Estrategia Internacional N° 10
Noviembre/Diciembre  - 1998

PREMISAS OBJETIVAS Y SUBJETIVAS DE LA REVOLUCIÓN SOCIALISTA A LAS PUERTAS DEL SIGLO XXI

Redactado por Christian Castillo,
aprobado por el CC del PTS del 17-10-98

En los nueve meses transcurridos desde que la dirección del PTS presentara el documento “Lecciones estratégicas y bases programáticas para avanzar en la reconstrucción de la IV Internacional” (27-1-98), que fue luego aprobado por el conjunto de la Fracción Trotskista (EI) en su reunión de coordinación de junio de este año, las condiciones de putrefacción del capitalismo imperialista no han hecho más que profundizarse, con sus secuelas de aumento de la miseria, la pobreza y la desocupación para millones de trabajadores.
Con el estallido abierto de la crisis no sólo se han desmoronado las vulgatas generales sobre el desarrollo de una nueva fase de crecimiento del “capitalismo globalizado” -¡que tantos izquierdistas habían adoptado como propias!- sino que la crisis actual ha tenido el mérito de derrumbar los distintos “éxitos” de los que el capitalismo mundial se vanagloriaba. En la primera parte de este trabajo vamos a desarrollar la relación entre estas condiciones y la situación de la clase trabajadora, tal como estas se presentan a las puertas del siglo XXI. En la segunda parte desarrollamos los lineamientos programáticos con que buscamos responder revolucionariamente a las tareas del momento, intentando dar una formulación “aritmética” al “álgebra” del Programa de Transición escrito por Trotsky, es decir, tomando su método para responder a los desafíos actuales, señalando que la crisis plantea frente a la catástrofe capitalista la necesidad imperiosa del poder obrero. Este texto fue aprobado en general por el Comité Central del Partido de Trabajadores por el Socialismo (PTS) de Argentina en su reunión del 17-10-98 -y su redacción final presentada por Christian Castillo-. Es presentado para la discusión y aprobación o rectificación del próximo Congreso partidario y para los plenarios y conferencias de los distintos grupos de la Fracción Trotskista (EI).
También lo ponemos a consideración de los compañeros del POR de Argentina y la LRCI, con los que venimos manteniendo relaciones revolucionarias fraternales.

CAPITULO 1

1. a) LAS CONDICIONES OBJETIVAS DE PUTREFACCION DEL CAPITALISMO

La magnitud ya alcanzada por la crisis capitalista es un claro salto en la “crisis de acumulación” que viene sacudiendo a la economía mundial desde principios de los ‘70, que había tenido picos anteriores con la crisis de la deuda de 1982, el crack de Wall Street en 1987, la crisis bancaria japonesa de los 90, el colapso del sistema monetario europeo en 1992 o el “tequilazo” mexicano de fines del 1994. Hoy estamos viendo una profundización de la descomposición de un capitalismo imperialista sustentado sobre un mar de deudas incobrables y con el aumento exponencial en la última década y media de los negocios especulativos. La actual es ya una crisis que supera en profundidad y extensión a la desatada en los años 73-75; que, como señala toda la prensa imperialista mundial, sólo encuentra parangón en la depresión de la década del ‘30 -aún estando lejos todavía de alcanzar la magnitud de esta. Desde su comienzo en el sudeste de Asia, la crisis, aunque desigualmente, se ha ido expandiendo mundialmente causando efectos catastróficos para la economía mundial.

El derrumbe del "milagro" asiático

En primer lugar se ha venido a pique el “milagro” del sudeste asiático, y con él, el sueño de que países pobres podían transformarse en potencias capitalistas poderosas. El hundimiento de esta región es monumental. Allí la situación sólo es comparable a la que se vivió en la gran depresión de 1929-32. La desocupación saltó en Corea del Sur del 2,6% al 10%, se duplicó en Tailandia y en Indonesia trepó del 2% al 15%. Más de la mitad de la población de Indonesia está ya viviendo bajo los índices de pobreza: informes oficiales sostienen que 17 millones de familias, alrededor de 90 millones de personas, sólo pueden obtener un plato de arroz al día. La caída de su PBI se estima en un ¡15%! para este año y entre un 6-7% en Tailandia y Corea del Sur (The Economist, 5-9). Y esto todavía no es nada. Como ha sido la constante a lo largo del siglo XX se ha vuelto ha mostrar que bajo el dominio de los monopolios imperialistas los “milagros económicos” de las naciones semicoloniales tienen corta duración. Después de haber sido durante una década y media el centro de recepción de la inversión capitalista mundial, hoy los propios analistas burgueses sostienen que tienen que destruirse en la región muchas más fuerzas productivas de las liquidadas hasta ahora. “ING Barings reconoce que para alcanzar el equilibrio, el 78% de toda la capacidad manufacturera en Indonesia, el 77% de la misma en Corea del Sur, el 64% de la misma en Malasia y Tailandia debería ser sacrificada” (Far Eastern Economic Review, 1-10).

Negros nubarrones se presentan también sobre China. El desempleo ya ha crecido a más de un 10% desde el comienzo de la crisis. El crecimiento de su economía se proyecta apenas superior al 5% después de haber ostentado crecimientos superiores a dos dígitos en los últimos años. La mayoría de las empresas estatales se encuentran de hecho en bancarrota. La banca está literalmente quebrada.

Japón, la segunda economía mundial en picada

En segundo término, la crisis de Japón, que después de amenazar en los ‘80 con ser la potencia que desafiaría seriamentela hegemonía norteamericana, se encuentra en estancamiento desde hace ocho años y, pese a la continua inyección de fondos estatales, no logra recuperarse. Entre abril y junio el PBI real se contrajo a una tasa anual del 3,3%, tercer trimestre consecutivo de declinación. Sus bancos están en la bancarrota: sus deudas incobrables se acercan al 30% del PBI. Sólo la intervención masiva de los rescates estatales evitan su quiebra generalizada. El último paquete anunciado en los primeros días de octubre es de nada más y nada menos que de más de ¡500.000.000.000 de dólares!, provenientes de los fondos públicos, con el fin de tratar de evitar la caída del sistema bancario, especialmente para salvar del quebranto a 19 bancos que concentran el 70% de los activos bancarios. Y nadie garantiza que esto no evite que la caída de la economía japonesa se frene. Sólo compárese con los 60.000 que, calculados a valores constantes, demandó el Plan Marshall y se tendrá una idea de la magnitud de las cifras empleadas en esta operación financiera.

Rusia y el adiós a las fantasías sobre la restauración "pacífica" del capitalismo

En tercer lugar, la crisis ha liquidado el mito de la restauración pacífica del capitalismo. Con la devaluación del rublo, el 17 de agosto, el hundimiento del proceso restauracionista ha quedado claramente develado. Millones de trabajadores no cobran sus sueldos desde hace meses, lo mismo acontece incluso con la policía y el ejército. El trueque se ha vuelto la forma de cambio habitual en vastísimos sectores de la economía, lo que ha llevado a decir a la revista Foreign Affairs de Rusia como “una economía capitalista no monetaria” (sic). El desempleo, ya del 11,5%, está ahora en aumento. En Moscú solamente los nuevos desempleados suman 300.000 desde el inicio de la crisis. La inflación se espera que alcance un 300% para fin de año. La desigualdad social ha aumentado enormemente. El 10% más rico de la población gana 60 veces más que el 10% más pobre. En los últimos años se calcula que los “nuevos ricos” han fugado cerca de 150.000.000.000 de dólares al extranjero.

De mercados "emergentes" a "sumergentes"

En cuarto lugar, los llamados “mercados emergentes” latinoamericanos de los ‘90, Brasil, México y Argentina, especialmente el primero, están siendo jaqueados por los especuladores internacionales y por la caída del precio de las materias primas (cuyos precios han caído un tercio desde el comienzo de la crisis), con el comienzo de una fuerte recesión en sus economías y un enorme endeudamiento público al que hacer frente. De Brasil ya se fugaron más de 50.000 millones de dólares desde el comienzo de la crisis y su industria registra enormes signos de parálisis. Argentina, cuyos sectores dinámicos de la economía dependen en gran parte de las exportaciones a Brasil, también ha visto caer los índices de producción industrial. Todos los analistas esperan un crecimiento de los ya muy altos índices de desempleo. La perspectiva es una repetición multiplicada de la recesión que se vivió con el “tequilazo” de 1994-95 y que costó millones de desocupados en la región.

La recesión golpea a las puertas de la economía yanky

Estados Unidos, contra las afirmaciones de aquellos que hace un año sostenían que serían inmunes a la crisis, va posiblemente hacia una recesión. No sólo dan cuenta de esto las predicciones de las consultoras de inversión (que por primera vez dieron esta predicción en vez de la de “desaceleración”), sino que la Reserva Federal yanki fue llevada a bajar un cuarto de punto la tasa de interés el 15-10 -luego de haber hecho lo mismo hace sólo 15 días-, por primera vez por fuera de los tiempos habituales y bajo la necesidad de evitar la quiebra de varios fondos de inversión y de recrear liquidez en el mercado yanky. A principios de octubre un fondo de inversión de alto riesgo -el Long Term Capital Management- tuvo que ser rescatado ante el peligro que su quiebra llevase a la caída de varios bancos.

Europa no goza de inmunidad frente a la crisis

Europa, si bien es hasta ahora la región del mundo menos directamente afectada, de ninguna manera está inmune. Esta región durante los ´90 registró crecimientos muy bajos de los que recién comenzaba a recuperarse. Todas las previsiones de crecimiento han disminuído al calor de la crisis mundial. Los bancos alemanes fueron afectados por la crisis rusa, país en el que eran los principales acreedores. Las bolsas de Frankfurt, París y Madrid, registraron importantes caídas en los últimos meses. Cuanto menos, toda Europa va a ver lentificado su ya bajo crecimiento. Y si entra la economía norteamericana en recesión, va a promover enormes tensiones en relación al proceso de unidad europea.

