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Clase obrera, subjetividad y marxismo

08/08/2008

1. Introducción

Dos grandes procesos caracterizan la actual situación internacional. Como explicamos en el documento sobre economía y relaciones interestatales, desde el punto de vista económico, estamos en un momento de una relativa divergencia entre países en recesión, como Estados Unidos, epicentro de la crisis, y países con economías “sobrecalentadas” con procesos inflacionarios, donde los más débiles resultan aquéllos importadores netos de materias primarias, en especial alimentos y combustibles.
Desde el punto de vista del sistema mundial, estamos asistiendo al fin del ciclo neoconservador de las dos presidencias de Bush, que ha acelerado la decadencia hegemónica de Estados Unidos con el fracaso de la estrategia en Irak y el resurgir de los enfrentamientos en Afganistán con los talibanes.

Los efectos sociales y políticos de la crisis económica ya se han empezado a manifestar abiertamente en una agudización de las contradicciones entre las clases fundamentales y también en conflictos entre fracciones capitalistas, como en el caso de las patronales agrarias y el gobierno en la Argentina. También ha empujado a la protesta a capas medias, cuentapropistas y pequeños patrones como en el caso de los camioneros y pesqueros en España y otros países europeos.

La crisis alimentaria y la carestía de la vida han dado lugar a procesos de distinta naturaleza e intensidad que van desde “estallidos del hambre” hasta procesos político-sociales en los que convergen las protestas por el encarecimiento de los alimentos básicos con crisis políticas o gubernamentales. En algunos de estos procesos, como en el caso de Egipto, participan con sus métodos sectores significativos de la clase obrera, en otros, como en Corea del Sur las protestas aún tiene un carácter policlasista y están teñidas por un tinte nacionalista.

A esto se suma la resistencia con distintos grados y resultados, a los ataques que continúan sobre los asalariados, como lo muestra la nueva ofensiva de la UE para extender la jornada laboral, las tendencias a poner topes salariales en Inglaterra, los planes para reestructurar los sistemas de retiro y la seguridad social, etc. Esta resistencia se ha expresado en luchas parciales y movilizaciones (“jueves del descontento” en Gran Bretaña, etc.) pero también en las huelgas generales que sacudieron a Grecia durante los primeros meses del año.

Esta situación internacional está dando lugar a distintos fenómenos políticos y, a la vez, delineando un “mapa” de la lucha de clases desigual y aún no combinado que sintéticamente podemos dividir en cinco sectores:

1) Medio Oriente: sigue siendo la región del mundo que, por haber concentrado la estrategia del imperialismo norteamericano de conquistar una nueva relación de fuerzas para su dominio mundial, expresa más agudamente fenómenos de la lucha de clases y también las tensiones interestatales. En general, aunque los procesos se pueden considerar como “clásicos” en el sentido de movimientos de liberación nacional, especialmente el conflicto palestino-israelí, la expresión política ya sea de la resistencia a la ocupación norteamericana o a las políticas coloniales del Estado de Israel, se da por medio de movimientos islamistas, burgueses o de colaboración de clases, con un carácter político nacionalista o populista. Este es el caso de Hezbollah en el Líbano o Hamas en los territorios palestinos.

2) América Latina: la tendencia a la acción directa de principios de la década que llevó a jornadas revolucionarias como las de diciembre de 2001 en Argentina, y a procesos más profundos como en Bolivia, fue desviada por el recambio gubernamental y capitalizada ideológicamente por el populismo, ya sea en su variante nacionalista burguesa de Chávez o frente populismo de Evo Morales. En el último período, el proceso de recomposición social y sindical de la clase obrera, que impulsó una oleada de luchas sindicales y salariales, ha dado lugar a experiencias más radicales de resistencia: un ejemplo de esto es la lucha de los trabajadores de Sidor, que terminó con la nacionalización de la empresa por parte del gobierno de Chávez. En otro nivel y con dimensiones menores, podemos mencionar la lucha de los trabajadores de Mafissa en Argentina, a pesar de haber sufrido una dura derrota. (Ver documento específico sobre América Latina)

3) Europa: lo que prima políticamente es un giro a la derecha inaugurado el año pasado con la elección de Sarkozy y luego con los triunfos electorales de Berlusconi en alianza con la Liga Norte en Italia (seguido del triunfo de la Alianza Nacional en Roma); los tories en las elecciones inglesas; etc. Este clima derechista se observa por ejemplo en el endurecimiento de las leyes antiinmigrantes en la UE, promovidas no sólo por la derecha sino por el gobierno “socialista” de Zapatero, en las explosiones de racismo y xenofobia en Italia, y también en la ofensiva burguesa sobre los trabajadores, con la extensión de la jornada laboral y otras medidas flexibilizadores.

Esta situación políticamente a la derecha se combina con importantes luchas de la clase obrera que se vienen desarrollando en distintos países de la UE.
En Europa del Este distintos sectores de trabajadores han protagonizado huelgas en Polonia, Rumania y más recientemente en la República Checa, donde se realizó un paro general.

En Europa Occidental los procesos más destacados fueron las huelgas generales en Grecia contra los planes antiobreros del gobierno de Nueva Democracia; la huelga de los ferroviarios (y otros trabajadores del transporte y del sector público) en Alemania; y la creciente conflictividad social en España que, a diferencia del primer mandato de Zapatero, augura una situación mucho más convulsiva, en el marco de la crisis económica que golpea su economía. En Francia, el gobierno de Sarkozy sufrió un rápido desgaste y enfrentó la movilización de trabajadores y estudiantes contra sus planes. Sin embargo, el salto en la colaboración de las direcciones sindicales, particularmente la CGT, que han llevado a la derrota y el desgaste, le ha permitido ir aplicando sus reformas antiobreras. Esto no implica que la clase obrera esté derrotada ni tampoco que no vaya a manifestar descontento frente a la caída de su poder adquisitivo. Ante la crisis persistente del PS y el PC, el fenómeno político más importante que se viene dando, es el fortalecimiento de la figura electoral de la (ex) LCR (ahora en proceso de disolución y de transición hacia un Nuevo Partido Anticapitalista), Olivier Besancenot, se ha transformado en el político más popular de la extrema izquierda. Hay abierta una discusión si este giro a la derecha, aunque extendido, es episódico y el desgaste de Sarkozy está anticipando una experiencia rápida con estos gobiernos.

4) Estados Unidos: donde no hay grandes luchas obreras y los sectores que sí han luchado, como los trabajadores de las principales automotrices, vienen sufriendo derrotas importantes, sobre todo por el rol de la burocracia que negocia con las patronales la cantidad de puestos de trabajo que se van a perder y las rebajas salariales [1]. Aquí el fenómeno esencialmente es político y se ha expresado en la interna demócrata y la elección de Obama como candidato de ese partido. Se calcula que han participado casi 40 millones en las primarias demócratas, con una nueva generación que ha despertado a la vida política y una gran expectativa en un cambio “reformista” en el terreno socio-económico y en la política exterior luego de 8 años de bushismo.

5) Por último, los países del sudeste de Asia y China, donde se concentra un proletariado con un importantísimo peso numérico y un rol central para la economía capitalista mundial. Aunque no conocemos en profundidad estos procesos, el aumento de los precios de los alimentos ya ha llevado a huelgas en Vietnam (donde la restauración capitalista ha sido completada hace más de una década) y a otros procesos similares en otros países. El más importante parece ser la movilización y crisis gubernamental aún abierta en Corea del Sur, que fue escenario de las “guerras obreras” de 1996 desviadas por el gobierno “centroizquierdista” de Kim Dae Jung, que luego permitió la contraofensiva burguesa. A su vez, distintos medios dan cuenta de luchas y rebeliones en China que estarían escapando al control del PCCh, aunque éste es un fenómeno minoritario y puntual.

Estos conflictos aún están lejos de constituir una respuesta obrera de conjunto a los primeros efectos de la crisis económica, pero muestran que el proceso de recomposición social y sindical de la clase obrera que acompañó el último ciclo de crecimiento de la economía mundial, se ha extendido mundialmente. Lo distintivo, sin embargo, es la gran desigualdad que existe entre este incremento en las luchas salariales y reivindicativas de los trabajadores y el atraso político del movimiento obrero. Esta situación se manifiesta en que, a pesar del desgaste de los partidos y del personal político burgués, que se expresó como crisis abierta en la caída de los gobiernos en América Latina a principios de la década, la fuerza social del proletariado aún no se expresa políticamente en organizaciones propias, que enfrenten a la burguesía en el terreno político con una clara alternativa de independencia de clase [2].

Esta situación es producto de una crisis sin precedentes de la subjetividad obrera luego de la ofensiva neoliberal de los últimos 30 años, agudizada con la restauración capitalista en los ex estados obreros que dejó al desnudo las consecuencias perniciosas del estalinismo y su llamado “socialismo real” para la causa de la revolución social. Esto facilitó la propaganda burguesa de que no hay otra alternativa al capitalismo y a la democracia liberal más que el totalitarismo y la burocratización. Esta crisis de subjetividad explica, parcialmente, el fortalecimiento transitorio de partidos de la derecha que, como en la Unión Europea, apelan al racismo y la xenofobia.

2. Clase obrera, lucha de clases y subjetividad

Durante el último ciclo de crecimiento de la economía mundial, la clase obrera (inclusive sus sectores industriales) atravesó un período de recomposición como fuerza social, después de los peores años del neoliberalismo en los que se destruyeron millones de puestos de trabajo. El crecimiento numérico de la clase obrera, que con desigualdades se dio en general en casi todos los países, también se debió a la extensión de las relaciones salariales a los ex estados obreros burocratizados, principalmente China. Esta recomposición fue acompañada de una recuperación de la lucha sindical, que había alcanzado niveles históricos bajísimos, sobre todo desde mediados de la década de 1980 hasta mediados de la de 1990, para hacer una generalización, aunque existieron importantes variaciones entre países y regiones.
De este fenómeno dábamos cuenta en el manifiesto programático de la FT de 2005, donde además, hacíamos referencia a un proceso lento pero significativo de recomposición subjetiva, expresada en un cierto retorno de la militancia fabril que dio lugar en países como Argentina, al movimiento de empresas recuperadas, entre las que se destaca la experiencia más avanzada de los obreros de Zanon; a la elección de delegados antiburocráticos y la recuperación de comisiones internas y cuerpos de delegados, a luchas duras con métodos más o menos radicalizados de resistencia como piquetes y ocupaciones.

Este proceso de luchas, esencialmente salariales y reivindicativas continúa alentado por la pérdida del poder adquisitivo de los salarios frente a la inflación y la carestía de la vida. Pero en este momento, luego de la primera oleada de luchas reivindicativas en la que los trabajadores obtenían triunfos fáciles, estamos presenciando en países de América Latina como Argentina, conflictos más duros protagonizados por algunos sectores de trabajadores, que permiten hacer una experiencia con el gobierno y las burocracias sindicales.

La lucha de clases es una condición necesaria pero no suficiente para la recomposición del marxismo revolucionario. La ausencia de revoluciones sociales desde la derrota del último ascenso de 1968-81 y la desaparición de la revolución socialista como proyecto político de la clase obrera, no sólo a nivel de masas sino incluso en amplios sectores de vanguardia, nos tiene que llevar a una reflexión profunda sobre cuáles son los vías para la reemergencia del movimiento obrero como clase revolucionaria y qué relación tiene esto con las tareas de nuestra corriente.

En ese terreno debemos separarnos de dos posiciones totalmente unilaterales que muestran la profunda crisis teórica y estratégica del marxismo, y que por vías opuestas terminan planteando de hecho la vuelta a un programa mínimo. Una de ellas es la visión subjetivista que toma la conciencia obrera casi en el sentido de la de un sujeto psicológico, es decir, en clave idealista y que, por lo tanto, ve casi imposible la reconstrucción del marxismo, excepto por una vía evolutiva y propagandística, que supone retornar a una situación similar a la del surgimiento de la I Internacional, para no hablar de los teóricos de la biopolítica, que consideran que el capitalismo ha conquistado no sólo el dominio sobre la fuerza de trabajo sino el del cuerpo y la subjetividad.

La otra visión, diametralmente opuesta, es la concepción objetivista que tenía Nahuel Moreno, según la cual la lucha es en sí misma revolucionaria, independientemente de los sectores que la hegemonicen y de la dirección y su programa, es decir, una “revolución cualquiera con dirección cualquiera” justificada en el supuesto de que la crisis capitalista transformaba en “objetivamente revolucionaria” a cualquiera que “con decisión” se pusiera al frente de una movilización. La corriente morenista llevó esta paradoja hasta el extremo en los procesos de 1989-91 que culminaron con la restauración del capitalismo [3].

Esta concepción que implicaba una profunda revisión de la teoría de la revolución permanente, tanto en lo que hace a la centralidad del proletariado como a la necesidad de un partido obrero revolucionario, actuó como base teórica del oportunismo político.

