WEB   |   FACEBOOK   |   TVPTS

 
¿Por qué Lula se ufana del país?
por : Thiago Flamé , Val Lisboa

23 Feb 2010 |


Ufanar viene de ufanismo, término que se instaló en la historia brasileña... [1]

En los últimos meses, Brasil fue señalado a nivel mundial como uno de los países que más ganará en esta crisis y pareciera confirmarse la tesis de que en las próximas décadas un nuevo grupo de países emergentes dará un salto en su desarrollo, equiparándose a las principales potencias mundiales. El presidente Lula es recibido en todas partes como un gran líder mundial. En su reciente visita a Alemania, los medios anunciaron que Lula hablaría de igual a igual con Ángela Merkel. La elección de Brasil como sede de las Olimpíadas de 2016 y de la Copa del Mundo de 2014 serían los símbolos de la entrada definitiva de ese país en el selecto club de los países desarrollados. Incluso Lula ganó el título de “estadista global” del Foro de Davos.

Sin embargo, a pesar de toda esa euforia en torno a Brasil, ya comienzan a aparecer algunas voces disonantes, que alertan sobre el peligro de una burbuja de expectativas sobre su desempeño económico para el próximo período. La principal corresponde al premio Nobel de economía, Paul Krugman, quien afirmó que: “Brasil no será superpotencia mañana, pero el mercado cree eso” y que “la historia indica que, verdaderamente, usted no va a querer siempre ser el más destacado. Por experiencia propia recuerdo que en 1993 hablábamos de que México era maravilloso para invertir y un año después vino la crisis. Lo mismo ocurrió en Argentina” [2].

¿Brasil avanza a pasos agigantados a ser parte de los países más desarrollados o está preparando una crisis de grandes proporciones en un futuro próximo? La respuesta a esta pregunta es decisiva no sólo para el futuro del propio Brasil sino para el conjunto de América del Sur, ya que en los últimos años, con la decadencia de la hegemonía norteamericana en nuestro continente, Brasil se ha transformado en uno de los garantes de la estabilidad política y ha jugado un rol de potencia económica regional por las particularidades de su extensión, ventajas agrícolas, fronterizas e industriales relativas muy destacadas frente a los demás países regionales. ¿Seguirá cumpliendo crecientemente ese rol o se transformará en un foco más de inestabilidad política o económica?
“A veces, las relaciones internacionales son víctimas de las modas. La última se podría llamar ‘Super-Brasil’. Se trata de la creencia de que el gigante sudamericano ha alcanzado un peso estratégico que lo llevará a reemplazar el liderazgo estadounidense en América Latina. La idea es promovida por partidarios dispares entre los que se incluye la izquierda latinoamericana a la búsqueda de una alternativa a Washington, políticos europeos que sueñan con más protagonismo en un mundo multipolar y sectores del Partido Demócrata norteamericano deseosos de renunciar a sus compromisos hemisféricos y encerrarse en un ‘espléndido aislamiento’. En cualquier caso, una idea no se convierte en verdad sólo porque se repita muchas veces. En consecuencia, ¿cuánto hay de verdad en el mito de ‘Super-Brasil’?” [3].

¿Cómo llegó Brasil a la crisis mundial?

Brasil siguió de forma directa la ofensiva neoliberal y los desarrollos particulares del último ciclo de crecimiento. Su expresión nacional se dio en el reflejo de la tendencia mundial a la disparidad entre la tasa de acumulación del capital y la tasa media de ganancia, mediante la concentración de inversiones en áreas donde se encontraba una tasa de ganancia excepcional, sobre todo los sectores ligados a las commodities y mediante un aumento de la tasa de explotación de la clase trabajadora. Un importante estudio marca la separación de la tasa de acumulación y de ganancia a partir de 1994, el año de implementación del Plan Real, con su nueva moneda y los ajustes estructurales en la economía [4]. Sin embargo, debido a factores políticos y de la lucha de clases, la ofensiva neoliberal se concretó tardíamente y de forma distinta en Brasil en relación a otros países latinoamericanos, manteniéndose varios derechos sociales conquistados previamente y un importante peso del Estado en la economía, mediante la preservación de empresas estatales como el Banco del Brasil o la Caja Económica Federal, el banco de desarrollo BNDES y el gigante petrolífero Petrobras.

