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El destino de Rusia y sus consecuencias para el sistema capitalista mundial
por : Juan Chingo

24 Nov 2005 |

El avance de la restauración capitalista en Rusia ha sido uno de los grandes logros del imperialismo en la última parte del siglo XX y comienzos del siglo XXI, además de un enorme factor de desmoralización de la clase obrera mundial. El retroceso económico, social y cultural no tuvo precedentes. A su vez, si tuvo algún mérito este proceso fue el de desnudar el carácter depredador del capitalismo mundial.

La integración plena a la economía mundial de Rusia supone la incorporación de un espacio enorme (la sexta parte de la superficie terrestre y el nexo natural entre Asia y Europa) dotado de extraordinarios recursos naturales: el 20% de los bosques del planeta, gran parte de la reserva mundial de agua potable, de petróleo, las mayores reservas mundiales de gas y de oro, una quinta parte de las reservas mundiales de diamantes, los segundos depósitos mundiales de cobre, hierro, níquel y zinc, así como la abundancia en toda una serie de metales raros. Semejante bocado puede alterar el equilibrio político y geopolítico a nivel mundial además de la relación de fuerzas entre las clases. De ahí las enormes disputas entre las grandes potencias que empiezan a emerger en un marco de crecientes tensiones e inestabilidad en esta estratégica zona del planeta. Hasta ahora, el proceso ha sido sorprendentemente pacífico. Pero nada asegura que esto pueda mantenerse en las próximas décadas. Lo que está claro es que su resolución será una de las grandes cuestiones que determinará el carácter del sistema capitalista mundial durante el presente siglo.

BALANCE Y VÍAS DE LA RESTAURACIÓN CAPITALISTA

Las desventajas del adelanto y la abundancia de recursos

De los ex Estados obreros deformados y degenerados, Rusia fue el país más golpeado por la nueva división mundial del trabajo que se viene dando en la economía mundial capitalista como respuesta a la caída de la tasa de ganancia en los principales países imperialistas, luego del boom de posguerra. Mientras China por su atraso se “benefició” temporalmente como el nuevo taller manufacturero mundial, basado en su inagotable reserva de mano de obra barata, en la ex URSS, debido a su mayor grado de industrialización autónoma, la restauración capitalista significó un brutal retroceso y destrucción de fuerzas productivas.

La restauración capitalista debió desde el comienzo (y debe continuar haciéndolo para seguir avanzando) destruir el entramado industrial basado en una economía de carácter autárquico (no orientado hacia el mercado mundial) y el enorme peso en la economía del complejo militar industrial hiperdesarollado, como producto de la Guerra Fría.

La ex URSS, a consecuencia del cambio revolucionario que significó la revolución de 1917 y a pesar de la contrarrevolución burocrática stalinista de los ’30, había dado pasos significativos en dejar atrás el típico atraso de países semicoloniales o de desarrollo burgués retrasado sin contar con la colaboración y las inversiones directas de los países capitalistas más avanzados. Pese a las enormes deformaciones y la gran carga para la economía y la población que significaron la existencia de la burocracia y la construcción del “socialismo en un solo país” -y que constituyeron a largo plazo una espada de Damocles para la sustentabilidad del Estado obrero degenerado, como demostró su debacle a fines de los ‘80-, la ex URSS había resuelto a su manera el ciclo de modernización pendiente del retraso ruso de fines del siglo XIX, como demostraron la industrialización del carbón, la electricidad, el acero, la alfabetización total, la urbanización y la maquinaria pesada. Actualmente, la restauración capitalista implica que Rusia ha regresado, bajo nuevas condiciones, a los mismos problemas que llevaron, un siglo atrás, a la opción de la revolución rusa, esto es, el fantasma del atraso o el miedo a perder posiciones frente a los países y la tecnología más adelantada para no caer en la semicolonización.

A su vez, la reestructuración industrial de los ’90 no se hizo tomando en cuenta el carácter estructural de la militarización de su economía con respecto a Occidente. El corresponsal del diario La Vanguardia de Barcelona en Moscú desde 1988 hasta 2002, Rafael Poch-de-Feliu, muestra correctamente en su libro La gran transición la supeditación de la estructura económica a objetivos militares en el sistema de la ex URSS heredado por Rusia, independientemente de su división formal en civil o militar.

Allí sostiene: “La URSS producía diez veces más tractores que Estados Unidos y al mismo tiempo era imposible encontrar piezas de repuestos para tractores, porque todas las fábricas de tractores se construyeron con la idea de convertirlas en fábricas de tanques en caso de necesidad, y, en la guerra, los tanques se destruyen de forma tan rápida y total que no son repuestos lo que se necesita, sino capacidad de producción de relevo. Por la misma razón, la URSS producía enormes cantidades de aluminio, del que Rusia heredó una producción de tres millones de toneladas al año, cuando las necesidades de consumo interno eran de 200-300 mil toneladas al año. En la URSS, el aluminio se utilizaba en muchas aplicaciones que no lo necesitaban, únicamente porque ese material era un componente fundamental para la construcción de aviones y de otras armas. Había que mantener a determinado nivel esa industria -que por razones tecnológicas no se puede parar- a fin de garantizar la demanda potencial de la industria militar en caso de conflicto. Lo mismo ocurría con la gigantesca extracción de carbón y petróleo, o con la forja de metales, que no se correspondía en absoluto con los niveles de exportación, ni con el bajísimo nivel de los productos finales que el sector destinaba al consumo de la población. La lógica del enredo habría que buscarla en las palabras de Stalin de 1946: ‘Necesitamos extraer anualmente 500 millones de toneladas de carbón, 60 millones de toneladas de petróleo y fundir 50 millones de toneladas de acero al año, sólo de esa forma nuestra patria podrá estar protegida contra cualquier eventualidad” [1].

La reconversión, encarada por personajes como Gaidar, sin ningún conocimiento sobre la industria, al limitarse a reducir los pedidos al complejo militar industrial, no sólo terminó dañando a éste sino que provocó un enorme colapso en la industria, quitando posibilidades para que el sector civil utilizara el potencial de innovación del complejo militar industrial para su modernización.

Junto con la liquidación del monopolio del comercio exterior que permitió la penetración de mercancías baratas de Occidente [2], todos estos elementos explican cómo el avance de la restauración del capitalismo ha significado una desindustrialización masiva [3].

Más en general, la abundancia de recursos comparado con los países del este o la misma China, imprimieron a la restauración un carácter abiertamente rapaz: había para robar y saquear. Marshall I. Goldman, que denomina a este proceso de saqueo como una forma de “piratización”, sostiene comparando las reformas capitalistas en Rusia con respecto a Polonia, la siguiente observación: “... Polonia es relativamente pobre en recursos, mientras Rusia es increíblemente rica. A excepción del carbón, que no está mucho en demanda, Polonia tiene mucho menos para robar o, en palabras de un economista, muchas menos rentas para buscar que Rusia, con todo su gas natural, petróleo y metales ferrosos y no ferrosos. Ciertamente existieron otros factores, pero con toda esa riqueza abierta de repente para la apropiación, había un buen número de rusos perceptivos que vieron lo que estaba sucediendo y decidieron que era mejor tomar su porción y convertirse en buscadores de rentas antes que otros menos merecedores decidieran hacer lo mismo. Es irónico, a menudo la riqueza rusa ha sido una maldición más que una bendición” [4].

La unidad imperialista para ocupar el vacío dejado por la ex URSS

Comenzando con Gorbachov, pero profundizándose después de 1991 hasta fines de 2004 y principios de 2005, este periodo se caracterizó por una enorme retirada geopolítica de Rusia en sus ex áreas de influencia euroasiáticas.

Junto a la debilidad rusa, una de las claves que explica semejante transformación del escenario geopolítico regional y mundial, es la presión común ejercida por los Estados Unidos y las potencias europeas (bajo el liderazgo del primero) para ocupar el vacío dejado por la ex URSS a través de una política agresiva y preventiva de contención de una Rusia resurgente. El objetivo de esta política era (y es) destruir las bases geopolíticas que pudieran permitir, al menos en teoría, que Rusia aspirara a adquirir el status de segunda potencia en política mundial que tuvo la Unión Soviética.

La herramienta para esta política fue la OTAN que debía ser fortalecida y ampliada. Sin embargo, ésta había perdido su justificación, desaparecida la “amenaza comunista”. La guerra de los Balcanes tuvo el objetivo de reafirmar el dominio de la OTAN [5] y mantener a Europa como polo subordinado de la Alianza Atlántica evitando que ésta tomara, o por lo menos pospusiera, un curso independiente de los Estados Unidos en el estratégico continente euroasiático como forma de preservar la supremacía norteamericana. A este contenido se ligaba el avance y ampliación de la Unión Europea. El ex consejero de Seguridad Nacional del presidente Carter, Zbigniew Brzezinsky, el estratega más vehemente de esta política, lo expresaba claramente: “La nueva Europa está aún en proceso de formación y para que esa nueva Europa siga formando parte -desde el punto de vista geopolítico- del espacio ‘euroatlántico’, la expansión de la OTAN es esencial” . [6]

Pero mientras Occidente, a pesar de sus diferencias, se unía para sacar provecho de la debilidad rusa, lo que llama la atención desde el punto de vista histórico es el carácter unilateral de las concesiones de Rusia a Occidente, a cambio, por cierto, de ningún fruto. Esto es expresión del fracaso total de las aspiraciones de gran potencia de la burocracia estalinista gobernante a la vez que una muestra contundente de que no constituía una clase social, mostrando burdamente su ingenuidad de casta en descomposición, frente a la clara conciencia de clase de los distintos estamentos de la burguesía mundial, que pugnaban sin desenfado y con un total cinismo en imponer sus intereses nacionales y relaciones de fuerza contra Rusia.

La muestra más patética de esto se produce durante la primera presidencia de Yelsin. Este alineó su política exterior con los Estados Unidos, relegando a los “países en desarrollo” entre los cuales la ex URSS gozaba de influencia, los países asiáticos y sobretodo las nuevas Repúblicas de la CEI, la postsoviética Comunidad de Estados Independientes. En otras palabras, su política era -parafraseando al ministro de relaciones exteriores argentino durante el gobierno abiertamente proimperialista de Menem- de “relaciones carnales” con Estados Unidos, renunciando a una política exterior propia. Nadie personificó mejor este “cipayaje” de la otrora superpotencia mundial que el ministro de relaciones exteriores de Yeltsin, Andrei Kozyriev. Los siguientes comentarios de Poch-de-Feliu son reveladores: “Según el vicesecretario de Estado estadounidense Strobe Talbott, ‘Kozyriev -que tras su destitución en 1996 fue nombrado vicepresidente de la corporación norteamericana ICN- tenía una visión de su país igual a la nuestra’. Según el ex presidente Richard Nixon, Kozyriev iba mucho más allá. En su primer entrevista con él, explicó Nixon, el nuevo ministro ruso le dijo orgulloso que Rusia ‘no tiene intereses nacionales, sino que sólo se aviene a valores humanos universales’. Al salir del encuentro Nixon comentó: ‘Me he pasado toda la vida defendiendo intereses nacionales como un hijo de perra, Kissinger fue aun más hijo de perra, pero este jovencito lo que necesita es trabajar en una organización filantrópica” [7].

Con esta actitud, durante la época de Yeltsin Rusia fue retrocediendo geopolíticamente abandonando definitivamente los Bálticos y permitiendo la expansión de la OTAN hacia el este. El cortejo hacia la burocracia yeltsinista invitándola al club de los poderosos fue el complemento decorativo que las potencias occidentales utilizaron para enmascarar este enorme retroceso estratégico para los líderes rusos. Este fue el significado de la invitación a Rusia a participar en las reuniones del G7 y su conversión más tarde en G8. Según palabras del propio Clinton refiriéndose a la ampliación de la OTAN “había que conseguir mediante halagos que (los rusos) sean parte de un resultado que ellos puedan ver de forma distinta a una mera derrota estratégica” [8].

La última muestra en este periodo de la colaboración desinteresada de Rusia con Occidente fue su actitud frente a la guerra de los Balcanes de 1998, primero oponiéndose a la guerra pero luego en un zigzag ayudando a concluirla con éxito mediante la capitulación de Milosevic, demostrando que lo que verdaderamente irritaba a Moscú, más que la guerra, era no ser tenida en cuenta [9].

La segunda fase de retroceso geopolítico de Rusia sobre sus zonas de influencia se dio bajo el gobierno de Putin. Con respecto al periodo anterior, hay un salto significativo en la penetración occidental ya que ésta se realiza en el llamado “patio trasero” ruso: el Asia Central, el Cáucaso y Ucrania. Utilizando el atentado terrorista del 11 de setiembre de 2001, como justificación ante la crítica de muchos miembros de la élite política que veían a su gobierno como demasiado complaciente con los intereses norteamericanos, el gobierno de Putin permite la instalación de bases militares del ejército de Estados Unidos en las antiguas repúblicas soviéticas de Asia Central, Uzbekistán y Kyrgyzstan. Posteriormente el ciclo de “revoluciones coloridas” en Georgia, en Ucrania y parcialmente en Kyrgystan aumenta el radio de influencia de Occidente mediante la instalación de gobiernos prooccidentales en los dos primeros y en menor medida en el último. Para Rusia, su derrota política en Ucrania, donde el candidato apoyado por Moscú fue vencido por Víctor Yuschensko, el candidato apoyado por los Estados Unidos y la Unión Europea, señala un punto de inflexión en su retroceso geopolítico ya que la eventual pérdida definitiva de Ucrania pone en discusión la existencia misma de la Federación Rusa. Este importante golpe está llevando a una reevaluación de la política exterior rusa marcando el fin del periodo de concesiones unilaterales a Occidente.


