Estrategia Internacional N° 13
Julio/Agosto - 1999

Un análisis estratégico de las tendencias de la lucha de clases al filo del Siglo XXI
La guerra de los Balcanes como catalizador de la situación mundial
 
Por Juan Chingo y Eduardo Molina
Click here for an english version

Introducción

El 28 de abril comenzaron a llover sobre todo el territorio de Yugoslavia las primeras bombas y misiles de la OTAN. La guerra se mantendría durante casi tres meses. En el curso de la misma, el mundo asistiría a los distintos actos del drama: la devastación de Serbia desde el aire, la "limpieza étnica" de Milosevic, la marea de los refugiados kosovares, las disputas en el seno de la Alianza y de ésta con Rusia, el acuerdo con el concurso de Rusia para imponer la "paz" imperialista. La guerra se convirtió de hecho en el mayor acontecimiento internacional de los últimos años, y marca con su impronta una situación mundial extraordinariamente compleja. Así, en el escenario de los Balcanes, de por sí un fenómeno complicado, se condensaron muchas de las contradicciones que cruzan la situación mundial, algunos de cuyos elementos aparecieron de forma directa, como las relaciones entre las distintas potencias, otros constituyeron el telón de fondo (la crisis económica internacional), o permanecieron más bien en la penumbra (las relaciones entre las clases). Sin embargo, el hecho de que el propio conflicto del Kosovo haya actuado como catalizador, alentandola precipitación o cristalización de los múltiples elementos de la situación mundial que comienzan a tomar formas más nítidas, permite abordar, con la ayuda del método marxista, una interpretación del conflicto, de su desarrollo, desenlace y consecuencias en el plano regional y mundial.

Naturalmente, la guerra por el Kosovo ha alimentado gran profusión de debates en distintos medios internacionales, entre los analistas a sueldo de la burguesía imperialista, en los ámbitos académicos, entre los trabajadores y jóvenes, y por supuesto, en los círculos marxistas.
La complejidad de la situación mundial, y del mismo desarrollo y desenlace de la guerra, da lugar a dos grandes lecturas contrapuestas: Para muchos el triunfo de la OTAN en Kosovo demostraría que se gesta un "Nuevo Orden Mundial", reflotando así el discurso que prevaleció después de la debacle de la URSS y la Guerra del Golfo, según el cual a la "globalización económica" se le debería corresponder una "globalización de la seguridad" en torno a la "única superpotencia existente", Estados Unidos. Es una lectura economicista de la realidad mundial.
Entre tanto, comienza a resurgir un pensamiento opuesto al anterior, "geoestratégico", que ve en la guerra la prueba de que se extiende un "caos" internacional, una tendencia al "desorden mundial" permanente, con la reemergencia de los estados nacionales, con sus intereses contrapuestos chocando entre sí, como protagonistas excluyentes de la política mundial.
Estas dos visiones unilaterales se filtran en los análisis y caracterizaciones de la izquierda.
La primera había tenido un peso masivo en el campo de la izquierda a principios de la década, y es hoy difundida por los círculos "progresistas" europeos, para justificar la política de colaboración de clases con su propio imperialismo, bajo el argumento de enfrentar la hegemonía norteamericana.
Los que ven asentándose un nuevo "orden mundial" desconocen que sólo grandes enfrentamientos de importancia histórica entre las clases, donde la burguesía imperialista aseste derrotas decisivas al proletariado, comparables por ejemplo al triunfo de Hitler en Alemania y la Segunda Guerra Mundial, pueden permitir el asentamiento de un nuevo período de ascenso capitalista y "nuevo orden". Es una concepción economicista y pacifista, que niega el carácter de la época imperialista como de "guerras, crisis y revoluciones", y resulta tributaria de la ideología burguesa de que la "globalización" económica suprime el papel de los estados y ve las guerras como una supervivencia del pasado.
La segunda visión, alimentada por la resistencia creciente de Rusia y China al "mundo unipolar" dirigido por Estados Unidos, aunque resulta por cierto más realista que la anterior, dadas las condiciones de crisis económica y política internacional que se extienden en este fin de siglo, comienza a teñir de "geopolítica" los análisis de sectores de la izquierda. No puede dar cuenta cabal de la realidad, ya que al ver sólo el choque de los estados como factor de desorden mundial, ignora que detrás de estos actúa la relación de fuerzas entre las clases. No ve que la acción de los estados en nuestra época está constreñida por una fuerza superior que es la acción viva de las clases tanto en el terreno nacional como internacional. Recaen así en la lógica de "campos enfrentados" de la época de la "guerra fría", que conducía a adaptarse a la burocracia de Moscú y Pekín, sustituyendo por sus maniobras a la lucha de clases. Algo que hoy resulta caricaturesco, pues se adaptan ya no a una burocracia fuerte que usufructúa su dominio de los estados obreros, sino a las camarillas burocráticas abiertamente restauracionistas.
Contra concepciones de esta naturaleza, en este trabajo vamos a intentar elaborar un análisis estratégico de la situación mundial recurriendo al método marxista, cuyo punto de partida básico es que "la historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases". Más aún en el Siglo XX, caracterizado por la más amplia irrupción de las masas en la escena histórica como factor central, nada puede entenderse de la política internacional sino es recurriendo al análisis de los vaivenes de la lucha de clases.
La Tercera Internacional de Lenin y Trotsky, desarrolló este método, aplicado a las condiciones de la época imperialista, en sus análisis del período de la primer posguerra, signado por el enfrentamiento abierto entre la revolución y la contrarrevolución, bruscas alteraciones en las relaciones entre los estados, violentas oscilaciones de la vida económica.
El tomar a la realidad como una totalidad viva permitía integrar el análisis de los distintos aspectos de la realidad: la economía, las relaciones entre las clases y las relaciones interestatales, en la época del imperialismo; en un método cuyo hilo conductor es el papel de la lucha de clases, como fundamento de la estrategia y tácticas revolucionarias.
En el pensamiento de León Trotsky el concepto de "equilibrio capitalista", como una visión dialéctica del equilibrio de fuerzas dentro del capitalismo, juega un rol central como herramienta de análisis para comprender la dinámica de la situación mundial. A mediados de 1921, Trotsky se dirigía a los delegados al tercer Congreso de la Internacional Comunista, abriendo su informe sobre la situación mundial con la siguientes consideraciones: "El equilibrio capitalista es un fenómeno complicado; el régimen capitalista construye ese equilibrio, lo rompe, lo reconstruye y lo rompe otra vez, ensanchando, de paso, los límites de su dominio. En el dominio económico, las crisis y las recrudescencias de la actividad constituyen las rupturas y restablecimientos del equilibrio. En el dominio de las relaciones entre las clases, la ruptura del equilibrio consiste en huelgas, en lock-outs, en lucha revolucionaria. En el dominio de las relaciones entre estados, la ruptura del equilibrio es la guerra generalmente, o bien, más solapadamente, la guerra de las tarifas aduaneras, la guerra económica o bloqueo. El capitalismo tiene pues un equilibrio inestable que de vez en cuando se rompe y se compone. Al mismo tiempo, semejante equilibrio posee gran fuerza de resistencia: la mejor prueba que tenemos de ella es que aún existe el mundo capitalista."
En ese mismo informe Trotsky describe cómo la Guerra Mundial ha roto el equilibrio capitalista mundial de preguerra: "es así que después de la guerra comienza la época de los grandes movimientos de masas y las luchas revolucionarias" y que después de 1919, pasado el momento de más aguda crisis para la burguesía, al ser derrotados y desviados los embates de la revolución obrera en Alemania, Hungría e Italia, la burguesía recupera cierta confianza y recompone los órganos estatales, mientras que se estabiliza la situación económica. Esto plantea la cuestión de si se está reconstruyendo el equilibrio mundial, y qué consecuencias tiene para la estrategia revolucionaria. Trotsky formula la cuestión en los siguientes términos: ..."es evidente que la burguesía se ha aprovechado de un momento de descanso, si no para reparar, al menos para enmascarar las espantosas consecuencias de la guerra. ¿Lo ha logrado? En parte, ¿hasta qué punto? Este es el fondo mismo de la cuestión, que roza el restablecimiento del equilibrio capitalista." Para responder a esta pregunta fundamental desde el punto de vista de las perspectivas del movimiento obrero y la estrategia revolucionaria, Trotsky en su informe hace un agudo y pormenorizado análisis de la economía, las relaciones entre los estados y la situación de las clases, demostrando cómo la relativa recomposición burguesa descansaba sobre bases extremadamente frágiles, como demostraría inmediatamente la crisis del Rhur y los nuevos acontecimientos revolucionarios en Alemania. Luego del fracaso del levantamiento del proletariado alemán, hubo una nueva y relativa estabilización, que sin embargo, pocos años después, en 1929, conduciría a la Gran Depresión, que abrió una década de enormes convulsiones sociales y políticas, y que, debido a la sucesión de derrotas contrarrevolucionarias que sufrió el proletariado, desembocaría en la Segunda Guerra Mundial. Recién después de ésta, por razones que desarrollaremos más abajo en este artículo, el sistema capitalista mundial encontró un nuevo equilibrio duradero en el período que se conoció como el "boom" de posguerra.

Señalemos aquí un aspecto consustancial al método de Trotsky: su maestría en el uso de la ley del desarrollo desigual y combinado (que fue el primero en formular como tal) para identificar y explicar los distintos y cambiantes ritmos, desproporciones y originales combinaciones en el desarrollo de los distintos aspectos de la realidad. En la misma medida en que el imperialismo exacerba al extremo el desarrollo desigual y combinado de todas las facetas y procesos económicos, sociales y políticos, esta herramienta teórica se convierte en insustituible para un análisis marxista en nuestra época.

Queremos resaltar tres aspectos del método de Trotsky: En primer lugar, en Trotsky la idea de "equilibrio capitalista" no es un concepto mecánico, sino profundamente dialéctico. No se trata de un estado de reposo, estático, sino de un equilibrio dinámico e inestable, en permanente movimiento. Se trata de fuerzas opuestas que interactúan en constante lucha, en un balanceo inestable que se rompe cuando uno de los polos prevalece sobre el otro.

El segundo aspecto radica en que esta noción de equilibrio considera a la realidad mundial como una totalidad que abarca diferentes dominios (el de la economía, el de las relaciones entre las clases, y el de relaciones entre estados). Se "debe tomar directamente como punto de partida el análisis de las condiciones y de las tendencias de la economía y del estado político del mundo, como un todo, con sus relaciones y contradicciones, es decir, con la dependencia mutua que opone a sus componentes entre sí" como señala la crítica de Trotsky al programa de la IC en 1927.

En tercer lugar las rupturas del equilibrio no se restablecen automáticamente, sino por la acción viva de las clases, lo que en el Siglo XX, adquiere la forma del enfrentamiento abierto entre la revolución y la contrarrevolución. La originalidad de Trotsky radica en que incorpora el papel de los factores subjetivos como elementos decisivos en la marcha de la economía capitalista. El mismo Trotsky resaltaba este último aspecto al señalar: "Si se nos pregunta '¿dónde están las garantías de que el capitalismo no restaurará su equilibrio a través de oscilaciones cíclicas?' entonces diríamos en respuesta: 'No hay garantías y no puede haber ninguna.' Si nosotros anulamos la naturaleza revolucionaria de la clase obrera y de su lucha, y el trabajo del partido comunista y de los sindicatos ... y tomamos en cambio los mecanismos objetivos del capitalismo, entonces podríamos decir: 'Naturalmente, fracasando la intervención de la clase trabajadora, fracasando su lucha, su resistencia, su autodefensa y sus ofensivas -fracasando todo eso, el capitalismo restaurará su propio equilibrio, no el viejo sino un nuevo equilibrio."

Integrada a esta concepción, que permite ubicar las características y dinámica de las posibles rupturas y recomposiciones del equilibrio capitalista en la arena internacional, se desarrolla la comprensión de que en el marco de esa unidad que es la economía capitalista, los distintos países dentro de la misma, que constituyen eslabones de distinta jerarquía en este proceso.

Este método supera al mecanicismo de la Segunda Internacional, que luego sería reeditado por el stalinismo, en dos aspectos: no sólo se apoya en el peso decisivo de los factores internacionales, sino que integra las desigualdades y peculiaridades nacionales. Esto permite comprender no sólo las rupturas del equilibrio capitalista, sino que es en los eslabones más débiles donde primero se manifiesta esta ruptura.

Haciendo un análisis concreto de las fuerzas que llevaron a la Primera Guerra Mundial, y explicando por qué primero estas fuerzas condujeron a una guerra Balcánica en 1912, antes de expresarse en la carnicería imperialista, Trotsky utiliza esta dialéctica para definir que "los primeros países que fueron arrancados del inestable estado del equilibrio capitalista fueron aquellos cuya energía social interna era la más débil, esto es, precisamente aquellos países que en términos del desarrollo capitalista eran los más jovenes." Señala Trotsky: "Entre más poderosos es el capitalismo de un país -permaneciendo iguales las demás condiciones-, más grande es la inercia de las relaciones 'pacíficas' entre las clases y más poderoso debe ser aún el impulso necesario para conmover a las clases en pugna -el proletariado y la burguesía-, sacarlas del estado de equilibrio relativo y transformar la lucha de clases en guerra civil abierta."

El marxismo de la III Internacional, del cual Trotsky es el más alto exponente teórico, conquistaba con este método totalizador una cumbre no igualada, integrando el análisis de los distintos aspectos de la realidad y la elaboración de la estrategia y la táctica revolucionarias.

Después de la degeneración de la Internacional Comunista con el triunfo del stalinismo, la herencia de esta tradición teórica pasó a manos de la Oposición de Izquierda Internacional y luego de su sucesora, la Cuarta Internacional. Son conocidos los brillantes y fecundos análisis sobre la burocratización de la URSS. Aunque menos conocidos, son también inigualables sus análisis del fascismo, el bonapartismo, el bonapartismo sui-generis en América Latina, los problemas de la revolución española, etc. Pero donde se muestra todo su genio es en sus elaboraciones sobre la situación mundial y el camino hacia la Segunda Guerra Mundial, tal como registran sus escritos de los 30. Citemos entre ellos: La guerra y la revolución (1934), Una lección reciente (después de la paz de Munich) (1938), o, por último, el Manifiesto de Emergencia de la Cuarta internacional (mayo de 1940).

Si los trabajos de los 20, son los de uno de los dos principales dirigentes del naciente estado obrero ruso, a la cabeza de la joven III Internacional que ganaba peso de masas, estos últimos escritos fueron realizados en el exilio, con Trotsky sometido a las peores persecuciones (que sólo cesarían con su asesinato) y en medio del aislamiento y las más duras dificultades. Esta continuidad del pensamiento y de la obra resalta la personalidad y las cualidades de Trotsky como estratega del proletariado.

¡Qué distancia enorme hay entre este pensamiento y el de los marxistas de posguerra y de la actualidad!

Si hay un terreno en el que hoy se manifiesta agudamente la falta de continuidad revolucionaria con el marxismo clásico es en la fragmentación del pensamiento marxista. Esta falta de continuidad es consecuencia de la adaptación a los grandes aparatos contrarrevolucionarios del movimiento obrero ante todo al stalinismo, durante el "Orden de Yalta", o en nuestros días, a los restos de los viejos aparatos en bancarrota. Esto se expresa en una lastimosa "miseria de la estrategia", es decir, en la separación de la práctica cotidiana, que se hace sindicalista, electoralista, teoricista, etc., de la lucha por la revolución y la dictadura del proletariado. Esta liquidación de la praxis revolucionaria conduce a la fragmentación del pensamiento marxista, y a romper la unidad dialéctica de los distintos aspectos de la realidad. De esta forma, el pensamiento marxista aparece hoy día desgajado en vertientes economicistas (que absolutizan los movimientos en la economía), "geopolíticas" (que independizan las relaciones entre los estados), obreristas (que aislan la lucha de clases de los otros elementos).

Es imprescindible retomar el método y la unidad de pensamiento estratégico de Trotsky y la III Internacional, como premisa fundamental para poder comprender y orientarnos revolucionariamente en la compleja situación mundial. Este trabajo procura aplicar este método a los dramáticos acontecimientos desatados en torno a la guerra del Kosovo, y sus consecuencias a escala internacional, para poder así ofrecer una caracterización y una perspectiva desde el punto de vista del marxismo revolucionario. Retomaremos para esto las principales elaboraciones teórico políticas sobre la situación mundial que viene haciendo nuestra corriente y que hemos desarrollado, en particular, en los últimos números de Estrategia Internacional, reexaminándolas a la luz de los nuevos acontecimientos.

En la primer parte de este trabajo, El Kosovo como catalizador de las contradicciones en la situación mundial, se analiza el desarrollo y las consecuencias de esta guerra, as{i como las perspectivas de la situación mundial.

En la segunda parte, El impasse de la restauración capitalista y sus consecuencias para el orden mundial, exponemos cómo el conflicto en los Balcanes es la expresión más descarnada de de este proceso.

En El estado de la economía mundial que constituye la tercera parte, se analizan las causas subyacentes detrás del agudizamiento de la situación mundial.

En la cuarta y última parte, La crisis de subjetividad de la clase obrera internacional, se aborda la reflexión sobre la situación del proletariado y los problemas de la estrategia revolucionaria, tal como se presentan a la luz de este análisis de la situación mundial y de las perspectivas que de él se desprenden.

           PARTE  l
Kosovo como catalizador de las contradicciones de la situación mundial

La guerra en los Balcanes, con la mayor intervención militar de la OTAN en suelo europeo, se ha convertido en un hito de la situación mundial. Su importancia radica en que ha actuado como un catalizador, un "revelador" de las enormes contradicciones que se acumulan a fines de la década en la arena internacional y en la lucha de clases.

A diferencia de la guerra del Golfo, que permitió un período de relativa estabilización capitalista

internacional luego de los acontecimientos revolucionarios del 89 en el Este, (período que se ha dado en llamar "los 90"), el conflicto de Kosovo se produce al final del mismo.

La crisis económica internacional que se abrió en el Sudeste Asiático a mediados de 1997 y cuyas sucesivas olas no han dejado de extenderse a la mayor parte del globo, constituyó el primer gran golpe al equilibrio inestable de los 90. El derrumbe financiero de Rusia en agosto de 1998 cuyo impacto hizo tambalear a las bolsas del mundo, en particular a Wall Street, fue el segundo golpe, señalando el impasse de la restauración capitalista y el agotamiento de las vías reformistas para imponerla.

Que este equilibrio comenzaba a romperse se demostraba en las tendencias a trasladar los efectos de la crisis económica al terreno político, con los comienzos de una crisis política internacional, tal como editorializábamos en el número anterior de EI.

Indonesia, Rusia y Kosovo eran los "hijos legítimos" de esta crisis internacional en curso.

En Indonesia, la crisis económica había sacudido las bases sociales y políticas de uno de los regímenes más reaccionarios y estables de la región, abriendo un proceso revolucionario en este estratégico país, que con sus 200 millones de habitantes, es el quinto estado más poblado del planeta. El primer hito de este proceso fueron las jornadas revolucionarias de mayo del 98 a consecuencia de las cuales cayó el dictador Suharto.

En Rusia, el desmoronamiento económico generó una aguda crisis política que conmovió el régimen yeltsinista, y a la asunción de Primakov como primer ministro. Este hecho, aunque superestructural, señalaba el retroceso del ala prooccidental en Moscú y la amenaza de un giro a la "autarquía" por parte de la burocracia restauracionista.

En Kosovo, por último, la radicalización de la lucha por la autodeterminación nacional del pueblo kosovar, se expresaba en el fortalecimiento del ELK, una guerrilla nacionalista pequeñoburguesa, y amenazaba con desestabilizar el "statu quo" regional garantizado con los acuerdos de Dayton.

Sólo tomando en cuenta este marco internacional es que puede explicarse la envergadura de la intervención imperialista en Yugoslavia, con 19 estados embarcados en la agresión de la OTAN, 12 de ellos, incluyendo a Estados Unidos, Canadá y las principales potencias europeas, desplegando un colosal dispositivo militar contra ese pequeño país de los Balcanes.

Es que un triunfo del pueblo kosovar sobre las tropas de Milosevic hubiera constituido un golpe directo a la política de pactos del imperialismo, política con la cual intentó en los últimos años estabilizar "áreas calientes" del planeta como fueron el acuerdo de Oslo para Medio Oriente en 1993, el acuerdo de Dayton en 1995, o el de Irlanda del Norte el año pasado. Una victoria de los kosovares hubiera fortalecido la lucha de las nacionalidades oprimidas no sólo en la región y en el Este de Europa, sino también en Oriente Medio (los kurdos y palestinos) y la propia Europa Occidental (vascos, irlandeses), y hubiera fortalecido a la clase obrera internacional, en particular al proletariado europeo, cuya contraofensiva desde mediados de la década, había sido desviada por los gobiernos reformistas de la "tercera vía".

La intervención de la OTAN buscaba limitar el accionar de Milosevic, cuya política de "Gran Serbia", al reavivar la resistencia nacional en Kosovo, se convertía en un factor de desestabilización del statu quo regional y dejaba por tanto de ser funcional a las necesidades del imperialismo. Un triunfo de Milosevic hubiera significado un fortalecimiento de las alas más nacionalistas de las burocracias restauracionistas en el Este de Europa, y sobre todo en Rusia, donde los sectores más reacios a Occidente comenzaban a tener mayor influencia en la política exterior como interna de Moscú.

No fueron evidentemente razones "humanitarias" las que llevaron a Estados Unidos y Europa a embarcarse en la más grande operación militar de la OTAN. Tampoco el valor estratégico de ese pequeño rincón balcánico que es el Kosovo. El imperialismo intentó acordar una salida reaccionaria mediante los "Acuerdos de Rambouillet", cuyos términos fueron aceptados por la dirección del ELK, que se convertía así en un peón de la estrategia imperialista. Pero fracasado este intento por la renuencia de Belgrado, se decidió a imponerlos por la vía de la intervención armada. Esta última se organizó bajo el principio de la "intangibilidad de las fronteras existentes", reafirmando en todo momento que Kosovo era parte de Yugoslavia, así como bajo la bandera "humanitaria" de la defensa de los kosovares, para poner coto a las pretensiones excesivas de Milosevic.

El imperialismo pretendía además ubicar a la OTAN como "gendarme" internacional y en última instancia, "crear fuerza imperial", como para posicionarse en el escenario de crisis económica y política internacional, y contener, apoyándose en un triunfo en los Balcanes, las poderosas tendencias a la desestabilización que venían emergiendo en la situación mundial.

El resultado de la guerra ha sido un importante triunfo imperialista, pero el mismo ha sido obtenido a un alto costo político. Esta afirmación sólo puede entenderse si se ve más allá del Kosovo, incluso más allá de los Balcanes, esto es, si se toma en cuenta la situación del orden mundial en su conjunto. Es que en Kosovo se combinan las tendencias a la ruptura del equilibrio inestable de los 90 con los efectos estructurales sobre la situación mundial de la caída del Orden de Yalta, a consecuencia de los procesos revolucionarios que hicieron estallar el aparato stalinista mundial en 1989-91. Este orden, basado en la colaboración contrarrevolucionaria entre Estados Unidos y la burocracia stalinista, era el elemento más conservador en la realidad mundial en las décadas de posguerra, conteniendo no sólo las relaciones internacionales, sino también la efectividad revolucionaria de la lucha de las masas durante ese largo período. Es por esto que decimos que el Kosovo actuó como un revelador de las contradicciones en la situación mundial no sólo en un plano táctico, coyuntural, sino en un plano más estratégico.

Para entender el significado e implicancias de la guerra del Kosovo en la situación mundial, nos vemos obligados a referirnos, no sólo al desarrollo y desenlace del conflicto mismo, sino a enmarcarlo en la coyuntura mundial, en el plano del período de los 90, y en un plano histórico más general, el del "Mundo de Yalta" y las consecuencias de su ruptura en el año 89.

 

1."Adiós al Orden de Yalta"

La crisis de dominio imperialista y los límites del poder norteamericano.

El triunfo de la OTAN ha reforzado las interpretaciones que ven un mundo bajo dominio indiscutido de Estados Unidos. Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique, por ejemplo, afirma: "La guerra de la OTAN contra Yugoslavia ha abierto una nueva etapa de las relaciones internacionales. Anuncia el alba de un nuevo orden global. La mundialización económica, que constituye la dinámica dominante de nuestro tiempo, necesitaba ser completada con un proyecto estratégico mundial en el ámbito de la seguridad. El conflicto de Kosovo da la oportunidad de diseñarlo a grandes rasgos." Para Ramonet, la desaparición de la URSS como potencia mundial, que liquida el "equilibrio" basado en "la existencia simultánea de potencias comparables, ninguna de las cuales podía ganar militarmente a las demás" deja por primera vez que una "hiperpotencia domina abrumadoramente el mundo en las cinco esferas del poder: político, económico, militar, tecnológico y cultural." Con lo cual, no habría frenos ni cuestionamientos a su accionar.

Contra las visiones vulgares de este tenor, que ven la década de los 90 como el "alba de un nuevo orden mundial" y a la hegemonía norteamericana en su punto más alto (impresión reforzada después de Kosovo), hemos sostenido por el contrario la tesis de que el cenit de la supremacía norteamericana ya quedó atrás y que desde el 89, con la caída del Orden de Yalta, se ha abierto una crisis de dominio.

El orden de Yalta

El punto más alto de la hegemonía norteamericana estuvo en el mundo que emergió de la Segunda Guerra Mundial, y que fue conocido como el "Orden de Yalta y Potsdam". Éste descansaba en la superioridad económica y militar de Estados Unidos, pero junto a este aspecto, contaba con un instrumento fundamental que era la colaboración contrarrevolucionaria con Moscú y el aparato stalinista mundial, como contención del proletariado y los movimientos de liberación nacional. Fue este acuerdo el que permitió que se asentará la hegemonía norteamericana en la posguerra.

