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Demagogia y sumisión para salvar al capitalismo de su decadencia
por : Daniel Matos

13 Nov 2008 | Esta reunión del G-20 no está al servicio de “democratizar” el poder mundial y mucho menos de planificar cualquier tipo de “poder” alternativo global al neoliberalismo...

Durante los días 8 y 9 de noviembre se reunieron los ministros de Economía y jefes de los Bancos Centrales de las 20 principales economías del mundo. Fue una reunión preparatoria para el encuentro de jefes de Estado de estos países, que se realizará en Estados Unidos el próximo 15/11 para “discutir” la crisis que sacude al capitalismo mundial.

Durante las crisis que golpearon al capitalismo en las últimas décadas, este tipo de reuniones se restringía al llamado G-7, que inlcuía a los principales países imperialistas, o al G-8, al que se incorporaba Rusia. El hecho de que esta vez hayan sido incorporados los principales países dependientes del capital imperialista es una muestra de cómo las supuestas ”soluciones” a las crisis anteriores no pasaron de medidas que “pateaban para adelante” las contradicciones estructurales del capitalismo; al mismo tiempo en que acumulaban contradicciones aun más profundas que más tarde o más temprano explotarían en una crisis de mayores proporciones. Es un síntoma de que la magnitud histórica de la actual crisis -cuyas anaálogías se remontan a la crisis de 1929- está íntimamente ligada a la declinación histórica de la capacidad de EE.UU. de lidiar con las contradicciones políticas y económicas mundiales. Mientras tanto, al contrario de las ilusiones difundidas, no sólo por los presidentes de países dependientes como Lula sino también por los de los países imperialistas como Francia, esta reunión del G-20 no está al servicio de “democratizar” el poder mundial y mucho menos de planificar cualquier tipo de “poder” alternativo global al neoliberalismo. Muy por el contrario, el documento resultante de la reunión de San Pablo demuestra cómo los gobiernos de estos países, a pesar de los distintos tipos de demagogia contra los “males” provocados por la sed de ganancias de las “finanzas”, son muy concientes de que contener o minimizar la decadencia del capitalismo es imposible sin salvar al capital financiero imperialista. Es decir, son todos concientes de que es justamente el capital “neoliberal” quien ha permitido la sobrevida del capitalismo a través del aumento en extensión y profundidad de la explotación de la clase obrera en todo el mundo. Eso no excluye que la reunión haya expresado también el aumento de la competencia entre los capitalistas y entre los estados nacionales que los representan, anticipando una perspectiva en la que, con la profundización de la recesión a nivel mundial, tiende a dar lugar a distintos tipos de medidas proteccionistas de parte de cada país con relación a sus economías nacionales.

Los hechos detrás de la demagogia

No es una casualidad que el documento resultante de este G-20 no contenga ninguna propuesta contra los despidos masivos que ya están ocurriendo en varios países, ni tampoco haga referencia alguna a las condiciones de trabajo extremadamente precarias, la eliminación de las conquistas o los bajos salarios que fueron impuestos por la ofensiva neoliberal de las últimas décadas. Para que el capitalismo se recomponga estas condiciones no sólo van a ser mantenidas sino que además se profundizarán, pues son la base fundamental de cualquier recuperación de la tasa de ganancia sin la cual el sistema no sobreviviría.
Al mismo tiempo, fueron legitimados los distintos tipos de “intervención estatal” adoptados en varios países con el objetivo de salvar a las insitituciones financieras y a los grandes monopolios empresarios en crisis, inyectando millones de dólares provenientes de los impuestos pagados por la población, a costa de deteriorar aun más las condiciones de salud, educación, previsión, etc. De esta forma ponen en evidencia la máxima marxista de que el Estado capitalista no es más que una junta que administra los negocios comunes de la burguesía.

En el actual momento de crisis, los distintos gobiernos acordaron una coordinación para evitar una quiebra bancaria generalizada o contener la dinámica recesiva provocada por la falta de crédito. Mientras tanto, detrás de la discusión sobre los distintos tipos de “regulación” e “intervención estatal”, se esconden los preparativos de cada gobierno para salvar a sus propios monopolios y posicionarlos para que se beneficien del inevitable proceso de concentración de capitales que resultará de la bancarrota de los sectores más afectados.