Un enorme y brutal retroceso social y cultural

El avance de la restauración capitalista significó un retroceso social y cultural brutal que no sólo liquidó (y aún debe seguir liquidando) toda una serie de conquistas que las masas gozaron durante el periodo soviético, sino que amenaza, de no revertirse, con tener consecuencias funestas para el destino de la nación.

A pesar de los enormes costos humanos que significó la planificación económica burocrática comandada por el stalinismo, alrededor de los años ‘80, el Estado soviético garantizaba que todos sus ciudadanos gozaran de un nivel de vida modesto, seguridad laboral y estabilidad de precios. Casi todos tenían acceso a la educación gratuita, a los servicios de salud, a una jubilación relativamente temprana y a diversas pensiones y prestaciones sociales. Muchas empresas estatales proporcionaban vivienda barata, guarderías, vacaciones, alimentos a bajo precio y otros subsidios. Un sistema de precios controlados permitía que las necesidades básicas, como alimentación, vestimenta para los hijos, vivienda, transporte público y actividades culturales, fueran accesibles. Aún hoy, el ex espacio soviético conserva una tasa de alfabetización del 95%, sino superior.

El avance de la reforma implicó la liquidación de los principales pilares del sistema de seguridad social soviético. La mayoría de los rusos perdieron los derechos que habían garantizado su nivel de vida. Las consecuencias fueron nefastas dando origen a una drástica marginación de la población que se manifiesta en el aumento del número de pobres, vagabundos, alcohólicos y adictos a las drogas. El deterioro del nivel sanitario de las masas creció muy rápidamente, reduciéndose la inmunidad contra enfermedades comunes, en tanto se multiplicó la prostitución, las enfermedades venéreas y creció el nacimiento de niños con defectos congénitos. Como resultado de todo esto, se ha producido un elevado incremento de la mortalidad infantil y una disminución de la expectativa de vida.

Una novedad del periodo de las reformas es el surgimiento de la pobreza de masas y de nuevos pobres. Dos investigadores, Bertram Silverman y Murray Yanowitch en su libro Nuevos Ricos, Nuevos Pobres, Nueva Rusia arriban a esta conclusión. Allí plantean: “Cuando se abordaba el problema de la pobreza en Rusia, era usual vincularlo al destino de los pensionados (sobre todo los ‘pensionados puros’, aquellos forzados a vivir separados de su familia y que dependían únicamente de su pensión) y de las familias de jóvenes en las primeras etapas de su trayectoria laboral... la pobreza en Rusia a fines de los ‘80 no se trató como un ‘fenómeno de masas’... Aunque los análisis recientes no ignoran a los pobres tradicionales, el problema de la pobreza se relaciona cada vez más con el bajo ingreso real de los obreros de tiempo completo en los viejos sectores ‘productivos’ y de grupos selectos de oficinistas con buena preparación, así como con la progresiva cifra de desempleados” [10]. Los mismos autores citan un ejemplo elocuente del cambio de situación para estos grupos sociales: “Durante el régimen soviético era poco probable que una familia con dos obreros fuera pobre. Dado que muchas mujeres trabajaban, la mayoría de los hogares contaban con dos salarios. Por lo tanto, los sectores de riesgo especial eran las familias grandes o con un solo ingreso, así como los hogares de jóvenes, en los que la madre tenía licencia de maternidad. Prestaciones sociales como la pensión por maternidad y para cuidado de los hijos, las pensiones por incapacidad y el apoyo a familias numerosas o de un solo progenitor se destinaban a estos sectores vulnerables. Para la gran parte de las familias jóvenes la pobreza era sólo temporal, ya que con frecuencia recibían ayuda de los padres. Una vez que ambos esposos volvían a trabajar -lo que facilitaban las guarderías preescolares-, terminaba el riesgo de seguir en la pobreza. Esta ya no funciona igual en la Rusia postsoviética. Pese a que una familia con dos ingresos, herencia de la política soviética, sea un importante paliativo contra el decreciente ingreso real, ya no es una garantía para no caer en la pobreza. Una familia con uno o dos hijos en la que padre y madre trabajen está ahora entre la categoría más numerosa de pobres...” [11].

Sectorialmente, la pobreza absoluta y relativa ha afectado a la mayor parte de los obreros calificados (a excepción de una pequeña minoría de asalariados de la rama de extracción y refinación petrolera e industrias del gas).

A su vez, las severas restricciones en el presupuesto del Estado y militar provocaron el deterioro salarial de lo que algunos denominan la “intelligentzia de masas”: ingenieros, científicos, técnicos, obreros calificados empleados en la fabricación de maquinaria e industrias de la fundición, doctores, artistas, maestros, investigadores y demás especialistas de similar preparación, a quienes se pagaba con presupuesto estatal.

Como consecuencia de estas tendencias, la tan respetada base de investigación rusa construida durante la época soviética está en franco deterioro y no podrá reemplazarse con facilidad [12].

Agreguemos a estos indicadores sociales los índices de deterioro ambiental, también sorprendentes. Entre 40 y 60 millones de rusos viven en ciudades cuya concentración de sustancias dañinas supera entre cinco y diez veces la norma establecida como aceptable. Rusia, a su vez, tiene el mayor índice de contaminación radiactiva del mundo.

Por último, aunque los indicadores sociales más extremos, como el no pago de los salarios durante meses, mejoraron durante el gobierno de Putin, las tendencias centrales del colapso para el nivel de vida de las masas que ha implicado la restauración, no se han revertido sino que en muchos casos han empeorado cualitativamente como demuestra el ataque de Putin a los subsidios al servicio social y la “monetización” de las jubilaciones, que motorizó la primera gran movilización social a escala nacional en los últimos catorce años después del colapso de la Unión Soviética.

Esto es lo que explica que la tasa de defunción se haya incrementado en un millón de muertes por año mientras la tasa de nacimientos es un sexto de la tasa de abortos. Si estas tendencias demográficas se mantienen, Rusia podría tener a mediados del siglo una población de alrededor de 100 millones de habitantes, perdiendo alrededor de 40 millones de personas.

La vía de restauración y el papel clave del capital financiero internacional y el mercado mundial para la reconversión de la burocracia en clase propietaria

La restauración capitalista en la ex URSS no fue producto de una intervención militar ni de un proceso orgánico interior sino de la transformación de la burocracia, de casta privilegiada que usufructuaba el monopolio del poder en la economía planificada burocráticamente, a una nueva clase capitalista basada en las ganancias y la acumulación de capital ayudada por el capital financiero internacional.

En sus más de 70 años de existencia, la ex Unión Soviética conoció momentos de peligro que pusieron sobre el tapete la perspectiva de la restauración capitalista. Durante la década del ’20 del siglo pasado, la formación de una capa de campesinos acomodados, los llamados kulaks, amenazó convertirse en la principal base social de la restauración capitalista. Esta realidad derivaba de la famosa formulación de Lenin, quien sostenía que: “La producción en pequeña escala crea el capitalismo y la burguesía constantemente, de día a día, a cada hora, elementalmente y en grandes proporciones”. Siguiendo el aliento oficial, encabezado por Bujarin y su lema de “campesinos enriqueceos”, el desarrollo de este sector agrícola cuestionaba gravemente las bases de la economía planificada. Sin embargo, el giro hacia la colectivización forzosa, llevado adelante por Stalin a fines de los ’20, liquidó esta perspectiva aunque a costa de un daño demasiado alto para el campo, que fue un lastre de todo el periodo soviético. Posteriormente, la Segunda Guerra Mundial y la invasión nazi a la Unión Soviética llevaron hasta muy adentro del territorio de la ex URSS la perspectiva de una restauración capitalista, basada en la conquista militar por un ejército imperialista enemigo. Pero la resistencia inaudita de las masas soviéticas y la virtudes de la planificación económica permitieron derrotar al ejército alemán.

Sin embargo, el avance de la restauración capitalista no se dio por ninguna de estas variantes sino por la transformación de la burocracia en nueva clase propietaria, burguesa, tal como había alertado Trotsky en los ’30. Un periodista atento a los hechos como Poch-de-Feliu lo reconoce abiertamente: “Gracias a las absurdas medidas económicas del equipo de Gaidar, la tradicional clase dirigente-administrativa soviética logró realizar el sueño histórico de la nomenclatura de convertirse en nueva clase propietaria, de acumular rápidamente patrimonios convertibles y transmisibles por herencia, y de saciar su apetito hacia el consumo de lujo que tanto envidiaba a la burguesía y a la clase dirigente occidental. Se cumplió así, en lo esencial, la profecía de Lev Trotsky, formulada en 1936, según la cual la burocracia acabaría transformándose en clase propietaria, porque ‘el privilegio sólo tiene la mitad del valor si no puede ser transmitido por herencia a los descendientes’, y porque ‘es insuficiente ser director de un consorcio si no se es accionista’” [13].

La clave de esta transformación fue la apropiación de las grandes empresas por parte de la nomenclatura y de los directores de empresa. Estos sectores de la alta burocracia se abrazaron al capital financiero internacional para de obtener ayuda en el proceso de restauración y sobretodo tener acceso al mercado mundial para poder vender lo que se había robado de la ex URSS y comprar en el mercado mundial los nuevos medios para satisfacer sus gustos de nuevos ricos. El establecimiento de plataformas financieras en Occidente en paraísos fiscales, contando con la ayuda de la banca internacional, que se inició durante la época de Gorbachov y se multiplicó enormemente durante el gobierno de Yeltsin, facilitó la transferencia de recursos que la burocracia pudo saquear.

En otras palabras, el proceso de restauración en la ex URSS se dio paso desde arriba, bajo el férreo control de la antigua burocracia central y sus socios-competidores de cada región. La llamada “economía de las sombras" [14] y el intercambio mercantil jugaron un rol secundario en este proceso. Una consecuencia importante ha sido que la clase empresarial que surgió existe sólo en el nivel más alto de la pirámide social, más bien una oligarquía, estando ausente una pequeña burguesía y una burguesía media considerable, que es lo que explica en cierta medida la debilidad de la democracia burguesa en Rusia y las tendencias al bonapartismo, que se consolidaron con el ascenso de Putin.

LA ECONOMÍA


El encanto de los altos precios del petróleo

Luego del default y el crack financiero de 1998, desde los años 1999-2000 la economía rusa viene sobrellevando un renacimiento económico. Entre los factores que han estimulado el crecimiento económico podemos citar los siguientes: el reajuste de los precios relativos y el colapso de la tasa de intercambio del rublo, que resultó en sustitución de importaciones y proveyó estímulo a los productores domésticos de bienes de consumo y manufacturas; una declinación de los salarios reales y una subutilización productiva del trabajo y del capital como resultado de la declinación de la industria rusa durante los ’90; una serie de reformas impulsadas por el gobierno en el medio de la crisis que llevaron a mejoramientos en la eficiencia y la reestructuración industrial. Sin embargo, el factor más significativo fue el aumento de los precios mundiales del petróleo desde un piso de alrededor de 10 dólares el barril en diciembre de 1998 a alrededor de 33 dólares en septiembre de 2000. Esto permitió cuantiosos ingresos adicionales en la economía.

Los altos precios del petróleo fueron también el factor determinante en promover la recuperación de la industria petrolera rusa, que había sido afectada adversamente por el colapso de la Unión Soviética y había entrado en un prolongado periodo de declinación en los ‘90. Entre 1988 y 1998, la producción petrolera rusa había caído aproximadamente un 50%, de 11 millones a 6 millones de barriles por día -en gran parte debido a una fuerte reducción en perforación, y poca o ninguna inversión en nuevos pozos, o en tecnología para incrementar la recuperación de pozos agotados. [15] La repentina inyección de dinero proveniente del incremento de los precios del petróleo en una industria esencialmente estancada cambió la ecuación del negocio petrolero. El aumento de los precios del petróleo impulsó las ganancias de las compañías aun sin incrementos en la producción, mientras que la devaluación del rublo de 1998 ya había bajado significativamente los costos en rublos de los insumos, para los productores energéticos rusos, incluido el precio de la fuerza de trabajo. Después de 1999, esta combinación de insumos a bajos costos y altos precios energéticos le dieron a las compañías petroleras rusas un capital interno para mejorar la eficiencia de la producción sin necesidad de nuevas inversiones externas. A su vez permitió a los nuevos barones del petróleo la reestructuración y el mejoramiento del management de sus activos: los pozos parados fueron puestos nuevamente en funcionamiento, se compró nueva maquinaria y se introdujo nueva tecnología [16].
Para 2004, la producción petrolera rusa se había recuperado y en gran medida alcanzado los 9 millones de barriles diarios -con un potencial a mediano plazo de aun más incrementos, al menos arriba de los 11 millones de barriles diarios (cercano a los niveles soviéticos de producción) con exportaciones que alcanzaban más de 4 millones de barriles diarios.