“Choque de capitalismo”. Con esta denominación, Mario Covas del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) sintetizó en las elecciones de 1989 el programa de la ofensiva neoliberal que tuvo un inicio tardío en Brasil. Durante toda la década de 1980, la burguesía no logró cambiar de manera decisiva la relación de fuerzas producto del ascenso obrero del ‘78 para aplicar su programa de aumento de la explotación con flexibilización, tercerización, rebaja salarial y despidos. “El país registró un significativo aumento tanto de los empleos precarios (asalariados sin registro, autónomos y ocupados no remunerados) como de la desocupación. Esta creció a una tasa media anual de más del 13% durante los años ‘90, mientras los empleos informales aumentaron, en promedio, 2,4% anualmente. La brutal pérdida de participación de los salarios en la renta nacional –caída del 45% al 36% a lo largo de la década de 1990– revela también la clara presencia del movimiento de desestructuración del mercado de trabajo nacional” [5]. Junto al aumento de la explotación ese “choque de capitalismo” implicó, principalmente a partir del Plan Real, una enorme apertura al capital financiero, explosión de la deuda pública –interna y externa– y de los impuestos, principalmente al consumo, para financiar altos intereses y la nueva moneda. El fin de las medidas proteccionistas a la industria y el proceso de privatización –los dos últimos iniciados ya en el gobierno de Collor–, que abrieron completamente el mercado brasileño a los grandes monopolios internacionales, provocaron una modernización capitalista extremadamente desigual entre ramas económicas y regiones y una transferencia de capital de las manos de la burguesía nacional al imperialismo. Los capitales imperialistas elevaron su rentabilidad en Brasil con pocas inversiones (o inversiones localizadas sólo en algunos sectores), a través del aumento de la explotación, comprando las empresas estatales a precio vil y apoderándose de la mayoría de los grupos capitalistas brasileños. En la industria automovilística, por ejemplo “mientras en 1990 la productividad (…) era igual a 7,79 unidades producidas por persona empleada, en 2004 estaba en cerca de 24,8 unidades por persona empleada. Así como en otros sectores, el aumento de la productividad fue acompañado de una retracción en la cantidad de puestos de trabajo en la industria automovilística” [6]. El caso de Embraer, una de las fábricas más modernas del país, presenta una evolución que ejemplifica esta tendencia. Con su privatización en 1995, la empresa inicia un proceso de reestructuración, superando la decadencia de la primera mitad de los años ’90, a través de la disminución de la relación entre la masa salarial total y la facturación, de 66,15% en 1994 a 11,12% en 1998, con un ataque sostenido al salario de los obreros [7]. O el caso de la empresa Vale de Rio Doce, privatizada en 1997, por apenas 3.300 millones de reales, que aumentó exponencialmente ganancias e inversiones desde entonces. “La ganancia líquida media anual fue de apenas US$ 184 millones en el período de 1943/1997 contra US$ 4.300 millones entre 2001 y 2008, esto es, apenas un año de ganancias paga el valor total de la privatización…” Semejante aumento sólo puede ser explicado por la ofensiva contra los trabajadores, pues “el precio medio del mineral de hierro entre 1943 y 1997, en términos reales, fue de US$ 0,4739 por unidad de hierro, habiendo sido poco inferior al verificado entre 1998-2008, de US$ 0,5786” [8]. Ese proceso de mayor productividad tuvo consecuencias para todas las ramas económicas, a través del proceso de apertura al capital imperialista: “la apertura ejerció un fuerte papel en el crecimiento de la productividad, pues, con la intensificación del proceso de apertura a partir de 1990, la productividad alcanzó altas tasas promedio de crecimiento. Comparado el período post y pre apertura vemos que, de 1991 a 1997, la productividad creció por año a una tasa media de 7,45% en concepto productividad-hombre; ya desde 1985 a 1990, cuando la apertura todavía era incipiente, la tasa quedó en -0,32%. Igualmente, utilizando el concepto productividad-hora la tasa de crecimiento después de la apertura fue de 7,57%, contrastando con el crecimiento de 0,25% en el período pre-apertura” [9]. Ahora bien, esa elevación de la productividad de conjunto del sector industrial brasileño es, como dijimos, extremadamente desigual, pues mientras había un proceso de concentración de capitales y modernización capitalista, en varios sectores también se daba un proceso de desindustrialización bastante extendido. En Brasil, la industria de transformación –que representaba 32,1% del PIB en 1986– cayó 12 puntos en 1998 y el relativo aumento presentado en los últimos años no niega esta tendencia, permaneciendo en el 17,8% en 2007. Un estudio del IEDI define que esa caída fue “muy alta sobre cualquier criterio de evaluación, principalmente si tenemos en cuenta el período relativamente corto (poco más de una década)”, caracterizando que “por sí sólo ya configuraría una desindustrialización del Brasil”, aunque sea importante advertir que a despecho de eso la industria brasileña mantuvo “una significativa diversificación”. Aunque perdió “segmentos y eslabones de cadenas decisivas para la industrialización contemporánea” el país preservó “sectores de tecnología de punta y capacidad de ampliar su productividad y capacidad exportadora” [10]. Esa dinámica desigual y combinada de “choque de capitalismo” en el Brasil de la década de 1990 provocó una profunda transformación en el parque industrial y un aumento del desempleo estructural y del comercio informal en las grandes ciudades. Las multinacionales se fortalecieron y pasaron a dominar nichos importantísimos de la industria de transformación (metalurgia, autopartes, línea electrónicos, y otros) llevando al cierre de las empresas nacionales que no lograban elevar sus niveles de productividad. Se fortalecieron también los sectores ligados a las commodities, que concentraron la mayoría de las inversiones del período: en 1996 cinco sectores respondían por el 51,8% del valor de transformación industrial (alimentos con 17,2%, químicos con 12,7%, vehículos 8,1%, petróleo y refinación con 7,0% y máquinas y equipos con 6,8%); en 2006 eran sólo cuatro con 50,3% y más primarizados: petróleo y refinería con 16,5%, alimentos con el 16%, químicos con el 9,9% y metalurgia básica con el 7,9% [11].

En el campo brasileño, el aspecto desigual y combinado de la modernización capitalista que la ofensiva neoliberal provocó es todavía más destacado, aumentando el contraste entre los sectores ligados a la exportación y con alto nivel de mecanización y el sector ligado a la producción de alimentos para el mercado interno, que se concentra en la pequeña propiedad rural, mayormente en pequeñas explotaciones, casi de subsistencia, con métodos de cultivo casi siempre primitivos. El sector mal llamado de “agricultura familiar”, que sería la pequeña propiedad rural en Brasil, concentra nada menos que 40% del PIB agropecuario, la mayor parte de la producción de alimentos, y alcanza en promedio, una productividad 89% mayor que en la agricultura llamada “comercial”, es decir, en las grandes propiedades rurales, lo que ayuda a dar un cuadro del significado de la modernización del campo brasileño. Junto con el gran agronegocio controlado por las multinacionales se fortaleció un sector de pequeños propietarios ricos que utilizan maquinarias y técnicas para elevar su productividad. Sin embargo, aumentó también el número de campesinos sin acceso a la tierra, o aquellos que viven de la agricultura de subsistencia. Pero, a pesar de la amplitud de las privatizaciones, de la verdadera entrega de grandes porciones de la economía brasileña a las empresas imperialistas y de la desindustrialización y primarización que ocurrieron, la ofensiva neoliberal en Brasil tuvo la particularidad de conservar sectores estratégicos de la economía en manos del Estado y de capitalistas brasileños. El sistema de telecomunicaciones cayó casi en su totalidad en manos de empresas extranjeras, lo que no ocurrió con las empresas de minerales, alimentos, celulosa y cemento, que quedaron en buena parte en manos de capitalistas brasileños. El Estado también conservó el control de sectores estratégicos, como el control accionario de la Petrobras, a pesar de que la mayor parte de sus acciones fueron vendidas, o la generación de energía eléctrica con la estatal Eletrobras (privatizando la red de transmisión) [12]. De la misma forma mantuvo el BNDES, que fue el gran financista del proceso de privatización y el medio para que algunos empresarios brasileños conservaran posiciones en algunos sectores. Después de una década, los grupos capitalistas nacionales beneficiados por las privatizaciones están a la cabeza de las empresas brasileñas que amplían sus negocios en América Latina. El sistema bancario permaneció bajo control nacional, con bancos importantes que no fueron privatizados, como el ya citado BNDES, el Banco del Brasil y la Caja Económica Federal, mientras que los bancos privados nacionales se fortalecieron, como es el caso del Bradesco y del Itaú.

