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A 40 años del golpe militar en Chile
por : Isabel Infanta

12 Sep 2013 | El 11 de septiembre de 1973, las Fuerzas Armadas chilenas comandadas por Augusto Pinochet bombardeaban el Palacio de la Moneda y tomaban por asalto las principales dependencias del poder estatal, así como las fábricas, barrios populares y centros de estudio.

Una gesta revolucionaria llena de lecciones estratégicas

El 11 de septiembre de 1973, las Fuerzas Armadas chilenas comandadas por Augusto Pinochet bombardeaban el Palacio de la Moneda y tomaban por asalto las principales dependencias del poder estatal, así como las fábricas, barrios populares y centros de estudio. Hizo falta este sangriento golpe, organizado por la patronal chilena junto a la embajada norteamericana y las Fuerzas Armadas, para cortar el proceso revolucionario más profundo dentro del gran ascenso obrero y popular de los 70 en el Cono Sur.

Un profundo auge obrero y popular

Las promesas del gobierno de la DC (partido de la Democracia Cristiana) en los años 60 de “chilenizar el cobre”, hacer una reforma agraria y resolver el problema de la vivienda no habían resuelto ninguno de estos problemas acuciantes. El descontento social se tradujo en un amplio y profundo ascenso obrero y de masas, con huelgas, paros y tomas de tierras en que avanzaron en su organización y experiencia, creciendo la idea de que para vencer a la patronal había que arrebatarle el poder político.

El ascenso nutre sobre todo a los dos grandes partidos tradicionales de la izquierda de Chile, el Partido Socialista (PS) y el Partido Comunista (PC). Si bien ambos se construyen entre los trabajadores, son organizaciones reformistas, enemigas de que la clase obrera avance hacia la toma del poder en sus propias manos. Es decir, que si bien organizan a la clase, no lo hacen para luchar consecuentemente por su independencia política, sino para subordinarla a acuerdos con la burguesía nacional, con un programa de reformas limitadas dentro del capitalismo que no amenace esos acuerdos.

La Unidad Popular y la “vía pacífica al socialismo”

Como principal expresión política distorsionada del gran ascenso de masas surge un frente popular, la Unidad Popular, coalición del PS (al que pertenece Salvador Allende) y el PC, con el pequeño Partido Radical, clásico representante de la burguesía liberal, entre otras organizaciones menores.
La mayor parte de las organizaciones de izquierda se encontraban dentro de la Unidad Popular. El MIR fue la principal organización de la izquierda que no lo hizo (ver aparte).
Si bien es presentado como la realización de una inédita revolución en democracia, su objetivo limitado era el robustecimiento de un Estado que maneje los recursos económicos estratégicos y fomente el desarrollo de un “capitalismo nacional” recuperando cierta autonomía frente al imperialismo norteamericano.
La negociación con los partidos patronales en el parlamento burgués, mayoritariamente democristiano, así como los acuerdos con el Alto Mando “institucionalista” de las FF.AA., respetando la constitución y las instituciones del estado burgués, encerró el proceso de cambio social en el corset de la democracia burguesa.

La estrategia llamada “vía pacífica al socialismo” suponía la utopía de que los ricos y empresarios renunciarían a su propiedad y sus privilegios y que las FFAA respetarían la “democracia”.

El gobierno de Salvador Allende

La UP gana las elecciones presidenciales de 1970, con un plan de medidas nacionalistas que incluía la nacionalización de las minas de cobre, hierro y salitre en manos de empresas imperialistas, algunos sectores industriales y grandes latifundios. El gobierno de Allende nacionalizó varias minas y fábricas, pero comprando acciones o indemnizando a los patrones nacionales e imperialistas, avanzó sólo parcialmente en el control estatal del comercio exterior, la nacionalización de la banca se limitó a la compra de acciones de bancos privados, la reforma agraria entregó tierras pero respetó a la burguesía agraria y así sucesivamente. Es decir, la UP aplicó medidas parciales que no resolvían los problemas democráticos estructurales: ruptura con el imperialismo, reforma agraria radical, etc., y no liquidaban el poder de la burguesía, aunque la irritaban y afectaban.

1972, un año clave

En este año, el proyecto de reformas limitadas y conciliación de clase de la UP comienza a hacer agua. Los empresarios alimentan la crisis económica con el sabotaje y el desabastecimiento. Surgen grupos fascistas como Patria y Libertad, que comienzan a hacer atentados, y sectores burgueses y militares se lanzan a conspirar abiertamente, arrastrando a sectores de la clase media. Paros patronales como el de los camioneros en octubre agudizan la crisis y muestran la ofensiva derechista, en medio de una enorme polarización social.

Pero por abajo, los trabajadores avanzan en un proceso de ocupación y toma de centenares de fábricas, y muchas comenzaron a funcionar bajo control obrero. Se organizaron comités de abastecimiento y también el campesinado y los pobladores sin techo ocupan tierras y se organizan.

