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El Año I de la crisis mundial
20 Aug 2009 | La primera sesión de la Conferencia estuvo dedicada a analizar minuciosamente la situación y perspectivas de la economía mundial, luego de transcurrido un año de la quiebra de Lehman Brothers.

La primera sesión de la Conferencia estuvo dedicada a analizar minuciosamente la situación y perspectivas de la economía mundial, luego de transcurrido un año de la quiebra de Lehman Brothers. Lo primero que constatamos es que, durante este período, la caída en el comercio mundial, en el PBI y en la cotización de las bolsas tuvo una magnitud similar al año I de la Gran Depresión. Esto confirma nuestra caracterización, estamos viviendo una crisis histórica del capitalismo mundial.

En segundo lugar, abordamos los primeros síntomas de recuperación tanto en Francia y Alemania, a los que se agrega, en estos días, la economía japonesa. Generalizando, podríamos decir que, si la economía no está marchando tan mal como en los meses anteriores, eso se debe a la amplitud extraordinaria del apoyo estatal, sin precedentes en tiempos de paz. Para dar una idea de lo que estamos hablando, para la economía norteamericana, esto representa una inyección equivalente a 11 puntos del PBI. Esto es lo que explica los mejores resultados del segundo trimestre del 2009. Pero estas medidas, ¿son sustentables en el tiempo? Y de ocurrir una recuperación, ¿qué características tendría?

Evidentemente, el nivel de gasto estatal norteamericano no podrá sostenerse en el tiempo sin graves consecuencias para la posición del dólar. El abultadísimo déficit fiscal podría generar dudas sobre los bonos del gobierno y el dólar y llevar al retiro de capitales de Estados Unidos, una posible depreciación del dólar podría llevar a una nueva caída abrupta de la economía mundial.

A su vez, todos los elementos estructurales que llevaron a la crisis, tanto de la economía real como del sistema financiero y bancario no han cambiado sustancialmente. Enumeremos algunos: a) Varias corporaciones industriales han disminuido brutalmente los costos salariales con despidos o reducciones de horas lo que les ha permitido mejorar los balances pero no han aumentado de conjunto las ventas; b) Las ejecuciones hipotecarias van a seguir aumentando, lo que impide que se detenga la caída del precio de las viviendas, un elemento esencial para el inicio de una recuperación del mercado hipotecario; c) Cada vez más el aumento del desempleo, y no los créditos subprime, es lo que explica la incapacidad de pago de los hogares.

En cuanto al sistema bancario, continúa descapitalizado en gran medida. Los resultados recientes no deben crear ilusiones: la presentación contable es más permisiva, las ventas excepcionales de activos mejoran los balances y lo esencial de las ganancias está proporcionado por las entradas obtenidas por las operaciones de la Bolsa reanimada. A esto se suma que los bancos están aprovechando las necesidades de financiamiento de los Estados y de las empresas, que deben pagar primas y tasas de interés cada vez más altas para conseguir fondos. Sin embargo, siguen sumando nuevos créditos incobrables y los activos tóxicos no han desaparecido de sus carteras, por lo cual no sorprende que en lo que va del año se hayan acelerado las bancarrotas bancarias en EE.UU. (77 en total), incluida la del Colonial Bank, la más espectacular desde la caída del Washington Mutual (comprado por JPMorgan Chase en 2008), y una de las veinte más importantes desde 1980. Esto sin hablar de nuevas pérdidas de gigantes como en los seguros AIG o Fannie Mae en el segmento hipotecario.

Esta situación se combina con una debilidad de liderazgo de Obama, que se está poniendo en evidencia con el fiasco de la reforma de la salud, lo que puede disipar la ilusión de que es un líder eficaz. Su política hacia el sistema bancario, esencial para la recuperación económica, está totalmente diseñada por Wall Street a través del Secretario del Tesoro Geithner y el Consejero Nacional Económico de la Casa Balanca, Larry Summers, a los que Obama les ha dado carta blanca.

En conclusión, la persistencia de los elementos de crisis estructural muestra que en cualquier momento puede ocurrir una recaída y que, en el mejor de los casos, de existir una recuperación, ésta será débil y frágil. No hay posibilidades de que la economía mundial vuelva al viejo statu quo – caracterizado por la caída del ahorro de los hogares y el sobreendeudamiento, entre otros elementos-, pero hasta el momento, tampoco parece emerger nada nuevo de la crisis, a pesar de su amplitud y violencia.

La crisis económica, las relaciones interestatales y los posibles escenarios estratégicos

La Conferencia también discutió sobre las relaciones entre los Estados y los escenarios que se empiezan a vislumbrar, en el marco de que, producto de la crisis, está cuestionado el predominio de Estados Unidos en el sistema económico mundial. El salto en la crisis de la hegemonía norteamericana que esto significa, luego de la debacle de Irak y el fracaso de la estrategia neoconservadora de “rediseñar el mundo”, abre un período histórico de fuertes convulsiones en la arena mundial donde la inestabilidad económica va azuzar las crecientes tensiones geopolíticas que ya existían con anterioridad a la crisis, como por ejemplo entre Rusia y Estados Unidos, que estuvo detrás del conflicto militar en Georgia.

