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Mitos y realidades de la China actual
por : Juan Chingo

01 Aug 2005 |

El extraordinario crecimiento sostenido de la economía china por más de dos décadas es, sin lugar a dudas, una de las grandes transformaciones de la economía y de la política internacional. Su desarrollo económico, utilizando como “ventaja comparativa” enormes reservas de mano de obra barata, la ha convertido en el centro por excelencia de la producción manufacturera a nivel mundial, siendo considerada el “taller del mundo” , como se denominaba a Inglaterra después de la Revolución Industrial. En 2003, estos logros y el espectacular despegue de sus importaciones, que crecieron a lo largo del año el 40%, la convirtieron en uno de los dos motores de la recuperación de la economía mundial marcando decididamente la emergencia de China como un actor a tener en cuenta en el escenario internacional.

Tales resultados dieron lugar a todo tipo de especulaciones y pronósticos sobre el futuro. Los más optimistas la ubican como la futura potencia hegemónica del siglo XXI basados en que su desarrollo económico y enorme población, le permitirían repetir una irrupción igual de extraordinaria que la de Estados Unidos hacia mediados del siglo XIX. Otros arriesgan que China puede convertirse en el nuevo “El Dorado” de la economía mundial capitalista, abriendo para ella un nuevo auge expansivo.

En esta nota vamos a discutir estas perspectivas demostrando cómo el actual “milagro chino” no contradice la tesis marxista sobre la imposibilidad de las economías dependientes de transformarse en nuevas potencias capitalistas competidoras en una economía mundial dominada por los grandes países imperialistas y sus transnacionales. Aunque no puede descartarse la potencialidad de China para actuar como pulmón de una nueva división del trabajo de la economía mundial, este proceso se halla todavía en sus estadios iniciales y está sometido a enormes desafíos tanto externos como internos que hacen de la posibilidad de fuertes convulsiones y estallidos una alternativa altamente plausible. En otras palabras, la complejidad de sus problemas sociales y económicos y la resistencia al cambio político pueden desviar su curso ascendente y dar lugar a una China totalmente distinta a la que conoció Occidente en las últimas décadas, que vuelva al patrón de inestabilidad que conoció ese país durante la mayor parte del siglo XX.

CAPÍTULO I

Las ventajas del atraso

El desarrollo de China sólo puede entenderse si se toma en cuenta que es tanto una economía atrasada, que comparte toda una serie de problemas similares a los de muchos de los países semicoloniales de América Latina, como una economía en transición desde una planificación burocrática al capitalismo, proceso similar al de todos los ex estados obreros deformados y degenerados. Es esta combinación de procesos lo que hace a China, además de su población de 1300 millones de personas y su vasto territorio, un caso excepcional en los procesos de restauración capitalista que han sacudido a los llamados ex países comunistas.

Tenemos acá una paradoja: en el marco del retroceso histórico representado por la restauración capitalista, la economía china se ha beneficiado -contradictoriamente- de las “ventajas del atraso” que le permitieron un importante desarrollo, aunque desigual y dependiente, a diferencia de Rusia y los países de Europa del Este donde, desde el vamos, la vuelta atrás desde un modo de producción superior sólo ha significado la más brutal destrucción de fuerzas productivas y un enorme retroceso económico, social y cultural. No es que este último proceso no se de en China, sino que es ocultado y compensado en términos globales o mejor aún contrarrestado momentáneamente por el fenomenal proceso de industrialización. Esto es lo que dice el economista chino Fan Gang: “En realidad, la excepcional naturaleza del caso chino -la imbricación de los problemas económicos de un país en desarrollo y de un país transicional- es a la vez la fuente de sus dificultades, pero también la razón por la que China es capaz de llevar adelante sus reformas constantemente y mantener el crecimiento. Las economías de Rusia y Europa del Este eran altamente industrializadas y altamente nacionalizadas cuando las reformas comenzaron, más del 90% de su población eran trabajadores en empresas de propiedad estatal y el 100% de ellos disfrutaba de beneficios sociales. En China al inicio de las reformas, 80% de la población trabajaba en la agricultura. Era básicamente una sociedad agrícola en aquel tiempo, con un producto bruto interno per cápita de sólo 100 dólares estadounidenses. Menos del 20% del pueblo gozaba de beneficios sociales... En tanto y cuanto China no era una economía altamente industrializada o nacionalizada, fue mucho más fácil de proceder con las reformas y brindar un crecimiento en los ingresos y en la economía de conjunto, reestructurar mientras se desarrollaba” [1].

Logros económicos fenomenales...

Desde que inició sus reformas en 1978 el progreso de la economía china ha sido extraordinario. En los pasados 25 años su producto bruto interno se ha expandido un 9% anual, el crecimiento de su comercio exterior ha crecido un 15% anual y el superávit comercial con los Estados Unidos es ahora dos veces el de Japón. Todo esto es una muestra de la mayor integración de la economía china a la economía mundial, siendo hoy día la sexta economía del mundo con un PBN de 1,4 billones de dólares. Una muestra de esto ha sido que en 2002, Shennzhen superó a Rotterdam y Los Angeles, convirtiéndose en el sexto puerto del mundo.

El excepcional desarrollo industrial ha llevado a muchos analistas a denominarla el “nuevo taller del mundo”. Así, el Financial Times sostiene: “Hoy, las ciudades florecientes del delta del río Pearl en China se han convertido en el nuevo taller del mundo. Shunde se llama a sí misma la capital del horno de microondas, con 40% de la producción global que se realiza en sólo una de sus fábricas gigantes. Shenzhen, la zona económica especial, dice fabricar el 70% de las fotocopiadoras mundiales y el 80% de los árboles artificiales de Navidad. Dongguan tiene 80.000 personas trabajando en sólo una fábrica haciendo zapatos para los adolescentes del mundo. Zhongshan es el hogar de la industria de electricidad mundial. Zhuhai, hasta hace poco una ciudad costera rodeada de campos de arrozales, está ganándole tierra al océano para hacer más espacio para fábricas que ya dominan la cadena global de cualquier cosa desde consolas de computadoras de juego a clubes de golf ” [2].

Y más adelante el mismo artículo agrega: “El delta del río Pearl -un área del tamaño de Bélgica que bordea el interior de Hong Kong a través de una serie apretada de islas- produce 10.000 millones de dólares de exportaciones y atrae mil millones de inversión extranjera al mes. Ya 30 millones de personas trabajan aquí en la manufactura, todos los días miles más se bajan de los trenes desde tierras más al norte. Así como Friedrich Engels escribió que ’el arte moderno de la manufactura alcanzaba su perfección en Manchester’ en 1845, también las multinacionales del mundo están llevando sus técnicas avanzadas de producción para sacar ventaja de la fuerza de trabajo barata y bajos costos en el último gran estado comunista del mundo. Las relucientes avanzadas de Microsoft, BP, Honda o General Electric hacen un sin sentido del estereotipo de China exportando nada más que juguetes de plástico”.

La base de este desarrollo está en que la penetración del capital extranjero ha usufructuado la desigualdad entre la economía mundial y el nivel atrasado de China. En palabras de un economista de Morgan Stanley “las brechas entre China y las economías desarrolladas en relación con la productividad laboral y la riqueza se están expresando a través de una rápida relocalizacion desde las economías maduras hacia China y el consecuente crecimiento rápido de las exportaciones” [3].

El motor fundamental son los bajos salarios, como puede apreciarse en el siguiente ejemplo que compara las condiciones del proceso de producción fabril de zapatos y zapatillas del Dr. Martens en Northampton, una tradicional zona de Inglaterra, acostumbrada a ser sinónimo de la industria del calzado, con la producción china en las empresas de Pou Chen, compañías taiwanesas que se mudaron al continente para sacar ventaja de los costos laborales más bajos. Dice el Financial Times: “Las plantas de Pou Chen, una en Zhuhai y otra en Dongguan, emplean a 110.000 personas y producen en serie 100 millones de pares de zapatos al año para Nike, Adidas, Caterpillar, Timberland, Hush Puppy, Reebok, Puma y otras. La producción en esta escala requiere construcciones que hubieran desafiado a los más ambiciosos propietarios de Lancashire durante la revolución industrial inglesa. Decenas de miles de jóvenes mujeres contratadas de todo el campo chino trabajan en bulliciosas líneas de producción que serpentean una series de largos edificios de cinco pisos. La fábrica del Dr. Martens en Northampton usa pequeños grupos de trabajadores ensamblando zapatos completos para reducir los costos de inventario. Pou Chen usa técnicas de producción en masa poco cambiadas desde los tiempos de Henry Ford. Dr. Martens paga a sus 1.100 trabajadores del Reino Unido alrededor de 490$ la semana y ha construido un estadio para el club de football local. Pou paga alrededor de 800 renminbi (100$) al mes, o 36 centavos la hora, por arriba de 69 horas a la semana y provee dormitorios para los trabajadores emigrantes que deben obedecer estrictos toques de queda”.

El enorme excedente en mano de obra y el bajo nivel de riqueza permite una fuente que pareciera inagotable para nuevas áreas de extensión del capital que, acicateado por la competencia y la fuerte reducción de los márgenes de rentabilidad, tiene una insaciable sed de salarios más bajos aún de los ya bajos salarios del sur de China, que es lo que explica la relocalizacion interna de muchas firmas al interior de China continental donde el valor de la fuerza de trabajo es de un 30 a un 50% menor que en los casos del delta del río Pearl que hemos nombrado.

El capital internacional está usufructuando las bondades de una fuerza de trabajo de un nivel de calidad y dedicación que difícilmente se encuentre en otro lugar. Esto es producto de una nueva fuerza de trabajo, moldeada en una economía agrícola intensiva y resultado de un balance desfavorable entre la superpoblación humana y la existencia de tierra que ha preparado los músculos de millones de campesinos que ahora emigran a las ciudades para someterse a una explotación del capital [4]. Es una especie, podríamos decir, de renta diferencial, no de la tierra sino de la fuerza de trabajo, con la que el capital internacional se encuentra y saca provecho no sólo de la intensidad sino también de la oferta casi inagotable de fuerza de trabajo. Esto ultimo le permite evitar la inflación salarial a diferencia de otras economía agrícolas atrasadas que se industrializaron, como es el caso de Singapur, Malasia y otras economías del sudeste de Asia, lo que le otorga al fenómeno no un carácter pasajero sino de más larga duración que en previas relocalizaciones del capital desde Estados Unidos o Japón a esta región del globo, cuyos giros duraban alrededor de 10 años.

...pero unilaterales e insostenibles en el largo plazo

No hay duda de lo espectacular del crecimiento económico chino de las últimas décadas, sobretodo desde comienzos de los ’90. Pero este crecimiento explosivo ha dado lugar al mismo tiempo a un desarrollo unilateral, riesgoso e insostenible en el largo plazo. No sólo ha exacerbado el riesgo de sobreinversión en muchas áreas, sino que el nivel de subutilizacion del capital es enorme, solamente sostenible en el corto plazo como consecuencia de una explotación desenfrenada de los recursos naturales de China a costa de hipotecarlos para las futuras generaciones.

En otra palabras, se puede conjeturar, a pesar de las diferencias, que esta búsqueda “voluntarista” del crecimiento económico a toda costa, perseguida por la dirección del Partido Comunista Chino (PCCh) con el objetivo de mantener su legitimidad, podría terminar en un nuevo “Gran Salto Adelante” [5] -aunque con una orientación ideológica opuesta- es decir, en un fracaso económico estrepitoso con enormes consecuencias sociales y políticas. Ese es el gran interrogante del “milagro económico chino”, que agobia también a la actual cuarta generación de líderes del PCCh, que bajo el nuevo gobierno de Hu Jintao, ha puesto más énfasis y esfuerzos en equilibrar y consolidar el desarrollo.