Actualmente, los grupos que surgieron del estallido de la corriente morenista no sólo conservan sino que han profundizado esta deriva oportunista, que va desde la adaptación al chavismo hasta el apoyo en Argentina al reclamo de las patronales del campo, sin siquiera poner en cuestión el programa reaccionario de esas movilizaciones. El MST argentino incluso concentra ambas políticas.
En los documentos para su próximo congreso, la LIT profundiza las concepciones heredadas del morenismo. Según la LIT no sólo “seguimos en la misma situación revolucionaria continental y mundial” sino que en América Latina, entre 2000 y 2005, hubo al menos cinco “revoluciones”:-Ecuador (2000), Perú, Argentina (2001), Venezuela (2002) y Bolivia (2003-2005)- que según la LIT serían “socialistas” “porque enfrentan al mismo enemigo, el poder burgués, y al mismo régimen político, la democracia colonial”.

Por nuestra parte, hemos retomado la vieja idea de Lenin según la cual, si bien hay una estrecha relación entre clase obrera y marxismo, esta relación no es de identidad [4]. Esto explica, en parte, una situación como la actual en la cual la clase obrera se viene recomponiendo social y sindicalmente después de los años de auge del neoliberalismo, pero el marxismo revolucionario aún no sale de su crisis. La clave es establecer correctamente la relación entre la lucha económica, la lucha política, la subjetividad obrera y la perspectiva de reconstrucción del marxismo revolucionario. Esta relación, como veremos a través de una síntesis histórica, no es de ninguna manera lineal ni evolutiva.

3. Del boom de la posguerra al neoliberalismo

3.1 La segunda posguerra y la generalización de una subjetividad preponderantemente reformista

El resultado de la Segunda Guerra Mundial tuvo efectos perdurables en todos los terrenos. En cuanto a la subjetividad de la clase obrera mundial, al contrario de lo que había previsto Trotsky, las direcciones reformistas se recompusieron: la socialdemocracia, que había facilitado en Alemania el ascenso del nazismo, dialécticamente se preservó por el ataque mismo del régimen nazi que destruyó incluso las organizaciones reformistas del movimiento obrero. El triunfo de la Unión Soviética ante la Alemania nazi, un elemento fundamental en la derrota de Hitler que cambió la situación de la guerra en 1943, llevó al fortalecimiento del estalinismo, que no sólo contaba con el prestigio de haber derrotado a los nazis sino que se había extendido a los países de Europa Central hasta la porción oriental de Alemania que se encontraba bajo ocupación del Ejército Rojo.

Así la Segunda Guerra Mundial tuvo un resultado imprevisto y altamente contradictorio: la derrota de Alemania a manos de los aliados consolidó la hegemonía incuestionada de Estados Unidos en el mundo capitalista, pero al precio de compartir su dominio mundial con la Unión Soviética a través de los acuerdos de Yalta y Potsdam. Tras la revolución china de 1949, un tercio de la humanidad estaba por fuera del sistema capitalista mundial. En esta “anomalía” creemos se ponía de manifiesto, distorsionadamente, el carácter de la época imperialista.
Las condiciones políticas y económicas que se dieron en la inmediata posguerra, permitieron un desarrollo parcial de las fuerzas productivas en los países centrales y en países de la periferia capitalista, lo que facilitó al estabilización de la posguerra. El crecimiento de los llamados “treinta gloriosos” sólo fue posible por el rol traidor de los Partidos Comunistas que, como en Francia o en Grecia, fueron claves para desarticular los levantamientos revolucionarios que ocurrieron en los últimos dos años de la guerra, y contribuyeron de manera decisiva a la reconstrucción capitalista de Europa y a la implantación de regímenes democrático burgueses, lo que se combinó con el Plan Marshall.

El boom de la posguerra que duró aproximadamente 20 años, implicó una recuperación de la tasa de ganancia y del crecimiento al 5 o 6% de las economías de los países centrales. Esto fue posible por una combinación de factores económicos (la destrucción previa de fuerzas productivas, la potencialidad del capitalismo norteamericano, etc.) y políticos. La relación entre las clases fundamentales, se basaba en el llamado “compromiso keynesiano” entre el capital y el trabajo y el estado benefactor, que permitió la masificación de conquistas salariales y sociales. El “keynesianismo” -la legitimación de la intervención estatal en la economía, las nacionalizaciones, la regulación del mercado de trabajo que se mantenía cercano al pleno empleo, los altos niveles de gasto público en programas de seguridad social- era considerada como la estrategia económica y política más efectiva para el capitalismo que hacía concesiones a cambio de tener garantizada la “paz social”. Estas condiciones permitieron la reemergencia de las viejas organizaciones reformistas del movimiento obrero y un renovado rol, sobre todo de la socialdemocracia al frente de los sindicatos, que se constituyó en el principal negociador de las concesiones a la clase obrera durante la posguerra. Los partidos comunistas occidentales se transformaron en organizaciones de masas [5] y el estalinismo, transformado con su fortalecimiento en la Segunda Guerra Mundial, en el “marxismo oficial”, amplió su base de sustentación a Europa oriental con la constitución de nuevos estados obreros burocratizados en el llamado “glacis”, realizado esencialmente por medio del Ejército Rojo .

Durante estos años, la dinámica permanente que había previsto Trotsky de la revolución mundial en el Programa de Transición, había sido bloqueada. Con esto queremos decir que las condiciones objetivas y subjetivas determinadas por el boom de la posguerra desplazaron la revolución de los países centrales -y la posibilidad de revolución política en la Unión Soviética- hacia la periferia y el mundo semicolonial (China 1949, Bolivia 1952, Cuba 1959), y, en el caso de la esfera de influencia soviética, hacia los países del glacis que a los pocos años de finalizada la guerra comenzaron a experimentar procesos de revolución política (Alemania 1953, Hungría y Polonia 1956, etc.) [6].

Aunque el mundo colonial había vivido también una suerte de “revolución pasiva” con la política de “descolonización” impuesta por el imperialismo norteamericano a la salida de la Segunda Guerra (retiro de Gran Bretaña de la India, etc.), las guerras de liberación nacional, sobre todo en las colonias que Francia se negaba a abandonar como Argelia y Vietnam, fueron luchas revolucionarias, aunque sus direcciones nacionalistas burguesas, populistas o estalinistas eran un obstáculo importante para que éstas avanzaran hacia la revolución socialista.

Las direcciones reformistas, burocráticas y sindicalistas que se fortalecieron en la posguerra, no tenían por objetivo la destrucción del poder burgués y la toma del poder político, sino la negociación y la obtención de conquistas parciales en el marco del dominio capitalista. De esta forma, fueron limando los aspectos revolucionarios del movimiento obrero, dando lugar a una nueva subjetividad esencialmente reformista, lo que no implica que no se hayan desarrollado luchas, como por ejemplo la huelga general francesa de 1953, la huelga general belga de 1963 o los conflictos obreros que antecedieron al “otoño caliente” italiano. Sin embargo, la influencia decisiva de las direcciones reformistas sobre la clase obrero quedó crudamente en evidencia cuando comenzaron a agotarse las condiciones del boom de la posguerra a fines de la década de 1960 y principios de 1970.

Si en los países centrales eran los partidos obreros (u obrero-burgueses) reformistas, la socialdemocracia, los partidos estalinistas y el Partido Laborista inglés, los que moldeaban esta subjetividad, en las semicolonias más prósperas pero con un proletariado más atrasado políticamente este rol reformista lo jugaron los movimientos nacionalistas burgueses como por ejemplo, el peronismo en Argentina, subordinando aún más directamente al movimiento obrero a la burguesía y su estado.
En este sentido, el triunfo de la Unión Soviética frente al nazismo y posteriormente las revoluciones de la posguerra y la expropiación del capitalismo en alrededor de un tercio del planeta, tuvieron un resultado altamente contradictorio: demostraban que para avanzar en la emancipación era necesario liquidar las relaciones de producción capitalistas y destruir al estado burgués (es decir, eran una confirmación del transcrecimiento de la “revolución democrática” en socialista, formulado en la teoría de la revolución permanente), pero al fortalecer a direcciones contrarrevolucionarias, bloqueaban la posibilidad del avance del socialismo y la revolución internacional.

3.2 La marginalidad del trotskismo en la segunda posguerra

Estas difíciles condiciones, la consolidación de una subjetividad reformista cristalizada en los partidos socialdemócratas, comunistas, y del nacionalismo burgués en las semicolonias junto con la imposición del estalinismo como el “marxismo” triunfante, dejó a los trotskistas reducidos a pequeños grupos marginados de la clase obrera.
En varias oportunidades nos hemos referido a esta situación, sintéticamente podemos decir que los trotskistas adoptaron dos posiciones unilatarelaes y se dividieron entre aquéllos que negaron las condiciones del boom e insistieron en aferrarse al “estancacionismo” de las fuerzas productivas (Lambert, Moreno) y los que a la inversa, vieron en los años del boom una nueva etapa del capitalismo (Mandel).

Políticamente, después de la disolución de los primeros años de la posguerra en los partidos estalinistas, impulsada bajo la dirección de M. Pablo con la hipótesis de que, lógicamente, el imperialismo iría por la derrota de la Unión Soviética y que eso empujaría a los partidos comunistas a una lucha revolucionaria, los trotskistas de la posguerra intentaron ligarse a este movimiento obrero reformista por la vía del entrismo a sus organizaciones. Pero a diferencia del momento en que Trotsky aconsejó la táctica del entrismo, no se daban procesos de radicalización al interior de estos partidos -que en muchos casos estaban en el gobierno- con los cuales confluir, lo que hacía que la táctica tuviera un contenido profundamente oportunista (por ejemplo, “ponerse bajo las órdenes del Gral. Perón”, como decía el periódico de la corriente morenista) y no mantuviera relación con una estrategia revolucionaria. Este fue el derrotero de un sector del trotskismo británico (la ex corriente The Militant, actual CIO) que hizo un “entrismo” dentro del Labour Party que se prolongó por décadas (hasta su expulsión en 1991). Otro ejemplo es el morenismo en Argentina practicó de hecho un entrismo “sui generis” en el peronismo, a través de las organizaciones sindicales que éste controlaba.
Siguiendo las resoluciones del congreso de la Cuarta Internacional de 1951, bajo la dirección de M. Pablo y Mandel, el POR de Bolivia que gozaba de una importante influencia política sobre la clase obrera, aunque era débil organizativamente, tuvo una política oportunista en la revolución obrera de 1952, de apoyo crítico al gobierno nacionalista del MNR, desperdiciando una gran oportunidad para que el trotskismo apareciese como una clara alternativa revolucionaria.

Nuestra crítica central a las corrientes trotskistas de la segunda posguerra no es no haber cambiado estas condiciones objetivas, cosa que efectivamente era muy difícil para las fuerzas dispersas del trotskismo (a excepción quizás de Bolivia), sino que no fueron capaces de establecer un nuevo marco estratégico para el proyecto revolucionario en estas difíciles condiciones de la segunda posguerra, es decir, de poder definir de manera concreta cómo se expresaban las condiciones revolucionarias de la “época de crisis, guerras y revoluciones”, que sustentaban y sustentan el Programa de Transición [7], y cuáles eran las perspectivas para las que había que prepararse. Esto quedó en evidencia en la debilidad de la mayoría de estas corrientes cuando comenzó el ascenso a fines de los ‘60.
Por la vía de reafirmar que, tal como decía Trotsky en el Programa de Transición en 1938 “la crisis de la humanidad” se reducía a la “crisis de dirección revolucionaria del proletariado”, terminaron adaptándose a las direcciones y procesos “realmente existentes”, desde Tito y Mao hasta Fidel Castro y Ho Chi Min.

Por ejemplo, para Nahuel Moreno, el maoísmo “podía ser evaluado desde distintos puntos de vista”, pero “uno de los más importantes es el de los colosales aportes que ha hecho al programa de la revolución permanente su teoría político-social-militar de la guerra de guerrillas (...) Podemos decir que la teoría maoísta es un enriquecimiento de enorme importancia al Programa de Transición del trotskismo, que éste reconoció incorporándolo al mismo” [8]. Con la “incorporación” al Programa de Transición, Moreno se refería a las conclusiones del V Congreso de la IV Internacional, realizado en 1957, en el que se reconocía la importancia estratégica de la guerrilla y también del campesinado como sujeto revolucionario. Sobre la base de estas afirmaciones el IX Congreso de 1969 votó la Resolución sobre Latinoamérica, en el que se define el carácter campesino del ascenso latinoamericano, esta vez con la oposición de N. Moreno.

Lejos de haber “enriquecido” la teoría y el programa revolucionario, la revolución china bajo la dirección de Mao, constituía en el mismo acto la demostración de la validez de la teoría de la revolución permanente y su negación como programa para el avance hacia el socialismo y la revolución mundial.

Sintetizando, los trotskistas durante el boom, más allá de haber sostenido algunas posiciones correctas -lo que llamamos “hilos de continuidad revolucionaria”- tendieron a adaptarse políticamente a los aparatos reformistas que dirigían al movimiento obrero o a direcciones que, eventualmente, encabezaban procesos revolucionarios. Por esto se transformaron en corrientes centristas que oscilaban entre el reformismo y la revolución.
Estas corrientes llegaron al ascenso de 1968-81 prácticamente sin ninguna influencia entre los trabajadores y, por lo tanto, no pudieron jugar un rol clave en este último ensayo revolucionario de la clase obrera y sus aliados, aunque muchos de estos grupos atrajeron a sus filas a sectores de vanguardia (por ejemplo la JCR (posteriormente la LCR) y la OCI en el mayo de 1968 o el PST argentino en el ascenso de los ‘70).