Pero junto a esta recuperación de la industria petrolera es interesante destacar -ya que esto nos habla de la estructura del sistema industrial ruso- que la capacidad exportadora rusa fue incrementada no sólo por los nuevos oleoductos y puertos sino también porque su propia demanda de petróleo permanecía baja, como resultado de la contínua declinación de su industria pesada. En contraste con el gas ruso, donde sólo un tercio de la producción se exporta, alrededor de la mitad del petróleo ruso está disponible para la exportación. El grueso del gas natural es usado para la generación de energía, el calentamiento de los hogares y la industria. Mientras el petróleo ha permitido en gran medida conseguir divisas provenientes del extranjero, el gas ha mantenido la economía rusa en funcionamiento, siendo el principal subsidiador de la industria doméstica y de los hogares. A diferencia de la industria petrolera, el sector del gas no fue dividido en los ‘90 y es aún controlado por el monopolio estatal, Gazprom, cuyas entradas por exportaciones también fueron incrementadas después de 1999 por los altos precios de la energía.

El carácter reprimarizado de la nueva economía rusa puede verse en los siguientes datos: los recursos naturales constituyen alrededor del 80% de las exportaciones rusas y el petróleo y el gas dan cuenta de un 55% de todas las exportaciones, convirtiendo al presupuesto en particularmente dependiente del sector energético. En realidad, un 37% de las entradas presupuestarias provienen de impuestos al petróleo y al gas.

Mientras hoy el petróleo juega un rol clave en las exportaciones rusas, en las próximas décadas éste puede ser reemplazado por el gas. Hoy éste da cuenta de más de un 20% del consumo de energía mundial y está proyectado que de cuenta de casi un 30% para el 2020. Los sectores domésticos de energía en muchos países aun necesitan grandes cambios estructurales y desarrollos de infraestructura de gran escala para cambiar a un mayor uso del gas, pero el gas está convirtiéndose rápidamente en una mercancía comerciada globalmente más que a nivel local. Más de un cuarto del gas consumido globalmente cruza fronteras internacionales, ya sea mediante gasoductos o en la forma de gas natural líquido. La transportabilidad de este último más allá de las fronteras regionales, sugiere un gran potencial de largo plazo para Rusia, incluyendo exportaciones a los Estados Unidos. Rusia eclipsa a Arabia Saudita y a otros países productores de energía en gas. Sus reservas de gas, a poco menos de un tercio de las reservas mundiales totales probadas, excede de lejos la de cualquier otro país. Gazprom, como compañía, reúne ella sola un 25% de las reservas mundiales de gas. Rusia a través de Gazprom ya es el exportador mundial dominante de gas. Si las tendencias actuales en el consumo de gas en Europa continúan, Rusia ciertamente será el principal oferente de gas -si no de energía en su conjunto- a Europa en las próximas décadas.

El rol del petróleo y otras commodities y la estructura de la economía

El producto bruto interno y las entradas presupuestarias están actualmente cada vez más atadas a los altos precios mundiales del petróleo. Cada vez más estamos en presencia de una economía petróleo (o commoditie)-dependiente.

El gobierno ruso tiene ahora un sano superávit presupuestario después de una década como la del ‘90 de crecientes déficits, pero según estimaciones del FMI, el presupuesto ruso es cinco veces más sensible a los precios del petróleo de lo que era antes de 1998-1999. Por un lado este es uno de los grandes logros del gobierno de Putin desde que asumió en el 2000. Ha asegurado que la mayor parte de las entradas del petróleo vaya a los cofres del Estado más que a las manos privadas de los oligarcas, que anteriormente se quedaban mayormente con las superganancias del negocio petrolero, lo que les permitió acumular grandes fortunas mediante la evasión impositiva, transferencias de precios (incluyendo la creación de una series de compañías de comercialización off-shore para comprar petróleo a bajos precios en los sitios de producción y luego revenderlo a través de intermediarios) y otros métodos. Sin embargo estos logros no pueden ocultar la dependencia del Estado de los altos precios del petróleo.

Pero mayor aun son los efectos del petróleo sobre el resto de la economía. Un informe de febrero de 2004 del Banco Mundial señala: “El incremento reportado en actividades por fuera de los sectores de recursos naturales es el resultado de los efectos secundarios de los altos precios del gas y el petróleo multiplicándose asimismo a través de la economía, más que un renacimiento independiente de las industrias domésticas rusas... El salto de conjunto en las tasas de crecimiento de la manufactura doméstica fue impulsado por su sub-sector más grande, esto es construcción de maquinaria. La construcción de maquinaria da cuenta de casi un 20% de la producción industrial total y de un 35% de la manufactura doméstica... El crecimiento en la construcción de maquinaria, sin embargo, fue impulsado por la producción de vagones... La producción de vagones, en cambio, fue impulsada en gran medida por la necesidad de proveer capacidad adicional para transportar el petróleo fuera de Rusia, para aliviar los cuellos de botella del sistema de oleoductos estatal. La producción de vagones creció un sorprendente 35,8%”. En otras palabras la demanda no ha sido abastecida por la construcción de suficientes nuevos oleoductos de exportación. Algunos autores también demuestran que el crecimiento en los sectores de la construcción y en la industria de defensa responden a diversas demandas de los sectores de gas y petróleo.

Algunos sectores industriales que no están relacionados con el petróleo actúan como si también estuvieran respondiendo a los precios del petróleo. Este es el caso de las commodities, impulsado por China y su rápido desarrollo económico. China absorbe grandes cantidades de commodities como petróleo, gas, carbón, acero, chatarra y madera, empujando los precios hacia arriba. Los precios mundiales del acero, por ejemplo, reflejan el mismo comportamiento de los precios del petróleo. Rusia es un gran productor de acero y exportador a China -así como de chatarra y madera- y la economía rusa se ha beneficiado significativamente del crecimiento en la demanda de commodities de China.

El efecto del petróleo y las commodities sobre la estructura económica ha reforzado la estructura dual que ya existía en Rusia desde hace un tiempo entre una industria orientada a lo doméstico y otra orientada a la exportación. Las industrias de exportación se caracterizan por estar dominadas por los oligarcas, basarse en los recursos naturales y obtener altas ganancias, aunque generan un limitado número de empleos. El sector petrolero, por ejemplo, sólo daba cuenta en 2002 de un 1% del total del empleo. Por su parte, otra es la realidad de la significativa porción de la industria manufacturera, por fuera de las commodities y la construcción de maquinaria. Un alto porcentaje de empresas, alrededor del 40% en 2001-2003 han estado operando con pérdidas, mientras que muchas empresas aún hacen negocios mediante el trueque.

Este patrón industrial muestra que hoy día, la gran división que atraviesa a la estructura industrial rusa es entre aquellas industrias que se benefician del goteo de los precios del petróleo y del sector energético y aquellas que no. En cierta medida esta división es sectorial pero en muchos aspectos también se manifiesta a nivel regional. Diez de las 89 regiones administrativas dan cuenta de más de la mitad de la economía rusa. Las regiones más ricas, más allá de Moscú, en términos de producto bruto regional per capita son las regiones petroleras o productoras de commodities. A pesar de tener menos del 10% de la población, las dos regiones más ricas de Rusia -Tyumen en Siberia Occidental, abundante en petróleo y la ciudad de Moscú- hoy dan cuenta de casi un tercio del PBN.

Sin embargo, y poniendo un interrogante sobre la sustentabilidad del boom petrolero de estos años, un reciente trabajo de un geógrafo norteamericano, basado en una investigación extensiva y de largo plazo de la industria petrolera rusa, dice que a pesar de los vastos recursos petroleros y de gas, “el actual boom petrolero es temporario, ya que poco de él representa nuevo petróleo”. Y agrega que “...el grueso de la evidencia indica que el reciente incremento de la extracción de petróleo representa en gran medida petróleo no levantado durante los caóticos años de declinación económica, así como petróleo dejado atrás por las prácticas de extracción perversas de los ‘80” [17].

Un capitalismo sin capitalistas nativos fuertes y estables

La instauración de un régimen social de propiedad privada: este es el gran logro de la restauración capitalista en los ‘90. La clave durante el gobierno de Yelsin era asegurarse que no hubiera vuelta atrás [18]. Este fue el contenido de las reformas. Rafael Poch-de-Feliu resume bien el objetivo de las reformas en esos años: “Su prioridad ‘económica’ era estrictamente política: destruir el viejo sistema mediante cambios irreversibles. ‘Mi principal convicción era que aquel orden social estaba condenado y debía morir, y que tomando la responsabilidad de la transformación rusa, había que excluir cualquier vacilación a este respecto’, señalaba Gennadi Burbulis, el ideólogo del nuevo régimen” [19]. En el mismo sentido, este mismo personaje, encargado por Yeltsin de formar el primer gobierno de Rusia después de diciembre de 1991, caracterizaba al mismo como: “Un gobierno de dinamitadores que ineludiblemente estallará en su labor, pero antes de eso se habrá abierto el camino”.

El camino se abrió, pero el resultado es un tipo de capitalismo que tiene inscriptas sus fallas de origen: la falta de legitimidad y la fragilidad de la acumulación indican los límites de esta transformación. De esto era conciente el principal arquitecto de las reformas, Anatoli Chubais: “La creación de la propiedad privada en Rusia era un valor absoluto y para alcanzar esa meta había que sacrificar algunos esquemas de eficacia económica” [20]. El mismo Chubais dijo que: “el objetivo de la privatización es la construcción del capitalismo en Rusia, y hay que realizarlo de golpe, en unos cuantos años, completando así el trabajo que otros países hicieron en siglos”. [21]

El descontento con este robo de la propiedad estatal se comenzó a manifestar rápidamente, quitando desde temprano todo tipo de legitimidad al naciente capitalismo ruso. A su vez, el origen criminal de la propiedad se refuerza por el carácter parasitario de esta nueva clase burguesa. Según Forbes, Rusia cuenta con 27 billonarios, un número sólo superado por los Estados Unidos, cuya economía es treinta y una veces más rica. También puede verse en que los nuevos ricos guardan la mayor parte de sus fortunas en el extranjero y en que invierten poco, incluso cuando hay un importante crecimiento de la economía. En otras palabras son un obstáculo a la acumulación. Este estado de cosas “genera una mentalidad sin futuro de ‘toma-el-dinero-y-corre’. Eso significa que no hay inversiones, que hay poco negocio a largo plazo y mucha ‘propiedad en el extranjero’ (título de una revista moscovita). [22]

El nuevo empresario ruso no se corresponde con el típico capitalista de occidente. Una socióloga trazaba así su perfil: “Su vida está llena de paradoja y no tiene nada en común con la sosegada vida de los miembros de la clase burguesa occidental. El occidental medio no pasa su tiempo libre en casinos y no es tiroteado en el portal de su casa. El ‘nuevo ruso’ (está) caracterizado por una frívola atracción hacia el lujo, una total ausencia de confianza en el futuro y un ansia histérica de divertimento, una disposición a asumir riesgos extremos en los negocios y un disgusto orgánico hacia todo lo que huela al ‘feliz promedio’. En una palabra: vive el tipo de vida de gente que ayer estaba en la pobreza y que espera desaparecer mañana sumida en el olvido... Su medio ambiente es la constante redistribución de la propiedad, gran inflación, inestabilidad política, delincuencia y corrupción rampantes. En tales circunstancias, ninguna persona normal se esforzará en lograr una vida estable y planeada a un año vista. Y si hay gente animada por un deseo de estabilidad y una vida burguesa normal, hará lo posible por llevarla a cabo no en Rusia, sino en Occidente” [23]. Como demuestra esta cita, es una nueva clase social que difícilmente puede imponer su liderazgo moral o hegemonía al resto de los sectores de la sociedad y consolidarse como clase dominante de Rusia.

EL CARáCTER DEL RÉGIMEN Y DEL ESTADO

El Putinismo

En Estrategia Internacional N°15 de otoño de 2000, apenas asumido el nuevo gobierno de Putin, definíamos al régimen político en que este se apoyaba como de tipo bonapartista. Allí sosteníamos que “...éste se apoya en las fuerzas armadas y aparatos de seguridad (ex KGB), como sostén principal, aunque conservando formas seudo parlamentarias, con el objetivo de lograr un fortalecimiento del Estado ruso, cuestión vital para el avance de la restauración capitalista” [24]. A cinco años de esta apreciación y cuando ya está ejerciendo su segundo mandato, podemos afirmar que esta caracterización se ha mostrado esencialmente correcta.

Desde el punto de vista interno, Putin ha consolidado un poder ejecutivo sin límites, donde no existe una separación de poderes dentro del Estado ruso y donde la administración central domina todos los sectores del gobierno. La Duma, instaurada en 1993 por la nueva constitución yelsinista para reemplazar al Soviet Supremo heredado de la ex URSS, está dominada por los partidarios de “Rusia Unida”, grupo político que tiene como principio central el apoyo incondicional a las políticas de Putin. El poder judicial también está sometido al ejecutivo. Putin al asumir prometió la “dictadura de la ley”, sin embargo su aplicación tiene un modo selectivo sobre sus competidores políticos como muestran las persecuciones judiciales a los oligarcas Guzinsky y Berezovsky al inicio de su primer mandato, y más recientemente el encarcelamiento del dueño de la petrolera Yukos, Khodorovsky. Sus crímenes fueron haber osado usar su riqueza para oponerse a Putin, mientras otros oligarcas inescrupulosos que amasaron fortunas mediante mecanismos ilegales tienen acceso privilegiado al Kremlin.