En síntesis, de conjunto la ofensiva neoliberal en Brasil significó un enorme ataque a las condiciones de vida de las masas, una subordinación sin precedentes al imperialismo, que amplió sus posiciones en la economía brasileña, junto con un importante proceso de desindustrialización. Esa definición quedaría incompleta, sin embargo, si no se destaca que la otra punta de esa ofensiva fue el fortalecimiento de un puñado de monopolios nacionales, asociados con los monopolios imperialistas, principalmente en los sectores ligados a las commodities, que ahora se postulan como líderes en América del Sur para tornarse competidores globales en las ramas específicas donde actúan. El resultado final de la década de 1990 fue el aumento de la concentración de capitales, el fortalecimiento de pocos sectores competitivos a nivel internacional y el aumento de las desigualdades sociales y entre regiones.

Lula, ¿representante de un nuevo proyecto nacional o continuador del neoliberalismo?

El año 2010 en Brasil estará atravesado por las elecciones presidenciales donde se enfrentarán Dilma Roussef, la candidata de Lula, y el hasta ahora pre-candidato José Serra, por el PSDB. Para elegir a su sucesora, Lula y el PT están articulando un discurso que busca identificar su proyecto político como un retorno, en nuevas condiciones, del llamado “desarrollismo de la era Vargas” que, siguiendo la historiografía dominante en Brasil, habría sido el modelo de desarrollo predominante de la década de 1930 hasta el final de la década de 1970. “Perón, Getúlio y, ahora, Lula, tienen en común el liderazgo popular, proyectos de desarrollo nacional, políticas de redistribución de la renta nacional, el papel central del Estado en la economía, apoyo popular, discurso popular” [13], afirma Emir Sader, uno de los más eminentes ideólogos del ala más centroizquierdista del lulismo.

La principal semejanza reivindicada por el lulismo se refiere a retomar el crecimiento económico y la participación del Estado en la economía. Entre 1930 y 1980, el crecimiento medio fue de 6,4% anual con una caída brusca en la década de 1980 (de 1981 a 1992), cuando la media anual llegó a apenas al 1,4% de crecimiento. Durante el período inicial del Plan Real hasta el último año del gobierno Fernando Henrique Cardoso (FHC) el crecimiento del PIB consiguió una pequeña mejora, pasando a 2,9% anual. A pesar de este pequeño impulso, sin embargo, esas dos décadas (1980/90) fueron las peores de la economía brasileña desde el inicio del siglo XX. Los defensores del gobierno de Lula alardean de la recuperación del crecimiento durante su gobierno, durante el cual la media anual de crecimiento pasó a 4,1%, aunque esa tasa sea muy inferior a los períodos de auge durante el ciclo getulista (en la década de 1950 la media fue de 7,4%) [14], o del llamado “milagro económico” (1968 a 1973) durante la dictadura, cuando la economía brasileña crecía a tasas “chinas”, apoyándose –así como China– en una enorme tasa de explotación de los trabajadores. Aún así, el contraste con las dos décadas anteriores de estancamiento económico es suficiente para que Lula se presente como promotor de un nuevo ciclo de desarrollo.

A pesar del discurso del PT, existen más semejanzas entre la política de FHC y la de Lula que entre éste y cualquier gobierno del llamado ciclo varguista. El crecimiento en la era Lula se dio sobre la base del legado de FHC, motorizado por la expansión de la economía mundial y por la valorización de las commodities. A pesar de llamarla la “herencia maldita”, el gobierno de Lula no modificó los aspectos fundamentales de la política económica de FHC. Lula colocó en la dirección del Banco Central, a partir de 2003, a Henrique Meirelles, el ex-presidente del Bank Boston que había sido elegido diputado federal por el PSDB, para seguir aplicando la política de ancla cambiaria, altas tasas de interés y superávit primario para financiar la deuda pública y atraer capitales extranjeros, implementada por FHC después de la crisis de 1998-99. En relación a las privatizaciones, Lula afirmaba aún en 2003 que “no quiero que mi gobierno dé la imagen de que estamos en contra y vamos a dar marcha atrás con las privatizaciones” [15]. Todos los contratos de las privatizaciones fueron respetados por el gobierno de Lula y, en algunos sectores, las privatizaciones continuaron. “Realizado en la Bolsa de Valores de San Pablo (Bovespa), palco de algunas privatizaciones simbólicas en el gobierno de Fernando Henrique, la subasta del gobierno Lula concedió a la administración privada 2.600 kilómetros de rutas federales (...) En el gobierno de FHC fueron concedidos a la iniciativa privada 854 kilómetros” [16]. A pesar del discurso de Lula en defensa de las inversiones estatales y del PAC (Plan de Aceleración del Crecimiento), una de las banderas de la campaña presidencial de 2010, las inversiones públicas no crecieron cualitativamente durante su gobierno: “Considerando los gastos del Presupuesto de la Unión y de las estatales, las inversiones públicas totales pasaron de 2,29% del PIB en 1998 a 2,80% en 2008” [17].

¿Qué diferencias hay entonces entre el gobierno de FHC y el de Lula?