Estos elementos, junto a un aumento de la lucha de clases como subproducto de la crisis, actualizan la definición marxista de la época imperialista como una época de crisis, guerras y revoluciones. Ya estamos viendo algunos pequeños adelantos: el golpe de Estado en Honduras, la huelga general semiinsurrecional en Guadalupe, el lento resurgir del proletariado industrial, aunque inicialmente sufra derrotas, como los métodos radicales de los trabajadores franceses, la heroica ocupación de 77 días de la planta de la automotriz Ssangyong en Corea del Sur, o el despertar obrero en Venezuela y en Argentina (más extendido pero aún poco radicalizado). Otros elementos que muestran el carácter convulsivo de la situación son las tensiones entre Colombia y Venezuela, las nuevas amenazas de Rusia en Georgia y la alianza de Moscú con el régimen de Irán, al que podría proveer de armamento sofisticado para contrarrestar los planes ofensivos de Estados Unidos su zona de influencia.

Uno de los debates fue contra las visiones pacifistas, socialdemócratas o centroizquierdistas, que suponen que el mundo está avanzando hacia un orden multipolar, después de décadas de hegemonía norteamericana, al que ven en marcha en las Cumbres del G20 o en las reuniones del BRIC. Estas visiones tranquilizadoras son completamente utópicas. Detrás de este maquillaje se empiezan a perfilar las tendencias más agresivas y ofensivas de las distintas potencias imperialistas. Por un lado, estamos viendo una tendencia a la concentración del capital alemán en el Este europeo, manteniendo buenas relaciones con Rusia. Esta creciente autonomía del imperialismo alemán con respecto a Estados Unidos, es un hecho nuevo con respecto al mundo de post guerra, y algo que Estados Unidos está tratando de socavar. En ese sentido, la continuidad de la política agresiva hacia Rusia de la administración Obama -expresada, por ejemplo, en el intento de instalar un escudo misilístico en Polonia- busca desestabilizar esta potencial alianza, aunque esto no significa que los EE.UU. y Alemania estén ya en un curso de choque abierto en la región.

La otra cara de la política agresiva norteamericana contra Rusia, y por esa vía hacia el imperialismo alemán, es el cortejo de EE.UU. a China y a la burocracia restauracionista de Pekín, con quien ha iniciado un “diálogo estratégico”. Esta política, que comenzó durante la presidencia de Bush, tiene un doble objetivo: defensivamente, busca evitar que China se alinee en un bloque asiático junto con Rusia y ofensivamente, busca las vías de avanzar en transformar a China en una semicolonia, liquidando los márgenes de autonomía estatal que ésta ha gozado en los últimos años, subordinándola a sus intereses, con el objetivo de encontrar quizás un nuevo respiro para el capitalismo. Este ambicioso objetivo estratégico del imperialismo norteamericano, supone que los próximos años estarán plagados de enfrentamientos y conflictos de clases agudos.

Las perspectivas de China

Lejos de aquellos que ven en China una potencia en ascenso, la verdad es que su economía dependiente enfrenta serios problemas, terminado el ciclo en el que Estados Unidos actuaba de consumidor en última instancia de la economía mundial y en particular de la producción excedente china. Esta realidad obliga a China a reducir drásticamente su capacidad de producción y llevar adelante una serie de medidas como la liberalización del sector servicios, una profunda reforma de su sistema financiero, así como ampliar las oportunidades de negocios capitalistas en el campo donde aún viven unos 900 millones de personas gracias a una economía de subsistencia (y a los ingresos que revivían los migrantes a las ciudades), en el marco de que aún no está permitido la comercialización de la tierra.

Si por el contrario China decide mantener su capacidad de producción y seguir exportando sus excedentes, arriesga una guerra comercial no sólo en el Este asiático sino también con EE.UU. y Europa. Además, ninguna economía semicolonial a la que ahora se están volcando creciente las mercancías chinas, por más importante que sea, puede reemplazar el mercado norteamericano.

Estados Unidos busca disminuir el ritmo de la contracción de la demanda por medio de la expansión fiscal, pero el enorme déficit fiscal lo obliga a buscar nuevos mercados y fuentes de dinamismo. Esto lleva a redoblar la presión sobre China para que abandone su actual modelo de desarrollo exportador, lo que implicaría no sólo quebrar los intereses creados de este fuerte sector interno, sino también que la burocracia restauracionista acepte implementar medidas que implicarían un salto en la desocupación, arriesgando la estabilidad del régimen. Este destino de una suerte de “latinoamericanización” que Estados Unidos pretende para China, puede despertar a la lucha a los millones de trabajadores y campesinos chinos, transformándola en un epicentro de la lucha de clases.

 

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