El carácter autoritario del régimen se manifiesta también en todos los aspectos de la sociedad. La venalidad y el carácter de clase de los tribunales son un fenómeno corriente, probablemente peor que durante el periodo de Yelsin en donde los sindicatos independientes podían ganar determinadas concesiones frente a la patronal en los tribunales. La población considera al poder judicial como un sistema totalmente corrompido. Para muchos, los tribunales son como sucursales de las empresas e incluso, las principales han llegado a instalar en ellos sus representantes.

La arbitrariedad y rudeza de las acciones policiales, extendidas al conjunto de Rusia, son una constante de las fuerzas de seguridad, educadas por brutalidad de la guerra de Chechenia.

Frente a la prensa occidental, que luego de una larga luna de miel con el régimen de Putin ha pasado a la crítica y a la oposición, es necesario afirmar que muchos de estos rasgos autoritarios son una continuidad del gobierno de Yelsin, que fue apoyado por Occidente en la sangrienta ocupación del Parlamento en 1993 que suprimió el orden constitucional existente y ahogó el desarrollo de las libertades democráticas que habían tomado impulso después del fracaso del golpe de Estado de agosto de 1991, que marcó el fin del monopolio del poder por el Partido Comunista.

Sin embargo, es cierto que Putin ha reforzado el carácter bonapartista del régimen político. La persecución de determinados oligarcas constituye un fenómeno nuevo, que muestra el rol de Putin como árbitro de todas las fracciones de la burocracia restauracionista. Si durante el gobierno de Yelsin lo que primó fue la orgía de la “acumulación primitiva”, Putin ha tratado de reestablecer el rol del Estado como órgano de la restauración capitalista, enormemente debilitado en la década pasada por la tendencia de los nuevos ricos a utilizarlo como coto de caza para su enriquecimiento personal.

El otro aspecto donde Putin ha reforzado el rol de la autoridad central ha sido en sus avances con respecto a la autonomía de las regiones, una consecuencia de la fragmentación que siguió después de la disolución de la ex URSS. A fines de 2004 y utilizando el estupor provocado por la masacre de Beslán, la Duma adoptó una ley que permite al presidente designar a los 89 gobernadores de las regiones, después de una década en donde estos cargos eran electivos.

Renta, petróleo y burocracia

Profundizando y uniendo lo que ya hemos dicho sobre la economía a las formas del Estado, podríamos plantear que la Rusia actual tiene todas las características de un Estado petrolero. El petróleo y la energía aun dan cuenta de un 80% de las exportaciones rusas; sólo Gazpron representa el 25% del PBN. La fusión entre el poder y los negocios; la emergencia de una clase rentista que usa los petrodólares rusos y que se puede apreciar en la importante cantidad de rusos que figuran en el ranking de millonarios de la revista Forbes; una corrupción endémica; la vulnerabilidad al fraude en las prácticas de negocios; la llamada enfermedad holandesa y la enorme monopolización de la economía por vastos grupos financieros.

Los niveles de corrupción son escalofriantes. No existe un funcionario del Estado que no se haya hecho millonario. La extensión del pago de tributos para hacer negocios es enormemente extendida. Un empresario expresó recientemente: “Los burócratas hacen lo que quieren. Si no estás protegido podés perder tu empresa”. Los lazos de corrupción encubren a millones de personas. Es normal la solicitud de coimas a ciudadanos y a las empresas. Para estas últimas, las fuentes más comunes son el otorgamiento de licencias, de cuotas de importación, la recaudación de impuestos, las privatizaciones, etc. De ahí la fragilidad de los derechos de propiedad ya que éstos no dependen del “Estado de derecho” sino de la arbitrariedad de la burocracia. Poch-de-Feliu sostiene que: “La propiedad privada queda, así, inserta en una especie de derecho informal de vasallaje que conecta al propietario con el burócrata en los distintos niveles de la jerarquía. Por ese derecho el propietario está sometido al gobernante, al representante del presidente, al jefe de la policía de impuestos, al jefe de la delegación de los servicios secretos, etc., señala un periodista. ‘Coronando el sistema están los magnates que son los vasallos del Kremlin. Son los que han recibido en propiedad sus grandes empresas (Sibneft, Norilski Nikel, Yukos...) directamente del presidente.’No por casualidad se dice que en Rusia uno no ‘se hace’ millonario, sino que ‘es nombrado tal’. ‘Por debajo de los magnates están sus homólogos provinciales, los magnates regionales, vinculados al gobernador local por la misma relación’. Naturalmente, no se puede reducir toda la economía rusa a este esquema, pero el funcionamiento del país, del grueso de su población, no se entienden sin atender a esta economía política, de la misma forma que el funcionamiento del antiguo régimen no podía ser comprendido observando únicamente los datos, estadísticas y relaciones oficiales del sistema de plan” [25].

Un cúmulo de estudios y encuestas sociológicas confirman esta caracterización. Un estudio patrocinado por el Banco Mundial y publicado a mediados de 2002 reveló que los rusos gastan anualmente -en coimas y pagos bajo mano- 36.000 millones de dólares (una cantidad equivalente a más de la mitad de los gastos del Estado y al 12% del PBI de ese mismo año). El grueso de esa suma son tributos del mundo de los negocios a los funcionarios. El 82% de las compañías y los empresarios rusos están inmersos en ese tejido, responsable del costo del 10% de cada transacción. No sorprende con estas cifras que Transparencia Internacional ubique a Rusia en el puesto número 90, compartiendo este privilegio con países como Gambia.

La percepción de la sociedad de este fenómeno también es reveladora. El 61% de los rusos considera imposible erradicar la corrupción, mientras que entre los identificados como los más corruptos todos tienen en común su condición de funcionarios; las “fuerzas del orden público” (48%), las “altas instancias del poder” (34%), la “policía de tráfico” (32%).
Las características propias de un Estado rentístico y petrolero que hemos descrito se combinan en Rusia con su sobrevivencia como superpotencia nuclear. Esta es una combinación novedosa. La historia ha conocido Estados petroleros (que se sostienen en la renta petrolera) como Nigeria o Venezuela, por ejemplo, pero no lo que algunos analistas llaman un Estado petrolero-nuclear. Qué tipo de fenómenos deparará tal tipo de Estado está por verse y es una de las grandes incógnitas e interrogantes de este siglo.

La guerra en Chechenia y el bonapartismo de Putin

La infiltración de radicales chechenos en Daguestán [26] en agosto de 1999 fue el pretexto utilizado por Putin para lanzar la segunda guerra de Chechenia en menos de una década. Esta guerra ha sido el medio principal para consolidarse en el poder, preparando la vía para su ascenso a la presidencia en marzo de 2000, contando con la complicidad de las élites políticas e intelectuales rusas, que respaldaron su acción militar, un mes después de nombrado primer ministro. Más aún, la unidad nacional engendrada por lo que era percibido como una guerra justa contra la expansión nacionalista [27], el terrorismo y el fundamentalismo agresivo, forjaron por un tiempo, un sentido de unidad nacional sin precedentes en el renacimiento del Estado ruso.

Sin embargo, a pesar de que los primeros años de Putin en el poder fueron acompañados del reconocimiento general de que el problema chechenio requería una acción decisiva, la tenaz resistencia de los insurgentes, la contínua evidencia de brutalidad y corrupción militar y los severos abusos a los derechos humanos a los civiles chechenos, fueron creando una creciente revulsión contra la continuidad de la guerra [28] acompañada de un empantanamiento en el teatro de operaciones, pese a algunos éxitos militares, como consecuencia de la falta de una estrategia clara por parte del Kremlin.

El costo de la guerra para Rusia es enorme. El aumento de las bajas rusas - la cifra oficial para 2002-2003 fue de 4749, la más alta en un año desde 1999, y la media anual para 2004 es más elevada que la de las pérdidas norteamericanas en Irak. En los dos primeros años de guerra hubo cerca de 65.000 soldados rusos mutilados, aproximadamente el mismo número que en los diez años de conflicto soviético en Afganistán. Esta creciente carga ha llevado a Putin a adoptar desde 2001 una estrategia de “chechenización”, que ha conllevado la reducción de tropas -alrededor de 60.000 soldados rusos hacen frente a una resistencia activa estimada en un máximo de 5.000 combatientes- y la delegación de muchas operaciones de combate a milicias bajo control del gobierne títere de Kadirov.

La bomba que hizo saltar por los aires a este último el 9 de mayo de 2004, hizo necesaria la realización de elecciones aun más fraudulentas, ganadas por Alu Aljanov, ministro del interior y miembro del clan de Kadirov. Los kadyrovtsy bajo el mando de Ramzan Kadirov, hijo del fallecido presidente, se hicieron tristemente famosos por su brutalidad, ya que torturaron y mataron a sus paisanos con un sadismo similar al de los propios ocupantes.

Si para los rusos los costos han sido altos, para los chechenos ha sido brutal. La población de Grozni se ha reducido a unos 200.000 habitantes -la mitad que en 1989- condenados a buscarse la vida en el medio de cráteres y ruinas en que se ha convertido su capital.

Pero aparte de las consecuencias militares, las desgraciadas secuelas de la agresión contra Chechenia se han convertido en un cáncer que amenaza consumir la vida privada y pública rusa. Comparando la guerra actual con la anterior, Tony Wood dice: “Los medios de comunicación rusos desempeñaron un papel crucial en la revelación de parte de los horrores de la guerra de 1994-1996; esta vez las autoridades no han cometido el error de permitirles libertad para operar allí, y han clausurado o sustituido a los equipos editoriales de las dos fuentes más críticas de noticias, NTV y TV6. Una diferencia llamativa entre la guerra actual y la anterior ha sido la intensidad con que el discurso oficial ruso ha empapado los comentarios periodísticos, hasta el punto de que ‘terrorista’ y ‘checheno’ se han convertido prácticamente en sinónimos. Esto ha tenido repercusiones sociales deletéreas: la antipatía generalizada hacia las ‘personas de origen caucásico’ ha derivado a menudo en auténtica xenofobia, conduciendo a la persecución pública, tanto oficial como espontánea, no sólo de los chechenos sino también de otros ciudadanos de la región”. [29] En otras palabras, el conflicto checheno ha significado una brutalización de la política doméstica rusa.

En 2005, el asesinato de Masjadov, el principal líder del movimiento nacional checheno, elegido presidente a principios de 1997, muestra que los rusos descartan una salida política y siguen optando por una solución militar [30]. Pero como sostiene el autor antes citado: “Es, sin embargo, improbable que la solución militar que Rusia ha pretendido durante la última década llegue a materializarse. En 1994-1996 Chechenia obtuvo una notable victoria contra un adversario que la superaba abrumadoramente en soldados y armas, y aunque el puro peso de la fuerza desplegada actualmente contra ella hacen muy improbables éxitos a gran escala como la reconquista de Grozni en 1996, la propia brutalidad de la ocupación rusa sólo conseguirá generar resistencia. Esto significa también que quizá siga en pie el rasgo más destacado del panorama político postsoviético: el papel determinante desempeñado por esta diminuta nación en el destino de un vecino incomparablemente mayor. Los chechenos derrotaron al ejército ruso, paralizaron la presidencia de Yeltsin, proporcionaron el impulso decisivo para el ascenso de Putin al poder y ahora suponen la principal amenaza para la estabilidad de Rusia. Pese a la ampliación, casi sin dificultades de su mandato hasta 2008, el flujo contínuo de bajas en Chechenia puede en definitiva resultar tan costoso para Putin como lo fue para Yeltsin” [31].

¿Por qué un régimen bonapartista?

En el 2000, como clave de nuestra definición del nuevo gobierno de Putin, decíamos que: “Contra las visiones superficiales debemos decir que su verdadero carácter bonapartista estará dado, no por la defensa de tal o cual interés particular, de tal o cual oligarca sino que, poniéndose como árbitro de los distintos factores de poder internos, intentará defender el avance del proceso de restauración capitalista de conjunto. Por eso no puede descartarse un enfrentamiento con algunos de los oligarcas para legitimarse frente a las masas y adquirir una mayor capacidad de maniobra frente a los personeros individuales de la oligarquía... Algún otro oligarca también podrá caer en la volteada. Pero no implica un programa independiente del bonapartismo sino que representa el programa del sector más poderoso de la nueva proto-burguesía rusa” [32].