El fin del "ciclo neoliberal"

En el curso de las últimas décadas, desde los años ‘80 y particularmente durante la “prosperidad” (norteamericana) de los ‘90, se han exacerbado las tendencias al desarrollo desigual, a la mayor competencia interimperialista (conformación de bloques), y a la descomposición del capital expresada en el enorme crecimiento del parasitismo financiero. Baste señalar de esto último algunos ejemplos. Del billón de dólares que cambia de propietario diariamente a nivel mundial, un 99% está compuesto por transacciones especulativas, contra sólo un 1% correspondiente al comercio mundial. Los activos de los bancos en el exterior se han cuadruplicado desde 1980, pasando de 1,836 billones a más de 8 billones. El índice Down Jones de la bolsa de Nueva York pasó bajo el gobierno de Clinton de 3000 a un pico de 9000 puntos. En síntesis, una gran fuente de superbeneficios desarrollada como producto de las dificultades de valorizar el capital en el proceso productivo. Y mientras la bolsa de Wall Street se inflaba el índice Nikkei bajaba de 48000 puntos a comienzos de la década a los 13500 de mediados de octubre de 1998, expresando claramente la decadencia japonesa durante los ´90, mostrando cómo en los cada vez más estrechos marcos de la economía mundial el fortalecimiento de una potencia se da a expensas de la gran pérdida de posiciones de otra.

Si la época imperialista implica un aumento de las características anárquicas, caóticas e irracionales del capitalismo, estas tendencias en el momento actual son extremadas hasta el paroxismo. Que algunos grandes especuladores (no sólo los “malos” e “irresponsables” de los fondos de inversión sino los “respetables” grandes bancos imperialistas) tengan el poder de sacar en un día miles de millones de dólares de un país y provocarle su hundimiento no es más que la expresión de que el sistema está en crisis aguda y merece perecer. Hoy con el desenvolvimiento de la crisis, son los propios “gurúes” de la política y las finanzas mundiales los que se asustan de su propia creación y, temerosos de ser arrastrados ellos en la caída, claman por “algún control” a los capitales más volátiles. Es que, efectivamente, las consecuencias que tendría un crack bursátil y bancario de la maginud del de 1929 serían una versión multiplicada de la catástrofe ocurrida con la crisis del ´30. Pero si ayer la creencia de que la desregulación ilimitada era una panacea con la que el capital podía superar la “crisis de acumulación”, hoy la idea de que con algún control todo se supera, es igual de ridícula ya que la crisis actual tiene sus raíces en el agotamiento del llamado “ciclo neoliberal”. Este fin de ciclo hoy se manifiesta como una crisis de sobreproducción de mercancías y sobreacumulación de capitales, cuyo detonante se encuentra en la región que hasta ayer era presentada como mejor ejemplo del “éxito capitalista”, el sudeste asiático; y que golpea a las empresas más dinámicas de los últimos años, como las dedicadas a la producción de chips y automóviles.

La crisis actual agudiza la putrefacción del capitalismo imperialista

Desde un punto de vista más general, la crisis actual da cuenta de la exacerbación bajo el dominio de los monopolios de la contadicción general del capitalismo entre la socialización creciente de la producción y la apropiación privada de la riqueza social, de la imposibilidad para las fuerzas productivas de tener un desarrollo armónico en los marcos cada vez más estrechos de la relaciones de propiedad capitalistas.

Trotsky señalaba en 1940 que “por encima de las vastas extensiones de terreno, por encima de las maravillas de la técnica, que ha conquistado incluso los cielos para el hombre, la burguesía ha logrado convertir al planeta en una sucia y triste prisión”. Parafraseando esta afirmación, hoy podríamos decir que mientras las modernas maravillas de las tecnologías de la información (¡Internet!) y de los adelantos genéticos y de la biotecnología dan cuenta de las enormes potencialidades para incrementar la riqueza material de toda la humanidad y terminar con la explotación, la dominación y la alienación, la dominación de 700 corporaciones capitalistas de la economía mundial llevan al mundo a un incremento incesante del desempleo, el trabajo precario, la pobreza, la miseria y a una destrucción irracional de los recursos naturales. Por día mueren 40.000 niños de hambre. Cuando la cosecha anual de granos (964 gramos por cabeza y día en promedio) alcanzaría a terminar con el hambre en todo el mundo la irracionalidad capitalistas lleva a 40 millones de muertos de hambre por año. Según la Organización Internacional del Trabajo, la crisis ha causado ya diez millones de nuevos desempleados en el Sudeste asiático, que se agregan a la cifra de 820 millones existentes mundialmente (35 millones sólo en la Unión Europea), casi un tercio de las personas en edad productiva. En el mundo son más de tres mil millones los que viven en la pobreza, de los que mil millones sufren directamente hambre. Este fenómeno no es privativo de las naciones semicoloniales. En la Unión Europea 44 millones de personas viven en la pobreza. En los Estados Unidos ocurre lo mismo con el 10% de la población blanca y con el 31% de la población negra. En los últimos diez años en EE.UU. el ingreso del 20% más rico de la población aumentó un 62%, mientras en el mismo período el ingreso del 20% más pobre descendió un 14%. Las fortunas de los multimillonarios crecen exorbitantemente. Según la revista Forbes, la fortuna de Bill Gates (el magnate de Microsoft Corp.) asciende a 58.400 millones de dólares y la de la familia Walton (propietaria de Wal-Mart stores) a 48.000. El desarrollo desigual se ha multiplicado. En los países más ricos el consumo es 400 veces superior al de los países más pobres: un suizo consume más en un día que un habitante de Mozambique en todo un año. El capitalismo imperialista ha dado sobradamente muestras de que merece perecer.

La exacerbación de estas condiciones que la crisis está provocando es el aspecto determinante en la “reversión ideológica” del triunfalismo burgués que reinaba a comienzos de los ´90 y lo que da nueva legitimidad ante millones para la perspectiva de la revolución proletaria y el socialismo.

La perplejidad de los "estados mayores" de la burguesía

La perplejidad y cierto estado de parálisis política de las clases dominantes frente a la crisis no son más que muestras adicionales de su profundidad. Las “nuevas” respuestas políticas dadas por la burguesía y sus agentes (como la proclamada “tercera vía”) en manera alguna pueden contener las agudas contradicciones que atraviesa la situación de la lucha de clases mundial. La propia burguesía mundial se ve obligada a admitir la debacle a que ha llevado su política de la última década y media. El “credo neoliberal” que proclamaba un crecimiento ilimitado gracias a las privatizaciones, apertura a los flujos de capital y el recorte de gastos sociales, ha mostrado la falsedad absoluta de sus dogmas, tal como a mediados de los setenta había ocurrido con el “credo keynesiano”, cuando la crisis de esos años mostró estados superendeudados como saldo de la ilusión de que bastaba incrementar la demanda con fondos públicos para que el crecimiento no se detenga. El FMI y el Banco Mundial, los apóstoles a lo largo y ancho del mundo de la ofensiva “neoliberal”, son actualmente cuestionados por izquierda y por derecha. Mientras se multiplican las reuniones de los estados mayores de la política y las finanzas imperialistas y más se habla de tomar medidas concertadas para frenar la crisis menos margen económico y político tienen los gobiernos de las distintas potencias para seguir montando “paquetes de rescate” para salvar los negocios de los grandes bancos e inversores. En sectores del establishment norteamericano se escuchan incluso voces que sostienen que es mejor dejar que se produzcan grandes hundimientos y que hay que terminar con los “rescates” del FMI que sólo fomentan los negocios sin ningún sustento. Otros, más realistas, temen que el “hundimiento” de algunos provoque la irrupción de las masas y con ella el naufragio generalizado del capitalismo. Frente a la amenaza real de un crack, las intervenciones de rescate de los estados a los bancos y los fondos de inversión buscan evitar la debacle generalizada. El mito del “fin de los estados nacionales” ha quedado para mejor momento. Como ante cada una de las crisis que se sucedieron en los últimos años, pero en forma concentrada, la gran burguesía reclama de los estados y los “organismos internacionales” que aumenten los impuestos a los trabajadores y disminuyan los gastos sociales para contar con fondos que la salve de sus malos negocios y de la bancarrota. La definición de Marx del estado moderno como “comité ejecutivo de los negocios de la burguesía” se hace más actual que nunca. La necesidad del proletariado de terminar con él resueltamente por la vía de la revolución proletaria, también.

La crisis de dominio imperialista

El salto pegado por la crisis económica ha profundizado la crisis de dominio imperialista. Lejos de todas las sandeces dichas acerca de que la globalización llevaría a un “gobierno mundial”, las rivalidades entre los distintos países imperialistas, que venían in crescendo, se están acentuando aún más ante la crisis: desde las intimaciones de EE.UU. a Japón para que “sanee” su sistema financiero hasta la presión sobre Europa para que disminuya las tasas de interés, pasando sobre las disputas por los precios agrícolas.

Junto con esto es un hecho que desde el colapso del aparato stalinista mundial, que actuó como co-garante con los EE.UU. de la estabilidad del “orden de Yalta”, los yankys se ven obligados a lidiar cada vez más en soledad con los conflictos “calientes” que amenazan el orden imperialista. Al contrario de una visión que se transformó en sentido común de gran parte de la izquierda, la caída del stalinismo le hace más difícil y no más fácil al imperialismo norteamericano sostener su hegemonía.

Hacia un período de exacerbación de la lucha de clases

Con la profundización de la crisis mundial también se han agudizado las condiciones de la lucha de clases. En mayo y junio jornadas revolucionarias se vivieron en Indonesia provocando la caída del dictador Suharto. En Corea del Sur durísimas huelgas, con los trabajadores del “chaebol” automotriz Hyundai a la cabeza, se oponen a los despidos. En América Latina, las últimas semanas han mostrado una tendencia hacia movilizaciones violentas de trabajadores, como hemos visto en Ecuador, Perú y Colombia, que vive una importante huelga general de los trabajadores estatales; y también en Chile con una huelga de maestros y profesores por aumento de salarios que ya lleva quince días con una movilización de 60.000 trabajadores en Santiago. En Francia 500.000 estudiantes secundarios participaron de la movilización nacional como parte de la huelga en reclamo de más profesores y mejores condiciones educativas.

Sin embargo, la lucha de clases avanza con ritmos desiguales en las distintas regiones y países, y aún a un ritmo mucho más lento que las condiciones de putrefacción del capitalismo. De conjunto la respuesta de las masas está aún por detrás de lo que exige la crisis.

Estamos viviendo uno de esos momentos donde la irracionalidad del dominio de la economía mundial por los monopolios imperialistas se hace patente para millones que ven acrecentarse sus penurias cotidianas en grados inauditos; donde la “madurez” de las condiciones objetivas de putrefacción capitalista anuncia las grandes convulsiones que han caracterizado el siglo XX: las crisis, las guerras, las revoluciones -aunque estos no sean aún los elementos dominantes de la situación política mundial y la respuesta subjetiva de las masas sea en esta coyuntura un factor más retrasado. Es para un próximo período signado por grandes acontecimientos revolucionarios y contrarrevolucionarios -que se anticipan, por ejemplo, en Indonesia y en Kosovo, respectivamente-, que pongan en consonancia los factores “objetivos” y “subjetivos”, que debemos prepararnos estratégicamente.

