FT-CI

Cuando una lumbre en Asturias calentaba España entera

Historia y tradición obrera en la cuencas mineras asturianas

03/07/2012

Por Cynthia Lub


“Hay una lumbre en Asturias que calienta España entera, y es que allí se ha levantado, toda la cuenca minera, toda la cuenca minera. Ale asturianos que esta nuestros destinos, en vuestras manos. Empezaron los mineros y los obreros fabriles, si siguen los campesinos, seremos cientos de miles, seremos cientos de miles. Bravos mineros, siguen vuestro camino los compañeros...”

(Estrofa de la canción “Hay una lumbre en Asturias”, de Chicho Sánchez Ferlosio)

La tradición de lucha y organización de los mineros tiene un sello de fuego en la memoria de la clase trabajadora del Estado español, dejando jalones de experiencia desde fines del XIX y siendo uno de los sectores de la clase obrera más combativos de su historia. Un minero asturiano estos días decía que las barricadas son la única forma de lucha que conoce: “Mi abuelo luchó en el 34, mi padre en el 62 y ahora me toca a mí”. En la solapa de la chaqueta lleva un pin con una foto de Lenin y la hoz y el martillo. Los compañeros bromean con él. ’Tú lo que quisieras es destronar al Rey e instaurar el comunismo’, comenta un compañero entre carcajadas. A lo que él, muy serio contesta: ’Pues claro’. Para él: “en 80 años la situación no ha cambiado. ’Los métodos son distintos, pero el objetivo es el mismo: aplastar a los trabajadores, que somos quienes mantenemos a la clase política’.” (El País, 17 de junio de 2012). Este joven obrero nos muestra que, cuando la clase obrera retoma la lucha, no empieza de cero. Hoy las nuevas generaciones de jóvenes y trabajadores tenemos mucho que aprender de las experiencias y tradiciones que nos ha dejado nuestra clase. Una experiencia que la ideología burguesa quiere dar por perdida y caduca y que los posmodernos y escépticos de la clase obrera traducen en las “nuevas formas de lucha”, despreciando los métodos “clásicos” del ya “desaparecido” obrero de mono azul, digno de estudios arqueológicos. Los revolucionarios que tenemos la firme convicción de la potencialidad revolucionaria de la clase obrera, pretendemos retomar su tradición de lucha, para recrearla de manera crítica y poner en práctica lo mejor que nos ha legado.
Hoy como ayer, el motivo de la combatividad de los mineros -que se ha ido perdiendo sobre todo desde la década del ochenta- está en las propias características estructurales de la minería desde décadas. Una interesante informe actual1 detalla cómo las minas españolas del carbón tienen un problema estructural por lo que sin la ayuda del Estado son deficitarias: “Por razones geológicas, el carbón nacional no fue jamás competitivo y ya desde el XIX fue por ello un sector abanderado del secular proteccionismo español. La polémica sobre el carbón nacional y las consecuencias para el desarrollo mercantil español tienen un siglo de existencia. Ya a fines del XIX y primer tercio del XX, y por razones de capacidad energética, presencia de cenizas y volátiles, fragmentación del mineral y otras deficiencias, junto con la dificultad de las explotaciones, sus accesos muchas veces difíciles, la escasa potencia (ancho) de las capas, su irregularidad y las fracturas de las vetas, el carbón español resultaba mucho más caro que el británico pero no solo en origen sino también en destino y una vez desembarcado este en cualquiera de los puertos españoles.”

Es por ello que desde los años treinta existió un debate sobre la continuidad o no del mineral español -más caro que el internacional-, mientras las patronales defendían su continuidad en pos de sus beneficios. La minería del carbón español lleva sobreviviendo 90 años bajo la amenaza continua de una liquidación siempre postergada, desde los durísimos años veinte y nuevamente en los primeros años treinta por los efectos recesivos de la Gran Depresión. Es en esta problemática histórica que la clase obrera minera ha protagonizado numerosas gestas revolucionarias, así como procesos de lucha de una gran combatividad. Veamos algunas de estas gestas protagonizadas por los mineros de Asturias.