A nuestro modo de ver éste ha sido el camino que ha encarado Putin durante sus gobiernos. Sin embargo, para algunos analistas occidentales la persecución a los oligarcas Guzinsky y Berezovsky, pero sobre todo el encarcelamiento de Khodorovsky y el desmantelamiento de la petrolera Yukos, hasta ese momento la principal de Rusia, y el ataque a los derechos de propiedad que estos casos implican, plantean que hay una fuerte incompatibilidad entre el Estado fuerte que Putin encarna y la consolidación de un régimen de propiedad privada, cuyo vehículo serían los oligarcas que ahora buscarían legalizarse como capitalistas serios después de haberse quedado con la mayoría de los activos del Estado durante la década pasada. Khodorovsky y su empresa Yukos, que pasó a ser auditada internacionalmente y era respetada por los inversores occidentales, es el caso emblemático de esta transformación de la oligarquía. Sin embargo, a pesar que durante 2004 la huída de capitales se triplicó, llegando a los 8.000 millones de dólares y la tasa de formación de capital fijo bajó de 12,9% a 10,8%, la debilidad de la respuesta de la oligarquía frente al Kremlin muestra una situación más compleja.
La realidad es que los oligarcas temen más la reacción de la población que los actos arbitrarios del ejecutivo. El carácter abiertamente mafioso e inescrupuloso que tuvo su acumulación de fortunas le quita toda legitimidad como nueva clase dominante rusa. Sus “crímenes” son muy recientes para que sean olvidados por el conjunto de la población. Tal es así que un 88% opina que las privatizaciones se hicieron de manera deshonesta y una mayoría exige su revisión y la persecución legal de los oligarcas. No es que exista ya una sublevación popular, pero es evidente que hay pasto seco que podría encenderse de golpe contra los oligarcas. Los mismos intelectuales rusos pro-occidentales, que pretenden favorecer la democracia, se ven obligados a reconocer el peligro de un “populismo exacerbado” que podría “destruir el mercado utilizando los métodos bolcheviques para reparar las injusticias agarrándoselas con los ricos” [33]. En este marco, es cierto que un poder ejecutivo arbitrario es una fuente de inseguridad para la oligarquía pero mucho más amenazante es la perspectiva de una oposición del movimiento de masas y el control de sus fortunas. De esta manera, los débiles fundamentos sociales e ideológicos de la nueva burguesía rusa, la vuelven dependiente de un Estado fuerte, que se convierte en su principal arma de defensa.


El Putinismo y la naturaleza social del Estado ruso

En Estrategia Internacional N° 8 de mayo / junio de 1998 cuando se estaba desarrollando la crisis asiática de 1997, y en la misma Rusia aún primaba el descalabro económico que implicó la debacle de la ex URSS, como graficaba, por ejemplo, el predominio de formas no mercantiles como el trueque, hacíamos una definición del carácter social de Rusia como “Estado obrero degenerado en descomposición” [34] y sobre la misma decíamos: “Fórmula que intenta expresar que el aparato estatal y el personal gubernamental es burgués o burócrata restauracionista. Que busca concientemente completar la restauración capitalista, y que ha realizado cambios jurídicos que han liquidado la planificación económica y el monopolio del comercio exterior y favorecido el desarrollo de la propiedad privada, avanzando cualitativamente en descomponer las bases sociales de los ex estados obreros burocratizados, al punto de hacerlas irreconocibles. Pero no ha logrado consolidar aún el salto hacia el funcionamiento de un régimen de producción capitalista digno de tal nombre. No lo definimos como Estado burgués en formación, no por la superestructura o por la política que defiende en los últimos años, sino que intentamos dar cuenta, en esta situación transitoria, de la existencia de un conflicto temporal entre la superestructura y la formación económico-social, conflicto temporal agudizado por la crisis económica y política del imperialismo mundial y por el hecho de que las masas de estos países no han sido liquidadas como factor histórico independiente”. Posteriormente, en otoño de 2000 en Estrategia Internacional N°15, en un artículo sobre el reciente ascenso de Putin mantuvimos la anterior definición.

Visto retrospectivamente, la salida del default de 1998 implicó un nuevo salto cualitativo en la transición hacia el capitalismo en Rusia con la consolidación de un Estado y una economía (aunque frágil) capitalista. Como venimos demostrando en este artículo, Putin ha venido avanzando de la mano de un bonapartismo creciente en la reconstrucción del Estado ruso, uno de los aspectos más débiles que tenía la política restauracionista, como consecuencia de la verdadera implosión estatal que produjeron los acontecimientos de 1989-91 y el carácter destructivo de fuerzas productivas y de descomposición estatal que tuvo el proceso restauracionista. Al mismo tiempo, después de la crisis de 1998, el capital ruso se ha incorporado en la producción a gran escala como grupos económicos o holdings que han comprado empresas industriales, a menudo a precios regalados, a través de compras accionarias, canje de deudas por acciones o por el procedimiento de bancarrota. Este último elemento, significa un cambio con respecto a los primeros años de reformas donde el avance jurídico que implicó la liquidación de la economía nacionalizada y la posterior privatización, no significaban todavía un asentamiento de nuevas relaciones de producción. Por último, la debacle económica y social que produjo el default condujo a un salto en la lucha de clases (la guerra de los trenes del verano de 1998 y la amenaza de huelga general del otoño), abriendo claramente una crisis prerrevolucionaria, pero que al no ser aprovechada por la clase obrera debido a la traición de la burocracia de los sindicatos y el Partido Comunista de Zyuganov -que entregaron estas luchas por un puesto en el gobierno durante el interinato de Primakov- terminaron en una derrota. El fracaso del proletariado en elevarse a fuerza política independiente es lo que explica el ascenso del bonapartismo de Putin y la afirmación del capitalismo en Rusia.

Tomando en cuenta estas transformaciones reales tanto a nivel estatal como a nivel de la economía y la derrota estratégica sufrida por el proletariado, nos parece más adecuado modificar nuestra anterior definición y denominar “Estado capitalista en construcción” a la formación social rusa desde la salida del default de 1998, fórmula que tiene el mérito de señalar el carácter indiscutiblemente capitalista de esta formación, a la vez que señala lo endeble o frágil del naciente capitalismo ruso y la necesidad que tiene de dar nuevos pasos para consolidarse.

El carácter vulnerable y frágil de la nueva formación social capitalista puede verse en los siguientes elementos. En relación con las regiones de la Federación Rusa y las repúblicas independientes de la ex URSS, el intento autoritario de Putin, aunque ha logrado una mayor centralización estatal, está generando nuevas contradicciones con el centro tanto internamente (por ejemplo en el Cáucaso) como en el espacio post-soviético (las llamadas “revoluciones coloridas"), que impiden a Rusia recuperar enteramente el poder y la influencia perdida. A nivel geopolítico, el nuevo despliegue de la política exterior rusa bajo su gobierno no le ha permitido aún una nueva ubicación interestatal entre las nostalgias del antiguo status de superpotencia y la dura realidad de las presiones geopolíticas de los Estados Unidos, el avance de la Unión Europea, el crecimiento de China y el ascenso del islamismo, tanto adentro como afuera de sus fronteras.

Con respecto a la protección legal de la producción capitalista, aunque Putin ha avanzado en este plano, comparado con los métodos gangsteriles de reparto de la propiedad de la época de Yeltsin, los derechos de propiedad privada en Rusia aún son endebles y arbitrarios y, a diferencia de cualquier país capitalista, dependen esencialmente del control de poder político, de ahí el poder de la burocracia estatal que sigue siendo el principal agente restauracionista. Una muestra de esto ha sido el affaire Khodorovsky, principal magnate petrolero antes de su encarcelamiento y fuertemente ligado a Occidente, que sin capital para competir en el mercado mundial, se aprestaba a transferir la propiedad de sus activos al capital petrolero internacional, en particular norteamericano [35]. Esto ha obligado a la confiscación de sus propiedades por parte de la burocracia estatal, que se erige así como el árbitro entre el capital internacional y la apropiación de los recursos naturales rusos [36]. Al igual que en toda su historia, Rusia vuelve a ser incapaz de relacionarse con el mundo capitalista por medio de un capital socialmente independiente.

Veamos ahora qué sucede en el plano fundamental de la producción. Simon Clarke, profesor en Sociología de la Universidad de Warwick, Inglaterra, y uno de los máximos especialistas en la transición rusa a nivel académico, que viene realizando desde la década pasada un extensivo estudio de campo de las firmas rusas, sostiene que: “La transformación de la empresa soviética en una empresa capitalista es un proceso lento y la línea divisoria entre un nuevo individualismo orientado hacia el mercado y el colectivismo tradicional orientado a la producción sólo gradualmente penetra dentro de la empresa. En muchos casos esta línea divisoria aún se presenta entre el holding y sus cargos de management senior, buscando hacer ganancias, y los otros managers y trabajadores de la subsidiaria, enfocados en la producción.” [37] Y con respecto a esta afirmación se pregunta: “La cuestión permanece abierta si estamos viendo la formación de una forma de capitalismo distintivamente rusa, basada en la organización de la producción y valores tradicionalmente soviéticos, o si Rusia está aún en un estadío transicional a una forma más familiar de capitalismo. La realidad de que muchas de las formas soviéticas de producción, como la relativa autonomía de los managers de línea y el control de los trabajadores sobre el proceso laboral, fueron también características de los estadíos iniciales del desarrollo capitalista en los países capitalistas avanzados podría sugerir que el capitalismo ruso está en transición y que el management ruso va a tener que introducir nuevos métodos de management del personal y de la producción, si quiere ser competitivo en los mercados globales”. [38]

Tomando los conceptos que Marx utiliza para el análisis del desarrollo capitalista de los métodos de producción, de lo dicho más arriba podemos extraer la siguiente conclusión: que el avance de la restauración del capitalismo en Rusia, en lo concerniente a la cuestión crucial del proceso de producción, fuente de todas las ganancias, se ha mantenido fundamentalmente en el plano de la “subsunción formal del trabajo al capital”, esto es: el capitalismo ha tomado el control de la producción pero ésta aún se sigue realizando por los viejos métodos y costumbres. El paso a la “subsunción real del trabajo al capital”, característico de la producción típicamente capitalista y de la gran industria, que aguijoneado por la competencia y la necesidad de reducir costos, implica una constante revolución en la técnica y los medios de trabajo, y que le permite al capitalista intervenir crecientemente en la determinación del proceso de producción, todavía está lejos de haberse materializado en Rusia, por lo menos a un nivel significativo.

Esta cuestión está relacionada con los bajos niveles de inversión, comparado con la enorme cantidad de capitales que se necesita para modernizar plenamente el parque industrial ruso. Esto hace que el naciente capitalismo ruso tenga bases muy endebles: un cambio de las condiciones favorables que han permitido su desarrollo posterior a la crisis del ’98 podrían sacar a luz esta fragilidad. Como dice Simon Clarke: “A pesar de que un importante segmento de la industria rusa ha sido adquirido por compañías unívocamente capitalistas, y el nivel de inversión industrial se ha incrementado desde los muy bajos niveles de los ’90, la mayoría de estas inversiones son en reequipamiento parcial y reconstrucción de las instalaciones existentes para mantener o expandir la capacidad de producción existente en un ambiente de mercado favorable, más que la construcción de nuevas plantas que sean capaces de producir a los costos y standars de calidad internacionales y expandir activamente su mercado. Esto sugiere que la fuerza motriz del desarrollo capitalista en Rusia no se ha convertido todavía en endógena, sino que aún es provista por el impulso al mercado doméstico y el ingreso gubernamental proporcionado por los altos precios de exportación del petróleo y el gas y la protección del mercado doméstico posibilitada por lo que es una tasa de cambio relativamente favorable (y enormes costos de transporte)”.

Una de las razones centrales de esta baja inversión reside en que, a pesar de las concesiones políticas y geopolíticas que la burocracia restauracionista le ha otorgado al imperialismo mundial, ésta no ha logrado atraer fuertes inversiones extranjeras. Este es un elemento negativo del proceso de transición capitalista en Rusia con respecto a China. En este último país, la fuerte presencia del capital extranjero es el principal elemento de potenciación de la fuerza social del capital en su intento de subordinar efectivamente todas las formas del trabajo social a la acumulación del capital (aunque esta subordinación a pesar de ser más avanzada, tampoco se ha logrado completar plenamente). [39]

Por último, el neoliberalismo aplicado sin anestesia, el saqueo oligárquico de las empresas del Estado y la enorme regresión social, le han quitado toda legitimidad de origen al nuevo régimen social. De ahí su apelación constante al bonapartismo como forma de gobierno. Estratégicamente, la ausencia de una base de sustentación social, la falta de sólidos cimientos económicos y la poca confianza política en su gestión, convierten a la nueva clase burguesa rusa, al igual que en los países industrialmente atrasados, en una clase relativamente débil con respecto al proletariado. De emerger la clase obrera rusa como factor histórico independiente, esto sería un hándicap a favor de la revolución obrera y socialista.
Todos los elementos anteriores sirven para definir a Rusia como un país altamente inestable, que lo convierten en uno de los epicentros de las crisis contemporáneas y permiten prever futuras convulsiones revolucionarias y contrarrevolucionarias en el mediano plazo.

PERSPECTIVAS

El Putinismo como régimen de transición

Después de los turbulentos años de la perestroika y la glasnost de Gorbachov que llevaron a la disolución de la URSS y luego de la década pasada de avance caótico de la restauración capitalista en Rusia, el putinismo es un intento de consolidar las ganancias del nuevo curso restaurador reconstruyendo los pilares del Estado ruso que habían sido enormemente debilitados durante el yeltsinismo. La presidencia de Putin representa un intento de establecer una serie de reglas capaces de sostener y guiar el renacimiento del Estado, tanto en sus aspectos domésticos como externos.

