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Perspectivas del proceso revolucionario en Egipto
26 Feb 2011 | La caída del odiado dictador Hosni Mubarak el pasado 11 de febrero, que gobernó el país con puño de hierro durante 30 años, es sin dudas una victoria para los trabajadores, jóvenes, desocupados y pobres que durante 18 días se movilizaron masivamente en las principales ciudades del país y ocuparon la plaza Tahrir del (...)

La caída revolucionaria de Mubarak

La caída del odiado dictador Hosni Mubarak el pasado 11 de febrero, que gobernó el país con puño de hierro durante 30 años, es sin dudas una victoria para los trabajadores, jóvenes, desocupados y pobres que durante 18 días se movilizaron masivamente en las principales ciudades del país y ocuparon la plaza Tahrir del Cairo.

Ni la represión policial y de las bandas fascistas de Mubarak que dejaron centenares de muertos y decenas de miles de heridos, ni las vanas promesas de apertura y democratización del dictador, fueron suficientes para aplacar el odio popular y desactivar las protestas motorizadas por demandas democráticas y estructurales profundas, entre ellas, la caída del régimen autocrático y proimperialista de Mubarak y sus colaboradores más cercanos como Omar Suleiman, el fin de la pobreza, la desocupación y la escandalosa desigualdad social.

Indudablemente el elemento clave que terminó precipitando la caída de Mubarak fue la intervención organizada de la clase obrera egipcia que con sus métodos de huelga, piquetes y ocupaciones le imprimió otra dinámica al proceso.

A partir del 8 de febrero, decenas de miles de trabajadores y trabajadoras del sector público y de industrias y servicios estratégicos salieron a la huelga en todo el país por el aumento de salarios, contra la precarización laboral y por el derecho a la organización sindical democrática. Los ferrocarriles, los hospitales, las comunicaciones telefónicas, la industria textil, los bancos y la Administración del Canal de Suez, entre otros, fueron completamente paralizados.

Contra el escepticismo alimentado durante décadas por los ideólogos e intelectuales al servicio del capitalismo, los trabajadores egipcios mostraron en una jornada el inmenso poder social de la clase obrera.

Ante la perspectiva cierta de que el proceso diera un salto con la consolidación de una alianza entre los trabajadores, los jóvenes, los desocupados y los pobres de las ciudades y el campo, el ejército, que se preservó como principal sostén del régimen asumiendo una supuesta neutralidad durante los 18 días de protesta, le quitó el apoyo a Mubarak y tomó el control del país con el objetivo de desmontar el proceso revolucionario y tratar de re-imponer el “orden” y la “normalidad”. El gobierno del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, encabezado por Hussein Tantawi el tercer hombre fuerte de la dictadura de Mubarak y el general de la fuerza aérea Ahmad Shafiq como primer ministro, disolvió el parlamento trucho de Mubarak y suspendió la constitución, aunque mantuvo en vigor el estado de emergencia que rige desde hace 30 años. Además nombró un consejo de juristas para reformar algunos artículos de la constitución de Mubarak.

Frente a la amenaza de la revolución y la debilidad de las variantes burguesas opositoras, la clase capitalista local, el imperialismo norteamericano y sus aliados, entre ellos el estado de Israel, negociaron que sea el ejército el que conduzca una “transición ordenada” para garantizar la continuidad esencial del régimen que protege sus intereses. No casualmente una de las primeras medidas de gobierno de la junta militar fue reafirmar los compromisos internacionales de Egipto, es decir, la paz con el estado de Israel y la colaboración del ejército para mantener sometido al pueblo palestino. Uno de los modelos que discute el gobierno de Obama para el Egipto pos Mubarak es Turquía, es decir, un estado con una alianza estratégica con Estados Unidos, donde el ejército sea el pilar central del régimen, en el que participen incluso partidos islamistas moderados –como la Hermandad Musulmana– comprometidos con mantener los intereses del estado y el imperialismo.

Los marxistas revolucionarios saludamos el importante triunfo de las masas egipcias que lograron derribar a uno de los aliados más confiables del imperialismo norteamericano en la región. Pero este es el inicio y no el final del proceso revolucionario: el ejército, la institución en la que reside el poder real, quedó intacto, lo que le permitió asumir el gobierno y plantearse como el artífice del surgimiento de un nuevo régimen burgués, expropiando así la victoria de la movilización popular. Por eso es necesario continuar la lucha por la caída de este gobierno, contra el imperialismo y por el conjunto de las demandas de los trabajadores y el pueblo.

