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Fracaso militar de Israel
por : Juan Chingo

17 Aug 2006 |

El 14 de agosto el líder de Hezbollah, Hassan Nasrallah, dijo que esa milicia obtuvo una “victoria estratégica” en el conflicto con Israel. “Hemos salido victoriosos de una batalla, mientras que el enemigo se vio inmerso en errores”, dijo por al-Manar, canal de Hezbollah. Los diarios del mundo árabe consideran que este conflicto terminó con “el mito de la imbatibilidad de Israel”. “El final del mito” titula el diario liberal egipcio Al Wafd. También periódicos de los emiratos del Golfo Pérsico, como el kuwaití Al Qabas del 14/8 dice que Hezbollah “ha devuelto a los árabes su dignidad”. Al Quds al Arabi, periódico editado en Londres, escribe que “lo que ha pasado (...) será registrado en los libros de historia árabe como una victoria”. Aunque las declaraciones de Nasrallah y parte de la prensa burguesa árabe exageran, ya que no hubo una derrota militar de Israel y éste conserva intacta la mayor parte de su poderío bélico, expresan un hecho cierto y de carácter histórico: el primer fracaso militar de Israel desde su formación en 1948 y en las guerras sucesivas donde combatió. Este hecho ha moralizado a las masas árabes abriendo la posibilidad de una nueva situación en esta estratégica región donde las masas pasen a la ofensiva contra el Estado de Israel y sus propios gobiernos conservadores y pro-imperialistas. Ante esta realidad, la resolución 1701 de la ONU es verdaderamente “un salvavidas para el Estado sionista”. La resolución reaccionaria, aunque no puede diluir la derrota política y el fracaso militar de Israel, refuerza la presencia de tropas imperialistas y del ejército burgués del Líbano (cuestión a la que Hezbollah se venía negando y ahora fue aceptada, lo que es una capitulación política al gobierno pro-imperialista de Fouad Siniora, sobre todo cuando está profundamente debilitado) y otorga resguardos a Israel. Estos puntos van claramente en contra de los intereses de las masas libanesas y palestinas.

“Un salvavidas para el Estado sionista”

La resolución 1701 de la ONU aceptada por los gobiernos del Líbano e Israel es -como no puede ocultar el diario liberal israelí Haaretz- “un acuerdo redactado a toda prisa por los EE.UU para salvar a Israel de una humillante derrota”.

La resolución trata de lograr en el terreno diplomático lo que Israel no consiguió en el militar. Es un fraude claramente favorable al Estado sionista (ver recuadro).

Pero la pata floja de todo este proceso es su implementación, que descansa en buena medida en un gobierno del Líbano debilitado y un Hezbollah fortalecido, que ha declarado el 14/8 que el grupo no se desarmará por “intimidación o presión” (Nasrallah planteó retornar al “Diálogo Nacional”con los líderes de las principales facciones del país), alertando al ejército libanés que piense dos veces antes de desarmar a Hezbollah al sur del río Litani. Pero en lo que parece un inicio de acuerdo, el responsable político de Hezbollah en el sur del Líbano, Nabil Kauk, afirmó que su grupo facilitará el despliegue del ejército libanés en el sur pero advirtiendo que “continuará presente”. Este entendimiento aún parece poco sólido para facilitar la entrada de tropas imperialistas. Sobre el desarme de Hezbollah, el ministro francés de Asuntos Exteriores, Philippe Douste-Blazy dijo que este asunto “incumbe al Estado libanés” y recordó que el mandato de la FPNUL “no es imponer la paz sino ayudar al gobierno a desplegarse, contribuir al regreso de los desplazados y a la llegada de la ayuda humanitaria”.

Por su parte Israel, que mantiene la preponderancia de su fuerza, se niega a asumir las consecuencias de su fracaso militar y en el marco de que continúa su presencia en el sur del Líbano, puede reiniciar en cualquier momento las hostilidades. Esta es una perspectiva nada desdeñable sobre todo ante los enormes cuestionamientos al gobierno de Olmert, que podrían herirlo de muerte y reemplazarlo por un nuevo gobierno encabezado por Benjamín Netanyahu. Este fantasma alienta que Nasrallah se vaya amoldando a las exigencias del gobierno libanés en la medida que pueda mantener lo esencial de su armamento en sus bastiones al norte del Litani y en el valle del Bekaa. Sin embargo, cualquier incidente aún podría hacer colapsar este frágil cese de fuego.

El fin del mito de la invencibilidad del Estado de Israel

El resultado de la guerra del Líbano de 2006 es inédito para Israel. En todas las guerras que combatió -1948, 1956, 1967, 1973 y 1982- impuso su superioridad militar pese a que en algunas ocasiones no logró sus objetivos políticos (Yom Kippur-1973, Líbano-1982). Es la primera vez que el 6° ejército del mundo y potencia regional no puede derrotar a sus enemigos. Es un hecho histórico que, de sostenerse, abre las puertas a un trastrocamiento del orden regional en contra de los intereses del Estado sionista y de su “patrón” EE.UU.

