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Del "mayo español" a la "primavera" del Partido Popular
por : Media

23 May 2011 |

Adrián Sack
Para LA NACION

Lunes 23 de mayo de 2011 | Publicado en edición impresa.

La impactante derrota sufrida anoche por el presidente José Luis Rodríguez Zapatero a manos del Partido Popular (PP) volvió a despejar de toda duda o cuestionamiento la responsabilidad central de su gobierno en la crisis económica y social que no sólo produjo 5 millones de desocupados, sino que también colocó a España en el vagón de cola en el tren del desarrollo de la Unión Europea.

A pesar de que durante la semana las multitudinarias manifestaciones de los "indignados" coparon las calles de las principales ciudades españolas y dotaron de voz y enojo a representantes de los sectores más perjudicados por una economía que no cesó de deteriorarse en los últimos tres años, los contundentes resultados de anoche pusieron en blanco sobre negro una situación que, a pesar de su gravedad, no es tan compleja de entender como se creyó a partir del 15-M.

"Es el gobierno, no el sistema, el que falla", dijo Alberto Ruiz-Gallardón, el alcalde "popular" de Madrid, sobre el cierre de la campaña, en alusión a uno de los objetivos centrales de la protesta que tiene su cuartel central en Puerta del Sol y que pregona la abolición de la hegemonía bipartidista del PSOE y el PP como una de las grandes soluciones para los problemas de fondo de España.

La frase pasó casi inadvertida en el final de una campaña que fue copada por la movilización de cerca de 140.000 manifestantes en toda España. Pero hoy la sentencia del alcalde, que logró su reelección a pesar de los serios problemas presupuestarios que padece el principal municipio español, se transformó en la frase que mejor describe el desenlace, acaso inesperado, de una semana atípica que revolucionó al país más ante los ojos del mundo que en el interior de los castigados corazones y bolsillos de sus ciudadanos.

Y la explicación es más simple aún. El gobierno falló donde no tenía que fallar: negó la crisis en 2008, la minimizó en 2009 y aplicó brutales ajustes en 2010, con recortes de hasta el 7% de los salarios públicos y drásticas reformas del sistema laboral y previsional, efectivas pero tardías, incluidas.

El resultado, en 2011, no pudo ser menos predecible: recibió la censura continua de los mercados internos y externos, que dejaron el país al borde de la asistencia financiera y lejos de la pujanza que lo había caracterizado hasta el estallido de la burbuja inmobiliaria en 2007.

La estruendosa caída española, que excede el ranking que postergó a su economía del 8° al 13er puesto del ranking de desarrollo global, disparó la nostalgia de tiempos mejores y no tan lejanos en las charlas cotidianas.

En los bares, oficinas y esquinas, la posibilidad de recuperar el nivel de vida perdido hace apenas un puñado de años poco a poco se fue pareciendo más a una utopía, pero más alcanzable y, sobre todo, mucho más necesaria que la que plantea la reforma política o la abolición de la monarquía, que en los últimos días afloró en la Puerta del Sol.

Tarea titánica

Esa pequeña utopía, que fue votada masivamente ayer en la mayor parte del territorio español, hoy ya está en manos de Mariano Rajoy, el mismo líder opositor que hasta comienzos del año pasado no hacía pie en las encuestas como reemplazante de Zapatero y que sólo el hartazgo de la sociedad española y la vocación del gobierno socialista por embarrar la cancha electoral al no hacerse cargo de la crisis pudieron sacar a flote.

Pero la tarea que le tocará a Rajoy poco puede saber de festejos. Con la única salvedad de no tener otro obstáculo que él mismo para llegar a la Moncloa el año próximo, todas, para él, serán misiones lindantes con lo imposible. Deberá convencer a los españoles de que es el piloto de tormentas adecuado a pesar de su falta de carisma; tendrá que esperar otro año más de caída libre para España (Zapatero ya anunció que no renunciará) para pensar en asumir eventualmente el poder y hacerse cargo de una situación económica y social que es la más comprometida en los últimos 40 años. Y tendrá, además, que dar señales urgentes de mejoría en una economía que, según las previsiones oficiales, sufrirá un índice de desempleo superior al 17% -hoy tiene el 21,3%- hasta 2014.

Semejante perspectiva amenaza con acortar la "primavera del PP" que ayer comenzó a desplazar al "mayo español". Porque si algo dejó este movimiento que quizá pecó de romántico, pero que sin dudas fue la primera respuesta a una crisis gravísima que hasta la semana pasada no había sacado a la gente a las calles, fue un umbral más bajo de tolerancia hacia la corrupción de los partidos, especialmente el PP, sacudido por ese auténtico supermercado de escándalos conocido como el "caso Gürtel".

Y el aluvión de votos no implica que los bares, las oficinas y las esquinas se olviden fácilmente de esos graves errores. Tampoco transformó a Rajoy en el estadista modelo que salvará a España de la debacle. Porque la ciudadanía española dejó en claro aquello de que "lo que falla es el gobierno, y no el sistema", pero no por eso hace que el PP no falle ni haya fallado. Sólo que el gobierno falló mucho más.

 

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