3.3 El ascenso 1968-81

Las condiciones del boom de la posguerra comenzaron a agotarse y con ellas los mecanismos tradiciones con las que la burguesía había mantenido la “paz social”. Entre 1968 y 1981 (si tomamos como últimas expresiones de este ascenso la revolución nicaragüense e iraní y la revolución política en Polonia) el orden de la posguerra sufrió el desafío más serio.

Este ascenso puede dividirse en dos fases. La primera que abarca desde el mayo francés de 1968 hasta las derrotas de los procesos revolucionarios en el cono sur de América Latina a mediados de la década de 1970; y un segundo momento, donde tras la derrota por métodos contrarrevolucionarios o los desvíos, se dan los procesos revolucionarios en Centroamérica (Nicaragua, El Salvador, etc.), la revolución iraní, la revolución sudafricana y por último la revolución política en Polonia. Este ensayo revolucionario se desarrollaba en una situación internacional altamente inestable, signada por la crisis económica de 1973-75 y la derrota norteamericana en Vietnam. Por primera vez desde el ascenso de la segunda guerra, la revolución tocaba a los centros imperialistas, aunque la profundidad de estos procesos era muy desigual.
En Francia los acontecimientos de mayo de 1968 habían puesto en jaque al poder burgués, y la incorporación del proletariado masivamente al movimiento huelguístico, planteaba una perspectiva revolucionaria. Sin embargo, esta perspectiva no se materializó porque si bien amplios sectores de la vanguardia obrera se habían radicalizado políticamente, la mayoría de los trabajadores seguían a la dirección del PCF, cuya crisis y desprestigio era muy superior en el movimiento estudiantil que en el movimiento obrero. En la posibilidad del desvío del mayo francés, se combinaron además del peso del reformismo sobre la clase obrera, la situación económica que permitió otorgar un aumento de salarios y así quitarle base al movimiento.

Al año siguiente, se dio el llamado “otoño caliente” en Italia. Este proceso obrero cuestionaba, más allá del problema salarial, los ritmos y la organización del trabajo, reclamando para sí el control del proceso productivo. Iba acompañada además por un proceso profundo de autoorganización, que en un sentido retomaba la tradición histórica de los consejos obreros. Políticamente, este proceso de radicalización fortaleció a corrientes comunistas a la izquierda del PCI como Izquierda Proletaria, Lotta Continua y Avanguradia Operaria, algunos de los cuales fundaron las Brigadas Rojas. Tomándolo históricamente, este proceso se prolongó durante una década y terminó con la derrota de la huelga de la FIAT en 1980.
En Estados Unidos, que ya llevaba más de tres años en la guerra de Vietnam, la ofensiva del Tet y la revelación de la masacre de My Lai en enero y marzo de 1968 respectivamente, dieron un impulso incontenible al movimiento antiguerra, que en parte se expresaba en la crisis del Partido Demócrata con su base que asaltó la convención partidaria en ese mismo año. Este movimiento había sido antecedido por el desarrollo del movimiento por los derechos civiles que había dado un ala radical dirigida por Malcom X y posteriormente organizada en los Panteras Negras. Sin embargo, a diferencia de Francia, el movimiento obrero no era un actor clave en la oposición a la guerra. La derrota de Estados Unidos en Vietnam marcó el punto más bajo del dominio norteamericano. La presidencia de Carter fue de una crisis sin precedentes, durante esos años ocurrieron procesos como la revolución iraní, implicando la pérdida de un aliado estratégico para Estados Unidos en el Medio Oriente. Pero a la vez se iban sentando las bases para recomponer el poderío norteamericano yendo directamente al enfrentamiento con la Unión Soviética en Afganistán.

La derrota norteamericana en Vietnam fue un triunfo táctico que, producto de la dirección estalinista de este proceso, de la política de coexistencia pacífica de la burocracia rusa y de la política negociadora con el imperialismo de Mao (un año antes se había reunido con Nixon) no se transformó en una derrota estratégica del imperialismo, que luego de algunos años de crisis logró recuperarse y pasar a la contraofensiva.

En Gran Bretaña la clase obrera venía protagonizando una ofensiva que en muchos casos hacía recordar a la huelga general de 1926. El Partido Laborista gobernó desde 1964 hasta 1970 y de 1974 hasta el triunfo de Thatcher en 1979. Durante ese período de 15 años, caracterizado por una gran crisis de la economía británica (que combinaba inflación, baja productividad, bancarrota de empresas automotrices como Rolls Royce y Leyland), se desarrollaron agudos conflictos de clase que llevaron primero a la caída del gobierno del conservador Heath en 1974 luego del triunfo de los dockers y de una huelga de 7 semanas de los trabajadores mineros, y posteriormente, a la sucesiva caída de dos gobiernos laboristas, el de Wilson y el de Callaghan, que intentaron imponer medidas antiobreras. El punto más alto de esta oleada fue el llamado “invierno del descontento” de 1978-9 que enfrentó las medidas del gobierno de Callaghan. Sin embargo, a pesar de la radicalidad en los métodos de muchas de estas huelgas (sobre todo las del período 1971-74), el Partido Laborista seguía siendo la dirección indiscutida de la clase obrera y a través de los sindicatos y de la oposición a los conservadores mantenía el control de este movimiento y, vía la dirección oficial del TUC, lograba la colaboración de los delegados para imponer recortes de salarios y despidos. De esta forma el laborismo y la burocracia sindical desmovilizaron a la clase obrera y descompusieron su organización por fábrica, dejando abierto el camino para la reacción neoliberal. Finalmente en mayo de 1979 Margert Thatcher ganó las elecciones.

El proceso más radical sin dudas fue la revolución portuguesa de 1974, la llamada “revolución de los claveles”, que terminó con el régimen del “Estado Novo” encarnado en la dictadura de Caetano y llevó a la liberación de las colonias portuguesas en África, aunque se detuvo con la instauración de un régimen democrático burgués.

En los países semicoloniales se vivieron años de gran efervescencia obrera. En Argentina el cordobazo de 1969 abrió un período de radicalización obrera que, después de la muerte de Perón había iniciado un camino hacia la ruptura revolucionaria con el peronismo, poniendo en pie coordinadoras de fábricas. Este proceso sólo pudo ser derrotado con el golpe genocida de 1976. En Bolivia se dio el proceso de la Asamblea Popular en 1971. En Chile, bajo el gobierno de la Unidad Popular de Allende que había alentado la ilusión de la supuesta “vía pacífica al socialismo”, se habían desarrollado los cordones industriales que insinuaban una organización de tipo soviética, aplastados por el golpe de Pinochet que transformó a Chile en el primer laboratorio del neoliberalismo, con el asesoramiento directo de uno de sus principales exponentes, Milton Friedman. En Uruguay se imponía la misma salida contrarrevolucionaria.
Parte de este proceso internacional fueron los intentos de revolución política en Europa del Este, como la Primavera de Praga, aplastada por los tanques soviéticos.

Como conclusión más general, ya que aquí no nos podemos proponer analizar cada uno de estos procesos revolucionarios (además de los que nombramos, España, Uruguay, etc.), sino sólo sintetizar las definiciones centrales, podemos decir que si en los países centrales primó el desvío, en América latina y otros países semicoloniales, donde este ascenso tendió a expresarse como un enfrentamiento directo entre revolución y contrarrevolución, la clase obrera y los sectores populares sufrieron una derrota histórica y fueron aplastados con métodos completamente contrarrevolucionarios. Esta derrota llevó a la imposición de las dictaduras del cono sur que se mantuvieron hasta la década de los ’80 y a la liquidación física de toda una generación revolucionaria.

4. El neoliberalismo y la “restauración del poder de clase” burgués

A comienzos de la década de 1980, este intento de enfrentar al orden de posguerra que había durado casi diez años ya había sido completamente desbaratado por una combinación de derrotas físicas y desvíos. Después de algunos años de crisis recurrentes, con el ascenso de Reagan y Thatcher, el imperialismo pasó a la contraofensiva desplegando un arsenal de “contrarreformas” económicas, políticas y sociales, conocidas como “neoliberalismo” que buscaban revertir las conquistas de las décadas del boom -la seguridad social, los servicios públicos y las condiciones de vida y de trabajo de la clase obrera- cambiando el paradigma del “compromiso keynesiano” por el del libre mercado, el monetarismo y la financierización como base para garantizar las ganancias capitalistas.

Distintos factores determinaron este giro hacia el neoliberalismo, desde el punto de vista económico la crisis de 1973-74 había llevado a una caída de la tasa de ganancia, a su vez, habían reemergido Japón y Alemania como potencias competidoras que le venían sacando ventajas a Estados Unidos en los mercados mundiales. Aquí sólo nos vamos a referir a lo que llevó a la clase capitalista a su decisión de lanzar una verdadera “guerra de clases” contra los trabajadores para restaurar sus niveles de rentabilidad y explotación de la fuerza de trabajo.

El triunfo de los tories en las elecciones de 1979 en Gran Bretaña fue precedido por una persistente campaña ideológica que tenía como centro de la argumentación que los sindicatos eran los culpables de la inflación y de la baja productividad de la economía británica, que la hacía menos competitiva frente a la de Estados Unidos o Alemania. Este discurso ideológico-político que alentaron varios intelectuales y académicos, sacando a flote las teoría de von Hayek, apuntaba a construir un nuevo consenso social basado en las capas medias, que resaltaba el individualismo y la responsabilidad personal de cada trabajador en su “éxito” o “fracaso”, ligaba la libertad y los derechos individuales al derecho de propiedad y de consumo y propiciaba la privatización de los servicios públicos y un cierto “populismo de mercado”. Esta cultura política reaccionaria tenía como blanco destruir la solidaridad de clase que se había expresado en el proceso huelguístico, sobre todo en el surgimiento de una militancia industrial en organizaciones por fábrica, principalmente en la industria automotriz (Cowley, Leyland, etc.).

Thatcher asumió el gobierno con el objetivo estratégico de llevar a cabo una “revolución” que quebrara el “consenso de la posguerra” que regía las relaciones capital-trabajo desde 1945 basado en la colaboración entre los sindicatos, las patronales y el gobierno. El contenido esencial de esta “revolución” conservadora era quebrar la fuerza de los sindicatos y permitir a la patronal reestructurar sus industrias y restaurar su rentabilidad. Esto recién lo logró con la derrota de la huelga minera de 1984-85.
Reagan hizo lo propio en Estados Unidos, aunque enfrentó una resistencia menor. La batalla decisiva fue en 1981 contra el gremio de controladores aéreos (PATCO), que en las elecciones de 1980, junto con el sindicato de camioneros (Teamster) y el de pilotos de líneas aéreas, habían llamado a votar por Reagan, como parte del fenómeno conocido como los “demócratas de Reagan”, que aludía a los trabajadores que tradicionalmente votaban al Partido Demócrata pero que habían cambiando su voto por los republicanos, en medio de una situación económica muy difícil para los asalariados y del crecimiento del desempleo.

La huelga de PATCO por aumento de salarios y reducción de la jornada laboral fue declarada ilegal por Reagan, que decidió aplicar la legislación existente que prohibía las huelgas en el sector público. En sólo 2 días fueron despedidos 11.000 de los 13.000 trabajadores en huelga. Fueron reemplazados rápidamente por personal militar y el sindicato dejó de existir en octubre de ese año.
En el caso de Gran Bretaña, la derrota de la huelga minera y la ofensiva antisindical y antiobrera, fue facilitada por el triunfo imperialista en la guerra de Malvinas en 1982 [9], que permitió la reelección de Thatcher y fortaleció cualitativamente su gobierno.

La ofensiva patronal e imperialista que se prolongó al menos durante 25 años, constituyó una verdadera contrarrevolución llevada adelante con “métodos pacíficos”. Sobre la base de las derrotas anteriores, este asalto a las conquistas materiales de los trabajadores, iba acompañado de una extensión de la democracia liberal y de un discurso que resaltaba las “libertades individuales”. A estos regímenes democrático burgueses que surgieron luego de las dictaduras de la década del ’70 los hemos denominado “democracias poscontrarrevolucionarias” justamente para dar cuenta de esta contenido reaccionario.

Esta democracia liberal que se extendió a casi todo el globo, tiene su base en las clases medias, o más precisamente en el individuo de clase media, en la “opinión pública” formada por los medios de comunicación de masas (principalmente la televisión) y en una desideologización del discurso político, que pretende dar por muertas las diferencias entre “izquierda y derecha”, lo que se expresa en una tendencia de los partidos hacia el centro del espectro político y en un discurso común de “gestión” del estado.