Desde el punto de vista económico, la situación actual muestra por el contrario un declive de la superioridad norteamericana. Si a la salida de la Segunda Guerra Mundial, la economía de estados Unidos respondía por sí sola del 50% del PBI mundial, a fines de la guerra fría se había retraído a alrededor de un 30% (en torno a la media histórica en que se ha mantenido a lo largo de la mayor parte del Siglo XX). Esta es una declinación relativa, ya que sigue siendo la mayor potencia económica, mientras que su poder en el terreno militar, tecnológico y su influencia cultural, aún no tienen rival. Pero si en ese terreno, su declinación es relativa, el derrumbe del aparato stalinista mundial le ha significado un golpe estratégico para la mantención de su dominio. Esto tiene enorme importancia a la luz de las características de la hegemonía norteamericana, que aunque alcanza al conjunto del planeta (lo que lo convierte por fuerza en garante del orden mundial) no es una dominación directa. Como Zbigniew Brzezinski, uno de los mayores estrategas de Washington y ex consejero de seguridad nacional del presidente. Carter, reconoce: "El alcance de la hegemonía global estadounidense es ciertamente importante, pero su profundidad es escasa y está limitada por constricciones tanto domésticas como externas. La hegemonía estadounidense involucra el ejercicio de una influencia decisiva pero, a diferencia de los imperios del pasado, no de un control directo. El propio tamaño y la diversidad de Eurasia, así como el poder de algunos de sus Estados, limita la profundidad de la influencia estadounidense y el alcance de su control sobre el curso de los acontecimientos."

Estas características le obligan a recurrir a toda una suerte de mediaciones y cooptaciones como complemento necesario de su influencia y poder directo, para conservar y administrar su dominio. El "sistema global estadounidense pone un énfasis en la técnica de cooptación (...) mucho mayor que el que ponían los viejos sistemas imperiales. Asimismo se basa en una medida importante en el ejercicio indirecto de la influencia sobre élites extranjeras dependientes" como señala el mismo Brzezinski.

En Yalta este sistema alcanzó su máximo "perfeccionamiento" ya que se apoyaba en forma indirecta en el más grande aparato burocrático de control sobre el movimiento de masas, como era el stalinismo mundial, que no sólo controlaba mayoritariamente al movimiento obrero mediante los Partidos Comunistas, sino a los movimientos nacionalistas burgueses y pequeñoburgueses que se desarrollaban a su vera. El aparato stalinista basaba su fortaleza en el dominio de los estados obreros burocratizados, particularmente en la entonces URSS, segunda potencia nuclear, y que en conjunto englobaban a casi un tercio de la humanidad. Este acuerdo contrarrevolucionario era una novedad en la política internacional. Si en el siglo XIX eran las potencias reaccionarias las que se unían para conjurar el peligro de las llamadas "clases peligrosas", el acuerdo de Yalta cristalizaba la cooptación en gran escala de una dirección del movimiento obrero para cumplir esta tarea. Esta cuestión tiene que ver con las dificultades de mantener el dominio burgués, frente al enorme peso del proletariado y la irrupción de las masas en la escena histórica que es un rasgo central de nuestra época.

Bajo la apariencia de una rivalidad de campos opuestos, que incluía un creciente despliegue militar imperialista, este acuerdo de colaboración contrarrevolucionaria le daba gran estabilidad al dominio norteamericano, subordinando a sus intereses estratégicos a las demás potencias imperialistas y fundamentalmente impidiendo triunfos estratégicos de la revolución mundial en los centros capitalistas, aunque sin poder impedir triunfos tácticos en la periferia semicolonial, pero que no cuestionaban el orden de conjunto.

Esto no significaba que no hubiera grandes triunfos revolucionarios como fue el caso de la Revolución China en 1949, una pérdida de enorme importancia para el imperialismo, Yugoslavia, Cuba, Vietnam y grandes luchas revolucionarias por la liberación nacional en las colonias (como en Argelia, toda Africa, etc.), pero el imperialismo pudo impedir su extensión a las metrópolis. Fueron estas condiciones las que permitieron el llamado "boom" de la posguerra. Utilizando las definiciones conceptuales de Trotsky, podemos decir que pudo alcanzarse un "equilibrio capitalista más duradero". Decimos más duradero y no "orgánico", ya que el mismo "boom" se inscribía en la curva descendente más general del desarrollo capitalista en la época imperialista.

Este equilibrio empezó a romperse a fines de la década del 60, con la apertura de la crisis económica que tiene su manifestación más aguda en la recesión de 1973-74. Esta ruptura del equilibrio dio lugar al ascenso más importante de la posguerra, que fue el de los años 68 al 74-76. Este fue el primer gran embate a los dos pilares del orden de Yalta. El ascenso revolucionario abarcó los países centrales (Mayo del 68, el "otoño caliente" italiano, Revolución Portuguesa, etc.), los Estados Obreros deformados (la Primavera de Praga, Polonia 1970)y los países semicoloniales y coloniales (Cono Sur latinoamericano, colonias portuguesas de Angola y Mozambique, etc.) En 1975, en Vietnam el imperialismo norteamericano sufrió la primer derrota militar de su historia. Este primer embate logró conmover al orden de Yalta pero no derrotarlo. El desvío de las luchas en Europa, las derrotas de la revolución política en el Este y las derrotas sangrientas en el Cono Sur permitieron que el imperialismo, luego de un período de confusión, y a pesar de nuevos embates revolucionarios, como Irán y Nicaragua en 1979 o Polonia en 1980, pudiera recomponer un frágil equilibrio y retomar la ofensiva en los 80.

La ofensiva reaganiano-thatcherista de estos años, cuyo objetivo era relanzar la acumulación capitalista, se extendió sobre tres frentes: contra el proletariado de los países centrales, en particular de Inglaterra y Estados Unidos; contra el mundo semicolonial; y contra los Estados Obreros burocratizados. En este último caso la presión capitalista, al mismo tiempo que llevó a la burocracia, atemorizada ante el peligro de la revolución política, a apoyarse más y más en el imperialismo, fue carcomiendo las bases económico-sociales de los regímenes de partido-estado basados en los Partidos Comunistas. Estos se encontraban ya muy debilitados cuando se dio el embate de las masas en 1989, lo que provocó su colapso.

La fragilidad de los equilibrios alcanzados, ya disipadas las condiciones excepcionales que permitieron el boom de posguerra, llevaron al imperialismo a deteriorar la relación estratégica que tenía con la burocracia del Kremlin. Pero al hacerlo, socavó el principal elemento de contención en que se había apoyado durante el Orden de Yalta, tanto en la inmediata posguerra, o ante el embate del ascenso 68-74, como en la liquidación de los "conflictos regionales" durante los 80 (Nicaragua, Angola, Sudáfrica, etc.), y que fuera el último gran servicio prestado por el aparato stalinista internacional.

 

El 89: la caída del orden de Yalta abre una crisis de dominio imperialista

Los procesos revolucionarios de 1989-91 hicieron estallar a los regímenes de partido-estado stalinistas en la URSS y Europa Oriental. Buena parte de la izquierda, incluidos muchos trotskistas, interpretaron la caída del stalinismo como un fortalecimiento estratégico del imperialismo. Contra estas visiones, nuestra corriente sostuvo que "la caída de este aliado fundamental para lidiar con los procesos revolucionarios en todo el mundo, lejos de reforzar al imperialismo y augurar un nuevo orden de dominio basado en la supremacía norteamericana, abrió una crisis de dominio imperialista mundial. En otras palabras, 1989 significó el fin del corto siglo de dominio indiscutido norteamericano."

En primer lugar porque, como decíamos en EI n°10: "la caída del stalinismo debilitó estratégicamente a los Estados Unidos frente a la lucha de clases mundial." Y agregábamos que: "la crisis de las instituciones de Yalta ha obligado al imperialismo norteamericano a exponerse más directamente para hacer frente a los conflictos mundiales, como muestra el incremento de sus intervenciones militares, lo cual aumenta su vulnerabilidad (acelerando su decadencia) ya que debe lidiar con el conjunto de las contradicciones de la situación mundial." Y pronosticábamos que "esta extensión de las "fronteras de inseguridad" significa que la realidad mundial golpeará cada vez más a Estados Unidos, como ya en el pasado demostró su derrota militar en Vietnam, y en el presente muestran los embates de la crisis económica mundial."

En segundo lugar porque la: "pérdida del fantasma comunista" abre un período de disputas por la hegemonía mundial." y agregábamos "si ya a comienzos de los 70, el desarrollo de potencias imperialistas emergentes como Japón y Alemania, en el marco del comienzo de la crisis de acumulación capitalista, abrió crecientes tensiones en el sistema de alianzas mundial, la pérdida del enemigo común hará aflorar en forma menos mediada la creciente disputa por la hegemonía mundial." Y pronosticábamos que "la declinación de la hegemonía norteamericana y la falta de voluntad o capacidad de los imperialismos competidores para asumir responsabilidades globales, deja un vacío estratégico o brechas que pueden ser aprovechadas por la revolución mundial."

Además, sosteníamos que el principal elemento acelerador de esta crisis de dominio era la declinación de la hegemonía de Estados Unidos, a la que definíamos como "el principal factor de desestabilización económica y política del sistema mundial." Agregando "hoy en día, el intento norteamericano de frenar su declinación a costa de sus competidores, es la base de una insostenible agudización de las contradicciones entre las clases y entre las naciones, que prepara la entrada en escena de la revolución y la contrarrevolución, (...) Hoy a diferencia de los años dorados de su hegemonía, su declive lo obliga a atacar a su propio proletariado y a sus competidores a nivel mundial." Sobre estas premisas, pronosticábamos que "en lo inmediato el principal desafío al poderío militar norteamericano provendrá de su rol en la arena mundial, esto es, del inevitable desgaste que significa para la potencia hegemónica, en un mundo más convulsionado y sin la inestimable ayuda de su aliado stalinista, actuar como policía mundial."

 

2. El "equilibrio inestable" de los 90

Los acontecimientos del 89-91 en el Este de Europa significaban en consecuencia un duro golpe al equilibrio capitalista. Fueron objetivamente una respuesta de las masas a la aplicación en esos países de los planes del FMI a los que la burocracia gobernante se plegaba intentando sobreponerse al marasmo económico en que se hundían las economías de estos países. Sin embargo, los procesos revolucionarios en la URSS y Europa Oriental, al no convertirse en revoluciones políticas victoriosas permitieron la asunción de gobiernos restauracionistas que comenzaron a desmantelar abiertamente las bases de los estados obreros deformados y degenerados. Estas revoluciones fueron procesos "ciegos, sordos, mudos" en donde el proletariado intervino diluido, y con una conciencia muy atrasada como secuela de décadas de control burocrático sobre la economía nacionalizada, fuente no sólo de los enormes privilegios de la burocracia parasitaria sino también de las privaciones de las masas. A esto ayudó también la falta de sincronización con Occidente, donde la actividad del proletariado pasaba por una fase de depresión como consecuencia de la ofensiva reaganiano-thatcheriana y el giro a la derecha de las burocracias sindicales de todo pelaje.

Así estas revoluciones políticas incipientes, al no ir hasta el final, permitieron el ascenso de gobiernos burgueses como el de Yeltsin en Rusia, que impulsaban conscientemente la liquidación de los remanentes de las conquistas de Octubre. A su vez , en 1990, el imperialismo alemán pudo absorber a Alemania Oriental, donde el régimen stalinista había sido uno de los primeros en derrumbarse entre enormes movilizaciones de masas. Fueron revoluciones políticas abortadas, que aunque debilitaron al poder estatal, no pudieron impedir el avance de la restauración capitalista.

Previamente, a mediados de 1989, la burocracia restauracionista china había liquidado sangrientamente el proceso iniciado con los más de dos meses de movilizaciones en la Plaza de Tian an Men, provocando una derrota de magnitud que impidió el desarrollo de un proceso de revolución política en este país.

En 1991 la victoria imperialista en la Guerra del Golfo contra Irak viene a clausurar estos dos años tormentosos. Que una coalición inédita, que incluía desde las potencias imperialistas en pleno hasta Rusia, los estados árabes y semicolonias como Argentina y otras, haya tenido que intervenir contra un pequeño país como Irak, es una prueba de que la caída del stalinismo había sido un fuerte golpe para el orden imperialista mundial. Una prueba más de que el 89 no había sido producto de golpes contrarrevolucionarios gestados por el imperialismo, sino del embate de las masas, aunque bajo una forma ultradistorsionada por la baja subjetividad obrera. La Guerra del Golfo también fue un intento del imperialismo norteamericano para contener preventivamente el desarrollo de las consecuencias estratégicas de la caída del stalinismo, no sólo desde el punto de vista de la lucha de clases y de los pueblos oprimidos, sino también en sus relaciones con las otras potencias imperialistas. De cierta forma pudo separar las consecuencias más estratégicas del plano más inmediato, creando la apariencia de un dominio ilimitado; una "anomalía" que no podría mantenerse indefinidamente.

Fueron esas condiciones, obtenidas mediante desvíos, derrotas sangrientas (Tiananmen!), guerras (El Golfo!), las que permitieron la apertura del nuevo período de "equilibrio inestable" que ha dado en llamarse como "los 90". Pero esta cierta reestabilización fue presentada por la burguesía mundial como una victoria estratégica o estabilización a largo plazo, apoyándose en la forma contradictoria en que se había dado el proceso del 89-91, y ocultando que el imperialismo quedaba más débil estratégicamente después de la caída del stalinismo, tal como explicamos en el capítulo anterior.

Como señalábamos en EI, "Estas realidades [la debilidad estructural del imperialismo] fueron opacadas por la temprana victoria en el Golfo de la inédita coalición aliada (...) Este triunfo y el aborto de la revolución política en la ex URSS permitió una nueva expansión del capital en los 90, basada en la fortaleza relativa de la economía norteamericana, el desarrollo de los llamados "mercados emergentes, la continuidad del "milagro asiático" y sobre todo, la penetración imperialista en China, que se convirtió en un pulmón de la economía mundial. Contra los que veían estos acontecimientos como el comienzo de un "nuevo orden mundial" decíamos en EI 10: "Según sus sostenedores, la debacle de la ex URSS dejaba a Estados Unidos como la única superpotencia existente, con un dominio ilimitado sobre el sistema mundial. Este triunfalismo era reforzado porque desde comienzos de los 90 la economía norteamericana y el capital financiero norteamericano entraban en un período de relativa prosperidad, de extensión de su dominio a áreas vedadas como los ex estados obreros deformados y degenerados. El avance irrefrenable de la "globalización, de la democracia y el mercado" eran la cobertura ideológica de este supuesto nuevo orden."

Durante esos años se generó un clima de "autoconfianza" norteamericana basado en la fortaleza relativa de Estados Unidos en comparación con sus competidores, pero sobre todo, al amparo de la ideología triunfalista que veía en la debacle de la URSS una muestra de la fortaleza del capitalismo, y a Estados Unidos convertido en "única superpotencia existente" con una capacidad ilimitada de proyectar su dominio, como parecía indicar la Guerra del Golfo. El principal factor que reforzaba esta ideología era la baja subjetividad del proletariado, producto de años de derrotas y desvíos, garantizados por los aparatos contrarrevolucionarios, en particular por el stalinismo, que habían minado la confianza del proletariado en sus propias fuerzas.

Desde este punto de vista, la forma en que se veían a sí mismos los dos grandes contendientes -el proletariado y la burguesía mundial- en el escenario de los 90, era en cierto sentido como un juego de espejos invertidos: A la estratégicamente mala condición estructural del imperialismo se le superponía una confianza desproporcionada en sus propias fuerzas y futuro. Mientras que la perspectiva del proletariado quedaba despejada estratégicamente del mayor obstáculo para desplegar su lucha revolucionaria, pero éste no tenía la menor confianza en sus propias fuerzas, como consecuencia de los efectos de años de stalinismo sobre su subjetividad -reforzadas por la ofensiva capitalista de los 80- y la persistencia de la crisis de dirección revolucionaria.

Decimos cierta porque el avance de la restauración en los estados obreros burocratizados en descomposición significó una enorme pérdida de conquistas para el proletariado mundial. Este elemento real, material, nutría el discurso de la burguesía sobre la "superioridad del capitalismo sobre el socialismo" y del "adiós al proletariado", discurso apoyado por todas las burocracias sindicales y los reformistas y machacado insistentemente sobre las filas del movimiento obrero y las masas del mundo.

Estos elementos de la subjetividad de las clases se convertían en una importante fuerza material, en un elemento de la relación de fuerzas entre las clases. Como recordaba Trotsky: "La relación política de fuerzas está determinada no sólo por los datos objetivos (rol en la producción, número, etc.) sino también por los subjetivos: la conciencia de la propia fuerza es el elemento más importante de fuerza real." Las consecuencias negativas de la forma contradictoria en que se dio el derrumbe del stalinismo, con la enorme pérdida de conquistas materiales y culturales que supone la descomposición de los estados obreros burocratizados, pesaban más que los efectos benéficos de la caída del mayor aparato contrarrevolucionario de la historia.

 

Las intervenciones militares de los 90.

Una de las formas en que se expresa que la crisis de las instituciones de Yalta obliga al imperialismo a exponerse más directamente (aumentando su vulnerabilidad) para hacer frente a los conflictos mundiales, junto a la política de pactos y "acuerdos de paz" (como forma de estabilizar las áreas más "calientes", Medio Oriente, por ejemplo), fue el creciente recurso del imperialismo a las intervenciones militares directas, del tipo de las que se ha dado en llamar "de bajo riesgo", muchas de ellas justificadas como "humanitarias".

La multiplicación de este tipo de intervenciones militares de "bajo riesgo y "humanitarias" ha impresionado a muchos, llevándolos a ver en ellas la supuesta prueba de un extraordinario fortalecimiento estructural del imperialismo norteamericano, basado en que su incontestable superioridad militar y tecnólogica se traduciría en un dominio político indiscutido de similar amplitud.

Sin embargo, el viejo Clausewitz ya sabía hace dos siglos que "la guerra es sólo una parte del intercambio político, y en consecuencia no es en absoluto una dimensión independiente" y que, por tanto, "la guerra no es sino la continuación de la política con la intervención de otros medios." Las intervenciones militares del imperialismo en esta década ofrecen una magnífica lección al respecto.

Contra los que absolutizan el valor del poder militar, sin ver las condiciones políticas a que está constreñido, las intervenciones de "bajo riesgo" lejos de demostrar fortaleza indiscutida, revelan que el imperialismo norteamericano no ha superado aún las secuelas del llamado "síndrome de Vietnam", lo que se manifiesta en la gran resistencia a aceptar bajas propias. Esto se expresa en el obsesivo recurso a la guerra aérea, táctica reforzada por los grandes avances tecnológicos (a su vez motivados en buena medida por los límites políticos impuestos por el "síndrome"), en la reticencia al empleo de tropas terrestres y a comprometerse en un despliegue militar a largo plazo. El Pentágono no cuenta con una base social doméstica amplia que apoye políticas guerreristas cada vez más agresivas. Debe encubrirse con una profusa demagogia "humanitaria" con el objetivo de lograr base social para las intervenciones tanto entre las masas de las regiones blanco de la agresión, como entre la población de las potencias imperialistas, encubriendo bajo la misma sus objetivos imperialistas. La necesidad de recurrir crecientemente a esta política responde tanto a las condiciones internas como externas que enfrenta el imperialismo: Por un lado, desde el punto de vista interno, a que en el marco de la creciente erosión de la "cohesión social" en el seno del propio imperialismo norteamericano (y mundial) como consecuencia de años de deterioro de las condiciones de vida de las masas, de ataque sistemático a las conquistas del proletariado norteamericano, de mayor polarización social; es crecientemente difícil lograr apoyo interno para una política imperialista cada vez más agresiva. Y por otro lado, desde el punto de vista externo, como un recurso para encubrirse en un período en que el peso de la expoliación imperialista sobre el mundo aumenta y se hace intolerable, como demostró la suerte de los "mercados emergentes", el brutal derrumbe de Rusia, el mundo musulmán, y la debacle de los "tigres" asiáticos.

En la creciente utilización de la ideología de los "derechos humanos" busca un sucedáneo adecuado a los nuevos tiempos, en donde la población de las metrópolis imperiales es reacia a apoyar el despliegue militar directo, que, por otra parte, el imperialismo se ve obligado a intensificar. La ideología "humanitaria" fue la forma de encontrar un nuevo pretexto universal de intervención, ante la desaparición del "fantasma comunista", en las condiciones de debilidad estratégica dictadas por la caída del Orden de Yalta y la declinación relativa de la hegemonía norteamericana.

¡Qué contraste con los "buenos y viejos tiempos" de Yalta en los 50 y 60! Entonces, las operaciones militares del imperialismo eran guiadas bajo la "estrategia de contención a la expansión del comunismo", eufemismo para justificar intervenciones militares cuyo objetivo era impedir el triunfo de procesos revolucionarios en la periferia, la zona de mayor inestabilidad en el orden mundial de Yalta y Potsdam. El imperialismo norteamericano, en auge económico y cuya hegemonía no hallaba rivales entre los otros imperialismos, contaba con una relativamente amplia base social doméstica e internacional, y podía utilizar la "amenaza comunista" como un argumento central para cohesionar a su opinión publica, alinear a sus aliados, y soportar los costos de su intervención en la arena mundial. No debe olvidarse que en sus inicios la guerra de Vietnam (tal como había ocurrido con la de Corea), tenía apoyo masivo en vastos sectores de la población yanqui, y que recién después de varios años, el empantanamiento de la guerra ante la heroica resistencia vietnamita y las cuantiosas bajas, fueron dando lugar a un fuerte movimiento antiguerra.

Las características y resultados de la serie de intervenciones de la década prueba que se equivocan los que ponen un signo igual entre el poderío militar de Estados Unidos y su capacidad de traducirlo en dominio político equivalente.

La Guerra del Golfo en 1991 tuvo rasgos particulares. Estados Unidos, envolviéndose en la bandera de la ONU, contó con el respaldo de una amplia alianza que incluía a los estados árabes y a Rusia para "castigar" a Irak por su desafío al statu quo. Fue una coalición ocasional, de amplitud sin precedentes, que expresó una circunstancia excepcional que facilitó el triunfo imperialista y prácticamente imposible de reeditar ante otros conflictos.

Las posteriores intervenciones en Somalía en 1993, en Haití en 1994, en Bosnia 1995, la ocupación "pacífica y humanitaria" de Albania por el imperialismo italiano desde 1997, Irak desde 1997, el "castigo" a Sudán y Afganistán, etc. se produjeron en general sobre países sin gran importancia estratégica, donde no están directamente en juego (salvo parcialmente en Irak, por el problema del petróleo), los intereses fundamentales del imperialismo norteamericano. Desde el punto de vista de la lucha de clases, no se trata de países de gran concentración proletaria, ni de situaciones que planteen un enfrentamiento abierto con la revolución obrera. Por otra parte, están más guiadas por consideraciones de política interna que por objetivos claros de política exterior.

Como vemos, la política de intervención militar de "bajo riesgo" y con máscara "humanitaria" en los 90 no brota de un supuesto dominio indiscutido del imperialismo norteamericano. Bajo la apariencia de fortaleza se esconde su debilidad, expresada en la falta de "legitimidad" en la arena doméstica e internacional, para intervenir abiertamente en defensa de sus intereses imperiales. Si estos elementos se mantuvieron relativamente ocultos detrás de operaciones que implicaban poco compromiso (sin olvidar fracasos como el de Somalía), en Kosovo comenzaron a aflorar, aumentando los costos, y tal vez la eficacia, de este tipo de operaciones, de cara a futuros conflictos de envergadura. En el capítulo siguiente analizaremos más detenidamente el desarrollo, resultados y consecuencias de la guerra del Kosovo.

La lucha de clases y el equilibrio inestable de los 90.

Como ya vimos, para la mayoría, los 90 señalan el comienzo de una era de hegemonía indiscutida de los Estados Unidos. Ya hemos explicado las condiciones particulares que permitieron que esta apariencia se asentara. Otros, basados en los límites del poderío norteamericano que esta apariencia sin embargo no puede ocultar, y sobre todo, enfatizando las divergencias entre las distintas potencias, hacen una lectura opuesta. Por ejemplo, Stratfor, un centro de "análisis estratégicos", registra en los siguientes términos las contradicciones que enfrenta Estados Unidos: "Kosovo cierra lo que consideramos como un interregno entre dos eras. La guerra fría no fue reemplazada por un mundo unipolar. Esto fue una anomalía temporaria. La nueva era de una superpotencia y varios grandes poderes débilmente unidos para limitar el poderío norteamericano, está ahora comenzando. Nosotros tentativamente la rotularemos como un nuevo desorden mundial, mientras esperamos que esta nueva era se nombre a sí misma." La visión burguesa imperialista de Stratfor, teñida de "geopolítica", aunque registra bien la emergencia de otras potencias y el carácter de "anomalía temporaria" del supusto dominio indiscutido de EE.UU. en los 90, es incapaz de tomar en cuenta la lucha de clases, ni como afecta ésta las relaciones y acciones de los estados; es decir, ve el "orden" o "equilibrio" internacional como el producto tan sólo de estados forcejeando entre sí.

Pero ante estas dos interpretaciones, una economicista y otra geopolítica, podemos preguntar ¿No existió la lucha de clases en los 90? Huelga decir que sí. ¿Cómo puede olvidarse que después del triunfo imperialista en la Guerra del golfo estalló en el mismo Estados Unidos la revuelta de Los Angeles, que llevó a que Bush, a pesar del triunfalismo belicista, perdiera las elecciones?

El triunfo imperialista en el Golfo, que abrió una subfase reaccionaria a nivel internacional, no impidió que en los "días dorados" del neoliberalismo, la lucha de clases se manifestara, aunque partiendo de un nivel muy elemental, a través de lo que hemos llamado las "revueltas y estallidos". Estas fueron una vasta reacción espontánea y violenta de las masas, pero de carácter defensivo, que pusieron límites a la ofensiva capitalista e imperialista, pero que no pudieron detenerla: Los Angeles en 1992, Santiago del Estero en Argentina a fines del 93, Chiapas en México en 1994, las revueltas campesinas en Brasil, (marcando la emergencia de un vasto movimiento campesino en América Latina), los disturbios continuos de jóvenes marginales e inmigrantes en Francia e Inglaterra, fueron algunas de sus expresiones.

Fue una fase que contenía en germen formas superiores de la lucha de las masas que más tarde, a mediados de la década, eclosionarían en un nuevo escalón ascendente de la lucha de clases, ya que como correctamente planteamos en su momento, no había una muralla infranqueable entre su carácter defensivo y formas más ofensivas.

El intento del imperialismo europeo de pasar a un ataque superior contra su propia clase obrera despertó la tenaz respuesta de ésta. La huelga general de los estatales que paralizó a Francia durante 22 días a fines de 1995, con movilizaciones multitudinarias en las calles de París y otras ciudades, señaló un punto de inflexión en la lucha de clases, abriendo las puertas de una importante contraofensiva obrera y popular en numerosos países. Este proceso no cayó del cielo: fue anticipado en Italia donde la clase obrera con sus acciones hizo fracasar el plan privatizador del "Zar" Berlusconi obligándolo a renunciar en 1994. Esta oleada abarcó a varios países de Europa: Dinamarca, Grecia, nuevamente Francia, Alemania, etc. Aunque debido al rol de sus direcciones no pudo derrotar los planes capitalistas, logró empantanarlos. Esto impuso a la burguesía imperialista a un "cambio de guardia" en su personal de gobierno, señalando que había llegado la hora de los reformistas, los partidos socialdemócratas y los comunistas "aggiornados". La contraofensiva había liquidado a los gobiernos conservadores obligando a la burguesía a recurrir a los servicios de los socialtraidores y su política de pactos sociales para poder hacer pasar los "ajustes" y ataques a las conquistas del proletariado.