En estas condiciones estará planteado responder a estos acontecimientos con una estrategia justa para poder dar pasos hacia la puesta en pie del Partido Mundial de la Revolución Social, es decir en comenzar a superar la agudísima crisis de dirección revolucionaria que vive la clase obrera mundial. Si la afirmación de Trotsky de que “la crisis histórica de la humanidad se reduce a la crisis de la dirección revolucionaria” fue cierta a lo largo de casi toda la época de crisis, guerras y revoluciones (quizás con la excepción de los primeros años de la Tercera Internacional), esta hoy se manifiesta con particular agudeza cuando los trabajadores del mundo están amenazados por una verdadera catástrofe (que gran parte de ellos está ya viviendo en carne propia) y es necesario levantar una estrategia proletaria independiente para que sean los capitalistas los que paguen los costos de la crisis.

Guerra y revolución

Pese al agudizamiento de la competencia interimperialista que la crisis actual genera, las tendencias de la situación política mundial no se asemejan aún a las que, luego de desatada la depresión mundial de los ´30, llevaron a Trotsky a decir en 1934 que las tendencias a la guerra interimperialista eran inexorables si una serie de revoluciones proletarias victoriosas no frenaba tal curso. Aunque eventos como una depresión mundial generalizada marcaría una aceleración cualitativa de las tendencias a la guerra, en lo inmediato la indiscutible supremacía norteamericana no permite avizorar que las potencias imperialistas rivales disputen su hegemonía en el plano militar. Pero esto no implica un panorama mundial “pacífico” ni nada que se le parezca. Todo el año 1998 estuvo surcado por un aceleramiento de las tendencias guerreristas de las potencias imperialistas, en general, y del imperialismo norteamericano, en particular, contra las naciones oprimidas; así como también distintos enfrentamientos locales. Estados Unidos, después de estar a punto de lanzar un ataque en escala a Irak en febrero, lanzó bombardeos a Sudán y Afganistán en agosto.

En el Kosovo el carnicero Milosevic, con el aval imperialista, está realizando un verdadero genocidio de la mayoría albanesa, reiterando lo actuado en Bosnia. Allí actualmente 35.000 soldados de la OTAN garantizan que se cumplan los acuerdos de Dayton que consagraron la partición de Bosnia a manos de las burocracias chovinistas gran serbia y gran croata.

Países con altos niveles de pobreza como India y Pakistán son ya parte del espiral armamentista nuclear, exacerbado por la burocracia restauracionista china que utiliza al segundo para favorecer sus intereses en la región. Corea del Norte ha lanzado misiles que sobrevolaron Japón, reabriendo el debate sobre el “rearme” japonés, país cuyo presupuesto militar es el segundo del mundo luego de EE.UU..

Mientras en Africa, varios países, particularmente los de la región de los grandes lagos, se desangran en guerras regionales, en gran parte motivadas por las disputas de zonas de influencia entre el antiguo gendarme regional, Francia, y los EE.UU..

En los próximos años estas tendencias se multiplicarán. Sólo la acción concertada de la clase obrera mundial puede frenar las tendencias guerreristas que emanan de la descomposición del capitalismo mundial.

1. b) EL PAPEL DE LAS DIRECCIONES CONTRARREVOLUCIONARIAS

Las direcciones contrarrevolucionarias del movimiento obrero, pese a haber quedado seriamente debilitadas luego de haberse entregado por entero a la ofensiva capitalista de los 80 y principios de los 90, pudieron sin embargo jugar el rol de desviar las luchas que se dieron como parte de la contraofensiva que vivimos en varios países desde la huelga de los trabajadores de los servicios en Francia en noviembre-diciembre de 1995. En Europa, donde importantes combates de clase se vienen dando desde 1993 a esta parte, se expresa claramente como las acciones obreras lograron ser expropiadas por la socialdemocracia y, en menor medida, por los partidos comunistas reciclados, que se beneficiaron electoralmente del descontento obrero y popular con los partidos de la derecha. Los partidos socialdemócratas, (cada vez menos) obreros (cada vez más) burgueses, en el gobieno en 13 de los 15 países de la Unión Europea, han mostrado ser tan fieles defensores de los negocios de sus respectivos monopolios “nacionales” como sus antecesores de derecha. En Gran Bretaña y Francia la tasa de beneficios de los capitalistas aumentó bajo Blair y Jospin a niveles mayores que bajo Major o Juppè, mientras continúan el desempleo, la precarización del empleo, las privatizaciones, el recorte de los beneficios sociales y la baja de impuestos a los ricos. Lo mismo podríamos decir del recientemente obligado a dimitir gobierno de Prodi, que logró hacer que los trabajadores italianos paguen el precio de los recortes presupuestarios necesarios para adecuar la economía italiana a los criterios de Maastrich, o de la socialdemocracia sueca, que llevó una política de recorte de los beneficios sociales completamente acorde con los cánones “neoliberales”. Las distintas burocracias sindicales, que en procesos de ascenso generalizado de masas como el francés en el 95 jugaron el papel de evitar que el movimiento terminara en una huelga general política que derrocara en las calles a los gobiernos antiobreros, son colaboracionistas directas de los gobiernos “socialimperialistas”. En Gran Bretaña la TUC ha sido responsable directa de que los trabajadores británicos no se lancen a resistir los ataques de “tory” Blair y a recuperar lo perdido bajo los gobiernos conservadores. En Francia los burócratas de las distintas centrales apoyaron activamente la ley de 35 horas, finalmente aprobada por el gobierno de la “izquierda plural” que transformó la reducción de la semana laboral de justa reivindicación obrera contra el desempleo en instrumento de los capitalistas para imponer la flexibilización laboral. En Alemania, la burocracia se apresta a firmar el “pacto tripartito” por el cual concede paz social al gobierno de Schröeder a cambio de un ministerio para el dirigente de la IG Metal.

No menos lacayos de los intereses capitalistas se han mostrado los partidos comunistas “aggiornados”. Estos partidos, manteniendo o cambiando su nombre, han completado el giro que venían dando desde los tiempos del “eurocomunismo” de pasar de ser transmisores de la política contrarrevolucionaria ordenada por Moscú a transmisores de la política contrarrevolucionaria de sus propios regímenes imperialistas. En ciertos casos participan directamente del gobierno con la socialdemocracia como en Francia (donde el PC ha dicho que “el mercado ya no es ningún tabú para nosotros” en defensa de las privatizaciones del gobierno de la “izquierda plural”, y ha condenado las huelgas y manifestaciones tanto de los inmigrantes “sans papiers” como de los pilotos de Air France durante el mundial de fútbol), o como va a ocurrir en varios “landërs” del este de Alemania con el PDS. En otros son su sostén necesario, como vino siendo en Italia con el caso de Refundación Comunista o como va a ser posiblemente necesario en Suecia con el Partido de la Izquierda. Estos partidos, que se vienen fortaleciendo electoralmente debido al corrimiento a la derecha de la socialdemocracia, juegan el papel de llevar a la vía muerta de un tibio reformismo a las franjas de vanguardia y sectores de masas que influencian. A estos partidos se adaptan y capitulan las corrientes centristas que hablan en nombre del trotskismo.

En América Latina el desvío de los procesos de grandes acciones de masas ha redundado en la consolidación de alianzas o coaliciones encabezadas en la amplia mayoría de los casos por partidos abiertamente burgueses que prometen continuar con las privatizaciones, el ataque a las conquistas obreras y la entrega al imperialismo. A su izquierda se han desarrollado primordialmente direcciones campesinas. Estas, como el MST brasileño o el EZLN mexicano, juegan el rol de poner la lucha de las masas campesinas detrás de los partidos burgueses o las coaliciones “opositoras” de “centroizquierda” como el PRD mexicano o el frente Unión del Pueblo en Brasil. También en algunos países se han refortalecido partidos comunistas (ya sea provenientes del tronco “soviético” o de origen maoísta) que juegan el papel de evitar que las masas sobrepasen los límites marcados por las “oposiciones” burguesas (y en Chile por el gobierno de la Concertación), como es el caso del Partido Comunista chileno, el PC do B en Brasil o los maoístas en Ecuador.

Sin embargo, en relación a la magnitud de la crisis todos estos fenómenos tienen poco margen para estabilizarse. El cáncer avanzado del capitalismo mundial no puede curarse con las aspirinas que proponen los partidarios de la “tercera vía” o con aspirinas más algún antibiótico que proponen los “comunistas” reciclados. Los gobiernos socialdemócratas de la “tercera vía” así como el tibio reformismo de los partidos comunistas “aggiornados” sólo pueden mantenerse si la crisis no se manifiesta abiertamente. No por casualidadtienen su centro en Europa, que es por ahora el continente menos golpeado directamente por la crisis. El cáncer capitalista necesita extirparse con cirugía mayor. Esa cirugía no puede ser otra que la revolución proletaria internacional.

Si bien los gobiernos de la socialdemocracia y el salto en la colaboración contrarrevolucionaria entre socialdemócratas y ex stalinistas han jugado el papel de desviar los procesos de contraofensiva de masas, no estamos en Europa todavía ante frentes populares en el sentido clásico de, junto al fascismo, “anteúltimo recurso de la burguesía para evitar la revolución proletaria” (Trotsky), en la misma forma que los aprestos contrarrevolucionarios que evidencian las corrientes xenófobas y racistas no plantean más que marginalmente la acción abierta de estos partidos como grupos fascistas clásicos. En un sentido el papel que juegan hoy los partidos comunistas es preparar las condiciones para que si las masas se radicalizan puedan ser canalizadas por “frentes populares”, es decir, contenidas mediante la trampa de la colaboración de clases con la burguesía.

Tampoco es la hora todavía del surgimiento de grandes corrientes centristas -que oscilan entre la revolución y la reforma- de masas. Sobre ellas debemos estar dispuestos a intervenir los revolucionarios para dividirlas y ganar a los sectores que honestamente se orientan hacia la revolución para una estrategia proletaria e internacionalista, trotskista, consecuente.