Como cobertura de la ofensiva neoliberal, es una democracia burguesa degradada lo que se expresa en el despotismo social, en la persecución contra los inmigrantes y los pobres urbanos que ha llevado a una escandalosa “criminalización de la pobreza”. Junto con esto, se han desarrollado fuertes tendencias al bonapartismo y al recorte incluso de libertades democráticas formales en países centrales, como por ejemplo los gobiernos de Sarkozy o de Bush, quien con la justificación de la “guerra contra el terrorismo” y la “guerra preventiva” ha impulsado la llamada “Patriotic Act”, además de legalizar el espionaje estatal sobre las comunicaciones privadas y reinstalar públicamente la tortura como método válido.
Las direcciones reformistas y burocráticas del movimiento obrero colaboraron con el ataque patronal. El ejemplo extremo de este proceso fue la transformación de la burocracia estalinista de agente indirecto a agente directo del capitalismo.

Las consecuencias de la ofensiva neoliberal fueron catastróficas para los trabajadores en cuanto a la pérdida de conquistas materiales, a una reducción muy significativa en la capacidad de lucha, y a un importante retroceso en la organización y la conciencia de clase, lo que sumado a las condiciones sociales de desempleo y fragmentación, limitó la resistencia obrera.

En los países que fueron el centro del neoliberalismo, Gran Bretaña y Estados Unidos, esto se ve claramente: en Gran Bretaña los sindicatos pasaron de tener 13 millones de afiliados en 1979 a alrededor de 7 millones en 2008, según las cifras oficiales del TUC. En Estados Unidos, la cantidad de afiliados a los sindicatos viene cayendo en forma sostenida desde principios de la década de 1980. El llamado “modelo Wal Mart”es el símbolo de la política antisindical de la patronal. Actualmente, según cifras de la AFL-CIO sólo 15 millones de trabajadores están afiliados a algún sindicato, esto representa alrededor del 12% de la fuerza de trabajo. Pero mientras en el sector público los trabajadores sindicalizados alcanzan al 36%, en el sector privado están en su punto histórico más bajo, sólo un 7,8%. Esto tiene importantes consecuencias en las condiciones de “venta colectiva” de la fuerza de trabajo. Según un estudio del Economic Policy Institute [10], el salario horario de un trabajador sindicalizado es de 28 dólares promedio, mientras que el de uno no sindicalizado es de 18 dólares.

El neoliberalismo, con desigualdades se extendió en las últimas dos décadas del siglo XX a los países semicoloniales con el llamado “consenso de Washington” y a los ex estados obreros burocratizados después el colapso del estalinismo entre 1989-91 y la restauración del capitalismo. En los países europeos por fuera de Gran Bretaña, la socialdemocracia se transformó en el principal agente de la ofensiva neoliberal, pero la introducción de estas medidas fue más gradual y aún hoy amplios sectores del movimiento obrero sindicalizado, conservan conquistas sobre las que está tratando de avanzar la UE con sus nuevas normativas como la extensión de la jornada laboral, con las que pretenden liquidar la vieja “Europa social”.

Las direcciones tradicionales del movimiento obrero capitularon o directamente fueron cómplices de las políticas neoliberales. Mientras la sindicalización caía a niveles históricamente bajos, y los gobiernos promulgaban leyes antisindicales, las burocracias reformistas llegaron incluso a transformarse en socios menores en los procesos de privatizaciones. Este proceso colaboró en instalar un clima de desmoralización persistente en las filas obreras.

4.1 Los procesos de 1989-91 y la restauración capitalista

El gobierno de Reagan le dio un nuevo norte al imperialismo norteamericano luego de la derrota en Vietnam: enfrentar a la Unión Soviética, a la que llamaba el “imperio del mal” y darle a Estados Unidos la victoria en la guerra fría. Uno de los principales medios para este fin fue la carrera armamentística que tuvo su punto más alto en el programa de defensa “star wars”. Esta política imperialista agresiva aceleró la decadencia económica de la ex URSS que ya venía estancada desde la década de los ’70, y colaboró con la profunda desorganización de la economía que marcó el período de la perestroika de Gorbachov, cuyas consecuencias fueron devastadoras para los trabajadores y la población soviética.

En ese marco se dieron los procesos de 1989-91 que terminaron con la caída de los regímenes estalinistas, la disolución de la URSS y el avance de la restauración capitalista. Estos procesos fueron muy contradictorios: enfrentaban a la burocracia estalinista pero con un nivel de subjetividad históricamente bajo, lo que se expresaba en las ilusiones procapitalistas y democráticas del movimiento de masas. Esas ilusiones permitieron que la dirección del proceso cayera en sectores de la intelectualidad y las capas medias agrupados en “foros democráticos” en algunos países de Europa del Este, o en alas igualmente restauracionistas de la burocracia con discurso “democrático” como fue Boris Yeltsin y su “Plataforma democrática” en la Unión Soviética, que logró hacer base en los mineros que venían siendo la vanguardia de la clase obrera. Desde nuestro punto de vista, esta “paradoja” se explica sólo porque las movilizaciones de 1989-91 fueron el último acto de un largo proceso de revoluciones políticas derrotadas y aplastadas en las décadas anteriores en Europa del Este [11], que se combinó con el retroceso de la clase obrera occidental ante la ofensiva neoliberal.
En China, la derrota de Tianamen reforzó la orientación restauracionista de la burocracia que, a diferencia de Europa del Este y la ex URSS mantuvo férreamente el control del estado y fue el mismo PCCh el agente del restablecimiento del capitalismo.

La caída de los regímenes estalinistas y la desaparición de los ex estados obreros, empezando por la unificación capitalista de Alemania, alentaron el triunfalismo capitalista y la propaganda burguesa contra el marxismo.
Hemos denominado “restauración burguesa” a esta situación en la que parece no haber desafíos a la vista al dominio político capitalista, en analogía con la “restauración borbónica” en 1815, tras la derrota de Napoleón. Como veremos en la discusión sobre el clima ideológico de los últimos años, al igual que en los años de la restauración, también han resurgido todo tipo de utopías que expresan a la vez el retroceso sufrido y los primeros episodios del surgimiento de una nueva subjetividad.

4.2 Neoliberalismo y crisis de subjetividad

Las consecuencias sociales, políticas e ideológicas del neoliberalismo han sido devastadoras: desde el punto de vista social, la reorganización de la fuerza de trabajo introdujo una importante fragmentación en la clase obrera y la expulsión de millones de trabajadores de sus filas que pasaron a engrosar las cifras de pobres urbanos y desocupados, que junto con la pérdida de peso de los sindicatos y de la colaboración de las direcciones sindicales y políticas reformistas con las patronales, fueron la base objetiva que minaron la capacidad de resistencia organizada de los trabajadores ante la ofensiva capitalista.

Por fuera de Estados Unidos y Europa, las direcciones del movimiento obrero oficial, la socialdemocracia y el estalinismo, que se habían fortalecido en las condiciones del boom de la posguerra, es decir, como direcciones reformistas que garantizaban la “paz social” a cambio gestionar las concesiones del estado benefactor, entregaron conquistas materiales y sindicales. Los partidos socialistas como el PS francés con Mitterrand a la cabeza de la alianza con el Partido Comunista, fueron los artífices de las medidas neoliberales. Las burocracias sindicales hicieron lo propio, como por ejemplo en Argentina que bajo el gobierno de Menem se transformaron en socias menores en las privatizaciones.

Esta relación de fuerzas totalmente desventajosa para la clase obrera se prolongó durante al menos dos décadas. Si en Occidente se expresaba como retroceso de las posiciones conquistadas, en el mal llamado “bloque socialista” los levantamientos antiburocráticos pusieron en evidencia un nivel bajísimo de subjetividad del movimiento obrero y de masas, tras décadas de estalinismo y luego de la derrota del ascenso de 1968-81 y de los intentos de revolución política anteriores.

Los procesos de 1989-91 que se desarrollaron en Europa del Este y la Unión Soviética y culminaron con la caída de los regímenes estalinistas, fueron movilizaciones populares hegemonizadas por sectores medios con una ideología “democrática” y procapitalista. En la ex URSS Boris Yeltsin usó a los mineros como base de maniobras para imponerse a las otras alas de la burocracia. Esta confianza en el ala “reformista” de la nomenclatura fue fatal para la clase obrera rusa, y sus acciones terminaron siendo instrumentales a la restauración capitalista.

El colapso de los regímenes estalinistas y la restauración del capitalismo en la ex Unión Soviética, Europa del este y China, marcaron el punto más alto del triunfalismo capitalista, que a través del libre mercado, la “globalización” y la extensión de la democracia burguesa, anunciaba el fin de los antagonismos de clase y de hecho de la época de la revolución social. A esta situación se sumó el triunfo norteamericano en la primera guerra del Golfo en 1991 con la exposición mediática de su enorme poderío militar.

La ausencia de toda perspectiva de clase favoreció el desarrollo de fenómenos políticos reaccionarios en países periféricos, como las direcciones nacionalistas de las luchas de autodeterminación nacional en los Balcanes, notablemente el UCK kosovar que se transformó en una fuerza proimperialista. En el mundo árabe y musulmán, ante el fracaso de los viejos nacionalismos burgueses laicos, florecieron distintas variantes de fundamentalismos islámicos, algunas con programas populistas, que lograron audiencias de masas tomando las banderas del antinorteamericanismo.

La instrumentación política de la religión es un fenómeno que acompañó la reacción ideológica-política desde la década de 1970, y de ninguna manera fue exclusivo del mundo musulmán. En vísperas del triunfo de Reagan, el pastor evangelista Jerry Falwell -sucesor de Bill Graham- constituyó el movimiento político-religioso llamado “La Mayoría Moral”, que invocaba la religión para que Estados Unidos recupere su lugar de liderazgo en el mundo. Con este discurso, los republicanos se presentaron como “uno más” a los trabajadores jaqueados por la inflación y el desempleo, contraponiéndolo a las ideas “liberales” de la “elite” ilustrada demócrata y de esta forma, ganaron el voto de buena parte de los obreros blancos atrasados que normalmente eran la base electoral del partido demócrata. Esto se profundizó durante el gobierno de Bush que apeló a restaurar los “valores cristianos” dándole un peso importante en la educación y la ayuda social a las organizaciones evangélicas. Sin ir más lejos, en las últimas primarias, el candidato republicano John McCain recurrió a la misma estrategia reaganiana.
El otro gran ejemplo, además del estado de Israel, fue el rol de la Iglesia católica en el proceso de restauración capitalista en Polonia y su peso entre un sector importante de obreros de Solidaridad, incluido su dirigente, Lech Valesa.

A tal punto fue el retroceso que los marxistas, hasta hace sólo algunos años atrás, teníamos que discutir ya no la necesidad y la posibilidad de una revolución social, sino la existencia misma de la clase obrera como clase y de las relaciones de explotación contra el auge de las teorías sociales del “fin del trabajo” y las nuevas teorías políticas de la democracia plural y la política de la identidad.

Esta situación tuvo y tiene consecuencias duraderas.
Desde el punto de vista político, significó la desaparición en algunos países o la profunda crisis en otros, de la vieja representación política reformista de la clase obrera -los partidos socialdemócratas y los partidos estalinistas.
La socialdemocracia devino en instrumento y agente directo de la ofensiva patronal, evolucionando al centro del espectro político. Con la adopción de la “tercera vía” que la emparentaba con el partido demócrata norteamericano, se transformó en social liberalismo. Aunque este término es poco preciso, y se puede prestar a confusión porque podría sugerir un supuesto cambio de la referencia al “socialismo” por el “liberalismo”, lo que evidentemente es falso ya que los partidos socialdemócratas desde hace décadas gestionan estados capitalistas-imperialistas, lo podemos usar en un sentido descriptivo para señalar que de gobernar con un programa de reformas mínimas-salariales, de condiciones de empleo, etc.- en el marco del estado benefactor, pasaron directamente a ser los partidos de la ofensiva capitalista. Mayoritariamente bajo gobiernos “socialistas” avanzó el proyecto imperialista del UE, tratando de liquidar conquistas obreras que aún quedan del viejo estado benefactor, atacando a los trabajadores inmigrantes e indocumentados, persiguiendo un programa de reforma de la seguridad social y de las jubilaciones y de privatizaciones. Por esto son casi indistinguibles de sus contrapartes tradicionales de la derecha. Los ejemplos son vastos: desde el gobierno del SPD en Alemania bajo Schröeder hasta la actual coalición con la derecha cristiana del CDU en el gobierno de Merkel; el New Labour de Tony Blair como continuidad del thatcherismo; los gobiernos de la izquierda plural en Francia; el PT de Brasil, etc. En el caso del PS francés y del PSOE, se han transformado lisa y llanamente en partidos burgueses “normales”, aunque esto todavía está en discusión sobre todo en el caso de aquellos partidos que conservan lazos orgánicos con los sindicatos, como el Labour Party o la socialdemocracia alemana.

El derrotero de los Partidos Comunistas de occidente es similar. Ya desde comienzos de la década de 1970, con el giro eurocomunista [12] habían abandonado incluso toda retórica de clase y se habían transformado de hecho en partidos socialdemócratas. En distintas oportunidades fueron parte de los gobiernos social liberales en alianza con los PS.