La primera cuestión se refiere a las condiciones de la economía mundial, que pasaron a favorecer enormemente las exportaciones brasileñas de commodities y dieron un importante margen de maniobra al gobierno. A pesar de la menor importancia del comercio exterior en el PIB brasileño en comparación con otros países –las exportaciones brasileñas representaban 12,8% del PIB en 2006, mientras que en China equivalían al 24,2%–, en los últimos años ese fue el sector más dinámico de la economía (junto con el aumento del consumo), creciendo a una tasa media de 21,8% anual de 2003 a 2007, mientras que de 1995 a 2002 el promedio anual del conjunto de la economía fue de 4,4%, pasando de un valor total de US$ 60.400 millones en 2002 a US$ 160.600 millones en 2007. El crecimiento de las exportaciones impulsó la valorización de la Bolsa de Valores –entre 2003 y el auge en 2007 el Bovespa acumuló una valorización en dólares de 1.031% [18]–, atrajo volúmenes récord de inversiones extranjeras que buscaban principalmente los sectores ligados a las commodities y permitió al gobierno aumentar los gastos corrientes del Estado, acumular reservas en dólares, capitalizar el BNDES, ampliar los programas sociales y el crédito al consumo de las familias.

Durante el gobierno de Lula también ocurrió un cambio relativo en la posición de los sectores económicos, motorizada por el proceso internacional, con las empresas recuperando parte del terreno perdido a lo largo de la década de 1990. Según datos de la revista Examen, que publica anualmente un análisis de las 500 mayores empresas “no financieras” de capital abierto en Brasil (nacionales privadas, estatales y extranjeras), entre 1997 y 2002 las ganancias de estas empresas sumó US$ 73.000 millones mientras que en el período del gobierno de Lula, de 2003 a 2008, sumó US$ 225.000 millones. Las ganancias relativas de estas industrias no significaron, sin embargo, una pérdida de rentabilidad por parte de los bancos, que también ampliaron sus ganancias. “En el gobierno de Lula, los cuatro bancos ganaron R$ 84.500 millones, 198,5% por encima del resultado de los años de FHC. Si fuera excluido el Banco de Brasil, que registró grandes perjuicios con el reconocimiento de las pérdidas con créditos dudosos entre 1995 y 1997, los bancos ganaron 46,2% más durante el gobierno de Lula” [19]. Así, aun con sectores industriales recuperando posiciones, Brasil sigue siendo el paraíso de los bancos, siendo el sector bancario el más lucrativo, responsable en el primer semestre de 2009 del 23,5% de las ganancias de las empresas de capital abierto. En segundo lugar está el sector de petróleo y gas, seguido por el de energía eléctrica, minerales, alimentos y bebidas y papel y celulosa [20]. El mismo estudio, divulgado por la empresa Economatica, muestra también que el proceso de concentración de capitales iniciado bajo el gobierno de FHC se profundizó durante el gobierno de Lula, pues las 10 empresas más lucrativas concentraron en el primer semestre de 2009, el 55% de toda la ganancia obtenida por las empresas de capital abierto. Esa situación muestra cómo la política aplicada por Lula no fue la de un nuevo proyecto de desarrollo sino la continuidad de las transformaciones iniciadas en el gobierno de FHC en las nuevas condiciones de la economía mundial, en la primera década del siglo XXI.

El papel del Banco Nacional de Desarrollo y la estructura de los “monopolios brasileños”

Un cambio importante bajo el gobierno de Lula es el papel destacado que asumió el Banco Nacional de Desarrollo, el BNDES. De 2002 a 2008, el banco aumentó sus desembolsos pasando de R$ 37.000 millones a R$ 92.000 millones (o US$ 48.600 millones según cotización del 05/02/2010), 76% destinados a “grandes empresas” [21]. El BNDES se convirtió en uno de los mayores bancos de fomento del mundo, superando al Banco Mundial, el BID y el Exinbank juntos, y su cartera de préstamos superó la de cualquier banco comercial brasileño, sea público o privado. Este rol jugado por el BNDES, que bajo el gobierno de Lula contó con condiciones internacionales favorables, explica la recuperación del prestigio de algunos sectores industriales, continuando la orientación iniciada bajo el gobierno de FHC de dar apoyo a un puñado de grandes empresas brasileñas capaces de competir a nivel internacional, apoyando al mismo tiempo a los monopolios extranjeros instalados en Brasil.

Durante el gobierno de FHC, el BNDES financió las privatizaciones a favor de los monopolios internacionales y apoyó la formación de monopolios nacionales. En 1997, aprobó un decreto para ampliar una brecha de la Ley 4.131 de 1962, que solamente permitía préstamos de bancos públicos para empresas extranjeras en sectores de “alto interés nacional”. Según el decreto de 1997, luego ampliado por Lula en 2006, prácticamente todas las ramas económicas fueron declaradas de alto interés nacional. Así, entre octubre de 2008 y marzo de 2009 hasta el período más agudo de la crisis capitalista, el BNDES desembolsó R$ 27.000 millones, de los cuales 77% fueron sólo para 26 monopolios nacionales y extranjeros. Los 17 monopolios extranjeros beneficiados recibieron 30,48% del total, mientras 7 monopolios nacionales se quedaron con el 47,18%. “Solamente la asociación Odebrecht-Andrade Gutiérrez para explotar la hidroeléctrica de Santo Antonio se quedó con el 22,84% de los recursos (R$ 6.135.172.400)” [22]. No faltan ejemplos del papel vital que cumple el BNDES para los monopolios nacionales y también del apoyo que da a los monopolios extranjeros. “El 13 de agosto de 2008, la Ford obtuvo R$ 78.000 millones para ‘proyectos de ingeniería’. El 17 de noviembre del mismo año, la Renault consiguió R$ 315.300 millones para apoyo a la producción del Logan. Un mes después, la Fiat se llevó R$ 407.000 millones para modernizar fábricas y ‘actualizar sus líneas de producción’. Y en mayo de este año, la GM obtuvo R$ 194.000 millones para el ‘desarrollo de una línea de compactos’ (...) En el sector de carne bovina, los grupos Marfrig y JBS-Friboi levantaron recursos para algunas de sus adquisiciones internacionales en el propio BNDES y así se transformaron en multinacionales” [23]. Fuera de estos préstamos para las empresas privadas nacionales y extranjeras, el mismo banco desembolsó R$ 25.000 millones para la Petrobras sólo en julio de 2009 [24]. La realidad es que Lula está implementando la estrategia que ideó FHC pero no consiguió aplicar hasta el final, de utilizar ampliamente las inversiones extranjeras para modernizar algunas empresas viables y en ellas promover una gran concentración de capitales en su beneficio, con apoyo del Estado, para que sean competitivas a nivel internacional, pero sin permitir que sea el Estado el que controle directamente ninguna de esas empresas.

