Por Demian Paredes
A la manera de un estadista –aunque tal vez suene un poco exagerado–, los (siempre “famosos”, notorios, analizados) 100 primeros días de…, en este caso, el papa Francisco, lo han mostrado dinámico.
Desde la actuación –en el sentido “teatral” del término–, los gestos, las palabras (pedir que un cura pedófilo, habitué del Vaticano, fuera menos o no fuera allí; modificar las normas legales, adecuándolas, respecto a “normas morales”, a la “legislación internacional”; intentar sanear la imagen y funciones del “Banco Vaticano” poniendo a un “auditor de confianza”; pedir menos “seguridad”, aunque el gobierno del PT y Dilma Rousseff gastaron millones en soldados y policías; abalanzarse, “rompiendo todos los protocolos”, hacia sus fieles, brindándose…); todo, parece indicar que la iglesia católica, sumida los últimos años en una inmensa crisis, ha dado “un golpe de timón”, y que busca recomponerse.
(Un análisis dice que, de parte del Vaticano, en Brasil, “lo que se vio ha sido, una vez más, la excelencia de su servicio ceremonial”; “Todo volvió a equipararse a Hollywood en sus mejores momentos”. Tenemos, dice, “un papa pop”…)
De ahí que una de las claves, además de limpiar la (mala, por la corrupción y mafias, por los casos de abusos, por la pérdida de fieles) imagen de la iglesia, sea, por un lado, dar una “nueva cara” al máximo representante y líder del Estado Vaticano: de ahí que hayan elegido para esta misión a un “papa latinoamericano” (con características tan populares como que sea “argentino y peronista”), a un “papa del pueblo”, “de los pobres”, que da discursos “con sentido social” (Francisco recorrió y discurseó en las favelas). Y, por otra parte, que haya un diálogo específico hacia la juventud, evidentemente con consciencia de lo que representa esta franja etaria (hoy movilizada ampliamente en Medio oriente, Europa y América) para el sistema capitalista –en crisis económica– en su conjunto. Y el llamado a que “se haga lío”… pero no en las calles, sino en las iglesias.
Así, se garantiza, por un lado, fortalecer con “sangre joven” a esta institución tan reaccionaria, contrarrevolucionaria –y millonaria–, como años tiene, consiguiendo nueva militancia para las diócesis (y para actuar con su política de “amansar el rebaño” cuando éste reclama y lucha: de ahí que Francisco haya dado, entre otros mandatos imperativos, un “Acompañen [frenen-calmen, quiere decir, NdR] a los jóvenes, que los jóvenes no se sientan solos”), buscando un efecto político “desmovilizador”, al “dialogar” para sacar a la juventud de las calles para llevarlas hacia esta “institución de dios”…
¿Lo logrará?
Por el momento, los grandes (y medianos) aparatos mundiales de prensa se hacen eco de este giro político del Vaticano, y lo difunden amplia y generosamente –como debe hacer toda empresa capitalista más o menos seria, “con consciencia de clase”–. Y por su parte también, todos los políticos gobernantes, sean “de izquierda” (Maduro, Rousseff, etc.) o de derecha (como el uribista Santos), le han rendido pleitesía a Francisco y al Vaticano –como también CFK–, lo han avalado como “nuevo líder de Estado”, y se han posicionado claramente a la derecha. Y también, ha habido declaraciones, marchas, actos y protestas contra el antiabortista número 1, y reclamando un Estado laico, entre otras demandas.
Pero sin embargo la crisis económica capitalista es muy profunda; los ataques de los Estados (y gobiernos), con despidos y “achiques” (como ocurre en Grecia, España, Italia…) y las movilizaciones y huelgas en respuesta, son importantes; así como también las movilizaciones y procesos revolucionarios de Medio oriente. (Tal vez sería un buen ejercicio comparar las fortalezas y debilidades de la Iglesia católica –con las diferencias históricas propias de cada caso, obvio– durante el último ascenso mundial revolucionario, de 1968-81, cuando se tuvo que enfrentar a agudas situaciones de radicalización política…)
Por lo tanto, estamos en una situación “de transición”, con nuevas batallas por delante, en una situación “abierta”.
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