El lema de los mineros asturianos UHP: el lema de la clase obrera

La Comuna de Asturias de octubre de 1934 ha sido una de las gestas mas heroicas protagonizada por aquellos valientes mineros que transformaron su lucha en una insurrección. La minería asturiana había sufrido una gran destrucción de empleo desde la fase final de la dictadura de Primo de Rivera hasta los primeros años de la República, con su consecuente aumento del paro forzoso en la región desde mediados de 1933. Es así que los procesos de huelgas en las cuencas mineras no se hicieron esperar, con enfrentamientos constantes de los mineros con la patronal asturiana. Así llegaron a octubre de 1934, cuando los mineros fueron la punta de lanza de la respuesta obrera a la entrada en el Gobierno de los proto-fascistas de la CEDA. Su respuesta permitió la toma del poder primero de las cuencas mineras bajo las siglas UHP, Unión de Hermanos Proletarios, significando un llamado al frente único en su lucha contra la opresión. Las cuencas fueron escenario de mineros provistos de dinamita que asaltaban a la guardia civil para ocupar la comarca. Mientras, contagiaban su ímpetu revolucionario a ciudades como Oviedo y Gijón, donde los obreros vieron en la fuerza de los mineros el camino de la insurrección. La noche del 4 de octubre comenzaron la huelga general como en toda España, y a pedir armas en los locales socialistas; pero sus dirigentes no dieron ninguna instrucción, ni armaron al proletariado. El día 6 la ciudad estaba tomada y el socialismo libertario era proclamado en Asturias, gracias a la ofensiva que los mineros lanzaron desde las comarcas, a pesar de la dirección del PS. Durante 15 días funcionó la “comuna asturiana”. El Comité de abastecimientos de Mieres comenzó a formar milicias y a solventar los problemas de abastecimientos. Lo mismo en La Felguera. La autoorganización fue la tónica general, a través de comités de base en cada localidad para resolver las tareas necesarias. El pueblo trabajador rigió sus propios destinos durante esas dos semanas. Los dirigentes socialistas que habían sido elegidos para formar los diferentes comités creados abandonaron el puesto de lucha el día 11.

Esta insurrección fue derrotada por las tropas dirigida por Francisco Franco en nombre de la República. Quedó aislada por la central sindical de los socialistas, UGT, e incomprendida por la central anarquista, la CNT. Como planteaba León Trotsky: “El Partido Socialista Obrero español, como los "socialistas revolucionarios" y los mencheviques rusos, compartió el poder con la burguesía republicana para impedir a los obreros llevar la revolución hasta el fin. (...) los socialistas en el poder ayudaron a la burguesía a desembarazarse de las masas con migajas de reformas agrarias, sociales o nacionales. Contra las capas más revolucionarias del pueblo, los socialistas emplearon la represión.”2 Muchas son las enseñanzas que nos deja esta heroica gesta en la que los mineros se batieron en una lucha constante y firme bajo un combate sin descanso contra las fuerzas policiales. Sólo tras una brutal represión, con miles de obreros asesinados, heridos y mas de 30.000 encarcelados, el gobierno pudo acallarlos. La insurrección de Asturias quedará marcada en la memoria de la clase obrera española, siendo para los revolucionarios el primer intento de los obreros de toma del poder con sus propios organismos de clase; como fueron los comités revolucionarios. Un jalón de experiencia que sería retomado y generalizado en las zonas donde el proletariado derrotó el Golpe de Franco dos años después, iniciando así la revolución española de 1936. El lema UHP pasó a ser el lema de la clase obrera española.

La lucha de los mineros bajo el franquismo: las primeras formas de lucha

En las dos primeras décadas del franquismo, tras una política económica autárquica y un aparato productivo precario, el incremento de la producción se garantizaba a costa de una gran explotación de la mano de obra. Esto se materializaba en los bajos salarios, jornadas diarias de más de diez horas y privación del descanso semanal y anual. La forma de implementar estas durísimas condiciones ha sido bajo un Reglamento de Militarización que regulaba las relaciones de trabajo, en las que la desobediencia era considerada como indisciplina, el abandono de trabajo como deserción y el menor incidente como insubordinación o delito de rebelión militar según el Código de Justicia Militar. La OSE2 no pudo contener de ninguna manera el malestar de los trabajadores de la minería, siendo totalmente desbordada como institución.