Esta contraofensiva no fue sólo europea. Se extendió a numerosos países de los cinco continentes, expresándose en las tendencias a la huelga general y a la lucha política de masas: Las "guerras obreras" de Corea del Sur en 1996, los paros generales en Bolivia, Argentina, Paraguay, durante 1996, las fuertes huelgas de los portuarios en Australia, y cientos de huelgas, incluidas varias huelgas generales en muchos otros países, desde el Sudeste Asiático, a Africa y Latinoamérica, incluyendo las huelgas de los mineros en Rusia. Los puntos más altos de este proceso fueron a principios de 1997 el levantamiento revolucionario en Albania, que hizo prácticamente estallar a las FF.AA., y la huelga general de Ecuador que derribó a Bucaram. En el primero de estos países fue mediante elecciones que llevaron al gobierno a los comunistas reciclados, y con el sostén de tropas italianas, como se desvió el proceso revolucionario y se avanzó en la reconstrucción del Estado. En Ecuador, las direcciones reformistas de las masas apoyaron el interinato de Alarcón como recambio en los marcos del régimen democrático burgués.

En general esta oleada terminó fortaleciendo variantes "centroizquierdistas" (que en muchos casos llegaron al gobierno) que aunque al precio de algunas pequeñas concesiones formales, mantuvieron lo esencial de los planes capitalistas, y sostuvieron a los gobiernos para evitar que el desgaste de éstos condujera a crisis abiertas en los regímenes, mientras se postulaban como recambio electoral

Esta contraofensiva obrera fue acompañada también por una serie de huelgas y luchas sindicales de carácter económico en Estados Unidos, donde el triunfo de la UPS fue el punto más importante.

El estallido de la crisis económica internacional a mediados de 1997 significó un cambio en las condiciones más generales de la lucha de clases. Sus incidencias en el terreno político internacional y de las relaciones entre las clases, amenazaban combinarse llevando a la ruptura del inestable equilibrio capitalista mundial de los 90.

A su vez, las dificultades para descargar las dificultades económicas y políticas sobre las espaldas del propio proletariado empuja a los distintos imperialismos (y a los diversos estados) a un recrudecimiento de la rivalidad comercial, y desde que la "política es economía concentrada" como decía Lenin, a diferentes orientaciones internacionales y a tensiones políticas diversas.

Los acontecimientos revolucionarios en Indonesia, el default ruso (y la amenaza de un giro "autárquico"), y la radicalización de la lucha por la independencia del pueblo Kosovar graficaban elocuentemente que en el año 1998 esta crisis económica comenzaba a transformarse en crisis política internacional. Expresión de esto último fue también en América Latina la aceleración de la crisis de los regímenes, con intentos bonapartistas derrotados como en Paraguay, y el estallido de luchas de masas como en Ecuador.

Estos acontecimientos de la lucha de clases en la década de los 90 demuestran que la burguesía no ha logrado imponerle al proletariado y a las masas del mundo derrotas decisivas, como fueron por ejemplo la victoria de Hitler en los 30 en una gran potencia como era Alemania, o de la derrota de la revolución china de 1925-27 en un país semicolonial.

Sin una acumulación de derrotas estratégicas de esta magnitud es una afirmación sin fundamentos hablar de la existencia de un "nuevo orden mundial". Las fuerzas del proletariado están desgastadas pero no derrotadas. La persistencia de altos niveles de desocupación, la precarización y flexibilización del trabajo en gran escala, el ataque sistemático a todas las antiguas conquistas de la clase obrera y las masas, hacen más difícil la emergencia de la lucha de la clase obrera, en la que pesan, en lo inmediato, los efectos de las divisiones entre ocupados y desempleados, efectivos y contratados, nativos e inmigrantes, sindicalizados y no sindicalizados. La alta desocupación y el rol divisionista de las burocracias sindicales fue y es un arma eficaz de la burguesía para contener la combatividad de la clase obrera. Todo esto opone grandes obstáculos a la irrupción del movimiento obrero en el centro de la escena, y al desarrollo de su subjetividad, junto con la persistencia de la crisis de dirección revolucionaria.

La continuidad de estos elementos le ha permitido al imperialismo victorias parciales como los que hemos señalado al principio de la década, que permitieron una cierta reestabilización capitalista. Fue el principal handicap que permitió durante la década la profundización de la ofensiva capitalista e imperialista tanto en los países semicoloniales o en los ex estados obreros en descomposición, como en los países imperialistas La crisis económica internacional y el desarrollo de fenómenos como los que marcamos para Indonesia, Rusia o el Kosovo, comenzaban a minar el inestable equilibrio, amenazando abrir brechas por donde podrían colarse procesos superiores de la lucha de clases.

En estas condiciones, el imperialismo decidió su intervención armada contra Yugoslavia, buscando en última instancia reforzar la imagen y poder imperial y contener las peligrosas tendencias a la ruptura del equilibrio que se hacen sentir con fuerza en la arena mundial.

3. La guerra del Kosovo

La cuestión del Kosovo cobró enorme importancia internacional, porque al actuar como catalizador de las contradicciones de la situación internacional, en torno al drama de esta pequeña y pobre provincia balcánica, se anudaban muchos de los hilos conductores de la situación mundial, tendiendo a poner en correspondencia dos planos decisivos: el comienzo del fin del equilibrio inestable de los 90, con los efectos estructurales a largo plazo de la crisis de dominio abierta desde el 89.

La debilidad estructural del imperialismo norteamericano y el alto costo de mantener su dominio sin su viejo aliado stalinista salen a luz cuando se ve obligado a intervenir directamente en Kosovo, como garante del orden amenazado. El exceso de autoconfianza generado en las cumbres del imperio por la imagen artificiosa que veía en el espejo de los 90 lo llevó a intervenir sobre la base de que eran necesarios unos cuantos días de bombardeo para doblegar a Milosevic y de paso ratificar sus títulos, asegurándose el liderazgo en la OTAN sobre sus propios aliados europeos y manteniendo a raya a Rusia. La superioridad militar apabullante debía tener efectos disuasorios y resultar concluyente a bajo costo. Una nueva intervención de "bajo riesgo" y bajo pretexto humanitario sería suficiente en los cálculos del Pentágono, pero ¿sería suficiente el viejo remedio en las nuevas circunstancias? Las condiciones de los 90 estaban cambiando al calor de la crisis económica y política internacional, y emergían las contradicciones más profundas sembradas por el 89.

Evidentemente se trataba de un mal cálculo, y se detonó una aguda crisis política en la Alianza. Brent Scrowcroft (ex consejero de seguridad nacional de Bush y asesor militar de Ford y Nixon), señaló: "La Alianza Atlántica se lanzó a esta aventura convencida de que Milosevic se rendiría rápidamente. Su estrategia ya había fallado desde hace más de un mes, pero en función de salvar la cara, se vio forzada a continuarla, al punto de quedar al borde de la ruptura, con cada uno de sus miembros sosteniendo distintas opiniones. Milosevic y los rusos han jugado y continúan jugando el juego de dividir a la Alianza. Si la guerra hubiera continuado, hubiéramos observado una ruptura oficial y total en sus filas. Esta es la razón por la cual hemos arribado a la así llamada paz."

Unos días de bombardeos, a pesar de la terrorífica destrucción sembrada sobre toda Yugoslavia, no parecían suficientes. Los aliados europeos comenzaron a reprochar a Washington en tono cada vez más alto. No se podía pensar seriamente, al menos por el momento, en afrontar los costos y riesgos de una invasión terrestre en gran escala, sin suficiente apoyo doméstico, en particular en sus aliados europeso como Alemania e Italia, que cuentan con poderosos proletariados, y con la renuencia de la primera (que no podía dejar de sentir los crujidos en Rusia) a embarcarse en ella. Una vez más, a pesar de toda la tecnología supermoderna de los Cruiser, los Apache y los Stealth, suficiente para borrar a un pequeño país como Serbia del mapa, se revela que, como sentenciaba el viejo Clausewitz "la guerra es un instrumento de la política; ella adopta necesariamente su carácter y dimensiones; en sus contornos principales, no es más que la propia política y ésta, cambiando la pluma por la espada, obedece sin embargo y siempre a sus propias leyes."

Sin embargo, las masas no pudieron utilizar a su favor las brechas abiertas entre "los de arriba". La responsabilidad esencial es de las direcciones reformistas del movimiento de masas: los partidos socialdemócratas y stalinistas, y la burocracia sindical, que integran o apoyan a los gobiernos de la "tercera vía" que dirigen 13 de los 15 países de la Unión Europea, y que fueron los campeones de la intervención armada de la OTAN. La política nacionalista reaccionaria, vale decir chauvinista gran serbia, de Milosevic hacia los oprimidos albaneses del Kosovo, que llegó al extremo de la sangrienta "limpieza étnica" para someterlos, fue un gran handicap a favor del imperialismo, que podía hacer uso en gran escala de la cortina de humo de la "intervención humanitaria" para cubrir su agresión a los ojos de las masas de sus propios países así como de la región. Así, salvo algunas pequeñas movilizaciones de vanguardia, la clase obrera internacional estuvo ausente de la escena como factor autónomo. La clase obrera internacional quedó atrapada en su confianza a los gobiernos socialdemócratas que lejos de abrir una "tercera vía" y "defender el estado de bienestar", retribuyen su confianza participando en la guerra como buenos administradores de los intereses imperialistas, y posicionándose así para intentar liquidar las conquistas todavía en pie de los trabajadores europeos.

De esta forma, el terreno quedaba libre para que el imperialismo pudiera imponer una salida reaccionaria, aceptando, para salir del impasse, los buenos oficios de Moscú, cuyo rol fue esencial para transformar el empantanamiento militar en que se encontraba la OTAN en un triunfo político de ésta. Esto último es registrado por Stratfor, como comentario previo a la reciente cumbre del G-8: "es tiempo de saldar las cuentas con los reformadores rusos. A un gran riesgo para ellos, llevaron a Milosevic a la mesa de negociaciones y entregaron el Kosovo a la OTAN. Sin la voluntad rusa de participar en el proceso diplomático, que transformó un desagradable empantanmiento militar en una victoria diplomática de la OTAN, la OTAN aún estaría diseñando planes para un imposible ataque terrestre. Sin la colaboración de Yeltsin, el affaire de Prístina hubiera tenido peligrosas consecuencias sobre el terreno."

Después de casi once semanas de bombardeos, devastando la infraestructura de Serbia y al propio Kosovo, con miles de víctimas civiles, y en medio del éxodo de los kosovares aterrorizados por la limpieza étnica de Milosevic y la lluvia de bombas de la OTAN, se impuso un acuerdo que básicamente consiste en la aceptación de un protectorado de la OTAN, con una cierta participación rusa, sobre el martirizado Kosovo.

 

4. Un primer balance de la guerra:
Un importante triunfo imperialista pero a un alto costo

La ultrarreaccionaria salida imperialista, basada en la ocupación de Kosovo se impuso así sobre la base de una catástrofe para las masas serbias y de una dura derrota para la causa nacional del pueblo kosovar.

Constituye un importante triunfo táctico del imperialismo, aunque obtenido a un alto costo político. La OTAN impuso una paz imperialista en el Kosovo. Esto es un golpe a la clase obrera internacional y a los pueblos oprimidos del mundo que fortalece al enemigo de clase, lo que tendrá efectos reaccionarios en la coyuntura mundial.

En el plano regional este triunfo de la Alianza refuerza los reaccionarios acuerdos de Dayton. Pero sin embargo, a pesar de este avance, el acuerdo no garantiza una estabilización duradera en los Balcanes. La situación de Serbia y de los estados vecinos puede constituirse en nuevos puntos de quiebre del frágil equilibrio reaccionario regional. Como dice The Economist, "en tanto y en cuanto aquellos que viven dentro y en torno a la región miran sus conflictos desde perspectivas marcadamente opuestas, el viejo polvorín retendrá todo su poder explosivo". A su vez, la enorme caída del nivel de vida de las masas serbias a consecuencias de la guerra lo que puede ser la fuente de tensiones más importante en el plano regional, lo que ha llevado a la misma revista imperialista a decir que "tanto deliberada como espontáneamente, Serbia podría repetir su mortífero juego de desestabilizar a los países vecinos exportando gran número de gente desesperada, 'sólo que esta vez serían serbios'." Incluso pueden desatarse potenciales levantamientos revolucionarios en la propia Serbia. A esto se suma el problema de mantener la "paz" en el mismo Kosovo, donde se prolonga una situación semicaótica en medio de la cual el desarme del ELK -que ocupa el vacío político dejado por la retirada de los serbios- no es un problema menor a ser resuelto por las fuerzas de ocupación.

Pero el elemento más significativo es que esta "paz" precaria en la región ha sido obtenida a altos costos políticos para el imperialismo. El imperialismo norteamericano no ha podido traducir su enorme superioridad militar en un dominio político equivalente. Por eso, a pesar del "triunfalismo" generado en los medios de la Alianza, no deja de aparecer una cuota de preocupación en sus analistas. En un editorial titulado "Guerra desastrosa, paz desastrosa" The Economist afirma: ..."cuando unas pocas bombas probaron ser insuficientes, ellos (los líderes occidentales NdeR) se encontraron con que habían tropezado en una guerra que no habían pensado pelear, no se habían preparado para pelear, y no deseaban pelear, al menos, con hombres que podían ser muertos. Esto no es un dechado de nobleza. La guerra de Kosovo se convirtió, tal como la guerra generalmente hace, en un desastre. La paz, si eso es lo que trae finalmente el acuerdo firmado el 9 de junio, parece poco mejor." Leslie Gelb, del Consejo para las Relaciones Exteriores, resume: "La sensación es que la situación era muy mala para comenzar y que la OTAN y la administración Clinton la empeoraron y, para sorpresa de sus críticos, lograron un acuerdo mejor del que cualquiera esperaba. Pero lo obtuvieron a un costo pesado e infernal, y por eso, la gente le va a negar a Clinton el crédito por eso."

Esto es así porque las vicisitudes del conflicto en Kosovo, aunque veladamente todavía, por el triunfo de la OTAN, han comenzado a hacer visibles los límites del poder imperial y la creciente rivalidad entre las distintas potencias.

5. El Kosovo y los límites del poder imperial

El desarrollo y desenlace de la guerra, a pesar del resultado favorable al imperialismo, deja expuestos importantes límites del imperialismo norteamericano.

En primer lugar, se hacen evidentes los límites de las "intervenciones humanitarias" desplegadas a lo largo de los 90, para lidiar con las contradicciones más agudas que se abren al calor de la crisis económica y política internacional.

En Kosovo a pesar del triunfo táctico imperialista, esta modalidad de intervención comienza a mostrar su agotamiento: no sólo porque no logró el que era su objetivo declarado (evitar la "limpieza étnica), y por la enorme destrucción causada sobre Yugoslavia, sino sobre todo, por el alto costo político de la intervención que debe pagar Washington. The Economist dice: "La gran razón para cuestionar la naturaleza del triunfo de los aliados, sin embargo, es su fracaso central: esta era una guerra para frenar la limpieza étnica, pero su principal efecto fue intensificarla." (...) "En términos humanitarios la campaña fue un desastre." Un estratega de la derecha republicana yanqui, como Kissinger, insospechable de "humanitarismo" llega a plantear que: "una estrategia que reivindica sus convicciones morales desde alturas superiores a los 15.000 pies -y en el proceso devasta Serbia y torna al Kosovo inhabitable- haya producido más refugiados y heridos que cualquier combinación de diplomacia y fuerza que uno pudiera haber imaginado. Esta merece ser cuestionada tanto en términos políticos como morales." Lo que preocupa a Kissinger es que tanto abusar del recurso "humanitario" en operaciones no estratégicas para los "intereses nacionales" de Washington, puede volverse más rápidamente en contra del imperialismo al develar el carácter imperial, archirreaccionario, de estas operaciones. Por su parte el alto costo político se manifestó en la necesidad de reconocer un lugar a Rusia en la negociación y el acuerdo final, en los roces con China, y en que la enorme desproporción entre "objetivos" y "costos" de la intervención despertó la inocultable reticencia de sus aliados de la OTAN a aceptar sin más la dirección política y militar norteamericana.

Todos estos elementos han puesto en cuestión la otra premisa de las intervenciones de los 90: el "bajo riesgo". El desarrollo de la guerra podría tener dos lecturas. Por un lado una lectura triunfalista indicaría que la superioridad aérea de la OTAN es suficiente para lograr sus objetivos. Otra lectura más objetiva, indicaría que a pesar de todas las bombas y misiles, el imperialismo no logró destruir al Ejército de Milosevic, pero lo más importante de todo, es que quedó abiertamente expuesta la negativa de Estados Unidos a arriesgar la vida de sus tropas sobre el terreno. Este es un lujo que estados Unidos, como garante del statu quo y gendarme mundial, no puede permitirse tan gratuitamente ante los ojos de los pueblos del mundo. Estos elementos liquidan la presunción de "victorias fáciles" del imperialismo derivadas automáticamente de su supremacía militar, lo que es un golpe importante a su autoconfianza que expresa los límites del poder imperial. Por ello, es plausible que, como dicen los analistas de Stratfor, "la década que comenzó en Kuwait termina en los cielos sobre Serbia. Ningún gobierno norteamericano podrá en el futuro cercano al menos, asumir que tiene el poder militar necesario para imponer su voluntad. (...) Hay una vasta diferencia entre ser el mayor poder militar en el mundo y la omnipotencia. (...) La irreflexiva presunción de que la superioridad general del poder militar norteamericano inevitablemente se traduciría en una rápida victoria en cualquier circunstancia específica, es obviamente equivocada."

En este marco, el éxito de este tipo de intervención en el Kosovo podría ser irrepetible. Como reconoce The Economist: "Para una Alianza declaradamente defensiva, la guerra aérea contra Kosovo fue un sorprendente nuevo punto de partida, pero uno que es más probable que sea la excepción, y no la regla"

Más aún, ya se escuchan voces de advertencia de que por este camino, el imperialismo puede verse envuelto en escenarios de fiasco. Mariano Aguirre, director de un centro de estudios estratégicos (Centro de Investigación para la Paz), en España, comenta las bondades de la táctica de guerra aérea, pero no puede dejar de señalar que si bien: "Se desgasta militar y psicológicamente al enemigo y no se tienen casi bajas propias, lo que permite vender mejor a la propia opinión pública las operaciones militares, una exigencia del llamado síndrome de Vietnam norteamericano extendido a la OTAN", pero Aguirre advierte que EE.UU. y la OTAN podrían encontrarse en el futuro en otras situaciones en las que habría que recurrir a la opción terrestre y en las que habría que recurrir a la opción terrestre y en las que la división aliada o la falta de liderazgo político condujese a un solo resultado: "La inhibición"." Como bien expresa este autor, contra toda la ideología del fetichismo tecnológico, el recurso a la "guerra aérea" refleja no sólo la potencia militar, sino sobre todo los condicionamientos políticos: el "síndrome de Vietnam extendido a la OTAN".

Sin superar estos límites, es decir, sin que las potencias imperialistas puedan exponerse a sufrir bajas cuantiosas en sus operaciones, no se puede crear el "poder imperial" a la altura de las tareas que sostener el orden de dominio mundial supone. Para revalidar su papel como gendarme mundial en futuras intervenciones de mayor envergadura, la contrarrevolución imperialista deberá prepararse para dar golpes mayores contra su propia clase obrera, para poder contar con la base social reaccionaria y las condiciones políticas internas que le permitan ir a operaciones en mayor escala que las que implicó la pequeña y débil Yugoslavia.

En segundo lugar, una suma de elementos comienzan a erosionar la autoconfianza ilimitada del imperialismo, generado por el triunfalismo de la burguesía norteamericana a principios de los 90, basado en la "victoria sobre el comunismo". Es que, como reconoce un analista norteamericano en Newsweek: "El catálogo de estos problemas (por ej., el fin de la ilusión de completar la restauración capitalista en Rusia por vías reformistas, el alerta que la crisis en el sudeste asiático trae sobre la inestabilidad que trae aparejada la "globalización", NdeR.) no significa que los desastres están a la vuelta de la esquina. Significa que, al contemplar el mundo de la posguerra fría, hemos minimizado los riesgos. Tal vez esto era inevitable en las postrimerías de la guerra fría, cuando los norteamericanos se sintieron justificadamente orgullosos de que "nuestro modo de vida" había prevalecido. Pero un país nunca debe tomar sus propios despachos de prensa demasiado seriamente." (...) "No podemos remodelar al resto del mundo a nuestra imagen. Sugiriendo que sí podemos, la fórmula del "superpoder" engendró análisis descuidados y expectativas extravagantes. El peligro de lo primero es que lleva a masivos errores de cálculo -Kosovo es un buen ejemplo. El peligro de lo segundo, en tanto los norteamericanos se tomen de las ambigüedades de la era pos guerra fría, puedan verse desilusionados y traten de retirarse. El neo aislacionismo no es un lujo que podamos darnos, porque el mundo inevitablemente nos ata. Pero necesitamos ser más disciplinados y menos románticos al pensar sobre los intereses nacionales. Nosotros podemos comenzar por desterrar "único superpoder existente" de nuestro vocabulario."

El imperialismo ha demostrado que está muy lejos de ser "un tigre de papel" y que las nuevas dificultades acrecientan su agresividad y sus tendencias guerreristas. Pero Kosovo empieza a mostrar que para lidiar con los nuevos desafíos en la arena mundial deberá enfrentar mayores contradicciones y riesgos tanto externos como domésticos.

6. Creciente rivalidad entre las grandes potencias

En EI 12 señalábamos que "todavía no hay una pelea abierta por la hegemonía mundial ni prima aún la revolución proletaria, lo que demuestra que lo que estamos viendo son los inicios de la crisis política internacional y no sus últimos capítulos." Sin embargo, ya en esta fase inicial, la guerra en Kosovo actuó como un catalizador de las divergencias entre las grandes potencias, haciéndolas emerger a un primer plano. Y el fin de la guerra está muy lejos de haber revertido sus diferencias.

Los aliados europeos, que se sumaron sin mayores reparos a la política yanqui en Kosovo bajo el paraguas de la OTAN, manifiestan una creciente desconfianza hacia la conducción política y militar de Washington, que se expresó en las discusiones entre los aliados todo el desarrollo de la guerra. A consecuencia de esto, se fortalecerán las tendencias a una mayor autonomía europea respecto de Estados Unidos en las cuestiones de "seguridad" que atañen al Viejo Continente. The New York Times señala que "La guerra de Kosovo ha traído cambios drásticos a Europa, lanzando a Alemania a un liderazgo militar nunca visto desde 1945, galvanizando varios intentos de forjar una política defensiva común y alterando sus relaciones con EE.UU. Desde luego, con la estabilidad rusa aún muy incierta y los repentinos movimientos de tropas rusas en Kosovo, los europeos siguen mostrándose cautelosos respecto de cualquier 'desacoplamiento' de Washington. No obstante, al deseo de mantener los vínculos transatlánticos se suma ahora un impulso para equilibrarlos de una manera distinta."

Ahora bien, mientras que en la OTAN el liderazgo de Estados Unidos homogeneizaba las políticas y la toma de decisiones, la Unión Europea carece de una potencia rectora claramente definida, lo que frente a potenciales crisis complicará la posibilidad de compatibilizar los múltiples intereses nacionales en una política común. Es que no hay "un" imperialismo europeo, y por lo tanto no puede haber "una" política europea, sino varios estados imperialistas con intereses nacionales específicos y políticas divergentes y hasta contradictorias: Italia, Alemania, Francia, tienen sus propias opciones. Esto, en perspectiva, lo debilita frente a los vientos desestabilizantes que provienen del Este y ante eventuales procesos revolucionarios. Esto no es indiferente para las perspectivas de la lucha de clases, más cuando estamos hablando de un continente, Europa, que constituye un centro neurálgico de la clase obrera mundial.

Pero la gran divergencia estratégica que emergió en la guerra es en torno al rol que le corresponderá a Rusia en Europa y a nivel internacional. Rusia se niega a ser reducida al papel de una semicolonia, que pretende se le reconozcan sus "derechos de gran potencia" y que quiere hacer valer sus intereses nacionales. Esto se expresa en un profundo giro en la política internacional de la burocracia restauracionista, que ha comienzos de la década se había alineado con la estrategia norteamericana, y ahora la resiste.

El imperialismo confundió la postración económica de Rusia y el estado ruinoso de sus FF.AA., con su liquidación en tanto que actor político internacional. El Kosovo ha servido para que Rusia reemergiera como "jugador" europeo, como demuestra el rol central que jugó en todo el conflicto, particularmente, en el desenlace y los acuerdos de paz, y sobre todo, con la sorpresiva entrada de un destacamento a Prístina. Este último hecho, más allá del carácter "simbólico" que tuvo y de que Rusia al final terminó cediendo en los puntos centrales ante la OTAN, señala sobre todo que Rusia no está dispuesta a aceptar gratuitamente nuevas humillaciones de Occidente. Como dice The Economist, "el elemento de ópera cómica de la incursión rusa después de los bombardeos, no debería oscurecer la seriedad de las divergencias entre Rusia y Occidente." La reentrada de Rusia en el escenario europeo ha desequilibrado el balance de fuerzas en toda Europa Oriental, sobre todo en los estados que formaban parte de la ex URSS, promoviendo realineamientos todavía en curso desde el Báltico a los Balcanes, al calor de la nueva competencia entre la OTAN y Rusia por la influencia sobre los estados de la zona, que en su mayoría venían gravitando hacia la OTAN. El Kosovo, un conflicto secundario, ha disparado un nuevo foco de tensiones estratégicas potencialmente mucho más desestabilizante que la guerra balcánica. Esto, como planteamos más arriba, afectará particularmente a la Unión Europea.