Hacia mediados de 1972, los trabajadores de las distintas fábricas comenzaron a coordinar zonalmente sus luchas, superando a la dirección de la CUT, que se negaba a alentar la organización por abajo y a dar pasos audaces, como los que eran imprescindibles para encarar la crítica situación y enfrentar a la reacción.

Surgen así los Cordones Industriales, una forma de organización muy avanzada, embriones de poder obrero y popular, que permitía la unidad de acción de la clase obrera sobre la base de la deliberación y toma de decisiones democrática en las bases.

La coordinación entre decenas de fábricas y talleres también permitía resolver cuestiones relacionadas con la producción y distribución de insumos y productos surgidas del propio control obrero. Comenzaron a desarrollarse elementos de armamento obrero como forma de autodefensa.

El duro proceso de lucha por sus reivindicaciones, la experiencia con los límites del gobierno de la UP, junto a la fortaleza que brindaba la coordinación llevó a los trabajadores a exigir al gobierno el pase de las fábricas y talleres a la órbita estatal.

La clase obrera de Chile comenzaba a cuestionar la propiedad privada de los capitalistas, en sus asambleas se planteaba que para seguir avanzando había que darle jaque mate a los patrones, y sus organizaciones daban pasos en mostrarse como alternativa al poder del Estado burgués.

El avance de la clase obrera y el rol del PC y el PS

En estas discusiones, los trabajadores chocaban abiertamente con los dirigentes del PC, que actuaban como correa de transmisión y garante en el movimiento obrero de la estrategia de la UP. El PC, enemigo frontal de que los obreros avanzaran hacia la toma del poder en sus propias manos, defendía junto a la dirección del PS, la concepción reformista de una “revolución por etapas” que reemplazara primero el dominio del capital imperialista para que se desarrollara un capitalismo autóctono, y que recién en un futuro indeterminado la clase obrera podría avanzar en romper sus cadenas de explotación. Por eso su estrategia frentepopulista (de unidad con sectores burgueses) y la participación en un gobierno junto a partidos patronales sin plantearse romper con la república burguesa.

Para sostenerla, no dudaba de combatir a la vanguardia obrera junto con la burocracia sindical de la CUT, atacar junto con Allende a los Cordones Industriales, calumniar a otras corrientes de izquierda y embellecer a los militares.

Así justificaba el PC la devolución de empresas a sus viejos propietarios, el apoyo a la ley que permitía a los militares allanar fábricas en busca de armas, y el aval al nombramiento de Pinochet como Jefe del Ejército, en los umbrales de un golpe que ya se veía venir.

El miedo de la burguesía y la conspiración

El miedo de los patrones ante el empuje de las masas -cuyo avance revolucionario les significaba la posibilidad de perder sus fábricas, propiedades y privilegios- y la constatación de que el gobierno de Allende ya no era capaz de contenerlo, aceleraron los preparativos golpistas. Bajo la orientación de empresas imperialistas como la ITT y la abierta intervención de Washington, fueron deshaciéndose de algunos oficiales que se resistían a dar ese paso y reprimiendo brutalmente los intentos antigolpistas en la base, como el movimiento de los marinos en la flota. De esta manera fueron homogeneizando a las FF.AA. hacia el golpe.

Un primer intento, el “Tanquetazo” de junio de 1973, fracasó, pero Allende, el PS y el PC desoyeron la advertencia y llamaron a las masas a confiar en la solidez de la democracia chilena, en el profesionalismo de los militares. No solamente se negaron a armar a los trabajadores, que reclamaban abiertamente los elementos para enfrentar el golpe en ciernes, sino que impulsaron requisas en las fábricas para desarmarlos.

Desorientados y desmovilizados por sus propios partidos y por la CUT, los trabajadores no se prepararon, no contaron con una política para ganar a la base del ejército, ya que el PC y el PS no quieren irritar a los oficiales, ni para poner en pie milicias obreras y populares, generalizando y centralizando los elementos de armamento que habían comenzado a surgir. A pesar de algunos conatos de resistencia, el golpe del 11 de septiembre encuentra a la clase obrera y a las masas impotentes y desarmadas.

Algunas lecciones estratégicas

La profundidad y alcance del proceso revolucionario chileno nos deja a los revolucionarios importantísimas lecciones, que hay que actualizar a la luz de los nuevos fenómenos políticos y de lucha de clases que vienen surgiendo y surgirán en el marco de la crisis económica mundial que hoy tiene centro en los principales países imperialistas.

En primer lugar, los trabajadores debemos mantener total independencia política respecto a las organizaciones políticas de la burguesía. Los trabajadores encontrarán sus aliados naturales entre los sectores oprimidos por el capitalismo, como el campesinado arruinado, los pueblos originarios, los pobres urbanos, la juventud, etc. y su propia independencia política es la condición para poder agrupar y dirigir la alianza con los sectores populares.