Esta evolución hacia formaciones de centroizquierda sin ninguna relación con el viejo reformismo obrero dio un salto luego de la desaparición de la Unión Soviética, como lo ilustra la rápida transformación del ex PCI en el actual partido de Veltroni, que ya ha perdido incluso toda referencia de “izquierda” para pasar a llamarse directamente Partido Democrático.

En los últimos años, el descontento con los gobiernos socialdemócratas se expresa en la oscilación de su base electoral, mayormente obrera, que desde la década de 1980 alterna entre votarlos para contrarrestar el avance de la derecha y castigarlos votando minoritariamente a algunas variantes más a la izquierda o a los partidos de la derecha, lo que da como resultado una fuerte polarización electoral. El ejemplo más elocuente fue la crisis del PS en las elecciones presidenciales de 2002 y el fortalecimiento del racista Frente Nacional de Le Pen y, en menor medida, de la extrema izquierda.

En las últimas elecciones se impuso abrumadoramente la derecha en casi todos los países de la UE a excepción de España en el que Zapatero consiguió su reelección.
Esta situación de derechización del viejo reformismo ha dado lugar algunos fenómenos políticos, el más notable fue el surgimiento de un espacio reformista de izquierda en el que mayormente se ubicaron viejos partidos estalinistas como Refundación Comunista y sobre el que se basaron los proyectos de “partidos amplios” impulsados por corrientes de origen trotskista. Parte de este mismo proceso, aunque con un carácter distinto que lo acerca más al reformismo obrero clásico, es el surgimiento de Die Linke en Alemania, al que nos vamos a referir más adelante.

5. Los nuevos fenómenos políticos

5.1 La desigualdad entre la lucha económica y política

Esta situación de aguda reacción comenzó a revertirse en 1995 con la huelga de los trabajadores públicos franceses contra el plan Juppé. Esta acción volvía a poner en la escena a la clase obrera con sus métodos de lucha e inauguraba una resistencia renovada a la ofensiva patronal (huelga de UPS en Estados Unidos en 1997, “guerras obreras” en Corea del Sur en 1996, etc.).

En América Latina, a mediados de la década de 1990 irrumpieron en la escena el campesinado, los pueblos originarios (levantamiento zapatista el 1 de enero de 1994, las ocupaciones de estancias del MST brasileño, etc.). En Argentina surgió en 1996 el movimiento de desocupados con un nuevo método de lucha, los piquetes y cortes de ruta que luego se generalizaron a las luchas de otros sectores sociales, incluida la clase obrera. Este movimiento de trabajadores desempleados se conformó como un movimiento político-reivindicativo, organizado por distintas corrientes (y donde sectores de la izquierda como el PO concentró su construcción en esos años).

En 1999 hizo su aparición en Seattle el llamado “movimiento altermundialista” que marcó el despertar político de millones de jóvenes en todo el mundo y que, en algunos países en forma indirecta y en otros como Italia directamente, influyó sobre el movimiento obrero, sobre todo en sus capas más jóvenes de trabajadores recientemente incorporados a la fuerza laboral ya en condiciones de precariedad y flexibilización.

Este movimiento muy extendido numéricamente pero con poca profundidad social y sin anclaje en ningún sector social significativo, ya sea la clase obrera o el movimiento estudiantil, tuvo mayormente una ideología reformista de “humanizar el capitalismo” que se expresó a través de distintos movimientos como ATTAC, partidos como el PT de Brasil y en la orientación predominante de los Foros Sociales. También tenía un ala izquierda “anticapitalista” con métodos más radicalizados en el enfrentamiento con las fuerzas de seguridad, pero que era minoritaria. Este movimiento se transformó a partir de 2003 en un movimiento contra la guerra imperialista en Irak, aumentando su masividad.

En América latina se profundizó la tendencia a la acción directa y los gobiernos que habían sido los agentes de la ofensiva neoliberal cayeron por movilizaciones populares, levantamientos o jornadas revolucionarias como las de Argentina en diciembre de 2001. En Bolivia se abrió un proceso más profundo, que llevó a la caída de Sánchez de Losada y a la asunción del gobierno de frente popular de Evo Morales.

En 2006 en México tuvo lugar la llamada “Comuna de Oaxaca” que enfrentó al gobernador del PRI Ulises Ruiz Ortiz, que dio lugar al proceso de organización de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO) sobre la base de la sección XXII de la CNTE (la coordinadora docente), aunque su dirección conciliadora llevó la lucha a la derrota.
Estos procesos dejaron al desnudo la crisis política de los partidos burgueses y un cuestionamiento muy importante a la autoridad estatal, que en países como Argentina donde se combinó con un crack de la economía, impulsó a la acción directa y la caída del gobierno de De La Rúa. Esto nos llevó a retomar el concepto de Gramsci de “crisis orgánica” para explicar esta crisis de la hegemonía burguesa.
Pero a pesar de la radicalidad en algunos casos de las acciones, estos levantamientos no llegaron a transformarse en revoluciones que planteen una situación de doble poder o quiebren el poder estatal y fueron desviadas por los mecanismos tradicionales democrático burgueses. Nuestra corriente las definió como “jornadas revolucionarias” para señalar a la vez que eran procesos cualitativamente distintos a las luchas parciales, y los límites que tenían las fuerzas sociales que las protagonizaron -esencialmente las clases medias urbanas, los desocupados y la juventud plebeya- mientras que los trabajadores participaron no en tanto clase sino como diluidos dentro del movimiento general, a excepción de un sector de vanguardia que en Argentina dio lugar al proceso de ocupación de fábricas.

Durante el último ciclo de crecimiento económico, las filas de la clase obrera se han fortalecido socialmente con la incorporación de millones de nuevos trabajadores y en el terreno de la lucha reivindicativa y la organización sindical. Esta recomposición tiende a cristalizarse en nuevas organizaciones o instituciones de la vanguardia obrera, por ejemplo en Argentina se expresa en el surgimiento de cuerpos de delegados, comisiones internas, delegados antiburocráticos, que de conjunto conforman una izquierda sindical con importante influencia en la vanguardia obrera y las luchas actuales. En Bolivia, el proletariado que casi no tuvo ningún rol en los procesos de 2003 se ha recompuesto, lo que se manifiesta en las luchas sindicales y en la creación de nuevos sindicatos.
Sin embargo, política e ideológicamente aún pesa el lastre del neoliberalismo. Las viejas organizaciones reformistas en crisis no han sido superadas por izquierda y tampoco se han desarrollado tendencias a la independencia de clase de sectores significativos de la clase obrera, menos aún hacia el marxismo. Esto ha quedado en evidencia en las últimas elecciones en Italia, donde Refundación Comunista, tras haber sido parte del gobierno antipopular de Prodi, perdió su caudal electoral, y pasó de presidir la cámara de diputados a ser por primera vez en su historia una fuerza extraparlamentaria. La otra cara de este fenómeno político es el fortalecimiento de la racista Liga Norte que hizo la mejor elección de su historia.

Un fenómeno similar se da en Gran Bretaña, donde los resultados electorales adversos profundizaron la crisis de Respect y el SWP.

5.2 Die Linke. Un nuevo reformismo obrero

Los compañeros de Alemania presentaron un documento para discutir con precisión este punto, aquí sólo nos referiremos a Die Linke para dar cuenta de un fenómeno político nuevo de los últimos años.

Comparado con Gran Bretaña, Francia e Italia, la dinámica de un sector del SPD ligado a la burocracia sindical que rompió ante el giro a la derecha de su partido y fundó una nueva organización que pretende recuperar el reformismo clásico de la socialdemocracia, un reformismo con base obrera y programa burgués, aparece como una excepción [13] y tendríamos que discutir si está anticipando un fenómeno más extendido de la clase obrera europea.
A diferencia de los agrupamientos “anticapitalistas” amplios impulsados esencialmente por corrientes de origen trotskistas, y en su mayor parte con muy poca o nula incidencia obrera, la constitución de Die Linke a mediados de 2007, producto de la fusión entre el ex PDS (estalinista) con peso en la región oriental y el WASG (fundado por sectores de la burocracia sindical que rompieron en 2005 con el SPD), expresa un fenómeno con peso orgánico en el movimiento obrero [14], aunque minoritario y esencialmente electoral. Su figura más conocida es Oskar Lafontaine, dirigente referenciado con el ala izquierda de la socialdemocracia, y su fundación coincide con un resurgir de la lucha de clases. Die Linke es producto en primer lugar, del escandaloso giro a la derecha del SPD que bajo el gobierno de Schröeder avanzó con una agenda antiobrera y que posteriormente se integró a la coalición de gobierno con el CDU. Esto produjo una importante crisis dentro del SPD y una desafección de su base obrera [15].

Este ataque llegaba a sectores de la aristocracia obrera y de la propia burocracia sindical que veía caer la cantidad de afiliados a los gremios (a un ritmo de una pérdida del 5% anual). Esto los habría decidido a fundar un partido a la izquierda del SPD. En la situación actual alemana, donde hay crecimiento económico pero ha empeorado la situación de los trabajadores, este partido ganó rápidamente apoyo en la clase obrera y también en sectores de la juventud, por su posición contra la permanencia de las tropas alemanas en Afganistán y contra el tratado constitucional de la UE.
En sólo un año, Die Linke se transformó en la tercera fuerza política a nivel nacional y la primera en la el Este, relegando a los Verdes y los Liberales, los socios tradicionales de las coaliciones gubernamentales del SPD y el CDU, a un cuarto y quinto lugar. Está en 10 de 16 gobiernos regionales y comparte con el SPD el gobierno de Berlín. Según las últimas encuestas, obtendrían entre el 12% y el 14% de los votos en las próximas elecciones de 2009. El objetivo de Lafontaine es esperar que se imponga el ala izquierda del SPD y tratar de formar parte de la coalición de gobierno en 2009. En ese sentido sería una política similar a la de Refundación Comunista que se había transformado en referencia de la “izquierda anticapitalista” luego de las movilizaciones de Génova y del Foro Social de Florencia, pero poco después entró al gobierno centroizquierdista y antipopular de Romano Prodi y terminó dilapidando su capital político en las últimas elecciones.

Sin embargo, este partido es producto del giro a la derecha de la dirección mayoritaria del SPD más que de un giro a la izquierda de sus fundadores y donde es gobierno vota las mismas políticas antiobreras que el SPD. Esto es más que evidente en el caso del ex PDS en el gobierno de Berlín y en su política de buscar “atraer” inversiones en el Este de Alemania aprovechando los bajos salarios de los trabajadores orientales comparados con los occidentales.
Las organizaciones de la izquierda trotskista que participa en este partido, como el grupo ligado al SWP británico, se han adaptado a la dirección y al carácter reformista (burgués) de este partido, repitiendo la política desastrosa que tuvieron las corrientes trotskistas en su prolongada participación dentro de Refundación Comunista.

5.3 Los partidos amplios “anticapitalistas” y los “frentes antineoliberales”

En el último número de la revista Estrategia Internacional publicamos una extensa polémica con los proyectos de construcción de “partidos amplios anticapitalistas” y “frentes antineoliberales” impulsados por organizaciones que se reclaman trotskistas. Esta polémica estaba centrada esencialmente en la LCR y en menor medida en RESPECT y el SWP, y partía de señalar que existe una relación entre “la hipótesis de revolución” de una organización y el tipo de partido que intenta construir.

Sintéticamente planteamos que en los últimos años importantes sectores de la izquierda de origen trotskista buscó responder, por la vía de la adaptación a las condiciones dadas, a la situación generada por el resurgir de la lucha de clases y de movimientos políticos, pero en el marco más general de la desaparición de la perspectiva de revolución, al menos en el corto plazo.
El razonamiento era aproximadamente el siguiente: la revolución no está a la orden del día, sin embargo han surgido nuevos sectores que, a su manera y con una importante confusión ideológica, cuestionan los aspectos más brutales del neoliberalismo. Esto determinó el surgimiento de un espacio a la izquierda del reformismo devenido socialimperialismo, que según el SWP y la LCR era “radical pero no revolucionario”. Los partidos amplios anticapitalistas y los frentes antineoliberales (como RESPCT) fueron las herramientas para tratar de construirse en ese espacio.

En base a la afirmación cierta de que las lucha actuales son defensivas, la LCR teorizó sobre una “dialéctica” entre reforma y revolución según la cual se llegaría a la revolución por medio de la lucha consecuente por reformas [16]. A esto le correspondería no un programa transicional, sino un programa mínimo para que triunfen las luchas en cuestión.
Estos partidos amplios, no sólo no planteaban ninguna delimitación de clase, sino que mantenían su ambigüedad en la medida en que dejaban abierta si la estrategia era la reforma o la revolución. La consecuencia lógica fue adoptar un programa mínimo que en esencial respondía a intereses ajenos a la clase obrera.

Algunos de estos proyectos ya habían entrado en crisis o se habían disuelto, notablemente el SSP escocés y la alianza RESPECT que estaba en pleno proceso de ruptura. Desde que publicamos ese artículo a la fecha, en algunos casos esa crisis se ha profundizado: las dos alas en las que se dividió RESPECT obtuvieron magros resultados en las últimas elecciones en Inglaterra, donde hubo un importante giro a la derecha con la recuperación de los tories. El proceso de deserción de miembros de RESPECT que obtuvieron algún cargo en gobiernos locales, principalmente los que responden a las organizaciones de la baja burguesía comercial musulmana, no han cesado, algunos directamente se pasaron al bando tory. Sin embargo, la reflexión del SWP sobre las verdaderas causas de esta profunda crisis es casi inexistente, y basándose en el hecho cierto del giro a la derecha evitan sacar las conclusiones de los resultados desastrosos de su política oportunista.