Como señala Strafor: "Europa quedará en una posición particularmente incómoda. Por un lado los intereses europeos están íntimamente ligados con los de Estados Unidos. Por otro lado, Europa tiene más vulnerabilidad que los Estados Unidos a las tensiones dentro del sistema internacional. Como tal Europa tiene inherentemente más aversión a los riesgos. Una evolución conservadora y de afirmación de sus propios intereses en la política rusa dejará a países como Alemania ante importantes dilemas estratégicos con los cuales no quisiera tratar. (...) La confrontación en curso significará la necesidad de rápidas y peligrosas evoluciones en la OTAN. Esto es algo que los europeos no quisieran ver que suceda. Dejando a un aldo los costos inherentes de expandir la OTAN, la expansión de ésta lógicamente significa la expansión de la Unión Europea. Con el Euro funcionando tan pobremente, y la emergencia de una debilidad cíclica en la economía europea, esto no es algo que los europeos quisieran afrontar por ahora." Las burguesías europeas ven crecer sus responsabilidades imperialistas luego del Kosovo. Esto es particularmente cierto para Alemania (como grafica el hecho de que de haber tenido una pequeña participación en Bosnia, sea ahora la segunda fuerza en Kosovo con 7.000 soldados y la responsabilidad de la "reconstrucción" civil en sus manos). Pero no está preparada ni económica, ni política ni militarmente para asumir dicho rol en plenitud. Todo intento de avanzar en su poder imperial, desplegándose hacia el Sur y hacia el Este le implicará "importar" las contradicciones de estas "zonas calientes" y sobre todo, adecuar su situación interna para ponerla a la altura de este desafío. Esto presupone disciplinar en mayor medida a su propio proletariado. Por ejemplo, el enorme aumento de los gastos en defensa requeriría una baja del presupuesto en otras áreas, trasladando los costos a espaldas de sus propias masas, lo que lo convierte en algo muy difícil, políticamente, de digerir sin provocar grandes choques con su propia base social, algo que la burguesía alemana no está en condiciones todavía de arriesgar, al menos en la magnitud necesaria.

A su vez, el bombardeo a la embajada de China en Belgrado detonó una serie de acontecimientos que pueden estar indicando el fin de la política china de "cooperación" con Estados Unidos (iniciada en los 70 con el viaje de Nixon a Pekín y fortalecida luego bajo la dirección de Deng Xiao Ping), que permitió, gracias al enorme flujo de capitales, el "milagro chino" en los 90. Esta orientación tuvo su pico más alto en medio de la crisis asiática, con el viaje de Clinton y la llamada "cooperación estratégica" entre Washington y Pekín, que en su momento definimos como un intento de "mini-Yalta" Sin embargo, este intento no cristalizó, pasando la burocracia china a una política de mayor confrontación con los Estados Unidos.

La situación de debilidad en que se hayan China y Rusia (aunque de diferente grado) y el interés común en oponerse a la presión norteamericana, reclamando un lugar propio en un mundo hegemonizado por Estados Unidos, tiene a unir a ambos gigantes en un bloque más o menos informal. La base estructural de este giro en la orientación de ambas burocracias restauracionistas está en el fin del flujo de capitales con que contaban para reciclarse como burguesías y consumar exitosamente la restauración capitalista. En Rusia desapareció, y en China se agotan las condiciones para mantenerlo. Ninguno quiere ser reducido al status de semicolonia. El rasgo más notable es que comiencen a recurrir al chantaje, utilizando las disputas geopolíticas para obtener concesiones de Estados Unidos. En el caso ruso esto tiene consecuencias sobre las fronteras de la ex URSS, y en el caso chino esto puede traer desestabilización en Asia.

Si la consecuencia más inmediata de este realineamiento ruso y chino es poner límites a la libertad de movimientos de Estados Unidos, desde el punto de vista más estratégico, a largo plazo, deberá ser tomado en cuenta por los imperialismos competidores con Estados Unidos, esto es a Alemania y Japón. Alemania, principal poder económico y "locomotora" de la Unión Europea, no puede ignorar el nuevo peso internacional de Rusia, lo cual le obligará a tomar decisiones estratégicas propias intentando evitar verse envuelta en las consecuencias desestabilizantes de estos nuevos realineamientos en la política mundial.

De la misma manera, Japón, segunda economía imperialista, enfrentado a la creciente polarización de Asia oriental entre Pekín y Washington, se verá empujado a pensar una política desde el punto de vista de Tokio.

Estas presiones van en contra del ordenamiento actual, donde la fortaleza económica de Alemania y Japón no se corresponde con su rol político y militar internacional, ya que en el mundo de Yalta, como consecuencia de su derrota en la Segunda guerra Mundial, estaban claramente subordinados a la hegemonía y estrategia norteamericanas.

Estas divergencias entre las distintas potencias, son otra muestra del enorme costo político para el imperialismo yanqui de la operación militar en Kosovo. Como un conocido comentarista de la prensa yanqui, señalaba: "...Rusia, China, Japón y Alemania eran cuatro de las 8 naciones líderes del mundo. Para un presidente norteamericano, impulsar una política carente de cualquier interés estratégico real para Estados Unidos, que irrite o amenace la estabilidad gubernamental de estos cuatro, es estúpido. Todavía peor, esto es un perverso coqueteo con desastres históricos. Los Estados Unidos habiendo sufrido derrotas o victorias frustradas o denegadas en sus últimas tres guerras (Corea, Vietnam y el Golfo) encaja en la definición clásica de una gran poder maduro comenzando a debilitarse. Los historiadores de Roma, España, Holanda e Inglaterra han llenado libros y libros con explicaciones de lo que vendría después. ¿Puede la misma cosa ocurrir de nuevo? Por supuesto. Los Balcanes y el Medio Oriente pueden resultar un devastador doble embrollo."

Que a fin de cuentas, la aventura militar en los Balcanes haya resultado favorable al imperialismo, no le quita los ribetes de "coqueteo con el desastre" de un "gran poder maduro comenzando a declinar". Otros analistas, con una cuota de sarcasmo, agregan: "La OTAN ha conseguido claramente una victoria (...) Sin embargo es una victoria en la cual el precio será, pensamos, más alto que el que cualquiera hubioera anticiapdo o hubiera tenido la voluntad de pagar antes de la guerra. La OTAN sale de la guerra internamente más débil que cuando entró en ella. Rusia y China salen de ella más hostiles antes que menos. La estabilidad de los Balcanes es una permanente e imposible responsabilidad para Occidente. Fue una victoria. Algunas victorias más como ésta y ..."

Que un conflicto regional de poca importancia en sí mismo como Kosovo haya llevado a la superficie este cuadro de tensiones es una muestra de las crecientes dificultades del imperialismo en su conjunto, y del norteamericano en particular, para administrar el statu quo mundial.

 

7. El mundo "Pos Kosovo" ¿Hacia dónde va la situación mundial?

En Kosovo el imperialismo ha logrado un importante triunfo táctico, que tiene efectos reaccionarios sobre la coyuntura mundial, pero no ha alcanzado sus objetivos más ofensivos. Más aún, el alto costo del mismo complica el panorama estratégico del imperialismo en el mediano y largo plazo.

Para la clase obrera internacional y para las nacionalidades oprimidas, el resultado de la guerra ha significado un nuevo golpe. Esto le da aire al imperialismo para continuar su ofensiva contra las masas de mundo. En lo inmediato, al proletariado se le torna más difícil la lucha contra su enemigo de clase. Pero a diferencia de la Guerra del Golfo a principios de los 90, el triunfo imperialista en la guerra del Kosovo no es una victoria de la magnitud necesaria como para revertir las tendencias a la desestabilización y contener la crisis política internacional en curso. Dicho de otra manera, el triunfo imperialista no ha permitido aún recomponer las condiciones para una nueva reestabilización en la arena mundial.

Volviendo a las cuestiones metodólogicas que planteamos en la introducción ¿El imperialismo ha logrado ya recomponer un "equilibrio capitalista inestable" como fueron los 90? Para responder a esta pregunta tenemos que examinar los tres planos del problema: las relaciones entre las clases, los factores económicos y las relaciones entre los estados.

En el plano de las relaciones de clase, la crisis económica en curso repercute en un incremento de las tensiones entre las clases, que comienza a traducirse en la descomposición de la base social de muchos de los regímenes y gobiernos que mantuvieron cierta fortaleza durante la década pasada, un fenómeno que es agudo en Asia Oriental y que afecta también a América Latina. En la primera, aunque la burguesía ha logrado contener el proceso revolucionario en Indonesia mediante las elecciones, esta salida aún es precaria, ya que en el medio de la crisis económica el nuevo gobierno que asuma -cuestión que aún no está clara debido al antidemocrático sistema electoral, (lo cual puede derivar en la continuidad del actual gobierno), deberá lidiar con las fuertes aspiraciones que las masas expresaron en el voto a la Sukarnoputri (ver artículo en esta revista). En América Latina, estas tensiones han llevado a "cortocircuitos" en los regímenes democrático burgueses (como en Ecuador y Paraguay) aunque se intenta sostenerlos con recambios más débiles.

En Europa, los gobiernos de la Tercera Vía se ven obligado a avanzar sobre las conquistas de los proletariados más importantes, como amenazan hacer los gobiernos de Schröeder en Alemania o D'Alema en Italia, rompiendo la política de pactos sociales que se impuso para desviar la contraofensiva obrera y popular de los últimos años. Avanzar sobre su propia clase obrera como hizo Estados Unidos en los 80, es una necesidad cada vez mayor de los imperialismos no sólo europeos, sin lo cual corren el riesgo de rezagarse en la competencia interimperialista. Esta es también una necesidad para Japón, aunque por ahora se resiste a encarar este camino debido a la fragilidad de su sistema político, lo que dificulta la salida de su crisis estructural.

 

En el plano de la situación económica, (aspecto que abordamos con más detalle en el capítulo siguiente) es prematuro afimar que ya se ha aslido de la crisis económica mundial, como interesadamente presenta la burguesía. Japón ha tenido una cierta recuperación, después de su punto más bajo el año pasado, gracias a la inyección de fondos en su sistema bancario, pero esta puede ser una ilusión ya que aún no avanzó en reestructurar su economía. La economía europea se ha "desacelerado" con algunos países, como Italia, con importantes caídas de su PBI. Estados Unidos, a diferencia de estos, sigue gozando de un importante crecimiento, pero los desequilibrios del mismo pueden llevar a la Reserva Federal a subir nuevamente las tasas de interés, lo cual podría detonar un sacudón en la crisis económica internacional y tirar por la borda la precaria calma de los últimos meses, y sobre todo podría constituir un golpe duro a los países semicoloniales, los más afectados desde la apertura de la crisis en Asia. En este marco, la economía rusa no da "síntomas de vida" y la de China no logra recuperar su dinamismo frente a la fuerte reducción de la entrada de capitales que fuera su motor durante los 90.

Este marco más estrecho de la economía mundial, que se traduce desigualmente en las distintas economías nacionales, conduce a que las relaciones entre las clases alcancen una tirantez extraordinaria. "Todo lo cual determina que se haga inevitable la lucha de clases, cada vez más aguda, como resultado de la reducción de las rentas nacionales. Cuanto más se restrinja la base material, más crecerá la lucha entre las clases, y los diferentes grupos se encarnizarán luchando por el reparto de las rentas nacionales" No perder de vista esta base material que se señala Trotsky es importante ya que la lucha de clases sigue siendo el elemento más retrasado de la coyuntura.

El deterioro de las relaciones entre los estados es el aspecto más dinámico de la situación mundial, como muestran el movimiento de Rusia y China hacia un bloque común para contrapesar la presión norteamricana, los realineamientos en la Unión Europea, en especial, la nueva ubicación de Alemania; así como la emergencia de nuevos focos de conflictos regionales no sólo en el terreno de Europa, sino también en Asia, donde hay una guerra limitada (aunque no puede descartarse una escalada) entre Paquistán e India por Cachemira, incidentes militares entre las dos Coreas (que han recreado un clima anticomunista en el Sur), o en Medio Oriente, con los ataques israelíes a Beirut. A esto ha de agregarse las dificultades del "proceso de paz" en Irlanda del Norte que han vuelto a recrudecer en estos días.

La creciente rivalidad entre las potencias imperialistas y entre estas y las burocracias restauracionistas son un foco de tensión permanente que erosiona las bases del sistema de relaciones internacionales en que se basó el equilibrio inestable de los 90.

De este cuadro de la situación mundial, se desprende que a pesar de que en lo inmediato el imperialismo ganó tiempo para contener el desarrollo de la crisis económica y política internacional, aún ésta no se ha cerrado y todavía no puede definirse con nitidez hacia dónde marcha la situación mundial. Lo que sí puede asegurarse, es que resulta imposible que se vuelva al equilibrio inestable de los 90. Como hemos demostrado a lo largo de este trabajo, el conflicto de Kosovo ha actuado como disparador de un nuevo marco de la situación mundial, cuyos elementos ya existían previamente, pero que cristalizan al actuar Kosovo como catalizador. En este sentido, la guerra del Kosovo constituye un punto de inflexión en la situación mundial, señalando el fin de una década de aparente supremacía indiscutida de los Estados Unidos. Esto no significa ya una disputa abierta por la hegemonía mundial (como en los 30), ni que el sistema capitalista no pueda alcanzar nuevos equilibrios, pero estos serán más frágiles ya que han emergido nuevas fuerzas que no pueden contenerse en el marco del viejo statu quo, tal como fue en la década pasada debido a los factores anormales que hemos señalado. El triunfo imperialista en los Balcanes permite que esta transición en el plano inmediato sea menos traumática, al menos que si continuaba el empantanamiento militar. Pero no es suficiente para volver al viejo estado de cosas. Esto no significa que la nueva situación mundial ya haya madurado plenamente. Muy por el contrario, estamos al inicio de este proceso.

En este sentido, la actual fase de la situación mundial puede compararse con la obertura de una ópera. De cierta manera anticipa, "como la obertura ... los temas musicales de toda la obra", expresándolos en forma condensada y anticipando las melodías que se desarrollarán plenamente en el futuro "con el acompañamiento de tubas, contrabajos, tambores y otros instrumentos de la verdadera música de clases". Las agresiones imperialistas como en el Kosovo, guerras regionales, procesos revolucionarios como en Indonesia, crisis en los regímenes y "cortocircuitos" de la democracia burguesa, tendencias al bonapartismo como en Rusia, la emergencia de guerras comerciales y disputas interimperialistas, nos anticipan así, probablemente, aunque de forma no desarrollada, los temas de la ópera que desplegarán la primeras década del siglo XXI. En síntesis, ¿hacia dónde marcha la situación mundial? El pronóstico es alternativo: ¿Podrá en el próximo período el proletariado responder a los nuevos embates de la crisis económica o aprovechar las brechas que se abran entre los de arriba, interviniendo como un factor autónomo en la escena internacional? En este caso, se abrirá un giro favorable al proletariado y sus aliados, sin que puedan descartarse triunfos revolucionarios parciales de las masas. ¿O las crecientes disputas y roces alcanzarán nuevas alturas sin que el proletariado, tal como sucedió en Kosovo, pueda dar una respuesta independiente? En este último caso, la perspectiva que tomará cuerpo no será la de un "nuevo orden mundial" pacífico sino de creciente "desorden", mayor disputa por la hegemonía entre las potencias imperialistas, al menos en el plano regional y por posicionarse estratégicamente, y eventualmente nuevas guerras reaccionarias, frente a las cuales Kosovo quede como un juego de niños.

En el próximo período, el proletariado internacional puede hacer jugar a su favor el handicap que significa el debilitamiento cualitativo de los aparatos contrarrevolucionarios con la caída del aparato stalinista mundial. Pero como supone el prónostico alternativo que hemos planteado, estas condiciones estratégicamente favorables no han de mantenerse indefinidamente. En el próximo período histórico, o el proletariado interviene decisivamente en los grandes tests de la lucha de clases, y los resuelve a su favor, o será el imperialismo el que, acumulando triunfos, vuelque la balanza a su favor.

 

Parte II
El impasse de la restauración capitalista y sus consecuencias para el orden mundial

Los Balcanes son la expresión más descarnada del fracaso del "camino reformista" para la restauración del capitalismo en los ex estados obreros deformados y degenerados, que ya había tenido una dramática evidencia en el hundimiento de Rusia en agosto del 98. La ex Yugoslavia, con sus millones de refugiados, con varias guerras que dejaron a cientos de miles de víctimas, la creciente intervención imperialista, constituye un testimonio trágico de la terrible destrucción de fuerzas productivas, del "retroceso catastrófico de la economía y la cultura" como decía Trotsky, que implica el tránsito de una forma social más elevada, donde ha sido expropiada la burguesía, a una forma social inferior, como es la economía capitalista en su etapa de descomposición.

Esta es la expresión más extrema de un proceso general de decadencia y descomposición de las fuerzas productivas que abarca al conjunto de los ex estados obreros burocratizados. Si Yugoslavia es la variante más violenta, la variante "pacífica", en Rusia, cuya economía se ha contraído un 50%, ofrece un nivel de destrucción sólo comparable al de la Segunda Guerra Mundial.

En cuanto al "exitoso" modelo chino, también está llegando a sus límites, enfrentado al cambio en las condiciones internacionales y regionales que le habían permitido un primer período de dinamismo, como muestra el salto brutal en la desocupación, la enorme polarización social y diferenciación regional, que hace prever a muchos analistas que la estabilidad china se convertirá en un problema crucial en los próximos dos años.

La guerra de Yugoslavia, con sus enormes costos, muestra que el orden imperialista a fines de la década, no puede absorber aún los efectos, en el plano político y de las relaciones interestatales, de los vientos de desestabilización provenientes del Este y de China, ante el impasse en la restauración capitalista en el primer caso, y de los nubarrones de tormenta que se acumulan sobre la segunda.

El intento de resolver un nudo en un lugar, como en los Balcanes, amenaza con el riesgo potencial de crear otros mayores, como en Rusia, a semejanza de una manta demasiado corta, que no puede cubrir simultáneamente todos los nudos de conflicto. Sobrevolando la cumbre de Colonia, donde el G-7 se reunió con Yeltsin luego de la guerra del Kosovo, flotaba un temor por el futuro de Rusia. Este se refleja en el siguiente análisis: "Mucho más importante que lo sucedido en Kosovo, es la cuestión de lo que sucede en Moscú. El triunfo de los eslavófilos antioccidentales en Moscú, puede defniri una generación de la historia. Es imperativo que Occidente haga todo lo que pueda para prevenirlo. Por supuesto, ya ha hecho un gran trato para asegurarlo. En un sentido real, la OTAN usó reservas críticas en Moscú en función de alcanzar sus objetivos en Kosovo. Debe ahora reconstruir aquellas reservas críticas.."

Todo esto demuestra que los intentos de asimilación a la economía mundial de los ex estados obreros deformados y degenerados, que consisten básicamente en un brutal proceso de semicolonización, lejos de alentar la estabilidad de Occidente, le están generando traumáticas contradicciones. La Guerra en los Balcanes y las consecuencias estratégicas de la misma, a la luz de la primera intervención militar de la OTAN en su medio siglo de existencia, permiten comporbar también que la cuestión del carácter social de estos países aún no ha sido zanjada por la historia y que "el problema será resuelto definitivamente por la lucha de las dos fuerzas vivas en el terreno nacional y en el internacional." Tal como hace más de 50 años escribiera Trotsky en La Revolución Traicionada.

Corrobora también, contra los que durante todos estos años daban por finalizado el proceso de restauración capitalista (¡¿en forma pacífica?!) que, como decíamos en EI no.8: "La consolidación de una formación social capitalista en estos países es un proceso aún indefinido, y es probable que así continúe, de no mediar levantamientos revolucionarios o golpes contrarrevolucionarios, al menos en los casos de Rusia y China, por varios años." Contra los que se apuraban a etiquetar estos países como "capitalistas", se comprueba como correcta, metodológicamente, la definición sobre el carácter de esos estados que hacíamos en los siguientes términos: "Es un error definir que existen ya en estos estados formaciones sociales capitalistas. A falta de una definición mejor, seguimos creyendo válido definir a estos países como estados obreros deformados o degenerados en descomposición. Fórmula que intenta expresar que el aparato estatal y el personal gubernamental es burgués o burócrata restauracionista. Que busca conscientemente completar la restauración capitalista, y que ha realizado cambios jurídicos, que han liquidado la planificación económica y el monopolio del comercio exterior, y favorecido el desarrollo de la propiedad privada, avanzando cualitativamente en descomponer las bases sociales de los estados obreros burocratizados, al punto de hacerlas irreconocibles. Pero no ha logrado consolidar aún el salto hacia el funcionamiento de un régimen de producción capitalista digno de tal nombre. No lo definimos como estado burgués en formación, no por la superestructura o por la política que defienden en los últimos años, sino que intentamos dar cuenta, en esta situación transitoria, de la existencia de un conflicto temporal entre la superestructura y la formación económico-social, conflicto temporal agudizado por la crisis económica y política del imperialismo mundial, y por el hecho de que las masas de estos países no han sido liquidados como factor histórico independiente."

La clave de nuestra definición es que hay una situación transitoria de aguda "contradicción entre la superestructura y la formación económica y social, conflicto temporal agudizado por la crisis económica y política del imperialismo mundial, y por el hecho de que las masas de estos países no han sido liquidados como factor histórico independiente", contradicción que cobra vida en los conflictos de los Balcanes; en los permanentes estallidos del problema nacional (expresión laberíntica de la lucha de clases) y en el surgimiento de movimientos nacionales progresivos (como ayer Chechenia, Bosnia o el Kosovo hoy); en la debilidad del estado ruso y en las crisis políticas recurrentes en Moscú; en el deterioro agudo de la relación entre el imperialismo y las burocracias restauracionistas de Rusia y China (donde el régimen utilizó como válvula de escape movilizaciones nacionalistas de masas ante el bombardeo a su embajada en Belgrado); en la resistencia en la "última trinchera" del proletariado ruso, o en el enorme despliegue preventivo del ejército chino frente a los múltiples síntomas de resistencia de las masas, etc.

La burocracia restauracionista, que venía apostando a una restauración gradual del capitalismo, apoyándose en el imperialismo mundial para reciclarse como burguesía, ve desvanecerse sus ilusiones, en el contexto de abrupto cambio de las condiciones económicas y políticas internacionales, y se encuentra entre dos fuerzas que la sobrepasan: la presión del imperialismo, que tiende a semicolonizar a los estados obreros burocratizados en descomposición, y que ya no puede proveer fondos y recursos como en los años pasados, y la situación del proletariado y las masas, que no han sufrido una derrota histórica, y contra las que la burocracia se verá obligada a chocar violentamente para poder dar un salto cualitativo en la restauración. En estas condiciones se revela la enorme debilidad estructural de las camarillas burocráticas restauracionistas, corroídas por enormes contradicciones (como muestra abiertamente Rusia y como se incuban en China), y cuya estabilidad económica y política dependió en todos estos años del apoyo del imperialismo.

En síntesis, puede decirse hoy sin temor a exagerar que la tentativa de asimilar plenamente a los estados obreros burocratizados en descomposición a la economía y al sistema capitalista mundial, se convierte en hoy una fuente de desestabilización del orden mundial de enorme magnitud. Como planteamos en la primera parte de este artículo, esta es la base de las divergencias actuales y de los realineamientos estratégicos entre las principales potencias que están en curso, tanto en Europa como en Asia.

Es que "Esta perspectiva plantea que, al igual que la diplomacia a principios de siglo fue incapaz de resolver de forma pacífica las consecuencias de la desintegración del imperio austro-húngaro, que fue la mecha que encendió la primera guerra interimperialista, la desintegración de la ex URSS y el colapso ruso, constituyen una enorme fuerza desestabilizante de la situación mundial." (EI n.8)

Decíamos esto por tres motivos: a) los intentos de los distintos vecinos de la ex URSS, como de las potencias imperialistas, de aprovecharse de la debilidad del "espacio vital" ruso; b) la tentación y la necesidad de todo gobernante ruso de unificar sus fuerzas y restaurar el poder del Estado, restableciendo su autoridad en la periferia perdida; y c) la crisis del antiguo orden represivo y la debilidad del poder central pueden dar lugar a que se desarrollen, como motor del proceso revolucionario contra la política rusificadora de la burocracia restauracionista y de la nueva oligarquía, la lucha por la autodeterminación nacional.

 

¿Rusia a las puertas del bonapartismo?

Estas perspectivas comenzaron a corporizarse con el default ruso de agosto del 98 que señaló el principio del fin del intento de restauración "reformista" de la mano de los "prooccidentales". Por más que el régimen de Yeltsin se sobreviva, se ha abierto un camino que apunta hacia el bonapartismo.Éste no está a la vuelta de la esquina, e imponerlo será un complejo proceso de años, de no mediar una considerable ayuda de Occidente, económica y política, para sostener a las camarillas yeltsinianas (cosa prácticamente impensable hoy en día), o de no dar el proletariado ruso un salto de su resistencia atomizada a ocupar el centro de la escena. Ni una ni otra variante, en forma realista, aparecen como las más probables en lo inmediato.

Como dice un analista "No hay nada que Occidente pueda básicamente hacer para resucitar a la economía rusa. No es una cuestión de dinero. El problema es que en Rusia el dinero no se transforma en capital. Todas las inversiones son despilfarradas sin esperanzas a través de una combinación de ineficiencia y robo. Para que el dinero se transforme en capital, para que las inversiones florezcan, deben existir las instituciones que garanticen aquellas cosas como una legal y predecible imposición de los contratos, fiable transporte de mercaderías de un punto a otro, neutralidad del gobierno en la competencia económica, etc. Ninguna de estas cosas existe en Rusia. Los contratos no son exigibles, la infraestructura básica es inexistente, y el gobierno no sólo es impredecible en su trato a los participantes, sino que a veces es deliberadamente destructivo." En estas condiciones es muy difícil que el imperialismo arriesgue las enormes sumas de capital necesarias para hacer de la economía rusa algo parecido a "un capitalismo que funcione como tal".

Por su parte el proletariado ruso, salvo las acciones de los mineros que precipitaran la caída de Gorbachov en 1990, no han mostrado todavía (a pesar de algunas luchas parciales) elevarse a ser una fuerza política independiente, en medio de la enorme destrucción de la economía, de la cultura y de sus conquistas sociales.

El impasse en la restauración capitalista, en donde a pesar de la enorme destrucción de las viejas relaciones sociales, ni el imperialismo ni el proletariado han volcado la balanza decisivamente a su favor, invita a la emergencia de un árbitro que se eleve por sobre las dos fuerzas fundamentales en pugna, y que, restableciendo el poder del estado, intente imponer una salida reaccionaria.