La crisis actual pone en evidencia la esencia anárquica del capitalismo, en la que la competencia entre los distintos capitalistas para obtener ganancias cada vez mayores lleva inevitablemente a la crisis de este sistema. Esta competencia que tiende a acentuarse en la medida en que la crisis se agrava, en lugar de llevar a una mayor “democratización” del poder mundial, llevará a mayores disputas inter-estatales en la que los países imperialistas del G-7 no harán otra cosa que intentar descargar la crisis unos sobre otros, y sobre todo, descargarla sobre las espaldas de los países llamados “emergentes”.

La sumisión detrás de la demagogia

Los discursos aparentemente “duros” de Lula contra los “excesos” del capitalismo financiero en los países imperialistas no pasan de pura demagogia para esconder la sumisión del gobierno del PT a este mismo capital. En su reciente viaje a Italia, Lula expresó de forma ejemplar su política frente a las cuestiones fundamentales. En un discurso frente a un público empresario se mostró escéptico de la reunión del G-20 y trató de convencerlos de que “el único riesgo que corre el capital italiano al invertir en Brasil es lograr ganancias mayores de las que logarían en Italia” (sic). Los trabajadores precarios y flexibilizados que siendo superexplotados garantizan las enormes ganancias de Fiat en Brasil ,“agradecidos”.

Aunque Lula hoy quiera ponerse a la cabeza de la respuesta a la crisis en América del Sur, recientemente vinieron a la superficie acontecimientos ejemplares que revelan que el ex obrero actúa en defensa de los intereses de la patronal brasileña. Es eso lo que evidenciamos en casos concretos como la discusión con Ecuador sobre los contratos petroleros, así como en los fraudes operados por la Odebrecht en ese país. Lo mismo vemos en la actitud del gobierno brasileño en Paraguay, donde se ubicó claramente al lado de la burguesía productora de soja, llegando incluso a realizar ejercicios militares en la frontera con ese país; los que incluyeron un simulacro de ocupación de la represa Itaipú, en un momento en que Lugo pretende renegociar las tarifas eléctricas con Brasil.

Pero la demagogia de Lula se evidencia aun más en el hecho de que mientras sus discursos defienden una mayor “regulación” del capital financiero, aquí en Brasil este capital continúa “gozando” de toda la libertad que precisa para expropiar la riqueza producida por los trabajadores en el país, no sólo directametne a través de sus multinancionales sino también indirectamente a través de los millones y millones de intereses de la deuda pública que son pagados con los impuestos extraídos a la población. En función de todas las leyes de “desregulación” que fueron implementadas desde la década de 1990 (algunas de ellas bajo el propio gobierno de Lula) para favorecer la “libertad” del capital imperialista en el país, actualmente más de 500.000 millones de dólares que circulan internamente pueden en salir abruptamente del país en cualquier momento por distintas vías, como por ejemplo a través de las remesas de intereses, royalties y ganancias hacia el exterior. Este dato es la mayor demostración de que los tan alardeados 200.000 millones de dólares de reservas en manos del gobierno serían completamente insuficientes si la crisis se agrava y se desarrolla una fuga de capitales más acentuada. Aun más, cuando verificamos que algunos miles de millones de estas reservas ya tuvieron que ser “quemadas” para evitar la hipervalorización del dólar en las últimas semanas; y la situación sólo puede ser mínimamemente “controlada” en función de la “gentil” actitud del banco central norteamericano de “ceder” 30.000 millones de dólares a Brasil. Es decir, Brasil mantiene las tasas de interés internas más altas del mundo no sólo para “contener la inflación”, como alega Henrique Meirelles (presidente del Banco Central de Brasil), sino también para garantizar una rentabilidad “atractiva” al capital extanjero. Aquí, una vez más, quien “paga la cuenta” son los trabajadores a través de sus impuestos.