En ese terreno, la comparación que sectores de centroizquierda hacen entre la política de Lula y la de Getúlio Vargas es muy superficial. Con Getulio, el Estado organizaba directamente las industrias básicas, que exigían mayor inversión a través de las empresas estatales, creando las condiciones para el proceso de industrialización con entrada de empresas extranjeras, sustitución de importaciones y protección a la industria nacional. Por el contrario, la política de Lula, continuando en ese campo también la obra de FHC, es de asociación de los monopolios nacionales con el capital imperialista, entrando el Estado con parte del capital necesario (principalmente por la vía del BNDES y de los fondos de pensión) no para asumir el control de las empresas (a excepción de Petrobras), sino para evitar que los empresarios brasileños pierdan el control en manos de los extranjeros. Si Getulio tenía una política estatista y de industrialización relativa, Lula por el contrario actúa promoviendo una enorme concentración de capitales en manos de sectores de la burguesía nacional ligada a las commodities, profundizando el proceso de des-industrialización, primarización y la inserción subordinada en la división internacional del trabajo.

El nuevo papel de Brasil en la división internacional del trabajo

Brasil ha logrado un gran avance como potencia agrícola mundial a comienzos del siglo XXI. Es el primer exportador mundial de café, azúcar, jugo de naranja congelado, carne bovina y carne de pollo congelada, granos de soja y segundo en forrajera de soja, cuarto en algodón, entre otros. Más allá de la agricultura, se puede mencionar el rol exportador en mineral de hierro y otros metales, los recientes descubrimientos de grandes reservas de petróleo (Presal) y sus bosques que son el origen de la mayoría de la pulpa de papel. Este nuevo boom de las materias primas no le debe nada a la apertura de los mercados de los países imperialistas, que han mantenido sus barreras comerciales infranqueables a los productos del sur, sino fundamentalmente al avance sobre los mercados de otros “emergentes”: un aumento de 432% después del año 2000 hacia China, un 289% hacia Irán, 270% hacia Rusia, 267% a la India o 239% a Egipto. Este rol central en el comercio Sur-Sur es un punto a favor de la burguesía brasileña que trata de utilizar en sus negociaciones comerciales con las grandes potencias. Este espacio presenta características dispares y se constituye como importante foco de contradicciones futuras. Veamos. Mientras que con China las exportaciones están pautadas por la forrajera de soja y el hierro, con Medio Oriente y Rusia hay mayor peso de los alimentos procesados y las carnes congeladas, que aunque permanezcan como commodities, son productos un poco más industrializados que los que se destinan a China. Con Latinoamérica, el comercio Sur-Sur brasileño es muy distinto, centrado en manufacturas como automóviles y electrodomésticos. La distinción más importante es que con Latinoamérica, Brasil presenta un elevado superávit (más de 90% de su total), mientras que con el resto del mundo más o menos es parejo sin superávit o déficit. Junto con esto, y en el marco de la necesidad de nuevas tierras agrícolas a nivel mundial, Brasil es uno de los pocos países que puede seguir ampliando su frontera agrícola a la vez que posee abundante agua dulce, esencial en la producción de alimentos.

Sin embargo, el aspecto fundamental es el avance de la penetración capitalista en el campo, que se refleja en el gran porcentaje de inversiones hacia este sector. Esta intensificación del carácter capitalista de la producción junto con las ventajas naturales de sus tierras le permite a los capitalistas en Brasil beneficiarse con una amplia renta diferencial de la tierra, y en las commodities minerales, petróleo y gas como renta de monopolio [25] que atraen un gran flujo de capitales, especialmente durante el último boom de crecimiento de la economía mundial.

El crecimiento del comercio brasileño está cada vez más asentado en la exportación de productos básicos, la pérdida de mercado para productos manufacturados y la caída de participación de la industria en su economía, así como el aumento de sectores ligados a commodities en la propia industria, una debilidad estratégica que compromete el futuro del desarrollo del país. Las importaciones, por otro lado, se han incrementado en bienes de consumo. Aun con la caída generalizada de las importaciones de enero a julio de 2009, llama la atención la caída del 17% en las compras de bienes de capital (máquinas, equipamientos, tecnología), mientras que las de bienes de consumo bajaron apenas el 8,8% de acuerdo con datos del Ministerio de Desarrollo. Un ejemplo evidente de esto, aun en un sector donde el país es visto como de primera línea en producción y venta, es la industria automotriz, donde la búsqueda de mayores ganancias y menores costos por parte de las montadoras ha reconfigurado Brasil como importador de automóviles. En 2008, el déficit comercial de automóviles fue del 6,7%, es decir, se importó US$ 251 millones más que el valor exportado. En 2009, hasta septiembre, el déficit fue de US$ 1.370 millones, el equivalente al 61% del valor exportado por el país. Hasta octubre, el 14,9% de los autos con licencia serán importados. Si en los primeros 9 meses de 2007 Brasil importó US$ 174,5 millones en autos coreanos, este año ya gastó US$ 632 millones [26].

