Estrategia Internacional N° 8
Mayo/Junio  - 1998


Apuntes al servicio de avanzar
HACIA LA RECONSTRUCCION DE
LA IV INTERNACIONAL

Gustavo Gamboa, POR, Argentina

A manera de introducción

Al producir esta entrega para vuestra Revista (mediados de mayo de 1998), la organización a la que pertenezco, el Partido Obrero Revolucionario de Argentina, se encuentra abocada a la “recta final” de su VIII Congreso.

Como conoce el lector, ya que ha sido expuesto en nuestro periódico “MASAS” así como en nuestra intervención en la Sesión Abierta Internacional del Congreso del Partido de Trabajadores por el Socialismo (PTS), realizada el viernes santo de 1998, nuestra tendencia internacional (Comité de Enlace por la Reconstrucción de la Cuarta Internacional-CERCI), se encuentra en un complejo momento de crisis, luego de un prolongado proceso de lucha interna.

Este prolongado proceso data de principios de 1992, y está ampliamente documentado.

El hecho de que tal documentación se mantenga aún en los límites de la vida interna de nuestra organización (lo que me priva de una serie de citas y recursos polémicos, propios del “trabajo acumulado” en la elaboración política), no deja de ser, sin embargo, una suerte, ya que se impone el encanto de los desafíos: ¿cómo presentar una concepción de reconstrucción del partido mundial de la revolución socialista despojado (relativamente) de los lógicos prejuicios que surgen de la historia militante vivida?

Vamos a intentar aproximar una respuesta satisfactoria a este interrogante.

 

Fundamentos teóricos para la concepción internacionalista de Partido

Pareciera una obviedad señalar que la concepción internacionalista del partido de la clase obrera se desprende de una necesidad histórica. Tal necesidad es objetiva, por el lugar que ocupa el proletariado en la producción, la que ha adquirido con el capitalismo (en su fase imperialista) un carácter social y universal.

Sólo la ideología de la clase obrera, el marxismo, ha podido desnudar la contradicción básica de este sistema de explotación, entre dicho carácter social y universal de la producción, con la apropiación privada (¡y cada vez más monopólica!) de la misma.

A diferencia de los movimientos de la pequeño burguesía (sean estos expresión de resabios pre-capitalistas -campesinado de la mayor parte de América Latina, por ejemplo- o bien expresiones de la moderna clase media), el partido político de la clase obrera SÓLO puede concebirse como internacionalista.

Esto lo define su finalidad estratégica (la dictadura del proletariado, el socialismo, el comunismo), cuyo desarrollo victorioso sólo puede ser concebido derrotando a la burguesía a escala mundial.

La llamada transnacionalización de la economía y el extraordinario avance experimentado por la ciencia y por la técnica (fenómeno inherente al capitalismo como sistema mundial), recorta aún más (¡si cabe!), las posibilidades de éxitos parciales en la lucha “antimperialista” de los movimientos nacionalistas burgueses o pequeño burgueses, que ocuparon un lugar tan importante (y desempeñaron un rol tan contrarrevolucionario), en la América Latina, Africa y Asia de los 60 y 70.

Las fronteras nacionales aparecen como un obstáculo para el desarrollo histórico de la humanidad, y es así que las tendencias objetivas de la economía a violentarlas, chocan con las tendencias del propio capitalismo a preservarlas, ya que la burguesía, dueña de los medios de producción y ejecutora cotidiana de su dictadura, no puede negar por sí misma la historia que la constituyó como clase, y que generó los Estados Nacionales que determinan las fronteras.

La transnacionalización de la economía, lejos de atenuar las contradicciones emergentes de la “cuestión nacional”, las exacerba ¡He ahí el incremento de la guerra económica, y sus tendencias a la manifestación en guerra bélica!

Los avances de la técnica y de la ciencia, lejos de atenuar los males del capitalismo, los exacerba ¡He ahí el inceremento de la desocupación, del hambre, de la destrucción del planeta!

Sólo una nueva organización de la economía mundial (¡y sólo mundial!), puede dar una salida histórica a esta barbarie. Sólo el socialismo (como fase de transición hacia el comunismo) es esa respuesta económica. Sólo el proletariado (entendido como clase y como programa mundial) es el portador del socialismo.

Pero tal fenómeno está lejos de ser “natural”, “espontáneo”. Requiere de la acción política, de la conciencia, de un trabajoso y doloroso proceso por el cual la clase “en sí” se transforma en clase “para sí”. Este proceso sólo puede ser concebido como mundial. La vanguardia de la clase obrera (el partido) se APROPIA de las mejores experiencias del proletariado en los distintos rincones del planeta, los generaliza, y los eleva a la categoría de programa. Por más embrionario que éste sea (el partido, la Internacional), no puede proceder de otra manera.