Ninguna confianza en los proyectos “mercadointernistas” y de mayor intervención estatal de la burguesía

Los medios de comunicación intentaron resaltar las diferencias que se expresaron entre los ministros de Economía y los jefes de los bancos centrales del G-20; particularmente entre Guido Manteiga y Meirelles en el caso de Brasil. Por un lado, los ministros de Economía defendieron la postura de que la propia dinámica recesiva a nivel mundial tendía a minimizar las presiones inflacionarias, y que por eso los gobiernos deberían reducir sus tasas de interés y estimular la economía con inversiones estatales. Por otro lado, los jefes de los bancos centrales trataron de imponer límites a esta lógica, dijeron que estas políticas solo podrían ser adoptadas en el caso de los países en que las presiones alcistas del dolar no agregan nuevas presiones inflacionarias y sus condiciones fiscales permiten regular el pago de la deuda pública. Es decir, justamente los dos requisitos que Brasil definitivamente no cumple en función de la dependencia de la economía nacional en relación con el capital imperialista que fue enormemente agravada no sólo durante los gobiernos de FHC sino también en el gobierno Lula.

Estas contradicciones son las primeras expresiones de las divergencias que tienden a surgir al interior de las clases dominantes de cada país, en especial de los países enormemente dependientes del capital imperialista como es el caso de Brasil. Mientras los políticos más directamente ligados al capital financieron internaiconal tienden a defender las políticas que van a beneficiarlo a costa de sacrificar sectores de la economía nacional; otros como Manteiga comienzan a trabajar con la hipótesis de mayores márgenes de maniobra con el capital imperialista justamente para evitar este sacrificio.

La clase obrera debe luchar por un programa que ataque de lleno la explotación y la opresión del capital imperialista sobre los países semicoloniales, por ejemplo a través de la expropiación sin indemnización y bajo control de los trabajadores de las multinacionales o el no pago de la deuda pública interna y externa. Para impedir la fuga de capitales y garantizar el crédito barato para las familias trabajadoras, pequeños comerciantes y campesinos pobres es necesario luchar por el monopolio estatal del comercio exterior y por la expropiación y nacionalización de todos los bancos, en un solo banco estatal bajo control de los trabajadores y comités de usuarios.

Sin embargo, esto no es lo que se discute en las clases dominantes del país. Lo que se propone es sólo la reducción de las tasas de interés y mayores inversiones del Estado en la economía. Medidas estas que, para la burguesía, están totalmente ligadas al mantenimiento e incluso la profundización de las condiciones precarias de trabajo que fueron subproducto de la ofensiva neoliberal (más desempleo, ajuste salarial, liquidación de los derechos, condiciones precarias de superexplotación del trabajo). Más allá de que la burguesía y su prensa hayan hecho amplia propaganda de que para garantizar mayores inversiones estatales en la economía será necesario recortar aún más los gastos con salud, educación, previsión social, etc.; y sobre todo piden despidos y ajuste salarial para los servidores públicos.

Si por un lado se desarrollan divisiones al interior de la burguesía en relación con la tasa de interés o medidas de protección de las empresas brasileñas en relación con sus competidores extranjeros, por otro lado no vemos diferencias entre ellos en lo que refiere a la actitud en relación a la clase trabajadora. Por el contrario, todos los sectores burgueses se unifican en torno a las leyes de ataques a los trabajadores que fueron aprobadas en el Congreso en los últimos años. Siguen unificados alrededor de las leyes de regulación del trabajo tercerizado y las que eximen a las patronales de las obligaciones para con la previsión social que están para ser votadas; y dicen que es necesario avanzar aún más en la “agenda pendiente” de reformas laborales neoliberales (lease: fin del 13°, de las vacaciones, de la licencia maternidad, etc.).

En este marco, el día 11 de noviembre, líderes empresariales se reunieron en San Pablo para discutir la crisis mundial y exigirle “más eficiencia” al gobierno de Lula. En palabras de Luiza Helena Trajano, superintendente del Magazine Luiza, pidieron agilidad al gobierno para plantear la reforma laboral pendiente: “Nuestro sistema desestimula la producción y quita incentivo al empleo. (...) Si ustedes, que tienen el apoyo de los sindicalistas, no hacen la reforma, nadie más la hará”. Ya Jorge Gerdau exigió “ajuste en la actitud gubernamental”, es decir, recortes en la educación, en la salud, en la previsión, etc. para destinar más partidas a inversiones en la economía y subsidios fiscales a los capitalistas. En sus palabras: “Si no tuviera donde investir, que trate de disminuir impuestos”.

 

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