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Aniversario de la fundación del Estado de Israel. 65 años de genocidio y opresión
por : Miguel Raider

15 May 2013 | A 65 años de la fundación del Estado de Israel y su contrapartida en la Nakba palestina, la realidad demuestra que en nuestra época las demandas democráticas de los pueblos oprimidos, como el derecho a la autodeterminación nacional, son irresolubles en los marcos del (...)

A 65 años de la fundación del Estado de Israel y su contrapartida en la Nakba palestina, la realidad demuestra que en nuestra época las demandas democráticas de los pueblos oprimidos, como el derecho a la autodeterminación nacional, son irresolubles en los marcos del capitalismo. Las consecuencias trágicas de la creación del Estado judío persisten en más de 5 millones de palestinos que viven en campos de refugiados sin derecho de retorno a sus tierras originarias, 1,6 millones concentrados en la Franja de Gaza, un gueto a cielo abierto bloqueado por aire, mar y tierra desde 2007. Otros 2,5 millones en Cisjordania que sufren la hostilidad de 500.000 colonos judíos armados hasta los dientes, en tanto 2 millones de “árabes israelíes” residentes en el estado judío son discriminados como ciudadanos de segunda categoría. Según los organismos de DD.HH. hay 4.804 presos palestinos, de los cuales 270 son pibes menores de 15 años y 21 son diputados electos de Fatah y Hamas. Desde 1967 más de 1 millón de palestinos dejaron su huella en las mazmorras israelíes.

Limpieza étnica

En 1898, Teodoro Herzl, el fundador del sionismo, señalaba en su libro El Estado judío que Palestina era “una tierra sin pueblo” destinada a “un pueblo sin tierra”, el leit motiv que alentaba la colonización judía en Medio Oriente. Pero esa región estaba habitada hacía siglos por una rica sociedad multiétnica, predominantemente árabe, que convivía pacíficamente con una minoría turcomana, armenia, griega, drusa, beduina, circasiana y judía. Después de la Primera Guerra Mundial, y tras el ocaso del Imperio Otomano, Inglaterra ocupó su lugar (repartiendo Medio Oriente con Francia en el acuerdo de Sykes-Picott) e instauró un régimen de protectorado con un ejército de 10.000 hombres para mantener a raya a los movimientos nacionalistas árabes. Con esa finalidad dio su visto bueno a la emigración de judíos ashkenazis que pusieron en pie las primeras colonias sionistas. En la huelga general de 1930 el ejército británico armó a los movimientos sionistas para reprimir las movilizaciones radicalizadas del movimiento nacional palestino. Fue un salto cualitativo para constituir la Haganá, la principal milicia terrorista que desde 1920 azotaba a los campesinos palestinos para apropiarse de sus tierras. Curiosamente, sus dos desprendimientos revelan el reverso más siniestro del sionismo. El Irgún fue la milicia creada por el influjo de Vladimir Jabotinsky, el “primer ciudadano fascista” reconocido por el mismo Mussolini, a pesar de las leyes raciales. El Leji, más conocida como la banda de Abraham Stern, se destacaba porque reclamaba “una alianza con los nazis para terminar con el imperialismo británico”. Evidentemente, todo el empeño de los sionistas era la “desarabización” de Palestina, dando la espalda a los judíos perseguidos por la bestia nazi. Por eso la llamada “Shoa” constituye una apropiación ilegítima del genocidio judío, usurpando la memoria de 6 millones de judíos asesinados.

Irónicamente, a fines de 1947 EE.UU. e Inglaterra, los mismos que se negaron a abrir sus fronteras a los judíos que buscaban refugio, junto a la burocracia stalinista de la URSS, llamaron a la partición de Palestina, otorgando el 52% del territorio a los judíos que formaban menos del 30% de la población. Las masas palestinas rechazaron masivamente el ultimatum. Pero la tensión terminó de romper los lazos de solidaridad entre árabes y judíos, y en mayo de 1948 abrió paso a las milicias sionistas con el Plan Dalet, un plan de limpieza étnica que arrasó 531 aldeas y 11 barrios urbanos, expulsando cerca de 1 millón de palestinos al exilio y confiscando todos sus bienes. Así, el genocidio palestino fue la base sobre la cual se edificó el Estado de Israel, un estado racista y colonialista desde su propia génesis, en expansión permanente y que hoy ocupa el 80% de la Palestina histórica.

La continuidad de 1948

En 1967, tras la Guerra de los Seis Días, la colonización pegó un nuevo salto. Las tropas israelíes ocuparon Jerusalén oriental, Cisjordania, Gaza, los Altos del Golán y la península del Sinaí (más tarde devuelta a Egipto a partir de los acuerdos de paz de Camp David). EE.UU. financió la colonización de Cisjordania enriqueciendo a la burguesía ashkenazí a partir de la explotación de la mano de obra barata palestina, desprovista de todo tipo de derechos.

Al no lograr doblegar la resistencia palestina, en 1993 EE.UU., el Estado de Israel y Yasser Arafat, líder histórico de Fatah y la OLP, promovieron los Acuerdos de Oslo, a partir de la propuesta de dos estados, un fraude que negaba las demandas democráticas más sentidas, como el derecho de retorno de los refugiados y el establecimiento de la ciudad capital en Jerusalén oriental. La cooptación de Fatah sobre la creación de la Autoridad Palestina, dio lugar al desarrollo de Hamas, el partido islámico que apareció en escena en 1987 durante la primera Intifada, financiado por el Estado de Israel para licuar el nacionalismo laico de Fatah, aunque más tarde enfrentó el colaboracionismo de la Autoridad Palestina ante el evidente fracaso de Oslo. Hoy Hamas administra los destinos de Gaza bajo el padrinazgo de las petromonarquías de Qatar y Arabia Saudita y la Hermandad Musulmana de Egipto, haciendo silencio sobre el reciente ataque israelí a Siria.

Los nuevos vientos de la Primavera Arabe y el creciente desprestigio del Estado sionista tras su derrota en la guerra de Líbano de 2006 abren una nueva situación para la lucha del pueblo palestino y sus reclamos históricos.

Responsable de 6 guerras regionales, cientos de operativos militares y miles de asesinatos selectivos, el Estado de Israel corrobora que es un estado gendarme en guerra permanente con los pueblos árabes, en función de los intereses del imperialismo y las burguesía árabes reaccionarias. Su vigencia es incompatible con el derecho de autodeterminación del pueblo palestino y las legítimas aspiraciones de paz entre árabes y judíos.

 

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