Los acontecimientos para los que debemos prepararnos podemos verlos en las regiones donde la revolución y la contrarrevolución actúan más abiertamente. En Indonesia, donde la caída de Suharto no ha frenado el proceso de ascenso de masas, la política frentepopulista de colaboración de clases impulsada por el PRD está llevando a que se fortalezca como oposición al régimen el movimiento liderado por la hija del ex presidente Sukarno, en una política que es una reedición de aquella que llevara a la derrota de la revolución indonesa en 1965. En los Balcanes, un nuevo genocidio étnico se está perpetrando contra la mayoría albanesa de esa provincia que reclama por su independencia, en una acción realizada por el asesino Milosevic con el visto bueno de las potencias imperialistas. Son estas las condiciones bajo las que deberá forjarse un partido revolucionario de la vanguardia proletaria mundial.

El centrismo "trotskista"

El centrismo hoy actuante es un tipo especial del mismo, aquél que se reclama del trotskismo pero que ha reemplazado el programa y el método trotskista por una estrategia de presión sobre las direcciones reformistas, como hacen hoy adaptándose a los fenómenos reformistas en Europa y a las direcciones campesinas populistas en América Latina. Tomemos como ejemplo de esta política oportunista a aquellas corrientes del centrismo “trotskista” que mayor influencia tienen en la vanguardia obrera de sus países. En Francia, mientras la crisis mundial corroe todo el planeta, la única preocupación de los “trotskistas” de Lutte Ouvrière y la LCR es ganar espacio en las elecciones europeas de junio del año que viene (aprovechando el desgaste del PC) buscando influenciar a sectores del PC de confluir en un partido reformista común. En Brasil el PSTU se limitó a atacar a Cardoso durante la campaña electoral, permitiendo que Lula salga intacto de su giro a la derecha y ahora aproveche su prestigio para evitar que los trabajadores desaten una gran resistencia contra el ataque que se viene. Y en la segunda vuelta llamó a votar por los candidatos a gobernador del frente de colaboración de clases entre Lula y Brizola. El Partido Obrero de Argentina usa la consigna de “reconstruir la Cuarta Internacional” como mera cobertura de su política electoralista y de súplica a las burocracias “opositoras”, mientras brega por una “Conferencia Clasista Internacional” con direcciones reformistas y pequeñoburguesas como el MST brasileño.

Junto a estas corrientes centristas, que mantienen independencia política organizativa mientras adaptan el programa y la política con el fin de seducir a sectores que se desprendan de los aparatos reformistas, están las corrientes abiertamente liquidadoras, como es el caso de UNIOS de México, que se ha disuelto en un partido reformista común con el PPS (el partido fundado por Lombardo Toledano) o sus socios en la UIT del MST argentino, que está en un frente estratégico con el PC desde hace años. La lucha por la reconstrucción de la IV Internacional es inseparable del combate abierto contra estas dos variantes de políticas oportunistas.

Continuidad y discontinuidadde la dirección revolucionaria a lo largo del siglo XX

Para analizar las posibilidades de lograr la liquidación revolucionaria del orden capitalista, los marxistas no consideramos sólo las potencialidades de la clase obrera “en sí”. Independientemente de que son las condiciones generales de la época de crisis, guerras y revoluciones las que proporcionan las premisas objetivas para la revolución socialista, esta no puede triunfar sin la madurez del factor subjetivo. Es por este factor que se explica la sobrevivencia parasitaria del capitalismo a lo largo de casi todo el siglo XX. En 1917, con el triunfo de la revolución de octubre, Lenín sostenía que la época de crisis, guerras y revoluciones, era a su vez la época de la revolución socialista. Con el triunfo de la stalinización de la III Internacional, y con las derrotas de los ‘30 a cuestas, Trotsky afirmaba en el Programa de Transición que la “crisis de la humanidad puede resumirse en la crisis de dirección revolucionaria del proletariado”, a la vez que pronosticaba que la guerra misma iba a proporcionar enormes posibilidades para la superación de la misma mediante la transformación de la IV Internacional en una fuerza de masas. Sin embargo, aunque múltiples procesos revolucionarios estallaron a la salida de la guerra, el stalinismo, en vez de colapsar como preveía Trotsky, salió fortalecido de la guerra. Los años de posguerra, los del “orden de Yalta”, vieron un reforzamiento cualitativo de las direcciones contrarrevolucionarias del movimiento obrero (stalinistas, socialdemócratas, nacionalistas burgueses y pequeñoburgueses), fomentando las ilusiones de las masas en las estrategias de conciliación de clases, del reformismo y la coexistencia con el imperialismo. Gracias al papel jugado por el stalinismo la revolución pudo ser alejada de los principales países imperialistas por todo un período. Pero esta vio en estos mismos años un auge generalizado en los países de la periferia capitalista. Grandes revoluciones invadieron el mundo colonial y semicolonial, viendo manifestarse la dinámica prevista por Trotsky en la revolución permanente en las revoluciones yugoslava, china, cubana y vietnamita, pero en condiciones en que la clase obrera no fue el sujeto social dirigente (sino el semi proletariado y el campesinado pobre) y la dirección estuvo en manos de direcciones nacionalistas pequeñoburguesas o stalinistas enemigas de la estrategia de la revolución socialista internacional, lo que evitó que esas revoluciones pudieran significar saltos progresivos en la superación de la crisis de dirección proletaria.

Durante el ascenso 1968-76 la hegemonía de las direcciones reformistas fue abiertamente cuestionada, aunque las direcciones que se fortalecieron contra ellas, guevaristas, maoístas y centristas que hablaban en nombre del trotskismo, o tuvieron estrategias directamente oportunistas (maoísmo) o fueron completamente incapaces, después de décadas de esperar que los reformistas sean llevados más allá de sus intenciones “por la fuerza de los hechos”, de presentar una estrategia revolucionaria consecuente (el centrismo trotskista). Con el lanzamiento de la ofensiva neoliberal de los ‘80 las direcciones tradicionales de Yalta mostraron su bancarrota más absoluta. Mientras los gobiernos socialdemócratas en España, Francia y Grecia se transformaban en aplicadores de la misma política que Reagan y Thatcher, los burócratas stalinistas abrazaban cada vez más abiertamente la perspectiva de la restauración capitalista. Los levantamientos revolucionarios de 1989-91 en la URSS y Europa del Este desafiaron esta perspectiva pero fueron rápidamente abortados en estos países y derrotados sangrientamente en China. La predicción de Trotsky de que si una revolución política no barría con la burocracia esta se transformaría más y más en agente directo de la restauración capitalista no hizo más que confirmarse en este último sentido, aunque en tiempos más largos de los por él previstos. El giro a la derecha de la socialdemocracia y el salto a agentes directos de la restauración capitalista dado por los stalinistas provocó la desmoralización de millones de trabajadores que habían confiado en estas direcciones (pese a que habían manchado con sangre obrera las banderas del socialismo y el marxismo), permitiendo que la burguesía lanzase su campaña sobre la “muerte del socialismo” y “el triunfo de la democracia y el mercado” a escala planetaria. Las corrientes que hablaban en nombre del trotskismo, lejos de aparecer como alternativa a la debacle stalinista, aumentaron su confusión centrista y en su casi totalidad estallaron ante estos acontecimientos. Incluso la principal corriente del centrismo “trotskista” durante los años de Yalta, el Secretariado Unificado, llegó a sostener, acorde con la visión propiciada tanto por la burguesía, como por la socialdemocracia y los restos de los stalinistas, que “había llegado a su fin la era abierta por la revolución de Octubre” y que ya no era más necesario trazar una barrera infranqueable “entre reformistas y revolucionarios”, impulsando la disolución de la gran mayoría de sus secciones en organizaciones reformistas comunes con maoístas, ex stalinistas, socialdemócratas o nacionalistas burgueses y pequeñoburgueses.

Para millones la perspectiva del socialismo y la revolución aparecían borradas. El movimiento obrero alcanzó uno de los momentos más bajos de subjetividad de su historia. Contra la mayoría de la izquierda nosotros sostuvimos que, aunque las condiciones inmediatas se presentaban desfavorables, las perspectivas estratégicas se ampliaban para la superación de la crisis de dirección revolucionaria. Decíamos que la caída del stalinismo había tenido un resultado inmediato contradictorio ya que aunque en el este y la ex URSS había dado lugar a la instalación de gobiernos restauracionistas, el colapso del aparato stalinista mundial había agudizado la crisis de dominio imperialista ya que había liberado la espontaneidad de las masas. Más en general afirmábamos que se había abierto una etapa donde se superaba la lógica prevaleciente en Yalta de revoluciones que fortalecían a direcciones enemigas de la revolución socialista internacional, que hemos denominado situación de “impasse estratégico”.

Señalábamos que las revoluciones del 89-91 abrieron un período de incremento de la lucha de clases aunque en medio de una enorme crisis de subjetividad proletaria, manifestado en las revueltas que se vivieron desde esos años en varias regiones del mundo. Estas expresaban en forma elemental un incremento en la resistencia de las masas en relación a los niveles de la lucha de clases durante los 80. La contraofensiva de masas que vimos desarrollarse en varios países desde 1995, con una marcada tendencia a la lucha política de masas, confirmó, contra la predicción de casi toda la izquierda, que en el 89 se abría, aún tortuosamente, una dinámica ascendente de la lucha de clases. Este importante incremento en la lucha de masas, con realización de huelgas generales en los cinco continentes, no llegó sin embargo a niveles de lucha de clases como los que vimos en el período 1968-76. Sobre todo fueron muy limitadas las experiencias de radicalización política de franjas considerables de vanguardia, lo que permitió que el salto en la colaboración contrarrevolucionaria entre socialdemócratas y stalinistas, que venía in crescendo desde el colapso del stalinismo, se reforzara y lograra desviar estos procesos de la lucha de calles hacia el terreno electoral. Estas direcciones se complotaron para evitar que las acciones de masas tomaran un cauce revolucionario y aprovecharon el repudio de las grandes masas a los gobiernos aplicadores de los planes neoliberales para reemplazarlos en la administración de los negocios capitalistas. A la vez, este proceso de lucha de masas provocó el reforzamiento de varios sindicatos y el surgimiento de otros, aunque siempre bajo el control de direcciones burocráticas serviles de las patronales. Es así que las grandes acciones que se desarrollaron desde el 95 no dieron lugar a una regeneración revolucionaria del movimiento obrero sino, por ahora, a un proceso opuesto a la misma, de “recomposición reformista”, es decir de reforzamiento de las mediaciones contrarrevolucionarias encargadas de evitar toda perspectiva de que el proletariado avance hacia su independencia política. Es en estas condiciones subjetivas que la clase obrera debe afrontar el desenvolvimiento abierto de la crisis capitalista.