El importante mercado interno amortiguó los efectos de la crisis

El mercado interno venía siendo relativamente fortalecido por los planes asistenciales desde el gobierno de FHC pero en el último ciclo de crecimiento del gobierno de Lula incorporó más consumidores, y frente a la crisis (fines de 2008) la política gubernamental implicó una fuerte intervención estatal mediante créditos masivos, recortes de impuestos y financiamientos de ramas industriales y comerciales destinadas al mercado interno de bienes de consumo, pues en un país marcado por elevadas tasas de explotación de los asalariados como signo del ciclo de crecimiento desde 2004, la ampliación del mercado de consumidores en la crisis exigía estímulos suplementarios de la renta general, bajando los precios de las mercancías de las ramas industriales elegidas.

Brasil tiene un mercado interno nada despreciable [27], que le da una superioridad indiscutible cuando se compara con los demás países semicoloniales del continente pues este país pudo reactivar su economía durante la crisis, incluso manteniendo sus espacios económicos y comerciales logrados en el ciclo anterior. Esto lo hizo aparecer frente a los inversores extranjeros como una plataforma de valorización del capital y refugio frente a la recesión mundial. Estudios de la Fundación Getulio Vargas (FGV) señalan que el mercado interno creció cerca del 20% de 2003 a 2008, con la absorción de cerca de 32.000 de consumidores, aunque mantiene al mismo tiempo cerca de 30 millones de pobres [28] . Ya en 2008, Brasil era un mercado consumidor mayor que Francia y en el mercado de vehículos era superado solamente por EE.UU., China, Japón y Alemania, y equivalía a casi cinco veces el consumo de Argentina, tres del de México o del de Francia más el suizo [29].

Pero no se puede olvidar que el gran mercado interno de Brasil no significó la superación de la extrema desigualdad social. La renta media de los asalariados sigue siendo baja porque los empleos que se generaron en el ciclo anterior se dieron sobre la base de salarios rebajados y de la extensión de la precarización laboral; la productividad del trabajo es baja y no genera una expansión del empleo, mucho menos un aumento de los salarios, que no se rigen por en el mínimo establecido por el gobierno y que hoy se encuentra en R$ 510 (o US$ 269,70 según la cotización de 07/02/2010). Este es el signo de la recuperación económica del país, con las empresas que buscan producir más con menos personal, recurriendo a la extensión de la jornada laboral, la tercerización de servicios o sectores de la producción y a la precarización [30]. Los actuales índices de aumento de la renta se deben a la rebaja de los precios medios de los bienes de consumo y la reposición de los índices de inflación (uno o dos puntos porcentuales por encima) antes que a una apropiación por parte de los asalariados de los beneficios generados por la productividad.

Un mercado interno de estas características no será suficiente como ha sido hasta ahora, aunque sirvió junto con otras medidas del gobierno para amortiguar los efectos de la crisis capitalista en el país, las contradicciones profundas de la desigualdad social y de renta junto con el endeudamiento popular y de las finanzas públicas. Amenazas de inflación, crisis monetarias, caída de las exportaciones y de los flujos de capitales internacionales, además de los efectos más catastróficos del desarrollo de la crisis mundial ponen un límite a esta ventaja.

Brasil en la crisis: mejor que la mayoría, pero aun así… mal

Es un hecho que América del Sur, por el gran peso que tiene la exportación de commodities en su economía fue una de las regiones menos afectadas por la crisis. En el caso de Brasil, aunque presente características similares, la forma en que la crisis afectó su economía tuvo características propias, en función principalmente de los mayores lazos que ligan su economía y su mercado financiero a los capitales imperialistas. La recesión duró dos trimestres en Brasil, pero la caída en el último trimestre de 2008 fue profunda y concentrada, con una caída del 13,6% en términos anualizados, quedando detrás solamente de Tailandia, Corea y Singapur. Estados Unidos, por ejemplo, en ese mismo período tuvo una caída del 6,2% [31].

La relativa recuperación de Brasil a partir del segundo trimestre de 2009, a pesar de ser superior y más rápida que en otros países, fue y sigue siendo frágil. La economía brasileña ni siquiera recuperó los niveles anteriores a la crisis. La divulgación del PIB del tercer trimestre marcó un crecimiento de 1,2% en relación al trimestre anterior, por debajo de lo esperado, reafirmando las proyecciones que indicaban una pequeña caída del PIB en 2009. Según lo estimado por la Fiesp (Federación de las Industrias del Estado de San Pablo), el nivel de empleo en la industria previo a la crisis sólo va a ser recuperado en 2011, mientras que el nivel de producción debería alcanzar los niveles anteriores en marzo de este año, indicando un aumento del nivel de explotación de los trabajadores. En lo acumulado de 2009 hasta octubre, la industria todavía presentaba una caída del 8,6% en relación a 2008, las exportaciones un 10,1% y las inversiones un 12,5% [32]. El déficit público pasó de 0,3% del PIB en 2008 a 3,5% en 2009, mientras que la deuda pública pasó de 39% a 45% del PIB [33]. La caída de la recaudación estatal hasta noviembre llegó a 68.600 millones de reales [34].

En esas condiciones, más allá del discurso oficial del gobierno de Lula, lo que presenciamos no es una recuperación sustentable de la economía nacional, que apunte a un ciclo de desarrollo del país, sino a una recuperación basada en el hecho de que China siga manteniendo las exportaciones brasileñas de commodities, combinado con las altas tasas de interés internas en comparación con las tasas de interés de EE.UU. y otros países desarrollados, lo que hace de Brasil uno de los principales focos del llamado carry trade [35]. No por casualidad en el terrible 2008, las IED (Inversiones Extranjeras Directas) aumentaron un 30% en Brasil mientras cayeron un 14% a nivel mundial. Gracias a esa situación, el gobierno pudo hacer un gran esfuerzo a través de los bancos públicos para mantener la oferta de crédito, que viene siendo la base del crecimiento del consumo (5,1% en 2009 según el IBGE) frente al estancamiento del mercado de trabajo y el costo de aumentar la deuda pública. Este esfuerzo permitió que en los peores momentos de la crisis se evitaran quiebras bancarias y de empresas que especularon con el cambio. En un año los bancos públicos pasaron de 35% a 40,71% de todas las operaciones de crédito del país [36], al tiempo que el total del crédito disponible de la economía pasó de 38,7% del PIB en septiembre de 2008 a 45,7% en septiembre de 2009 [37]. En el caso del BNDES, después de anunciar al inicio del año que iba a colocar R$ 100.000 millones a su disposición para financiar a las empresas en crisis con intereses por debajo del valor de mercado, en noviembre el gobierno de Lula anunció R$ 80.000 millones más, en ambos casos retirando recursos del Tesoro nacional.

