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Lo que las vuvuzelas no pueden tapar
por : Daniel Satur

18 Jun 2010 | La adrenalina que genera cada nuevo pitazo inicial no puede ocultar que mientras muchos gozan y sufren mirando un partido unos pocos se enriquecen a costa de la sangre y el sudor de pueblos enteros. “Salvar al futbol” también implica luchar por una sociedad donde no haya un solo ser humano privado del disfrute, el juego y la (...)

Los mundiales (como los juegos olímpicos) son una buena ocasión para que los países anfitriones se metan en el “concierto” internacional ocultando los profundos conflictos que se viven sus propias sociedades. Desde la Alemania hitleriana de los juegos del ’34 hasta la Alemania unificada del Mundial 2006, pasando por la Argentina del ’78 llena de gorros, banderas, binchas, torturas y desapariciones.

Cuando se planifica un Mundial la FIFA entabla una relación de igual a igual con los gobiernos encargados de la organización. El toma y daca implica que el país organizador sea el centro de la escena durante un mes, recibiendo miles de turistas y millones de dólares; a cambio, se encargará de guardar bajo la alfombra el cúmulo de contradicciones sociales, pobreza y hambre. Sudáfrica no iba a ser la excepción. Por eso, inconcientemente, las ensordecedoras vuvuzelas parecen querer tapar un grito desgarrador.

Esto es Sudáfrica

A mediados de los ’90, el fin del Apartheid fue celebrado en todo el mundo. Hoy Sudáfrica es la potencia regional del “continente negro” e integra el G-20. Pero estos datos poco le significan a los millones de hambrientos que viven a metros nomás de los estadios de la copa 2010. Muchas de las condiciones estructurales de aquel sistema opresor y racista, hoy están vigentes.

Sudáfrica está en el top ten de países con mayor desigualdad. La mayoría de los ricos son blancos y la mayoría de los pobres son negros. Cuatro de cada diez sudafricanos viven con 2 dólares diarios. El 20% más rico se reparte el 60% de los ingresos del país. La desocupación es del 25%, pero llega al 70% en el caso de los jóvenes negros.

Y la ironía se vuelve tragedia cuando la “integración” política de los negros es acompañada con una esperanza de vida cada vez menor. En 1990 el promedio era de 62 años. Hoy es de 49.

Un mundo de plata

Los fabricantes de vuvuzelas lograron que la FIFA permita el uso de las cornetas en los estadios, a pesar de las quejas de muchos jugadores que las sufren en cada partido.

Pero el negocio va más allá del merchandising y el cotillón. El Estado sudafricano gastó U$S4.200 millones en el armado de “la fiesta”. Parte de ello se usó para construir los estadios, que pasaron a ser manejados directamente por empresas privadas ligadas al gobierno. Pero los habitantes de Ciudad del Cabo, Nelspruit o Durban no sólo jamás podrán pagar una entrada para ver fútbol, sino que ni siquiera fueron aceptados como albañiles. El gobierno había prometido contratarlos, pero llevó obreros precarios de otras zonas y hasta reprimió las protestas que generó. Varias ONG’s denunciaron que al menos 10 personas fueron asesinadas por protestar y denunciar irregularidades en la organización del mundial.

Además de los negocios “inmobiliarios”, el gobierno implementó un nuevo “apartheid”, expulsando a miles de pobladores “sin techo” hacia las zonas marginales de las ciudades sudafricanas. Si hay miseria y miserables, que no se noten.

Juego bonito

Blatter y compañía se hospedan en el Mandela Square, pagando U$S1.000 la noche. Pero no duermen tan tranquilos. El año pasado los obreros que construían los estadios paralizaron las obras hasta lograr una suba de sus magros salarios. Para este jueves los electricistas de la compañía estatal Eskom amenazaron con parar 24 horas en reclamo de aumento salarial. La huelga se levantó “a tiempo” y no entorpeció los partidos de la jornada, pero nada descarta que se concrete en los próximos días.

El fútbol es el juego colectivo más popular y apasionante. Por eso en cada mundial renacen emociones, expectativas y sueños. Para muchos al poco tiempo deviene la frustración. Pero todo eso, como el futbol mismo, es momentáneo y fugaz.

La adrenalina que genera cada nuevo pitazo inicial no puede ocultar que mientras muchos gozan y sufren mirando un partido unos pocos se enriquecen a costa de la sangre y el sudor de pueblos enteros. “Salvar al futbol” también implica luchar por una sociedad donde no haya un solo ser humano privado del disfrute, el juego y la emoción.

 

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