Una muestra de esto es que durante 2003 el crecimiento de la inversión en capital fijo creció un espectacular 30%, dando cuenta de un 47% del PBN. Según la revista The Economist, citando a dos técnicos del FMI, Paul Heytens y Harm Zebregs, “...tres cuartos del crecimiento chino provienen de la acumulación de capital, a pesar de que el factor total de productividad -una medida de la eficiencia económica- creció sólo un dos por ciento al año entre 1995-99. Aún para una economía en desarrollo, el nivel de inversión en China es inusualmente alto. Corea del Sur en su periodo de rápido crecimiento en los ’70 y ’80 tenía niveles de inversión cercanos al 25% del PBN. Pero la preocupación más grande es que el crecimiento de China es asombrosamente despilfarrador. Mientras que en los ’80 y ’90 costaba 2-3$ de nueva inversión para producir 1$ de crecimiento adicional, ahora se necesitan más de 4$. Aún la India, a menudo comparada más desfavorablemente que China, es ahora más eficiente en dicha medida. Sólo una alta tasa de ahorro doméstico -alrededor de un 40% del ingreso de los hogares- y la incontrolable explotación de sus recursos naturales puede hacer posible para China gastar capital en tal escala. Pero tampoco es sostenible. Con la poca oferta de provisión social por parte del estado, los chinos necesitan ahorrar para asegurarse por sí mismos. Y la degradación ambiental y la polución nociva son costos que se están almacenanando para el futuro” [6].

Si estos datos son de fiar China estaría repitiendo en el terreno industrial el patrón involutivo de atraso económico de su economía agrícola en tiempos de Mao, proceso por ahora enmascarado por el fenomenal crecimiento económico. Es así que “...la era maoísta en la agricultura fue testigo de la disminución de la productividad por hora/hombre, incluso a pesar del aumento tanto del trabajo invertido como en el producto obtenido. El devastador análisis de Philip C. C. Huang (1991) remata esta terrible conclusión afirmando que en su conjunto las tres décadas de administración agrícola maoísta simplemente perpetuaron la involución de su desarrollo económico. A medida que la población crecía, los agricultores aumentaban sin cesar su producción total de grano, pero sólo a costa de reducir constantemente la tasa de retorno por hora de trabajo. Debían correr más rápido sólo para permanecer donde estaban” [7].

Es sorprendente el paralelismo entre este patrón de desarrollo con los datos que cita The Economist sobre el aumento de la cantidad de capital invertido por igual cantidad de producto o las recientes investigaciones de dos economistas, Hu Angang y Zheng Jinghai, que sugieren que el boom de inversiones ha llevado ya a una declinación en el crecimiento de la productividad. Según datos citados por el Financial Times, la productividad cayó de una tasa anual de 3,3-4,6% antes de 1995 a sólo 0,3-2,3% desde 1995 a 2001 [8]. A pesar de que una parte importante de este aumento del capital podría corresponder a obras de infraestructura , es un hecho que la enorme competencia de las firmas extranjeras que no pueden dejar de estar en el mercado chino, junto al hecho de que todo negocio rentable es rápidamente seguido y replicado por decenas de firmas alentadas por las administraciones y burocracias locales, están dando lugar a una estructura económica donde existe una baja concentración económica y poca racionalización por rama de producción, abonando una sistemática mala distribución de los recursos.

En otras palabras, estamos en presencia de una ingeniería económica y social, producto de la coincidencia entre la necesidad del PCCh de mantenerse en el poder garantizando el crecimiento y la de las transnacionales imperialistas de bajar sus costos para sobrevivir en la dura competencia desatada en un mercado mundial cada vez más estrecho, que está dando lugar en el terreno económico a contradicciones explosivas, donde el aliento a la penetración imperialista por parte de la burocracia ha creado una sobreproducción prematura enorme (comparada con las necesidades insatisfechas en China), o sea, una masa de empresas que enfrentan mercados saturados y acumulan mercancías invendibles, en el marco de una acumulación fenomenal de deudas incobrables por parte de los bancos que financian esta desenfrenada acumulación de capital, que no está en correspondencia con la tasa de rentabilidad, y de una constante entrada de capitales que presiona a la revaluación del yuan (que es detenida por temor a que pudiera dar lugar a la quiebra de su sistema financiero, aún inmaduro), contradicciones que en algún momento pueden alcanzar un punto de no retorno. En ese momento se verá si el descalabro económico alienta un salto en la restauración capitalista o, por el contrario, es el acicate para un gran levantamiento contra la burocracia y el capital nacional e imperialista que liquide la restauración antes de que esta se consolide.

CAPITULO II

Una de las novedades de la actual restauración capitalista en China es que mientras las fuerzas estructurales de la penetración imperialista y el atraso tecnológico (y por ende de la productividad del trabajo) empujan a la República Popular China hacia la semicolonización, por el momento el Estado chino goza de márgenes de autonomía sin precedentes para una nación semicolonial en el jerárquico sistema mundial dominado por el imperialismo.

El fuerte peso y el rol de la penetración imperialista y las vulnerabilidades del modelo exportador

El milagro chino es un subproducto de la relocalizacion de las multinacionales imperialistas en determinadas áreas de la periferia capitalista como consecuencia de la renovada e intensificada competencia intermonopólica por los mercados y los márgenes de ganancia. La aceleración de esta tendencia desde inicios de los ’80 hasta hoy, como respuesta a la crisis de acumulación capitalista iniciada en los ’70, puede apreciarse en las siguientes cifras de la UNCTAD (Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Comercio y el Desarrollo), que muestran a la vez a China con su fuente inagotable de mano de obra barata como el destino privilegiado por excelencia: “El stock global de inversiones extranjeras directas (IED) saltó más de diez veces entre 1980 y 2002 a los 7,1 billones de dólares, como producto de la expansión de los sistemas de producción y distribución a lo largo del mundo de las compañías transnacionales. Las cifras mostraron a China alcanzando rápidamente a los Estados Unidos como el destino más popular a nivel mundial para las inversiones extranjeras. Los Estados Unidos encabezan la tabla de la liga del destino de las inversiones extranjeras con un stock de IED de 1,35 billones de dólares. Pero el stock de China totalizó los 448.000 millones de dólares, arriba de los sólo 25.000 millones en 1990. Combinado con el stock de 433.000 millones de dólares de Hong Kong, la gran China obtiene el segundo lugar en la liga... el año pasado alcanzó un récord de 52.700 millones de IED-más que cualquier otro país...” [9].

Con estas cifras no sorprende la magnitud de la dependencia de China con respecto al capital foráneo para expandir su producción y la creciente importancia del sector de inversión externa en su economía [10], donde se ha convertido en el mejor activo industrial, contribuyendo con el 20% de la recaudación estatal, 50% de las exportaciones y creando 23 millones de puestos de trabajo.

La apertura al exterior se fue dando a lo largo de tres fases. La primera (1979-1985) se desarrolló a través de la formación de “joint ventures”, es decir, de una asociación entre los conglomerados extranjeros y las empresas de origen chino. En la segunda (1986-1991) se levantó la restricción al límite de la participación del capital extranjero que quedó autorizado a participar en cantidades superiores al 50%, aparte de mejorar el ya de por sí favorable tratamiento fiscal, garantizar a los joint ventures exportadores y tecnológicamente más avanzados un tratamiento más ventajoso, como, por ejemplo, el acceso privilegiado al suministro de agua y electricidad, infraestructuras y diversas facilidades de transporte. En la tercera fase, de 1992 en adelante, después de la derrota de la Plaza Tiananmen y una vez asentado el curso restauracionista, la llegada del capital extranjero a la economía superó todas las expectativas: desde 1990 a 2003 ingresaron más de 480.000 millones de dólares, lo que constituye el 97% de la IED desde 1979.

La presencia de un fuerte sector imperialista y el rol que este cumple en el cuerpo económico constituye un aspecto decisivo del proceso de modernización capitalista chino [11]. Esta es una diferencia central con el proceso resturacionista ruso donde las inversiones extranjeras directas han sido, a pesar de haber crecido en los últimos años, cualitativamente inferiores. Esta mayor presencia extranjera directa acrecienta el poder social del capital y es el factor central que empuja hacia una modificación radical del conjunto de la estructura económica hacia un dominio absoluto de la ley del valor. Al mismo tiempo esta extranjerización de la economía va en contra, en el largo plazo, de la posibilidad de que China emerja como gran potencia capitalista; más bien, por el contrario, señala un camino opuesto hacia una mayor semicolonización.

Pero la otra cara de este proceso es que este modelo de desarrollo es especialmente vulnerable a los vaivenes de la economía mundial. Desde el punto de vista externo, la continuidad del mismo depende de un entorno internacional favorable, expansivo, que fomente el crecimiento de los intercambios comerciales chinos -especialmente sus exportaciones- y la prolongación del flujo de inversiones extranjeras. Una fuerte recesión de la economía mundial y sobre todo el aumento de las trabas y barreras proteccionistas pueden ser su talón de Aquiles.

El atraso tecnológico con respecto a las potencias imperialistas

Una de las claves para entender el atraso semicolonial es la productividad del trabajo con respecto a las potencias imperialistas. El aumento del rendimiento del trabajo en la industria se lleva a cabo por dos medios: la asimilación de la técnica más avanzada y la mejor utilización de la mano de obra.

Debido al bajo nivel del punto de partida, desde la implementación de las reformas capitalistas, China incrementó su sofisticación tecnológica. Pero nos preguntamos: ¿este temporal acortamiento de distancia tecnológica entre China y las potencias imperialistas y los espectaculares índices de crecimiento económico, están señalando que en las próximas décadas China se convertirá en la nueva “capital tecnológica” del mundo, como azuzan muchos medios imperialistas basados en que muchas plantas asentadas en China han captado varios segmentos del mercado global de electrónicos para el consumo, y que también es alimentado por las grandiosas ambiciones de los funcionarios y burócratas de Pekín?
Lo más benévolo que podemos decir es que estos sueños son al menos prematuros, por no decir, más correctamente, totalmente infundados. Una de las revistas imperialistas más serias sobre el gigante asiático, el China Economic Quarterly sostiene: “Mientras este artículo se estaba escribiendo, la cápsula espacial Shenzhou V entraba en órbita llevando al ‘Taikonaut’ Yang Liwei, transformando a China en el tercer país en lanzar un aparato espacial tripulado. Esto era un punto decisivo tecnológico, que muchos observadores de los países ricos ven como un alerta de que China ya no está más satisfecha con ser el “taller del mundo” sino que aspira a ser también un laboratorio en investigación y desarrollo (R&D). Pero una mirada más cercana a la estructura del sector tecnológico chino sugiere que tanto la ansiedad de los países ricos como las ambiciones chinas están infladas. La base tecnológica china sigue siendo mucho menor que la de las economías desarrolladas y las manufacturas de mayor uso intensivo de tecnología son establecidas y manejadas por extranjeros. China ha alcanzado oportunidades en la cadena de valor de la tecnología global donde los costos laborales mayormente importan; pero la infraestructura de capital necesaria para alimentar una tecnología nativa avanzada está ausente y va a tomar muchos años desarrollarla” [12]. En igual sentido, el mismo autor grafica: “Desde que las reformas comenzaron en 1978, la sofisticación tecnológica de China se incrementó. Esto se debe a que el punto de partida era demasiado bajo. Hoy el grueso de la producción china sigue siendo de baja tecnología e intensiva en fuerza de trabajo. De los 325.000 millones de dólares de exportaciones chinas en 2002, 68.000 millones de dólares, o el 21%, estaban listadas en las estadísticas chinas como ‘high-tech’... Una inspección más cercana de las exportaciones ‘high-tech’ descubre que no son muy high tech -ni tampoco muy chinas. La cima de la lista de las exportaciones high-tech está dominada por partes y accesorios de productos terminados de tecnología informática, y por productos maduros como aparatos de DVD e impresoras láser. Prácticamente todas estas son mercancías ‘comodittizadas’ que compiten con márgenes ultra delgados, haciendo de esta manera muy importante el trabajo barato chino a pesar del bajo componente del trabajo en el costo final de estas mercancías. Más aún, el alto valor agregado en materia gris de esos productos -circuitos integrados- domina los puestos top de la importaciones high-tech chinas”. Y sobre el enorme peso de la producción y control extranjero en la producción en este sector, agrega: “en lo que va del año hasta agosto de 2003, China importó 71.600 millones de dólares y exportó 62.100 millones de dólares en productos de alta tecnología. Dejando de lado por un momento ese déficit comercial tecnológico chino de 9.500 millones de dólares, notamos que 52.000 millones de dólares de importaciones y 53.000 millones de exportaciones fueron realizadas por firmas extranjeras (alrededor de 70% y 85% de las importaciones y exportaciones respectivamente). Completamente el 50% de las importaciones chinas de tecnología y el 60% de las exportaciones de tecnología fue hecho por empresas enteramente extranjeras. Estos números muestran la posición dominante de los extranjeros, y especialmente de las empresas de completo control externo, en el comercio tecnológico chino”.