A pesar de la extensa y planificada represión los mineros resistían de manera espontánea, aislada e inconexa, aunque con mucha intensidad. En las primeras décadas los trabajadores resistieron con medidas como la reducción del rendimiento, el abandono voluntario o el despido provocado: “Este comportamiento se presenta como una constante de las relaciones laborales, pero en la primera década del franquismo, se equiparó a la deserción, habida cuenta que los mineros, al igual que los soldados, no podían abandonar por propia iniciativa su puesto de trabajo (...). Aunque no podemos cuantificar la incidencia real de este rechazo individual en el conjunto de la minería, sí podemos precisar que en el Grupo de San Martín, de la Sociedad Metalúrgica Duro Felguera, con una plantilla media que frisaba los 2.000 mineros, se produjeron 1.423 abandonos individuales entre 1939 y 1951.”3 Estas ausencias de los obreros militarizados rápidamente tenían su castigo ante el informe del capataz del pozo o la mina a la patronal de la empresa, hasta llegar a la Comisión Militar de Movilización. Los obreros aducían a deficiencias técnicas para justificar el abandono del trabajo total o antes de la finalización de la jornada; una de las medidas de lucha que quedó en la memoria de los trabajadores desde los orígenes de la minería.

Uno de motores de las protestas ha sido la deficiente alimentación, lo que llevó a huelgas o encierros como el de la mina La Piquera, de Turón, en el año 1949 al grito de “¡Queremos más comida!”. Eran conflictos espontáneos, muy difíciles de coordinar y extender más allá de las minas ante la militarización, la censura informativa, la vigilancia policial y la represión. Otra cuestión fue la gran cantidad de accidentes de trabajo, lo que llevó a una dinámica en la cual, ante cada muerte de un obrero, se paralizaba el trabajo en la mina. Esto dejó varios ejemplos en la memoria de los mineros: en 1942 los de la mina de Mieres cuando murió un trabajador y se paralizó la mina con una movilización hasta el cementerio; en marzo de 1948, abril y octubre de 1949, octubre de 1950, y julio de 1952, se registraron paros en los pozos Barredos, Santa Bárbara, San Mamés, Valdelospozos, y Sotón; todos a raíz de la muerte de decenas de trabajadores. Muchas veces esto provocaba una intensa solidaridad con paros de una cuenca minera entera. El caso más conocido fue el 13 de julio de 1949, cuando 17 mineros murieron en el pozo María Luisa, de Duro Felguera, que por primera vez se había hecho público en la Revista del Combustible, ya que hasta esa fecha no habían aparecido referencias a accidentes mortales: “Las autoridades y patronal, conocedoras de las tradiciones culturales de los mineros, sabían que del lamento por accidente a la abierta rebeldía había un estrecho espacio, que estaban dispuestos a incrementar con el silencio informativo”.4 Esto causó tanta conmoción que de forma espontánea se paralizaron casi todas las instalaciones del valle del Nalón. Así surgieron las primeras huelgas en señal de duelos por la muerte de los mineros, con manifestaciones hasta el funeral. Ante esto, con el objetivo de impedir estas manifestaciones masivas, la autoridad militar y la Delegación de Trabajo reglamentaron que por cada muerte sólo podían acudir al entierro entre seis y doce trabajadores de acuerdo al tamaño de la empresa.5

En efecto, durante las dos primeras décadas de franquismo, las agotadas minas de montaña fueron dejando pozos que llevaban a vetas más profundas y alejadas con unos procedimientos de extracción mecanizados, en los que predominaban los métodos de perforación sobre los de rotación, y donde los equipos de transporte interior con locomotoras diesel degradaban muchísimo el ambiente. Todo esto, sin un adecuado sistema de ventilación que contrarrestara los nuevos procedimientos de extracción. Por otro lado, se prolongaba la jornada de trabajo con imposición de horas extraordinarias, más la eliminación del descanso semanal y anual, la implantación del sistema salarial en base a la productividad y la deficiente alimentación; todos factores que llevaban a empeorar las condiciones de salud de los mineros en el marco de una carencia absoluta de leyes laborales sobre salubridad. Hacia la década del sesenta, otro de los factores que llevaron a la conflictividad fueron las condiciones inhumanas en las que trabajaban los mineros, que se morían de enfermedades como solicosis, antraconiosis o antracosiliosis; las tres variantes de neumoconiosis.