Somos, pues, internacionalistas por convicción. Pero aún más, somos internacionalistas por necesidad.

 

Relación dialéctica entre lo mundial y lo nacional: Combatir la abstracción internacionalista tanto como la teoría de la "excepcionalidad"

En tanto producto del capitalismo, cuyo desarrollo histórico implica la constitución de los estados nacionales, la clase obrera no tiene más remedio que librar sus luchas dentro de las fronteras que le vinieron dadas. Esto supone una correlación de fuerzas entre las clases, un particular régimen político de dominación, tradiciones específicas, etc.

Es parte del domino ideológico, político y organizativo de la burguesía sobre el conjunto de la sociedad presentar estos hechos como naturales e inmutables. O más aún: como los determinantes de la conducta humana. Tanto en los países imperialistas como en las semicolonias, el “ser nacional” y la “unidad nacional” son presentados como la estación terminal del camino de todas las clases.

Sin embargo, basta un estudio apenas superficial de los acontecimientos determinantes del siglo para demostrar que los mismos son la consecuencia de los fenómenos mundiales.

Como señalara Trotsky, lo más complejo en política revolucionaria consiste en definir, al mismo tiempo, la comprensión de ese fenómeno internacional y su refracción particular en cada región del planeta. Pero el punto de partida del análisis es dicha comprensión a escala mundial.

Vaya un ejemplo: El estallido de la Revolución Rusa (febrero de 1917) fue la refracción en esta región de particularidades euro-asiáticas de un fenómeno mundial: la guerra imperialista.

El método de Lenin fue, desde mucho tiempo antes del estallido revolucionario, definir una política internacionalista, auténticamente subversiva ante el conflicto, producto de su correcta interpretación de la fase imperialista del capitalismo.

Por eso, y ante la traición de la II° Internacional, define la necesidad de fundar la III°, antes de la toma del poder (ver las “Tesis de Abril”). La concepción internacionalista de partido, la fundación de la Internacional Comunista no fue concebida como el resultado de un “éxito revolucionario” como consecuencia de la “excepcionalidad rusa”, sino por el contrario, como una necesidad histórica, mundial del proletariado, de cuya satisfacción y cumplimiento dependía incluso el aprovechamiento de las condiciones favorables para la toma del poder en una región dada (en el caso que nos ocupa, Rusia).

Quizás uno de los aspectos autocríticos que debamos recorrer (en el camino de reconstruir la Cuarta Internacional), es al mismo tiempo, como dos caras de una misma moneda, superar dos desviaciones (insistimos, complementarias en su función reaccionaria), que han recorrido a los grupos autoproclamados trotskistas desde los dientes de leche:

* Un internacionalismo abstracto, que se conforma con una definición genérica del programa, despreciando la cuestión nacional, las particularidades del desarrollo capitalista en la especificidad.

*Un nacionalismo concreto, que parte de la “excepcionalidad nacional” haciendo de algunas particularidades ciertas verdades absolutas, y tomando como punto de partida del análisis para la intervención política “revolucionaria” esas particularidades, y no una línea de clase internacionalista. Este es el caso concreto del POR boliviano liderado por Guillermo Lora.

La primera desviación invalida para una intervención revolucionaria concreta, ya que el no estudio de la realidad particular que corresponde transformar, esteriliza hasta los planteamientos genéricamente correctos, y le capitula al nacionalismo de contenido burgués por la vía de la omisión, no dando respuesta a los problemas concretos planteados, y no elaborando un programa en relación a la historia particular de la conformación de las clases. El caso más notorio es el CICF liderado por David North, una escisión del healismo.

La segunda desviación supone una reproducción inevitable de la ideología burguesa, Por más balbuceo de marxismo que expongan sus teóricos, el hecho de que el punto de partida del análisis sea lo “nacional”, y no la comprensión internacionalista de los fenómenos (incluídos aquellos que aparecen sumamente “criollos”), los lleva a un sin fin de mecanismos adaptativos a la burguesía, a la pequeñoburguesía, bloqueándose así todo trabajo efectivo en beneficio de la independencia política de la clase obrera. Colocados ante tareas internacionales, hacen de la “excepcionalidad” una piedra de toque a imitar por sus satélites. Pueden incluso hablar de que los mismos deben realizar su “asimilación crítica”, pero a poco de andar les resulta intolerable la segunda palabra de la proposición. Se convierten así en sectas, expulsivas, no sólo de todo disidente, sino de todo argumento que cuestione la excepcionalidad.