La enorme brecha tecnológica que aún separa a China de las potencias imperialistas [13] no autoriza a pensar que China ingresará en la escasa jerarquía de naciones que domina la economía mundial, como hablan los fabuladores que pronostican que a mediados de siglo China será la principal potencia mundial que reemplace a los Estados Unidos. La gran diferencia entre China y estas naciones imperialistas es la enorme acumulación o stock de capital que existe en los segundos, que permite la existencia de capital financiero o un sistema financiero avanzado de la que es ultradependiente la alta tecnología. Las plantas y equipos modernos, el gasto en investigación y desarrollo y los componentes de servicios para subir la escalera tecnológica, son todos capital intensivo.

Esta enorme desventaja es lo que hace prever que China no será un “nuevo Japón” a pesar de toda la histeria sobre el peligro amarillo que repite la propaganda antijaponesa de los ’80. Es que a diferencia de Japón, la segunda potencia imperialista mundial, el brillante desarrollo chino no ha superado aún los estadios iniciales de la evolución tecnológica [14], y por la diferencia estructural que hemos señalado es difícil que lo haga en las próximas décadas. Más aún, la importancia del capital financiero en el proceso de industrialización hace que para superar nuevos escalones de la escalera tecnológica, China deba someterse a mayores dictados del capital internacional, sobre todo en el sector bancario, en donde el estado chino mantiene una posición abrumadamente dominante, que puede significar un salto en su proceso de semicolonización.

Avance restauracionista pero conservando una importante margen de autonomía estatal frente a la dominación semicolonial imperialista

Ya hemos explicado cómo China, a diferencia de los países de la ex URSS y Europa del Este, aprovechó las “ventajas del atraso” y pudo atenuar, si no compensar por el momento, la destrucción de fuerzas productivas que va asociada a los procesos de restauración capitalista. Esta disminución de su base económica y retroceso no sólo relativo sino absoluto en su ubicación dentro de las jerarquías de la economía mundial está indisolublemente ligada al proceso de semicolonización al que se ven sometidos, con mayor o menor grado el conjunto de estos países. Como demostramos más arriba la economía china está sometida también a las mismas fuerzas estructurales. Lo que nos interesa resaltar acá es que, a diferencia del resto de los procesos restauracionistas, en China el avance restauracionista se da conservando un importante margen de autonomía estatal frente a la dominación semicolonial imperialista.

La base de esto está en los siguientes elementos:

a) China se benefició durante el inicio temprano de su programa reformista de un contexto interestatal o geopolítico en el que la presión imperialista estaba dirigida fundamentalmente hacia “el imperio del mal” de la ex URSS y su órbita de influencia, desde los ’70 y más tarde en los ’80 bajo el reaganismo. Más aún, la política exterior china fue una pieza importante dentro de esta estrategia norteamericana, comenzando con el encuentro entre el presidente norteamericano Richard Nixon y Mao en 1972, que buscaba debilitar a la ex URSS, la pieza más fuerte y centro indudable del llamado “mundo o bloque comunista” [15]. Posteriormente “las políticas de puertas abiertas de Deng Xiaoping precisaban de una inserción mucho más profunda de China en el mercado mundial. ¿Cómo ocurrió esto? Un paso clave en este proceso fue la invasión china de Vietnam en 1978. Una de las razones de la misma, que de otra manera hubiera sido un ataque sin sentido a un pequeño vecino, era el deseo de una nueva relación con los Estados Unidos. La invasión fue como una ofrenda política a Washington y se convirtió para China en el billete de entrada al sistema mundial. Aquí el exceso de violencia era la condición previa de un nuevo orden económico” (“Fuego en la Puerta del Castillo”, Wang Hui, New Left Review, versión página web en español).

b) Posteriormente, en una etapa más avanzada del proceso reformista, China se benefició de dos elementos, uno relacionado con la estructura del actual sistema internacional y el segundo con la nueva ubicación que alcanzó en la división mundial del trabajo, como centro manufacturero mundial.

El primer proceso de tipo estructural al que nos estamos refiriendo es la creciente división imperialista, que en el marco de la vastedad de los recursos y potencial mercado de China, le permite a ésta negociar desde una relativa posición de fuerza y mejorar los términos de intercambio con las distintas potencias imperialistas, al menos comparado con un país semicolonial clásico. Aparte de tener relaciones económicas con los tres principales polos en que se divide el mercado mundial capitalista, China utiliza estas negociaciones no sólo para obtener ventajas económicas sino también para hacer avanzar sus intereses geopolíticos, sobre todo frente a las potencias imperialistas más hostiles hacia ella como los Estados Unidos, que la ha definido como el “competidor estratégico” en el siglo XXI; y en el plano regional, Japón, de quien la separa un animosidad histórica, que data desde las invasiones japonesas en los ’30 del siglo pasado y la Segunda Guerra Mundial. Es así que “China se está moviendo más cerca de la Unión Europea por mucho más que negocios, a pesar de que el rápido crecimiento de sus intercambios comerciales va pronto a superar al intercambio con los otros socios de China. Europa le está también dando a Pekín un medio para contrabalancear a los Estados Unidos ... En 2005, la Unión Europea se convertirá en el primer socio comercial de China... Esto le va a dar a Pekín mayor margen de maniobra tanto en los negocios como en la política a medida que Europa desplaza a los Estados Unidos este año y a Japón en 2005 en el comercio total con China” [16].

En el mismo sentido, el actual Comisionado de Relaciones Exteriores Europeas, Chris Patten, quien fue a su vez el último gobernador británico de Hong Kong, sostiene que: “En términos geoestratégicos, lo que está sucediendo en Europa es de gran importancia para China. Esto incluye la ampliación de la UE y el euro. Hay intereses económicos y también una visión china de conjunto de un mundo multipolar en la cual Europa se ajusta muy bien”. Dicho artículo, continúa diferenciando las ambiciones imperialistas europeas de las de Estados Unidos, repitiendo la fachada “pacifista” de este último a comienzos del siglo pasado frente a las viejas potencias colonialistas europeas: “Por sus ambiciones de seguridad, Europa no se ve a sí misma como competidora de China. Como un poder “soft” (blando) es decir un poder no militar , la UE no ve a China como una probable superpotencia rival. En cambio, en las palabras de un paper de la Comisión Europea de octubre del año pasado, Europa ve al país como un ‘socio estratégico’ con el cual forjar una ‘benéfica relación de iguales’, la UE del mismo modo que Estados Unidos, quiere que China evolucione hacia una sociedad más abierta. Pero sin Taiwán y la rivalidad militar, los europeos tienen menos enfrentamientos directos. ‘La UE tiene la visión de que tiene más sentido comprometerse con China... Es demasiado grande para coercionarlo’ dice Brittan, vicepresidente del banco de inversión UBS” [17].

c) El otro elemento al que hacemos referencia, la nueva ubicación alcanzada por China en la división mundial del trabajo como centro manufacturero mundial, o en otras palabras, su ascenso relativo con respecto a los países semicoloniales dependientes de la producción de materias primas o commodities para el mercado mundial, le permite imponer sus preferencias y poder de negociación sobre estos, convirtiéndose en el último tiempo en el principal mercado, o en el mercado de mayor crecimiento de muchos de estos productos primarios o bienes intermedios que estos países exportan.

A su vez para los países semicoloniales que venían soportando una abrupta caída de los términos de intercambio de sus mercancías -que fue una de las bases de la recuperación de los países imperialistas, en particular los Estados Unidos, después de la crisis de los ’70, durante la ofensiva neoliberal- y que encuentran fuertemente cerrados o protegidos los mercados de las metrópolis para muchos de sus productos- a menos de aceptar tratados comerciales leoninos como el Nafta, el sistema de Preferencias de los países africanos con Francia, o los tratados bilaterales como el recientemente firmado entre Chile y los Estados Unidos -encuentran en China una salida alternativa, lo que le da a esta última no sólo una ventaja comercial sino cierta influencia política en regiones tan distantes como América Latina, con implicancias geopolíticas que afecta a determinados países imperialistas. La enorme repercusión que tuvo el reciente viaje de Lula a China es una muestra de lo que decimos. Algunos medios se refirieron a este de la siguiente manera: “La misión de Lula refleja un febril entusiasmo por China dentro de la comunidad de negocios brasilera. Pero también llama la atención sobre una tendencia económica con, potencialmente, enormes implicaciones geopolíticas. Los lazos entre Brasil y China conectan las más grandes economías emergentes del hemisferio occidental y oriental. En las palabras de Celso Amorin, el ministro de relaciones exteriores de Brasil, esto podría ser parte de una ‘cierta reconfiguracion de la geografía comercial y diplomática’. Esto puede plantear un desafío para la administración de George W. Bush, con su obsesión en el Medio Oriente y su miopía sobre los desarrollos en su propio patio trasero” [18]. Más aún, el mismo artículo agrega: “Países como México y Colombia han disfrutado lazos preferenciales con Washington como resultado de acuerdos comerciales o consideraciones de seguridad, pero las relaciones con otros países, incluyendo Brasil, Argentina y Venezuela, se han deteriorado. La influencia China con este último grupo de naciones ricas en commodities puede eventualmente agravar estas divisiones y aun llevar a la formación de nuevos bloques de poder dentro de la región”.

CAPITULO III

Un desarrollo desigual y combinado exacerbado

El crecimiento de China en las últimas décadas ha sido meteórico aunque partiendo -es importante no olvidar esto para toda comparación- de un país tan enormemente atrasado y pobre. La mayor rapidez de su industrialización es el resultado de haber contado con las “bondades” del mercado de capitales y financiero a nivel mundial. Sin esta enorme entrada de capitales los ritmos de tal industrialización hubieran sido impensables.

Muchos países han experimentado una rápida industrialización impulsada por las exportaciones. Pero la escala y rapidez de esta transformación en China no tiene precedentes. Tomando los datos de 2002, el dragón asiático dobló sus exportaciones en sólo cinco años. En contraste, Inglaterra tardó doce años para duplicarlas después de 1838. Le llevó diez años a Alemania duplicar sus exportaciones en los ’60 y siete a Japón en los ’70. Tenemos acá una aceleración de los tiempos históricos, un resultado de que el capital internacional haya trasladado importantes ramas de producción sobre este país económicamente atrasado, saltando una serie de fases técnicas y económicas intermedias dándose una situación en donde prospera el capital privado pero la formación de una clase capitalista aún es embrionaria, ya que el vehículo central de esta transformación ha sido la vieja burocracia maoísta en decadencia como parte de impulsar una modernización capitalista por arriba, con la cual conservar su dominio político.

Este salto histórico ha trastocado a su vez las características sociales propias de China, una antigua civilización autosuficiente por largos periodos de tiempo y que, a pesar de las condiciones de pobreza en que vivía su enorme población campesina, fue capaz de desarrollar instituciones sociales de una enorme perfección, basadas en un sistema familiar fuertemente paternalista y de respeto a la ancianidad [19], herencia que -a pesar de las enormes cambios económicos y sociales que significó la Revolución de 1949- no pudo ser liquidada, sino más bien promovida por el PCCh para facilitar su dominio burocrático. La masiva penetración del capital en todos los poros de la vida social con logros fenomenales pero en forma unilateral, como hemos dicho, ha significado la actual crisis de la sociedad rural deparando enorme consecuencias incontrolables para el futuro. Como apunta John King Fairbank: “El hecho de vivir tan estrechamente vinculados a sus vecinos y al resto de los miembros de su familia ha acostumbrado a los chinos a una forma de vida colectiva, donde por lo general el grupo domina al individuo. En este sentido, hasta hace poco su experiencia vital no se diferenciaba casi de los otros pueblos agricultores establecidos en la tierra desde largo tiempo. Es el individualista moderno, sea marino, colono o empresario de la ciudad, el que constituye la excepción; poseer una habitación individual es un símbolo de un nivel de vida superior, más fácilmente disponible en el Nuevo Mundo que en el apretujado Este. Así, uno de los lugares comunes del saber popular chino es la absorción del individuo tanto en el mundo de la naturaleza como en el de la colectividad social.