El temor de Olmert a una nueva guerra de contrainsurgencia como la desgastante invasión del Líbano de 1982, terminó no sólo dándole la victoria política a Hezbollah sino que desde el punto de vista militar, pese a los golpes sufridos, pudo conservar su capacidad de resistencia como muestran los misiles caídos en el norte de Israel y la significativa cantidad de bajas de las Fuerzas de Defensa Israelíes el fin de semana previo al cese de hostilidades. Ante la opción de una guerra de desgaste que lo sometiera a cuantiosas bajas en la repetición de un nuevo “Vietnam” libanés, ampliado y multiplicado, que desgarrara a la sociedad israelí, radicalizara a las masas árabes y pusiera a las masas del mundo contra su “terrorismo de Estado”, y ante un margen diplomático y de legitimidad que se fue cerrando rápidamente después de masacres como la de Qana, el gobierno israelí prefirió un compromiso. Esta opción más económica desde el punto de vista de los costos que Israel estaba dispuesto a asumir para liberarse de Hezbollah, desde un punto de visto político y de percepción, plantea que el Estado de Israel ha sido incapaz de derrotar a Hezbollah en el campo de batalla. De mantenerse este resultado, se acaba con su imagen de “imbatibilidad”, elemento central en que se basa la sobrevivencia del Estado sionista y del orden regional reaccionario al servicio de EE.UU. La liquidación de esta enorme ventaja psicológica puede dejar sin sustento a la política de compromisos de las burguesías árabes con Israel, fundamento que yace detrás del reconocimiento diplomático de Egipto y Jordania al Estado sionista, cuyos gobiernos y políticas conciliadoras quedan totalmente mal parados.

Pero sobre todo la cuestión de que no es inevitable una derrota total árabe, eleva la moral de las masas de la región y pone sobre el tapete la posibilidad de que pasen a la ofensiva.

Las consecuencias de este planteo son tan grandes que es poco probable que Israel acepte sin responder el resultado provisorio de la actual batalla. En este sentido, el actual cese del fuego se parece a un armisticio entre dos guerras o tiene un carácter bastante provisional. Sin embargo, ni para EE.UU. (sin opciones a la vista ante el empantanamiento y crisis del nuevo gobierno en Irak) ni para Israel será fácil recuperar la iniciativa. Más aún, este último puede entrar en un verdadero atolladero político debido a las acusaciones contra sus dirigentes por la desastrosa conducción de la guerra, como ya muestra el pedido de renuncia del jefe de las FF.AA., Dan Halutz, impulsada por varios sectores.

En este marco, de debilidad conjunta de EE.UU. y su enclave sionista, el verdadero peligro contrarrevolucionario vendrá en lo inmediato de los “amigos” de la resistencia nacional libanesa y palestina: los regímenes de Siria e Irán. Estos querrán capitalizar el triunfo político de Hezbollah en función de los intereses de sus respectivas burguesías nacionales. El primero, para volver a recuperar influencia política y económica en el Líbano, recobrar los Altos del Golán y revertir su aislamiento diplomático con las potencias occidentales. El segundo, para consolidarse como potencia regional contra Egipto y Arabia Saudita.

Ya el 15/8 el ministro de Defensa de Israel, el “duro” Amir Peretz, planteó que “deberíamos crear las condiciones para un diálogo también con Siria”, aunque su posición no es hoy muy popular en ese país. Tampoco puede descartarse una apertura hacia el nuevo gobierno palestino encabezado por Hamas, que aparentemente habría llegado a un acuerdo para su conformación con el presidente conciliacionista de la Autoridad Nacional Palestina, Abbas, de forma de dejar esta causa histórica, que fue la mecha que encendió la guerra actual, lo más apagada posible y de ganar tiempo para derrotar a los grupos radicales, como aconsejan los sectores más lúcidos del imperialismo.

Debemos enfrentar toda maniobra sionista-imperialista y las políticas de los gobiernos burgueses de Irán y Siria -principales fuentes de aprovisionamiento y apoyo de Hezbollah- que no buscan liquidar la influencia imperialista en la región sino posicionarse como actores regionales más fuertes, al igual que Hezbollah dentro del estado semicolonial libanés y disputando el liderazgo de las masas de la región frente a variantes sunitas como Al Qaeda o Hamas, o seculares como Al Fatah.

Hoy más que nunca es necesario luchar por una dirección obrera revolucionaria para el conjunto las masas de la región, la única que puede aprovechar en forma progresiva el debilitamiento de los principales resortes del orden regional pro-norteamericano y sionista.


¿Qué plantea la resolución de la ONU?

 1 Cese del fuego mientras Israel sigue ocupando el sur del Líbano.

 2 Se detienen todas las operaciones de Hezbollah y solamente las acciones ofensivas de Israel, lo que le permite reanudar sus acciones militares bajo pretexto de “defensa”.
 3 Hezbollah debe retirarse de la franja que va desde la línea azul (frontera reconocida por la ONU entre el Líbano e Israel) hasta el sur del río Litani. En esa franja no debe haber armas ni fuerzas que no sean las del ejército libanés.

 4 Se refuerza el contingente de la ONU establecido desde 1978, con la presencia de 15.000 nuevos soldados encabezados por Francia, con el objetivo de cuidarle las espaldas a Israel. Estas tropas no están sometidas al capítulo 7 de la Carta de la ONU “que autoriza el uso de la fuerza” (como pedía Israel y era parte del primer texto presentado por Francia y EE.UU. y fue retirado por la presión del gobierno del Líbano, además de incorporar la exigencia del retiro simultáneo del ejército israelí y la entrada del libanés). Las tropas tienen derecho a usar la fuerza para asegurar que las áreas bajo su control no sean usadas para actividades hostiles y para, por ejemplo, defender a los civiles ante un inminente ataque. En otras palabras le otorga autoridad para moverse ante eventuales ataques misilísticos de Hezbollah.
No hay ningún compromiso serio con respecto a la devolución de las granjas de Sheeba, ni mención sobre los Altos del Golán; los 10.000 presos palestinos y libaneses en Israel ni los 2.500 millones de dólares necesarios para la reconstrucción.

 

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