En la década del cincuenta el orígen de la conflictividad laboral estaba en el cambio de signo del mercado del carbón por la competencia de los combustibles líquidos. La patronal minera inició un proceso de reconversión del sector, llamado de “racionalización” que afectaba directamente a las ya durísimas condiciones de los trabajadores. Es así que comenzaron los primeros conflictos y huelgas importantes de esta década. Como la del 9 de marzo de 1957, cuando un grupo de picadores del pozo María Luisa, de Langreo, completaba la jornada sin haber extraído una sola piedra de mineral. El Régimen y la patronal respondieron con la militarización de la mina, pero los trabajadores, dentro del pozo continuaron sin utilizar las herramientas hasta finalizada la jornada. El conflicto acabó momentáneamente cuando la patronal resolvió aumentarles el salario. Sin embargo, el 25 de marzo se comunicó la resolución de los contratos de trabajo anunciando la militarización del pozo, privando de la exención militar a 52 mineros que tenían ese beneficio. Al otro día los obreros se encerraron en el pozo junto a los del Nalón en solidaridad; mientras en el pozo Fondón se encerró la totalidad de la plantilla, en el Sotón lo hicieron por un día y en el resto de los centros hulleros hicieron jornadas de brazos caídos. Mientras continuaba el encierro del pozo María Luisa, las inmediaciones y localidades adyacentes fueron escenario de concentraciones con fuertes enfrentamientos con la policía y las mujeres y los hijos de los mineros se concentraron cortando carreteras. Estas manifestaciones continuaron hasta el día 29 cuando todos los trabajadores salieron de los encierros.
Aunque esta jornada de lucha no había logrado que las reivindicaciones de los trabajadores triunfaran, los obreros empezaron a recuperar sus fuerzas y a continuar nuevas jornadas de lucha en los años siguientes. En marzo de 1958 otro duro conflicto surgió en el pozo de María Luisa que acabó con despidos y el cierre de las instalaciones por parte de la patronal. Los trabajadores respondieron con una huelga que afectó a 20.000 obreros. Pero una vez más la patronal, la OSE y el Régimen actuaron contra los obreros clausurando las explotaciones mineras y decretando el estado de excepción. Esto acabó con una durísima represión, detenciones y torturas y con cientos de mineros desterrados a regiones lejanas; la mayoría afectados por enfermedades en regiones empobrecidas sin posibilidad de trabajar. Sin embargo estos serán los obreros que potencialmente fueron preparando una siguiente década de mayor conflictividad y radicalización: se fueron convirtiendo en “héroes”, rodeados de solidaridad y siendo un ejemplo de lo que sufrían miles de obreros bajo los pozos, muriendo en vida con el polvo que penetraba en sus pulmones. Es así que se fueron formando comisiones de solidaridad que recogían dinero para los represaliados y organizaban huelgas de solidaridad, mientras las organizaciones clandestinas se activaban.
Por otro lado se fueron creando las primeras comisiones obreras, a partir de los comités de base que organizaban las huelgas de las minas del carbón de la segunda mitad de los años cincuenta. Estos comités -de naturaleza variada- se expandían por diferentes lugares al calor de las luchas y en un principio desaparecían al finalizar las huelgas. Conforme ha ido avanzando la recomposición del movimiento obrero en los años siguientes se han ido transformando en las Comisiones Obreras, el principal organismo de los trabajadores en su lucha contra la patronal y la Dictadura.6