Hoy, la modernización está destruyendo el equilibrio entre este colectivismo de la sociedad china y su hermoso entorno natural. Mientras los productos químicos industriales contaminan el agua, el uso de lignito o carbón graso como fuente de energía, contamina el aire. No se puede reprimir el crecimiento de una población predominantemente joven y con una creciente esperanza de vida. Pero, en este momento, la deforestación y la erosión -junto con la construcción de caminos, viviendas e instalaciones- están reduciendo cada vez más la tierra disponible para sembrar. El país más grande y más poblado del mundo se dirige hacia una pesadilla ecológica, y se requerirá de un gran esfuerzo colectivo para superarla” [20].

A su vez esta rauda introducción de los adelantos de la economía capitalista internacional, al tiempo que ha hecho entrar en crisis los antiguos lazos sociales, ha sido en última instancia condicionada por la capacidad de asimilación económica y cultural de China, cobrando por tanto -no podía ser de otra manera en un país de desarrollo tan atrasado- un carácter contradictorio que se ve en la amalgama de formas arcaicas y modernas, en otras palabras, un desarrollo desigual y combinado exacerbado.
La modernización/restauración capitalista ha dado lugar a enormes contrastes no sólo entre la ciudad y el campo, las zonas costeras y el interior, sino al interior de los mismos distritos como reporta el siguiente relato del Far Estern Economic Review: “Miren más cerca alrededor del distrito Tiexi y las divisiones son distintivas. La zona de negocios va y viene con gente, los puestos de mercado acaparan las veredas y los comercios y restaurantes se derraman en el camino de los peatones. Pero caminar hacia lo que los locales aún llaman la zona fabril de la ciudad es entrar en un mundo de silencio. Fuera de la calles principales a menudo apenas puede verse un puñado de personas. Tiene el sentir de un marchitado suburbio industrial de Europa y de los Estados Unidos en los ’80. Las fábricas se están desmoronando, las guardias de seguridad miran a través de puertas encadenadas y las veredas están torcidas por las raíces de los árboles plantados cuando Tiexi era la vanguardia del giro industrializador de los ’60. Aun en este punto negro de la desocupación, las autoridades locales ahorran dinero usando trabajadores de las prisiones para mantener las rutas” [21].

El Campo

Entre 1978 y 1983, China eliminó sus granjas colectivas, creando alrededor de 200 millones de granjas familiares operando bajo el sistema de responsabilidad familiar. La antigua forma colectiva, generalmente las villas, mantuvo la propiedad de la tierra, pero las familias pudieron pasar a decidir qué cultivar, y vender en el mercado una producción superior a las cuotas establecidas.

Estas reformas provocaron una inmediata mejora en la productividad y en el bienestar de los campesinos. Según el China Economic Quarterly, el producto bruto agrícola creció un 86% entre 1980 y 1990, mientras que el ingreso per cápita promedio de los hogares campesinos creció un 192%, en términos ajustados según la inflación, entre 1978 y 1988. El periodo más importante de crecimiento se desarrolló entre 1978 y 1984, el único periodo durante la era de reformas en el cual los ingresos rurales crecieron y superaron los ingresos urbanos.

Luego de este periodo inicial, la productividad y los ingresos se estancaron.
La enorme carga fiscal ha revertido los resultados positivos que las primeras medidas reformistas habían tenido para el desarrollo agrícola. La crisis del campo, sobrecargado de impuestos abusivos, está a su vez relacionada con la crisis de las “empresas de pueblo y aldea” [22] que llevó al endeudamiento de miles de éstas, y hoy esta pesada carga es transferida a los campesinos por la vía confiscatoria de mayores impuestos y tributos. Esta confiscación del ingreso agrícola por parte de las burocracias locales ha dado lugar a numerosos levantamientos y protestas campesinas en los últimos años.

En este marco, la liberalización a la que China se comprometió luego de su entrada a la OMC puede ser mortalmente crítica para millones de campesinos en la medida que las importaciones baratas desplacen su producción, disminuyendo aún más el ingreso campesino, profundizando aún más la crisis de la sociedad rural.

Sin embargo, lo nuevo comienza a ser el desarrollo de un incipiente mercado de tierras que busca permitir una concentración de la propiedad de la tierra. Hasta ahora, los campesinos podían cultivar la tierra, pero no les era permitido venderla, comprarla o hipotecarla. En la mayoría de los lugares, los campesinos no realizaban inversiones de largo plazo debido a que las frecuentes e impredecibles “readjudicaciones” limitaban su tenencia de cualquier terreno específico de tierra. La burocracia de Pekín ha respondido a esta cuestión que afecta a la tenencia de la tierra [23]. La Ley Rural de Contratos Agrícolas, adoptada en agosto de 2002 por el Comité Permanente de la Asamblea Popular Nacional expande ampliamente los derechos de propiedad agrícola, aunque no le entrega a los campesinos la propiedad total de la tierra. Confirma el término de 30 años de uso y el requisito de contratos por escrito. Pero lo más importante, es que crea seguros y derechos comercializables de propiedad al prohibir las readjudicaciones de tierras durante el término de 30 años de duración del contrato. Estas medidas significan un salto en las reformas capitalistas en el campo, que ya está dando lugar a la expulsión de la tierra de los campesinos, elemento que puede convertirse en el próximo periodo en la principal fuente de las rebeliones en el agro [24].

Estos cambios estructurales se dan en un marco en donde el campo chino tiene una de las más altas proporciones de trabajadores en relación a la tierra apta para el cultivo -alrededor de tres personas por hectárea- dejando al campo cargado con un excedente de 150 millones de campesinos, de acuerdo a las estadísticas oficiales. A su vez, la producción de granos viene declinando como producto de la pérdida de alrededor de 14 millones de hectáreas de tierras cultivables debido al desarrollo y la desertificación durante la última década y media. Los medios de información chinos dan cuenta de una escasez de 25 millones a 35 millones de toneladas desde 2000 [25]. Todos estos elementos agravan las tensiones en la aldea.

Los viejos y los nuevos proletarios

El proceso de modernización/restauración capitalista ha dado lugar, por un lado, a un desarrollo contradictorio de surgimiento de un nuevo proletariado aglomerado en gigantescas concentraciones obreras en los nuevos bastiones industriales, al tiempo que ha significado el cierre y/o declinación de los viejos bastiones de la antigua economía burocráticamente planificada.

Este proceso dual ha dado lugar a dos actitudes -al menos momentáneamente- con respecto a las reformas. Por un lado el nuevo proletariado, con características todavía del tipo de obrero semiproletario, semicampesino, producto de la continua afluencia de nuevas hornadas de mano de obra del campo a las regiones industriales que, proveniente y educado por las duras y laboriosas labores agrícolas y la fuerte disciplina social de la aldea, es una fuerza de trabajo maleable para una brutal explotación capitalista comparable a la de Inglaterra en el siglo XIX descripta por Marx. Este nuevo sector de la clase obrera considera inicialmente su actual situación una mejora relativa con respecto a sus condiciones de vida en el atrasado campo chino. Pero con el tiempo su creciente proletarización y enorme concentración en gigantescas unidades de producción lo transforman en el nuevo sujeto social revolucionario de la revolución china.

Por el otro lado, se encuentra el viejo proletariado de las aproximadamente 350.000 empresas estatales, que hoy sólo representan el 28% de la producción china frente al 75% de finales de los años ’70, pero que emplean al 44% de los trabajadores en las zonas urbanas. Este sector, privilegiado en los tiempos de la economía nacionalizada, es profundamente hostil a las reformas, tiene un enorme resentimiento hacia la burocracia gobernante y ha sido la vanguardia de la importante cantidad de luchas que se han dado contra las consecuencias de las reformas. Su estado de ánimo es bien reflejado en el siguiente artículo: “Como trabajadores industriales urbanos, ellos fueron alguna vez la vanguardia del proletariado, a diferencia de los pobres rurales que siempre carecieron de dinero y status. Bajo la planificación central comunista, estos trabajadores del acero, mineros y petroleros, ganaron respeto y amplios beneficios de vivienda, salud y educación por medio siglo. Ahora ellos están siendo apilados con los escombros de la historia de la misma manera que los trabajadores de la industria pesada fueron dejados de lado en la Rusia post-soviética. ‘Mientras, los cuadros están comiendo y bebiendo en hoteles y haciendo charlas estúpidas’, dice Xu Ming de 63 años, despedido luego de trabajar 40 años en la fábrica Tiexi. “Este país de ninguna manera es socialista -la brecha entre los ricos y los pobres es demasiado grande” [26]. La misma mezcla de trabajadores languideciendo en la miseria y managers incompetentes y corruptos puede verse en los siguientes casos citados por un investigador de Hong Kong: “En una reciente disputa en la Fábrica de Herramientas de Medición y Corte de Pekín ...cien trabajadores están condenados a perder su empleo en un proceso de privatización que ellos denuncian como corrupto hasta la raíz. En el fuerte piquete organizado por 250 trabajadores el 14 de agosto de 2001, un trabajador apuntó al sentimiento general de sentirse abandonados: ‘Nadie representa nuestros intereses. Aun los llamados sindicatos están en sus manos. Mientras tanto están usando la propiedad estatal para comprar autos, penthouses y viajes al exterior’. La compañía, que tiene aproximadamente 1.250 trabajadores en los libros, recientemente vendió tierra y está por mudarse centenares de millas a la provincia vecina de Hubei. A los empleados que no quieren mudarse le ofrecieron 2500 Rmb (el renminbi, la moneda china) en compensación por cada año de trabajo en la planta, pero el escándalo por corrupción era lo que prevalecía en la mente de los piquetes. Ellos pusieron una bandera alrededor de las puertas de la fábrica diciendo ‘Vendan sus casas y limusinas y dénnos a nosotros los medios para vivir. 150 millones de Rmb en activos estatales, a dónde se han ido?’” [27].

Si durante los primeros años de las reformas o más tardíamente, cuando se aceleró la reestructuración de las empresas estatales a comienzos del ’98, el desencanto podía ser contenido por la creación de nuevos puestos de trabajos, la mayor lentitud de esto último ha dado lugar a un creciente movimiento de protestas. Como sostiene la nota anteriormente citada: “En los primeros momentos de los despidos, era relativamente fácil encontrar nuevos trabajos. No más... el Banco de Desarrollo Asiático estima 37 millones de pobres urbanos, el 12% de la población urbana... El resultado puede ser huelgas más frecuentes y un creciente desorden social. Los trabajadores con quejas -salarios tardíos, pagos de jubilación y despidos- no sólo están enfadándose, se están organizando. Por primera vez en la historia reciente, los trabajadores en la primera mitad del año lanzaron una serie de huelgas y manifestaciones aparentemente coordinadas en varios viejos centros industriales desde el noreste al sudoeste... Más que siendo organizadas por unos pocos intelectuales o activistas políticos, las protestas fueron -para alarma del partido- organizadas alrededor de temas como el pan y la manteca y tuvieron un amplio respaldo. ‘Las protestas masivas de trabajadores que tuvieron lugar en la primavera de 2002 fueron todas motivadas económicamente y la organización estuvo basada en el lugar de trabajo’, el investigador Trini Leung dijo en junio en el Bulletin publicado en Hong Kong ...No hay estadísticas oficiales recientes sobre las disputas, huelgas y protestas laborales. En 1995, el comité de arbitraje laboral del gobierno trato con 23.000 casos. Esto ha saltado a 120.000 en 1999. Leung estima que la cifra para 2002 podría llegar a los 200.000 ” [28].

Detengámonos más extensamente en el carácter de este movimiento de protestas poco conocido en Occidente -que abarca a otros sectores sociales como los estudiantes o las minorías étnicas- que nos develará el desarrollo de un fuerte frente de conflicto para el control policíaco de la burocracia restauracionista y para el mismo futuro de las reformas capitalistas. Un interesante artículo de Murray Scot Taner de la Rand Corporation sostiene que: “En las discusiones internas, los analistas y funcionarios del sistema de seguridad pública chino están repensando fundamentalmente las fuentes del levantamiento en una sociedad cambiante y las formas de cómo lidiar con él. Muchos dentro de la policía china ahora francamente conceden que los cambios económicos, culturales y políticos, no las conspiraciones enemigas, subraya esta emergente crisis del orden. Algunos especialistas de seguridad aún cautelosamente afirman que, a menos que China realice una seria reforma institucional, ni la coerción ni el rápido crecimiento van a ser suficientes para contener el descontento” [29].