A su vez, desde el punto de vista de su relación con las masas, Putin se presentó como el campeón de los intereses de los perdedores, las grandes masas, que vieron sus condiciones de vida erosionarse, para de esta manera obturar una eventual respuesta independiente de éstas contra la restauración capitalista. Es así que para algunos autores “el ascenso de Putin... puede ser visto como una variación distintiva del tema de una revuelta desde abajo, reflejando una revulsión espontánea contra la venalidad de los años de Yeltsin sin rechazar los principios básicos que el liderazgo de Yeltsin había adoptado” [40]. El mismo autor sostiene que: “Esta revuelta no sólo ganó apoyo popular sino también un apoyo extendido de la élite. Esto permitió a las instituciones del Estado ruso, nacidas del trauma de la disolución del comunismo en agosto de 1991, la desintegración de la URSS en diciembre de tal año, y el nacimiento del nuevo orden constitucional en la masacre de octubre de 1993, ganar una mayor legitimidad de la que habían carecido tan singularmente en los años de Yeltsin”. En otras palabras, Putin buscó acolchonar las tensiones y las polarizaciones generadas por la restauración, permitiendo definirlo desde este ángulo como un régimen de transición. Más concretamente, “como plantea Avtandil Tsuladze ‘Putin parece ser la última esperanza de la sociedad para preservar la estabilidad’... Sin embargo, si fracasa en cumplir, el desencanto popular puede adquirir formas peligrosas” [41].

A más de cinco años de haber asumido podemos adelantar un balance provisional de su régimen y sus objetivos. El putinismo al igual que otros gobernantes rusos en el pasado se ha mostrado capaz de acumular un enorme poder interno, pero es totalmente vulnerable frente a las enormes tareas aún pendientes de la restauración capitalista.

Si durante la primera presidencia, Putin pudo consolidar su propio poder, teniendo éxito en estabilizar la situación económica y política, de repente el 2004 y el 2005 empiezan a mostrar algunos rasgos de crisis. Algunos hechos así lo demuestran. La reforma bancaria -una medida totalmente necesaria para asegurar la acumulación capitalista-, en vez de crear un sistema bancario viable, provoca sólo desconfianza hacia los bancos. En septiembre de 2004 se produce la masacre en Beslan que cuestiona la política antiterrorista de Putin. En noviembre del mismo año, la ruda e infructuosa interferencia en las elecciones ucranianas, en vez de promover y ayudar al candidato de Moscú, Yanukovich, definitivamente ayudaron al prooccidental Yushchenko. En enero de este año, el fracaso en la reforma de los beneficios sociales -totalmente necesaria para el avance de las reformas capitalistas- fue aplicada de tal forma y en tal situación que sólo socavó una de los sectores centrales de la base de apoyo de Putin, la confianza de los pensionados en el presidente. Por último, el ataque terrorista coordinado en Nalchik, la capital de la República de Kabardino-Balkaria en el Cáucaso Norte, a pesar de la mayor rapidez y eficacia de la respuesta rusa frente a anteriores ataques, grafica decididamente la extensión y el carácter terrorista que está tomando la guerra en Chechenia, en una pequeña muestra de la guerra que Rusia deberá afrontar en su propio territorio como campo de batalla.

El cambio de estado de ánimo en la población comienza a ser palpable en las encuestas: 56% de los rusos piensan que el país marcha en el camino equivocado, mientras sólo un 31% piensa que va por buen camino. Peor aun un 67% dice que no tiene ninguna esperanza en el futuro. Pareciera estar disolviéndose el sentimiento básico de que con el ascenso de Putin, Rusia es un lugar más feliz, cuestión que le permitió a éste gozar de persistentes niveles de aprobación popular.

A nivel más superestructural el círculo íntimo de Putin, los sectores leales que él mismo llevó al poder, empiezan a pelearse desesperadamente el uno con el otro, en una disputa amarga por las parcelas más jugosas de los activos rusos. Para Sakwa “mientras en los primeros años Putin fue capaz de imponer un sentido de propósito y unidad al propio concepto de ‘el Estado’, hacia el fin de su primer término una vez más parece estar desintegrándose en una pelea de clanes y fracciones” [42].

Estratégicamente, el putinismo se muestra como un árbitro débil frente a las dos fuerzas fundamentales con las que debe lidiar: el imperialismo mundial y la clase obrera rusa. La primera se manifiesta en la enorme presión de las potencias imperialistas, en particular los Estados Unidos, incrementada luego del affaire Khodorovsky, que pone en cuestión la existencia misma de la Federación Rusa y que presiona por una semicolonización más directa, y para quien Putin es cada vez más disfuncional. La segunda está presente en la creciente hostilidad y escepticismo de la población rusa con respecto a las reformas capitalistas y el destino de Rusia hoy. Tratemos de desarrollar estos puntos.

El cerco geopolítico

El objetivo de los Estados Unidos es impulsar un cerco geopolítico con la intención estratégica de debilitar la capacidad de maniobra del Estado ruso y atarlo aun más como país ultra subordinado en el orden mundial, dominado por el imperialismo norteamericano.

Esta estrategia está claramente formulada por Brzezinsky en “El gran tablero mundial”: “La estabilización política y económica de los nuevos Estados postsoviéticos es un factor decisivo para la autodefinición histórica de Rusia. De ahí que el apoyo a los nuevos Estados postsoviéticos -para impulsar el pluralismo geopolítico en el espacio del ex Imperio soviético- debe ser un elemento esencial en la política diseñada para inducir a Rusia a ejercer sin ambigüedades su opción europea”.

Con “opción europea” el citado “think tank” se refiere a que “La única verdadera opción geoestratégica de Rusia está en Europa. Y no en cualquier Europa, sino en la Europa transatlántica de la UE y la OTAN en expansión... Para los Estados Unidos, Rusia es demasiado débil como para ser un socio pero demasiado fuerte para ser tan sólo un paciente. Y es muy posible que se convierta en un problema, a menos que los Estados Unidos promuevan un arreglo que ayude a convencer a los rusos de que la mejor alternativa para su país es establecer una conexión cada vez más orgánica con una Europa transatlántica. Aunque no hay posibilidades de que se establezca una alianza estratégica entre Rusia y China o entre Rusia e Irán a largo plazo, es evidente la importancia que tiene para los Estados Unidos evitar políticas que pudieran distraer a Rusia de tomar la necesaria decisión geopolítica”.

Aunque la alianza transatlántica tan cara a Brzezinsky está en crisis -luego de las fuertes tensiones geopolíticas que desató la guerra de Irak- y la Unión Europea, al menos en su actual forma, ha alcanzado sus límites en sus aspiraciones como polo contrahegemónico a los Estados Unidos -después del triunfo del No en el referéndum francés sobre la Constitución Europea-, las citas anteriores muestran a las claras cuáles son los objetivos estratégicos que están detrás del impulso norteamericano de “revoluciones coloridas” en los países de la periferia rusa.

Esta presión busca estratégicamente integrar a Rusia como un Estado europeo de término medio en el sistema euroatlántico, su “única opción” para Brzezinsky, ya que “una alianza con China significaría subordinación”. Lo que está detrás de tal opción es una “oportunidad estratégica para Occidente”: la conquista y colonización de Siberia, “la más importante de sus posesiones territoriales”. En su último libro The Choice lo plantea con total claridad: “...un esfuerzo transnacional para desarrollar y colonizar Siberia puede estimular un genuino lazo Europeo-Ruso. Para los europeos, Siberia puede representar la oportunidad que Alaska y California, combinadas, una vez ofrecieron a los estadounidenses: una fuente de gran riqueza, una ocasión para inversiones rentables, un El Dorado para sus colonos más aventureros. Para retener Siberia, Rusia necesitará ayuda; no puede hacerlo por sí misma, dada su declinación demográfica y lo que está emergiendo en su vecindad en China. A través de una mayor presencia europea, Siberia puede eventualmente convertirse en un activo euroasiático común, explotado sobre bases multilaterales (debiera recordarse que la región del Volga fue desarrollada por colonos alemanes invitados) mientras desafía a la saciada sociedad europea con una excitante ‘nueva frontera’” [43].

Contra toda visión ingenua, la cita anterior tiene el mérito de mostrar el carácter rapaz de la restauración capitalista en Rusia y desenmascarar sin tapujos el camino que proponen los Estados Unidos para Rusia : su transformación lisa y llana en una semicolonia.

La reacción rusa y la nueva tensión geopolítica con los Estados Unidos

La pérdida de la influencia política en Ucrania fue percibida por la élite rusa como un llamado de atención que demostraba que su declinación no era un fenómeno temporal sino que por el contrario la existencia misma del Estado ruso estaba en cuestión, a menos que se tomaran medidas dramáticas en forma urgente. Una cierta reacción a la ofensiva geopolítica norteamericana ha comenzado. Algunos de los indicios más recientes son que Rusia está rechazando hacer nuevas concesiones unilaterales a Washington, mientras forma una asociación estratégica con China en el Asia y con Alemania en Europa [44]; Moscú le está vendiendo armas y otros acuerdos de cooperación a enemigos de los Estados Unidos [45], los oficiales rusos están hablando públicamente por primera vez, desde la caída de la Unión Soviética de que los servicios de inteligencia norteamericanos están usando organizaciones no gubernamentales para fomentar levantamientos en la antigua Unión Soviética contra los intereses rusos. Pero la muestra más contundente de esta reacción han sido los ejercicios militares sin precedentes de Rusia y China que deben ser vistos como un mensaje dual a los Estados Unidos y a las repúblicas centroasiáticas sobre hasta dónde están preparados a llegar Moscú y Pekín para proteger sus intereses [46].

Sin embargo esta política aún está en estado embrionario, tratando la burocracia del Kremlin -al menos bajo el comando de Putin que siempre ha mostrado su preferencia por Occidente- de conciliar cómo sacarse de encima la presión norteamericana sobre Rusia sin confrontar directamente con Washington, al mismo tiempo que frenar la ofensiva geopolítica de los Estados Unidos sin afectar la confianza de los escasos inversores occidentales de Rusia.

Putin se encuentra en una encrucijada. Su política exterior pragmática que, por ejemplo en el último tiempo, en el sólo plazo de unos días se unió con el premier chino Hu Jintao denunciando el unilateralismo norteamericano pero que también planteó en el G8 rechazar toda ayuda a Zimbabwe, gobernado por el estridentemente antinorteamericano Robert Mugabe, muestra que no tiene la voluntad política de usar todos los medios a su disposición para combatir la ofensiva geopolítica de los Estados Unidos. Nuevos retrocesos en su zona de influencia pueden socavar aun más sus bases de sustentación.

Sin embargo, y más allá de Putin, está claro que el espacio geográfico de la ex URSS se ha trasformado en un área de disputa con los Estados Unidos, quien ha logrado importantes ventajas en los últimos años.

En esta disputa, Rusia cuenta a su favor con las ventajas de la distancia y de la geografía para conservar su influencia en las ex Repúblicas de la ex URSS. Pero al mismo tiempo la falta de recursos limita su influencia en su patio trasero, lo que ligado a la pérdida de status de gran potencia que todavía no termina de digerir, la lleva a sobreactuar, lo que resulta en intervenciones que se le vuelven contraproducentes y que lucen en algunos casos como patéticas. Esto termina debilitando al centro, al exterior y al interior de la Federación Rusa, como demostraron los recientes sucesos de Ucrania.

A su vez, la debacle de la guerra en Chechenia inhibe, por el momento, el deseo o la posibilidad de aplicar respuestas duras para los desafíos en las ex Repúblicas de la URSS.

Por su parte, Estados Unidos, a pesar de brindar apoyo político y recursos para extender su influencia en la periferia de la ex URSS, como muestra su apoyo y promoción de las “revoluciones coloridas” que reemplacen a las viejas élites desgastadas por sectores reciclados de éstas, más propensas a sus intereses, pareciera no contar con el aliento suficiente para garantizar la estabilidad duradera de los nuevos gobiernos sometidos a feroces disputas entre sus miembros en el marco de fuertes crisis económicas que pueden llevar a un colapso estatal de estos países, como muestran las crisis que se vienen desarrollando en este año, tanto en Georgia como en Ucrania.

Las áreas de disputa

El Cáucaso y el Mar Caspio

La clave en esta región ha sido el control de los importantes recursos energéticos del Mar Caspio. El “pluralismo geopolítico” que pregona Occidente significa romper el monopolio de Moscú sobre sus accesos. Por eso, la gran disputa en todos estos años ha estado centrada en gran medida en el tema de los oleoductos y gasoductos [47]. Después de años de ambigüedades, la inauguración el 25 de mayo de 2005 del oleoducto Bakú-Tbilisi-Ceyján (BTC), destinado a transportar crudo desde los yacimientos del Caspio al Mediterráneo, ha significado un importante avance de Occidente en romper la dependencia rusa ya que su trazado esquiva completamente el territorio ruso. El oleoducto tiene una capacidad de transporte de 50 millones de toneladas anuales y fue financiado centralmente por la British Petroleum que tiene el 30% del paquete accionario del proyecto. Además, está proyectado agregarle un gasoducto desde el Caspio.