En Italia, Refundación Comunista, aunque en verdad es un fenómeno político más parecido al surgimiento de Die Linke que a los “partidos amplios”, era presentado por esta izquierda partidaria de los movimientos comunes entre reformistas y revolucionarios como un ejemplo a seguir. Esta reivindicación acrítica de RC entró en crisis con el ingreso de este partido al gobierno de Prodi y su votación por políticas completamente antiobreras y reaccionarias (como la permanencia de las tropas italianas en Afganistán) lo que tuvo un precio altísimo para RC que por primera vez en su historia ha quedado sin representación parlamentaria.
La crisis para la vanguardia obrera y juvenil es que el rápido desprestigio de RC por su colaboración con un gobierno burgués de “centroizquierda” no fue superado por izquierda, y aunque algunas corrientes trotskistas que durante años estuvieron dentro de RC lograron sacar de un conjunto un 1% de los votos, son esencialmente grupos que han capitalizado una situación electoral pero que tienen una militancia muy reducida y una influencia nula entre los trabajadores.

En el caso de la LCR el proyecto del “Nuevo partido anticapitalista” se da en el marco de una crisis profunda del PS y de una crisis aún más importante del PCF, que ha dejado relativamente vacante la oposición al gobierno derechista de Sarkozy. Todavía no está claro cuál va a ser finalmente la composición del NPA pero por el desarrollo hasta el momento parecería estar apuntando hacia un tipo de LCR ampliada a una periferia de ex militantes de la LCR, militantes de ATTAC, sindicalistas de la CGT o de SUD, miembros de los colectivos antiliberales, es decir esencialmente sectores de la vieja vanguardia política o sindical que no comparte el objetivo de hacer una revolución , y a la cual la LCR busca adaptarse rebajando su programa al “anticapitalismo”. Esto no niega que molecularmente también pueda atraer individuos de izquierda. Lo que sí es un hecho, que hace de Francia un lugar distinto al resto de Europa, es el fortalecimiento de la figura de Besancenot como político de la extrema izquierda, en parte también impulsado por el régimen, que ya preocupa al PS. Este espacio político que hoy capitaliza Besancenot puede mantenerse o no según la evolución del PS y su política, si termina imponiéndose en el próximo congreso de este partido una línea social liberal (Royal plantea abandonar la alianza con el PCF y los Verdes y avanzar hacia una alianza con Bayrou) y la política del ala izquierda del PS.

También está por verse si esta influencia se limita a una figura electoral (al estilo de lo que era Zamora para el MAS) profundizando la crisis que viene manifestando la LCR por la enorme disparidad entre su espacio electoral y su capacidad de organizarlo en un proyecto político. Para los marxistas revolucionarios esta es una importante oportunidad para intentar crear un ala izquierda de este partido, ganando a los mejores elementos para una estrategia verdaderamente revolucionaria. En ese sentido estamos interviniendo junto con los compañeros del CRI (los compañeros presentaron un documento específico para la discusión y un informe oral en la conferencia)
Por su parte, en Brasil surgió hace unos años el PSOL, un frente de distintas tendencias que actuaban en el seno del PT y rompieron ante la derechización de la política del primer gobierno de Lula. Este partido es esencialmente un bloque de intervención electoral construido a partir del importante peso logrado por su principal referente, Heloísa Helena, que obtuvo 6 millones de votos en las últimas elecciones presidenciales. Es, sin embargo, una organización vacía de militancia, donde el peso lo tienen arribistas parlamentarios varios y con una política claramente de conciliación de clases, que no permite desarrollar un trabajo revolucionario en su seno.

6. Las vías para la recomposición de una subjetividad obrera revolucionaria

6.1 La reacción ideológica contra el marxismo

Trotsky planteaba que las épocas de reacción “no sólo debilitan y desintegran a la clase obrera aislándola de su vanguardia, sino que también rebajan el nivel ideológico general del movimiento, rechazando hacia atrás el pensamiento político, hasta etapas ya superadas desde hace mucho tiempo”. Si vemos el panorama de la izquierda marxista y de las corrientes ideológicas que emergieron de los fenómenos de los últimos años, como el movimiento altermundialista y el movimiento antiguerra, estas palabras tienen una actualidad impresionante.

El neoliberalismo creó un nuevo “imaginario” del cual ha desaparecido la revolución social. Este sentido común plantea que las revoluciones no sólo serían utópicas, sino sobre todo algo totalmente execrable, el camino más rápido al totalitarismo y a la expoliación del esfuerzo social colectivo por una burocracia parásita. Justifican este discurso reaccionario en la experiencia de la stalinización de la URSS, ante la cual resaltan las virtudes de la democracia burguesa como único objetivo deseable.

Este paradigma ideológico, basado en el individualismo, en la exaltación del mercado y en la destrucción de las identidades de clase, ha calado muy hondo en las últimas generaciones de trabajadores y jóvenes que nunca han visto una revolución y que la realidad parece confirmarles que no hay alternativa posible o deseable al capitalismo.

Este “espíritu de época” fue abonado desde el mundo académico por un ataque en regla contra el marxismo. Desde el posmodernismo hasta el posmarxismo, los intelectuales transformaron el retroceso del movimiento obrero en una nueva ideología social y política de la resignación ante un capitalismo invencible. A la vez, le dieron fundamentos desde distintas referencias teóricas y disciplinas a la propaganda burguesa de que la revolución social inevitablemente conduce al totalitarismo.

Esta situación reaccionaria desde el punto de vista ideológico llevó al surgimiento de una suerte de “neobernsteinianismo”. Pero mientras el revisionismo de Bernstein surgió en un momento de auge capitalista en el que el movimiento obrero alemán conseguía importantes conquistas materiales y aumentaba su peso en la política parlamentaria, los “revisionistas” actuales desarrollan sus teorías no en el momento de crecimiento orgánico del capitalismo, sino en su declinación. Su “reformismo” no expresa la confianza en que la clase obrera pueda lograr “avances graduales” sino la resignación producto del escepticismo histórico reinante, fundamentado en los retrocesos de los últimos años y la burocratización de la URSS.

Estas corrientes de pensamiento comparten un “paradigma democrático” según el cual, lo único legítimo y “políticamente correcto” a lo que se puede aspirar es a algún resquicio de libertad individual y de realización de identidades sociales (de género, etc.). La gran mayoría opta por ni siquiera referirse a las condiciones económicas y sociales y menos aún a poner a prueba sus teorías. (ver punto 6.3)

Si las derrotas de los años previos a la Segunda Guerra Mundial, habían empujado, como plantea Trotsky, a las direcciones obreras “oficiales” a un conservadurismo aún mayor y a los revolucionarios pequeño burgueses a desertar de las filas del marxismo, la situación abierta en los años del neoliberalismo esto se dio a una escala sin precedentes.

La degradación de la experiencia de la revolución rusa como “modelo” de la revolución obrera, también ha hecho efecto en las filas de la izquierda marxista. Por ejemplo, la LCR considera que de hecho el desaparición de la Unión Soviética ha producido un cambio de época, es decir, que la época abierta con la revolución rusa de 1917 se ha cerrado y que ya una organización revolucionaria no puede tener como referencia la revolución de octubre. Esto va acompañado de un balance más radical sobre la relación entre la nacionalización de los medios de producción en la ex URSS y el surgimiento y consolidación de la burocracia estalinista, lo que los ha llevado a adoptar un giro, que muchos comparan con el del eurocomunismo, por el cual renuncian al objetivo estratégico del poder del proletariado a cambio de la “democracia hasta el final”.
En el terreno político esto se manifestó en la participación de la sección brasilera del Secretariado Unificado, la DS, primero en la supuesta “intendencia roja” de Porto Alegre, y luego directamente con un ministro en el gobierno capitalista de Lula.

La lucha en el terreno teórico-ideológico por las ideas del marxismo es una tarea indispensable en esta época histórica, en la que ha surgido producto de las derrotas acumuladas y de la degeneración estalinista del marxismo, una suerte de “neorrevisionismo” que lejos de representar una innovación teórica que permita actualizar y profundizar el sentido revolucionario del marxismo como guía para la acción, cuestionan y de hecho liquidan sus premisas fundamentales.

Contra aquéllos que se han apresurado a decretar la “muerte del marxismo”, nosotros estamos convencidos que lo que mantienen su vigencia y su actualidad es ante todo la persistencia de las condiciones que le dieron surgimiento, es decir, el capitalismo y sus relaciones sociales de producción, sus contradicciones intrínsecas y la generación de un sujeto social, la clase obrera, capaz de derrocar ese sistema.

6.2 Marxismo y movimiento obrero

No es la primera vez en la historia del movimiento marxista que existe una gran disparidad de fuerzas entre núcleos pequeños de revolucionarios y sectores amplios de vanguardia o de masas. En verdad, el trotskismo, al ser producto de la derrota que implicó la estalinización de la URSS, quedó marginado de las grandes masas obreras, dirigidas mayoritariamente por el partido comunista o la socialdemocracia. En los años ’30, cuando la lucha de clases se hacía más aguda y se habían acelerado los tiempos de los enfrentamientos decisivos, Trotsky planteó un conjunto de tácticas y políticas transicionales que buscaban reducir esa distancia, como por ejemplo el entrismo en organizaciones centristas de masas o la táctica de partido de trabajadores. Estas tácticas mantenían una dialéctica entre el objetivo de la construcción de un partido revolucionario y el momento concreto de la evolución de la clase obrera hacia posiciones revolucionarias. Esto era evidente en el caso del planteo de la táctica de partido de trabajadores para Estados Unidos.

La situación actual presenta importantes diferencias con ese momento histórico. No hay aún procesos agudos de la lucha de clases que den fenómenos políticos similares, que permitan hacer entrismo y confluir con los sectores de izquierda de organizaciones centristas de masas, para lo cual tenemos que estar preparados y ser conscientes que para intervenir en esos procesos es imprescindible mantener la claridad estratégica para no degenerar ni adaptarse a estas organizaciones. Como planteamos más arriba, el entrismo en las organizaciones reformistas después de la segunda posguerra, sin que al interior de éstas se dieran procesos de radicalización, y con un abandono progresivo de la estrategia revolucionaria- llevó a los grupos centristas de origen trotskista a adaptarse a esas organizaciones y a permanecer durante años sin construir las bases para desarrollar fuertes partidos marxistas arraigados en la clase obrera cuando cambiaran las circunstancias.

Trotsky planteaba que las derrotas políticas llevan a una revisión de valores, y que ésta revisión se da en dos sentidos: aquéllos que atemorizados por la derrota sacan la conclusión de que es mejor no pelear y los que por el contrario, se enriquecen con la experiencia de las derrotas, defienden la continuidad del pensamiento revolucionario y sobre la base de esa experiencia intentan educar a las nuevas generaciones de revolucionarios. Incluso no pueden conservar sus conquistas materiales y políticas, lo principal es conservar las posiciones ideológicas [17].

En verdad, tras la derrota del último ascenso y el subsiguiente ataque burgués, quedó en claro que la clase obrera no contaba en sus filas con esas organizaciones que defendieran la continuidad del pensamiento revolucionaria y sacaran las conclusiones de las derrotas. Valga como ejemplo la corriente morenista, que luego de más de 30 años aún no tiene un balance de su actuación en el ascenso de los ’70 en Argentina.

Hoy estamos entrando en un período de nuevas turbulencias en la economía y la política mundiales. Es muy probable que la crisis en curso lleve a nuevos choques violentos entre las clases. No debemos olvidar que el último momento recesivo de la economía mundial, aunque temporalmente limitado, estuvo detrás de los levantamientos en América Latina que llevaron a la caída de gobiernos antipopulares en Bolivia, Argentina y Ecuador. La diferencia con aquellos momentos es que hoy el movimiento obrero llega a la crisis fortalecido socialmente y con mayor cantidad de destacamentos que han pasado por experiencias de lucha y organización en estos años, aún cuando la mayoría de los trabajadores mantiene por el momento expectativas en los gobiernos “posneoliberales”. En la región la crisis puede asumir dos formas principales: a) una caída de los precios de las materias primas -cuyo crecimiento tiene un importante componente especulativo-, que plantearía una agudización de las contradicciones de clase en toda la región y llevaría a una desestabilización de los regímenes y gobiernos que se asentaron a partir de la apropiación de rentas extraordinarias; b) una continuidad del alza en el mercado mundial de los alimentos y combustibles, con presiones inflacionarias tanto en los países exportadores como importadores, cuestión que puede llevar a luchas obreras contra la carestía de la vida y la caída salarial. Frente a esta perspectiva de mayor inestabilidad política (incluyendo crecientes disputas interburguesas) y lucha de clases, sabemos que serán mayores las oportunidades para poner en práctica el programa marxista revolucionario y que este se haga carne en sectores del movimiento de masas. Ya en la crisis del 2001-2002 en Argentina vimos como el planteo transicional de ocupación y puesta en producción bajo gestión obrera de las fábricas cerradas por sus patrones se volvió una realidad concreta, en particular en la experiencia de Zanon, permitiendo no sólo el proceso de gestión obrera sino la emergencia de un sindicato con programa clasista, el SOECN, que es una referencia ineludible para toda la vanguardia obrera y popular, y también en la ocupación de la textil Brukman. Una experiencia en la cual el PTS ha jugado un rol de primer orden y que muestra que cuando se combinan las tendencias a la radicalización de los trabajadores con la presencia de cuadros obreros revolucionarios, aspectos importantes de nuestro programa pueden volverse fuerza material y símbolo de lucha para amplias franjas de vanguardia. Hoy el PTS, producto de una orientación sistemática, cuenta con una inserción muy superior entre los trabajadores a la que tenía en aquel entonces, con delegados y militantes obreros en varias de la principales fábricas y empresas del país. Esta inserción es clave para poder jugar un papel en la maduración política de los sectores de vanguardia que recurrentemente destaca la lucha de clases, no sólo en las victorias parciales que se obtengan sino también para tratar que las inevitables derrotas lleven a la desmoralización al conjunto del activismo, como estamos haciendo con la lucha de Mafissa.