La situación del proletariado

El obstáculo principal para la transformación de la actual situación en una de ascenso revolucionario no es sociológico sino político. Contra las sandeces que pregonan los “teóricos” del “fin del trabajo” (Gorz, Rifkin, Shaft) nunca los asalariados urbanos constituyeron una fuerza social tan poderosa: según cifras dadas por Mandel a fines de los ´80 el número total de los asalariado no agrícolas en el mundo se situaba entre 700 y 800 millones, cifra jamás alcanzada en el pasado, a los que deben agregarse cerca de 200 millones de asalariados rurales, es decir, una fuerza social de 1000 millones de asalariados, con alrededor de 200 millones de trabajadores industriales como núcleo, con el potencial social para acaudillar a millones de campesinos pobres hacia revoluciones proletarias capaces de liquidar el dominio de la economía mundial por parte de los monopolios imperialistas y comenzar la construcción del socialismo. En países como Francia los asalariados constituyen en 1998 el 86% de la población económicamente activa, exactamente el mismo porcentaje que a mediados de los años ‘70. El número de países donde los asalariados urbanos constituyen porcentajes de la población superiores al 60% se ha multiplicado de la segunda guerra mundial a hoy. Si bien es cierto que desde la crisis de mediados de los ‘70 en los países imperialistas existe una tendencia marginal a la disminución del peso del proletariado industrial como porcentaje del conjunto de los asalariados, esto no es así en los países semi-industrializados, donde globalmente la concentración del trabajo industrial ha continuado en aumento. En los países de desarrollo burgués retrasado, las condiciones para que el proletariado se transforme en caudillo de todas las clases explotadas y oprimidas, en el sentido en que los proletarios urbanos rusos lo fueron en 1917 sobre una población de ciento cincuenta millones de habitantes conformada por una mayoría aplastante de campesinos, son infinitamente más favorables que en aquellas circunstancias. Por su parte, el peso social adquirido por el proletariado de los servicios y el transporte, lejos de debilitar la lucha proletaria (como querían creer los ideólogos burgueses) se ha mostrado con una singular potencialidad estratégica para golpear al capital: luego que la huelga de los servicios de noviembre-diciembre de 1995 en Francia paralizara parte importante de la producción por falta de insumos, los camioneros de ese país realizaron dos huelgas con bloqueos de caminos que paralizaron los transportes de toda Francia y generaron desabastecimiento en varias ciudades; en EE.UU. la huelga de UPS afectó y causó pérdidas millonarias a empresas que dependían de sus servicios; los bancarios coreanos amenazan desatar una hecatombe financiera si son despedidos.

La tendencia a grandes acciones políticas de masas, en particular las huelgas generales, que hemos visto en varios países desde fines de 1995, han desmentido rotundamente a aquellos que afirmaban que la segmentación y fragmentación del proletariado se había vuelto un obstáculo insalvable para la lucha de clases. No ha habido continente que no se haya visto sacudido por huelgas generales, grandes paros y acciones políticas de masas: de las recurrentes huelgas coreanas y el levantamiento de las masas en Indonesia a las huelgas francesas, alemanas, griegas y danesas -entre las más importantes- que han recorrido Europa; de la huelga general ecuatoriana que volteó al gobierno de Bucaram, las huelgas generales (agosto y septiembre de 1996) y los levantamientos de desocupados (1997) en Argentina a la recuperación del proletariado norteamericano (UPS, General Motors, etc.); de la gran huelga de los dockers australianos hasta las huelgas generales en Zimbwawe.

Viéndose ahora impedidos de ocultar la acción proletaria, ahora se intenta negar su potencial revolucionario. Vuelven a oirse las teorías sobre el supuesto “aburguesamiento” de la clase obrera de los que buscan reemplazar al proletariado por “los excluídos” en general, es decir, un retroceso a los teorizaciones previas al Manifiesto Comunista, cuando Marx señaló que, habiendo otras clases y estratos oprimidos y explotados por el capital, por su papel en la producción, por concentrarse en grandes establecimientos, por tender a la acción colectiva, por no tener que perden “más que sus cadenas”, la clase obrera era “la única clase verdaderamente revolucionaria”. De más está decir que estos argumentos “novedosos” no son otra cosa que una adecuación de los que se repetían antes de 1968, cuando la radicalización obrera tanto en los países imperialistas como en las semicolonias y el los estados obreros deformados barrió con todas ellos. Si en esos años estos argumentos eran falsos mucho más hoy, cuando la propia ofensiva capitalista, que por un lado fragmenta, por otro desarrolla las tendencias al frente único obrero que hemos visto multiplicarse en el último período. Más allá de los ritmos, las condiciones que impone la crisis son germen seguro de una nueva oleada de radicalización obrera en los próximos años.

La tarea estratégica del actual período

Más allá de lo tortuoso que hoy -cuando todavía no prima la radicalización de las masas obreras o de amplias capas de vanguardia- resulte cada paso, tenemos una enorme confianza estratégica. Si Trotsky, cuando se enfrentaba antes de la guerra, en condiciones de reinado del stalinismo y el fascismo, a un desafío similar al que nos toca vivir hoy, depositaba enorme confianza en el potencial de la Cuarta Internacional diciendo, con total convencimiento, que “las leyes de la historia son más fuertes que cualquier aparato burocrático”, ¿cómo no “multiplicar nuestros esfuerzos revolucionarios” para reagrupar revolucionariamente a la vanguardia proletaria mundial dando pasos para reconstruir la Cuarta Internacional luego que hemos visto el hundimiento del aparato stalinista mundial, que es lo que tenemos planteado en los próximos y convulsivos años? En esta tarea, para poner a tono la “madurez” de las condiciones objetivas con la “inmadurez” del proletariado y su vanguardia (desconcierto y desánimo de la vieja generación, inexperiencia de las nuevas camadas que entran a la lucha), es necesario adecuar la perspectiva de nuestro programa transicional para la actual etapa, para ayudar a las masas, en el proceso de la lucha cotidiana, a encontrar el puente entre sus reivindicaciones actuales y el programa socialista de la revolución proletaria. Es decir, levantar un sistema de reivindicaciones transitorias, que partiendo de las condiciones actuales y de la actual conciencia de amplias capas de la clase obrera conduzcan invariablemente a un solo resultado final: la conquista del poder por el proletariado. Es decir, un programa que permita al proletariado conquistar su independencia de clase contra la subordinación a la burguesía que imponen las corrientes reformistas y centristas. En esto consiste la tarea estratégica del actual período.

CAPITULO 2

LAS TAREAS Y LA ESTRATEGIA DEL PROLETARIADO ANTE LA ACTUAL CRISIS

Frente a la “tercera vía” o a las variantes de “keynesianismo light” que ya comienzan a oirse; frente al tibio reformismo de los PC´s reciclados; frente a la adaptación de los centristas a las direcciones traidoras nosotros sostenemos que ante la crisis, más que nunca, la única salida progresiva puede venir de la unidad de las filas de la clase obrera mundial para liquidar mediante revoluciones proletarias el poder de los estados capitalistas, instaurar dictaduras del proletariado y comenzar la construcción del socialismo.

Más allá de los distintos ritmos con que la crisis se manifiesta en la distintas regiones del planeta; son los trabajadores, los campesinos y el pueblo pobre de la ciudad y el campo, tanto de las semicolonias, de los estados obreros en descomposición como de los países imperialistas los que están siendo o van a ser golpeados por la crisis. Para desarrollar la movilización revolucionaria de las masas en los distintos países es necesario levantar un programa a la altura de los ataques que ya están lanzando los capitalistas. Las bases del mismo se encuentran en el programa fundacional de la Cuarta Internacional, el Programa de Transición.

El papel de las demandas mínimas

Este programa no deja de lado las consignas “mínimas”, las reivindicaciones inmediatas de las masas, en la medida que estas mantengan al menos parte de su fuerza vital. En tal sentido mantiene plena vigencia lo que sosteníamos a comienzos de año: “La crisis actual obligará al capital a liquidar las mínimas concesiones que se vio obligado a hacer y a avanzar más aún sobre las condiciones de vida del proletariado. La nueva oleada de despidos, la rebaja del salario, el ataque a los sectores más explotados del proletariado como los inmigrantes y los contratados, los intentos ‘flexibilizadores’, se vuelven a la orden del día. Lo mismo sobre los derechos democráticos de los trabajadores que se verán cuestionados a medida que avance el ataque actual. Ante la actual situación las consignas de ¡Trabajo para todos! ¡No a los despidos! ¡Pase a planta permanente de todos los contratados! ¡Abajo la flexibilización laboral!, así como la defensa de los derechos democráticos de los trabajadores adquieren toda su vialidad frente a la ofrensiva de los capitalistas. Son consignas motoras que pueden desatar la movilización revolucionaria de los trabajadores.”

El reparto de las horas de trabajo entre ocupados y desocupados, la respuesta proletaria al desempleo de masas

Junto a las decenas de distintas reivindicaciones particulares que deben levantarse según las distintas circunstancias concretas regionales, nacionales, locales o sindicales, dos calamidades económicas, en las que se resume la irracionalidad creciente del sistema capitalista, el desempleo de masas y la baja del nivel de vida de las masas trabajadoras, exigen consignas y métodos de lucha generalizados. Si un enorme sector de trabajadores ya ha caído bajo el yugo del “desempleo crónico” en las últimas décadas, la crisis plantea el aumento de este destino a millones de nuevos trabajadores. En el sudeste asiático los índices de desempleo han pasado del 6 al 20%. En Latinoamérica las perspectivas son también escalofriantes, máxime tomando en cuenta que los efectos de la crisis actual serán mucho mayores que los de la crisis de fines del ‘94, el llamado “efecto tequila”, que duplicó los índices de desempleo en Argentina (del 9 al 18%), México (dos millones de nuevos desempleados) y Brasil. Incluso países como Japón, que se habían mantenido relativamente a salvo del mismo, están viendo el rápido crecimiento de su ejército de desempleados. En los últimos años las luchas de los desempleados habían venido cobrando fuerza. En amplios sectores de las masas, particularmente en Europa, se venía haciendo fuerte la idea de que el desempleo podía atacarse repartiendo el tiempo de trabajo entre ocupados y desocupados sin pérdida de salario. Esta perspectiva cobra hoy mucho mayor fuerza aún. Pero es lo opuesto a lo que plantean las burocracias sindicales que han transformado el reclamo del recorte de la semana laboral en un instrumento de la patronal contra el salario y a favor de la precarización. ¡Plan de obras públicas y reparto de las horas de trabajo entre ocupados y desocupados con un salario equivalente a la canasta familiar! Esta y no otra debe ser la bandera de lucha del proletariado frente al flagelo del desempleo en los distintos países.