Políticamente, Estados Unidos ha venido avanzando en la región con la asunción del gobierno abiertamente pronorteamericano de Mikheil Saakashvili en Georgia, luego de la llamada “Revolución Rosa” de 2003.

Sin embargo, el país clave es Azerbaiján, el centro nervioso del Cáucaso, poseedor de cuantiosos recursos petroleros. Esto lo convierte en foco de interés de los poderes regionales y mundiales: Irán, Rusia, el eje franco-alemán y los Estados Unidos. Cada uno de estos centros de poder pugnan por incluir a Azerbaiján en su órbita de influencia, pero su capacidad de acción es limitada por los otros, dejando a Bakú, la capital de esta república, con un cierto margen de maniobra para hacer trato con todos ellos, al tiempo que también rechazar sus proposiciones. Este equilibrio precario viene siendo recientemente tensado por el vuelco de Bakú hacia Rusia e Irán, buscando el reconocimiento a sus reclamos de soberanía en el disputado territorio de Nagorno-Karabakh [48]. Este movimiento del régimen del presidente Ilham Aliyev, que inclina parcialmente la vara de sus relaciones exteriores hacia dos países vistos con desconfianza por los Estados Unidos aunque sin intentar marginalizar a éste en Azerbaiján o en la región del Cáucaso, ha generado un creciente recelo de Washington hacia su régimen, incrementándose las presiones hacia el mismo. Recientemente Azerbaiján acusó a Polonia, la base operativa de los Estados Unidos en su ofensiva geopolítica en la ex URSS, de estar entrenando a grupos de jóvenes opositores para llevar a cabo “revoluciones coloridas” en esta república. Más precisamente, en los últimos días, el actual presidente Aliyev ha realizado movimientos preventivos dentro de su propio clan y gobierno, realizando una importante purga, en un esfuerzo por resistir los esfuerzos de la oposición apoyada por los Estados Unidos de iniciar una nueva “revolución colorida” antes de las elecciones parlamentarias del 6 de noviembre. Los próximos acontecimientos indicarán hacia dónde se inclina esta estratégica república.

Asia Central

La llamada guerra contra el terrorismo después de los atentados del 11/9 le permitió a Estados Unidos establecer sendas bases militares en esta región del planeta rompiendo la influencia monolítica que gozaba Moscú y a su vez avanzar en su cerco militar sobre China.

Sin embargo, el relanzamiento de la Organización de Cooperación de Shangai (OCS) [49] y su reciente cumbre en Astana, capital de Kazajstán, claramente hostil a los intereses de los Estados Unidos, han significado el desafío más severo a sus intereses desde su invasión a Afganistán en 2001. Uno de los primeros resultados de esta cumbre ha sido la decisión de Uzbekistán, la nación más vital y más poblada de los estados de Asia Central, de expulsar al ejército norteamericano de su base de Karshi-Khanabad. Esta pérdida pone en cuestión la gran estrategia norteamericana de establecer bases en un arco que va desde África oriental al este de Asia con el propósito de combatir al fundamentalismo islámico y contener las ambiciones regionales de Moscú y Pekín [50]. Por eso, su significación tiene un carácter estratégico [51].

El régimen autoritario de Uzbekistán dirigido por el presidente Islam Karimov era hasta hace poco el principal aliado de los Estados Unidos en la región. Pero la supresión violenta por parte de Karimov de la rebelión en la ciudad de Andijan, que se calcula provocó centenares de muertos [52], convenció a Washington de que ese régimen no era estable a largo plazo, iniciando una campaña contre las violaciones a los derechos humanos junto a la Unión Europea y que llevó a Washington a cancelar toda ayuda a Tashkent, lo que precipitó el giro de Karimov hacia Moscú y Pekín. Después de estos hechos, los Estados Unidos se encuentran claramente a la defensiva en Asia Central.

Ucrania

Ucrania es una economía industrial y agrícola potencialmente rica, de 52 millones de habitantes, lo suficientemente cercanos a los rusos desde el punto de vista étnico y religioso, que fue clave históricamente para hacer de Rusia un verdadero Estado imperial. A su vez, su control proveyó a Rusia de una posición dominante en el Mar Negro, donde Odessa constituye la principal puerta de acceso para Rusia al comercio con el Mediterráneo y el mundo situado más allá de él. De ahí su rol estratégico para el Estado ruso. Para Brzezinsky, “Sin Ucrania, Rusia deja de ser un imperio euroasiático. Una Rusia sin Ucrania podría competir por un status imperial pero se convertiría en un Estado imperial predominantemente asiático, más susceptible de ser arrastrado a extenuadores conflictos con los países del Asia Central salidos recientemente de su letargo” [53]. De ahí la importancia geopolítica del triunfo de Viktor Yushchenko, el candidato abiertamente prooccidental en las elecciones presidenciales ucranianas de fines de 2004, tras la llamada “Revolución Naranja”.

Sin embargo, las realidades económicas, políticas y sociales de Ucrania significan un desafío enorme para su liderazgo. Ucrania es el país de la ex Unión Soviética que se encuentra más dividido alrededor de líneas étnicas, religiosas y políticas. Mientras millones de rusos étnicos que viven en las regiones orientales del país apoyaron abrumadoramente a Viktor Yanukovych -el candidato rival de Yushchenko- millones de ucranianos a lo largo del país también apoyaron su plataforma pro-rusa, aprobando con su voto la mejora de las relaciones económicas y políticas con la Federación Rusa y un rol mayor de la cultura rusa en Ucrania [54]. Muchos de sus partidarios son pensionados, que se apoyan en el Estado para sus necesidades básicas, así como jóvenes y mayores de las regiones predominantemente industriales de la parte oriental del país. Por su parte, los partidarios de Yushchenko corresponden mayormente a la generación joven que busca ampliar libertades y oportunidades para ellos mismos y para el país en general, lo cual los inclina a la demagogia de Occidente. La mayoría de este sector se encuentra en las regiones occidentales del país, fundamentalmente en Liov, que encabezó las acciones de desobediencia civil contra la primera vuelta del acto eleccionario que daba por ganador al candidato pro-ruso. En cambio, en las regiones orientales, como en las minas de carbón del Donetsk, la victoria de Yushchenko fue vista como una entrega a Occidente y una amenaza a su autonomía cultural, social y lingüística.

Aparte de este panorama de división, el nuevo gobierno tendrá que lidiar conjuntamente con el manejo de las relaciones con Rusia que sigue siendo su principal socio comercial, así como también uno de los principales inversores. Por eso, a pesar del avance dado por Occidente, el destino de Ucrania todavía no está resuelto.

La situación de las masas y las dificultades para naturalizar el capitalismo

El hecho de que a comienzos de los ’90 las relaciones de propiedad habían en gran medida “dejado de vivir en la conciencia de los obreros” [55], que después de 70 años de stalinismo prácticamente no veían que había conquistas que preservar, es el elemento central que explica -junto al enorme cataclismo económico y social que significó el desmantelamiento de la planificación burocrática una vez asumido el poder por el gobierno de Yeltsin- la falta de una respuesta significativa por parte de los trabajadores al avance de la restauración capitalista.

Pero, a pesar de esta realidad y de la total bancarrota ideológica del régimen anterior, la restauración capitalista en ascenso tuvo que justificar algunos de sus pasos más audaces bajo un ropaje “social”, de alguna manera un homenaje que las nuevas relaciones de producción capitalistas que trataban de imponer le brindaban a las convicciones que tenían la mayor parte de los obreros sobre las viejas relaciones de producción. Así explican este proceso, Boris Kagarlitsky y Renfrey Clarke, en un trabajo de mediados de la década pasada: “Cuando los funcionarios de Yeltsin lanzaron su programa de privatizaciones, ellos estuvieron forzados a ponerlo en términos de los conceptos de Octubre. Dividir la riqueza productiva del país a través de un sistema de voucher (o cupones, N. del T.), los propagandistas del régimen argumentaban que era un movimiento socialmente progresivo porque ponía la propiedad de los medios de producción directamente en manos de los trabajadores. Millones de personas que recibieron los vouchers concluyeron que el intento del programa era socialista. Estas ilusiones fueron, por supuesto, rápidamente defraudadas” [56].

Hoy, a menos de quince años del avance de la restauración capitalista, es evidente el desencanto de la población con las reformas, cuestión que se expresa en toda una serie de elementos y encuestas. El periodista belga, Jean-Marie Chauvier, en un artículo titulado “Rusia: nostalgia por la era soviética” comenta: “El cambio de estado de ánimo comenzó a mediados de los ‘90. Las películas soviéticas están siendo mostradas en la televisión debido a la demanda popular. Uno de los principales escritores ha demostrado preocupación de que la Unión Soviética aún existe, que la nostalgia por ella parece ser el modo dominante. Las encuestas de institutos confiables lo confirman: 57% de los rusos quieren que vuelva la URSS (2001); 45% considera al sistema soviético mejor que el actual, 43% quiere realmente una nueva revolución Bolchevique. Las opiniones parecen políticamente incorrectas: la revolución democrática [57] de Agosto de 1991 ha sido desacreditada y hay un amplio rechazo -casi un 80%- a las privatizaciones consideradas ‘criminales’ en gran escala” [58].

Estos elementos son significativos ya que estarían mostrando una supervivencia de determinados valores y normas socioculturales que la restauración capitalista, junto a la enorme destrucción de fuerzas productivas que produjo, intentó concientemente liquidar. Como dice el autor citado arriba: “...no ha habido ausencia de esfuerzos para erradicar el entusiasmo por el comunismo. Desde 1991 los rusos han sido bombardeados con artículos, libros y programas de televisión denunciando los crímenes Bolcheviques: el Terror Rojo bajo Lenin y Trotsky; el Gran Terror bajo Stalin; la hambruna de 1932-33; el gulag; la deportación de individuos castigados por o sospechosos de colaborar con la Alemania nazi; y la represión de la era de Brezhnev. La batalla por la memoria combinada con la promoción de los valores democráticos comerciales ha sido fuertemente peleada por los medios, periodistas e historiadores, apoyados por una vasta cadena de instituciones, universidades y fundaciones occidentales, fundamentalmente de los Estados Unidos. Ford, Soros, Hoover, Heritage, Carnegie, USIS y Usaid todas han ayudado más los oligarcas filantrópicos rusos” [59].

Por último -y nos vemos obligados a citar en extensión ya que lamentablemente estos elementos son poco conocidos en Occidente- este mismo artículo revela que según una encuesta llevada adelante con la ayuda de la Fundación Friedrich Ebert de Alemania : “...la rehabilitación de la URSS está basada en una reflexión madura muy alejada de los estereotipos. Muestra que las autoridades y los medios han fracasado en su intento de presentar a los setenta años de régimen soviético como una pesadilla y concluye que las presiones usadas para crear dicha imagen ya no son efectivas. Pero las visiones difieren de acuerdo a los periodos considerados y la edad de aquellos encuestados. Los crímenes del stalinismo no pueden ser nunca justificados en la visión del 75,6% entre los que tienen 16-24 años, 73,5 % de los que tienen entre 25-35; 74% de los que tienen entre 36-45; 66,8% de los que tienen entre 46-55; y 53,1% de los que tienen entre 56-65. Las respuestas positivas a la pregunta de si eran justas las ideas del marxismo varían desde un 27,4% a un 50,3% desde los más jóvenes al grupo más viejo. Un total de 62,9% de los que tienen entre 56-65 años, pero sólo 24.4% de los que tienen entre 16-24 años, aprueban la idea de que la democracia occidental, el individualismo y el liberalismo no son valores que encajan con los rusos. Entre la razones para estar orgulloso, 80% de los grupos de todas la edades citan la victoria de 1945 contra los nazis. Aquellos mayores de 35 entonces citan la reconstrucción de posguerra, mientras que el grupo más joven, entre 16-35 años cita a los poetas, escritores y compositores rusos. Alrededor del 60% de los grupos de todas las edades cita los logros del programa espacial. La afirmación de que la Unión Soviética fue el primer Estado en la historia rusa de asegurar la justicia social para la gente común es apoyada por la mayoría de las personas mayores de 35, 42,3% de aquellos entre 25-35 años y sólo 31,3% de aquellos entre 16-24 años. La mayoría de los entrevistados dijo que las características del periodo stalinista eran la disciplina y el orden, el miedo, los ideales, el amor a la patria y un rápido desarrollo económico; en el periodo de Brezhnev, el bienestar social, la alegría de vivir, el éxito en ciencia, tecnología y educación y la confianza mutua entre la gente; mientras que hoy Rusia es caracterizada por el crimen, un futuro incierto, el conflicto entre naciones, la posibilidad de enriquecerse y la injusticia social... Sobre el futuro la mayoría apoya el manejo estatal de los sectores más importantes de la economía, la educación y la salud. Están a favor del manejo conjunto con el sector privado sólo en la industria alimenticia, la vivienda y los medios de comunicación. Una mayoría, un 54%, quiere una sociedad basada en la igualdad social y define la forma principal de la democracia como la igualdad de los ciudadanos ante la ley” [60].