El dramático incremento de las protestas públicas, oficialmente denominados “incidentes de grupos masivos”, y que abarca modalidades que van desde peticiones pacíficas de grupos pequeños a sentadas, marchas y actos, huelgas laborales, huelgas de comercios, manifestaciones estudiantiles, levantamientos étnicos y aún luchas armadas y revueltas, puede verse en las siguientes cifras: “La Policía admite un incremento a nivel nacional de los incidentes de masas del 268% de 1993 a 1999 (de 8.700 a 32.000). En ningún año durante este periodo la protesta ha crecido menos de un 9%. La tasa saltó hacia arriba un 25% y un 67%, respectivamente, en los años de la crisis financiera de 1997 y 1998 y creció otro 28% en 1999. China observó más de 30.000 incidentes de masas durante enero-septiembre de 2000, una tasa que hace una proyección anual estimada en mas de 40.000 incidentes y un incremento del 25% sobre 1999, de acuerdo a fuentes policiales chinas citadas por la prensa de Hong Kong. A pesar la ausencia de cifras nacionales después de 2000, toda la evidencia indica que la protesta en China permanece alta hasta el día de hoy, a pesar de que no está claro si el número total de incidentes ha continuado creciendo o ha disminuido de alguna manera en tanto la economía comenzó a recuperarse, o declinó en frecuencia, mientras incrementó su tamaño. En cualquier caso, el problema sigue siendo claramente serio” [30].

Veamos un poco la magnitud, el nivel de organización y las razones que existen detrás de estas protestas. Empecemos por lo primero: “...los reportes de los oficiales de seguridad señalan una clara tendencia hacia manifestaciones más y más grandes, muchas involucrando cientos, miles y aun decenas de miles de manifestantes. Durante 2002-2003, los miles de huelguistas fabriles en Liaoyang y Daqing así como también las demostraciones estudiantiles en la provincia Anhui remarcan esta tendencia... los problemas de Liaoning oscurecen a las otras provincias, con las estimaciones policiales de más de 863.000 ciudadanos que tomaron parte en las más de 9.000 protestas que ocurrieron entre el año 2000 y 2002- un promedio de más de 90 personas por incidente y un incremento de más de diez veces en el tamaño promedio con respecto a los años previos”. El nivel de organización entre los participantes de la protesta “...está mejorando gradualmente. A pesar de determinados esfuerzos para socavar los lazos organizacionales, la policía reporta que muchas de las protestas -ciertamente una mayoría en algunos lugares- ahora suponen una elaborada organización, completadas con líderes designados, ‘voceros públicos’, ‘activistas’ y ‘grupos centrales clandestinos’. Para burlar las duras leyes contra las ‘organizaciones ilegales’, muchos de estos grupos se ocultan en asociaciones industriales legalmente registradas; sindicatos oficiales, asociaciones de familias y clanes (especialmente en el campo); y grupos sociales, recreacionales y aún atléticos nominalmente apolíticos. Un frustrado oficial se quejaba que los manifestantes locales ahora muestran ‘que han juntado fondos para campañas de peticiones, abogados contratados e invitado a nuevos periodistas’ al evento... muchos recientes reportes de la policía señalan que la coordinación se está haciendo más común en los recientes años. La policía en la provincia central de Anhui, por ejemplo, informó que 11 grupos de la construcción organizaron conjuntamente una serie de protestas en enero de 2002 que bloqueó los accesos de las rutas a las oficinas del gobierno en la capital provincial. Los manifestantes chinos están también probándose como astutos aprendices, exhibiendo una impresionante sofisticación táctica y técnica. Los celulares, los mensajes de texto, la Internet y el e-mail permiten organizaciones más rápidas y flexibles. La policía se queja que las protestas ahora brotan de repente, con acciones simultáneas, coordinadas que irrumpen en localidades distantes que superan rápidamente su capacidad de responder adecuadamente. Desplegando una habilidad para el teatro callejero, muchos de los líderes de las protestas ahora rutinariamente ponen a ciudadanos ancianos, mujeres y niños al frente de sus movilizaciones, disimulando los objetivos de sus protestas y paralizando a la policía. La frustración policial con esta táctica es palpable... La resistencia violenta está creciendo claramente... Las muertes policiales en ejercicio, que promediaba un remarcablemente bajo de 36 al año entre 1949 y 1978, han saltado a 450-500 anualmente, varias veces más que el número de muertes policiales en los Estados Unidos, que tiene una sociedad fuertemente armada. Aunque muchas de las bajas policiales son el resultado de accidentes de tráfico y peleas con criminales mejor armados, también, están crecientemente respondiendo a la supresión con violencia ” [31].

Por último, los motivos de las protestas son analizados con una indisimulable simpatía por cada trabajador y campesino manifestante que los policías son llamados a suprimir. En sus escritos “ellos caracterizan a los manifestantes despedidos como ‘explotados’, ‘marginados’, ‘desaventajados socialmente’, ‘víctimas’ y ‘perdedores’ en la competencia económica, conducidos a la protesta por la desconfianza social y la ‘falta de corazón’ del libre mercado. Ellos francamente conceden que muchos de los que protestan son víctimas de managers inescrupulosos que llevaron a sus fábricas a la bancarrota mediante tratos ilícitos o de aquellos que se fugaron con los activos de la compañía... Muchos expertos policiales tienen un especial recelo por la crecientemente desigual distribución del ingreso. Ellos sugieren, casi humorísticamente, que aún después de 25 años de reformas pro mercado, la fuerza policial china permanece cribada con ‘simpatizantes comunistas’... Con sincero criticismo, un reporte de un policía provincial argumenta que la desigualdad exacerba las protestas porque la mayoría de los ciudadanos notan que muchos de los nuevos ricos (‘nouveaux riches’) chinos obtuvieron su riqueza a través de empresas corruptas, ilegales que hacen ‘ganancias explosivas” y concluyen “... muchos policías ven una nueva lógica social que va tomando cuerpo gradualmente, con ciudadanos descontentos cada vez más convencidos que las protestas pacíficas son significativamente menos peligrosas, no sólo efectivas sino inevitables como un medio para obtener concesiones. Rutinariamente las fuentes policiales acotan una expresión popular: ‘Hacer un gran disturbio produce una gran solución. Pequeños disturbios no producen ninguna solución. Sin un disturbio, no hay una solución’” [32].

Todos estos elementos en los que nos hemos detenido comienzan a señalar una creciente recuperación de las masas chinas, en donde las protestas y huelgas de los trabajadores tienen un protagonismo central, con respecto al periodo de auto-restricciones que asumió el descontento de las masas después de la importante derrota de la Plaza Tiananmen en 1989 [33]. Frente a un duro agravamiento del ciclo económico -como prevén algunos analistas- o una eventual división en la cúpula de la burocracia restauracionista, estos elementos indudables de recuperación de la protesta social pueden emerger con toda su fuerza transformándose en uno de los principales obstáculos, sino el mayor, para los grandes desafíos que las reformas procapitalistas aún deben pasar para asentarse.

CAPITULO IV

La unidad reaccionaria de la burocracia post Revolución Cultural

A diferencia de la ex URRS, donde el dominio de la burocracia se consolidó con una contrarrevolución interna en los ’30 y después se afianzó y fortaleció después de la Segunda Guerra Mundial, en China el dominio de la burocracia siempre fue más tenue debido a su debilidad interna, a su carácter post-revolucionario, y en buena medida a los vaivenes de la situación internacional entre los cuales un elemento clave era la relación con la misma burocracia soviética.

Es en este marco que debe analizarse el acontecimiento decisivo para la evolución de la China actual que fue la Revolución Cultural. Este movimiento iniciado como una confrontación de tendencias en la cúspide y en los diferentes sectores de la burocracia -en donde la fracción liderada por Mao apeló a las masas para presionar al aparato estatal y al partido- se fue transformando en un conflicto extremadamente agudo que implicó la movilización de sectores sociales fundamentales, los estudiantes, el campesinado -en menor medida- y fundamentalmente, en su pico, los trabajadores [34]. Desde el punto de vista de la burocracia estalinista, este fue un hecho enormemente traumático que hizo añicos el monolitismo del estado y del PCCh y casi puso en cuestión su dominio. Fue la Polonia [35] de la burocracia china, que llevó a un cambio fundamental en el dominio y la política de la burocracia de Pekín hacia la restauración capitalista. No por casualidad, después de la inestabilidad de este periodo, China restablecía relaciones con los Estados Unidos, bajo la dirección del propio Mao que señalaba de esta manera el nuevo curso al que se iría orientando la burocracia estalinista, cuestión que pegaría un salto con la muerte del Gran Timonel y el breve interregno de confusión que le siguió.

Con la asunción de Deng Xiaoping, el verdadero padre de las reformas, la burocracia logra un nuevo consenso que contempla que la única forma de salir de este periodo turbulento y asegurar su dominio era el mantenimiento del crecimiento como base de la estabilidad política. Este consenso post Revolución Cultural que se mantiene con distintos altibajos hasta ahora es lo que permite el lanzamiento y posterior profundización de las reformas procapitalistas.

Durante los primeros años de las reformas esto llevó a la conformación de dos bloques burocráticos, uno llamado reformista y el otro conservador, que diferían con respecto al grado de apertura económica, de liberalización política y la justificación ideológica del nuevo camino emprendido y que todavía reflejaba algunos vestigios de los últimos años de la era de Mao.

Pero el temor generado por los levantamientos de la Plaza Tiananmen inclinó la balanza hacia una orientación conservadora en lo político mientras se profundizaba la liberalización económica. Efectivamente con la represión de 1989 se hizo evidente que los conservadores habían tomado el poder. Pero estos negociaron con Deng Xiaoping, quien insistió en la continuidad de las reformas. Este eligió a Jiang Zemin como su sucesor, un político más moderado que Li Peng pero más duro que Zhao Ziyang [36]. Con el paso del tiempo no hubo más sectores que se oponían a las reformas en las estructuras de poder. El mismo Li Peng, como primer ministro, llevó a cabo reformas drásticas en la línea de Deng.

En síntesis, esta actualización del consenso burocrático post 89 ha llevado a un mayor conservadurismo político [37], que entra en contradicción cada vez más abierta con las vertiginosas transformaciones estructurales de la economía y de la sociedad. Aunque la inestabilidad de medio siglo de domino burocrático y los concientes temores de la revolución cultural, y más tarde de la Plaza Tiananmen en la élite, condujeron mayoritariamente a esta opción, la falta de flexibilidad e innovación en el terreno político y el arcaico control burocrático por parte del PCCh es uno de los talones de Aquiles de todo el proceso restauracionista que, privado de otras válvulas de escape, puede hacer irrupción en forma repentina y violenta.

Esto último no se ha materializado porque todavía se conserva la unidad de la burocracia. Como dice The Economist: “En tanto y en cuanto haya una relativa unidad entre los líderes principales del país, China va a ser capaz de sobrellevar un grado mayor de inestabilidad económica y social y mantener una línea de política exterior en términos generales pragmática. El levantamiento de 1989 se fue de las manos sólo por la pelea en la dirección que se había hecho altamente visible en los meses anteriores a las protestas. Los cismas ideológicos que causaron esta pelea en gran medida se han atenuado. Hay ahora un amplio consenso alrededor de la necesidad de una economía de mercado (aunque no exactamente en cómo llegar allí). Pero los líderes chinos están también unidos en su creencia de que tolerar una oposición política organizada podría resultar en su propia caída, y debe ser evitada a toda costa” [38].

Pero si se rompe o fragmenta este reaccionario consenso de la élite, las enormes contradicciones del proceso restauracionista pueden emerger en forma abierta, siguiendo la regla general de la historia china contemporánea en la cual los levantamientos sociales de las masas se disparan por las luchas de los de arriba, porque los líderes rivales apelan abiertamente o por abajo al apoyo de la población.

Mantener esa unidad frente a las enormes presiones del cambiante sistema internacional y, tal vez en forma más importante, frente a los crecientes desafíos económicos y sociales internos, será sin lugar a dudas la gran prueba de la llamada cuarta generación de líderes chinos que asumió a fines de 2002 y cuya figura más visible es el nuevo presidente, Hu Jintao.