El bonapartismo ruso, que puede adquirir la forma de socialchovinismo, será el agente que intentará avanzar hasta el final en la restauración capitalista. Su base social se nutrirá de la enorme cantidad de elementos desplazados de la burocracia y en la mayoría del cuerpo de oficiales del ejército, que aspiran a recuperar los privilegios que les aseguraba el viejo régimen y necesariamente, por su carácter gran ruso, reforzando la opresión sobre las nacionalidades menores en el interior de la Federación Rusa y el exterior de la misma. Esto no significará que pueda aspirar a la reconstrucción de la vieja área de influencia en Europa Oriental, debido a su enorme debilidad, pero seguramente será fuertemente agresivo hacia las repúblicas que se desprendieron de la ex URSS. Un comentarista imperialista dice siniestramente: "Afortunadamente, la posición estratégica de Rusia es tal que no volverá rápidamente a tener una preponderancia global. Muchos armenios, lituanos y uzbekos deberán morir antes de que esto suceda."

La guerra del Kosovo ha tornado más cercana la probabilidad de un curso bonapartista en Rusia. Este proceso puede tardar varios lustros en asentarse. El mismo presenta enormes dilemas de política exterior a las potencias occidentales y será una gran fuente de tensiones sobre el sistema internacional. Pero su éxito no está, ni mucho menos, asegurado. Cada paso en esa dirección podrá motorizar el despertar de nuevos movimientos nacionales progresivos entre las nacionalidades orpimidas y los pueblos amenazados. ¿Se apoyará el proletariado ruso en estos, sus aliados, para luchar contra la burocracia chauvinista gran rusa, o será utilizado como ocurrió en la última década con el proletariado serbio, como carne de cañón, contra sus hermanos, nacionalidades oprimidas? No es posible saberlo. Pero del proletariado ruso dependerá fundamentalmente que el bonapartismo ruso se asiente o no, ya que su fuerza social es infinitamente superior a la que puede reunir el campo "rojo-pardo" de los generales y ex generales, los nostálgicos de la nomenklatura, los ex stalinistas reunidos bajo los retratos de Stalin y el Zar, etc.

 

Parte III.
La economía mundial.

El agudizamiento de la crisis económica internacional es el factor subyacente que está detrás, tanto de las crecientes tensiones entre las clases, como del deterioro de la relación entre los estados que se expresa en la creciente rivalidad entre las grandes potencias, que marca el fin del "equilibrio inestable" de los 90. Este equilibrio se formó sobre la base de la recuperación norteamericana en esta década frente a sus competidores, en particular Alemania y Japón, que desde los 70 venían mejorando su posición relativa con respecto a los EE:UU. Sobre esta base, junto al hecho que la debacle de la URSS, había dejado a EE.UU como la única superpotencia existente se creó la apariencia de un "Nuevo Orden Mundial" con un poder norteamericano indiscutido que iba asociado al avance irrefrenable del capital y la globalización económica.

Esta ofensiva ideológica burguesa que presentaba una confianza ciega en el avance ilimitado del mercado fue infisionando de economicismo burgués a las corrientes que hablaban en nombre del marxismo. Contra las explicaciones que al absolutizar la crisis de dirección caían en un nuevo automatismo económico del tipo de que como "hay crisis de dirección proletaria, la burguesía encontrará antes o después un nuevo punto de reestabilización y un nuevo ciclo de ascenso", sosteníamos que "esta visión transforma en absoluto un elemento, la crisis de dirección proletaria, para deducir del mismo una fortaleza todopoderosa del capital para superar sus crisis. Que las crisis sean cada vez más recurrentes y profundas, que las contradicciones interimperialistas se acentúen, que la crisis de dominación imperialista potencie las tendencias belicistas de las metrópolis, que la clase obrera haya golpeado en varios países antes del estallido de la crisis, que penda la amenaza de un crack sobre la economía mundial... nada importa, la burguesía encontrará una salida (pacífica)."

Si los ideólogos neoliberales, "fundamentalistas de mercado", opinaban que el mercado era perfecto y que el capital había superado sus contradicciones, en el campo del marxismo, los que absolutizaban la crisis de dirección, llegaban, a pesar de todas las evidencias de la realidad, a una conclusión simétrica: el avance irrefrenable del capital y la apertura de una nueva fase de desarrollo del capitalismo, en que se liquidaban las características centrales de la época imperialista. De esta manera se preparaban para un largo período de desarrollo pacífico y evolutivo del capitalismo, donde, para superar su bajo nivel de subjetividad, el proletariado debería reandar el camino del siglo XIX: lucha por reformas dentro del sistema, con la revolución proletaria convertida en una perspectiva distante, lo que de hecho, significa la liquidación de la revolución proletaria como estrategia. Contra este neobernstenianismo o neokautskismo de fin de siglo planteabamos que "es necesario retomar el método de los pensadores de la III Internacional en su época revolucionaria, (...) una concepción que establecía la interacción dialéctica entre los ciclos económicos y los factores políticos, dando preeminencia a estos últimos en la explicación de los acontecimientos de la fase imperialista."

1. Un salto en la crisis capitalista.

Las condiciones particulares de la fase descendente de la curva del desarrollo capitalista, es decir, el imperialismo, le imprimen al movimiento del capital un carácter específico. Contra los que ven una regularidad en los ciclos de acumulación, el carácter de la época, en donde los factores políticos como el rol de los estados y los vaivenes de la lucha de clases juegan un rol preponderante en el proceso de reproducción del capital, tiene la particularidad de alterar la regularidad de los movimientos endógenos del capital. Esto implica que en la época imperialista el capitalismo solo puede alcanzar una estabilización duradera luego de derrotas estratégicas sobre la clase obrera (como fueron en la década del 30) y guerras por la hegemonía como fue la Segunda Guerra Mundial. Fue sobre estas bases, de supremacía casi absoluta del imperialismo norteamericano junto a la existencia del orden contrarrevolucionario de Yalta y Potsdam, que se desarrolló el"boom" de la posguerra. El dominio económico, militar y político indiscutido de EE.UU, que gozó durante todos estos años, le permitió ejercer sobre la economía internacional un fuerte control. Este control, junto a la aplicación de mecanismos anticíclicos por los estados capitalistas, si bien no impidió el estallido de crisis nacionales de sobreproducción, lo que si lograban era que las mismas aminoraran notablemente sus efectos y escencialmente que no tuvieran alcances mundiales.

El cambio de estas condiciones a fines de los 60 y comienzos de los 70, liquidó el equilibrio que la economía mundial había alcanzado al fin de la posguerra. Este cambio, estuvo determinado por el declive de la hegemonía absoluta del imperialismo norteamericano y el fortalecimiento relativo de Japón y Alemania junto al ascenso obrero y popular más importante desde el fin de la segunda guerra contra los dos pilares del Orden de Yalta, el imperialismo norteamericano y la burocracia stalinista. Estos factores políticos junto a factores económicos, como el aumento de la composición organica del capital y la consecuente caída de la tasa de ganancia dieron lugar a lo que hemos denominado una "crisis de acumulación del capital". Desde esos años, la economía mundial ha sufrido cinco recesiones cíclicas como la de los años 1969/70-71, la de 1973/75 (la primera de alcance mundial), la del 1979/82, 1990/91, y por último desde agosto de 1997 la crisis abierta en Asia. Esto no ha excluido estabilizaciones o recuperaciones parciales, pero éstas han tenido un carácter frágil o limitado no sólo en terminos de crecimiento económico sino geográfico. Después de la enorme alharaca de los apologistas del capital se demuestra que en la década de los 90 la economía mundial creció menos que en los 80, que a su vez había crecido menos que en los 70. La recuperación de los 90, lejos de tener un carácter global, como la tesis de la globalización armónica demostraría, fue escencialmente norteamericana. Japón no salió de su estado depresivo, luego de que se pinchara la burbuja especulativa de fines de los 80 y Europa tuvo un crecimiento raquítico (con una leve mejora en los últimos años) durante toda la década. El frágil estado de la economía mundial durante todos estos años, expresión de la creciente financierización de la economía y descomposición del capital, puede verse en las sucesivas convulsiones tanto monetarias como bursátiles que la han afectado como la crisis de la deuda en 1982, el crack de 1987 en Wall Stret, el hundimiento de la burbuja financiera e inmobiliaria en Japón a comienzos de los 90, la crisis del sistema monetario europeo en 1992 con el alejamiento de la Lira y la Libra del mismo, el "efecto Tequila" de 1995 y en la actual crisis el pico de fines del 97 en el Asia, el default ruso de agosto del 98 y en febrero de 1999 la crisis brasileña, aunque esta última logró ser contenida antes de que impactara en el sistema financiero mundial. Todo esto prueba que la crisis de acumulación del capital, iniciada en los 70, no ha podido ser revertida en los 90, y que desde la apertura de la crisis asiática, ha dado un salto, confirmando que la economía mundial no se encamina hacia una nueva fase de expansión de las fuerzas productivas, sino, que estamos ante los primeros temblores de una exacerbación de las características de la época imperialista como la época de agonía del capitalismo.

La crisis económica detonada con el fin del "milagro asiático" se ha extendido globalmente, como muestran la situación de Japón, Rusia, el conjunto del mundo semicolonial, y las perspectivas descendentes de Europa. Sólo EE.UU ha mantenido un empuje significativo en un mundo crecientemente en ruinas.

Entre tanto, el intento de asimilar a Rusia, China y el Este, lejos de permitir una mayor expansión de la economía mundial, una ilusión difundida a principios de la década, se ha convertido en una fuente de agudas contradicciones. Como decíamos en EI no.8, de mayo del 98: "En síntesis, la crisis de acumulación capitalista y el carácter cada vez más parasitario y especulativo de la economía mundial, es uno de los factores centrales que impide una integración "armónica y pacífica" de estos países a la economía mundial dominada por el imperialismo sin que dichos avances provoquen convulsiones internas y externas, como la reciente crisis del Sudeste Asiático viene demostrando."

2. Estados Unidos ¿fortaleza estructural o amortiguación de su declive?

Que Estados Unidos se haya mantenido relativamente al margen de la crisis mundial ha dado pie a intentos de presentar este hecho como si fuera el resultado de un avance estructural, producto de una nueva "revolución industrial" cuyo motor sería la "revolución informática", como demostraría el crecimiento de los índices de productividad.

Contra la visión de que el imperialismo norteamericano asiste a un "rejuvenecimiento", conteniendo o revirtiendo su declinación, hemos afirmado que: "Hoy, a diferencia de los años dorados de su hegemonía, su declive lo obliga a atacar a su propio proletariado -como muestran la proliferación de empleos basura, el estancamiento y pérdidas salariales, y el monumental recorte de los beneficios sociales- y a sus competidores a nivel mundial. Éste último elemento, desde su derrota militar en Vietnam, y en el marco de la crisis de acumulación capitalista desde comienzos de los 70, está desequilibrando el conjunto de la economía mundial, y el equilibrio político entre las distintas potencias imperialista y naciones del mundo."

En los años del "boom" de posguerra, la enorme superioridad económica de Estados Unidos le permitía no sólo hacer concesiones importantes a su proletariado, para cooptar a franjas considerables del mismo y así cimentar su cohesión interna, sino que además, alentó el resurgimiento de Europa y Japón. A través de las instituciones económicas y financieras internacionales creadas a su imagen y semejanza a la salida de la guerra (FMI, GATT, BM, el sistema de Bretton Woods, etc.) administraba su hegemonía sobre la economía mundial.

Hoy, a diferencia de esos años, el relativo fortalecimiento económico de Estados Unidos en el plano interno se explica porque éste, gracias a la ofensiva de los 80, logró infligirle una importante derrota a su proletariado, imponiéndole un aumento significativo de la tasa de explotación que están en la base de la recuperación y el dinamismo yanqui. Ni Japón ni Europa pudieron lograr algo semejante en la década. No se atrevieron a desafiar a sus proletariados mediante una ruptura de los antiguos "pactos sociales" que regían el "estado de bienestar" en Europa o el "empleo de por vida" en Japón.En el caso europeo esto se demuestra en que la burguesía aún no ha podido avanzar cualitativamente en lo que los economistas burgueses llaman la "rigidez del mercado laboral", esto es que no han podido lograr una flexibilización y precarización del trabajo al nivel de los EE.UU. El último informe de la OCDE demuestra cuál es la fuerza social que se ha "beneficiado" según sus palabras, impedido, según las nuestras, que se dieran estos cambios. Dicho informe plantea que: "el rígido mercado laboral europeo favorece a la "columna vertebral" de los trabajadores, obreros adultos entre 24 y 55 años, que forman la mayor parte de los afiliados a los sindicatos y proveen la mayoría de los activistas sindicales".. En otras palabras los distintos imperialismos europeos, con la excepción de Inglaterra, no pudieron aún imponerles derrotas o retrocesos significativos a los batallones más concentrados del proletariado industrial como fueron en Inglaterra la derrota de la huelga minera de 1984 o en el pico de la recesión del 79/82 en los EE.UU el acuerdo firmado por la UAW, el sindicato automotriz, que implicó la pérdida de importantes conquistas laborales. Es en estas condiciones que Estados Unidos podía hacer jugar su superioridad militar, tecnológica y política, mientras aparecía amortiguada por los buenos resultados de la década su pérdida histórica de posiciones económicas respecto a Europa y Japón.

Las consecuencias de tal avance del capital ha significado un enorme retroceso estructural de las conquistas de la clase obrera norteamericana, con una brutal redistribución regresiva de los ingresos y en consecuencia una enorme polarización social, que erosiona su cohesión social y que es la base de la "deslegitimación" del régimen bipartidista, y de las agudas luchas políticas que conmueven al stablishment político, fuertemente entrelazado con las instituciones financieras, en particular Wall Street. Estas pugnas, como se expresó en el juicio a Clinton antes del ataque a Kosovo, debilitan a sus instituciones, en particular a la Casa Blanca. Como señaló ya en 1995 Kevin Phillips, "Es esta convergencia destructiva de fuerzas -signos de declinación nacional en los Estados Unidos, junto con el atrincheramiento político de los grupos de interés, y la financierización de la economía- marcan dudas a fin de siglo sobre la vitalidad de Estados Unidos."

Por su parte en el plano externo, el dinamismo relativo de EE.UU. se sostiene esencialmente a costas de las demás potencias y del conjunto de la economía mundial, como mostró la expansión de sus multinacionales y el crecimiento de sus exportaciones a lo largo de la década. Cada vez en mayor medida EE.UU utiliza su preeminencia en estas instituciones económicas y financieras como el FMI, el BM, la OMC en forma cada vez más unilateral en función de sus propios intereses, provocando crisis en ellas y chocando cada vez más abiertamente con los intereses de las demás potencias capitalistas. Pero su rol más "perverso" lo ejerce desde su dominio del sistema financiero internacional a través de su manejo del dólar como divisa mundial, moneda con la cual se hacen la gran mayoría de las transacciones en el mercado de capitales. "En los 90, el aprovechamiento de su posición dominante en el sistema financiero mundial en crisis, para su propio beneficio, ha llevado a fines de ésta década a la economía mundial a la deflación y al hundimiento del milagro capitalista de los últimos 20 años (el Sudeste Asiático)."

Este usufructo de sus posiciones en el sistema financiero mundial explica gran parte del fluido financiamiento con que contó el dinamismo yanqui en los 90. Como señala un economista: "que la economía de Estados Unidos en los años recientes haya sido capaz de mantener una alta tasa de inversión, a pesar de una muy baja tasa de ahorro, se debe al gran flujo de capitales externos dentro de los EE.UU. durante este período. En otras palabras, el resto del mundo ha tenido la voluntad de proveer los ahorros necesarios para mantener las inversiones en Estados Unidos, permitiendo entre tanto que "Estados Unidos comiera su torta" (consumo) y tuviera a la vez, inversión."

Esta necesidad de ejercer una permanente presión económica sobre sus competidores y el conjunto de la economía mundial, choca crecientemente con las necesidades estratégicas de Estados Unidos, y es la base de las tensiones con sus aliados y agentes. Como ejemplo, baste mencionar (para no hablar de las fricciones con Japón) que aún la intervención armada conjunta en la ex Yugoslavia no ha detenido ni por un minuto las guerras comerciales entre Estados Unidos y Europa, enfrentados en campos tan disímiles como la "guerra de las bananas" (para forzar el ingreso al mercado europeo de las bananas producidas por los monopolios yanquis en América Latina), la "guerra de la carne" (donde la UE rechaza la carne yanqui tratada hormonalmente), o la "guerra del ruido aéreo" (donde mientras la UE cuestiona a los aviones yanquis por "ruidosos", Washington amenaza con prohibir el acceso del Concorde a los cielos de América) y la crisis alrededor de los productos genéticamente manipulados.

Todo esto indica que, a pesar de que en los 90 Estados Unidos se recupera respecto a Europa y Japón (a diferencia del fuerte retroceso de los 70 y 80), esta década marca no un "rejuvenecimiento" estructural, sino sólo un fortalecimiento relativo, o en otras palabras, una amortiguación temporal de su declinación.

3. ¿Podrá el fuerte crecimiento de los Estados Unidos sostenerse?

Luego del punto más agudo de la crisis mundial, en agosto del año pasado, que obligó a la Reserva Federal a sostener al gigantesco fondo de inversiones LTCM, y a tres bajas consecutivas de las tasas de interés, aparentemente, la economía yanqui habría evitado las presiones deflacionarias provenientes de la economía mundial. La economía norteamericana ha tenido un crecimiento robusto en el primer semestre del año, motorizado por el fuerte dinamismo del consumo interno. Estos hechos, y en particular este fuerte crecimiento en EE.UU., han dado lugar a un cierto grado de "optimismo" en los medios de la burguesía norteamericana, que vaticinan que EE.UU no será afectado por la crisis mundial. Esta confianza se ha manifestado en un nuevo ciclo alcista en Wall Street. Pero lo que explica esta nueva alza no es tanto su sólido dinamismo interno sino fundamentalmente el estado crítico de la economía mundial. Como sostuvimos en abril de este año: "La subida de su Bolsa de valores (Wall Street), lejos de reflejar una fortaleza de su economía, refleja el hundimiento de la economía mundial y la huida de capitales del resto de los mercados, y no la buena salud de sus operaciones, que han visto como consecuencia de la crisis mundial reducidos sus beneficios."

Es que los efectos benéficos de la profundización de la crisis mundial sobre la economía de Estados Unidos, han profundizado los enormes desbalances internos que acompañan el fuerte repunte de este año, lo que amenaza la continuidad del mismo.

La caída del precio de los commodities, en particular del petróleo, el abaratamiento de las importaciones, y el enorme flujo de capitales ("fly to quality"), redundaron en extraordinarias ganancias "de ocasión" que revirtieron en el corto plazo los pronósticos pesimistas sobre las ganancias de las corporaciones. A esto ayudó también la importante baja de la tasa de interés que impidió que se interrumpiera el circuito crediticio de las empresas (que fue el principal motivo que llevó a Greenspan en setiembre del 98 a tomar esa medida). Estos elementos alentaron un nuevo auge de Wall Street (hasta quebrar la barrera delirante de los 11.000 puntos en el índice Dow Jones) y la continuidad del "efecto riqueza" sosteniendo una tasa de crecimiento del consumo interno inusualmente alta.

Todo esto dio por resultado un robusto crecimiento con baja inflación durante el primer cuatrimestre, que dio renovado aire a los sostenedores de la tesis de la "nueva economía".

Sin embargo, estos ritmos son muy difíciles de mantener. The Economist plantea que : "... es difícil negar que la demanda en América ha estado creciendo a niveles que son insostenibles, aún mediante incrementos de productividad. La demanda doméstica creció a una tasa del 7% anual en los primeros tres meses de 1999, muy en exceso por sobre las tasas de crecimiento seguras. Eventualmente todos, incluso los más extremos optimistas acuerdan que tal recalentamiento de la economía generará presión sobre los precios.". La contrapartida de esta alta tasa de crecimiento del consumo interno es el fuerte aumento de las importaciones, lo que está generando un déficit comercial espectacularmente grande y el aumento monumental de las deudas privadas y de las empresas "La fiesta de consumismo americano está siendo financiado por un pesado endeudamiento tanto de los hogares y de las empresas, cuyas deudas están creciendo a su tasa más rápida en una década. La deuda de consumo está niveles record comparada con el ingreso; las firmas están imprimiendo vastas cantidades de deuda para volver a comprar acciones.". En base a estos datos la misma revista hace el siguiente diagnostico: "todas las evidencias apuntan a un sobrecalentamiento: un sobrevaluado mercado accionario, así como también la fiesta consumista, una borrachera de endeudamiento y una incipiente escasez en la fuerza laboral". Este último punto se refiere a la creciente preocupación de la burguesía norteamericana en que la disminución del ejército industrial de reserva fortalezca a la clase obrera norteamericana, incitando un proceso de luchas por mejoras salariales. No nos olvidemos que la depresión salarial durante casi veinte años ha sido la base del renovado dinamismo norteamericano.

La acumulación de estos síntomas presagian, más allá de la coyuntura, que es muy dificil que pueda sostenerse el actual crecimiento por mucho tiempo. Incluso no está descartado una abrupta caída. La preocupación de algunos medios imperialistas es evidente: "Tal como fue exagerada la fortaleza económica de Japón en los 80, eventualmente deshilvanándose luego fuera de control, así los recientes avances económicos genuinos de Estados Unidos han sido sobre-exagerados. Si la Reserva Federal hubiera actuado tempranamente para dejar escapar algo de aire de la burbuja de Wall Street, entonces la economía norteamericana no se vería ahora tan peligrosamente desbalanceada."

Es que estos desequilibrios de la economía norteamericana no son un simple problema monetario debido a errores de evaluación de Greenspan, sino que son expresión de algo mucho más profundo: los fuertes desequilibrios de la economía mundial.

Estados Unidos no puede actuar como "mercado de última instancia" para las economías fuertemente afectadas del resto del mundo, sin deteriorar su balanza comercial y debilitar al dólar. Esto, el debilitamiento de la moneda que ha servido de divisa a la especulación mundial, podría "pinchar" la burbuja de Wall Street. En el marco de que, como hemos dicho en EI 11: "la economía norteamericana se ha transformado en totalmente dependiente del resultado de la bolsa", una caída de Wall Street afectaría fuertemente al consumo, que fue el factor que sostuvo al dinamismo norteamericano en medio de la crisis mundial, y podría sumergir al conjunto de su economía en la recesión, lo cual significaría un nuevo salto en la crisis mundial, barriendo con las débiles tendencias a la estabilización en Asia, Latinoamérica y todo el mundo.

El flujo de capitales y las ventajas coyunturales de que goza todavía Estados Unidos, podrían prolongar esta situación por un tiempo, pero a costa de exacerbar las contradicciones de la economía yanqui.

No es un dato menor que hace ocho meses apenas Greenspan (el jefe de la Reserva Federal) haya debido reducir las tasas de interés para evitar los riesgos de una deflación, y que ahora haya bajado un cuarto de punto las tasas frente a una eventual amenaza de inflación. Esto es una clara muestra de los estrechos márgenes en que se mueve la economía yanqui en el marco de un mundo en ruinas, así como de la imposibilidad de sostener el actual ritmo de crecimiento indefinidamente.

Estos desequilibrios domésticos de Estados Unidos, son, en última instancia, producto y expresión de las enormes contradicciones abiertas en la economía mundial. En síntesis, son manifestación de que, contra la opinión de todos los "optimistas" (y más allá de las oscilaciones inevitables en los ritmos de la crisis) se ha terminado el equilibrio inestable de la economía mundial los 90.

 

4. ¿Hacia el fin la crisis económica internacional?

Durante este año la economía mundial ha dado síntomas de alguna mejora. Las convulsiones en Brasil indicaron la extensión de la crisis a América latina, pero, luego de su pico en febrero e inicios de marzo de este año, mediante el acuerdo con el FMI, parecieran haber conjurado el fantasma de un estallido como el del Sudeste Asiático en el 97, auqnue a costa de una fuerte recesión.

Diversos informes hablan de una recuperación de algunos países del Asia, como es el caso de Corea. La bolsa de Japón ha tenido un crecimiento de 40% desde su punto más bajo en octubre y en enero pasado.

El precio del petróleo, uno de los commodities fundamentales, que se había derrumbado desde el comienzo de la crisis, se ha recuperado notablemente. Esto ha dado lugar a un cierto grado de optimismo en los medios de la burguesía, que vaticinan el fin de la crisis mundial.

Estas afirmaciones son prematuras e interesadas. La crisis económica mundial no ha encontrado aún un nuevo punto de equilibrio. En el medio de lo que muchos daban como una incipiente recuperación económica, la economía japonesa, la segunda economía mundial, ha tenido un deterioro agudo de su frente comercial, que muestra los límites y la estrechez que aún penden de la economía y el mercado mundial que obstaculizan una salida a la crisis. Mejor dicho, obstaculizan una salida pacífica a la crisis, sin el agravamiento de las guerras comerciales y las tensiones entre las grandes potencias y un redoblado ataque sobre su propio proletariado. "El superávit comercial japonés de mayo cayó un 31,5% mientras que su superavit con los EE.UU creció casi un 15%. En el frente económico esto significa una declinación en el dinero disponible, necesitado aún primordialmente por el sistema bancario japonés para mantener su equilibrio vía el flujo de cash. En el frente político esto significa que no habrá un abatimiento de las relaciones comerciales con los EE.UU. Por lo tanto Japón está disfrutando del peor de ambos mundos: una contracción del superávit sin una declinación de las tensiones políticas. Las raíces de la declinación están en Europa, donde las exportaciones a la Comunidad Europea han declinado en un tercio. La demanda europea se está contrayendo, indicado que la expansión económica europea está comnezando a correr con serios problemas. Esta es una mala noticia para Japón por razones obvias. En cierto grado la economía japonesa parecía haber encontrado un punto de inflexión. La debilidad en Europa puede socavar tal expansión"

Sólo los Estados Unidos mantienen, como ya vimos, un importante crecimiento. Pero "la "pujanza" de la economía norteamericana no puede mantenerse en el marco de la enorme crisis mundial en curso." Estados Unidos no puede ser el "consumidor en última instancia" de una economía mundial en ruinas.Ya la situación actual ha llevado a la formación de un fuerte lobby proteccionista, en particular en la industria del acero. Recientemente una ley que proponía establecer cuotas a la importación de acero proveniente de Japón y de China, fue aprobada en la Cámara de Representantes. Según los analistas, la aprobación de esta ley sería el disparador de una guerra comercial, encendiendo medidas de represalia que hubieran afectado fuertemente a la industria farmacéutica, la agricultura y la industria de alta tecnología e incluso a la misma industria del acero. Finalmente el Senado rechazó dicha ley, pero, como dice The Economist: "a pesar de que la industria del acero a perdido la batalla por los cupos de importación, aún parece probable que pueda ganar la guerra" Cualquier salto en el agravamiento de la situación mundial puede volver a reunir a este bloque proteccionista.