Sindicatos y comités de fábrica

Para enfrentar el ataque capitalista es una necesidad imperiosa desarrollar organizaciones de masas para luchar por las reivindicaciones obreras. En relación a esto los señalamientos del Programa de Transición cobran toda actualidad.

Contra los ultraizquierdistas los trotskistas sostenemos la necesidad de “jugar un papel activo en los sindicatos de masa, para fortalecerlos y elevar su combatividad”, incluyendo la demanda de organizar en los mismos a los sectores más explotados de la clase como los inmigrantes y los desocupados; mientras luchamos “inflexiblemente contra toda tentativa de subordinar los sindicatos al Estado burgués y de atar al proletariado con el ‘arbitraje obligatorio’ o cualquier otra modalidad de custodia policíaca”; implicando esto luchar por direcciones y fracciones revolucionarias en los sindicatos, y porque estos sean independientes del estado y los partidos patronales. El crecimiento en el control estatal de las organizaciones sindicales, a partir del salto pegado en los 80 en la adaptación completa de amplísimos sectores de las burocracias sindicales a los parámetros impuestos por los planes patronales (con el desarrollo de burocracias “empresarias” en varios países), ha llevado a la superestructuralización de las organizaciones sindicales y a su transformación en verdaderas máquinas de guerra del capital contra el trabajo. Así en varios países han disminuído los índices de afiliación sindical y retrocedido la conciencia sindical del proletariado. Con su entrega completa a la patronal, la burocracia sindical ha jugado un rol análogo en el desprestigio de los sindicatos al de la burocracia stalinista en el desprestigio de la causa del socialismo.

Sin embargo, el incremento de la actividad obrera de los últimos tres años ha mostrado lo completamente errado de las concepciones que daban por muertos a los sindicatos o que niegan la importancia que debe tener la actividad revolucionaria en los mismos. Muchos sindicatos han recuperado parte de sus fuerzas al calor de las luchas de masas en las que los trabajadores han obligado a las burocracias dirigentes a dejar sus cómodos sillones por la lucha en las calles y los piquetes de huelgas. Esto lo hemos visto tanto en las huelgas en los EE.UU. como en Alemania, donde la IG Metal incrementó en forma considerable después de años el número de sus afiliados. En países como Francia se han formado nuevas organizaciones como los sindicatos SUD, que agrupan a parte del activismo más combativo aunque dentro de una orientación general muy reformista. También es lo que ha ocurrido en países con burocracias menos consolidadas como Corea del Sur, donde mientras la burguesía se esmera en subordinarlos completamente al estado, la base obrera ha venido desafiando y destituyendo a las distintas direcciones que se acomodan a los dictados de la patronal. En Indonesia, luego de una actividad casi inexistente por fuera de las organizaciones adictas a Suharto, estamos viendo un período de desarrollo acelerado del movimiento sindical. ¡Abajo las burocracias sindicales traidoras, lugartenientes del capital en el seno del movimiento obrero! ¡Independencia de los sindicatos del estado y los partidos patronales! ¡Plenos derechos sindicales a los inmigrantes y los desocupados!: estos son los ejes de nuestra intervención para forjar fracciones revolucionarias en los mismos.

A su vez, condenamos resueltamente el fetichismo sindical, tan característico de la mayoría del centrismo “trotskista” que acostumbra convivir pacíficamente con burócratas traidores de la peor calaña. Los trotskistas a cada paso del combate no sólo estamos por promover audaz y resueltamente en los momentos críticos a dirigentes combativos en lugar de los funcionarios burocráticos y arribistas en el seno de los sindicatos sino por “crear en todos los casos posibles organizaciones de combate independientes que se adapten más estrechamente a las tareas de la lucha de masas contra la sociedad burguesa, no titubeando si es preciso, ni siquiera ante la ruptura abierta contra los aparatos conservadores de los sindicatos”. En las recientes hemos visto tendencias a la conformación de estos organismos en Albania, entre los desocupados jujeños en Argentina y en Indonesia.

Frente a la división que la burocracia sindical impone a las filas obreras, aceptando la tercerización y el empleo precario, apoyando las campañas antiinmigrante de las distintas burguesías, dejando a los desocupados librados a su suerte, es necesario impulsar audazmente organizaciones ad hoc que abarquen a las masas más oprimidas que sólo se ven arrastrada a la lucha en períodos de auge excepcional del movimiento obrero: comités de huelga, comités de desocupados, comités de fábrica, y, finalmente, soviets.

En particular la actual situación, de intervención febril y explosiva del movimiento obrero a la vez que de división de sus filas, los trotskistas luchamos audazmente por poner en pie comités de fábrica o establecimiento, que elegido por todos los trabajadores supere las divisiones impuestas por la flexibilización y la tercerización y se transforme en un verdadero doble poder en el lugar de trabajo, política de la cual la burocracia sindical es enemiga irreconciliable.

La lucha por el control obrero y la abolición del secreto comercial

Frente a toda la alharaca de los tecnócratas de la burguesía que después de haber propagado la bondad del libre flujo del capital financiero por doquier -al punto de hacer circular por el mundo una cantidad de dinero por día equivalente a lo que se produce en un año-, ahora se asustan y bregan por “controles limitados” al capital especulativo; frente a las lágrimas de cocodrilos de los que ahora temen por los efectos de las medidas de “ajuste” del FMI y el Banco Mundial; o a los reformistas que creen que es posible frenar la acción del capital financiero concentrado “creando una ONG para impulsar la tasa Tobin”; es preciso terminar con el secreto comercial que permite a los capitalistas hacer negociados de todo tipo sin control alguno, es decir, el robo y el fraude contra los trabajadores y la sociedad toda, hundiendo de un día para otro países enteros y enviando miles de trabajadores al desempleo apenas en segundos.

La única medida seria ante esto es imponer la abolición del secreto comercial y el control obrero de la banca, la industria y los transportes, que demostrará a todos los miembros de la sociedad, poniendo en claro el “debe y el haber” de la sociedad, el desorbitado derroche de trabajo humano que resulta de la anarquía capitalista y de la pura y simple persecución del lucro. Sobre la base de la experiencia del control obrero la clase trabajadora se preparará para la administración directa de la industria nacionalizada cuando llegue el momento.

Esto no significa ceder a los lloriqueos de algún capitalista particular que resultando víctima de su propio régimen da a publicidad sus pérdidas buscando justificar los despidos o el cierre. De lo que estamos hablando es de poner a la luz de toda la sociedad los libros de cuentas de todos los explotadores en su conjunto. Los trabajadores no pueden ni deben ajustar el nivel de sus condiciones de vida a las necesidades de cada capitalista individual. Como señala Trotsky, “la tarea consiste en reorganizar todo el sistema de producción y distribución sobre una base más digna y operativa. Así como la abolición de los secretos empresariales es una condición necesaria para el control obrero, el control es el primer paso en el camino de la conducción socialista de la economía.”

Expropiación de los grandes grupos capitalistas

Cuando cada ocasión lo permita debemos levantar la reivindicación de la expropiación de distintas ramas industriales clave, vitales para la existencia nacional, o del sector más parasitario de la burguesía. En el mismo sentido está planteado luchar por nacionalizar sin pago bajo control obrero a las empresas que cierran o despidan; y terminar con el gran negociado que han implicado las privatizaciones de empresas estatales realizadas en numerosos países, en particular los servicios públicos de naciones semicoloniales, exigiendo la renacionalización sin pago y bajo control obrero de estas empresas.

En particular puede cobrar gran importancia la agitación por la expropiación de los grandes monopolios, los “señores de la economía” extranjeros o “autóctonos” que manejan la economía de cada país. Levantar audazmente estas reivindicaciones juega el papel inestimable de ir preparando al proletariado para resolver el problema de la expropiación completa de la burguesía cuando el levantamiento generalizado del proletariado lo ponga a la orden del día.

Expropiación de la banca privada y estatización bajo control obrero del sistema de crédito

Ya Lenín había señalado como la fase imperialista del capitalismo, la del dominio del capital financiero, implicaba que los bancos pasaban a concentrar en sus manos el dominio real de la economía. Hoy su poder se encuentra acrecentado, los negocios ligados a deudas que generan nuevas deudas implican miles de millones de dólares que los distintos estados sacan de los bolsillos de los trabajadores para entregar a los de los usureros internacionales. A su vez los negocios bancarios se han extendido enormemente abarcando directamente a millones.

En su estructura los bancos expresan de forma concentrada la estructura completa del capital moderno: combinan tendencias de monopolio con tendencias de anarquía. En el Programa de Transición se señala: “Es imposible dar un solo paso serio en la lucha contra el despotismo monopolista y la anarquía capitalista -que se complementan en su labor destructora- si los puestos dirigentes de los bancos se dejan en manos de capitalistas rapaces. Para crear un sistema unificado de inversiones y créditos, a la vez que un plan racional que corresponda a los intereses de todo el pueblo, es necesario fusionar todos los bancos en una sola institución nacional. Sólo la expropiación de la banca privada y la concentración de todo el sistema de crédito en manos del Estado proporcionará a este último los medios necesarios reales, es decir, materiales -y no sólo papelescos y burocráticos-, para la planificación económica.

La expropiación de los bancos no implica de ningún modo la expropiación de las cuentas bancarias. Por el contrario, el banco estatal único podrá crear condiciones mucho más favorables para los pequeños depositantes que los bancos privados. De la misma forma, sólo el banco estatal puede establecer condiciones de crédito favorables, es decir, baratas, para los campesinos, artesanos y pequeños comerciantes. Todavía mayor importancia tiene, sin embargo, el hecho de que la economía en su conjunto -ante todo y sobre todo la industria a gran escala y los transportes-, dirigida por un estado mayor financiero único, se ponga al servicio de los intereses vitales de los obreros y todos los demás trabajadores. Sin embargo la estatización de los bancos sólo producirá estos resultados favorables si el poder estatal mismo pasa por completo de manos de los explotadores a manos de los trabajadores.” Conforme a la internacionalización y concentración de la banca, estas afirmaciones ven hoy multiplicada su actualidad.