Ni bien asumió, esta nueva generación pudo sortear con éxito la crisis generada por la epidemia de neumonía atípica. Pero mucho más difícil será acolchonar sin grandes traumas los enormes desequilibrios del crecimiento económico, más aún como es de esperarse si ha de afrontar una probable caída el próximo año o el que viene. Ya la crisis asiática de 1998 sacudió la fe ciega en el mercado mundial y dejó a la defensiva a los liberales. Peor fue el golpe cuando la OTAN bombardeó la embajada china en Belgrado y se desarrollaron movilizaciones estudiantiles espontáneas, que chocaron con el pro occidentalismo de sectores crecientes de la élite de negocios, académica e intelectual.

En este marco se entiende por qué los líderes chinos no necesitan una crisis internacional que sacuda el equilibrio interno alcanzado en la cúpula. De ahí la línea dura hacia cualquier paso que pueda significar elecciones democráticas en Hong Kong, como vienen reclamando las movilizaciones de decenas de miles desde el año pasado en la ex colonia inglesa, o la atenta vigilancia de los líderes chinos ante los movimientos hacia la independencia del presidente de Taiwán, Chen Shui-bian. China ha dicho que se opondrá a tales acciones “a cualquier costo”, lo que puede producir una crisis debido a que 90% de los taiwaneses confían en que los Estados Unidos estarían de su lado en una eventual disputa más allá de si éstas son las reales intenciones de Washington.
Sin embargo, últimamente ha comenzado a airearse públicamente una dura lucha que se venía dando en sordina en Pekín desde que Hu asumió el gobierno en marzo de 2003, entre éste y el antiguo presidente y ex secretario general del Partido Comunista, Jiang Zemin y actual presidente de la Comisión Militar Central por la máxima dirección de China. Recientemente los motivos de disputa han escalado a importantes temas de gobierno como los controles en la economía y las relaciones con Taiwán. En el primer caso, dirigentes provinciales y municipales ligados a Zemin, cuya base de poder se encuentra en las zonas costeras y en especial en Shangai, cuestionan las medidas del actual gobierno que buscan enlentecer el ritmo de crecimiento económico, cuestión que afecta a varios intereses burocráticos que se enriquecieron fuertemente en los últimos años. En relación a Taiwán, Jiang y el Ejército vienen realizando una fuerte retórica y maniobras militares desde la reelección del presidente taiwanes, Chen Shui-bian, que ha llegado tan lejos como afirmar que la guerra es inevitable, cuestión que viene siendo disminuida por Hu que no quiere que un aumento del militarismo ponga en riesgo el crecimiento económico. Por ahora esta crisis es manejable, pero ante un salto en la crisis tanto sobre la economía como sobre Taiwán, la falta de consenso en la cúpula podría ser catastrófica.

La definición del Estado Chino y el carácter histórico del proceso de restauración

Aunque las reformas procapitalistas comenzaron en China a fines de la década del ’70, la derrota del levantamiento de la Plaza Tiananmen en 1989 fue un punto de inflexión que afianzó el proceso de liberalización económica y el control político impulsado por el PCCh. Esta derrota de la masas permitió un enorme salto en la restauración capitalista como mostró, aunque después de un interregno, el cambio cualitativo dado en la política de la burocracia en 1992 -fecha del famoso viaje de Deng al sur de China [39]-, así como la fenomenal oleada de inversiones extranjeras directas que continúa hasta el día de hoy, que convirtieron a China en el principal centro de acumulación de capital a nivel mundial. En otras palabras, como dice Wang Hui “...tras el aplastamiento militar del movimiento del Cuatro de Junio, la gente perdió la oportunidad de protestar, y la reforma de precios introducida a punta de pistola se convirtió en un éxito. La mercantilización total en China no se origina a partir del intercambio espontáneo, sino a partir de actos de violencia: la represión estatal del movimiento social”.

Tomando en cuenta este salto en la orientación de la burocracia, en Estrategia Internacional número ocho de mayo/junio de 1998, decíamos: “Si anteriormente, el objetivo de la burocracia central había sido dinamizar la economía planificada a través de medidas de mercado, el año 1992 señala un decisivo giro de la burocracia en subordinar la misma a la economía de mercado. El objetivo de crear una economía socialista de mercado, concebida como una economía en la cual las fuerzas del mercado cumplirán la función más importante en la asignación de recursos en un contexto en el que seguiría predominando la propiedad estatal ... Este giro en la política marca el giro con armas y bagajes del conjunto de la burocracia a la restauración del capitalismo, y en este sentido, marca un salto en calidad en el carácter del estado obrero deformado, transformándose en un Estado obrero deformado en descomposición”.

Hoy no puede quedar la menor duda de que las reformas han provocado el desmantelamiento del viejo Estado obrero deformado, del que sólo queda la fachada a efectos de mantener la estabilidad política y social. El vehículo de esta transformación ha sido la burocracia que se convierte cada vez más abiertamente en defensora de la propiedad privada capitalista, como viene reflejándose en los cambios de la misma Constitución desde 1982 a la reciente Asamblea Popular Nacional [40] de marzo de 2004 que declaró los derechos a la propiedad privada como constitucionalmente inviolables [41]. Previamente la burocracia había tenido éxito en incorporar el énclave capitalista de Hong Kong bajo la fórmula de “dos sistemas, un Estado”. Este énfasis en la promoción de la propiedad privada por parte de la burocracia, y tomando en cuenta la continuidad del proceso restauracionista, hace que nos parezca más conveniente y adecuado al día de hoy resaltar en la definición del Estado el carácter “capitalista en construcción” de la actual formación social china, en detrimento de nuestra previa definición de “Estado obrero en descomposición”, que veníamos planteando. Constatando que, siguiendo las definiciones de Trosky en “Estado Obrero, Termidor y Bonapartismo” [42], un “poder estatal que desea el socialismo o se ve obligado a desearlo” está ausente en China desde hace años, lo cual interrumpe la construcción del socialismo y a efectos de evitar la menor confusión de que aún quedarían trazas del viejo estado obrero, que como marxistas revolucionarios estaríamos obligados a defender, definimos a China como un “estado capitalista en construcción” [43].

Sin embargo afirmar este carácter del Estado y dar cuenta de que la burocracia ha venido avanzando en la destrucción de las viejas formas de producción de la economía planificada burocráticamente y dando pasos decisivos en la restauración del capitalismo, significa por otro lado afirmar que el proceso de restauración aún no está asentado históricamente, que es la otra cara de nuestra definición de la sociedad transicional china actual. Más aún, a pesar de los enormes saltos dados en todos estos años en el camino restauracionista, la burocracia aún debe afrontar sus desafíos más difíciles para consolidar una economía de mercado, proceso que sólo puede verse en términos históricos y por tanto ligado a las perspectivas del capitalismo mundial y de la lucha de clases al interior de China y en el terreno internacional. Como dice Fang Gang, director del Instituto Económico Nacional de la Fundación para la Reforma China, “Cuando uno se da cuenta de las dificultades de los problemas chinos, se hace evidente que no pueden ser solucionados en un corto periodo de tiempo. Más bien llevará un largo tiempo hacerlo. Ya pasaron más de 20 años desde que China comenzó las reformas. Aun si llevara otros 50 años resolver los problemas, sería un gran resultado en comparación con los Estados Unidos y Europa, que tardaron 300-400 años en la construcción de sus economías de mercado” [44].

El papel de la burocracia o por qué China no es aún un régimen social capitalista plenamente consumado

De la perspectiva histórica anterior surge que aunque en las últimas décadas, como ya dijimos, el capital privado prospera, la formación de una clase capitalista aún es embrionaria y sigue siendo la burocracia el agente central del proceso de restauración capitalista.

El rol de árbitro de la burocracia sigue siendo fundamental en el cuerpo económico no sólo para la aprobación e impulso de nuevos negocios sino también en su capacidad de regulador de la economía, debido al hecho que el patrimonio estatal aún supera al capital privado, sobre todo en los bancos.

La primera función se ve en la importancia de la burocracia en el otorgamiento de licencias, el cobro o la excepción de impuestos y en general en el sostenimiento de tratos privados con los empresarios. De ahí que la palabra central para el florecimiento de los negocios en China sea el guangxi o las conexiones, una práctica antiquísima que fue preservada durante la época maoísta en el campo [45] y que desde el comienzo de las reformas se ha multiplicado a todos los niveles de esta economía en transición, pasando a las ciudades, entre éstas y los distintos inversores capitalistas y entre estos últimos y la burocracia central de Pekín. Esta hipertrofia del sistema de clientelismo en todos los poros de la sociedad es lo que explica la enorme corrupción en las filas oficiales, que es un cáncer que amenaza con la pérdida de toda legitimidad del Partido Comunista. El resultado de la extensión de esta práctica es que los capitalistas dependen de la aprobación o cooperación oficial, dando por resultado un empresario que no tiene espíritu innovador y que no está dispuesto a asumir riesgos.

Por otro lado, la función de la burocracia en la administración económica se opone a la operación plena de la ley del valor impidiendo la desvalorización y expulsión de la capacidad excedente, al tiempo que tampoco es capaz de subordinar efectivamente todas las formas de trabajo social a la acumulación del capital. Una muestra de lo primero es que durante los ’90 la tasa de bancarrota china no fue más que un 0.05% al año, un veinteavo del nivel de los Estados Unidos. La muestra de lo segundo es que el sector estatal es aún vital para la economía china y la estabilidad social porque todavía emplea al 45% de la fuerza de trabajo urbano y recibe la mayoría de los prestamos bancarios. Desde el punto de vista del capital, la supervivencia de la burocracia es responsable de la montaña de malos créditos, ligado al hecho de la obligación de los bancos de apoyar a compañías insolventes en muchos casos por motivos políticos. En cierta medida, la sobrecapacidad manufacturera es consecuencia de estas prácticas dando lugar a un endeudamiento hasta límites insostenibles de los bancos (el 80% de los créditos bancarios se han dirigido al sector público y más de la cuarta parte nunca se pagarán). En el mismo sentido, los dos mercados accionarios de China, que ya llevan abiertos más de una década, permanecen el coto casi exclusivo de las empresas del Estado. Las mayorías de las acciones son poseídas por el Estado o los empleados, por lo que los accionistas ordinarios no tienen influencia sobre el manejo de las compañías. Según The Economist, uno de los más ricos empresarios privados chinos que conoce bien estos mercados, los llama “un chico nacido congénitamente deformado después de la violación del capitalismo por el socialismo” [46].

En conclusión, podemos sintetizar que después de más de dos décadas de reformas es evidente que hay un proceso de restauración capitalista en curso, orientado por un gobierno pro-capitalista y que se apoya en un aparato estatal capitalista en formación pero que aún no pegó un salto cualitativo a establecer un régimen social capitalista, o en otras palabras, que a pesar de los importantes avances logrados por la restauración capitalista en todos estos años, ésta aún no se ha completado.

Es esto lo que afirman los editores del China Economic Quartely: “Pero es un salto lógico absurdo aseverar que -porque no existe una división absoluta entre las economías de mercado y las que no son economías de mercado- no puede hacerse una distinción significativa entre una economía donde los mecanismos de mercado predominan y aquellas en los cuales domina el poder estatal. Y es igualmente engañoso argumentar que el impresionante progreso chino desde una economía planificada a una economía de mercado en los pasados 25 años es equivalente a un éxito completo” [47].