Por su parte, el desencanto de la población con las reformas capitalistas provocan el temor y el desdén a las masas de los intelectuales del régimen. Una de ellas, Marieta Chudakova, profesora de literatura del Instituto Literario de Moscú y miembro del consejo presidencial de Boris Yeltsin desde 1994 a 2000, dice: “Las palabras ‘libertad’ y ‘democracia’se han convertido en malas palabras, simbolizando los pecados de la nueva sociedad y del crecimiento de las divisiones sociales. El odio a los ricos por parte de los pobres ha alcanzado de nuevo los niveles de los primeros años posteriores a la revolución Bolchevique. La reciente sentencia a Mikhail Khodorkovsky, y las protestas anti-Khodorkovsky organizadas por los maestros políticos del juicio, han hecho eco y ayudado a sostener uno de los mitos soviéticos más duraderos: los pobres son buenos, los ricos son delincuentes” [61]. Y en el mismo artículo añade: “Rusia empezó a aplicar reformas liberales muy tarde. Para principios de los ‘90 no había casi nadie en Rusia que recordaba haber vivido bajo condiciones económicas normales, en contraste con los otros países de Europa del este donde el socialismo duró un cuarto de siglo menos. Condiciones económicas anormales, con el pago no relacionado con la calidad o cantidad del trabajo, con la gente acostumbrado a los bajos pero siempre garantizados salarios, han destruido las actitudes normales hacia el trabajo. Hoy esto es muy visible: si la mayoría de la gente no está preparada para el trabajo duro y la iniciativa personal, esto incrementa la apatía general y la nostalgia por el ‘orden’. El orden que la gente está realmente buscando implica un retorno al pago igualitario para todos y la represión de aquellos que tienen éxito bajo el nuevo sistema”.

La existencia de estas percepciones implican que la legitimación y la naturalización del capitalismo como orden social estable no va a ser un proceso simple o sin obstáculos. En particular esto es así frente a la necesidad de avanzar en las reformas capitalistas aún pendientes, sobre todo en el terreno de crear un verdadero mercado laboral y transformar la fuerza de trabajo rusa en una mercancía hecha y derecha a la vez que liquidar la menor traza de los beneficios sociales -que aunque degradados- todavía se mantienen de la vieja URSS a pesar del avance de la restauración capitalista. La reciente explosión espontánea de los jubilados y estudiantes contra la ley de monetización de sus beneficios que contó con una amplia simpatía de la población y que fue algo totalmente inesperado por las autoridades es una muestra de lo que decimos.

Estos elementos parecen dar cuenta de una evidente recomposición del movimiento de masas, aunque partiendo de muy atrás. Le Monde Diplomatique de noviembre de 2005 sostiene: “Desde hace un año se registra la aparición de nuevos movimientos sociales, con la rebelión de los ’hombres y mujeres sin cualidades’: jubilados, inválidos, estudiantes sin futuro, residentes en hogares para trabajadores, marginados de las regiones en crisis, en fin, todos los que ya no pueden soportar la política antisocial del gobierno y se movilizan por fuera de las organizaciones tradicionales, en el marco de estructuras unitarias y redes de lucha. El invierno pasado, en casi todas las ciudades, decenas de miles de personas salieron a las calles -en algunos casos a diario- para protestar contra una ley que amenazaba los derechos sociales, tanto de los jubilados como de los estudiantes, sin olvidarse de los inválidos y maestros. A esa ofensiva social generalizada, la población respondió con una resistencia en todos los frentes, con reivindicaciones muy concretas: transportes y medicamentos gratuitos, becas de estudio, reducción de las tarifas de agua y electricidad. Ese movimiento contribuyó a reinventar la política fuera de los espacios institucionales: Los Soviets (Consejos) regionales de coordinación de las luchas, aparecidos el invierno pasado, crearon una red interregional, la Unión de Soviets de Coordinación (SKS), que agrupa unas veinte regiones. En cada región nuclean a las asociaciones, sindicatos, organizaciones políticas e individuos e intervienen en temas muy diversos: garantías sociales, derecho laboral y habitacional, ecología, etc... Además de esas estructuras, Rusia registra un aumento de las iniciativas cívicas a nivel de las bases: son cada vez más numerosas las luchas locales, en torno a problemas muy concretos y pragmáticos (contra la edificación de un inmueble o de un estacionamiento en una zona de esparcimiento del barrio, contra la expulsión de residentes en los hogares para trabajadores, contra casos concretos de represión policial, etc.). Estas acciones comienzan a estar coordinadas entre sí, muy a menudo con el apoyo de los consejos de coordinación más activos. Así es como se construye un movimiento social portador de futuro”. [62]

Pero podrían sucederse respuestas mayores ante la nueva etapa de las reformas, que ataca a sectores que hasta ahora se habían salvado de caer en la pobreza como es el caso de la mayoría de los pensionados. Como plantea un corresponsal de The Guardian en Moscú: “Detrás de los alardes de éxitos la contrarrevolución rusa no ha dejado de causar graves costos sociales. Después de la privatización de la industria y la transferencia de la mayoría del petróleo y recursos naturales a los amigotes de Yeltsin en los ’90, una nueva etapa está en ejecución -la total comercialización del Estado benefactor-. Muchos activos del Estado desde jardines de infantes a centros de vacaciones de los sindicatos han sido vendidos una década atrás. En los recientes años las autoridades locales han estado cargando al pueblo con una porción creciente del costo en agua caliente, calefacción y electricidad, que usan sus departamentos abastecidos centralmente. Esta semana entró en efecto una ley que requiere que los consejos carguen al pueblo con el 100%... El esquema tarifario es parte de un programa de ‘recuperación de costos’ recomendado por el Banco Mundial y que ya es aplicado en numerosos países en desarrollo... La recuperación de costos se está extendiendo a la salud y la educación. Los medicamentos, los análisis de sangre y otros estudios menores deben ser pagados de manera creciente. Las universidades estatales están cobrando aranceles. La mayoría no va a ser financiada por el presupuesto federal. Las autoridades regionales se van a tener que hacer cargo, y en las áreas más pobres de Rusia esto significa el cierre de facultades y la degradación de las universidades para convertirlas en colegios técnicos, concentrándose en los estudios empresariales y de contabilidad, un cambio que desea el presidente Putin. La comentarista del periódico Izvestia Viktoria Voloshina se preguntaba esta semana si las nuevas cargas no van a llevar a movilizaciones. Miles de pensionados tomaron las calles en enero de este año después que el gobierno retiró el transporte gratuito para las personas ancianas y discapacitadas y los veteranos de guerra, y les dio un pago en efectivo por única vez a modo de compensación. La mayoría de los manifestantes eran pobres, las nuevas reformas van a golpear a la clase media emergente. ‘Personas de 30 y 40 años que se sacrificaban duramente para no caer en los asalariados de más bajos ingresos van a empezar también a manifestarse’, escribió Voloshina. ‘Sus incrementos salariales no pueden mantener el ritmo del aumento de las tarifas, cuestión que los empuja de nuevo a la pobreza’” . [63]

Es en este contexto, la necesidad de la contrarrevolución capitalista de seguir atacando más y más las condiciones de vida de las masas, y pese al enorme retroceso que quince años de restauración capitalista significaron, donde la llamada “nostalgia por la era soviética”, a pesar del carácter contradictorio y confuso, de los aspectos reformistas e incluso en algunos planos reaccionarios que esta percepción contiene, podría jugar un rol positivo frente a la “mercantilización” de todos los aspectos de la vida social que implican las nuevas reformas.

Esto no significa que esta percepción se traduzca automáticamente en un avance de la conciencia de clase. Por el contrario, sus aspectos más reaccionarios podrían ser utilizados -en el marco de nuevas catástrofes económicas que lleven a las masas al límite de la desesperación- por la demagogia de un movimiento socialfascista, que con una ideología anti-ricos, patriótica y xenófoba se presente como la plataforma de un capitalismo gran-ruso agresivo. No olvidemos que ya Putin se presentó como abanderado de los perdedores de las reformas y enemigo de algunos oligarcas para tratar de recomponer el poder del Estado capitalista ruso. Sin embargo, comparado con éste que muestra su cara más odiosa y sangrienta en Chechenia, el socialfascismo ruso será todavía mil veces más sangriento y contrarrevolucionario, en especial contra los trabajadores si se organizan para pelear por las condiciones de vida perdidas.

Pero a su vez, esta “nostalgia por la era soviética” podría ser aprovechada por la izquierda como plataforma de la movilización de masas contra los nuevos ricos y la burocracia restauracionista, por un programa que expropie sus propiedades robadas ilegalmente al Estado y las ponga bajo el poder de un Estado de los trabajadores, que con sus organismos de democracia obrera controle todos los aspectos de la producción, la distribución y la vida social a diferencia del antiguo Estado obrero burocratizado.

Para esto es clave que los trabajadores rompan con la “cultura paternalista” heredada de la vieja URSS, donde era crucial tener influencias y conexiones y que se manifestó durante la primera década de las reformas capitalistas en el acceso desigual a las provisiones sociales y salarios (este tema era muy importante debido a que la falta de pago durante seis a nueve meses, convertía en una cuestión vital quién cobraba primero). Esta nefasta “cultura paternalista” implica que los trabajadores se ven así mismos y a los sindicatos compartiendo un interés común con el management o los administradores de las empresas, lo que relega la lucha como herramienta a un lugar secundario e impide una solidaridad efectiva entre trabajadores más allá del ámbito local e incluso de las fronteras de la propia fábrica. En los ‘90, frente al caos que significó la debacle de la ex URSS, esto se expresó trágicamente en un frente único de los trabajadores con el management fabril ante las autoridades regionales o nacionales para asegurarse la sobrevivencia de la fuente de trabajo, mientras los managers se favorecían del saqueo de las empresas. Esta “cultura paternalista” es un cáncer que pesa sobre la organización y el carácter de la lucha de los trabajadores y es el principal obstáculo para que la “cultura colectivista” se exprese como autoorganización e independencia política de los trabajadores. En este sentido y paradójicamente, la necesidad de la restauración capitalista de introducir métodos de management occidentales, con la adopción de las técnicas capitalistas “tradicionales” y despiadadas, significará que los trabajadores se van a ver obligados a volver a sus mejores tradiciones y métodos de lucha si no quieren ver caer aun más sus condiciones de vida y trabajo.

Otra vez la cuestión rusa

La burocracia restauracionista rusa está sufriendo las consecuencias del giro procapitalista que los gobernantes rusos desde Gorbachov hasta Putin vienen llevando adelante en los últimos veinte años: su ilusión de asentarse como una nueva clase burguesa de una potencia capitalista apelando al capital internacional para modernizar su parque industrial y tecnológico, ha redundado por el contrario en una pérdida de su status en el tablero internacional y en una desintegración territorial que amenaza la supervivencia de la misma federación rusa. Los resultados geopolíticos cada vez más desastrosos y la hostilidad de la población a las reformas de mercado, por un lado, y la presión norteamericana, por el otro, están socavando las bases de sustentación del bonapartismo de Putin. Esta realidad abre a mediano plazo un pronóstico alternativo: o un salto en la penetración imperialista en la misma Rusia y su transformación en un país semicolonial; peor aún, una desintegración territorial o balcanización de lo que actualmente conocemos como Federación Rusa [64], o por el contrario, una reacción de la clase obrera rusa que -aprovechando la debilidad de su clase gobernante y las brechas entre las diversas potencias imperialistas- impida cualquiera de estas perspectivas ominosas y revierta todos los desastres que ha significado la restauración capitalista cuestionando el poder de la burocracia restauracionista y de los nuevos ricos.
Tampoco pueden descartarse salidas intermedias momentáneas, como una recomposición de la autoridad rusa en su zona de influencia, debido a la debilidad imperialista, como demuestran las crisis actuales de la presidencia de Bush y de la Unión Europea.

Cualquiera de estos desenlaces posibles tendrá enormes repercusiones para la relaciones de fuerzas entre las clases a nivel mundial. A su vez la lucha de clases a nivel internacional así como el estado de salud del capitalismo mundial tendrán una influencia decisiva para los futuros combates de clases en Rusia.

Desde el ángulo del sistema capitalista mundial, los acontecimientos venideros en Rusia tendrán implicancias en el carácter del orden mundial en el siglo XXI. Es tal la importancia del país y lo que está en juego que algunos analistas lo plantean en los siguientes términos: “Yo creo que así como la cuestión alemana durante dos siglos fue la prioridad del desarrollo mundial en los siglos XIX y XX, y el nuevo orden mundial fracasó en ser construido sobre bases más o menos estables hasta que la cuestión alemana fue resuelta, yo no creo que todos los temas que el mundo y la comunidad occidental están afrontando hoy -la guerra internacional contra el terrorismo, los temas energéticos, la estabilización del Medio Oriente, el radicalismo islámico, la estabilidad de Eurasia, el corazón geopolítico- temas pueden puedan ser solucionados si Occidente no reconoce un punto a favor de Rusia. Esto significa que Rusia y el espacio post-soviético, ahora, en el siglo XXI, se convierte en uno de los desafíos geopolíticos más grandes” [65]. En síntesis, a pesar de los enormes avances de la restauración capitalista la ubicación de Rusia en la arena internacional (el tipo de Estado) aún no está decidido. Una vez más la cuestión rusa será, al igual que durante todo el siglo pasado, desde el triunfo de la revolución bolchevique en 1917 hasta la disolución de la URRS en 1991, una de los grandes temas del siglo actual.

 

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