 

Por qué reconstruir la Cuarta y no fundar la "Quinta" o "Cuarta y Media"
Diferencia entre "Reconstrucción" y "Refundación"
Relación entre el rol histórico y la política concreta hoy. Crítica y Autocrítica

Como se sabe, la fundación de la Cuarta Internacional se vio precedida por más de una década de lucha de la Oposición de Izquierda dentro de la III Internacional.

Desde el punto de vista de lo subjetivo, la caracterización de Trotsky de la camarilla burocrática de Stalin como reaccionaria, como irrecuperable para la revolución, es previa a la decisión de encarar la fundación de una nueva Internacional.

Lo que impuso tal paso no fue sólo esta caracterización subjetiva sino la comprobación en lo objetivo, de su papel contrarrevolucionario concreto a escala de masas en acontecimientos decisivos de la lucha de clases.

En nombre del comunismo y de la III Internacional, se entrega al proletariado alemán al nazismo, se masacra a lo mejor de la vanguardia bolchevique en la URSS, y se inicia un camino de acuerdos con el imperialismo (con una u otra de sus fracciones), y se traiciona la Revolución española.

El stalinismo (como antes la socialdemocracia) juega un papel concreto y decisivo en la derrota de la revolución socialista, se convierte en un agente de la burguesía, o para usar palabras de Trotsky, en la correa de transmisión entre el Imperialismo y el proletariado mundial.

No pocos grupos y compañeros autoproclamados trotskistas consideran que la bandera de la IV Internacional está manchada por el revisionismo, por el centrismo. Siendo esto relativameante cierto, ya que sólo puede explicarse la crisis de dirección del proletariado mundial incluyendo la incapacidad de los trotskistas para erguirse como dirección revolucionaria ante el derrumbe del stalinismo, considero incorrecto hacer un paralelo en cuanto a responsabilidades históricas.

El llamado “trotskismo de Yalta”, ha reproducido al interior de la Cuarta Internacional las presiones, la política y hasta las traiciones de la socialdemocracia y el stalinismo, pero sólo alguien que ha perdido el sentido de las proporciones puede obviar que el papel contrarrevolucionario directo lo jugaron esas direcciones, así como los movimientos nacionalistas burgueses y pequeñoburgueses. Una cosa es capitular ante los traidores, y otra (cualitativamente distinta) es serlo directamente.

El planteamiento (dicho explícita o implícitamente), de fundar una “nueva internacional”, hace tabla rasa de este balance histórico elemental, colocando un signo igual de jerarquía en cuanto a las astillas de la llamada izquierda. Aún en sus expresiones más revisionistas, el autoproclamarse trotskista implica una delimitación fundamental en el camino del marxismo-leninismo. Por eso las expresiones más revisionistas (como por ejemplo el Secretariado Unificado y el propio lambertismo), tienen que orientarse al abandono del cuartainternacionalismo -incluso formalmente- para facilitar sus enjuagues con distintas expresiones cuyo común denominador es su antitrotskismo.

Asimismo, el dar por muerta y enterrada a la Cuarta Internacional, también abre un terreno de capitulación al fenómeno más rico que se da en la vanguardia revolucionaria, cual es la multitud de rupturas por izquierda de los viejos troncos autoproclamados trotskistas.

¿Dónde se puede citar un fenómeno similar de troncos stalinos o socialdemócratas? Sin negar la posibilidad de que se produzca, o el hecho cierto de valiosos militantes que rompen con su pasado contrarrevolucionario ¿por qué la inmensa mayoría de las fracciones de la II y la III Internacionales configuran posturas aún más a la derecha?

La ruptura con la Cuarta Internacional (cuyo programa ha salido fortalecido de los decisivos acontecimientos de la lucha de clases de este siglo, y de cuyas organizaciones han sido paridos los mejores cuadros de la vanguardia), implica una negación de una conquista histórica, supone un retroceso gratuito en tanto concesión a la socialdemoracia y al stalinismo.

En un aparente jugueteo confuso con las palabras, hay tendencias que proclaman la necesidad de “refundar la Cuarta Internacional”. Sin pretensiones de lingüista, cabe relacionar esta definición (que en muchos casos es un cambio, ya que hasta no hace mucho los “refundadores” se pronunciaban por “reconstruir”) con el contenido político de la propuesta.

En general, la misma gira alrededor de tres o cuatro definiciones genéricas, acompañadas de una definición explícita “de cara al futuro”, prescindiendo del balance histórico, y no sólo del muy pretérito, sino de la política concreta en la lucha de clases actual.