A su nivel, cada organización de la FT, tiene que prepararse en un sentido similar para confluir en el próximo período con sectores de la clase obrera que se radicalicen producto de la crisis.

6.3 Nuestras tareas actuales y su relación con la estrategia de reconstrucción de la IV Internacional
Esta situación objetiva y subjetiva nos plantea llevar adelante las tareas preparatorias para poner en pie partidos revolucionarios fuertemente arraigados en la clase obrera que puedan influir decisivamente en momentos de radicalización de la lucha de clases.
Estas tareas para el próximo período son de tres tipos:

i) Lucha teórica e ideológica

La “restauración burguesa” que implicó el neoliberalismo reforzada por el triunfalismo burgués luego de la caída de la Unión Soviética, que anunció el supuesto “fin de la historia” con la extensión de la democracia burguesa y los mercados, nos planteó en estos años la necesidad de una dura lucha ideológica en defensa de los principios y de los fundamentos esenciales del marxismo revolucionario, tarea que continúa teniendo importancia central en la actualidad.
Fue tal la situación de reacción que incluso estuvo planteada una dura discusión acerca del potencial revolucionario de clase obrera y aún de su existencia misma. Así, las distintas variantes del “posmarxismo” tuvieron en el ataque al supuesto “esencialismo de clase” del marxismo clásico uno de sus blancos predilectos, presentando como novedad planteos que en realidad habían sido adelantados por Bernstein a comienzos del siglo XX. Las teorías sobre el “fin del trabajo” acompañaron la ofensiva neoliberal conjuntamente con un ataque en regla a los principios fundamentales del marxismo, como la dialéctica, la vigencia de la ley del valor y la tendencia del capitalismo a las crisis catastróficas. A su vez, poniendo en un mismo plano al estalinismo y al marxismo revolucionario que lo combatió, estas visiones jugaron el papel de desacreditar no sólo la necesidad de conquistar un estado obrero transicional basado en órganos de autodeterminación de masas y la nacionalización de los medios de producción, sino incluso la misma necesidad del proletariado de organizarse políticamente, algo que está ya planteado en el Manifiesto Comunista.

Aunque desde mediados de la década de los ’90, más precisamente con la derrota del Plan Juppé en Francia en 1995, comenzó una lenta y tortuosa reversión de la brutal caída en los niveles de conciencia y organización que provocó la capitalización por derecha del derrumbe de los regímenes estalinistas, la emergencia centralmente de otros sujetos sociales, como el campesinado en América Latina, que tiñó los primeros años de resistencia contra el neoliberalismo, fue acompañada de un reverdecer de distinto tipo de posiciones que reforzaban la ilusión en que había que buscar “nuevos sujetos”, distintos al proletariado, a la hora de cuestionar el orden existente.

El surgimiento del zapatismo en México, que declaraba explícitamente que su estrategia no era tomar el poder, sirvió de inspiración para las tendencias autonomistas, que tuvieron a Toni Negri y, en menor medida, a John Holloway como dos de sus referentes más destacados. Este autonomismo que se presentaba como una variante “de izquierda” de las teorías de la globalización, generó la ilusión transitoria de que los estados nacionales habían perdido toda su importancia o habían dejado de existir y que ahora el mundo estaba gobernado por los monopolios. A esta ficción de desaparición de los estados, le correspondía en la lucha de clases la estrategia del “éxodo” basada en la peregrina idea de que se podía “construir el comunismo” en los intersticios de la sociedad capitalista (pensar global, actuar local, vuelta a una suerte de anarquismo comunitarista, etc.). La influencia de este pensamiento en las luchas de vanguardia fue muy extendida, desde el movimiento altermundialista hasta organizaciones de desocupados en Argentina en 2001.

Este autonomismo ya agotó su momento de gloria y pasó de una estrategia de presión sobre los aparatos reformistas a integrarse a los gobiernos o parlamentos (y en el caso de Negri a apoyar al proyecto neoliberal de la UE). Los ejemplos más elocuentes son García Linera en Bolivia, que pasó del autonomismo a ser vicepresidente de la nación, o grupos como los “Desobedienti” italianos que se integraron al parlamento como diputados de Refundación Comunista y acompañaron la entrada de este partido al bloque gubernamental con Prodi. Pero esto no quiere decir que se haya superado uno de los puntos más persistentes de estas teorías: el rechazo a la organización política partidaria y la necesidad de que la clase obrera al frente de una alianza con las clases subalternas tome el poder y construya su propio estado.

Si en cierto sentido la emergencia de estas ideas expresa objetivamente un primer momento de recomposición de la subjetividad del movimiento de masas, sus planteos sintetizados en la idea de “cambiar el mundo sin tomar el poder” dan cuenta de una profunda resignación al orden de cosas existentes, a pesar de ser realizados en ocasiones con lenguaje “ultraizquierdista”. La ficción de una hipermadurez de las fuerzas productivas que hacen posible la construcción del “comunismo aquí y ahora” es complementaria de una acción minimalista que desprecia y condena la puesta en práctica del programa transicional, la necesidad del objetivo estratégico de la conquista del poder y la construcción de partidos y una internacional revolucionarios. Incluso sus apelaciones a la “horizontalidad” y su oposición a la lucha de partidos constituyen un freno al desarrollo de los organismos de democracia directa que surgen en el movimiento de masas, ya que empujan a la conciliación con las variantes reformistas en nombre de la “democracia del consenso”.
Visto de conjunto, el resurgimiento de nuevas ideas utopistas, han dado renovada actualidad al capítulo tercero del Manifiesto Comunista, donde Marx y Engels combatían contra las corrientes del socialismo y el comunismo utópicos.

Más recientemente, la recomposición social de la clase obrera y el incremento de las luchas reivindicativas, junto con la crisis política del movimiento obrero, ha dado lugar al resurgimiento en la vanguardia de los trabajadores de tendencias sindicalistas, que separan la lucha sindical de la lucha política, una conciencia de tipo “tradeunionista” de la que hablaba Lenin en ¿Qué Hacer? Así como en el caso de las posiciones autonomistas, para los marxistas es de fundamental importancia combatir en los obreros de vanguardia esta ideología economicista que es un gran obstáculo para que la clase obrera se transforme en “sujeto político”, es decir, rompa con el corporativismo de la lucha sindical y se plantee como clase hegemónica tomando las reivindicaciones del resto de los sectores expoliados por el capital. En ese sentido está planteada nuestra lucha por la estrategia soviética.

Ligados a los procesos que pusieron fin a los gobiernos neoliberales en América Latina, el otro gran fenómeno político-ideológico con el que venimos lidiando son las ideologías posibilistas y populistas expresadas en el “nacionalismo burgués” de Chávez, al que le ha claudicado gran parte de la izquierda marxista mundial, y el frente populismo de Evo Morales.

Tanto en el plano nacional como internacional, la lucha por la defensa y desarrollo de los fundamentos teóricos y programáticos del marxismo debe seguir siendo sin duda uno de los ejes de actividad de los distintos grupos de la FT. Somos conscientes que es imposible desarrollar organizaciones marxistas revolucionarias solamente interviniendo en la lucha de clases y que es imprescindible dedicar el esfuerzo de dirigentes y cuadros de la FT para discutir e intervenir en los principales debates del marxismo y la izquierda a nivel internacional. Nuestra actitud debe ser la opuesta a la de la corriente morenista que usaba como justificativo la definición del “trotskismo bárbaro” de los países semicoloniales para adaptarse al sindicalismo y al atraso del movimiento obrero no marxista.

ii) La inserción en el movimiento obrero y la intervención en la lucha de clases

A contramano de quienes anunciaban el fin del potencial revolucionario de la clase obrera, la FT ha venido planteando la necesidad de lograr, en la medida de las posibilidades de cada organización, una mayor composición proletaria de sus filas. Planteamos asimismo que una mayor estructuración obrera de nuestros grupos debía estar acompañada con una participación activa en los procesos de lucha de clases que se den en los distintos países, señalando nuestra distinción con corrientes que, pese a tener una importante estructuración sindical, no han jugado siquiera papeles dirigentes en luchas sindicales de importancia, como es el ejemplo del PSTU en Brasil. Veamos algunos ejemplos de esta orientación.

El PTS ha avanzado, fundamentalmente desde 2000 hasta la actualidad, en un cambio de su composición social, que era mayormente estudiantil, conquistando nuevos dirigentes, cuadros e influencia en el movimiento obrero, proceso que intentaremos profundizar en el próximo período. No sólo hemos tenido protagonismo en la gran lucha de Zanon y en el desarrollo del SOENC como un sindicato clasista, sino que hemos intervenido en la gran mayoría de los conflictos obreros que se han dado de 2004 hasta el presente, en algunos de ellos con responsabilidad dirigente (como la ex Jabón Federal, Pepsico, Mafissa o FATE), junto con alentar, frecuentemente en frente único con otras corrientes, diversas listas antiburocráticas en los sindicatos. En el movimiento obrero industrial, la presencia de nuestra corriente en sus sectores de vanguardia es claramente superior al resto de la izquierda, que está presente preponderamente en gremios docentes, estatales y de servicios, donde también nuestro partido ha logrado una mayor inserción.

En Bolivia, la LOR-CI, pese a sus limitadas fuerzas militantes, ha participado activamente del proceso de constitución de nuevos sindicatos en El Alto, y ha logrado importantes relaciones con un sector de los mineros de Huanuni, uno de los sectores estratégicos del proletariado boliviano. Los dirigentes de la LOR-CI han participado de lleno en varias de las difíciles luchas que se han dado en este período, ganando para el trotskismo a algunos de sus principales dirigentes.

En Brasil, los militantes de la LER-QI son parte de la vanguardia de uno de los sindicatos más combativos de San Pablo, el SINTUSP. Mientras avanza en su inserción en otros sectores de trabajadores (aeroviarios, judiciales, docentes, subterráneos, automotrices del ABC, etc.), participa activamente de CONLUTAS, el reagrupamiento sindical antigubernamental dirigido mayoritariamente por el PSTU, alentando la construcción en su seno de un ala verdaderamente clasista.

En Venezuela, la fundación reciente de la LTS contó con la presencia de trabajadores de SIDOR y Sanitarios Maracay, dos de las luchas más importantes protagonizadas por el proletariado venezolano, además de tener una política hacia el sector dirigido por Chirino, basada en la defensa de la independencia de los sindicatos con respecto al estado y al régimen chavista.

Esta orientación hacia lograr la mayor estructuración posible en el movimiento obrero no implica ningún “obrerismo” de nuestra parte. Por el contrario, alentamos la construcción de fracciones revolucionarias en el seno del movimiento estudiantil y buscamos influir con nuestras ideas revolucionarias a sectores de la intelectualidad. Pero, a diferencia de lo que ocurría en los ’90, creemos que la recomposición social y la emergencia de luchas reivindicativas entre los trabajadores nos plantean la posibilidad de ganar para el marxismo revolucionario a parte del nuevo activismo obrero que se desarrolla en numerosos países. Sin lograr una camada de cuadros obreros y una cierta inserción entre los trabajadores, será imposible capitalizar los futuros procesos de radicalización que permitirán la emergencia de verdaderos partidos revolucionarios.

iii) La lucha política y la reconstrucción de la IV Internacional

El tercer elemento es la lucha política en el terreno nacional e internacional que desarrollamos a partir de cada organización que integra nuestra corriente, así como FT de conjunto. Por ello, la V Conferencia de la FT-CI votó cuatro campañas políticas internacionales: contra las persecuciones a los trabajadores y trabajadoras inmigrantes, contra la presencia de las tropas brasileñas, argentinas, uruguayas, chilenas y bolivianas en Haití, el apoyo a la lucha de Zanon bajo control obrero por su expropiación definitiva y por la reconstrucción de la IV Internacional a 70 años de su fundación. A su vez, en el documento sobre América Latina precisamos los aspectos que hacen a la intervención política en este subcontinente, en particular para países como Bolivia, Venezuela y Argentina frente a la crisis de los gobiernos “nacionales y populares” y la ofensiva de sectores patronales de derecha.