A su vez el aumento de las tasa de interés en Estados Unidos de continuarse -para evitar el riesgo de inflación- podría ser el detonador de un salto en la crisis de los países semicoloniales profundamente endeudados, como en el pasado ocurrió con la "crisis de la deuda" en 1982, o el "tequilazo" en 1994. El encarecimiento del crédito, debido a una inesperada inflación dentro de EE.UU., podría actuar como disparador de una caída en los valores de la propiedades, una depreciación de todos los activos financieros, y a una recesión en Estados Unidos. Otros factores podrían actuar como detonadores internos o externos de esta recesión. Como correctamente dice Fred Moseley en Monthly Review: "Es posible, aunque no muy probable, que la economía norteamericana sólo se haga más lenta. Si todo en el mundo marcha correctamente -si las economías asiáticas y latinoamericanas comienzan su recuperación (Japón y Brasil en particular), si ninguna otra amarga sorpresa sucede en algún lugar de la economía mundial, si una escasez del crédito es evitada en los bancos norteamericanos y en su mercado de bonos; si el mercado de acciones continúa su crecimiento, a pesar de sus precedentes históricos y sus ganancias reales; si los hogares americanos continúan gastando más de lo que ganan- entonces, tal vez, la economía norteamericana se enlentecerá y escapará a la recesión. Sin embargo, si sólo uno o dos de estos requerimientos no son satisfechos (lo que cual me parece a mí altamente probable, por ejemplo una ausencia de recuperación en Japón y/o en Brasil) entonces, es muy probable que la crisis global llegue a casa." Todo esto demuestra la fragilidad de la economía mundial en su conjunto en la actual situación.

Parte IV
La lucha de clases, la crisis de subjetividad
y la crisis de la dirección revolucionaria del proletariado

1. Una reflexión teórica sobre las condiciones de la revolución socialista

La perspectiva de la revolución social ha sido borrada del imaginario social de las masas obreras y oprimidas, e incluso de los sectores de vanguardia que han estado al frente de las luchas del último período. Se suman las consecuencias de las décadas de nefasta labor del stalinismo, la socialdemocracia y las burocracias sobre la conciencia de las masas, a los efectos de la propaganda imperialista y de sus escribas a sueldo que martillean insistentemente las mentiras interesadas de la "muerte del socialismo" o el "adiós al proletariado". En la atmósfera envenenada actual, de ataque en regla a todos los postulados básicos del marxismo, nos vemos obligados a comenzar por el ABC del materialismo histórico, que demuestra el carácter fraudulento de la "sobreproducción de ideología burguesa y pequeñoburguesa" reinante, para abordar la cuestión de la subjetividad del proletariado.

En un discurso pronunciado en 192459, Trotsky preguntaba "¿Cuáles son las condiciones necesarias para la revolución social? ¿En qué condiciones puede surgir, desarrollarse e imponerse? Son muchas, pero pueden agruparse en tres tipos y, quizás, para empezar, en dos: las objetivas o sea las que se conforman a espaldas de la gente, y las subjetivas. Las objetivas (para comenzar con la base, con el principio fundamental) son creadas en primer lugar por el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas. (...) Entonces, la condición fundamental, cardinal, para la revolución socialista es un nivel determinado de desarrollo de las fuerzas productivas, en el que el socialismo (y luego el comunismo) como sistema económico, como modo de producción y de distribución de bienes, ofrece ventajas materiales (...) ¿Se ha alcanzado este nivel ya, si tomamos al mundo capitalista de conjunto? (...)

"La segunda condición objetiva es que la sociedad debe estar dividida de tal modo que exista una clase interesada en el cambio socialista, lo suficientemente fuerte numéricamente y con la debida influencia en la industria como para asumir la carga de la realización de ese cambio. Pero eso no es suficiente. Es necesario que esta clase -y aquí pasamos a las precondiciones subjetivas- posea una clara comprensión de la situación y que conscientemente desee el cambio."

Las "precondiciones subjetivas" -o subjetividad del proletariado- son "la conciencia del proletariado de su papel en la sociedad y su organización por un partido capaz de dirigirlo"60. El reconocimiento del proletariado de sus propias fuerzas y de su papel en la sociedad no sólo se traduce en ideas, es decir, en conciencia de clase en el sentido más estricto del término, sino que descansa o se apoya en las instituciones que la clase construye para su autodeterminación, y en las direcciones y/o partidos que la moldean. Este es un proceso histórico, que se produce a saltos, con avances y retrocesos, y en donde la subjetividad de la clase obrera se desarrolla al calor del combate de las clases y en contacto (bajo la influencia y en la lucha) con las otras clases y grupos sociales y sus representaciones políticas.

Como vemos, la cuestión de la subjetividad proletaria no se reduce a una "conciencia" abstracta, entendida de un modo idealista o racionalista, sino que, como planteamos más arriba, incluye a las instituciones, la conciencia y la dirección. El punto más alto de la subjetividad proletaria es un movimiento obrero revolucionario, con sus organismos de combate de tipo soviético dirigidos por un partido proletario revolucionario. El programa científico del marxismo (que sintetiza la experiencia histórica de la lucha de clase del proletariado) se transforma en una poderosa fuerza material cuando éste se fusiona con el sujeto social capaz de transformar la sociedad desde sus cimientos, a través de la dirección del partido revolucionario.

Es así que, la subjetividad del proletariado y el marxismo revolucionario son entidades inescindibles, pero no idénticas. Como decía Lenin no puede haber partido revolucionario sin un movimiento revolucionario real, pero la existencia de éste es una condición necesaria aunque no suficiente para que el proletariado pueda triunfar. En el siglo XX, donde prima el enfrentamiento abierto de la revolución y la contrarrevolución, la existencia de una dirección revolucionaria adquiere un valor decisivo y determinante para que el proletariado pueda derrocar a la burguesía. En la época imperialista cuando el capital corrompe a las direcciones de la clase obrera y provoca una diferenciación interna del proletariado con el surgimiento de la aristocracia obrera es necesaria la construcción de un partido revolucionario que exprese en su programa los intereses históricos del conjunto de la clase obrera y de los sectores más explotados y oprimidos, un partido centralizado nacional e internacionalmente. Para que el proletariado pueda vencer es necesaria la organización conciente de los revolucionarios, la preparación previa en torno a un programa que moldee a los cuadros que sean capaces en los momentos decisivos de resistir la represión del fascismo y los cantos de sirena del frente popular.

La relación entre los factores objetivos y subjetivos

El desarrollo de los distintos aspectos, objetivos y subjetivos, no es armónico, sino desigual, sucediendo que los factores subjetivos quedan siempre rezagados en relación al desarrollo de los factores objetivos. Como señala Trotsky: "La política considerada como fuerza histórica de masas está siempre retrasada con respecto a la economía. Si el reinado del capital financiero y de los monopolios y trusts comenzó a fines del siglo XIX, no se reflejó en la política mundial hasta después de la guerra imperialista, de la revolución de octubre y de la creación de la Tercera Internacional."61 Esta desproporción de importancia decisiva tiende a resolverse en los momentos de agudización extrema de las contradicciones, de conmociones económicas, sociales y políticas, pues el carácter mismo de la época es el que "dicta al proletariado la necesidad histórica de tomar el poder", creando las condiciones y brindando la posibilidad de resolver esta contradicción. El "desarrollo en tijeras" entre los factores objetivos y subjetivos se resuelve sólo en el terreno de la lucha de clases, ya que "el carácter revolucionario de la época no consiste en que permita realizar la revolución, es decir, apoderarse del poder, a cada momento, sino en sus profundas y bruscas oscilaciones."62 De esta manera, es en el terreno de los grandes acontecimientos, mediante la lucha viva entre las clases, en el que puede acelerarse agudamente el desarrollo de la subjetividad revolucionaria del proletariado, y ponerse en sintonía con la madurez de las condiciones objetivas.

León Trotsky señalaba que: "Más de una vez nosotros los marxistas hemos señalado, en oposición a toda clase de teorías idealistas, que la conciencia de la sociedad siempre queda rezagada respecto a las condiciones objetivas del desarrollo, y esto lo vemos reflejado en escala gigantesca en el destino del proletariado. Las fuerzas productivas hace mucho que han madurado para el socialismo. El proletariado hace mucho que cumple el papel económico decisivo, por lo menos en los principales países capitalistas. De él depende el mecanismo de producción, y en consecuencia, el mecanismo de la sociedad. Lo que falta es el último factor el subjetivo. La conciencia está retrasada respecto de la existencia."63 El mismo Trotsky explica cómo cuando los factores objetivos y subjetivos están agudamente "abiertos en tijera" son los grandes acontecimientos, como cracs, guerras y catástrofes de grandes dimensiones los que vienen a restaurar la correspondencia entre lo objetivo y lo subjetivo, sacando a luz sin piedad la descomposición de la sociedad, golpeando la conciencia de las masas y arrancándolas del conservadurismo cotidiano. Ahora bien, esto significa que el proletariado y las masas oprimidas pueden verse obligadas a soportar un costo adicional, bajo la forma de penurias incrementadas, derrotas parciales, etc., para ponerse a tono con sus tareas históricas, y que se corre el riesgo de que este costo aumente en la medida en que la intervención autónoma del movimiento obrero en la arena política mundial se retrase todavía más.

¿Qué correspondencia hay entre el concepto de "equilibrio capitalista" de Trotsky y esta dialéctica de los factores objetivos y subjetivos en la época imperialista? En tiempos "pacíficos y normales" las contradicciones y el rol de las distintas clases, instituciones, partidos, etc., en la sociedad se mantienen velados detrás de la estabilidad del dominio burgués. Son los períodos de ruptura del "equilibrio capitalista", las "profundas y bruscas oscilaciones" las que, al agudizar brutalmente todas las contradicciones y debilitar al enemigo, brindan las condiciones materiales que posibilitan la irrupción revolucionaria del proletariado.

Por eso, la determinación científica precisa de estos giros bruscos en la realidad cobra la máxima importancia desde el punto de vista de la estrategia y táctica revolucionarias.

Como dice Lenin: "El marxismo se diferencia de todas las demás teorías socialistas por la magnífica unión de una completa sobriedad científica en el análisis de la situación de las cosas y la marcha objetiva de la evolución, con el reconocimiento más decidido de la importancia de la energía revolucionaria, de la creación revolucionaria, de la iniciativa revolucionaria de las masas, así como, naturalmente de los individuos, de los grupos, organizaciones y partidos que saben hallar y realizar la relación con tales o cuales clases. El alto valor de los períodos revolucionarios en el desarrollo de la humanidad emana de todo el conjunto de conceptos de Marx sobre la historia: precisamente en tales períodos, encuentran su solución las numerosas contradicciones que van acumulándose lentamente en los períodos del llamado desarrollo pacífico."64

El método totalizador de la III Internacional y de Trotsky, partiendo de la concepción del capitalismo como "hecho mundial" y del carácter de la época imperialista como de "crisis, guerras y revoluciones", integra como hemos visto, las relaciones entre la economía, los estados y las clases, para prever la dinámica de las rupturas. Este método le permitía a Trotsky sintetizar que: "Si durante la década pasada las consecuencias inmediatas de la guerra imperialista fueron la principal fuente de las situaciones revolucionarias, por el contrario, en el curso de la segunda década después de la guerra [se refiere a los años 30] esas situaciones surgirán, después de todo, de las relaciones recíprocas entre Europa y América "65 considerando las disputas interimperialistas como un elemento central a tener en cuenta para plantearse los problemas de estrategia y táctica revolucionarias que debía encarar la Tercera Internacional a fines de los 20.

Apoyándonos en estas consideraciones teóricas vamos a tratar de avanzar en definir las condiciones generales en que se plantean los problemas del desarrollo de la lucha de clases, la subjetividad del proletariado y la dirección revolucionaria, en la época abierta por la Revolución Rusa.

2. Lucha de clases, subjetividad y dirección en el siglo XX.

El triunfo de la Revolución de Octubre en Rusia, encabeza por el Partido Bolchevique, alumbró el momento más alto en el desarrollo de la subjetividad revolucionaria de la clase obrera mundial. Fue el impacto de este gran triunfo revolucionario el que permitió la fundación de la Tercera Internacional (cuya preparación había comenzado a gestarse durante la misma Guerra, con la Conferencia de Zimmerwald) que constituyó el más grande intento de darle una dirección unificada al proletariado internacional. Este verdadero estado mayor revolucionario se construyó al calor de la ola revolucionaria de posguerra, que empujó a la acción revolucionaria de millones de obreros que se organizaban en soviets o concejos dando origen a los nacientes partidos comunistas. En síntesis, fue el momento de mayor armonización entre la lucha de clases (con la oleada revolucionaria generada por la guerra y la revolución rusa), la subjetividad de la clase obrera (con el desarrollo de soviets), y el desarrollo de una dirección revolucionaria internacional.

Este primer gran embate de la revolución proletaria, por la inmadurez de los partidos comunistas, sufrió una serie de derrotas en Alemania, Hungría, Italia, etc., que permitieron una reestabilización parcial del capitalismo, que dejaron exhausta y aislada la Rusia soviética. En estas condiciones se fue desarrollando un proceso de burocratización que culminó en la degeneración de la III Internacional y los partidos comunistas.

Los años 30, constituyen un período de reacción, signado por grandes combates revolucionarios de la clase obrera mundial que son derrrotados por la traición de las direcciones, lo que abre el camino hacia la Segunda Guerra Mundial. Trotsky, ya en las vísperas de la nueva Guerra, definía que "La situación política mundial del momento se caracteriza, ante todo, por la crisis de dirección del proletariado."66 Esta fórmula expresaba la responsabilidad de las direcciones de los partidos comunistas y socialdemócratas en la sucesión de crueles derrotas sufridas por el proletariado en varios procesos revolucionarios, en los cuáles había demostrado certero instinto revolucionario y grandes cualidades de lucha. Por ejemplo, en España, donde Trotsky decía, polemizando con los que aducían que la derrota se debía a una supuesta "inmadurez" de las masas: "La línea de acción de los obreros se separó en todo momento, en determinado ángulo, de la dirección. Y en los momentos más críticos ese ángulo se volvió de 180°. La dirección entonces, ayudó directa o indirectamente a someter a los obreros por la fuerza armada. En mayo de 1937 los obreros de Cataluña se levantaron no sólo sin su dirección sino contra ella."67 Similar fue el caso de la segunda revolución China de 1925-27, que fue derrotada gracias a la política oportunista del stalinismo, que al subordinarse política y organizativamente al Kuomingtang, llevó a la brutal masacre de los obreros revolucionarios, protagonistas de las insurrecciones de Shanghai y Cantón, a manos del supuesto aliado nacionalista burgués, Chiang Kai Shek.

En tanto, en Alemania, en 1933, el proletariado más fuerte y organizado de Europa, que había entregado el poder a los socialtraidores en la revolución de 1918, y que en 1923 dejó pasar una segunda oportunidad para la toma del poder por la indecisión del PC, fue llevado por la política nefasta del PC y el PSD a caer sin combate ante Hitler.68

Estas derrotas donde las masas a pesar de su heroísmo no pudieron superar el obstáculo que representaban estas direcciones traidoras, abrió, repetimos, el camino a la guerra.

La fundación de la Cuarta Internacional en 1938, a las puertas mismas del nuevo conflicto mundial, buscó mantener la continuidad revolucionaria y prepararse para intervenir, fundando el núcleo de un estado mayor revolucionario, en las oportunidades revolucionarias en el inevitable ascenso que sobrevendría a la guerra, lo que permitiría que la IV se hiciera de masas.

Desde 1943, se abre un nuevo período. Con la derrota decisiva de los ejércitos de Hitler en Stalingrado comienza un nuevo y extraordinario ascenso de masas en Europa y el mundo colonial y semicolonial, pero que, contradictoriamente, fortaleció a las direcciones traidoras, en particular al stalinismo, prestigiado por la victoria sobre los nazis69. Trágicamente la historia impidió que se diera el pronóstico de Trotsky de que frente al ascenso revolucionario la IV se fortaleciera.

Durante este período el fortalecimiento de los aparatos contrarrevolucionarios bloqueó el desarrollo de la subjetividad del movimiento obrero, cuestión que profundizó aún más la crisis de dirección revolucionaria. Al calor de la bonanza capitalista del "boom", en los países imperialistas y en algunas semicolonias prósperas, el movimiento obrero, moldeado por el dominio de los aparatos contrarrevolucionarios, cristalizó una subjetividad de tono reformista. Entre tanto, en la periferia, se fortalecieron los movimientos nacionalistas burgueses y pequeñoburgueses, y aunque hubo varios triunfos revolucionarios de magnitud, al ser copados por direcciones burocráticas, fortaleciendo en última instancia al stalinismo, pudieron ser reabsorbidos por el orden imperialista, preparándose así el camino para posteriores derrotas.

En el "mundo de Yalta", las instituciones sindicales y políticas que el proletariado creó y sostuvo adquirieron un enorme poder, pero cada vez más subordinadas al estado burgués, del cual la burocracia y aristocracia obreras obtenían cuantiosas migajas al amparo de la bonanza económica de posguerra. De esta forma, al cambiar las condiciones económicas con la apertura de la crisis económica mundial en los ‘70, se demostraron impotentes para enfrentar la ofensiva del capital, mientras que las direcciones burocráticas y reformistas encaramadas en estas organizaciones dieron un salto en su colaboración contrarrevolucionaria con el capital. Los partidos comunistas y socialdemócratas impidieron con su traición que la clase obrera pudiera volcar a su favor la ruptura del equilibrio capitalista que significó la apertura de la crisis económica internacional.

Crisis de esta naturaleza en la subjetividad del proletariado no son un fenómeno inédito en la historia del movimiento obrero. Trotsky, explicando la tragedia del proletariado alemán arrojado a la carnicería de la Primera Guerra Mundial con la colaboración de sus poderosos sindicatos y su partido de masas, la Socialdemocracia, decía: "La historia se dio de tal forma que en la época de la guerra imperialista la Socialdemocracia alemana probó ser -y esto puede ser señalado ahora con completa objetividad- el factor más contrarrevolucionario en la historia mundial. La Socialdemocracia alemana, sin embargo, no es un accidente; no cae del cielo, sino que fue creada por el esfuerzo de la clase obrera alemana en el curso de décadas de ininterrumpida construcción y adaptación bajo las condiciones del Estado junker-capitalista. La organización del partido y de los sindicatos conectados con ella absorbieron a los elementos más sobresalientes y enérgicos del medio proletario, moldeándolos psicológica y políticamente. En el momento en que la guerra estalló, esto es decir, cuando arribó el momento del gran test histórico, se reveló que la organización oficial de los trabajadores pensaba y actuaba no como una organización proletaria de combate contra el Estado burgués, sino como un órgano auxiliar del Estado burgués diseñado para disciplinar al proletariado. La clase obrera fue paralizada, ya que tenía que soportar sobre ella no sólo por el peso completo del militarismo capitalista, sino también del aparato de su propio partido. Las penurias de la guerra, sus victorias, sus derrotas, rompieron la parálisis de la clase obrera alemana, la liberaron de la disciplina del partido oficial. El partido se dividió en trozos. Pero el proletariado alemán permaneció sin una organización revolucionaria de combate. La historia, una vez más, exhibió al mundo una de sus contradicciones dialécticas. La clase obrera alemana gastó la mayor parte de sus energías en la época previa en la construcción de organizaciones autosuficientes, y su partido y aparato sindical figuraban primeros en la Segunda Internacional. Pero precisamente por ello, en esta nueva época, al momento de la transición a una lucha abierta revolucionaria por el poder, la clase obrera alemana demostró estar extremadamente indefensa organizacionalmente."70

Desde la apertura de la crisis capitalista de los ‘70, la clase obrera mundial demostró estar "extremadamente indefensa organizacionalmente" frente a la ofensiva de la burguesía. A pesar de los grandes esfuerzos que hizo, como fueron en Chile los cordones industriales, las coordinadoras en Argentina, la Asamblea Popular en Bolivia, los Comités de soldados, de empresa, de inquilinos, en Portugal; las posiciones y conquistas logradas en el período anterior se volvieron en contra de la clase obrera en el momento decisivo. La existencia de la URSS y más de una docena de estados obreros, los grandes sindicatos de millones, en manos de las direcciones contrarrevolucionarias, fueron utilizadas para traicionar abiertamente por esos verdaderos lugartenientes del capital en el seno del movimiento obrero. Una vez desviado y derrotado el ascenso del 68-75, la clase obrera pagaría el altísimo costo que significaron los "ajustes", la pérdida de conquistas y la enorme desocupación en los años siguientes, al no poder liberarse del enorme peso muerto, de las ataduras, que significaba la subordinación a los aparatos contrarrevolucionarios que durante décadas usufructuaron sus energías y sus triunfos, al servicio, en última instancia, de fortalecer a sus enemigos de clase.

Que esto haya sido así, ayudó la ruptura del hilo de continuidad con el bolchevismo que representaba la Cuarta Internacional, la cual no pudo ser alternativa frente a los aparatos, al convertirse ésta en un movimiento centrista a principios de los ‘50, profundizando la crisis de dirección revolucionaria. Durante "Yalta" las fuerzas que se reclamaban del trotskismo desaprovecharon las oportunidades para avanzar en la construcción de un embrión de dirección revolucionaria internacional, como ocurrió en la Revolución de 1952 en Bolivia (y también en Ceylán), y más tarde, en el ascenso del 68-75, aunque se fortalecieron organizativamente, profundizaron su desbarranque centrista. Esto impidió que las fuerzas que se reclamaban del trotskismo, que durante los ‘80 acompañaron el giro a la derecha de las direccciones traidoras fueran una alternativa real, que pudiera moldear, al menos en cierta medida, la subjetividad de las masas o por lo menos a sectores de vanguardia, cuando las masas encabezaron el levantamiento contra el stalinismo en el ‘89.

3. La situación de la clase obrera en las dos últimas décadas

Como decimos en el capítulo anterior, la consecuencia de que el movimiento obrero no haya podido dar respuesta cuando la crisis capitalista se desplegó en forma abierta desde principios de los ‘70, se manifiesta en que éste debe pagar con un enorme deterioro de sus condiciones de vida y empleo y un aumento brutal de la desocupación. Esta última ha alcanzado niveles similares a los de la Gran Depresión, convirtiéndose en un problema estructural. Las cifras son elocuentes, según la OIT, antes de la crisis del Asia había una masa de desempleados de 140 millones de personas en el mundo, con un 25 al 30% de la fuerza de trabajo a escala mundial en condiciones de subempleo71. Hoy en día, como decía Trotsky en los ‘30, "el actual ejército de desocupados ya no puede ser considerado como un ‘ejército de reserva’, pues su masa fundamental no puede tener ya esperanza alguna de volver a ocuparse; por el contrario, está destinada a ser engrosada con una afluencia constante de desocupados adicionales. La desintegración del capital ha traído consigo toda una generación de jóvenes que nunca han tenido un empleo y que no tienen esperanza alguna de conseguirlo. Esta nueva subclase entre el proletariado y el semiproletariado está obligada a vivir a expensas de la sociedad."72 Esta enorme masa de desocupados es utilizada por el capital para dividir las filas obreras, entre ocupados y desocupados, efectivos y contratados, sindicalizados y no sindicalizados, inmigrantes y nativos.

En Estados Unidos es donde más ha avanzado la precarización del empleo. Distintos trabajos, como el de Robert Brenner (ver crítica al mismo en esta revista), demuestran cómo al menos un tercio de la fuerza de trabajo empleada, a pesar de realmente tener trabajo, constituye un vasto ejército excedente de trabajadores que buscan empleo, funcionando de hecho como parte de la masa de desocupados, ejerciendo así fuertes presiones hacia la caída de los salarios. Esta acumulación de derrotas parciales, por efecto acumulativo, ha venido desgastando la combatividad de la clase obrera y es un obstáculo en lo inmediato para el desarrollo de la subjetividad revolucionaria.

La división de las filas obreras, fortalecida por la política de las burocracias sindicales, dificulta enormemente la defensa de las reivindicaciones más elementales. Es que en medio de un mar de desocupación, los obreros comprenden que una lucha parcial en forma aislada o por fábrica es impotente para frenar la ofensiva del capital. Así, en todos estos años, estas condiciones permitieron el avance de la "ofensiva neoliberal", apoyándose en la colaboración activa de la burocracia sindical, con su política de pactos sociales, sus convenios por fábrica, etc., socavando aún más la unidad de las filas obreras.

A su vez, el avance de la ofensiva burguesa, ha implicado un ataque cada vez más despiadado sobre el conjunto de la clase obrera, no sólo para los sectores más explotados, sino también para sus capas más privilegiadas: la aristocracia obrera. Esto tiende a nivelar hacia abajo la situación de la mayor parte del proletariado. Esto tiene enormes consecuencias sociales y políticas sobre la composición de la clase obrera. La creciente liquidación de un amplio porcentaje de empleos de trabajadores calificados y su caída hacia los niveles de los sectores más oprimidos del proletariado, significa un cambio en la composición interna de la clase obrera.

Ya hemos planteado más arriba el rol conservador que esto tiene sobre la combatividad de la clase. Pero el fenómeno de la creciente homogeneización estructural, inducida por la propia ofensiva capitalista, plantea que las condiciones objetivas para la unidad de la clase obrera son mucho más fuertes que en los años del "boom", cuando el capital podía mantener la cooptación de una porción significativa de la clase obrera, sobre todo de los países centrales, y de esta manera garantizar la "paz social". Esto se manifiesta cuando el capital, obligado por la crisis, o por un cálculo equivocado de la relación de fuerzas lanza ataques de conjunto sobre la clase obrera y las masas pobres. Entonces emergen fuertes tendencias a la unidad de las filas obreras y al frente único contra el ataque. Esto fue notable, por ejemplo, en Francia, cuando a fines del ‘95, salieron a la huelga los trabajadores estatales, que contaron con la enorme solidaridad del conjunto de la población (a pesar de que ésta se veía "afectada" por la paralización de los servicios públicos y el transporte). Algo similar se registró en Estados Unidos, cuando la huelga de la UPS, que fue vista con gran simpatía, ya que significaba una respuesta al régimen de trabajo parcial que afecta a una gran proporción de la clase obrera norteamericana.

El efecto en el corto plazo de la situación que enfrenta la clase obrera, ha sido contener su combatividad y retrasar su entrada en el escenario, pero si bien la ofensiva capitalista ha ido desgastando las fuerzas de la clase obrera, no ha podido infligirle derrotas de magnitud histórica, como ocurrió en los años ‘30.