La “refundación de la Cuarta” suena como una suerte de “borrón y cuenta nueva”, con la declarada intencionalidad de dar respuesta favorable a una “necesidad objetiva” de la situación internacional, obviando el rol subjetivo de los autoconvocados para tal tarea de refundación.

Por un mero acto de voluntarismo (que seguramente esconde dobles intenciones) se pretende ignorar el necesario proceso de crítica y autocrítica que impone un serio proceso de RECONSTRUCCION de la IV Internacional.

 

Importancia del régimen interno de partido en la reconstrucción de la Cuarta: centralismo y democracia: Partido de cuadros y política de masas. ¿partido bolchevique "permanente" o partido "por etapas"?

Tanto los “refundadores” (recalentando el viejo plato de unificaciones sin principios de décadas atrás), como muchos de los que pregonan una “Nueva Internacional”, reniegan de la concepción leninista de partido, del centralismo democrático, que rigiera en la Internacional Comunista hasta la muerte de Lenin y que embrionariamente se intentara en la Cuarta Internacional.

Argumentan para tal negación no una cuestión de principios (manifiestan en general su acuerdo con tal concepción de partido), sino de “oportunidad”.

Es verdad que tal concepción de partido sólo es posible con un cierto grado de homogeneización programática. ¡Pero es que los refundadores y los de la Nueva Internacional no se orientan tampoco a avanzar en el proceso que permita tal homogeneización!

Se mueven más bien como diplomáticos (en algún caso hasta tienen algún individuo especialista en las gestiones), capaces de “olvidar” viejas posiciones y trayectorias, a cambio de preservar una relación “conveniente”. Tiene para esto mucha importancia la geografía, de modo que lo conveniente no es el acuerdo político real, sino la relación con algún grupo en alguna región del planeta donde “no hay sucursal”.

El pronóstico que ya podemos hacer de estas refundaciones o nuevas internacionales, diseñadas con el método opuesto al del bolchevismo, es su reciclado hasta el infinito sin que se produzca ningún avance, ni en lo programático ni en lo organizativo, en poner en pie una dirección revolucionaria.

Lo que supuestamente justifica “la no oportunidad” del método bolchevique clásico para construir partido (centralismo democrático, crítica y autocrítica, partido de cuadros con política de masas, etc.) es la urgencia de la situación mundial.

La crisis del capitalismo, el alza de masas que abrirá situaciones revolucionarias en distintos puntos del globo, no daría tiempo a los PROCESOS.

Hasta la palabra, les suena a los exitistas entre pesada y lenta.

Sin embargo, la historia del forjado de los partidos (y en especial, del bolchevismo), indica que los procesos pueden ser más rápidos o más lentos; pueden ser acelerados o retrasados por la lucha de clases. Pero en cualquier caso son procesos, que exigen para un desenlace revolucionario la claridad política sólo posible con un riguroso método de crítica y autocrítica, con un riguroso proceso de confrontar con la práctica militante concreta la elaboración teórica.

Este proceso requiere su maduración. No puede imponerse por voluntarismo o decreto. Y si bien reconoce “etapas” (las propias etapas en la construcción del partido), las mismas no están separadas por murallas. También aquí rige el concepto de la revolución permanente, ininterrumpida: Grupo de propaganda, partido de vanguardia, partido con influencia de masas, son todas fases que requieren el concepto leninista de construcción: centralismo democrático como consecuencia de la unidad programática, y como método para avanzar en la elaboración. Se trata de rechazar al burocratismo, a la purga del disidente, como un obstáculo decisivo a demoler en la construcción partidaria. Todo al servicio de la intervención concreta en la lucha de clases, al servicio de la construcción de un partido de combate.

 

Los grandes acontecimientos de la lucha de clases como piedra de toque para la verificación de los acuerdos. El trabajo preparatorio cotidiano como piedra de toque para la verificación de los acuerdos
Relación dialéctica entre trabajo preparatorio e intervención en grandes acontecimientos de masas ¿Con quienes avanzamos hacia un Comité de Enlace por la Reconstrucción de la IV Internacional?

Los partidos logran forjarse como revolucionarios en tanto intervienen en acontecimientos revolucionarios.
En este sentido, el escenario hace a la historia, a los hombres, al forjado de los cuadros.
Por eso, es extremadamente correcta la explicación que da Lenin respecto a los por qué, en tan corto tiempo, pudo forjarse el Partido Bolchevique. (Ver introducción de “El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo”).

Pero en esa misma obra clásica Lenin fuerza la polémica a fin de que las nuevas generaciones de revolucionarios no tengan necesidad de recorrer exactamente el mismo vía crucis; que se puedan apropiar, en cambio, de la experiencia acumulada para afirmar los aciertos y no persistir en los errores.