Como parte de la lucha política, tenemos que tener en cuenta para nuestra orientación que estamos ubicados en los países que tienen una izquierda trotskista significativa: Argentina, Brasil, Bolivia (donde el trotskismo aunque está en una profunda crisis respecto del peso que tuvo históricamente sigue representando el “espectro” de una corriente revolucionaria) y, debido a nuestra reciente relación con los compañeros del CRI, en Francia. Estamos también en Venezuela que, más allá que la militancia trotskista no es muy numerosa, se ha transformado también en otro de los centros de la lucha política en la izquierda mundial. Internacionalmente, el otro centro importante del trotskismo es Gran Bretaña, donde no tenemos trabajo.
En los últimos años, producto de las condiciones objetivas y subjetivas que hemos señalado, no han surgido alas izquierdas (“centristas progresivas”) en las principales organizaciones que se reclaman trotskistas, salvo excepciones de pequeños grupos o individuos.
Una parte de las corrientes históricamente referenciadas en el trotskismo, las más oportunistas, sostiene distintos proyectos de “nuevas izquierdas” y “partidos amplios” anticapitalistas, que mencionamos anteriormente. En algunos casos su oportunismo ha mostrado la pérdida de todo rumbo revolucionario, como el apoyo dado por el MST argentino a las patronales agrarias en el reciente conflicto por las retenciones agrícolas.

A diferencia de los sectores más oportunistas que tienen el proyecto de liquidar al trotskismo en otro tipo de formaciones políticas, el PSTU brasileño (principal partido de la LIT) y el PO (CRCI) defienden formalmente la estrategia de la revolución socialista y la reconstrucción de la IV Internacional, a la manera tradicional del centrismo trotskista, oscilando permanentemente entre el oportunismo político y el sectarismo autoproclamatorio.
En cuanto a la LIT mantiene la teoría de la “revolución democrática” lo que los ha llevado a posiciones programáticas y políticas claudicantes como es el caso de Cuba (ya hemos polemizado con la concepción del PSTU en el Claves N°1) y Venezuela donde se ha alineado con la oposición escuálida y el movimiento estudiantil, que salió a la movilización con el programa reaccionario de la oposición contra el gobierno de Chávez.

El PSTU, su partido más importante, oscila entre una política aparatística de mantener el control de la Conlutas, y el oportunismo político que los ha llevado a mantener el Frente de Izquierda con el PSOL, que como ya hemos criticado, se presentó a elecciones con un candidato a vicepresidente referenciado con el desarrollismo burgués y con un programa acorde a la burguesía “no monopolista” (baja de las tasas de interés, etc.), y luego votó la ley de los “supersimples” (una flexibilización laboral para las “pymes”) lo que produjo un éxodo de intelectuales de izquierda del partido comandado por Heloísa Helena.

La otra corriente significativa en este sector del trotskismo es el CRCI del que participa el PO argentino. Esta corriente que autoproclamó la reconstrucción de la IV Internacional a partir de la constitución de este agrupamiento en el que confluyen sólo 3 organizaciones nacionales (el PO, el grupo griego y el PCL italiano) y otros pequeños grupos, está atravesando ahora una crisis importante producto de las diferencias políticas públicas que mantiene el grupo italiano con el resto.
Nuestra política hacia estas corrientes ha sido plantearles permanentemente bloques políticos que consideramos pueden constituir polos progresivos que propagandicen la independencia de clase frente al liquidacionismo del resto. Les hemos propuesto distintas campañas comunes como por ejemplo, contra el “ministerialismo” del SU-DS en Brasil; en defensa de la independencia del movimiento obrero en Venezuela contra el ingreso de un sector de la izquierda al partido de Chávez. En Argentina le hemos propuesto al PO y otras organizaciones menores como el MAS la constitución de un partido revolucionario común. En ninguna de estas políticas hemos tenido éxito, más allá de frentes electorales circunstanciales que realizamos con el MAS. Sí hemos realizado multitud de acuerdos prácticos para impulsar movilizaciones o listas estudiantiles y sindicales.

En el próximo período, mientras apostamos a seguir fortaleciendo nuestras filas y nuestra inserción e influencia en el movimiento obrero, exploraremos toda posibilidad de confluir con sectores progresivos del trotskismo o dar pasos parciales que conduzcan al objetivo estratégico de reconstruir la IV Internacional, aunque esto último sabemos que sólo será posible con la reemergencia de un movimiento obrero que empiece a retomar las tradiciones revolucionarias.

Contra aquellos que señalan que el programa de la IV Internacional quedó caduco con la caída del estalinismo, nosotros creemos que un nuevo movimiento obrero revolucionario no podrá desarrollarse sin el rescate y actualización de la tradición que mantuvo viva la lucha contra la degeneración contrarrevolucionaria de la II y III Internacionales. A pesar que la IV Internacional degeneró ella misma en un movimiento de corrientes centristas durante la segunda posguerra, su programa y su estrategia, enriquecidos por la experiencia del siglo XX y las nuevas experiencias de la clase obrera, sigue siendo la expresión del marxismo revolucionario, y no ha sido superado por ningún programa o movimiento. Por eso nuestra estrategia no es la construcción de una nueva internacional, en el sentido que lo plantean ciertas organizaciones trotskistas (como una quinta internacional), en la que confluyan ex estalinistas, anarquistas, etc. y los trotskistas seamos una minoría, sino la reconstrucción revolucionaria de la IV Internacional, cuya concreción en última instancia dependerá del surgimiento de un movimiento obrero revolucionario. Con el objetivo estratégico de poner en pie un partido mundial de la revolución social, la IV Internacional reconstruida, es que la FT y las organizaciones que la componen participan de todo paso práctico que la clase obrera de hacia su independencia de clase.

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  • [1Un ejemplo de esto es la derrota de la huelga de los trabajadores automotrices de American Axle de Michigan y Nueva York. Esta huelga que duró unos 3 meses, (una de las más prolongadas en la industria automotriz de las últimas décadas), fue desgastada por la burocracia del sindicato (UAW) que finalmente logró imponer su plan negociado con la patronal que implica la pérdida de más de la mitad de los puestos de trabajo (la liquidación de puestos de trabajo en la industria automotriz es un proceso que viene desde los ’90, sólo en Detroit se perdieron alrededor de 145.000, la mitad del total en los últimos 9 años) y la rebaja salarial de 28 dólares la hora a 18, además de la pérdida de beneficios sociales. Según los ejecutivos de la empresa, el acuerdo negociado con el sindicato les reportará una rebaja de alrededor del 50% en los costos laborales.

    [2En una entrevista reciente, Olivier Besancenot decía: “Desde un punto de vista marxista, no ha habido jamás tantos explotados, gente que venda su fuerza de trabajo intelectual o manual. De un lado, no hemos sido nunca tan numerosos como en esta fase de la historia del capitalismo en tener que vender nuestra fuerza de trabajo para vivir pero, de otro lado, no ha habido nunca un sentimiento de clase tan débil. Cuantitativamente, hay cada vez más explotados y, cualitativamente, somos cada vez menos numerosos en tener conciencia de explotación”.

    [3Según Nahuel Moreno la movilización o el ascenso de las masas de los países del Este, (se refería a Polonia, pero luego la LIT lo extendió al resto de los ex estados obreros) nunca podía llevar a la restauración capitalista. Como señala E. Palti en su libro Verdades y saberes del marxismo, la visión de Moreno era que todo avance de la clase obrera era objetivamente un avance de la revolución socialista. La FT hizo un proceso de ruptura con esta visión, sobre todo reelaborando nuestra visión de los procesos de 1989-91 y la interpretación de la caída del estalinismo. En verdad, la corriente morenista había dividido la revolución política en una etapa democrática (de “febrero”) que supuestamente había triunfado, y una etapa socialista (el “octubre”) que debía seguirle. La paradoja a la que llegaron es que una “revolución triunfante” llevó a una derrota histórica: la desaparición de los ex estados obreros que aunque burocratizados, seguían siendo posiciones conquistadas de la clase obrera internacional, y a la restauración del capitalismo. Ante esto, la LIT ha ensayado una nueva explicación para sostener la concepción de Moreno, según la cual, los procesos de 1989-91 fueron “anticapitalistas” porque la restauración ya se había consumado en 1985-87 (con Gorbachov) y por lo tanto fueron “triunfantes” en tanto frenaron los planes de “shock” para la restauración capitalista, como se ve una explicación totalmente incoherente.

    [4En este sentido volvimos a las definiciones de Lenin del ¿Qué hacer?, señalando tanto la relación como la diferencia entre clase y partido, entre lucha sindical y lucha política. También retomamos la definición de Trotsky sobre el pluripartidismo soviético (y la propia mecánica del programa de transición como forma de unir a distintas capas del proletariado), basada en que si bien la clase obrera es la más homogénea de las clases dentro de la sociedad capitalista, producto de la unidad objetiva que le confiere la condición de explotación, tiene una gran heterogeneidad interna que en parte refleja distintos intereses. Esto se ha agudizado con la fragmentación de las últimas décadas.

    [5El PCF entró al gobierno de De Gaulle en 1944 luego de la liberación de París. En las elecciones de 1945 se transformó en la principal fuerza política obteniendo alrededor del 25% de los votos, Thorez fue vice primer ministro hasta 1947, año en que el PCF fue retirado del gobierno para permitir el plan Marshall y marginado de la posibilidad de acceder a cargos en el poder burgués. Entre los años previos a la segunda guerra y la finalización de la misma, se calcula que pasó de tener 30.000 a 500.000 militantes-afiliados. El Partido Comunista Italiano (PCI) tuvo un rol central en le restablecimiento del orden burgués y las “instituciones democráticas” a la salida de la segunda guerra. Su masividad era aún mayor, según el Departamento de Estado norteamericano, en la década de 1960 tenía alrededor de 1.350.000 afiliados-militantes, lo que equivalía a algo más del 4% de la población en edad laboral. Esta era la relación más alta entre un partido comunista y la clase obrera en el mundo occidental e igualaba al PCI con el partido obrero reformista más importante de Europa, el SPD alemán.

    [6Ver “La actualidad del análisis de Trotsky frente a las nuevas (y viejas) controversias sobre la transición al socialismo”, C. Cinatti, Estrategia Internacional N° 22

    [7Ver síntesis del seminario sobre el Programa de Transición realizado en febrero de 2008 y coordinado por E. Albamonte y C. Castillo, en La Verdad Obrera 271 y 272.

    [8Nahuel Moreno, Las revoluciones china e indochina.

    [9En 1981 el gobierno de Thatcher estaba atravesando una crisis muy importante, jaqueado por una coalición entre el recientemente formado SPD (constituido por una ruptura por derecha de parlamentarios del Labour Party) y los liberales de la Liberal Alliance.

    [10State of Working America 2006-2007.

    [11Ver EI N° 22.

    [12En la década de 1970 distintos partidos comunistas, principalmente en Francia, España e Italia, dieron un giro político que implicaba: declararse independientes de la Unión Soviética, renunciar formalmente a la dictadura del proletariado y considerar que en los países avanzados la democracia burguesa era la única forma de superar al capitalismo y que el socialismo se iba alcanzar por medio del sufragio universal. Este proceso de socialdemocratización de los partidos comunistas se conoció como “eurocomunismo”.

    [13En Gran Bretaña el ex dirigente minero Arthur Scargill trató de impulsar un proceso similar durante el famoso combate por la derogación de la “cláusula IV” de los estatutos laboristas (que se pronunciaba por la propiedad común de los medios de producción, distribución y cambio y era lo que concentraba la “identidad obrera” del laborismo”) contra Tony Blair y el New Labour, sin embargo ese proyecto fracasó.

    [14Según la corriente ligada al SWP británico que participa en el partido, en el momento de la fundación tenía alrededor de 72.000 afiliados (ahora serían más de 80.000), aunque el grueso pertenecen al PDS el sector más dinámico en cuanto a crecimiento sería el proveniente del WASG. En su congreso de mayo pasado participaron alrededor de 600 delegados. Oskar Lafontaine hizo un discurso izquierdista, citando a Marx, Engels y Rosa Luxemburg. En verdad hay una disputa dentro del mismo partido entre un ala más moderada y otra, encabezada por Lafontaine, que considera que la mejor forma de presionar a la socialdemocracia es a través de una retórica más “anticapitalista”.

    [15El mismo artículo plantea que desde el mandato de Schröeder el SPD perdió alrededor de 180.000 miembros, entre el 25 y el 30% de su militancia.

    [16Esto lo explica claramente el dirigente de la LCR, François Sabado: “La transformación del reformismo en “reformismo sin reformas” nos da una responsabilidad histórica mayor, esto es, de conducir la lucha por las reformas hasta la ruptura con el sistema capitalista, hasta la transformación revolucionaria de la sociedad”.

    [17Bolchevismo y Stalinismo. Sobre las raíces teóricas de la IV Internacional, 1937.

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