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¿Quién dijo que la Revolución Rusa no le interesa a nadie?
por : Comité de rédaction de Révolution Permanente

28 Nov 2013 | Un centenar de personas se han hecho parte ayer del segundo encuentro del ciclo “Esperanzas de las Revoluciones”, dedicado a lo que podría ser la mayor experiencia revolucionaria de la historia de la humanidad: la Revolución Rusa de 1917.
¿Quién dijo que la Revolución Rusa no le interesa a nadie?

Un centenar de personas se han hecho parte ayer del segundo encuentro del ciclo “Esperanzas de las Revoluciones”, dedicado a lo que podría ser la mayor experiencia revolucionaria de la historia de la humanidad: la Revolución Rusa de 1917. Nuevamente, trabajadores de distintos sectores, estudiantes de los liceos, algunos que se han acercado por curiosidad y por los volantes, otros con quienes compartimos experiencias de lucha. La intensidad del intercambio y el interés compartido en el redescubrimiento de aquellas jornadas que “sacudieron al mundo” desmiente definitivamente a todos aquellos que pensaron que la revolución rusa y la política de los bolcheviques han expirado o han devenido en algo poco interesante. Al contrario, las preguntas realizadas ayer eran planteadas con toda la agudeza de los problemas que existen nuevamente hoy, mientras el capitalismo está en crisis y la lucha de clases ha comenzado a tomar un giro más claro, en numerosos puntos del globo.

En su introducción, Guillaume Loic, miembro del comité de redacción de la revista Revolución Permanente y de la dirección del NPA, ha vuelto sobre los factores objetivos que caracterizaron a Rusia en vísperas de la revolución y que constituyeron la base sobre la que se pudo desarrollar: un país económicamente atrasado, comprometido en la guerra mundial bajo la tutela de los imperialismos francés y británico, y dirigido por una monarquía ya en proceso de putrefacción; un país donde la burguesía, de aparición tardía, está demasiado ligada a la propiedad financiera y a las potencias extranjeras como para jugar cualquier rol emancipador; por lo tanto, un país donde la mayoría campesina (75 % de la población) al igual que las minorías nacionales oprimidas (57 %) sólo pueden contar con sus propias luchas y con la alianza con el proletariado para tener, finalmente, acceso a la tierra y ponerle fin al yugo de la “Gran Rusia”; proletariado que, de todos modos, está excepcionalmente concentrado, principalmente en Petrogrado, y ha podido acumular una firme experiencia en la lucha de clases luego de la primer revolución -perdida- de 1905. Es este cuadro el que compone el desarrollo desigual y combinado de Rusia tal como Trotsky lo caracterizó y que continúa siendo hoy en día una clave esencial para comprender la dinámica de las revoluciones en los países periféricos.

“¡Ellos se atrevieron!”, como escribió Rosa Luxemburgo algunos meses después de la toma del poder por los soviets, bajo la dirección del partido bolchevique. Es que más allá de los factores objetivos, que muestran que la revolución no cae del cielo, hay una especificidad de la revolución rusa que demuestra su impacto: fue victoriosa. Todo el interés de la discusión de ayer fue para comprender aquello que ha permitido esa victoria, especialmente el rol jugado por el partido bolchevique, partido estratégico que supo favorecer la experiencia del proletariado y de las masas populares hasta la toma del poder. En otros tiempos y otros lugares de hecho, hemos visto a los explotados/as, los oprimidos/as, levantar la cabeza y pasar a la ofensiva con una energía comparable a la de los obreros/as, campesinos/as y soldados rusos, pero finalmente sufren derrotas. Nada se había ganado nada todavía en 1917 cuando, en febrero, una insurrección masiva y espontánea derroco al zarismo y dio el poder a la burguesía, sin conciencia clara de las tareas todavía por cumplir; cuando, en abril, en junio, en julio, las masas bajan de nuevo a las calles para exigir paz, tierra, pan, pero sin osar romper con el nuevo poder de conciliación de clases; o cuando, en agosto, el general Kornilov y la burguesía intentan un golpe de Estado para terminar con los soviets.

De pequeña organización debilitada por la guerra y la represión, el partido bolchevique se convirtió en pocos meses en mayoritario entre las masas y no solamente en el seno del proletariado urbano, pero ganando la apuesta del papel hegemónico que juegan en el proceso, es decir que se transforman en un motor y al mismo tiempo en portavoz del conjunto de las reivindicaciones populares y nacionales. El proletariado es el único que ofrece una solución a la miseria y a la guerra: la toma del poder y la edificación de una nueva sociedad sin explotación ni opresión, cuando el resto de los “socialistas” crean una infinita confusión para conservar la alianza que han establecido con la burguesía. Ganar la confianza de las masas populares, acelerar su experiencia, profundizar su conciencia sobre la situación: tal fue el eje de la política de los revolucionarios rusos, muy lejos de la caricatura que se hace a menudo de un partido que promueve el golpe de la fuerza minoritaria. ¡La insurrección de octubre de 1917, coronamiento de esta política, con el consentimiento prácticamente de la mayoría es realizado sin ninguna víctima!

“La burguesía reconoce que un Estado es fuerte solo cuando puede, utilizando todo el poder del aparato gubernamental, hacer ir a las masas como lo entienden los gobiernos burgueses. Nuestra comprensión de la fuerza es diferente. La fuerza del Estado, creemos, es la conciencia de las masas. El Estado es fuerte cuando las masas saben todo, pueden juzgar todo y hacer todo a sabiendas”. Esto decía Lenin en 1918. Es este nuevo Estado Soviético que examinará Daniela Cobet, también miembro de la dirección del NPA, complementando la introducción hecha por Guillaume. Nuevo poder que casi desde su nacimiento fue confrontado a la violencia extrema de los ex represores, burgueses y aristócratas ligados al seno mismo del ejército blanco y sostenido por no menos de catorce países imperialistas que invadieron la Rusia revolucionaria.

Ahí está, para aquellos que acusaron a los bolcheviques y a Lenin de ser “sanguinarios” y querían ver dentro de las decisiones del joven poder soviético durante la guerra civil el germen de la monstruosidad estalinista posterior. Pero los intentos de invisibilizar la revolución rusa se basan también sobre la asimilación de la experiencia de 1917, a la de guerra civil y a la fundación de la Tercera Internacional, a la segunda contra revolución, esta vez interna, que derruyó la experiencia soviética. Por lo tanto, qué podría ser más opuesto a la política de Lenin que Stalin, encarnando a una casta burocrática que va a liquidar el poder de los soviets y que, para mantener el Kremlin, ¡se deshará físicamente de la totalidad de la dirección del partido bolchevique!
No dejemos que nos roben la memoria, recuperémosla, revivámosla de manera crítica: aquí están los objetivos para comenzar a completar el debate de ayer, con la firme convicción que vendrán nuevas ocasiones para nuestra clase de “tomar el cielo por asalto”. Será útil, entonces, estar preparados, por el estudio de las experiencias del pasado y por la construcción de un partido que pueda asumir el rol que jugaron en 1917 los bolcheviques.

El próximo encuentro del ciclo, en quince días, el jueves 12 de diciembre, mismo lugar, mismo horario, tratará sobre el proceso revolucionario chileno, cuarenta años antes del golpe de Estado de Pinochet.
¡Hasta luego!

 

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