Una nueva etapa

La caída de Mubarak como producto de la movilización obrera y popular y no de un golpe de estado reaccionario, abrió un período en el que la relación de fuerzas todavía está indeterminada, esto es, se ha puesto en marcha una “transición” pero no se puede definir aún el régimen que surgirá del proceso. El ejército asumió el poder y desde allí intentará restablecer el orden pero con la contradicción de que el apoyo que tiene entre las masas puede esfumarse si se ve obligado a recurrir a la represión abierta. Esto a su vez podría radicalizar el proceso y abrir una fractura en sus filas entre los soldados y la suboficialidad, que mostraron cierta simpatía con las movilizaciones, y el alto mando que es parte de la clase dominante del país, algo que hasta ahora han podido evitar.

Por otra parte, el amplio bloque social y político que llevó a la caída de la dictadura está mostrando sus divisiones y líneas de falla. Mayoritariamente, la clase media considera que ya ha logrado su objetivo central con la caída de Mubarak y mantiene presión sobre la junta militar para que lleve adelante la “transición” hacia un nuevo régimen con libertades políticas formales. La oposición burguesa, empezando por el ElBaradei y la Hermandad Musulmana, aceptaron que la junta militar permanezca en el gobierno, por seis meses o por el tiempo que sea necesario hasta poner en pie una variante burguesa creíble para presentar en las elecciones presidenciales, y empezaron a negociar su participación en el nuevo régimen. Esto no sorprende. ElBaradei es una de las alternativas que maneja el imperialismo para llevar adelante la “reacción democrática” y la Hermandad Musulmana, además de su ideología religiosa profundamente reaccionaria y de haber coexistido con el régimen de Mubarak a cambio de mantener un estatus semilegal, es una organización que defiende el orden económico establecido y cuenta en sus filas con miembros de la acaudalada elite local.

Pero lo más importante es que el triunfo conseguido alentó a los trabajadores a proseguir y extender la oleada de huelgas a todos los sectores de la economía del país, para conseguir sus propias reivindicaciones, que no son sólo económicas, sino que incluyen la expulsión de los administradores de las fábricas estatales nombrados por Mubarak, lo que los enfrenta con el gobierno y el ejército.

En uno de los primeros comunicados de gobierno, el ejército llamó explícitamente a levantar las huelgas planteando que “los egipcios nobles ven que estas huelgas, en este momento delicado, tienen efectos negativos como dañar la seguridad del país, lo que causa disrupción a todas las instituciones del estado”. El intento de la cúpula militar de prohibir el derecho de huelga y las reuniones sindicales se ha chocado con la oposición abierta de decenas de miles de trabajadores, que consideran con justa razón, que han conquistado ese derecho democrático con la caída de Mubarak. Incluso ha comenzado un proceso de organización de sindicatos independientes de la federación sindical oficial, aliada de Mubarak y el régimen.

La dinámica que tome esta tensión entre la clase obrera y los personeros de la “transición” puede tener una influencia decisiva en las futuras etapas del proceso, es decir, si se profundiza la tendencia a la huelga general y eso impulsa nuevamente a sectores de las masas a la lucha, o si el ejército, basándose en su prestigio, logra evitar la represión y gana a sectores significativos para su plan de “transición”. Parte de este plan es el pedido de salvataje económico internacional que lanzó la junta militar y las vanas promesas de un “plan Marshall” de Italia y otros países, también golpeados por la crisis económica.

El ejército y la oposición al servicio de la burguesía y el imperialismo

Desde el golpe de los Oficiales Libres de 1952 que puso fin al colonialismo británico y llevó al poder a G. Nasser, el ejército se ha transformado en la institución clave del régimen y el estado, además de acumular un importante poder económico. Según algunos analistas, entre un 10% y un 30% de la economía nacional estaría en control de las fuerzas armadas. Gran parte de estos privilegios fueron conseguidos con los programas privatizadores de Mubarak y el FMI, que permitieron la apropiación por parte del alto mando de empresas estatales y tierras quitadas a los campesinos.

Las masas todavía tienen ilusiones en que el ejército está de su lado, lo que impidió una mayor radicalización de la lucha y sigue siendo uno de los principales límites del proceso revolucionario. Estas ilusiones se explican por razones históricas -el pasado nacionalista burgués del ejército y su enfrentamiento con Israel en la guerra de Yom Kipur- y por la negativa del ejército a reprimir, salvo excepciones, durante la lucha contra Mubarak. Sin embargo, el ejército egipcio no sólo ha sido el principal sostén de Mubarak sino que recibe por año 1.500 millones de dólares de Estados Unidos para garantizar la estabilidad regional, la paz con el estadio sionista y el bloqueo a la Franja de Gaza, entre otras cosas.