Más aún, la tesis sobre la supuesta "desaparición del proletariado" constituye un disparate teórico. La clase obrera no sólo sigue siendo la clase fundamental por su rol en la producción y su peso en la sociedad, sino que "La incontrastable realidad material es que nunca antes la clase obrera fue tan poderosa desde su formación en el siglo XIX. Un análisis científico muestra que, lejos de una ‘desaparición del proletariado’, éste se ha extendido numéricamente. Si bien está relativamente menos concentrado en grandes unidades de producción, al mismo tiempo ha aumentado cada vez más la concentración en gigantescas megalópolis, siendo su fuerza objetiva mayor que en los períodos más revolucionarios de la historia, como por ejemplo que en la revolución Rusa de 1917 o en la Revolución Alemana de 1918, y no sólo a escala de los grandes países imperialistas, sino a nivel mundial, como demuestra el poderoso proletariado del Sudeste Asiático.", como fundamentamos en el Dossier "¿‘Crisis del Trabajo’ o crisis del capitalismo? (publicado en EI n°11-12).

Esto demuestra que la crisis del proletariado no es fundamentalmente sociológica sino esencialmente política, o, utilizando las palabras de Trotsky, su crisis está en el nivel de las "precondiciones subjetivas"o la "condición subjetiva final".

4. La ruptura del "impasse estratégico" de Yalta

La década de los ‘90 ha estado recorrida por el debate sobre la cuestión de la situación del movimiento obrero y las vías para su recomposición. En la base del mismo ha estado la discusión acerca del significado de los acontecimientos históricos de fines de los ‘80 en los países del este y la ex URSS. Para la amplia mayoría de la izquierda, incluso del centrismo de filiación trotskista, el contenido del "89" era que el imperialismo había logrado un reposicionamiento histórico. El triunfo imperialista en Kosovo ha venido a reforzar estas ideas.

Por el contrario nuestra corriente, como decíamos en EI no.8 sostuvo que: "Durante el ‘89 y hasta el ‘91 se dieron una serie de revoluciones en el este de Europa, China y la URSS que fueron derrotadas (China), y desviadas-estranguladas (Este de Europa y la URSS), y una parte importante de esta revista está orientada a evaluar la magnitud de estas derrotas. Sin embargo, no nos olvidamos ni por un momento que las castas gobernantes stalinistas frente a las cuales las masas insurgieron en el ‘89, eran un elemento (¿el elemento?) central estabilizador del orden capitalista-imperialista (...) Por eso, y por extraño que parezca, decimos que quizás esas derrotas en Oriente (que, como el lector podrá apreciar, con ser profundas, para nosotros no tienen magnitud de derrota histórica), contradictoria, dialécticamente, han vuelto a poner a la historia, que estaba parada sobre su cabeza, sobre sus pies. ¿Qué queremos decir? Que como viene afirmando nuestra corriente y mantenemos hoy, asistimos a una verdadera ruptura del "impasse estratégico" que conseguía "victorias" relativamente "fáciles", para el proletariado, fortaleciendo a las burocracias gobernantes o sindicales, las que a su vez trabajaban para mantener el orden imperial. Ahora, el proletariado está comenzando a recuperar su espontaneidad. Las burocracias a las que se enfrenta son de una magnitud enormemente menor a la del stalinismo o a la de la socialdemocracia en su "época de gloria". Su camino seguramente estará plagado de derrotas, pero hay una luz al final del túnel, y es la posibilidad de que las masas autoorganizadas, triunfando, no estén trabajando como durante Yalta para su enemigo mortal el orden capitalista-imperialista."

Nuestra tesis sobre la "ruptura del impasse estratégico" de Yalta plantea la perspectiva de que se abren condiciones estratégicamente más favorables para resolver la crisis de subjetividad del proletariado en un sentido revolucionario. La misma ha sido discutida por los que igualan la baja subjetividad actual del proletariado con una derrota histórica de la clase obrera mundial. Para ellos el "impasse estratégico" se habría roto, pero por derecha, permitiendo que el imperialismo se "reposicione estratégicamente". Contra esta visión, hemos planteado que en realidad, se rompió por izquierda, debilitando estratégicamente al imperialismo. A fines de la década se puede hacer un balance: una ruptura del "impasse estratégico" de Yalta por derecha, equivalente a lo que hubiera significado una derrota de magnitud histórica de la clase obrera en esos países, hubiera permitido sentar condiciones para avanzar hacia una estabilización capitalista duradera y un nuevo asentamiento del dominio imperialista. Por el contrario, la inestabilidad del equilibrio capitalista en el marco de la crisis económica mundial, el fracaso en la restauración capitalista por vías "reformistas" en el Este, los límites del poderío norteamericano que mostró el Kosovo a pesar del triunfo táctico obtenido por la OTAN, demuestran elocuentemente que no ha habido tal "reposicionamiento histórico".

Las derrotas parciales sufridas por el proletariado acumulativamente (que continuaron en los 90), la crisis de dirección revolucionaria, y la superproducción de ideología burguesa, han impedido que la clase obrera perciba que, en términos históricos, el imperialismo perdió un aliado fundamental para liquidar sus luchas (e incluso para copar o reabsorber sus triunfos), y su caída se debió a una acción de las masas y no a alguna invasión extranjera (como pudo haber ocurrido en la Segunda Guerra con la invasión nazi).

Agreguemos que la visión del supuesto "reposicionamiento histórico" justifica una concepción evolucionista de la reconstrucción de la subjetividad proletaria, "neosocialdemócrata", imaginándola en los marcos de un capitalismo estabilizado por su "triunfo estratégico", ignorando el carácter convulsivo que va a tener la misma y conduciendo a borrar las fronteras entre el programa y la estrategia de los revolucionarios y el de los reformistas.

El 68 y el 89, desde el punto de vista de la ruptura del "impasse estratégico" de Yalta

Los acontecimientos del 89 han sido una continuidad contradictoria, distorsionada, del gran ascenso mundial iniciado en el 68. Este auge proletario y de las masas del mundo significó el primer gran enfrentamiento contra los dos pilares del orden de Yalta: el imperialismo y la burocracia stalinista. Lo conmovió y socavó sus pilares, pero no pudo derrotarlo, por el contrario, fue desviado y/o derrotado gracias a la inestimable colaboración contrarrevolucionaria proporcionada por el stalinismo, la socialdemocracia y los movimientos nacionalistas burgueses. En otras palabras, a pesar de que el ascenso dio una fuerte radicalización de masas, el orden mundial contaba aún con mediaciones fuertes para impedir el triunfo de la revolución. Los desvíos y derrotas sucesivos, hicieron retroceder esta radicalización, una regresión agravada por la ausencia de un polo revolucionario que hubiera ayudado a la vanguardia a extraer lecciones revolucionarias de este período.

En forma bastardeada, los levantamientos de masas de 1989, al hacer estallar al stalinismo mundial, completaron la tarea de derribar a uno de los pilares fundamentales de Yalta, dejando estratégicamente debilitado al imperialismo. En otras palabras, a pesar de la baja subjetividad, de la falta de centralidad proletaria, de la ausencia de radicalización, en medio de las que se produjo la caída del orden de Yalta, el nuevo período significa la ausencia de mediaciones tan confiables y poderosas en su efectividad contrarrevolucionaria como fue el aparato stalinista mundial durante Yalta.

Esto implica una debilidad estructural de las mediaciones contrarrevolucionarias, para poder cumplir con su tarea de bloquear y romper la iniciativa, la espontaneidad y la creatividad de las masas en el nuevo período de la lucha de clases mundial abierto luego del 89. A su vez implica la liquidación de la principal válvula de contención que tenía el orden imperialista para impedir que un triunfo en la periferia impactara decisivamente en los países metropolitanos.

En el mundo de Yalta, los partidos stalinistas llevaron o ayudaron a llevar a decenas de procesos revolucionarios a las peores derrotas. En los pocos casos en que se vieron obligados a tomar el poder como en China, Corea del Norte, Yugoslavia, Vietnam aunque debieran llegar a la expropiación de la burguesía, congelaban el avance de la revolución, impidiendo su desarrollo interno y externo. Es por eso que el trotskismo denominó a estos Estados "Estados obreros deformados", incluyendo en esta categoría a Cuba73. Estas direcciones burocráticas bloqueaban la dinámica permanente e internacional de la revolución. Un gran ejemplo es el triunfo de Vietnam, que a pesar de constituir la primer derrota militar directa del imperialismo norteamericano, (que había comprometido cientos de miles de hombres y sufrido más de 50.000 bajas) y de que se combinó con el más grande ascenso revolucionario de posguerra (desde el mayo francés a la revolución portuguesa), pudo ser absorbido porque la existencia del Orden mundial de Yalta le cubría las espaldas a Estados Unidos, y después de un corto período de confusión, éste, aunque con limitaciones (como la persistencia del "síndrome de Vietnam"), pudo retomar la contraofensiva, como fue el caso de los 80 con el reaganismo.

Al bloquear la extensión internacional de la revolución en nombre de la "coexistencia pacífica" con el imperialismo y de la "construcción del socialismo en un solo país", el stalinismo preparaba la ruina de los propios estados obreros que controlaba, ya que, como prevee la teoría de la Revolución Permanente, tras la toma del poder en un país atrasado "el destino ulterior de la dictadura y el socialismo dependerá, en último término, no tanto de las fuerzas productivas nacionales como de la extensión de la revolución socialista internacional" dado que "La revolución socialista empieza en la palestra nacional, se desarrolla en la internacional y llega a su término y remate en la mundial." 74

La ruptura del "impasse estratégico" significa que el imperialismo, sin lograr aún derrotas decisivas en los ex Estados Obreros (que implicarían transformar a estos países en nuevas semicolonias prósperas que le dieran un nuevo respiro histórico al capitalismo), ya no puede contar para el futuro con el factor fundamental, que hablando en nombre de la "revolución" y el "socialismo", impedía la extensión internacional de la revolución. Estos dos aspectos de la debilidad de las mediaciones -para contener ascensos revolucionarios y aislar o desfigurar los triunfos-, son un importante handicap a favor del desarrollo de la subjetividad revolucionaria del proletariado.

5. La recomposición de la subjetividad proletaria no será lineal

Que haya condiciones estratégicamente más favorables en este sentido, ¿significa que puede esperarse una automática y fácil recomposición de la subjetividad y conciencia revolucionaria del proletariado? No. Hemos sostenido "que se haya roto el impasse estratégico y que haya comenzado a resurgir la espontaneidad obrera para enfrentar la ofensiva del capital no significa, no puede significar de ninguna manera, que las instituciones del movimiento obrero estén vigorosas o que su conciencia tenga objetivos alternativos al capitalismo claramente definidos. Más bien, es un recomenzar desde cero."75

Toda la historia del movimiento obrero demuestra que el desarrollo de sus organizaciones, conciencia, direcciones, no se produce por vía evolutiva, pacífica, sino asimilando las grandes lecciones de los hitos de la lucha de clases. Es en este sentido un movimiento a saltos, donde en cada recodo histórico el proletariado ha pagado un precio a veces alto por sus avances posteriores.

De las lecciones abonadas con sangre en la revolución de 1848 se nutrió la Comuna de París. La derrota de 1871, al conquistar aunque fuera efímeramente el poder, alumbró el camino del gran desarrollo que tuvo el movimiento obrero europeo e internacional en las décadas siguientes. El triunfo de la revolución de Octubre, preparado por las lecciones revolucionarias que habían extraído Lenin y Trotsky de la derrota de 1905, se constituyó en una formidable palanca y en un ejemplo que permitió alzarse a la Tercera Internacional revolucionaria.

Las condiciones de maduración política de la clase obrera son opuestas a las de la burguesía bajo el feudalismo, que pudo acumular evolutivamente poder, riquezas y cultura bajo el viejo régimen, hasta alzarse con el mando de la sociedad en todos los órdenes. Como decía Marx: "Las revoluciones burguesas como las del siglo XVIII avanzan arrolladoramente de éxito en éxito, sus efectos dramáticos se suceden, los hombres y las cosas parecen iluminados con fuegos de artificio, el éxtasis es el espíritu de cada día; pero estas revoluciones son de corta vida, llegan enseguida a su apogeo y una larga depresión se apodera de la sociedad antes de haber aprendido a asimilar serenamente los resultados de su período impetuoso y agresivo. En cambio las revoluciones proletarias, como las del siglo XIX, se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen constantemente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado para comenzarlo de nuevo, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos, parece que sólo derriban a su adversario para que éste saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellos, retroceden constantemente aterradas ante la vaga y monstruosa enormidad de sus propios fines, hasta que se crea una situación que no permite volver atrás y las circusnstancias mismas gritan: "¡Hic rhodus, hic salta! [¡Aquí está Rodas, salta aquí]"76 El sentido de estas palabras no ha envejecido sino cobrado nuevos contenidos con el advenimiento del siglo XX, época de decadencia y agonía del capitalismo, época cuyo carácter le dicta imperiosamente al proletariado ¡Toma el poder!77. Como dijera Rosa Luxemburgo, en "La crisis de la socialdemocracia alemana" (conocido como el Folleto de Junius) frente a la tragedia de la clase obrera europea llevada a la carnicería imperialista por sus jefes: "la clase obrera moderna debe pagar un alto precio por cada avance en su misión histórica. El camino al Gólgota de su liberación de clase está plagado de sacrificios espantosos. Los combatientes de junio, las víctimas de la Comuna, los mártires de la Revolución Rusa, una lista interminable de fantasmas sangrantes han caído en el campo del honor, como dijo Marx, refiriéndose a los hérores de la Comuna, para ocupar para siempre su lugar en el gran corazón de la clase obrera. Ahora millones de proletarios están cayendo en el campo del deshonor, del fratricidio, de la autodestrucción, con la canción del esclavo en sus labios. Ni eso se nos ha perdonado. Somos como los judíos que Moisés llevó por el desierto, pero no estamos perdidos, y la victoria será nuestra si no nos hemos olvidado cómo se aprende. Y si los dirigentes modernos del proletariado no saben cómo se aprenden, caerán para ‘dejar lugar para los que sean más capaces de enfrentar los problemas del mundo nuevo."78

Durante buena parte de este siglo, el monstruoso desarrollo que adquirieron los aparatos contrarrevolucionarios, en particular el stalinismo, se convirtió en un enorme obstáculo para que la clase obrera pudiera aprender de las lecciones de sus victorias y derrotas. La labor contrarrevolucionaria de los aparatos llevó al debilitamiento extremo de sus viejas organizaciones y a un enorme atraso en la conciencia. En los ‘80 y a principios de los ‘90 la subjetividad de la clase obrera internacional llega a su punto más bajo. En los ex estados obreros, en el terreno de la conciencia de las masas, se estableció casi un ángulo de 180° con respecto a su acción, como crudamente mostraron los acontecimientos del 89, donde mientras las masas, crecientemente pauperizadas, que derribaban al stalinismo, depositaban ilusiones en un capitalismo con los beneficios del "Estado de bienestar".

La caída del stalinismo en 1989-91 ha debilitado estratégicamente a los aparatos que pesan sobre las espaldas del proletariado, creando las condiciones para liberar la espontaneidad y energía de las masas. Sin embargo, la recomposición de la subjetividad proletaria en un sentido revolucionario aún no ha dado pasos significativos. Sigue siendo en buena medida "un recomenzar desde cero". Estamos evidentemente ante una situación histórica muy distinta a la que enfrentaba el proletariado alemán a la salida de la Primer Guerra Mundial. Señalemos que el triunfo de la Revolución Rusa y la creación de la III Internacional le brindaron un importante punto de apoyo para recomponer su subjetividad en un sentido revolucionario, como expresaría, después de la derrota de la revolución alemana del 18, la pérdida del control político sobre la mayoría del movimiento obrero por la Socialdemocracia, el surgimiento de un centrismo de masas (que alimentó al PSD independiente) y la acelerada formación de un PC con cientos de miles de miembros y fuerte influencia en las masas, que si no hubiera sido por las vacilaciones de su dirección, hubiera estado en la posición de tomar el poder en la revolución de 1923.

Hoy, a diferencia del momento histórico que enfrentaba el proletariado alemán en 1914-18, los efectos perversos de la ruptura en la continuidad revolucionaria de la subjetividad proletaria se han ido acumulando. Continúan persistiendo los efectos dañinos sobre la conciencia de las masas que sembró el stalinismo, así como la forma contradictoria en que se resolvió el 89. Como planteamos en EI no.9, "... todavía no surgen sectores de masas o de vanguardia que tiendan a crear alas izquierdas de los sindicatos o instituciones alternativas a éstos, de tipo soviético. La idea de revolución desapareció del pensamiento de las masas y aún de la vanguardia que está llevando adelante las luchas actuales. Quizás éste sea el efecto más deletéreo de las derrotas de las revoluciones políticas iniciadas en 1989."

En consecuencia, visto desde el conjunto de la actual situación mundial, resulta evidente que la reconstrucción de una subjetividad proletaria en sentido revolucionario será un proceso tortuoso y complejo, y que toda visión facilista, sea espontaneísta o sea evolucionista, de las vías para resolver esta contradicción es claramente insostenible.

6. Subjetividad y dirección

A lo largo del siglo, la clase obrera ha tenido que pagar un alto precio histórico por la acción de los aparatos burocráticos. Como elocuentemente dice Rosa Luxemburgo, al proletariado no se le ha perdonado ni "el deshonor, el fratricidio, la autodestrucción con la canción del esclavo en los labios" ¡¿Qué mayor suma de humillaciones para el proletariado, que haber tenido que soportar sobre sus espaldas al stalinismo, que hundió las banderas de la revolución de octubre en el fango y la sangre del Gulag para sostener "en nombre del socialismo" la dominación de una burocracia vil, parasitaria y totalitaria ?! ¡¿Qué mayor paradoja para la clase obrera que derribar al monstruo stalinista depositando sus ilusiones en el retorno de la esclavitud capitalista?!

Como decimos más arriba, la labor contrarrevolucionaria del stalinismo y la socialdemocracia ha socavado gravemente la subjetividad del proletariado y profundizado la crisis de dirección revolucionaria.

Pero ¿cuáles son las bases para superar la crisis de subjetividad y de dirección revolucionaria? Estas bases son de dos órdenes: objetivas y subjetivas.

La lucha de clases es más fuerte que cualquier aparato burocrático

Respecto a las condiciones objetivas para la superación de esta crisis, el siglo XX no sólo mostró la acción perversa de los aparatos, sino que también demostró que la lucha de clases es más poderosa que cualquier burocracia. Todo el siglo XX muestra cómo cada empuje revolucionario de las masas hizo emerger su energía, su creatividad, su espíritu de sacrificio, su capacidad de organización, desatando poderosas tendencias a la independencia política de clase y a la autoorganización en un sentido sovietista, resquebrajando el control de los aparatos, y sentando jalones de subjetividad revolucionaria.

La emergencia de la revolución proletaria que siguió a la Primera Guerra Mundial, generó masas revolucionarias de millones en toda Europa, vio brotar soviets, comités de fábrica, milicias, en la escuela de la guerra civil, en Petrogrado, Moscú, Berlín, Hamburgo, Turín, Viena o Budapest, aunque sólo en Rusia la revolución triunfó, porque había un partido revolucionario templado y con lazos con las masas, capaz de organizar la insurrección y tomar el poder al frente de los soviets. Velozmente, los jóvenes partidos comunistas creados en torno al triunfo de Octubre se nutrieron de cientos de miles de obreros y jóvenes de vanguardia radicalizados en medio de las secuelas de la guerra. Sobre sus hombros se alzó la nueva Internacional con influencia de masas. La degeneración burocrática de la URSS y la III Internacional agudizó la crisis de dirección revolucionaria y el florecimiento de los aparatos ahogó las tendencias a la autoorganización y autodeterminación de las masas, aunque estas pugnaron por emerger en cada acontecimiento revolucionario de magnitud.

En los ‘30 el proletariado español realizó proezas de heroísmo en la lucha militar, en la organización de la producción, en el control obrero. El proletariado francés protagonizó la magnífica ola de ocupaciones de fábrica del 36. En 1945 el derrumbe del fascismo vio cubrirse de comités de liberación, etc. a Yugoslavia, al Norte de Italia, etc. En 1952 en Bolivia los obreros derrotaron al ejército y crearon la COB con sus milicias. En 1956 en Hungría surgieron los Consejos Obreros. El ascenso de 1968-74 vio reverdecer las tendencias proletarias a la radicalización y autoorganización. En Praga, en Chile, en Bolivia, en Argentina, en Portugal, surgieron diferentes formas de organizaciones democráticas para la lucha expresando las tendencias pro soviéticas de las masas. En Irán en 1979 con los shoras o en Polonia en 1980 con el surgimiento de Solidaridad volvieron a expresarse estas tendencias.

El peso del stalinismo y las direcciones contrarrevolucionarias impidió que estas tendencias se desarrollaran y dejaran alguna continuidad, como se vio en el 89.

Bajo el fragor de las convulsiones venideras, el proletariado y las masas se verán impulsados a la lucha, y entonces, la vieja costra de las antiguas organizaciones y las direcciones contrarrevolucionarias demostrará su debilidad para bloquear los impulsos más profundos del proletariado. Para encarar las enormes tareas y desafíos de la lucha, las masas deberán apelar a todas sus reservas de energía, de espontaneidad, de creatividad, redescubriendo en el arsenal de la experiencia histórica de la lucha de clases y a recrear para las tareas actuales, las herramientas, las armas y los métodos del combate.

Es decir, el desarrollo de la lucha de clases misma proporcionará, con la emergencia de masas que tiendan hacia la revolución, las precondiciones objetivas para la reconstrucción de la subjetividad proletaria y la superación de la crisis de dirección revolucionaria.

Pero, ¿cuáles son las precondiciones subjetivas para resolver esta cuestión? Se trata de restablecer la continuidad del marxismo revolucionario, como movimiento social de los explotados cuya finalidad es el derrocamiento de la burguesía, el establecimiento de la dictadura del proletariado y la construcción del socialismo.

Restablecer la continuidad del marxismo revolucionario para dotar a la clase obrera de un estado mayor de la revolución social

La continuidad revolucionaria, expresada en el programa del marxismo revolucionario, es decir del trotskismo, es hoy el hilo más delgado, el elemento más débil, de la subjetividad de la clase obrera. En este sentido, la crisis de dirección revolucionaria del proletariado se ha hecho extremadamente aguda.

La ausencia de intervención independiente del proletariado que registran los últimos años, es un elemento que ha profundizado la crisis del marxismo revolucionario, pero no hay una correspondencia mecánica entre ellas. Es cierto que, como decía Lenin, sin movimiento revolucionario real de las masas, no puede haber partido revolucionario. Pero no hay ninguna ley objetiva que justifique el grado de postración al que ha llegado el movimiento trotskista. Lo que agudiza al extremo la crisis del marxismo revolucionario es la adaptación revisionista a los aparatos contrarrevolucionarios por parte de las direcciones que hablan en su nombre.

La Tercera Internacional fue el punto más alto de una dirección unificada de la clase obrera mundial, un verdadero estado mayor de la revolución social. Esta organización internacional de los trabajadores continuó y llevó a un nivel superior la obra de sus predecesoras. Lenin sintetiza esta evolución y la importancia "histórico-universal" de la Tercera: "La Primera Internacional echó los cimientos de la lucha proletaria internacional por el socialismo. La Segunda Internacional marca la época de la preparación del terreno para una amplia extensión del movimiento entre las masas de una serie de países. La Tercera Internacional ha recogido los frutos del trabajo de la Segunda Internacional, ha amputado la parte corrompida, oportunista, socialchovinista, burguesa y pequeñoburguesa y ha comenzado a implantar la dictadura del proletariado. La alianza internacional de los partidos que dirigen el movimiento más revolucionario del mundo, el movimiento del proletariado para el derrocamiento del yugo del capital, cuenta ahora con una base más sólida que nunca: varias repúblicas socialistas que convierten en realidad, en escala internacional, la dictadura del proletariado, la victoria de este sobre el capitalismo. La importancia histórico-universal de la Tercera Internacional, de la Internacional Comunista, reside en que ha comenzado a llevar a la práctica la consigna más importante de Marx, la consigna que resume el desarrollo del socialismo y del movimiento obrero a lo largo de los siglos, la consigna expresada en el concepto: dictadura del proletariado."79

Contra la envenenada chicana de algunos intelectuales que dicen que la revolución rusa demostró ser el camino más largo hacia el capitalismo, que habría sido un error histórico la toma del poder en un país atrasado, resuenan las palabras de Lenin. Como decíamos antes, la subjetividad del proletariado no se construye en las aulas de las Universidades, ni con la transmisión de generación en generación de las tradiciones familiares, como construyó la suya en el medioevo la burguesía. La continuidad proletaria se construye con los hitos plantados en la lucha de clases. Haber realizado la dictadura del proletariado, mostrando que el proletariado es capaz de tomar el cielo por asalto, e imponer su propio poder es el jalón más alto conquistado por el proletariado en casi dos siglos de lucha, y mantiene todo su carácter irreductiblemente subversivo del orden burgués, más allá de la degeneración de la URSS y de su suerte histórica.

Ante la degeneración de la Internacional Comunista por la consolidación de la contrarrevolución política stalinista, era vital asegurar la mantención de esta continuidad revolucionaria. Esta tarea quedó en manos de León Trotsky y sus seguidores, combatiendo contra la corriente en el período de reacción más negro del siglo. La construcción de la Oposición de Izquierda Internacional primero, y luego la fundación de la Cuarta Internacional eran la única opción estratégica correcta. Como fue acuñado en el Programa de Transición: "La Cuarta Internacional ha surgido ya de grandes acontecimientos: las mayores derrotas del proletariado en toda su historia. La causa de las derrotas está en la degeneración y la traición de la vieja dirección. La lucha de clases no admite interrupción. Para la revolución, la Tercera Internacional, después de la Segunda, ha muerto ¡Viva la Cuarta Internacional!"80

Entre la obra de Marx en la Primera Internacional y la Cuarta en vida de Trotsky había un hilo hilo rojo de continuidad revolucionaria, cuyo eje era la unidad de su finalidad estratégica. Marx ya señaló claramente el objetivo estratégico de la lucha del proletariado: "Entre la sociedad capitalista y la comunista media el período de transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde también un período político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado"81. Está en la base fundacional de la Tercera, que en su estatuto, en el artículo 1º, inscribe "La nueva Asociación Internacional de Trabajadores es fundada con el propósito de organizar la acción de conjunto del proletariado de los diferentes países tendiente a un sólo y mismo fin, a saber: la destrucción del capitalismo, el establecimiento de la dictadura del proletariado y de una República Internacional de los Soviets que permitan abolir totalmente las clases y realizar el socialismo, primer paso hacia la sociedad comunista."82 La Cuarta Internacional, como heredera y continuadora de la Tercera, podía afirmar: "Su eje (de nuestro programa) se puede resumir en tres palabras: dictadura del proletariado"83.