Asturias en 1962: la primer “huelgona” obrera bajo el franquismo

A principios de los sesenta los procesos huelguísticos fueron cada vez más extensos y con mayor coordinación y apoyo social, en un marco de transformaciones económicas y crecimiento económico desarrollado a partir del Plan de Estabilización de 1959.7 Sin embargo, en los planes de crecimiento económico del Régimen franquista, su aperturismo implicaba golpear duramente a las minas del carbón. La estructura productiva minera española se tambaleaba obsoleta al conectarse con países con otras estructuras altamente tecnificadas y con nuevas estrategias energéticas ante la irrupción de los hidrocarburos. En lugar de plantearse renovar profundamente el sistema productivo, se propuso reducir los gastos sociales, disminuir labores de preparación, en la concentración de las de arranque y en la menor adquisición de herramientas; junto a bajar los salarios, reducir las plantillas y un endurecimiento patronal sobre los trabajadores con medidas disciplinarias y control cronometrado de la jornada laboral.8
Es así que se desarrollaron las huelgas de los mineros de Asturias de abril de 1962, marcando un nuevo rumbo en la lucha de clases bajo el franquismo. Esta huelga se inició a principios de abril cuando despidieron a siete picadores del pozo de San Nicolás (la Nicolasa) de Mieres, y luego se extendió a todas las explotaciones hulleras que fueron clausuradas el 24 de abril. El malestar obrero se había intensificado, lo que llevó a la rápida extensión del conflicto en menos de tres días al conjunto de las explotaciones. El día 15 el conflicto se generalizaba en las cuencas vecinas como en Turón, mina Dominica y Minas de Figaredo, y a partir del 18 de abril todo el valle de Aller hasta llegar a todas la explotaciones hulleras de Nalón y La Camocha. En la última semana de abril y primeros días de mayo la huelga se prolongó hasta que los mineros lograron un incremento del precio del carbón que fue aplicado al aumento de salarios.9 Pero el malestar continuaba y el conflicto se extendió en las principales factorías asturianas, prolongándose en las cuencas carboníferas de León, Berga, Teruel, Barruelo y Puertollano y, con diferente intensidad, en las principales concentraciones industriales del país. El rol de las mujeres de los mineros fue clave para el mantenimiento de la huelga, organizando manifestaciones en las inmediaciones de los mineros encerrados, haciendo piquetes para garantizar la huelga en otros sectores de trabajadores como el transporte. También los pequeños comerciantes apoyaban con alimentos a los obreros, junto al movimiento estudiantil y vecinal. Luego comenzaron las protestas en zonas mineras de otras regiones como Vizcaya o Guipúzcoa. Y aunque el Gobierno declaró “estado de excepción” en estas dos ciudades y en Asturias, no pudo impedir que las huelgas se extendieran en las industrias catalanas: a mediados del mes de mayo las grandes empresas metalúrgicas de Barcelona marcaron una dinámica que no se dejó esperar en las grandes empresas de otras ciudades catalanas, “calculándose la participación en unos 50.000 trabajadores”10
La prensa oficial atacaba a los huelguistas asturianos como delincuentes. “La última huelga asturiana carecía de las más elementales bases dialécticas. Era puro gamberrismo subversivo.” (…) “Y la huelga de “solidaridad”, una aberración delirante de hombres que, para resolver sus problemas, procuran agravarlos”.11 A partir de aquí el Régimen ha ido adecuando sus mecanismos represivos bajo esta nueva situación. La respuesta represiva -patronal y policial-, se ha ido incrementando ante el aumento de la conflictividad en un proceso de huelgas de carácter ilegal, desde la década del sesenta hasta el fin del Régimen franquista. Pero a la vez, la conflictividad obrera continuó desarrollándose en extensión y radicalidad. Tras las huelgas de los mineros de Asturias y la extensión de la conflictividad laboral, el Régimen respondió con el estado de excepción en Asturias, Vizcaya y Guipúzcoa en el mes de mayo12, ampliado parcialmente a todo el Estado español en junio. Y consciente del desarrollo de este movimiento huelguístico, advertía que “en caso de nuevas huelgas, (…) se procedería ’inexorablemente a aplicar la Ley’, cerrando las empresas afectadas y prohibiendo a los empresarios aceptar aumentos salariales obtenidos bajo la presión de una huelga”.13 La solidaridad con los mineros y la denuncia a la represión fue inmensa, decenas de intelectuales firmaron un manifiesto contra la escalada de violencia gubernamental y a nivel internacional el Régimen tenía que lidiar con las noticias de torturas, detenciones... que tiraban por tierra sus intentos de presentarse como una “dictadura moderna”. El recientemente fallecido y “elevado a los altares” del Régimen del 78, Manuel Fraga, por ese entonces Ministro de Información y Turismo, jugó un rol clave en la campaña de propaganda que el Gobierno lanzó para justificar la mano dura contra los mineros. En agosto los mineros asturianos fueron otra vez a la huelga. Nuevamente el Gobierno y la patronal respondieron con una extrema dureza, con despidos, detenciones y la deportación de casi 150 mineros14.

Sin embargo esta se había transformado en la primera gran huelga de 1962, la “huelgona”. Y con ella comenzaba un nuevo ciclo de luchas en la clase obrera en todo el Estado, colocando a los mineros asturianos a la cabeza de una gesta que ha marcado un “punto de inflexión” en la lucha de la clase trabajadora bajo el Régimen franquista: “En ese año se produjo un importante movimiento huelguístico, en el que participaron entre 200.000 y 400.000 trabajadores.”15