Este mismo ejército es el que nombró el comité encargado de redactar la nueva constitución y ponerla a consideración en un referéndum, evitando la posibilidad de una asamblea constituyente soberana.

La experiencia con el gobierno militar que tiene como tarea crear condiciones estables al dominio burgués, para lo cual es imprescindible terminar con la agitación social, puede poner fin más temprano que tarde a estas ilusiones y dejar expuesto el verdadero rol del ejército y su carácter profundamente reaccionario y proimperialista.

Los trabajadores, los jóvenes y los sectores populares no pueden confiar su destino a la oposición burguesa a Mubarak. A pesar de su debilidad estructural después de 30 años de dictadura, está jugando el rol de cobertura civil del poder militar y se propone como candidato para el recambio en un eventual régimen democrático burgués. El mismo día de la caída de Mubarak, Mohamed ElBaradei declaró que “confiamos en el ejército y llamamos a todo el pueblo a darle una oportunidad de implementar lo que prometieron”. Mientras que para la Hermandad Musulmana “el principal objetivo de la revolución ya se logró”.

La política de “reacción democrática” alentada por el imperialismo para desviar el proceso es relativamente tardía y débil, no sólo por la crisis de la oposición oficial, sino también porque llega cuando ya se ha desarrollado la movilización obrera y popular. Sin embargo, si el proceso revolucionario no da un nuevo salto contra sus enemigos actuales, la burguesía y el imperialismo aprovecharán los meses de “transición” para transformar a alguna figura de la “oposición” en un candidato confiable que pueda jugar el rol de desvío.

Los motores profundos del proceso revolucionario egipcio

El proceso revolucionario en Egipto, como punto más alto de la oleada que recorre el Norte de África y alcanza a otros países árabes, puso en escena las aspiraciones profundas de las masas: terminar con la pobreza, el hambre, el desempleo y la desigualdad social, agravados por la crisis capitalista, y derribar a los regímenes dictatoriales y proimperialistas que con puño de hierro impusieron las privatizaciones y las políticas neoliberales, con la colaboración de una burocracia sindical adicta y un poderoso aparato represivo.

Egipto cuenta hoy con una de las tasas de desocupación más alta de la región, que alcanza al 24 %, mientras el salario mensual de un trabajador es de 75 dólares y son millones –más de un 50% de la población– aquellos que viven hacinados en las inmediaciones de las grandes ciudades, sobreviviendo con 2 dólares al día. Si bien estas condiciones se han configurado durante décadas de ofensiva neoliberal con sus privatizaciones y ajustes, en los últimos tres años, con el aumento de precios de la canasta básica, lo que se ha generalizado para las masas pobres y urbanas es el hambre. Fue justamente en el 2008 que los trabajadores y pobres urbanos de este país protagonizaron una de las llamadas “revueltas del hambre” con acciones obreras emblemáticas como la llamada “huelga del pan”. Por ser un país importador de alimentos, con la suba del precio de las materias primas como consecuencia de la crisis económica internacional, y de los límites de la política de subsidios estatales, el pan es casi inalcanzable para la mayor parte de la población, que ve con odio que mientras no puede garantizar necesidades básicas, Hosni Mubarak tiene una fortuna personal entre los 40 y 70 mil millones de dólares.

La lucha contra Mubarak tiene como antecedente la oleada de huelgas y protestas obreras y populares que con desigualdades, derrotas y algunas victorias se viene desarrollando desde 2004. El punto culminante de este ascenso fue la huelga de miles de trabajadores textiles en la ciudad de Al-Mahala, en abril de 2008. Ese proceso incluyó una movilización obrera y popular de casi medio millón de personas que terminó enfrentándose duramente con la policía y quemando retratos de Mubarak. En solidaridad con esa lucha obrera, se conformó la coalición 6 de abril, que ha jugado un rol en la dirección de las actuales movilizaciones.

Esto explica tanto la profundidad del proceso en curso como el rol que jugó la clase obrera como fuerza social fundamental en la caída de Mubarak, y el temor burgués de que las masas no se conformen con cambios democráticos formales y atenten contra las bases mismas del capitalismo decadente.