Piquetes de huelga; grupos de autodefensa; milicias obreras

Cada lucha seria del proletariado se enfrenta con la represión de la burguesía, ya sea de sus fuerzas represivas “oficiales” o de otras reclutadas a tal fin. Del terrorismo de estado a la organización de escuadrones de la muerte, la clase obrera y los oprimidos han sufrido la represión burguesa en sus más amplias y sanguinarias formas. Mientras los reformistas inculcan sistemáticamente en la mente de los trabajadores todo tipo de prejuicios pacifistas, la burguesía se encuentra armada hasta los dientes y los trabajadores inermes frente a ella. Con el desarrollo de la crisis es posible esperar que lo que hoy son movimientos y acciones más o menos marginales de la extrema derecha tiendan a multiplicarse. En Alemania los neonazis han realizado uno y otro ataque salvaje contra los inmigrantes. En EE.UU. las milicias son el embrión de bandas fascistas contra los negros y los inmigrantes. En América Latina los latifundistas tienen verdaderos ejércitos privados que realizan, en complicidad con las fuerzas policiales, asesinatos periódicos de los campesinos, como ocurre con los “sin tierra” en Brasil, en Bolivia, en Paraguay, en Colombia.

Para enfrentar la represión de los estados capitalistas y los ataques de las bandas represivas, la clase trabajadora debe responder partiendo de organizar la autodefensa obrera en cada lucha. Para ello la conformación de piquetes de huelga deben ser el punto de partida. Cada huelga y cada manifestación deben ser ocasión para propagar la necesidad de crear grupos obreros de autodefensa. En perspectiva se debe plantear la consigna de milicia obrera como única garantía seria de la inviolabidad de las organizaciones obreras.

El armamento del proletariado no es un problema esencialmente técnico sino político. Como mostró el levantamiento de las masas albanesas en febrero de 1997, cuando el proletariado lo quiera, encontrará la vía y los medios para armarse.

Alianza obrera, campesina y popular

En la revolución permanente Trotsky planteaba que la alianza revolucionaria de los obreros y campesinos sólo era posible si el proletariado combatía resueltamente la influencia de la burguesía liberal sobre las masas campesinas. Los levantamientos campesinos en América Latina de los últimos años, como los levantamientos actuales en Indonesia, han puesto esta cuestión nuevamente a la orden del día. Los direcciones de los movimientos campesinos han llevado a las masas campesinas detrás del carro de las burguesías “opositoras”, como ha ocurrido con el EZLN llamando a confiar en el PRD de Cárdenas en México o con el MST brasileño apoyando al frente Lula-Brizola en Brasil. Las corrientes centristas que hablan en nombre del trotskismo, a su vez, se adaptan a estas direcciones campesinas liquidando la necesaria independencia del partido proletario de las mismas. Es decir, han cedido por completo a las concepciones populista que diluyen el papel necesariamente dirigente del proletariado en la lucha anticapitalista. Esto no implica subestimación alguna del papel revolucionario que puede jugar la lucha por la tierra u otras demandas sentidas por los campesinos o las capas bajas de la pequeñoburguesía urbana.

Para el proletariado es una cuestión de vida o muerte en la lucha contra la burguesía encontrar aliados tanto entre el campesinado como entre los sectores bajos de la pequeño burguesía urbana y los miserables de las ciudades. Para lograrlo el proletariado, actuando como fuerza políticamente independiente, debe levantar un programa que permita realizar un “pacto” especial con tales de clase de manera que la lucha común contra la burguesía tome en cuenta sus aspiraciones.

Las demandas democrático-radicales

Para lograr este “pacto” juega un papel central que la clase obrera levante no sólo las demandas democrático-estructurales sino también, en ciertas ocasiones, las de la democracia radical. Las ilusiones de la pequeñoburguesía y de amplios sectores del proletariado en la fuerza del voto y en la “democracia” no pueden simplemente obviarse sino que deben superarse en la movilización. El desarrollo de la crisis planteará un fortalecimiento de las tendencias bonapartistas de los regímenes burgueses. Los trotskistas, que luchamos por la destrucción revolucionaria del estado burgués para reemplazarlo por el ejercicio del poder por parte de consejos de obreros basados en el armamento de los trabajadores, acompañamos toda lucha progresiva contra el recorte de las libertades democráticas de los trabajadores y contra las instituciones reaccionarias del estado burgués. Medidas tales como la supresión de la figura presidencial y de las cámaras de senadores y su reemplazo por una cámara única formada por diputados que sean revocables y que ganen lo mismo que un obrero medio son consignas que en ciertas ocasiones pueden ser motoras de la movilización revolucionaria de las masas y evitar que las ilusiones democráticas de las masas sean utilizadas por la burguesía para frenar la dinámica revolucionaria. Pero estas consignas no pueden jugar más que un rol episódico en el desarrollo de la revolución proletaria. Por eso, si es criminal no levantar las demandas de la democracia radical lo es en la misma forma licuar la perspectiva del poder obrero detrás de una meramente democrática. Eso sería usar las consignas de la democracia para ponerle “una soga al cuello a la revolución” como señalaba Trotsky sobre la política stalinista en España y como repiten ante cada proceso revolucionario de cierta envergadura -tal como ocurre con la política del PRD en Indonesia. No olvidemos que la burguesía ha realizado sus peores crímenes contra el proletariado con la excusa de la “defensa de la democracia”.

La defensa del derecho a la autodeterminación nacional

El “problema nacional” se ha mostrado a fines del siglo XX de tanta importancia política como a comienzos del mismo. Vascos y kurdos, irlandeses del norte y kosovares, los pueblos indígenas latinoamericanos y los negros en los Estados Unidos: todos ellos dan cuenta de un mosaico de pueblos que enfrentan con distintas reivindicaciones (de la autonomía cultural a la independencia) alguna forma de opresión nacional. La clase trabajadora defiende el derecho de toda nación a su autodeterminación, incluso a la secesión si así lo desea. En las guerras entre naciones opresoras y oprimidas no somos neutrales: tomamos partido por los oprimidos, como fue el caso de los bosnios que defendían la multietnicidad de su territorio contra la partición del mismo bajo líneas étnicas propugnada por los gobiernos gran serbio y gran croata, o entre los vascos y el estado imperialista español. Pero a la vez planteamos abiertamente que en la época del imperialismo la resolución del problema nacional está indisolublemente ligada a la lucha por la dictadura del proletariado. Si para los trabajadores de la nación oprimida la independencia o la autonomía significa sacarse de encima a los opresores, para sus burguesías esto no es más que tener las manos libres para entregarse más rápido que tarde a algún amo imperialista. Por eso luchamos porque sea la clase obrera la que tome la dirección de la lucha nacional. Para que esto sea así tiene un papel central el proletariado de las naciones opresoras, como es el caso de los trabajadores serbios actualmente en el Kosovo, los rusos en el caso de Chechenia o los ingleses en el caso de Irlanda del Norte.

Los consejos obreros o soviets y la lucha por la dictadura del proletariado

Las acciones de masas de los últimos años no han dado más que muy episódica y embrionariamente organismos de autodeterminación de las masas en lucha, como fueron las asambleas populares y las coordinadores de piquetes de los desocupados argentinos que surgieron entre principios y mediados de 1997.

Durante el reinado del stalinismo su control burocrático del movimiento obrero tendía a hacer más dificultoso el surgimiento de experiencias de tipo soviético. No casualmente las principales manifestaciones de las mismas durante Yalta ocurrieron en procesos de revolución política (Hungría 1956, Polonia 1980-81), dónde el stalinismo tenía poco peso (Bolivia 1952) o donde las masas se escapaban de su control (cordones industriales chilenos en 1973).

Si la crisis actual genera movimientos de resistencia generalizada de las masas las tendencias a la autoorganización de las masas en lucha se verán recreadas. Los consejos obreros o soviets son los organismos que mejor pueden armonizar las distintas reivindicaciones y formas de lucha aunque sólo sea en los límites de una sola ciudad. De su desarrollo son enemigas mortales todas las direcciones reformistas y burocráticas, que ven como se les escapa el control de los trabajadores cada vez que estos tienden a su autodeterminación.

Los soviets sólo pueden surgir generalizadamente cuando el movimiento de masas entra en una etapa abiertamente revolucionaria. Su surgimiento implica el establecimiento de un verdadero doble poder entre los órganos del estado burgués y el soviet, en los que se expresan dos regímenes irreconciliables, el burgués y el proletario. Con el triunfo de uno u otro se define el destino de la sociedad: hacia la dictadura del capital o hacia la dictadura del proletariado y la reconstrucción socialista de la sociedad.

El conjunto del programa de transición se basa en la estrategia de la lucha revolucionaria por el poder obrero, por la conquista del poder y la implantación de la dictadura del proletariado basada en los organismos de autodeterminación de los trabajadores, como paso indispensable en la derrota del sistema capitalista mundial. Sólo el proletariado puede arrancar de las manos de las rapaces camarillas burguesas e imperialistas el poder del estado y el dominio de la economía. Sólo sobre las bases del poder de consejos obreros y de las masas pobres de la ciudad y el campo, sostenidos en el armamento generalizado de la población trabajadora, a través de la organización de milicias obreras, podrá establecerse la planificación racional y democrática de la economía tanto a nivel nacional, como regional y “global”, liquidando la anarquía de la producción capitalista.

El internacionalismo proletario

La creciente internacionalización de la economía hace imperioso que la clase obrera responda internacionalmente a la ofensiva capitalista. Mientras ante la crisis la burguesía mundial está de acuerdo en que sean las masas las que paguen las consecuencias, cada burguesía particular intenta ganar posiciones para fortalecerse frente a sus competidores. La clase trabajadora no debe ceder al chantaje que en nombre de la “unidad nacional” y la “defensa de la producción nacional” empiezan a plantear ya distintas burguesías para convencer a los trabajadores de bajar aún más su deteriorado nivel de vida y frenar la lucha de clases. Para evitar que este chantaje rinda efecto es necesario coordinar regional y mundialmente la respuesta obrera ante el ataque capitalista. Debe escucharse fuerte el grito de guerra lanzado por Marx: “Proletarios de todos los países, uníos”.