El trotskismo de posguerra no fue capaz de mantener la continuidad esencial del marxismo revolucionario. Los trotskistas fueron incapaces en la posguerra de resistir la enorme presión de los aparatos stalinistas y socialdemócratas, así como de las direcciones burguesas y pequeñoburguesas nacionalistas en el mundo semicolonial. Terminaron adaptándose a los mismos y desbarrancándose por la pendiente del centrismo, es decir, perdieron su orientación estratégica independiente y comenzaron a adaptarse a cada dirección que surgía en los procesos de masas. El surgimiento del pablismo que codificó, bajo el argumento de la "proximidad inevitable de la Tercera Guerra Mundial", el seguidismo a la burocracia stalinista, fue la expresión más aguda de la enfermedad centrista y del revisionismo que invadía a la Cuarta. Esto llevó, en el proceso que va de 1951 al 53, a una profunda crisis primero y luego al estallido. La Cuarta Internacional dejó de existir como organización unificada y se transformó en un movimiento centrista conformado por varios fragmentos, que hemos denominado como "Trotskismo de Yalta". Débiles hebras de continuidad se mantuvieron en algunas batallas parciales de componentes del movimiento, pero la continuidad esencial con el marxismo revolucionario estaba rota.

El ascenso 68-74, fortaleció organizativamente a varias de las corrientes que se reclamaban "trotskistas", como expresión de la radicalización de sectores de vanguardia, pero por su multiforme seguidismo a las direcciones traidoras y su incapacidad de extraer lecciones revolucionarias del fracaso del primer embate contra los dos pilares del Orden de Yalta, se profundizó su deriva centrista. Más aún, las conclusiones revisionistas sacadas sobre este período por las distintas corrientes del centrismo "trotskista" las empujaron a políticas aún más oportunistas durante los ‘80.

En estas condiciones de decadencia, alimentadas por años de seguidismo y adaptaciones, el trotskismo no pudo ser alternativa revolucionaria al menos para sectores de vanguardia frente a la debacle del stalinismo. Como hemos dicho decenas de veces, frente a los acontecimientos del 89 "el programa del trotskismo pasó la prueba de la historia, los trotskistas no". Como resultado de su adaptación e impotencia, a fines de los ‘80 y principios de los ‘90 se produjo el estallido de las distintas corrientes del "trotskismo de Yalta". A diez años de estos acontecimientos, el conflicto del Kosovo ha significado una nueva catástrofe (como analizamos en otro artículo de esta revista) para el centrismo trotskista, que se ha mostrado incapaz de levantar una política independiente de los aparatos contrarrevolucionarios.

7. El programa del trotskismo pasó la prueba, el centrismo "trotskista" no

Contrastado con los dramáticos y complejos acontecimientos históricos que han marcado el siglo, el programa y los fundamentos teóricos del trotskismo, se han demostrado correctos desde que fueran elaborados y formulados en la lucha de la Oposición de Izquierda Internacional y la Cuarta Internacional.

Los acontecimientos del 89 demostraron que la burocracia era una casta hostil al socialismo, confirmando que si una revolución política no barría con ella en los estados obreros burocratizados, al transformarse ésta cada vez más en el agente del imperialismo en el seno del estado obrero, conduciría a la restauración capitalista.

La teoría de la revolución permanente, como teoría del "carácter, el nexo interno y los métodos de la revolución internacional en general" se ha visto revalidada por la larga serie de procesos revolucionarios -con sus derrotas y sus triunfos- ocurridas desde la Segunda Guerra Mundial.

Contra las teorías etapistas del stalinismo y las distintas corrientes nacionalistas del mundo semicolonial, que preveían distintas "etapas intermedias" antes de la dictadura del proletariado, las revoluciones en el mundo semicolonial mostraron que en los países semicoloniales, para garantizar la "resolución íntegra y efectiva de sus fines democráticos y de su emancipación nacional", era preciso expropiar a la burguesía, tal como se vieron obligados a hacer las direcciones burocráticas o pequeñoburguesas que las dirigieron a pesar suyo. Y a la vez, contra los sostenedores de la "coexistencia pacífica" y la "construcción del socialismo en cada país" estas revoluciones demostraron que toda revolución triunfante en el terreno nacional retrocederá sino se transforma en una trinchera para luchar por la derrota del imperialismo a nivel mundial.

El Programa de Transición se ha mostrado un instrumento insustituible, como sistema y método de reivindicaciones transitorias para articular la distancia entre el carácter revolucionario objetivo de la época y el nivel de conciencia del proletariado y las masas. Las premisas sobre las que se funda no han hecho más que reforzar su vigencia: el carácter de la época imperialista como de crisis, guerras y revoluciones, en que el capitalismo se sobrevive a sí mismo por el retraso en la revolución proletaria, y la necesidad de una dirección revolucionaria internacional sin la cual no podrá derrotarse al imperialismo mundial.

El trotskismo, como continuador de la tradición revolucionaria del bolchevismo y la Tercera Internacional, ha pasado la prueba por la fortaleza de su teoría, de su estrategia, de su método y de su programa, (los de la revolución proletaria internacional) que expresan los intereses históricos de los sectores más explotados y oprimidos del proletariado y que son los únicos que pueden ofrecer una salida progresiva a la humanidad.

Sin embargo, la mayoría de los grupos y fragmentos del centrismo de filiación trostkista se ha mostrado incapaz de aprender nada de su propia quiebra. Algunos prefieren buscar la razón de su impotencia en algún "problema de matriz" en las bases del trotskismo, para profundizar así su curso liquidacionista. Por el contrario, nuestra corriente, que nació como parte del estallido del movimiento trotskista a principios de la década, considera que el camino para superar esta situación pasa por el combate por recuperar el legado de Trotsky, batallando por dar pasos hacia el restablecimiento de la continuidad revolucionaria del marxismo.

8. La guerra del Kosovo prueba que el proletariado debe romper con el reformismo

Hemos venido sosteniendo que el Siglo XX se ha caracterizado por la acción nefasta de los aparatos contrarrevolucionarios, pero que la clase obrera ha dado sobradas muestras de su energía y potencialidad revolucionaria. Sin embargo, es en la subjetividad del proletariado y en la crisis de dirección revolucionaria donde más agudamente se han hecho sentir las consecuencias de este accionar. En las úlimas dos décadas esto ha permitido el desgaste de las fuerzas del proletariado bajo la ofensiva del capital. Desde este ángulo, creemos que puede afirmarse que la situación mundial se caracteriza por "la madurez de los factores objetivos y la inmadurez de la subjetividad revolucionaria de la clase obrera". Esta es una definición concreta que sintetiza una realidad material: es la forma en que se expresa en este fin de siglo la contradicción que ha signado toda la dramática historia del Siglo XX, es decir, del capitalismo en su fase imperialista o de declinación, que se sobrevive a sí mismo debido al retraso de la revolución proletaria. Este retraso a su vez, ha agudizado al extremo la contradicción entre los factores objetivos y subjetivos, tal como vemos al filo del fin de siglo.

En el curso de la década de los ‘90, el proletariado ha dado algunos primeros pasos en la recomposición de su subjetividad. A principios de los ‘90 asistimos a revueltas y estallidos, que opusieron obstáculos al avance de los planes capitalistas, pero que no dejaron continuidad. Desde 1995, con la huelga general de los estatales franceses, ha comenzado una contraofensiva obrera y de masas en numerosos países, en los cinco continentes. La enorme cantidad de movilizaciones, procesos huelguísticos, levantamientos, que han abarcado a decenas de países muestran que la clase obrera ha comenzado a reconocerse a sí misma y a ejercitar sus músculos, y que es sujeto social actuante en la lucha de clases. Sin embargo, esta primera fase se dio bajo el signo, principalmente, de un fortalecimiento de las mediaciones contrarrevolucionarias existentes. En EI no.8 decíamos: "Si bien el proletariado mundial se ha venido recuperando de los bajísimos niveles de subjetividad en que había caído a principios de los ‘90, con la contraofensiva de masas que hemos visto desde 1995 en varios países lo que se ha reforzado son las ilusiones reformistas y las direcciones contrarrevolucionarias del movimiento de masas."

En América Latina, las masas obreras y populares depositaron sus ilusiones en los "opositores" burgueses al "neoliberalismo", como es el caso de Chávez en Venezuela. En Corea del Sur, llevaron al gobierno a Kim, en Indonesia, las masas han votado a la Sukarnoputri.

En Europa, que la recomposición haya comenzado en "clave reformista" dio origen a la "tercera vía" y a los gobiernos socialdemócratas, con participación de los Partidos Comunistas y los "verdes" que hoy gobiernan en 13 países, sosteniendo como buenos "socialimperialistas" el esfuerzo de guerra de la OTAN. La confianza brindada por el proletariado a los socialimperialistas fortalece directamente a los gobiernos encargados de profundizar la ofensiva capitalista e imperialista contra las conquistas de los trabajadores y contra los pueblos del mundo. Las ilusiones reformistas de las masas de que estos gobiernos defenderían el "estado de bienestar" se les vuelven en contra al precio de una nueva derrota para la clase obrera internacional y las nacionalidades oprimidas como ha sido Kosovo, y el fortalecimiento de los gobiernos socialimperialistas, que se vuelve contra el propio proletariado, como demuestra el caso de Alemania, donde Schröeder prepara un fuerte ajuste.

Esta guerra muestra que el proletariado debe romper con sus ilusiones reformistas. No hay camino alternativo a la descomposición y decadencia que ofrece como única perspectiva el sistema capitalista-imperialista. O en el próximo período el proletariado internacional entra en escena, por el camino de la lucha de clases más decidida, alcanzando nuevos jalones de subjetividad revolucionaria, como se demostró capaz de hacer, en las mejores páginas que escribió en sus casi doscientos años de lucha, o será la burguesía mundial, la que imponga una salida reaccionaria. Para intervenir en esa perspectiva, los revolucionarios tienen que prepararse teórica y prácticamente y, al calor de la emergencia de los procesos de radicalización en la vanguardia y en sectores amplios de las masas que casi inevitablemente se darán, construir partidos revolucionarios leninistas de combate.

9. El combate de los revolucionarios hoy

No hay forma de restablecer la continuidad del marxismo revolucionario, si no es en la lucha teórica y práctica por sentar las bases de partidos obreros, revolucionarios e internacionalistas, partiendo de la experiencia del partido bolchevique, es decir, partidos leninistas de combate. El contenido de esta lucha es preparar teórica y prácticamente la vía a la dictadura del proletariado y está dado por la doble tarea de desarrollar la independencia de clase del proletariado frente a la burguesía y de que la clase obrera imponga su hegemonía sobre el resto de las clases oprimidas y explotadas en la sociedad capitalista.

Si hay una idea que ha sido atacada en los últimos años es la de la dictadura del proletariado, asociada al bolchevismo. Desde los filosociademócratas, se levantan voces de condena contra el "jacobinismo" de Lenin y a su criatura, el partido bolchevique. No vamos a contestar aquí a estas ideas que renuncian abiertamente a la revolución obrera. Desde otro ángulo, formalmente "izquierdista" los autonomistas como Toni Negri, aislan un elemento de la realidad, la fortaleza estructural del proletariado (que como hemos demostrado en EI 11-12, es mayor que nunca antes en la historia), y le dan un valor absoluto, negando de esta manera la necesidad de la dictadura del proletariado y cuestionando en sus fundamentos la necesidad de un partido revolucionario para la toma del poder. Para él el proceso social de producción engendra al sujeto colectivo de poder alternativo, capaz de ejercer su "poder constituyente" sin necesidad de la revolución proletaria.

Las nuevas generaciones han visto al proletariado en retroceso, pero cuando la clase obrera se ponga en movimiento y despliegue su energía y potencialidad, ideas de este tipo pueden convertirse en una influencia perniciosa para la vanguardia. Contra este nuevo espontaneísmo reivindicamos la vigencia de las tesis fundamentales del marxismo revolucionario.

Es bueno recordar una experiencia histórica. La clase obrera alemana era la más fuerte, la más culta, de mayor nivel político y capacidad organizativa de Europa. Pero mientras su revolución fracasó, sólo triunfó la del proletariado ruso: "La clase obrera rusa, cuando realizó su revolución de Octubre, contaba con la invalorable herencia del período anterior de un partido revolucionario centralizado [...] todo esto [la experiencia y las luchas políticas de los años previos] preparó un gran equipo de dirigentes templados en la lucha y cohesionados por la unidad de un programa socialista y revolucionario.

La clase obrera alemana no contaba con nada similar. Se vio obligada, no solamente a luchar por el poder, sino a crear su organización y preparar a sus futuros dirigentes durante la misma lucha. Es cierto que bajo condiciones revolucionarias este trabajo de educación se hace a ritmo febril, pero, no obstante, se requiere tiempo para llevarlo a cabo. Sin un partido revolucionario centralizado, con una dirección combativa cuya autoridad sea universalmente aceptada por las masas obreras; careciendo de núcleos y dirigentes combativos probados en la acción en los diversos centros y regiones del movimiento proletario, este movimiento, al estallar, tomó necesariamente un carácter intermitente, caótico, lento."84 La revolución alemana terminó derrotada.

La resolución del problema del partido, como todos los demás que hacen a la subjetividad del proletariado y en general a la lucha de clases, no puede ser comprendida a través de la lente deformante de una visión evolucionista, gradualista. Esta visión lleva de cabeza a un "neoreformismo". Tampoco puede caerse en visiones doctrinarias, sectarias, "preservándose" a la espera de que el proletariado por sí sólo madure para la toma del poder.

La construcción del partido se producirá a saltos, en interacción con la irrupción de capas de vanguardia radicalizadas y de masas que se orienten en sentido revolucionario. Se producirá en la lucha política contra los reformistas y centristas al calor de los triunfos y derrotas del proletariado, bajo el impulso de las conmociones económicas, sociales y políticas (las "profundas y bruscas oscilaciones" que decía Trotsky). Es sobre esta base que será planteada la construcción de partidos revolucionarios que tengan en claro que no sólo hay lucha contra el capital, sus estados, regímenes y gobiernos, sino también, simultáneamente, en los momentos decisivos, contra las burocracias corrompidas de los sindicatos y los partidos reformistas. Partidos cuartainternacionalistas armados con esta estrategia y que se hayan preparado intensamente, reuniendo y educando los cuadros y puliendo las lecciones de la lucha de clases internacional en las etapas preparatorias, pueden lograr que el proletariado abrevie en pocos meses, en el curso de una revolución, construya las organizaciones de combate y adquiera la conciencia como para elevarse a su misión histórica de tomar el poder. Este partido puede cumplir así, en los momentos decisivos, el rol de la pluma que incline la balanza hacia el lado de la lucha por la dictadura del proletariado.

Pero este partido, aunque puede avanzar a saltos en el momento decisivo, no puede improvisarse.

Explicando la historia del bolchevismo, Lenin decía que "surgió en 1903 sobre una base muy sólida de teoría marxista" (...) "buscó con avidez una teoría revolucionaria acertada y siguió con el mayor celo y atención cada "última palabra" de Europa y América a este respecto" (...) "logró una riqueza de vínculos internacionales y un excelente conocimiento de las formas y teorías del movimiento revolucionario mundial como ningún otro país. Por otra parte, el bolchevismo, que había surgido sobre esta base teórica granítica, pasó por quince años de historia práctica (1903-1917) sin parangón en el mundo por su riqueza de experiencias. Durante esos quince años ningún otro país conoció nada siquiera parecido a esa experiencia revolucionaria, a esa variada sucesión de distintas formas del movimiento legal e ilegal, pacífica y violenta, clandestina y abierta, círculos locales y movimientos de masas, y formas parlamentarias y terroristas. En ningún país se concentró en un tiempo tan breve tal riqueza de formas, matices y métodos de lucha de todas las clases de la sociedad moderna, lucha que debido al atraso del país y al rigor del yugo zarista, maduró con excepcional rapidez y asimiló con particular ansiedad y eficacia la última palabra de la experiencia política americana y europea."85 El bolchevismo, como el mismo Lenin señala, se forjó en "lucha implacable" contra todas las corrientes burguesas, pequeñoburguesas, reformistas, sectarias o ultraizquierdistas del movimiento obrero y de masas.

En las etapas preparatorias, sobre este combate internacionalista por las ideas, por la fusión con los elementos más avanzados de la clase obrera, combatiendo a los reformistas y sus intentos de impedir toda cristalización independiente de una nueva subjetividad proletaria, por la delimitación con los centristas y sus adaptaciones, impulsando prácticamente y elaborando teóricamente todo paso progresivo de las masas hacia la independencia de clase, esto es, hacia su autoorganización y autodeterminación, es como se sientan las bases para poner en pie partidos revolucionarios de combate. Y esta lucha es parte inseparable de la lucha por restablecer la continuidad revolucionaria del marxismo.

10. Por la reconstrucción de la Cuarta Internacional y sus secciones nacionales

La orientación que siguen las mayoría de los grupos y corrientes que se reclaman trotskistas es la opuesta. En Francia, Lutte Ouvriere y la Ligue Communiste Revolutionaire (LO-LCR) ponen todo su esfuerzo en ubicarse políticamente como un nuevo "reformismo de izquierda" llegando a extremos de capitulación en sus posiciones públicas, tal como criticamos en esta revista frente a la guerra. Lo mismo hace la mayoría de las corrientes del trotskismo inglés. En América Latina, los restos de la LIT: el POS en México a la cola del zapatismo, el PST venezolano a la sombra de Chávez, el PSTU de Brasil a la zaga del PT y la CUT, se adaptan y capitulan a cada fenómeno político nacional. En Argentina, mientras el MST se ha convertido en una sombra electoral, sindical y estudiantil del stalinismo, PO oscila entre la autoproclamación electoralista y las apelaciones a diversos burócratas sindicales para convencerlos de converger en un PT.

De esta forma, por distintas vías, ensayan nuevas versiones de su estrategia de presión sobre los aparatos y direcciones existentes, que, cuando éstas se hayan en un profundo giro a la derecha, los arrastran a su vez a posiciones y políticas cada vez más abiertamente oportunistas y capituladoras.

Pero como demuestra trágicamente la historia del centrismo trotskista en cincuenta años, no hay atajos ni sucedáneos que puedan reemplazar una política trotskista independiente. Y sólo en la medida en que los trotskistas sean capaces de combatir los intentos de las direcciones reformistas y burocráticas de llevar a las masas por la vía de una "recomposición reformista" de su subjetividad, ayudando a las masas a romper con sus direcciones actuales; en la medida en que eduquen a la vanguardia en la desconfianza sistemática hacia la colaboración de clases que éstos predican -tarea que los centristas son enemigos de hacer, como muestran LO-LCR, PSTU, PO, etc.-, serán capaces de contribuir a recomponer una subjetividad revolucionaria.

La lucha de clases brinda y brindará infinitas oportunidades de intervenir revolucionariamente en ellas. Miles y quizás decenas de miles de trabajadores y jóvenes ven con simpatía las banderas del trotskismo en diferentes países. Bajo los golpes de la realidad, muchos individuos, cuadros y aún fracciones del centrismo "trostkista" pueden tornarse sensibles a las posiciones revolucionarias.

Es posible y necesario avanzar. Dar todos los pasos posibles, junto a aquellas corrientes, grupos y compañeros con los que vayamos sacando lecciones revolucionarias en común de los grandes acontecimientos de la lucha de clases internacional y en los distintos países, para preparar la convergencia, la fusión, de aquellos que se orienten hacia el marxismo revolucionario, es decir, con todos aquellos que están recorriendo el mismo camino que ha emprendido nuestra corriente en la búsqueda de la recomposición de la continuidad revolucionaria.

Entendemos como el método adecuado a esta tarea imprescindible el de sacar lecciones comunes de la lucha de clases, comprobar la comprensión común de las grandes tareas ante los tests ácidos de la realidad internacional (que son los que permiten separar a centristas de revolucionarios) y avanzar en la constitución de un Comité de Enlace por la reconstrucción de la Cuarta Internacional, que desde nuestro punto de vista es la forma preparatoria que debe adoptar hoy la organización de los trotskistas principistas, ubicándonos para la pelea, para cuando la emergencia de nuevos fenómenos de radicalización plantee la posibilidad práctica de construir un verdadero Partido Mundial de la Revolución Socialista.

Más allá de lo tortuoso que resulte cada paso hoy, cuando todavía no prima la radicalización de las masas obreras o de amplias capas de vanguardia, tenemos una enorme confianza estratégica en el potencial revolucionario de la clase obrera y en la fortaleza del programa de la Cuarta Internacional, para enfrentar las tareas que tenemos planteadas los revolucionarios en los próximos y convulsivos años.

Llamamos a los que buscan orientarse en el camino del marxismo revolucionario, a hacer nuestras, renovadas, las palabras de Trotsky: "El mundo capitalista ya no tiene salida, a menos que se considere salida a una agonía prolongada. Es necesario prepararse para largos años, sino décadas, de guerras, insurrecciones, breves intervalos de tregua, nuevas guerras y nuevas insurrecciones. Un partido revolucionario joven tiene que apoyarse en esta perspectiva. La historia le dará suficientes oportunidades de probarse, acumular experiencia y madurar. Cuanto más rápidamente se fusione la vanguardia, más breve será la etapa de las convulsiones sangrientas, menor la destrucción que sufrirá nuestro planeta. Pero el gran problema histórico no se resolverá de ninguna manera hasta que el partido revolucionario se ponga al frente del proletariado. El problema de los ritmos y de los intervalos es de enorme importancia, pero no altera la perspectiva histórica general ni la orientación de nuestra política. La conclusión es simple: hay que llevar adelante la tarea de organizar y educar a la vanguardia proletaria con una energía multiplicada por diez. Este es precisamente el objetivo de la Cuarta Internacional."86

notas

53.. The Economist, 19/6/99
54. The Economist, 25-05-99.
55. Stratfor, 21/6/99.
56. The Economist, 26-06-99.
57. The Economist, 26-06-99
58. Monthly Review, La economía de USA en 1999, Fred Moseley, marzo de 1999.
59. León Trotsky, "Europa y Estados Unidos", pág.9 y ss. Editorial Pluma, Buenos Aires, 1975.
60. León Trotsky, "Europa y Estados Unidos", pág.9 y ss. Editorial Pluma, Buenos Aires, 1975.
61. Idem, pág.10
61. León Trotsky, La tercera Internacional después de Lenin, Edit. Yunque, Buenos Aires, 1974, pág.149.
62. Idem, pág.150.
63. León Trotsky, Sobre Europa y Estados Unidos, ed. Pluma, pag.11.
64. V.I. Lenin, Contra el Boicot, julio de 1907.
65. Idem, pág.85.
66. León Trotsky, El Programa de Transición para la revolución Socialista, editorial Pluma, Buenos Aires 1975, pág.7.
67. León Trotsky, "Clase, partido, dirección", en Bolchevismo y stalinismo, Editorial Yunque, Buenos Aires, 1975, pág. 39.
68.Es interesante señalar que la muchas corrientes que se reclaman trotskistas han transformado la definición de Trotsky de "crisis de dirección revolucionaria" en un concepto suprahistórico, abstracto, disolviendo su contenido en una generalidad, que significa lo mismo en 1919, 1938, 1968-74 o 1999. Esta revisión, en los años de Yalta, conducía a "embellecer" la labor contrarrevolucionaria del stalinismo, diluyendo su papel nefasto en la desmoralización del movimiento obrero y la degradación de su subjetividad. Hoy, significa ignorar el carácter y la magnitud de las tareas que el proletariado internacional tiene ante sí, y por tanto, conduce a la impotencia o al oportunismo.
69. En Europa Occidental los procesos revolucionarios en Italia, Francia y Grecia fueron frenados y derrotados gracias a la acción de los Partidos Comunistas, que cumplieron a rajatabla el papel contrarrevolucionario que le asignaban los acuerdos de Yalta entre Stalin, Churchill y Roosevelt.
Este pacto contrarrevolucionario no pudo impedir el triunfo de las revoluciones yugoslava y china, donde los PC se vieron obligados a ir más allá de sus intenciones, construyendo estados obreros deformados (proceso que también se dio en los países de Europa Oriental ocupados por el Ejército Rojo).
Un tumultuoso ascenso de masas en Asia, África y América latina presidió el proceso de liquidación de los viejos imperios coloniales europeos y conmovió a la semicolonias.
70. León Trotsky, "Una revolución que se arrastra", en The german revolution and the debate on soviet power, p 286. Pathfinder Press, New York.
71. Y esto, a pesar de que la economía mundial no ha sufrido aún los efectos desvastadores sobre la producción y el empleo de un crac como fue el de Octubre de 1929 en Wall Street.
72. León Trotsky, El pensamiento vivo de Marx, editorial Losada, Buenos Aires, pág. 25.
73. Aunque el Movimiento 26 de Julio de Castro no era un partido stalinista, sino una corriente guerrillera pequeñoburguesa, se fusionó prontamente con el viejo PSC y fue asimilado al aparato stalinista mundial.
74. León Trotsky, Tesis, en La Revolución Permanente, pág.168. Editorial Yunque, Buenos Aires, 1974.
75. Estrategia Internacional nº 10
76. Karl Marx, en Marx-Engels, Obras Escogidas, tomo IV, pág.291, Editorial Ciencias del Hombre, Buenos Aires, 1973.
77. Programa de Transición.
78. Rosa Luxemburgo, Obras Escogidas, tomo II, pág.64, Editorial Pluma, Buenos Aires 1973.
79. V.I.Lenin, La Internacional Comunista y su lugar en la Historia, abril de 1919.
80. Programa de Transición.
81. Karl Marx, Crítica al programa de Gotha, Ediciones Compañero, Buenos Aires, 1971.pág.38.
82. Los Cuatro Primeros Congresos de la Internacional Comunista, tomo I, pág.137. Editorial Pluma, Buenos Aires, 1973.
83. León Trotsky, "Manifiesto de la IV Internacional sobre la guerra imperialista y la revolución proletaria mundial", en Escritos, Tomo XI, volumen 2, pág. 294, Editorial Pluma, Colombia, 1976.
84. León Trotsky, una revolución que se arrastra, Los cinco primeros años de la IC, pág. 63.
85. V.I.Lenin, El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo, editorial Anteo, Buenos Aires, 1973, pág. 10 y ss.
86. Manifiesto de Emergencia de la Cuarta Internacional