Si el país ha pasado por la crisis capitalista mundial sin efectos catastróficos y ha vivido una recuperación parcial, más allá de las ventajas de atraer grandes inversiones de capitales en las ramas de commodities agrícolas y minerales, se puede prever que la crisis brasileña será más profunda, no sólo cuando haya un retiro de capitales sino cuando estalle la sobreacumulación de capital que hay en China. Este no ha sido el primer capítulo de la crisis sino que el mismo se prepara para más adelante.

Las contradicciones de la emergencia de Brasil como líder regional

Los principales movimientos de Brasil en el escenario internacional en la última década estuvieron marcados por su emergencia como principal actor regional (Mercosur, mediación en conflictos en América del Sur, liderazgo en la ocupación militar de la ONU en Haití y proyección continental de las principales empresas multinacionales brasileñas), y por determinadas iniciativas de liderazgo mundial mediante el intento de representar los intereses de los países “del Sur” en el G-20, OMC y COP-15. Este posicionamiento es la forma por la cual la burguesía brasileña viene intentado aprovechar la decadencia de la hegemonía norteamericana, intensificada a partir de la crisis económica mundial.

La iniciativa para ser reconocido como líder regional no es algo específico del gobierno de Lula. Esta política ya venía siendo implementada por el gobierno de FHC e incluso se remite a finales de la década de 1980, cuando se dio inicio a las tratativas para la formación del Mercosur en 1992. En síntesis, la estrategia busca consolidar a Brasil como la potencia regional hegemónica en América del Sur y así representar a la región en los organismos multilaterales, peleando incluso un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU. La mayoría de las multinacionales brasileñas con fuerte inserción en América del Sur y creciente inserción en América Central [38], así como las transnacionales imperialistas que conservan en Brasil su plataforma industrial y comercial privilegiada, apoyan la política de mantener una buena relación con todos sus vecinos, actuando en pro de la estabilidad política en el continente aprovechando los buenos negocios en la región, así como apoyaban la misma política cuando era aplicada por FHC: “Es importante que tengamos presente esa visión Sur-Americana. Pero repito: sólo tendremos éxito en ese camino si somos capaces, como fuimos hasta hoy, de ser compañeros de los otros países. No podemos sofocar. Sacar ventajas innecesarias. La ventaja es estratégica, no es para el día de mañana” [39]. O como dijo recientemente Lula: “Brasil precisa ayudar a los países más débiles”, poniendo como ejemplo a Bolivia. Esta continuidad no impide, sin embargo, que ocurran ruidosos debates en los medios burgueses sobre la relación con Venezuela, bien como entre los diputados del DEM (Demócratas) o del PSDB, frente a la mayoría de los petistas que defienden que Brasil lleve adelante una política externa independiente. Y pese a la política opresora sobre el pueblo haitiano y la subordinación de los pueblos bolivianos y paraguayos impuesta, por ejemplo, en los tratados de exportación de gas y energía, respectivamente, “algunas voces han expresado que, a diferencia de otros emergentes como China e India, la política de Brasil no estaría guiada por intereses políticos y económicos de corto plazo, y sí por la realización de acciones a favor del desarrollo. No obstante, eso no significa que las acciones brasileñas se rijan sólo por la lógica de la solidaridad. La cooperación con países menos desarrollados guarda relación con objetivos más amplios vinculados a la apertura de mercados para productos, servicios e inversiones, a la preservación de los intereses nacionales en países donde estén amenazados y a la búsqueda de prestigio para sumar apoyos en la candidatura a un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU” [40].

A pesar de la política estratégica de la burguesía brasileña, aplicada al pie de la letra por Lula, de pretender consolidarse como potencia regional en alianza con EE.UU., evitando al máximo posible los roces, esto no significa que EE.UU. aceptará pasivamente el fortalecimiento de Brasil en América del Sur. Ya la instalación de las bases en Colombia y el reconocimiento de las elecciones en Honduras que legitimaron el golpe, muestran que para EE.UU. la alianza con Brasil no es su única opción para recomponer el dominio sobre América del Sur. Obama ya mostró que se apoya en Brasil cuando se trata de negociar, pero no va a evitar usar la política del garrote a través de sus aliados tradicionales cuando la negociación no sea suficiente para imponer sus intereses, frustrando así el proyecto de la burguesía brasileña. En este aspecto, el elemento más real de fisuras en la relación con EE.UU. no fue la política de Lula para Honduras o Irán, y sí los movimientos de las tropas yanquis en Haití y la búsqueda de acuerdos militares brasileños no preferenciales con EE.UU. sino con países imperialistas como Francia [41]. En Haití, Obama está aprovechando la conmoción en torno al terremoto que destruyó la capital, Puerto Príncipe, para relanzar una política de ocupación directa de este país. Hoy, EE.UU. ya tiene cerca de 16.000 soldados en Haití, mientras las tropas de la ONU dirigidas por Brasil cuentan con 9.000. Frente a esta situación, el general brasileño que comanda las tropas de la ONU, ministros del gobierno y sectores de la burguesía vienen expresando públicamente el descontento con la política de Obama y realizando maniobras militares de distribución de alimentos en la zona controlada por las tropas de EE.UU. Frente a esta situación, el gobierno de Lula está buscando un reposicionamiento brasileño aumentando las tropas de ocupación y las inversiones. Los acuerdos con Francia, que en el caso de los aviones caza todavía puede ser revertido por EE.UU., vienen siendo una respuesta defensiva del gobierno de Lula a la política militar más activa de EE.UU. en el Cono Sur, más directamente en relación a Brasil con las maniobras de la IV Flota en 2008 y, la reorganización de puestos avanzados norteamericanos en Triple frontera. Hoy, eso modifica poco la relación entre Brasil y EE.UU. pero muestra cómo, en la medida en que se profundicen las disputas interimperialistas como consecuencia de la crisis capitalista y por el acceso a los recursos naturales del subcontinente, con la ofensiva retomada por EE.UU. sobre su patio trasero en perjuicio de las pretensiones brasileñas, Brasil podría transformarse en un importante escenario de esas disputas, cuando en Brasil se expresan múltiples intereses imperialistas con destacada presencia de multinacionales europeas y japonesas que juegan un rol importante en las exportaciones brasileñas.

