista bajo el régimen de Putin y los oligarcas no significará un avance hacia la liberación de los trabajadores y sectores populares de Crimea. Aunque hoy parezca una perspectiva lejana, la única salida progresiva surgirá de la lucha unificada de la clase obrera contra sus explotadores locales y sus socios imperialistas en el camino de imponer un gobierno obrero y popular.

 

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