En segundo lugar, la utopía de reformar el capitalismo de la mano de la burguesía nacional es un engaño que solo sirve a esta última, en la medida que desvía la energía de la clase obrera hacia intereses contrarios a los suyos, impidiendo resolver los grandes problemas democráticos, como la liberación nacional y la reforma agraria y urbana, y que la detención de la dinámica revolucionaria solo abre la puerta a la contrarrevolución.

En tercer lugar, la estrategia de la “vía pacífica hacia el socialismo”, por más romántica que sea, demostró ser una utopía reaccionaria, al desarmar de una política defensiva a los trabajadores ante el interés vital de la burguesía en la explotación de la clase obrera, lo que la llevó a cometer las mayores atrocidades contra el pueblo. Sólo la toma del poder por los trabajadores, en la lógica de la revolución permanente, puede asegurar la resolución íntegra y efectiva de los problemas nacionales y democráticos, y asegurar la derrota de la contrarrevolución interna.

En cuarto lugar, los Cordones Industriales demostraron la enorme potencia de la autoorganización democrática de las masas laboriosas, que en sus múltiples corrientes revolucionarias puede desarrollar un frente único capaz de jaquear el poder burgués y su Estado.

Finalmente, que la clase obrera necesita dotarse de una dirección política con una estrategia revolucionaria y un programa para vencer a la burguesía, no solo en el terreno nacional que permita desarrollar un gobierno de los trabajadores, sino en la arena internacional, que permita organizar la lucha del conjunto de la clase obrera para darle jaque mate al capitalismo y a la burguesía imperialista.


El MIR y el trotskismo

La mayor parte de las organizaciones de izquierda se encontraban dentro de la Unidad Popular.
El MIR fue la principal organización de la izquierda que no lo hizo. Esta corriente de vanguardia osciló entre el aliento a las masas y el apoyo a Allende, con una política de presión desde afuera. A pesar de su ascendencia sobre los sectores más radicalizados de la clase obrera, no era su estrategia la autoorganización obrera para desarrollar los Cordones Industriales y dotarlos de una política de autodefensa y armamento para enfrentar el golpe. Su estrategia guerrillera era sustitucionista de la clase obrera, reservando la preparación militar para su organización, el partido-ejército, y no las organizaciones de base.

El trotskismo, que había sido parte de la tradición obrera desde los años 30, siendo parte de la fundación de la CUT a inicios de los 50, etc., gira hacia la estrategia guerrillera bajo los encantos de la Revolución Cubana, y termina por fusionarse con sectores guevaristas, dando luz al MIR en 1969, liquidándose como alternativa programática y estratégica.

Frente al stalinismo del PC y sus variantes, es más importante que nunca poner en pie y refundar el trotskismo chileno, haciendo carne estas lecciones de los 70.
Esta es la lucha actual del PTR, partido hermano del PTS en Chile.


La experiencia del movimiento estudiantil con el PC de Camila Vallejo

El movimiento estudiantil chileno, que comenzó a luchar hace años por la gratuidad educativa, importante pilar del neoliberalismo chileno impuesto por Pinochet, ha avanzado hacia el cuestionamiento del legado neoliberal de Pinochet, que se continúa hasta hoy de la mano de los partidos patronales.

La rotunda negativa tanto del gobierno de Bachelet como del derechista Piñera a otorgar este derecho elemental a los hijos de los trabajadores, muestra el peso que tiene la burguesía ligada al negocio de la educación y el temor a que esa conquista envalentone y genere nuevas demandas.

La tenacidad de la “juventud sin miedo” que al calor de la lucha se ganó la simpatía de importantes sectores sociales, ha provocado una profunda crisis en los partidos tradicionales del régimen, tanto a los partidos de derecha, como el del presidente Piñera, Renovación Nacional, o al partido pinochetista por excelencia, la UDI, cuya crisis no encuentra piso, sino también a los partidos de la Concertación que gobernó Chile desde la salida de la dictadura, el PS, la DC y el PPD.

Los partidos de la Concertación encontraron en el PC un importante aliado para lavarse la cara y maquillarse de izquierda. La mismísima Camila Vallejos, principal figura pública del movimiento estudiantil en lucha, se encuentra en plena campaña electoral bajo el alero de la candidatura de Michelle Bachelet en esta nueva coalición denominada “Nueva Mayoría”.

Después de haber sido ninguneados a lo largo de los últimos 20 años de “democracia” concertacionista, el PC se ganó este papel gracias al rol jugado en la contención y desvío hacia la cueva parlamentaria de las energías que el movimiento estudiantil puso en las calles. Sin embargo, la probable diputación de Camila Vallejos le costó su desplazamiento de la cabeza del movimiento. Fue una elección acorde a su estrategia reformista, que se expresa a pequeña escala.
El movimiento estudiantil, sin embargo, persiste en las calles y lejos de ser derrotado, ha buscado incipientemente ligarse al movimiento obrero en lucha, como demostró en el último Paro General del 11 de julio. Este es un hecho de suma importancia.

 

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