No a la trampa de la transición
Por una Asamblea Constituyente Revolucionaria
Por un gobierno obrero y popular

En las etapas iniciales del proceso revolucionario, las masas tiraron abajo al dictador Mubarak pero no lograron quebrar al ejército que es el sostén del estado burgués. A pesar del golpe recibido, el imperialismo y la clase dominante local están aprovechando las debilidades e ilusiones del movimiento de masas para ganar base social en los sectores medios más conservadores y recomponer su dominio. Los mismos jefes militares de la dictadura que durante décadas estuvieron al servicio de Mubarak y son hombres de confianza del imperialismo y el estado sionista de Israel, son los que asumieron el gobierno para dirigir una “transición” hacia un nuevo régimen burgués y para esto cuentan con la complicidad de las figuras de la “oposición” burguesa, incluida la Hermandad Musulmana.

Las masas egipcias no pueden permitir que estas fuerzas reaccionarias expropien su triunfo, conseguido al precio de 300 muertos y miles de heridos. No es suficiente que se haya ido el dictador. Es necesario continuar la lucha por lograr plenas libertades democráticas y de organización sindical y política, por la derogación inmediata de la ley de emergencia, la libertad a todos los presos políticos, el cierre de las cárceles especiales en el desierto donde los torturadores locales prestan sus servicios a la CIA. Por el juicio y castigo a los responsables de los crímenes de la dictadura, empezando por la junta militar que hoy está en el gobierno y la disolución del aparato represivo. Por el fin de la opresión a las mujeres y a las minorías discriminadas.

Ninguna confianza en el ejército. Es necesario quebrar la unidad entre los soldados y la suboficialidad con los mandos de las fuerzas armadas, que tienen los mismos intereses que las clases explotadoras y que reciben U$ 1500 millones anuales del imperialismo yanqui por sus servicios. Por plenos derechos políticos y democráticos para que los soldados puedan organizarse en contra de sus jefes.

Frente a las amenazas de represión y de cercenar el derecho de huelga es necesario la organización de piquetes y otros métodos de la autodefensa obrera y popular para defenderse de eventuales ataques de las fuerzas de seguridad o de bandas irregulares. La violencia organizada de la clase obrera será un elemento decisivo para la división del ejército y para ganar a los soldados para el bando revolucionario.

La clase obrera ha mostrado su enorme poder en las jornadas de huelga que terminaron de sellar la suerte de Mubarak y luego de su caída sigue en pie de lucha. Es la clase que tiene la fuerza social en alianza con los jóvenes desocupados, las capas bajas de las clases medias y los pobres del campo y la ciudad para derrotar la trampa de la transición y presentar una alternativa de poder. Es necesario preparar la huelga general política que una las reivindicaciones por el salario, contra la precarización y por la libre organización sindical y política con la lucha hasta terminar con el último vestigio del régimen proimperialista y opresor que pretenden sostener los militares herederos de Mubarak.

Sectores de la clase trabajadora han comenzado a formar sindicatos y federaciones independientes de la central sindical oficial, completamente adicta al régimen dictatorial. Apoyamos todos los intentos de las masas por conquistar organizaciones verdaderamente democráticas, ya sea echando a los burócratas sirvientes del régimen de los sindicatos, o formando sindicatos nuevos, que funcionen en base a la democracia obrera, para pelear por sus propias reivindicaciones.

La junta militar, la burguesía y el imperialismo quieren evitar por todos los medios la libre discusión obrera y popular en torno al futuro del país, porque temen que en ese proceso, los trabajadores y el pueblo egipcio terminen sacando la conclusión de que para realizar sus demandas hay que destruir el estado capitalista. Su plan es hacer una reforma limitada de la constitución y someterla a un referéndum, y luego organizar las elecciones. Pero esas son sólo concesiones miserables para desviar el proceso con algunas reformas mínimas formales.