Conclusión

Al contrario de todo el discurso nacionalista de “Brasil potencia”, de los biocombustibles como “futuro” inexorable y otras falacias al servicio de mostrar a Lula como “el Hombre” a nivel internacional y a Brasil avanzando en una inserción “soberana”, las tendencias esenciales del desarrollo desigual y combinado del capitalismo en una semicolonia se expresan con toda fuerza. La concentración de capitales y la internacionalización en el juego del capital financiero y extranjero, la creciente deuda pública que ata el país a los intereses de los inversores y monopolios extranjeros son la contracara del discurso “desarrollista”, de generación de una nueva “industria nacional”, dirigida hacia “el mundo”, conquistando espacios regionales e internacionales. Las contradicciones señaladas a lo largo de este artículo demuestran las debilidades de la burguesía nacional como una fuerza política y social capaz de sostener cualquier proyecto desarrollista. Cada vez más, los grandes capitales extranjeros se apoderan de las industrias brasileñas y la burguesía nativa asume su papel histórico de “socia menor del imperialismo”, asumiendo protagonismo en determinadas ramas en las que se especializa, como las commodities.

Si Brasil conquistó nuevos espacios en el comercio mundial, lo que le dio como subproducto un mayor rol político y diplomático para actuar como potencia regional y mejores condiciones para aprovechar las brechas dejadas por la crisis de hegemonía de EE.UU. y las debilidades de los demás países imperialistas para interponerse en un nuevo régimen de dominio mundial, nada permite creer que esté viviendo la utopía de una inserción “soberana” en la economía mundial ni mucho menos que haya cambiado su carácter de país semicolonial en el sistema de dominio imperialista. Brasil es un Estado capitalista semicolonial con características especiales. Es dependiente de los monopolios financieros internacionales pero relativamente industrializado, con el mercado interno más grande de América del Sur, con multinacionales brasileñas en competencia en el mercado mundial, reservas minerales, energéticas y tierras incomparables con el resto del Cono Sur en particular y de América Latina en general. Estas características hacen a su rol de potencia regional en el Cono Sur y en América Latina, que al mismo tiempo que negocia con EE.UU. para defender sus propios intereses, juega como agente de dicho imperialismo. Bien lo explica Armando Boito: “Por un lado, se reafirma la posición subalterna del capitalismo brasileño en la división internacional del trabajo con la política de especialización regresiva en el comercio exterior, pero, por otro lado, el gobierno quiere ocupar de hecho el lugar que le cabe al capitalismo brasileño en los mercados agrícolas, de recursos naturales y productos industriales de baja tecnología, aunque para ello deba expandirse a costa de las demás burguesías latinoamericanas e inclusive generar tensiones comerciales localizadas con algunos países dominantes [42].

Para eso, la burguesía brasileña viene contando con el inestimable auxilio de Lula que, ayudado por el crecimiento económico y la valorización de las commodities, fue capaz de mantener lo fundamental del proyecto neoliberal, enormemente desgastado al final del gobierno de FHC, incorporando al pacto de gobernabilidad no sólo al PT, sino también a las principales direcciones del movimiento de masas –la CUT, el MST y la UNE–, al mismo tiempo que extendió su base social a los sectores más pobres de la población brasileña. La mantención de la estabilidad interna, sumada a su pasado de líder sindical y al hecho de haber sido el primer presidente de origen obrero en un país como Brasil, fueron fundamentales para alcanzar prestigio internacional.

Aunque el objetivo de este artículo no haya sido analizar las contradicciones del régimen político brasileño ni las posibilidades de emergencia de su poderoso proletariado, cabe resaltar que todos los avances obtenidos por Brasil en el último período serán puestos en jaque tanto por la continuidad de la crisis capitalista, las crecientes tendencias a disputas interimperialistas, como por las contradicciones políticas internas que irán profundizándose con la sucesión de Lula.

En el marco de un régimen extremadamente debilitado por la crisis de legitimidad que afecta al Congreso Nacional y el sistema de partidos, Lula fue el punto de equilibrio entre las tendencias disgregadoras de este régimen desgastado. Sea quien fuere el próximo presidente, ciertamente no tendrá la misma fuerza de Lula para disciplinar al movimiento de masas, contener las disputas interburguesas y promover a Brasil en el escenario internacional, en lo que ya está siendo llamado la “era pos-Lula”.

 

Suscríbase a nuestra gacetilla electrónica
Online | www.ft-ci.org


Organizaciones de la FT-CI
La Fracción Trotskista-Cuarta Internacional está conformada por el PTS (Partido de los Trabajadores Socialistas) de Argentina, el MTS (Movimiento de Trabajadores Socialistas) de México, la LOR-CI (Liga Obrera Revolucionaria por la Cuarta Internacional) de Bolivia, MRT (Movimento Revolucionário de Trabalhadores) de Brasil, PTR-CcC (Partido de Trabajadores Revolucionarios) de Chile, LTS (Liga de Trabajadores por el Socialismo) de Venezuela, LRS (Liga de la Revolución Socialista) de Costa Rica, militantes de la FT en Uruguay, Clase Contra Clase del Estado Español, Grupo RIO, de Alemania y Militantes de la FT en la CCR/Plataforma 3 del NPA de Francia.

Para contactarse con nosotros, hágalo a: [email protected]