Esos mismos autores, señalando los elementos capitales, según su visión de una economía de mercado, agregan: “Hay tres de dichos elementos: derechos de propiedad asegurados, contratos confiables y que se cumplen y un mecanismo ordenado para las entradas y salidas del mercado. Comparado con cualquier economía de mercado de la OMC, China alcanza un resultado muy pobre en el primero y puntajes mediocres en el segundo y el tercero. Los derechos de propiedad privados no existían en un sentido legal o práctico en China hasta este año, cuando fueron establecidos en la Constitución. Pero poner tales derechos en la Constitución es inútil donde no existe un sistema legal efectivo para garantizarlos [48]... Los contratos presentan una historia similar. No existe un efectivo mecanismo legal para forzar las obligaciones contractuales en China. Los empresarios deben apoyarse en una combinación de confianza, conexiones y, como último recurso, las coimas a los jueces para imponer sus reclamos. En muchos casos el sistema trabaja bastante bien, pero no está lo suficientemente institucionalizado para ser consistentemente confiable... Las entradas al mercado y las salidas parecen a primera vista relativamente saludables... Pero una inspección más cercana revela severos impedimentos a ambos lados. Del lado de la entrada, la regulación estatal continúa prohibiendo o limitando estrictamente la inversión en muchos sectores. Las compañías privadas tienen efectivamente prohibido juntar dinero en los mercados accionarios, y tienen dificultades de conseguir préstamos bancarios -en muchos casos porque los bancos temen no tener formas de asegurarse confiablemente un préstamo a firmas no estatales. Del lado de las salidas, los gobiernos locales y los que ellos controlan a menudo protegen a las firmas estatales y privadas locales de la bancarrota o la absorción por firmas de otras provincias. Este permisivo proteccionismo local permite a muchas firmas mantenerse en los negocios mucho después de que hubieran fenecido en un sistema de mercado real”.

Y resumiendo dice: “Todas estas áreas están en un flujo constante, por supuesto, y en general China está avanzando claramente hacia una economía de mercado. Pero sólo tener la dirección correcta y una alta velocidad no significa que el objetivo haya sido alcanzado. China no es todavía una economía donde las fuerzas del mercado tengan claramente ventaja sobre los mandatos del Estado”.

CAPITULO V

El avance de la restauración y sus consecuencias internacionales

La desaparición de la economía planificada china (así como la de la ex URSS y de los países del este) significa una extensión de las fronteras geográficas y sociales del capital en una escala sin precedentes. Este acontecimiento enormemente regresivo ha reforzado la competencia a la baja salarial entre los distintos componentes de la clase obrera internacional al reincorporar a millones de trabajadores al mercado mundial que se encontraban no sometidos directamente a sus presiones.

Contra la propaganda “globalizadora”, esto significa históricamente -independientemente de los momentos coyunturales o resultados parciales que puede tener en este o aquel país- una regresión económica, social y cultural de enormes proporciones.

La clave del rol de China en su proceso de integración a la economía mundial capitalista es que reduce el precio pagado por los capitalistas por la fuerza de trabajo. Este proceso se da a través de la mundializacion del proceso de perecuación de la tasa de ganancia fundamentalmente en las cadenas de producción y distribución de productos manufactureros expresado en la guerra de precios y la reducción de los márgenes de ganancia de las compañías. Su rápido desarrollo ha causado dramáticos cambios en el valor de la fuerza de trabajo, con importantes consecuencias en la distribución regresiva del ingreso. En otras palabras, China es claramente una fuerza deflacionaria para la fuerza de trabajo. En tanto las mejoras de la educación progresen y su base manufacturera se convierta en más sofisticada, los salarios para los trabajadores especializados a nivel mundial también pueden estar amenazados.

Por último, y en el plano ideológico, en la medida que siga avanzando la integración de China a la economía mundial capitalista, la propaganda interesada de la llamada “globalización” puede seguir sosteniéndose, a pesar de los jirones que ha perdido su ofensivo discurso de la década pasada después de crisis como la asiática o de los descalabros económicos producidos en América Latina.

Una crisis en puerta: ¿Sobrecalentamiento o sobreinversión?

Durante el año 2003 y comienzos de 2004 la economía china tuvo un crecimiento notable. Si tomamos en cuenta el crecimiento de la producción industrial en vez del PBN, ésta creció en marzo de 2004 un espectacular 19.4% arriba de su nivel del año pasado -una marcada aceleración del crecimiento con respecto al 17% alcanzado en 2003. Estos datos son fenomenales: en enero y febrero el crecimiento en 16 de 30 sectores industriales excedió el 100%. El crecimiento de la inversión en hierro y acero, materiales de construcción y cemento fue tan alto como el 170%. La industria del acero, por ejemplo, va a tener una capacidad para producir al menos 330 millones de toneladas de acero para el año que viene, una cantidad que el país no va a consumir hasta el 2010. No sorprende con estos indicadores que según algunos cálculos, reexpuesto en dólares, el crecimiento del producto industrial chino en 2003 haya sido ocho veces más grande que el de los Estado Unidos. En otras palabras, a pesar de que China aún da cuenta de una pequeña porción de la economía mundial (3.9% del PBN mundial a tasas de intercambio de mercado), no puede minimizarse su rol en impulsar la actividad industrial a escala global en la actual recuperación económica mundial.

Este efecto fue palpable sobre Asia. El crecimiento de las importaciones chinas de un 40% en 2003 tuvo a esta zona como lugar privilegiado, mostrando su nuevo rol en actuar como motor de la recuperación de estos países y de la creciente integración comercial inter-asiática. Así las ventas a China dieron cuenta del 32% de las exportaciones japonesas, 36% de Corea del Sur y 68% de Taiwán. Pero también de este salto en las importaciones se beneficiaron países desarrollados productores de bienes de capital como es el caso de Alemania, cuyas exportaciones a este país alcanzaron un 28%, y los Estados Unidos, que exportó a China un 21% del total de sus ventas externas.

Los otros grandes beneficiados del crecimiento de China son los productores de commodities. Es que China se ha convertido en la fuerza dominante en este mercado arrastrado por la urbanización, la infraestructura y la construcción de fábricas. Así, el año pasado dio cuenta del consumo de un 7% del petróleo crudo mundial, 25% del aluminio, 27% de productos del acero, 30% del mineral de hierro, 31% del carbón y un sorprendente 40% del consumo mundial de cemento.

Sin embargo este espectacular crecimiento ha dado lugar a profundos desequilibrios económicos. En los últimos meses se viene desarrollando un intento de las autoridades chinas de poner bajo control su economía. La decisiones administrativas tomadas por los funcionarios de Pekín sobre el otorgamiento de nuevos préstamos han sembrado la alarma sobre la salud de la economía china en los inversores a nivel mundial. Tomando como variable el crecimiento de la inflación, cuya tasa de 4.4% es la más alta de las grandes economías, muchos analistas definen que la economía china atraviesa un sobrecalentamiento. Sin embargo, coincidimos con The Economist, en que éste no es el diagnóstico correcto, cuando dice que “Actualmente hay temores de que la economía se esté sobrecalentando. Están comenzando a formarse burbujas en la construcción, el acero y los automóviles, y la generación de electricidad está funcionando con limitaciones de capacidad. Sin embargo, el problema real de China no es la inflación, sino la sobreinversión. En su apuesta al crecimiento, el gobierno ha alentado a los bancos gubernamentales a abrir sus canillas. El crédito fácil está produciendo una sobrecapacidad masiva, llevando a la deflación, más deudas malas y menos nuevos trabajos. Ya, nueve décimos de las mercancías manufacturadas están en sobreoferta, aunque la inversión en activos fijos creció el año pasado un 30% y contribuyó a un 47% del PBN” [49].

Es evidente que este crecimiento es insostenible. Hoy esto, más allá del diagnóstico, no se cuestiona. Lo que se discute es la magnitud de su caída y, debido al creciente rol de China sobre la economía mundial, qué repercusiones tendrá sobre ésta. Hay tres visiones. En primer lugar, la más benévola opina que lo más probable es un aterrizaje suave (“soft landing”) basado en el éxito de las iniciativas macro estabilizadoras de autoridades chinas durante la década pasada, como fue el caso del recalentamiento de 1993-1994, la crisis asiática de 1997-1998 y la recesion global sincrónica de 2001. A favor de esta variante, irónicamente juega el enorme rol que la burocracia conserva sobre la economía (una pesada herencia de la planificación económica burocrática) que le permite un fuerte manejo del Estado sobre ésta en tiempos de crisis. A esta variante adscriben los que ven la crisis como de sobrecalentamiento.

La segunda variante que se discute es que es difícil que la economía china evite un aterrizaje forzoso (“hard landing”) debido a sus excesivas tasas de inversión. Durante el primer trimestre de 2004 la tasa de inversión fija siguió creciendo un impactante 43%, sobre un ya fuerte crecimiento del 26.3% en igual periodo de 2003. Es importante señalar que los números actuales significan una tasa tres veces más rápida que la tendencia del periodo que va entre 1993 y 2003, un periodo entre dos sobrecalentamientos de la economía que fue del 15.5%.

Por último, los más pesimistas señalan que China debe limpiar una década de desmanejo financiero, siendo su comparación con la economía japonesa la más apropiada. Aún hoy Japón no ha logrado solucionar su crisis a más de una década de que su “burbuja económica”explotara. A favor de esta variante está el hecho que por el temor a las respuestas sociales frente a una caída del crecimiento, la burocracia vino evitando las depresiones del ciclo económico. Este ha sido el caso desde 1997 a 2002 como respuesta a la crisis asiática y la recesión mundial de 2001, donde el crecimiento descansó fundamentalmente en un masivo gasto gubernamental (y cuyo resultado fue un acelerado crecimiento de la deuda estatal), que se compensó durante 2003 y el presente año como consecuencia de la recuperación de la economía mundial (la más importante en veinte años) y los enormes flujos de IED que la acompañaron.

Esta última variante sería totalmente ominosa, ya que China, a diferencia del imperialismo japonés, corre con desventaja en el grado de estabilidad de su sistema político y social. De darse esta variante el espejo donde se mira aterrorizada la burocracia de Pekín es la caída de Suharto en Indonesia como consecuencia del crack económico.

Nosotros no vamos a arriesgar un pronóstico. Pero metodológicamente hay un nuevo factor a tener en cuenta que tendrá una enorme incidencia tanto en las causas como en el resultado de una eventual crisis y esto es: la mayor exposición de China a la economía mundial capitalista. Durante los dos últimos años las fuertes políticas contracíclicas de los países imperialistas para salir de la recesión de 2001 y fundamentalmente del legado de sobreinversión de la década del ’90, en particular los Estados Unidos, han tenido éxito en lograr una vigorosa recuperación de la economía internacional de la que China no sólo se ha beneficiado sino la que al mismo tiempo ha sido uno de sus motores [50]. Esta tendencia se ha mantenido como consecuencia de la debilidad del dólar y fundamentalmente las enormemente bajas tasas de interés globales que han venido alargando artificialmente el boom. Es difícil que hasta las elecciones norteamericanas este panorama -a pesar de la pequeña y simbólica suba de 0.25% por parte de la Reserva Federal el 30/6- cambien sustancialmente. Pero si las condiciones que permitieron esta recuperación cambian, esta mayor exposición de China a la economía mundial puede convertirse en su gran fuente de debilidad. La expansión impulsada por la deuda ha significado la creación de una enorme sobrecapacidad y especulación en la expansión de minas, altos hornos, facilidades de producción, nueva capacidad portuaria, mejor infraestructura, la especulación en los mercados de commodities, inmobiliaria o de locales de almacenamiento a nivel mundial. Consecuentemente, las regiones en que en el último ciclo este crecimiento fue más exuberante pueden ser las más afectadas: este es el caso, precisamente, de China.

¿Un pulmón a largo plazo para la economía mundial capitalista?

La vastedad del mercado chino asociado a la idea de 1.300 millones de consumidores hace soñar a la multinacionales. Sin embargo, recién en 2003 el ingreso per cápita superó los 1.000 U$S, cifra que, como demostramos a lo largo del artículo, oculta grandes disparidades y una enorme diferenciación del poder adquisitivo de los distintos sectores de la población e incluso a nivel regional. Es que a diferencia del desarrollo orgánico de las distintas potencias capitalistas en el siglo XIX, el actual modelo de desarrollo chino desigual y dependiente no genera la constitución de un verdadero mercado nacional integrado y equilibrado a nivel nacional. Más aún, la política de las autoridades de Pekín refuerzan este carácter al utilizar las enormes masas de reservas no para la industrialización y el consumo de las masas de todo el país, sino para comprar bonos del tesoro norteamericano perpetuando de esta manera el modelo exportador basado en salarios de miseria y una fenomenal desigualdad en los ingresos. Pero a pesar de esta realidad muchos de los planes de expansión de las firmas imperialistas se hacen con la ilusión de que China es el último mercado sin explotar de la tierra.