Contra esta trampa, la única salida verdaderamente democrática es luchar por una Asamblea Constituyente Revolucionaria que reorganice la sociedad y el país desde sus cimientos, en la que los representantes libremente electos puedan debatir y decidir sobre los grandes problemas, como la ruptura con el imperialismo y con el estado de Israel, la expropiación de las grandes transnacionales y de los terratenientes, la nacionalización de los principales recursos económicos, la entrega de la tierra a los campesinos pobres, la resolución de demandas de los pobres urbanos, el fin del desempleo y las desigualdades sociales, la lucha contra la opresión a la mujer, entre otras grandes cuestiones nacionales. De ninguna manera una asamblea de este tipo podrá ser convocada por la actual junta militar de gobierno formada por personeros del régimen de Mubarak (u otros gobiernos del mismo tipo), que trata de negar todo derecho a decidir a quienes voltearon al dictador usurpando la victoria de las masas para mantener lo esencial del anterior estado de cosas, es decir, la subordinación a los yankys e Israel y el dominio de los terratenientes y capitalistas a los que beneficiaba el viejo régimen. Por eso tiene que ser impuesta por la lucha, en el curso de la cual se desarrollarán las organizaciones obreras y populares capaces de conformar un gobierno provisional y convocarla.

Ninguna de las demandas estructurales del movimiento de masas encontrará respuesta en los límites del estado burgués y el decadente sistema capitalista semicolonial de Egipto basado en la explotación y opresión de los trabajadores y el pueblo y la subordinación a los dictados imperialistas. Hay que desarrollar el proceso revolucionario abierto. Los trabajadores que exigen que se vayan los administradores de las empresas públicas nombrados por Mubarak que siguen en funciones, tienen que ocupar las empresas e imponer la administración obrera directa. Es necesario ampliar la organización obrera no sólo en nuevos sindicatos democráticos sino en comités de fábrica que agrupen a todos los trabajadores, junto con la conformación de organismos que funcionen con delegados electos en las fábricas y establecimientos, los barrios populares y los lugares de estudio. Estos organismos no sólo fortalecerían la unidad en la acción de los trabajadores y masas movilizadas, sino que podrían transformarse en el embrión de un verdadero doble poder que destruya el estado burgués e instaure un gobierno obrero y popular basado en órganos de democracia obrera, que expropie a los capitalistas, nacionalice los principales medios de producción y siente las bases para iniciar la construcción del socialismo. Para llevar adelante esta perspectiva es necesario que la clase obrera egipcia se dote de una organización revolucionaria que tenga como estrategia la derrota de la burguesía y el imperialismo. Esta organización debe ponerse en la perspectiva de la reconstrucción de un partido mundial de la revolución socialista, la IV Internacional y sus secciones nacionales, que pueda llevar al triunfo los procesos revolucionarios que se abren hoy en diversos países.

Con la caída de Mubarak, Estados Unidos ha perdido un aliado fundamental para mantener su esquema de dominio regional. Aunque el ejército ha garantizado la continuidad de la política exterior de Egipto, es decir, respetar los acuerdos de paz firmados con el estado de Israel y conservar su rol en el ahogo de las masas palestinas, se ha abierto un período de gran inestabilidad e incertidumbre que también está poniendo nerviosos a los gobiernos de las potencias imperialistas europeas, a los reaccionarios regímenes árabes, desde la monarquía saudita hasta la Autoridad Nacional Palestina, y al primer ministro ultraderechista israelí Benjamin Netanyahu. De ahí la desesperación de Obama y compañía por encontrar una salida reaccionaria que logre desviar el proceso. Por la ruptura ya de la relación estratégica con Estados Unidos y el estado de Israel y de todos los pactos y acuerdos que someten al país a las distintas potencias imperialistas.

El proceso revolucionario en Egipto es la primera respuesta contundente de los trabajadores y las masas populares a la crisis capitalista internacional, y el punto más avanzado de un proceso que comenzó con el levantamiento en Túnez que terminó con la dictadura de Ben Ali, y se ha extendido como reguero de pólvora por todo el norte de África y otros países árabes. Millones han salido a las calles de Jordania, Argelia, Yemen, Bahrein y Libia, a enfrentar a sus propias dictaduras o regímenes corruptos y proimperialistas. La lucha del pueblo egipcio no sólo es un ejemplo para todos los pueblos oprimidos de la región y el mundo entero, sino que es un enorme impulso a la lucha por expulsar al imperialismo de Medio Oriente y terminar con la opresión que ejerce el estado sionista sobre el pueblo palestino, empezando por poner fin al escandaloso bloqueo que el ejército egipcio mantiene sobre la franja de Gaza. El triunfo de una revolución obrera en Egipto sería así el primer paso de la revolución socialista en el Magreb y en el conjunto de los países del mundo árabe y musulmán, además de ser una gran fuente de inspiración que podría abrir una nueva etapa de la lucha de clases internacional.

Fracción Trotskista-Cuarta Internacional
18 de febrero de 2011

 

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