***
Como decíamos, la experiencia de la clase obrera española y del mundo merece ser estudiada y conocida por las nuevas generaciones de jóvenes y trabajadores. Muchos son los historiadores académicos de la burguesía que difunden la idea reaccionaria de que la clase obrera ha desaparecido, basándose en vulgares análisis sobre los “cambios sociológicos” de la misma. Lamentablemente, la mayoría de la izquierda anticapitalista reniega de la centralidad de la clase obrera partiendo de las mismas simplificaciones y sin un análisis serio de la misma; motivo por el cual el sujeto de cambio hoy es “múltiple”, abandonando así el campo de la estrategia y negándose a rescatar una “tradición” suponiendo la misma un “dogmatismo” estático.
Sin embargo, los trotskystas partimos de las experiencias más avanzadas de nuestra clase bajo la lente del marxismo como “una teoría de la revolución que partiendo de las conclusiones más avanzadas de su época de surgimiento, a mediados del siglo XIX, condensa la experiencia histórica de más de 160 años de lucha de la clase obrera moderna. Una síntesis teórica de las lecciones estratégicas fundamentales de la lucha del proletariado. Y en este sentido, como decía Lenin “una guía para la acción”. Esto no significa que contenga un “manual de procedimientos” que nos señale cómo actuar en todo tiempo y lugar, sino que el conocimiento de la experiencia anterior lo que nos permite es justamente no tener que pensar todo de nuevo cada vez que nos enfrentamos a una determinada situación de la lucha de clases.”16

25/06/12


Notas

1. El País, “La mina arde porque el carbón se apaga”, 17 de junio de 2012.

2. La Organización Sindical Española -OSE- se formó a partir de las Centrales Nacionales Sindicalistas de filiación falangista, de la Confederación Española de Sindicatos Obreros de carácter católico, y de la Obra Nacional Corporativa vinculada al carlismo. Junto a estas tres organizaciones se integraron las asociaciones patronales con el fin de agrupar a trabajadores y empresarios. La OSE se acabó de configurar en 1940 junto a la Ley de Unidad Sindical que marcó la existencia de un único sindicato y su dependencia del partido único. En 1942 se estableció la afiliación obligatoria a la OSE de todos los productores, que para el franquismo englobaba tanto a empresarios como a técnicos y trabajadores. Aparicio, Miguel Ángel, El sindicalismo vertical y la formación del Estado franquista, Barcelona, Eunibar, 1980.

3. García Piñeiro, Ramón, Los mineros asturianos bajo el franquismo (1937-1962), Madrid, Fundación 1° de Mayo, 1990, p. 62.

4. Ibíd., p. 96.

5. Ibíd., p. 105.

6. Asimismo, la introducción de la negociación colectiva fue creando la necesidad de organizaciones más duraderas, y a partir de 1962 la militancia clandestina ha ido organizando nuevos comités de empresa para dirigir las campañas en torno a los procesos de negociación salarial. Fue en Madrid donde se reunieron el 2 de septiembre, en presencia de funcionarios dela OSE, 600 delegados para elegir la “Comisión Obrera del Metal de Madrid”. Esta primer comisión obrera se fundó al calor del proceso de negociación colectiva y dentro de la OSE; aunque en Catalunya ha sido por fuera. Una de las premisas de su fundación ha sido la denuncia al sindicato vertical y la legislación franquista por no reconocer derechos básicos como el ejercicio de huelga. Se aprobó un programa de reivindicaciones y el llamamiento a formar comisiones obreras. A lo largo de la década del setenta éstas continuaron desarrollándose, bajo un fuerte peso del Partido Comunista Español. Ruiz, David, dir, Historia de Comisiones Obreras (1958-1988), Capítulo 3. Comisiones Obreras de Catalunya: de movimiento sociopolítico a confederación sindical”, de Molinero, Carme, Ysàs, Pere, Siglo XXI, Madrid, 1993.

7. Molinero, Carme, Ysàs, Pere, Productores disciplinados y minorías subversivas. Clase obrera y conflictividad laboral en la España Franquista, Siglo XXI, Madrid, 1998, pp.95-140.

8. García Piñeiro, Ramón, Op. cit., p. 55.

9. García Piñeiro, Ramón, Op. Cit., p. 346.

10. Molinero, Carme, Ysàs, Pere. Op. Cit. p. 142.

11. ABC, La crisis del carbón en Asturias, 14 de septiembre de 1962.
12. Ysàs, Pere: Disidencia y subversión. La lucha del régimen franquista por su supervivencia, 1960-1975. Barcelona, 2004, p. 76.

13. Ysàs, Pere: Ibíd., 77-78.

14.García Piñeiro, Ramón, Op. Cit., p. 346.

15.Molinero, Carme, Ysàs, Pere. Op. Cit. p. 95.

16. Entrevista a Emilio Albamonte, (dirigente del PTS -Partido de los Trabajadores Socialistas, corriente hermana de Clase contra Clase en Argentina- y director de la revista Estrategia Internacional), “Táctica y estrategia en la época imperialista”, marzo del 2012.

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