En este sentido, es fundamental ratificar como uno de los aspectos fundamentales en la tarea de reconstrucción de la Cuarta el método seguido por Trotsky en camino a fundarla: extraer las lecciones fundamentales de los grandes acontecimientos de la lucha de clases, colectivizar a escala de partido mundial las enseñanzas de las peleas de los destacamentos más avanzados de la clase obrera.

¿Esto implica necesariamente andar saltimbanquiando por el mundo con la mochila al hombro para intervenir personal y directamente donde se calienta la situación? Absurdo y antimarxista: no nos alcanzaría el tiempo, las energías, el dinero, ni la frecuencia de los aviones.

Se trata de caracterizar correctamente el cuadro general de la situación mundial, la correlación general de fuerzas entre las clases, detectando en qué región del planeta se expresan con mayor riqueza esas tendencias generales.

La Internacional puede o no tener desarrollo de su trabajo en esa región (tanto mejor si lo tiene), pero su misión como Estado Mayor de la clase obrera es colectivizar las enseñanzas extraídas en esa experiencia más avanzada, educar a las secciones donde sí hay desarrollo en esas lecciones, relacionar las mismas con el trabajo preparatorio que se venía desarrollando, etc.

Esto destaca pues la importancia del trabajo preparatorio en la construcción de la Internacional. Esto porque las situaciones revolucionarias no se pueden fabricar a la medida de nuestros deseos. Es el resultado de fenómenos objetivos, en donde nuestra acción subjetiva es, en el mejor de los casos, tan sólo un componente. Este será tanto más decisivo cuanto más completo y más intenso haya sido el trabajo preparatorio, cuanto más lazos haya creado el partido revolucionario con la vanguardia y con la clase en su conjunto.

Y entre estos lazos, es fundamental las lecciones que se han colectivizado de experiencias de la lucha de clases de otros rincones del planeta, pero también aquellos que emergen del trabajo gris, cotidiano, incluído el trabajo sindical, la aplicación de la táctica del frente único, etc.

Pretendemos construir el “Partido de los esclavos insurrectos”, porque comprendemos nuestro programa (el Programa de Transición entendido como método) en el sentido que la lucha por las reivindicaciones mínimas conduce a la disputa por el poder político, al desenlace en términos de revolución o contrarrevolución.

Pero justamente por eso, porque queremos construir dicho partido con influencia de masas, nos postulamos como dirección en todas las fases de la lucha de los esclavos, condición para dirigirlos en la insurrección.

Sí: también es una piedra de toque en la toma de acuerdos el trabajo preparatorio que se realiza, cómo se educan los cuadros en ese trabajo, cómo se combate al sindicalismo y al electoralismo, desarrollando actividad sindical y también electoral.

Todo este método requiere de un régimen interno de partido basado en el centralismo democrático. Es indudable que sólo la maduración política, la comprensión colectiva de un balance histórico, la homogeneización basada en los avances programáticos y la acción política revolucionaria en común, pueden lograr tal funcionamiento, en especial cuando se trata de tendencias y grupos que tendemos a acercarnos, partiendo de orígenes y recorridos diferentes.

Seguramente en una primera fase de desarrollo del “Comité de Enlace por la Reconstrucción de la IV Internacional” deba pesar mucho más la democracia que el centralismo, como la mejor forma de progresar dentro de esta compleja ecuación.

Seguramente los que no tienen entrada en este Comité de Enlace son los elencos dirigentes del llamado trotskismo de Yalta, no sólo por su centrismo, sino porque han cristalizado en burocracias, refractarias a cualquier posibilidad de proceso autocrítico, que han hecho pesar el centralismo de la secta, de modo de anular todo vestigio de democracia proletaria.

La lista de los purgados y difamados por estas capillas sectarias se vuelve como un dedo acusador que les cierra las puertas de la IV Internacional, y los envía al basurero de la historia, junto con los estalinistas, cuyo régimen de partido reproducen.

Las mejores tradiciones del marxismo leninismo, esto es, del trotskismo, se expresan hoy a lo largo y a lo ancho del planeta (en un proceso desigual y combinado) en múltiples fracciones y escisiones de los grandes troncos del revisionismo. Nosotros, como el PTS, somos una de las tantas astillas de esos troncos. Expresamos las reservas revolucionarias, a pesar de nuestra inmadurez y nuestros errores, especialmente porque ya la historia nos ha forjado fuera de todo compromiso con la burguesía y su Estado.

Conformar un “Comité de Enlace por la Reconstrucción de la Cuarta Internacional” con las múltiples astillas que expresan dichas reservas revolucionarias es la tarea de la hora.