Siendo más realistas lo único que podemos hacer es comparar el actual grado de desarrollo chino con el resto de los países del sudeste asiático, que siguieron previamente el mismo modelo exportador en la que hoy está empeñada la economía china. Esta última, con un valor mucho más bajo de la fuerza de trabajo, ha reemplazado en muchos casos a estos países en importantes ramas de producción. Haciendo un mero ejercicio económico podemos determinar la distancia que le falta recorrer a China para alcanzar el mismo nivel de desarrollo de estos países del sudeste asiático mas avanzados, lo que en inglés se denomina “catch-up”. Este es el cálculo que está detrás de los planes de expansión de muchas transnacionales, sobre todo en el sector productor de materias primas, que más allá de la profundidad de la crisis de coyuntura, apuestan en base a estos cálculos a la continuidad del crecimiento económico chino.

Una muestra de lo que decimos son los grandes consorcios minerales, como relata el siguiente ejemplo: “El Pilbara ha visto buenos tiempos antes, pero nada como esto. Desde que se descubrió oro en 1880, la región de formaciones rocosas de 2,5 millones de años de antigüedad había sido reconocida como un raro tesoro que albergaba una riqueza mineral. Pero ahora, a medida que el impetuoso ritmo de desarrollo económico de China crea una creciente demanda de hierro, acero, aluminio, cobre y una serie de otros metales, las inversiones están vertiéndose en Pilbara como nunca antes. En un gran voto de confianza sobre la fortaleza y sustentabilidad del futuro crecimiento económico de China, las más grandes compañías de recursos, BHP Billiton y Rio Tinto -con una capitalización de mercado de 55.000 y 35.000 millones de dólares respectivamente- están invirtiendo millones de dólares en la región. Se están abriendo nuevas minas, las viejas se están expandiendo, se construyen vías y se mejoran los puertos, todo para servir a la demanda china” [51]. El cálculo detrás de esta expansión fenomenal es explicado por uno de los directivos de esta empresa: “Esta burbuja es uno de aquellos accidentes de ruta que contemplamos en nuestra estrategia. Nosotros esperamos que los precios declinen y los volúmenes cambien... En el largo plazo, sin embargo,... el consumo de acero de China -y por ende su demanda de mineral de hierro- va a continuar creciendo. El señala que hoy China sólo consume alrededor de 200 kilogramos de acero al año por cada hombre, mujer y niño de población. Esto se compara con alrededor de 600 kilogramos por cabeza al año de Japón y entre 800 y 1.000 kilogramos de los grandes exportadores como Taiwán y Corea del Sur”.

Pero estas disquisiciones estadísticas y totalmente lineales cometen dos tipos de errores. Por un lado, hacen a un lado las reacciones sociales, culturales y políticas que tal desarrollo trae aparejado y que, como vimos, son tal vez el desafío más grande que enfrenta la burocracia restauracionista para completar las reformas. Por el otro, y tal vez una equivocación más grande que la anterior, igualan plenamente la transición de economías semicoloniales agrícolas y atrasadas, como eran los New Industrial Coutries (NICs) antes de convertirse en plataformas exportadoras -elementos que compartían con China-, con un proceso combinado que también contempla una restauración capitalista desde un Estado obrero deformado hacia una economía capitalista, proceso que implica una brutal destrucción de fuerzas productivas y que, como hemos explicado a lo largo de esta nota, está contrarrestado momentáneamente por el alto crecimiento económico, pero que constituye una difícil prueba que puede poner en riego todas las bases del “milagro económico”.

Más allá del distinto punto de partida, en última instancia, el futuro en el largo plazo del crecimiento chino y de su exitosa integración a la economía mundial dependerá del estado de salud del capitalismo mundial. En todos estos años, China se benefició muchísimo más que otros países por su vasto pool de mano de obra barata, de la tendencia de las economías y multinacionales de los países imperialistas que están en una carrera desenfrenada para bajar los costos para recuperar la rentabilidad después de la crisis de los ’70, que fue el primer momento donde la tasa de ganancia de los principales economías comenzó a descender. Esta tendencia sigue siendo una realidad de la economía mundial que se ha profundizado como salida a la sobreinversión de los ’90, no sólo en cantidad sino a nuevos sectores (servicios), pero viene siendo contrarrestada por una tendencia opuesta pero que surge del mismo proceso de reestructuración y relocalizacion capitalista de las últimas décadas: la falta de mercados para los niveles de tasa de ganancia que los cambios en el proceso productivo permitan valorizar y realizar. El camino aplicado, aunque ha recuperado la rentabilidad [52], ha redundado en una nueva estrechez del mercado capitalista mundial, llevando no a una expansión como en el boom de la posguerra, sino a una lucha despiadada por los mercados. De esta lógica de hierro resulta la búsqueda incesante de fuentes de mano de obra barata que ha beneficiado particularmente a China como el “nuevo milagro capitalista” (¿alguien se acuerda que antes de la crisis de 1997-98 este mote era reservado para los NICs como Corea, Taiwán, Hong Kong o Singapur o los segundos NICs como Malasia, Tailandia e Indonesia?), pero que a su vez pone un gran interrogante sobre la sustentabilidad de esta nueva división mundial del trabajo, a menos que se crea alegremente el sueño sin fundamento de las grandes empresas de una China que emerja como gran potencia consumidora, cuestión que es difícil de esperar por razones internas y externas, al menos en un ritmo que evite potenciales cataclismos económicos en los próximos lustros. La esperanza de Occidente de que el mercado chino se convierta no sólo en un “gran ensamblador mundial” sino también en un nuevo mercado consumidor que permita reequilibrar la economía mundial, mantenida durante todos estos años por el crecimiento más allá de sus posibilidades del consumo norteamericano ultraendeudado, no resiste la menor prueba.

En otras palabras, la ampliación geográfica del capital, al tiempo que salida momentánea para el capitalismo mundial en las décadas pasadas, sobre todo en los ’90, ha significado una intensificación de la competencia intermonopólica en busca de nuevos mercados, lo que a largo y mediano plazo tiende a agravar la crisis capitalista.

CAPITULO VI

Perspectivas

Si obviamos las desventuras y cómo finaliza la ofensiva neoimperialista de los Estados Unidos en Irak, que ha sacado a la superficie la crisis del sistema de relaciones internacionales establecido en la posguerra, la clave de la situación internacional está determinada por quién se apropiará del enorme vacío que significa la disolución de la ex URSS y por el control del proceso restauracionista en China. Este proceso ha sido el disparador de una nueva intensificación de la competencia interimperialista ya que quien logre hegemonizar estos desenlaces, abrirá un profundo desequilibrio en la relación de fuerzas entre las distintas potencias.

Esta cuestión es importante verla desde una perspectiva histórica. Después de la Segunda Guerra Mundial, el capitalismo mundial se vio obligado a resignar más de un tercio de la superficie mundial, incluso el país más poblado de la tierra, China, en donde se liquidaron las relaciones de producción capitalista. Sin embargo el precio pagado por el proletariado mundial por tales conquistas fue muy alto, con la liquidación de la revolución europea por la burocracia estalinista refortalecida, traición que permitió asegurar la hegemonía mundial por parte de los Estados Unidos, dirimida en la guerra la disputa con los imperialismos competidores japonés y alemán, y el declive del antiguo hegemón, Inglaterra. Este orden internacional signado por la “coexistencia pacífica” entre la burocracia estalinista y el imperialismo mundial en contra del desarrollo de la revolución internacional, y caracterizado al mismo tiempo por la existencia de regímenes sociales antagónicos (graficado en la llamada guerra fría) llegó a su fin con la debacle de la ex URSS y la apertura desenfrenada de China a la explotación por el capital mundial. En este marco, el destino histórico de estos países o bien culmina en una restauración plena de las relaciones capitalistas con el salto en la barbarie, las guerras y el retroceso social que este camino supone, permitiendo un respiro importante para el capitalismo internacional o por el contrario será necesario una nueva revolución política y social contra la burocracia, los nuevos capitalistas y su asociación con el capital internacional. Más allá de los resultados parciales logrados hasta ahora por la penetración del capital en los ex Estados obreros degenerados y deformados, estratégicamente éste sigue siendo el pronóstico fundamental.

Yendo al caso chino, como hemos tratado de demostrar a lo largo de este trabajo, a pesar de todo los avances logrados el poder social del capital sigue siendo débil, no existe una clase unificada de capitalistas, lo que dificulta para imponer una salida contrarrevolucionaria en lo inmediato, apoyándose todavía el proceso de restauración en una burocracia cuya función social y política es cada vez más arcaica, y su renovada legitimidad puede estar agotándose [53]. Estratégicamente esto constituye una debilidad estructural del estado restauracionista que contrasta con el enorme poder social en potencia que significan los enormes batallones y concentraciones obreras que el mismo proceso restauracionista ha creado.

Este elemento puede verse en que, a diferencia de la ex URSS, la burocracia de Pekín ha seguido un “camino evolutivo” en la aplicación de las reformas, lo que otorga a la estructura social un carácter híbrido y transitorio (y que lleva equivocadamente a muchos a ver en esto una supervivencia del Estado obrero deformado), expresión a la vez de la conciencia de la burocracia sobre las consecuencias explosivas de este proceso.

Por eso, aunque se trate de silenciarlos o disimularlos, los ecos de Tiananmen siguen retumbado: “En vísperas del 15 aniversario, los disidentes y los familiares de las víctimas de Tiananmen están teniendo un mayor control de la policía, aunque menos que en los años pasados. Pero sus voces están ahora sumergidas en el barullo de las protestas diarias contra la corrupción y el crimen, los hogares y el sustento perdidos, de centenares de campesinos y trabajadores que se agolpan en la ciudad diariamente. La reforma política, si hubiera sido permitida, podría haber provisto alguna reparación para sus quejas. Ahora no tienen otra alternativa que tomar las calles” [54].

Es que, insistimos, las reformas han creado en un corto periodo de tiempo una enorme desigualdad social, que algunos comparan con el periodo previo a la revolución de 1949, que tiene un carácter explosivo. Las fuerzas sociales que ese “primer ensayo” revolucionario de 1989 desataron, lo muestra con evidencia. Contrariando la imagen de la prensa internacional que sólo ve un levantamiento estudiantil por valores liberales, Wang Hui, editor en jefe de la revista intelectual china de carácter mensual, Dushu (Lectura) y cuyos escritos son sindicados con indignación por la crítica liberal como responsables del desarrollo del fenómeno de una “nueva izquierda”, lo dice con todas las letras: “¿Por qué los ciudadanos de Pekín apoyaron tan rotunda y activamente las manifestaciones de los estudiantes?” y se contesta: “En gran parte por el denominado sistema de precios de doble velocidad y por la forma desigual en la que los convenios salariales se estaban introduciendo. Esto creó la base institucional para que se produjera una creciente diferenciación social, especulación oficial y corrupción a gran escala a fines de la década. Al mismo tiempo, el gobierno había impuesto por segunda vez arriesgadas reformas en el sistema de precios, que generaban inflación sin ningún beneficio para la gente corriente. Sus sueldos se resentían por los acuerdos que se veían obligados a firmar con las fábricas, y sus trabajos estaban en peligro. La gente sintió la desigualdad creada por las reformas: había un miedo popular real en el aire. Por esto es por lo que la ciudadanía se echó a las calles en apoyo de los estudiantes. El movimiento social nunca fue simplemente una demanda de reforma política; también procedía de una necesidad de justicia e igualdad social. La democracia que la gente quería no era sólo un marco legal, eran medidas sociales efectivas” [55].

Pero como dicen otros analistas y como viene demostrando la recuperación de la lucha de clases en los últimos años, de la que hemos dado cuenta en este artículo, 1989 fue sólo un preludio. Así lo afirma Hu Xingdou, un economista del Instituto de Tecnología de Pekín en su ensayo “China: the Danger of Turmoil” (“China: el Peligro de Agitación”, el código oficial por los eventos de 1989) ampliamente difundido en los websites chinos, que sostiene: “...a diferencia de Rusia, China ha encarado primero las partes fáciles del proceso de reformas, dejando que se acumularan los problemas con mayor potencial de trastornos... China todavía no ha sorteado los obstáculos más difíciles ... por lo tanto el ascenso está aún por venir. Lo que sucedió en 1989 fue sólo un estadio preliminar” [56].

Para terminar. Hasta ahora el mundo se había acostumbrado a una China en crecimiento integrándose benéficamente en la economía mundial. Pero la historia del siglo XX muestra que ésta no es la única imagen posible de China. Estén alertas.

 

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