Las tareas del proletariado de los países imperialistas

El proletariado no se ve enfrentado frente a las mismas tareas en todos los países. La unidad de la clase obrera mundial no puede lograrse pregonando un internacionalismo abstracto sino definiendo claramente las tareas que tiene el proletariado en las distintas regiones del planeta. Esquemáticamente el proletariado tiene ante sí tareas particulares en los países imperialistas, en los países semicolonianales y en los estados obreros en descomposición. Estas tareas constituyen de manera interdependiente las que tiene planteada la revolución socialista internacional. En los países imperialistas el proletariado tiene planteado luchar no sólo contra los ataques directos que recibe de sus gobiernos sino contra el reforzamiento de los golpes dados por los gobiernos imperialistas contra los trabajadores y los pueblos de las naciones semicoloniales. Contra el chovinismo pregonado por los partidos xenófobos y racistas y el racismo de Estado característico de los más “democráticos” estados imperialistas, que se va a multiplicar con el desarrollo de la crisis, la defensa de los trabajadores inmigrantes, el reclamo de la inmediata legalización de todos elllos, es tarea fundamental. Es preciso estar en la primera línea contra las intervenciones imperialistas, ya sea directas o encubiertas bajo el barniz “humanitario” o del “combate al narcotráfico”, contra los envíos de tropas de la ONU o la OTAN (países del cuerno de Africa, Balcanes, etc.), los bloqueos (Cuba, Libia, Irak), las sanciones, y los bombardeos (Irak, Sudán, Afganistán) a los que cada vez con mayor frecuencia recurren las fuerzas imperialistas. Los monopolios transnacionales que exprimen el sudor de los trabajadores a lo largo y ancho del planeta están queriendo imponer un verdadero estatuto del coloniaje para garantizar sus ganancias, el Acuerdo Multilateral de Inversiones (AMI), de la mano de los gobiernos imperialistas de EE.UU. y la UE. Hay que oponerse con la mayor firmeza a los mismos. En el mismo sentido la crisis actual está montada sobre una montaña de deudas con las cuáles los bancos imperialistas realizan una operación de usura de magnitudes inauditas sobre las naciones semicoloniales. La lucha por la condonación de las deudas del tercer mundo es una reivindicación fundamental para lograr la unidad entre los trabajadores de los países imperialistas y de las semicolonias contra su común enemigo imperialista.En Europa esta política implica la denuncia implacable de los gobiernos encabezados por la socialdemocracia, que intentan desviar las luchas obreras y populares, gobiernos socialimperialistas que tienen como fin amortiguar las crisis de los regímenes reaccionarios y evitar la radicalización de franjas de las masas. Estos gobiernos se apoyan para aplicar su pérfida política contrarevolucionaria en lasilusiones que aún despiertan en amplios sectores del movimiento obrero con el cual -aunque debilitados por el giro derechista de los años previos y por su transformación creciente en meros aparatos electorales- conservan ciertos vínculos orgánicos. Esta política de denuncia implacable y cotidiana de estos gobiernos enemigos del movimiento de masas debe complemetarse con una política de exigencia frente a la demagogia o las concesiones reformistas que estos gobiernos se vean obligados a hacer, con el objeto de movilizar a las masas y que estas completen se experiencia con ellos. Como perspectiva estos gobiernos tienen cada vez menos margen, como expresa, aunque aún no en toda su magnitud, tanto la caída del gobierno del Olivo como la votación más a izquierda de lo esperado en las elecciones alemanas, que imposibilitó la política de gobierno de “gran coalición SPD-CDU” por la que venía bregando la gran burguesía alemana. Si la crisis golpea fuerte en Europa la política antiobrera de los reformistas es el principal elemento favorable para el fortalecimiento los partidos xenófobos y racistas como el Frente Nacional francés o los neonazis alemanes, que jugarán un papel contrarrevolucionario más activo si se aceleran los tiempos de la lucha de clases.

Las tareas del proletariado en los países semicoloniales

Pese al gran incremento en las últimas décadas de la cantidad de países con industrialización media que produjo un gran crecimiento de los batallones del proletariado en los países semicoloniales, la lucha por la revolución agraria, como hemos visto en particular en Latinoamérica, pero que es extensible a la gran mayoría de países de Africa y Asia, y por derribar el yugo imperialista son dos tareas centrales de la revolución en dichos países. Sólo tomando tales demandas, combinadas con otras de tipo democrático-revolucionarias podrá el proletariado sacar a los campesinos de la influencia de la burguesía “nacional”, desarrollar los soviets y lograr la conquista del poder, según la tendencia general que ha mostrado el desarrollo revolucionario en tales países en todo el siglo XX, y condensadas en la formulación de Trotsky de la revolución permanente. Actualmente este problema es de vida o muerte en países como Indonesia, donde el desarrollo de un proceso revolucionario que combina una revolución democrática, antimperialista y agraria se encuentra bloqueado por la acción de las direcciones burguesas opositoras gracias a la acción de los stalinistas del PRD que lejos de plantear la perspectiva del poder obrero y campesino están conspirando por el entierro del proceso revolucionario tras la mascarada de la “democracia burguesa”. Lo mismo podemos decir en países como Colombia, donde la guerrilla de las FARC, después de varias décadas de combate en el campo y controlando varias áreas del país, está en avanzadas negociaciones con el gobierno conservador de Pastrana para integrarse al régimen burgués de la misma forma en que lo hicieron anteriormente los sandinistas, el FMLN salvadoreño y la URNG guatemalteca.

La revolución política y social en los estados obreros en descomposición

El estallido abierto de la crisis en Rusia en agosto último ha puesto al desnudo la imposibilidad de restauración “pacífica” del capitalismo en dicho país. Si bien el aborto de las revoluciones de 1989-91 dio lugar a la instalación de gobiernos burgueses en los países surgidos de la ex URSS y Europa del Este y al desarrollo de una clase de nuevos ricos proveniente mayoritariamente de sectores de la vieja burocracia, un nuevo régimen social capitalista no ha logrado consolidarse. Quedan aún batallas decisivas por librarse para que en estos países se estabilicen relaciones burguesas de producción. A estos estados los hemos denominado “estados obreros en descomposición”. En ellos el proletariado tiene planteado realizar una revolución que combina aspectos de la “revolución política” y la “revolución social”, es decir que defiende los aspectos que aún quedan de las relaciones de producción no capitalistas mientras ataca los avances del proceso restauracionista (abolición de la nacionalización del comercio exterior y la banca, desarrollo de la propiedad privada en importantes sectores de la industria y el agro, etc.). ¡Abajo los nuevos ricos y los burócratas! ¡Confiscación de todas las empresas privatizadas y puesta a funcionar bajo control obrero!, son parte de los ejes que encabezan nuestro programa.

Un programa similar está planteado levantar en los países donde los regímenes de partido estado no fueron liquidados siendo ellos los que comandan directamente el proceso de restauración capitalista, como en China, Vietnam y Cuba. En este último país cobra importancia decisiva en nuestro programa la combinación de la defensa incondicional de Cuba ante la agresión imperialista con la lucha contra el régimen burocrático encabezado por Fidel Castro, que mientras abre la economía de la isla de par en par al capital imperialista y da libertades a la Iglesia (vanguardia de la contrarrevolución) reprime la más mínima acción independiente de las masas obreras y campesinas.

La lucha por la independencia de clase en el camino a la dictadura del proletariado

Los lineamientos programáticos que hemos planteado marcan una perspectiva para la intervención revolucionaria en los años que vienen. Sin embargo, ellos se transformarán en un “alma sin cuerpo” si no se fortalece y desarrolla el partido que luche por ellos. Este sólo podrá surgir en combate implacable contra las direcciones reformistas, enemigas todas ellas de que se desarrolle la acción revolucionaria de las masas, y contra los centristas que se adaptan a las mismas. El contenido de esta lucha está dado por la doble tarea de desarrollar la independencia de clase del proletariado frente a la burguesía, y de que la clase obrera imponga a su vez su hegemonía sobre el resto de las clases explotadas y oprimidas en la sociedad capitalista. Independencia de clase que, en un sentido amplio, significa todo movimiento de lucha y organización de la clase obrera que tienda a superar los límites del régimen burgués y de las direcciones reformistas (desde luchas parciales hasta el surgimiento de organismos de doble poder) fortaleciendo la conciencia de sus intereses históricos, es decir, la liquidación del sistema capitalista imperialista mundial mediante la revolución proletaria y la dictadura del proletariado.

Esta pelea hoy sólo puede darse enfrentando sin cuartel la política de colaboración contrarrevolucionaria de socialdemócratas y neo-stalinistas, llamados hoy a jugar un rol de administradores de los negocios imperialistas en Europa.

La independencia de clase por la que luchamos es lo opuesto de la política de llamado permanente a formar “Partidos de Trabajadores” en todo tiempo y lugar que impulsan la mayoría de las corrientes centristas, que transforman una táctica circunstancial en estrategia permanente. Así abandonan la lucha por el partido revolucionario y por la dictadura del proletariado. Estos PTs lejos de ser “pasos hacia la independencia de clase” son postulados como nuevas mediaciones reformistas que los revolucionarios debemos enfrentar. Esto no implica que los marxistas revolucionarios debamos en ciertas circunstancias plantear la moción de un Partido de Trabajadores, como vía transitoria hacia el desarrollo del partido revolucionario.

Por un Comité de Enlace por la reconstrucción de la IV Internacional y sus secciones nacionales

Con este programa, que es una respuesta ineludible que la Fracción Trotskista-Estrategia Internacional debe dar ante la actual crisis, intentamos que nuestra militancia cuente con el programa más serio y profunfo posible, no sólo para unificar a nuestras filas sino para avanzar con todas aquellas corrientes y compañeros con los que hayamos sacado lecciones revolucionarias de acontecimientos claves de la lucha de clase internacional y de los distintos países. Reafirmamos en este sentido el método con el que realizamos el documento “Lecciones programáticas y estratégicas para avanzar en la reconstrucción de la IV Internacional” como forma de buscar la confluencia con sectores que se orienten hacia el marxismo revolucionario, ya sean desprendimientos de las corrientes “trotskistas” o que, no proveniendo del trotskismo se orienten en el sentido de su estrategia y programa. Es decir, con aquellos que estén recorriendo el mismo tortuoso camino que nosotros en la búsqueda de la continuidad con el marxismo clásico. En tal sentido este programa está al servicio de impulsar la lucha por poner en pie un Comité de Enlace por la Reconstrucción de la IV Internacional, que desde nuestro punto de vista es la forma preparatoria que debe adoptar hoy la organización de los trotskistas principistas, para cuando los fenómenos de radicalización a izquierda de masas planteen la posibilidad de dirigir franjas amplias de vanguardia o del movimiento de masas que hagan una realidad el proyecto de construir un verdadero Partido Mundial de la Revolución Social. En tal tarea ponemos todos nuestros esfuerzos desde la Fracción Trotskista -Estrategia Internacional.

¡Lucha sin cuartel contra las direcciones reformistas y centristas que subordinan a los trabajadores detrás de sus enemigos de clase!

¡Por un Comité de Enlace por la Reconstrucción de la IVInternacional!

¡Por el poder obrero y la revolución socialista internacional!